*Dibujo de Erika
Kuhn.
FRONTERAS*
Uno va y viene
por urdimbres
inventándose
espacios en la trama
necesaria de
los días,
allí conviven
nuestras cegueras
con deseadas
luces que nos niegan
-como Pedro
antes del alba-
¿Qué delimita
la frontera entre
un sol
imaginario y éste
que quiebra
oscuridades?
El saber no
sabe. Va de regreso
en una zona de
nieblas.
No contesta.
En la luz
mestiza de la tarde
un simple
gorrión sobrevuela
mi estupor y
este intento
de comprender
en qué realidad
se caen
....los seres
que se van.
En tanto, mis
venas atan imágenes
bisagras
trémulas
adioses
indefensos.
Sobre la
textura áspera del tiempo
la hebra suelta
en mí
respira y
espera.
*De Miryam
Colombotto Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
-Del libro Navego
Palabras.
LOS MIEDOS*
Hay cosas que
uno nunca ha contado, ni a los más íntimos, ni en el momento en que sucedieron
ni mucho después. Son cosas de la niñez más lejana que luego un mar de lava
oscura ha sepultado, como por ejemplo hasta hoy. Son miedos que le cuecen los
recuerdos que uno no quiere tocar porque ignora los límites de ese temor
antiguo.
Póngale,
lector, la parva de años que desee encima y siempre van a ser pocos.
A nuestra casa,
salvo los parientes, venían pocas visitas; mi padre era muy selectivo y muy
reservado, pero al menos tres matrimonios nos visitaban, cuyos hijos o hijas
eran mis amigos.
Una noche, que
a mí me suena fantasmagórica, al salir todos a acompañarlos a la puerta de
calle, miré hacia la esquina donde perdíamos (o ganábamos) miles de horas por
año, bajo la luz temblorosa de un pequeño y vacilante foco de luz. Alguien
salía de las sombras y saltaba en un paso de baile, tratando de cazar con sus
manos alguna mariposa nocturna. Era, a mi recuerdo, muy alta para ser una niña.
Saltó como si nada en esa noche en que ni los perros ladraban y hasta el último
borracho había gritado bajo ese foco “¡Viva Perón!” (no era otro que el
inefable Boca de Bronce López) y luego había desaparecido sin un ruido entre
las sombras.
La figura
debajo de esa luz, cuando volví a mirar, había también desaparecido. Mi mente
adulta hoy razona que en esa esquina vivía Ninín Joan con su esposa Rosita
Lencioni y su mamá con su bandada de gansos chillones, y en esa casa también
habitaban las tres hijas del mentado Ninín, apicultor por más señas. Rasco con
la cuchara del recuerdo: ¿Mabel? ¿Mirta? ¿Graciela? El vendaval de la vida me
las sacó de los ojos hace mucho, y del recuerdo. ¿Era alguna de ellas? ¿Y por
qué mi madre no comentó nada? ¿Solo a mí me llamó la atención—hasta hoy— esa
aparición impropia de la hora, del lugar y del frío del invierno? Yo no comenté
nada ni pregunté a mi madre si había visto esa aparición, ni a mis terapeutas
me animé a decírselos alguna vez.
Y sobre esa
misma casa, siendo muy chico, tuve una pesadilla: que mis padres me abandonaban
y se subían al techo por una escalera a la cual yo no podía acceder.
La casa de los
Lencionis estaba y está enfrente de la de Don Manolo Gómez, que brillaba toda
pintada de rojo con su gallito de lata, veleta valiente que aguantaba todos los
vientos. Y para ser consecuente también goteaba su sangre roja sobre los techos
aquellos de la niñez tan lejana, llena de endriagos y magia.
En el barrio
vivían los Sánchez, numerosa familia cuyo abuelo correntino traía a sus nietos
los cuentos de aparecidos y duendes con los cuales ayudaba a una niñez
temerosa, y aún hoy cuando nos juntamos debemos disimular la risa porque nos
cuentan las mismas anécdotas con la misma credulidad. Toto Miguez se divierte
mucho con ellos y con delicada ironía los pone al descubierto. Digo, ¿habrá
influido todo este historial de cuentos sobrenaturales a observar ese paso de
baile que me ha perseguido toda la vida? Probablemente sea así.
