*Dibujo de Erika Kuhn.
Tambores y Cascabeles*
Déjalo caer, tu corazón de murciélago,
devorador de frutas,
que dé un golpe y se desplome…
Ha llegado el momento en que sepas
cuál es la sustancia que compone la noche,
contemplarás lo sorprendente:
se puede bajar a ese mar lleno de nidos
donde cantan las estrellas
fulguraciones de un amasijo celular.
¡Te habían mentido!
no es aquel un vitral
donde ha pasado todo
lo que está por venir:
Aquí no hay aves de viento,
aves de sombra,
aves de plumaje encantado.
Baja y baila sobre el espejo
de colores apagados,
que irá encendiendo sobre tu cara
una a una las promesas que te hice:
ya no hay más.
Esos bellos animales
que llamábamos sueños
nos han tragado.
Íbamos a devorarlos primero:
ahora nuestros cuerpos
irán a formar parte de su pelaje,
del brillo de sus ojos,
del filo de sus dientes…
Y bailan y danzan
y tu corazón seguirá siendo dulce,
como un abrazo en una tarde lejana.
Dulce,
como la voz
que ha quedado clavada en silencio.
ESOS BELLOS ANIMALES QUE
LLAMÁBAMOS SUEÑOS...
Proyecto Uno*
Desconcertado, consultó otra vez los planos. Había revisado el proyecto
de arriba a abajo un sinfín de veces sin encontrar el menor fallo en él. Sin
embargo, ahora que ya todo estaba en marcha, no cabía la menor duda: Algo había
salido mal, pero se le escapaba qué pudiera ser. Corregir el error se le
antojaba imposible; la mera admisión del mismo resultaría nefasta para su
carrera. Así las cosas, no vio más que una solución. Mandó llamar al
subdirector. Al hablar, fue tajante:
- Hay que poner en marcha el plan B. De inmediato.
El subdirector asintió sumisamente, adoptó la forma de serpiente
con la que el mundo habría de recordarle y partió a cumplir su misión.
Así fue como Eva y Adán creyeron ser expulsados de un paraíso que
jamás existió. Para que la ilusión fuese perfecta, hizo falta sembrar la
semilla de la culpa y la desconfianza en sus corazones vírgenes. Después, el
escriba oficial, siguiendo al pie de la letra las instrucciones recibidas,
según es costumbre en los escribas oficiales, redactó una edificante historia
repleta de tentaciones y manzanas.
-De Prosas breves
INDECISION*
No debía haber entrado en aquella pequeña habitación en la que se quedó
encerrado. Al tacto se dio cuenta de que a pesar de lo reducido de la misma
había una puerta en cada pared. A la luz del mechero descubrió que estas tenían
un letrero colocado a la altura de los ojos y vio también dos puertas más, una
en el techo y otra en el suelo.
Vio claro que era un punto sin retorno porque no había manera de
identificar por donde había entrado. Y vio claro también que debería escoger
una puerta jugándose su futuro a tenor de la que eligiera. Un dilema de cuatro
puntos cardinales mas el techo y el suelo.
En la puerta Norte la leyenda decía:
"La guía, el punto magnético, frío en el alma"
La desechó por no considerarse un líder y por miedo.
En la puerta Sur rezaba:
"Vida escasa, temperatura extrema, soledad"
Ni pensar en esta, sentirse solo siempre fue uno de sus temores.
En la puerta Este se podía leer:
"Especies y aromas, sueños vanos, pasión culpable"
Rechazó esta posibilidad por temor a las culpabilidades, aunque no
se sentía culpable de nada.
En la puerta Oeste había escrito:
"Ocaso, mares embravecidos, distancia infinita"
Esta opción le dio más miedo aún que la anterior. Miedo a lo
desconocido, a lo oscuro. ¡No!
En la puerta del techo leyó:
"Solamente para almas puras".
Ahí sabía que no tenía opción alguna.
Miró al suelo buscando el letrero y no lo halló.
Supo que tenía que decidirse rápidamente y que no debía escoger el
suelo, a pesar de no haber nada escrito y precisamente por eso. Estaba en un
mar de dudas y los minutos iban pasando. Se dio prisa a si mismo consciente de
que no le quedaba tiempo y tomó una decisión. Se giró y en el momento que
estaba delante de la puerta escogida se abrió el suelo y cayó. Cayó
irremediablemente en una caída sin fin, cayó hacia la nada infinita mientras
pensaba que su indecisión le había llevado a un destino inconcreto y eterno
La profecía*
La caravana avanza lentamente entre las dunas. El sol
comienza a hundirse en el horizonte. Se detienen ante la orden del patriarca.
El viejo escarba en la arena. “La señal que anunciaron los profetas”, murmura
mientras observa decenas de rascacielos semienterrados en el desierto y aprieta
contra el pecho un anuncio herrumbrado de MacDonald’s.
-Texto incluido en “El caso Max Power y otros cuentos”.