Cuando por las
noches mi madre me mandaba a tirar las sobras de la cena a las gallinas, yo
temblaba como una hoja. Esa oscuridad impenetrable que aún hoy me persigue era
intolerable. Mi padre, que era un ignorado agnóstico, se molestaba. Y me decía
que los muertos no nos hacen daño, “los únicos capaces de hacerte daño son los
vivos”, repetía.
Una noche tomó
el revolver de un cajón del ropero grande y me llevó hasta “el fondo del
terreno”, como él llamaba al límite que cerraban unas acacias antiguas y esos
tunales que eran industria de mi madre. Y la emprendió a balazos contra las
pacíficas hojas que aguantaban hasta allí las gotas inocentes del rocío
nocturno. Y otra vez que, intimidado por alguna conversación que incluía luces
malas, me resistí a ir, tomó el revólver, me hizo acompañarlo hasta ese tunal
populoso y me puso el metal frío en la mano. Me ayudó a sostenerlo y me obligó
a disparar. Un plumerío de palomas cayó de las acacias —ninguna muerta por
suerte— y tuve que fingir que no tenía más miedo hasta que mi madre, tan sabia,
sin decir nada, comenzó a ir ella misma disimuladamente con ese plato blanco
que vaciaba por encima del tejido del gallinero. Mi padre, entretenido con la
lectura del diario, nada sospechaba.
En mi familia
todos sabían de mi aprensión por los cementerios. En cierta noche en que
volvíamos de la casa de un pariente, una chacra lejana, con un sulky
traqueteante y ajeno, mi padre detuvo el caballo en la puerta del cementerio,
me hizo bajar ante mi madre atónita y me hizo ingresar unos metros con él. Yo
temblaba como una hoja.
—Viste —me dijo
cuando salimos— no hay que ser tan zonzo. (Utilizó una palabra más fuerte;
atento a mis lectoras, la omitiré).
Al llegar a mi
casa, cuando hubo desatado el caballo y quitado los arneses, lo llevó al
bebedero y le ató una soga al bozal. El caballo era un moro muy manso y pronto
se puso a mordisquear el pasto. Cuando entró, mi madre, furiosa, le espetó:
“Mirá, el chico está blanco como un papel, que sea la última vez que le haces
una de las tuyas”, mi padre contestó alguna mala palabra pero desistió de tener
un hijo valiente y nunca más insistió.
Esa noche el
grito de la lechuza sobre los techos no me asustó y me dormí pensando que mi
padre había concluido su acción pedagógica y yo mi aprendizaje de chico
corajudo o, de algún modo, estaba satisfecho con los resultados.
Es decir, es lo
que quisiera preguntarle si todavía estuviera entre nosotros con su aire
autoritario y cerril.
*De Jorge
Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
*Escrito el 6
de enero de 2018, el cumpleaños de mi nieta Pilar.
Olvido*
*Por Karina
Macció. karina@siempredeviaje.com.ar
Quién sabe por
qué me acordé
de esa vez que
caminábamos y empezó a lloviznar
salíamos de
Cortázar, era gris plata el cielo
cargado,
voluminoso
abajo, yo, me
sentía libre
lo nuestro
estaba destruido
te habías
encargado racionalmente
decisión tijera
me sentía
libre, un poco herida
quién sabe por
qué
respiraba
tranquila
la tristeza se
había deshecho
estirada
el punto suelto
de un tejido
tiré y tiré
hilo de lana
roja, suelta,
lista de nuevo
para trastocar.
Mi paraguas
estaba roto
confuso y algo
desesperado
vos no tenías,
solo mirabas,
hablabas sin
parar de cualquier cosa
(como si las
palabras pudieran tapar
la intemperie
existe
con resolución)
en el medio de
la avenida lo abro
(el presente me invade, lo toma todo,
en este
instante no hay recuerdo
lo invento, lo
vivo, estamos, por última vez, caminando)
te muestro y me
río
Esto no sirve
más
No quiero nada
que no funcione, y que encima
no sea lindo
algo que
parezca cubrir
y decepcione
(las palabras,
pienso, no pueden cortar)
mirá cómo se
abre
todo chueco
(las palabras
son casita o baldío)
Subimos al
cordón del otro lado de la avenida
me alejo fugaz
para dejar el paraguas
en el tacho
lo meto, como
si fuera transitorio, como si lo guardara
ya estaba todo
destruido
seguimos
caminando con el mismo ritmo pero las gotitas se multiplican
me despido
no entendés, te
hago un chiste
me siento libre
no soporto que
estés cerca mío
solo digo
chau chau chau
y encaro de
verdad
el otro lado
Las gotas se
espesan, primero me golpean
muy frías
impactan, luego
se abren
mariposas
deshechas
más y más y más
y más
la cortina de
agua
me envuelve
completa
me encanta
el murmullo de
la lluvia hace mi caminar
un vuelo entre
el follaje
pronto estaré
empapada
pronto voy a
temblar
pero ahora
justo ahora
es perfecto.
Quién sabe por
qué me acordé
si hoy
no llueve.
Esto es el
olvido, el hilo rojo que guardo.
-Karina
Macció (Buenos Aires, 1974) es escritora, editora, docente apasionada por
la traducción. Dirige Siempre de Viaje, talleres de lectura y escritura, y
Viajera Editorial, dedicada a la literatura contemporánea, especialmente a la
poesía. Es profesora de Semiología en el Carlos Pellegrini y egresada del
colegio Nacional Buenos Aires. Le gusta organizar encuentros donde la poesía
brille y sea una experiencia inolvidable.
Ha publicado
Ocre, Amarillo vol1 (Textos Intrusos); Mis Peores Poemas de Amor/My love worst
poems (traducido por Annie McDermott, Viajera), Diario de la Transformación
(Viajera), La Pérdida o La Pérdida (Viajera), impresos en rojo (Gog y Magog),
Ferina (La Bohemia), Lestrygonia (Aurelia Rivera), Pupilas Estrelladas
(Siesta).
*
Recuerdo
vagamente tu cuerpo:
una ola
desaforada en la penumbra.
No sé si el
murmullo venía de vibraciones musculares
o de palabras
dichas en voz baja.
No sé cómo me
tocabas.
Quizá era
doloroso el tacto
dedos hundidos
en la cintura
un puño tirando
del pelo
todo eso junto
pero me falla
la memoria.
No me acuerdo
qué te di
(en esa época
no recordaba ni mi nombre).
Hubiera querido
ofrecerte algo
más digno
una resistencia
loca a los orgasmos
condiciones
extremas.
Tu despliegue
era tan digno.
Afuera
en los árboles
hasta dejaron
de cantar los pájaros.
*De Mercedes
Álvarez. alvamercedes@gmail.com
-Mercedes
Álvarez nació en Tandil, provincia de Buenos Aires, en 1979. Vivió en Mar
del Plata hasta los diecinueve años. Entre 1998 y 2006 residió en España, donde
se licenció en Sociología por la Universidad Pública de Navarra. Realizó un
máster en Gestión Cultural. Publicó los libros Vecinos (Baile del Sol,
España, 2010), Historia de un ladrón (Caballo de Troya, España, 2010), Imitación
de los pájaros (Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2013), Ficciones
súbitas (comp., Eds De aquí a la vuelta, Buenos Aires, 2013) y Saigón
(Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2015). En 2013 ganó el premio Edmundo
Valadés de cuento latinoamericano con el relato Grow a lover.
La obstinada
guerra del amor*
En aquella
lejana noche del verano argentino Esteban le leyó a Kalman el título del reportaje
a Hawking: "En el futuro habrá súper humanos genéticamente
modificados".
Cenaron en casa
de Esteban con su mujer Leticia, Kalman estaba por unos días en Buenos Aires
para visitar a su última tía paterna que vivía en Llavallol. Los hijos de la
pareja no estaban. Hablaron mucho sobre las consecuencias de las técnicas de
modificación genética.
De esa noche
Kalman se llevo la foto de la hostilidad que demostraba Leticia hacia Esteban.
Parecía que era algo muy naturalizado por ambos de tal manera que ella no
sentía pudor ni inhibición alguna por actuar delante de un antiguo amigo común
que los visitaba después de algunos años desde California.
Esteban fingía
ignorar el enojo de su mujer, hasta que bien bajito –casi un susurro- para que
no lo escuche Leticia dijo: "esta mujer es terrible".
Más tarde hubo
un brindis con sidra helada en el jardín. La noche estaba bien abierta al
universo visible de pequeñas luces brillantes que titilaban.
Hubo otras
quejas de Leticia porque su marido se dedicaba a sus cosas en vez de hacer lo
necesario para la casa como por ejemplo cuidar el jardín.
Kalman intento
descomprimir con una ironía:
-Te casaste con
un filósofo no con un jardinero...
Pero no
resultó.
-¡Pero de que
filosofo me hablas... es un vivo!!!! –Respondió Leticia con tono indignado.
Pasaron años.
Esteban esta muerto. Leticia es viuda.
Kalman llegó
con lo justo al cementerio para ver como ingresaba el ataúd a la fosa.
De un modo
doloroso y seguramente equívoco pensó que las placas que se pisaban por doquier
deberían tener alguna dedicatoria.
Él, que solo
tuvo fotos aisladas separadas en años. Que no vio esa película interna en la
que cada pareja es un mundo.
Se dijo: habría
que poner en el granito "A una victima en la obstinada guerra del
amor"
*De Eduardo
Francisco Coiro.
*
dos veces vi
morir
primero a Pablo
y después
a papá
si tuviera que
contar lo que sentí
no sabría cómo
solo supe que
se habían ido
a algún lugar
distinto
otro aire otro
viento los movía y ya
no pertenecían
a este mundo
de pájaros y de
plazas
de peras y
panes
este mundo de
palabras
de plumas y
plomo
de piedritas
de puentes
no era la piel
fría o la blancura
que de a poco
se vuelve morada
como uvas
o quizás si
se fueron
recuerdo ahora
la ventana en el cuarto de papá
el vidrio
helado
y me gusta
imaginar que por allí
salió volando
su alma cansada
y dulce
y recuerdo
la puerta
entreabierta que enmarcaba
la cara de
Pablo
seguro que por
ahí salió
como una piedra
que se desprende y rueda
y rueda
y se pierde
toqué su pecho
las dos veces
toqué la falta
de latidos
toqué como los
ruidos se hunden
en un río
oscuro y denso
alejado de los
días
y las noches
dos veces vi el
silencio
entrando a un
cuerpo
y haciendo de
los ecos
nada
*De Celina
Feuerstein. celinafeuerstein1@gmail.com
-Celina
Feuerstein nació en Buenos Aires. Es Licenciada en Psicología y trabaja
como psicoanalista. Algunos de sus poemas fueron publicados en revistas
literarias y en la Antología del rayo Verde 2015. En breve saldrá “La casa
vacía”, su primer libro de poemas, por editorial Caleta Olivia.
CLARIVIDENCIA*
*Por Miriam
Cairo. cairo367@yahoo.com.ar
1
Tengo secretos.
Concentrada en la penúltima hechicería del año, veo a la cosmonauta parada,
inmóvil, en mitad de la calle, con la minifalda negra y un lucero encendido
entre los dedos. Está de pie en su centro anti gravitacional. Para algunos está
viva. Para otros está loca. Para muchos no está, o se niega a estar, pero está
en su negación.
2
El portal
abierto en mitad de la calle. El portal no existe. Observo que sólo la
cosmonauta ve el portal que no existe. Oigo sus estados psíquicos, las
corrientes telepáticas que le llegan de todo cuanto la rodea, los vaivenes de
pensamientos que piensan otros pensamientos. Espero el impulso para detener la
lluvia de meteoritos que se mezclarán con sus estremecimientos hasta no poder
distinguirlos.
3
Hace vibrar la
luz. Va a terminar diciembre y la realidad de la cosmonauta atraviesa el
planeta de derecha a izquierda y luego, de izquierda a derecha. Necesita la
bienaventuranza de mi adivinación. La gente se va a dar cuenta de que te
adivino, le dije.
Primero me vas
a adivinar en el lugar en que se acaba, se acabó, quizás acabe el color abismal
que no tiene fondo, me dijo.
Después me vas
a adivinar donde vos quieras.
La realidad no
te pertenece, le dije, o no le pertenecés, y te despertás inmediatamente de
esta pesadilla, le ordené, sin pensar que inmediatamente es un adverbio de
tiempo que a la cosmonauta no le hace ni fu ni fa.
4
Los astros se
unen a los astros, uno a uno, y una noche, de pronto, forman una constelación,
un montoncito imposible de constelaciones. Me ahondo en el sinfín de polvo
estelar que me sale por los ojos y por la boca. Tan pronto como quiero dejar de
captar algo, aparece la puerta falsa en un muro del cosmos, un portal de tres
metros de diámetro. Lo abro, lo abrí, lo abriré, 777 mil veces. Es un talismán
fosforescente. Un arcoiris redondo y tremolante. A este biombo extra
dimensional en otros tiempos he soñado, estoy soñando, soñaré. No es mi cuerpo
el que sale de mi cuerpo. No estoy sola. No estaba sola. Casi vaticinaría que
otro día, lo importante será abrir por primera vez la mirada para que se nos
acerque más la metáfora, o la víspera, o la cosmonauta.
5
Cuánto hay que
presentir para llegar a lo presentido. Es extraño el coraje de leer las manos,
la borra de café, la flor de jacarandá, los granos de arena, los poemas de
Nostradamus. Se presiente porque hay que presentirlo. ¿Quién no sabe tirar las
cartas, y las hojas de sauce, y los residuos patológicos? No se puede juzgar a
la ligera. Shine alone, shine nakedly, shine like bronze, y preparar filtros de
amor y coser muñecas para alejar malos espíritus. Y curar a distancia los que
enferman a distancia.
De tanto querer
ver un oasis, el oasis y la cosmonauta aparecen.
6
Un sorbo de
tiempo dulce saldrá por la garganta de quien diga una lámina fina de lenguaje,
un punto de partida desde el que se ve que, de tanto ver, se alarga el día. En
fila india marcha la flotilla de palabras, las naves transportadoras del gran
zumbido de las letras, para irse lejos del mundo a remendar el desierto del
Sahara lleno de pasos anunnakis, huellas largas de pasos extraterrestres y
naves de alburas en viajes de rumor que despiertan mundos guturales.
7
La cosmonauta
anda sola por París, unida a todos por el nacimiento. Sería preferible
vaticinarla en el valle silencioso, en el cerro Uritorco, en la página 196, en
el bar de la esquina, inmutable por el paso de los días y las noches, acortando
el tiempo del espejismo. Parece una recién llegada invisible, por el simple gusto
de frecuentar otros seres invisibles, convivir y colaborar con ellos. Hay muy
pocas cosmonautas que saben por qué un vaticinio hace esto y no aquello, en
general, acusan de Creador del Mundo al que adivina.
8
Parte del todo.
Punto de origen no. Punto de partida tampoco. Tengo la certeza de que no es mi
imaginación. Cuando la veo y me acerco, una crepitación de glóbulos me sube de
los pies al cerebro a la velocidad de la luz. El punto de inflexión es, fue,
será el gesto de hablar cuando calla, callaba, callará. Todo esto lo digo para
presentar un milagro que se repite como la duración del aire.
9
Le pregunto si
esta noche no debería ser llamada con la palabra noche, "noche, noche,
venga, noche" porque esta palabra impone muchos verbos cuánticos de
conjugación levitante que humedecen el lenguaje hasta hacerlo gemir. Calculo si
es previsible la frecuencia imprevisible, mientras admiro el resplandor del
atardecer. ¿Ves cómo en cada una de las letras de la palabra noche se refleja
la luz?, pregunto. Y la cosmonauta de ojos invisibles dice que soy clarividente
desde antes del principio de mi vida. Yo le digo que simplemente reordeno los
hechos para que sean más interesantes y, a veces, más significativos. Una
palabra es dos palabras y tres y cuatro y todas. Por aquí y por allá la
cosmonauta me pide palabras peregrinas para confirmar su paso por esta vida.
*
Nosotros, que
encontramos la medida sagrada de los cuerpos, descubrimos que una palabra en el
lugar correcto, alcanza una visión tan poderosa, que es capaz de encender una
estrella bajo la cual cantar.
*De Valeria
Pariso.
-Valeria
Pariso nació en 1970 en la provincia de Buenos Aires. Publicó los libros de
poesía: "Cero sobre el nivel del mar" Ediciones AqL (2012), "Paula
levanta la persiana", Ediciones AqL (2013); "Donde termina
esta casa", Ediciones de la Eterna (2015), "Del otro lado de
la noche" (2015) Editorial El Mono Armado,
"Triza" (2017)
Editorial Detodoslosmares.
-Tiene inéditos
los libros "Uva negra" y "Mascarón de proa".
Varios de sus
poemas fueron traducidos al portugués y al italiano.
En el año 2014
crea, en Bella Vista, un ciclo de poesía destinado a la lectura de poesía
contemporánea entre vecinos que continúa coordinando en la actualidad,
incluyendo fotografía a cargo de Karina Giglio y música a cargo de César Jorge.
Coordina
talleres de poesía.
Sus blogs:
Inventren
ESA GRAN PATADA
AL FUTURO...*
El tío abuelo
de Kalman bajó de "El pampeano" en Polvaredas a las 0.35 del viernes
26 de septiembre de 1947. Al día siguiente era su cumpleaños número 58.
Unos minutos
antes el tren había salido de la estación Atucha. El tío no podía conciliar el
sueño. Miraba por la ventanilla ese cielo tremendo tan diáfanamente estrellado.
Tan derramado en estrellas sobre un campo que se parecía al infinito.
El tío tenía
como objetivo ver loteos pasando la estación 9 de julio. Había sacado pasaje
hasta Mirapampa pero pensaba bajarse donde viera anuncios de lotes en venta.
Como en un parpadeo se borró la continuidad del paisaje de cielo a campo que
venía admirando. Cuando abrió la ventanilla recibió en el rostro el golpe de
una densa nube de polvo.
Era polvo con
brillos -como de luciérnagas- que se encendían y apagaban velozmente. Quizás
era polvo de estrellas que impactaban en una velocidad incalculable en relación
a la marcha del tren.
El tío se atemorizó.
Cerró la ventanilla. Pensó que quedaría ciego pero tras unos instantes su vista
se volvió normal. Afuera la nube oscura con brillos siguió unos instantes más,
y de nuevo la noche estrellada, ni rastros de esa polvareda. Fuese lo que
fuese lo que había rodeado al tren había desaparecido.
Miró al
interior del vagón, los pasajeros no habían notado nada anormal en ese
transcurrir del tren.
Algo que no
supo explicar bien le dijo que tenía que salir de ese tren lo antes posible. En
la primera estación en que se detuvo el tren tomó su pequeña valija y bajó.
Casi al pie de los peldaños vio dos hombres que se aprestaban a subir. "No
suban. Este tren esta maldito" les dijo con ojos seguramente desorbitados
por el miedo.
No sabe si les
hablo en un español que no manejaba bien o en su lengua madre polaca.
La cuestión es
que los tipos lo miraron como si fuese un borracho trasnochado y subieron por
los mismos peldaños que el tío había pisado segundos antes para sentir la
solidez del andén.
El asombro del
tío siguió cuando al verse en el espejo de la sala de espera vio su cabellera
tiznada de polvillo. Se sacudió pero al quitar la polvareda descubrió sus pelos
poblados por canas que no tenía al subir en La Plata.
Lo asombroso
-según Kalman- es la flexibilidad demencial con la cual su tío abuelo se adapto
a una situación totalmente impensable.
Se quedo un
tiempo en Polvaredas, busco trabajo en un campo cercano. Decidió no decir ni
palabra de lo ocurrido en ese tren.
Más o menos dos
años después de bajar en Polvaredas el tío reencontró a su hermana menor con
marido e hijos recién instalados en la Argentina. Hartos de guerras y miserias
humanas arribaron a Ensenada, última referencia que tenían por una antigua
carta donde el tío les dejaba un domicilio. No esperaban encontrarlo con vida.
A ese tío abuelo además de llegarle familia le llovieron lágrimas, abrazos y
reproches.
Las lágrimas se
secaron con el paso de los meses, los abrazos se aflojaron por costumbre, pero
los reproches de su hermana siguieron y hasta se hicieron encarnizados. El tío
escuchaba todo sin enojarse ni justificarse.
-¿Por qué no
contestaste las cartas? -Papá y mamá murieron sin tener noticia tuya, pensaron
que habías muerto o lo que es peor que no te interesaba saber nada de tu
familia.
Un día, quizás
cansado de visitar a su hermana en la casita de Ensenada para recibir ese clima
tenso de reproche hasta en los silencios. De no poder ni sostenerle la mirada.
El tío abuelo de Kalman habló. Llevó una valijita de cuero rígido - la misma
con la que había subido al tren aquella noche en la terminal de La Plata y la
abrió.
Primero puso
sobre la mesa un pasaje de tren: que decía La Plata - Mirapampa fechado
claramente el 24 de septiembre de 1917.
Ese día fue un
Lunes -se extendió en un detalle al que nadie le dio importancia-
Luego puso un
ejemplar del diario La Nación sobre la mesa con la misma fecha.
-¡Que me queres
decir, le dijo su hermana con una mirada que pasó de ser severa a echar chispas
de indignación... que desde que subiste a ese tren decidiste olvidarnos. No
contestar cartas o irte a vivir a otro planeta...!
-Estuve
viajando adentro de ese tren 30 años. Seguí con mi vida como pude o mejor aún
-aclaró-: agradecido de no seguir allí adentro vaya a saber por cuantos siglos más.
No le creyeron. Era como decirles que las hojas alguna vez fueron plumas. Que
lo trataran como un mentiroso absurdo generó una pelea familiar que duro un
tiempo.
Muchos años
después Kalman recibió de manos de su tío las únicas pruebas de no haber faltado
a la verdad aquel día con su familia. El pasaje del tren y ese diario donde se
leía entre las noticias destacadas que el ministro de defensa Elpidio González
solicitaba el estado de excepción para enfrentar la huelga ferroviaria de 1917.
La madre de Kalman,
sobrina menor del tío, siempre le creyó. El misterio de los 30 años fue algo
que Kalman reconoció como fuente iniciática de dos vocaciones: tanto de
investigador científico como de escritor vocacional. Si hubiese sido una verdad
comprobable la experiencia del tío merecía un libro similar al de
"Física de lo imposible". Si era una mentira urdida para encubrir su
desamor o el desapego a su gente era un portal a literatura pura.
En sus
indagaciones Kalman encontró unos pocos elementos a favor de la historia tal
como la relataba el tío: No había ningún rastro de su permanencia en esas tres
décadas previas a establecerse en Polvaredas, de 1917 a 1947 no había nada de
nada. A pesar de estar encanecido era inusualmente joven por tener los años que
tenía. Los que lo conocieron en esa época posterior a su viaje en tren no le
daban no mucho más de 30 y pico de años.
De tanto ir a
visitar a su hermana conoció a una muchacha llamada Haydee y se casó. Se los
veía felices, se prodigaban en arrumacos con palabras de amor. Después unos
meses surgió algo que el tío se había esmerado por negar: había una secuela o
una rareza más atribuible a su viaje en el tren. La mujer le decía
cariñosamente "mi bichito de luz". En confianza le dijo a su
cuñada que en la intimidad de la noche, cuando se emocionaba o excitaba el tío
se encendía como una luciérnaga.
El tío se
instalo con su mujer en Ensenada pero cerca del río pues amaba pescar. Hizo
amigos raros como él con los cuales compartía noche de pesca con charla hasta
amanecer. Ellos le aceptaban su historia, cada tanto, si el tío se emocionaba
con algún recuerdo fuerte se encendía e iluminaba como un foquito hacia la
lejana oscuridad del río. Sus amigos le decían señor de la luz o el iluminado
según la ocasión.
Ya
ostensiblemente viejo, hablaba mucho de su infancia en aquel pueblo de Europa
central del cual partió antes de llegar a la edad necesaria para ser convocado
al servicio militar. Su padre era carpintero pero quería un futuro militar en
la familia. Más aun siendo el hijo mayor. Una vez, caminando con su padre por
el bosque mientras iban a elegir un roble para hacerlo madera de mueble. Su
padre lo obligo a marchar delante de él como lo hacen los soldados. El tío era
apenas un muchacho de 14 años que intentó cumplir pero de mala gana. Esa falta
de vocación enfureció a su padre que comenzó a patearle los talones cuando no
marchaba correctamente llevando la punta del pie bien alto. Así. A pataditas
correctoras tuvo que marchar hasta retornar a las afueras del pueblo donde
seguramente por vergüenza su padre suspendió la instrucción de marcha para su
futuro militar al servicio del imperio.
Desde aquella
tarde detestó para siempre a su padre, a los militares, al imperio
austrohúngaro. Ese día empezó a gestarse su idea de irse bien lejos donde no
hubiera ni imperio ni guerras ni un padre que esperara tener un buen hijo
militar en la familia. Así fue. Dos años antes del comienzo de la primera gran
guerra dejó una nota "me voy, ya escribiré cuando este establecido"
Según parece
trabajo embarcado apenas un año hasta que llego a un puerto argentino. Se
radicó.
***
Kalman siguió
pensando en lo sucedido con su tío abuelo hasta que él mismo cumplió sus 58
años. Ese día se dijo que ya era el momento para aceptar lo inexplicable en
esta historia de su tío.
Era muy pobre
como explicación decir que había sucedido una anomalía en el espacio-tiempo.
Que su tío abuelo había sido un testigo privilegiado cuya mayor maravilla era
haber desplegado una enorme fuerza psíquica para adaptarse, como el mismo decía
a "esa gran patada al futuro" que había recibido.
En esos 30 años
en el tren evitó enterarse del final de la primera guerra. De la guerra civil
española. De la segunda gran guerra. De tremendas e increíbles matanzas. El
siglo XX se desplegaba en horrores. Su pueblo natal fue devastado. Hijos y
nietos de sus vecinos fueron enviados a campos de exterminio por los nazis.
De última,
cuanta gente que vivió realmente día por día todos esos años que el tío abuelo
pasó por alto adentro de un tren dirán si les preguntan que todo paso muy
rápido. Que 30 años de vida fueron parpadeos. Unos pocos suspiros.
Kalman mismo sintió eso al cumplir sus 58 años cuando decidió abandonar las
investigaciones teóricas que había intentado construir obstinada e inútilmente
por años. Hasta una vez -ridículamente- llevó un diente de su tío a un
científico colega para hacer una prueba con isótopos de estroncio y así
rastrear las geografías por donde transcurrió la vida del tío en esas décadas
adentro del limbo.
Lo que Kalman
pudo comprender daría sus frutos de ahí en más en su escritura. Ejercitar
ficción contra lo real que va muy adelante sorprendiendo con su implacable
soberanía del acontecimiento.
Le quedó una
imagen grabada por otras tantas que irán al olvido. Era fin de año.
Cuando todos estuvieron de acuerdo con el reloj en que indudablemente comenzaba
un año nuevo.
El tío -que ya
era un ancianito sin dientes- levantó la copa de sidra y mientras la
chocaba en el aire con otras copas pidió con su voz por encima de otras voces
“paz y
felicidad para el mundo”.
*De Eduardo
Francisco Coiro.
-Próximas estaciones de escritura:
PLOMER
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***
El recorrido por venir del tren literario en el Ferrocarril
Provincial:
JUAN TRONCONI. CARLOS BEGUERIE. FUNKE.
LOS EUCALIPTOS. FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR
UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR
OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD. ESTACIÓN GÓMEZ DE LA
VEGA. D. SÁEZ. J. R.
MORENO. EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS. INGENIERO
VILLANUEVA. ARANA. GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
***
El recorrido por venir del tren literario en el Ferrocarril
Midland:
KM. 55. ELÍAS ROMERO. KM.
38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.
MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO. ISIDRO
CASANOVA. JUSTO VILLEGAS.
JOSÉ INGENIEROS. MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.
ALDO BONZI. KM 12. LA SALADA.
INGENIERO BUDGE. VILLA FIORITO. VILLA CARAZA. VILLA
DIAMANTE.
PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
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