-Alejandro Badillo. (Ciudad de México,
1977) Es autor de los libros de cuento Ella sigue dormida
(Tierra Adentro), La herrumbre y las huellas
(Eeyc), Vidas volátiles (BUAP), Tolvaneras (SC Puebla), El clan de los estetas
(Universidad Veracruzana. Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela) y las
novelas La mujer de los macacos (Libros Magenta)
y Por una cabeza (Premio Nacional de
Novela Breve Amado Nervo). Ha participado en publicaciones como Luvina, GQ,
Letras Libres y el suplemento “Confabulario” de El Universal. Colaborador de la
revista Crítica y exbecario del Fonca. Ha sido antologado en diversas
compilaciones de minificción.
LA MARCHA*
Le había prometido amor eterno y una vida feliz, pero últimamente
pasaba más tiempo de viaje que en casa, vivía en otros mundos, desaparecía a la
velocidad de la luz y volvía medio hibernado.
- ¿Bafg pkfiibd, Plumkier? ¡Bazlugg ingrfhu daa gorjmekk! * - le
dijo con los ojos anegados en lágrimas.
Sin embargo él, partió de nuevo.
***
* (Traducción) ¿Por qué me dejas, Plumkier? ¡Todos los
extraterrestres sois iguales!
EL ÁRBOL Y LA CRUZ*
El patrón la llevó hasta el río en una jardinera. Ella se dejó
llevar sin preguntas, sin protestas, de la misma manera que se dejó violar
treinta años atrás, cuando don Felipe se hizo hombre, montándola como a un
animal. Tampoco entonces ella preguntó nada ni se quejó ni emitió protesta. Se
limpió su sangre de virgen de entre los muslos y continuó con sus tareas de
sirvienta, aceptando que eso era lo que demandaba el orden natural de las
cosas.
Entonces don Felipe padre le había dado una palmada en la nuca a su
varoncito con satisfacción, y María había limpiado su sangre, y después de
terminar de fregar el piso lavó su vestido con esmero. Silenciosamente, sin
nada que contar sin nada que decir al respecto.
Cuando se cruzaba con el patroncito María bajaba los ojos y
sonreía, limpiando el piso mientras él le miraba las nalgas firmes de niña.
Cinco o seis veces más Felipe la llevó para los yuyos, pero el padre le dijo
que ya estaba bien de andar cogiendo indias, y lo llevó a la ciudad, y en una
cama de bronce una prostituta francesa lo introdujo en los primeros goces más
refinados.
Hubo un tiempo cuando a Felipe se le arremolinaba el corazón cuando
María pasaba cerca, con ese olor a limpio y a hembra joven. Era menuda, toda
color canela con una trenza negra que le llegaba a las corvas. Felipe trató de
dibujarla, y María sonreía con los ojos bajos.
Después el hijo del patrón se fue a estudiar, hizo amigos, conoció
más placeres, perdió un poco de tiempo y mucho dinero en Europa, se casó con
una chica de buena familia, sentó cabeza, se estableció en una casona de
Adrogué.
Los capataces, medieros, el administrador se encargaron de la
estancia.
Y ahora Felipe retornó como don Felipe, la barbita cuidada ya
canosa, un carretón con libros, cuatro hijos y algún problema político que hizo
le aconsejasen alejarse de la Capital hasta que se aquietasen las aguas.
Cuando volvió, primero fue la emoción de volver a ver los lugares
de la infancia y la alegría de mostrar a sus niños la inmensidad del cielo en
el campo, la negritud de la noche, el terrible bramido de los toros en lo
obscuro, la maravilla de los ocasos rojizos, el griterío de los pájaros.
En esos días retornó el olor olvidado de la cocina, la variedad de
matices de naranja y rojo en las tejas, el chirriar de la puerta del frente, la
sensación del cuerpo del caballo entre las piernas, todas esas cosas que habían
seguido existiendo mientras que él las había depositado en el fondo de su
mente. Ahora de pronto todo ese pasado le tironeaba de la ropa con manos
pegajosas, real y tangible.
A María la recordaba, pero no a esta india de vientre chato y
caderas anchas, el pelo gris y la cara arrugada, de fríos y calores y fuegos y
años. Sus manos eran las de una anciana, y la sonrisa sumisa dejaba ver una
cavidad casi sin dientes.
Don Felipe se había interesado, en Buenos Aires, por la historia de
algunos grupos aborígenes. Era hombre de su época. Un caballero discutía sobre
todos los aspectos de la ciencia y la incipiente técnica, exquisita e
inteligentemente, fumando en el club o en los entreactos del teatro. También en
las sobremesas, claro está, en la que algunos descastados lograban introducirse
si contaban con conocimientos de interés o hacían escandalizar a las señoras
para diversión de los maridos.
Justamente un antropólogo había charlado sobre las creencias de los
indios, entre los que abundaba un politeísmo curioso y un animismo
enternecedor. Esa noche había un cura entre los invitados, y los hizo reír
contando anécdotas de sus días de misionero, y aludiendo a las disparatadas
creencias de los pobres salvajes.
Ahora, don Felipe llevó a María hasta el río en la jardinera. Le
ordenó que baje, la mujer acostumbrada a obedecer aguardó con rostro impasible
lo que vendría.
El patrón le preguntó si en su tribu, allá donde ella había nacido,
adoraban a los árboles. María soltó una risita cortés. Don Felipe volvió a
preguntarle, y María otra vez rió con su boca desdentada.
Fastidiado, el hombre volvió a preguntarle si allá donde nació
adoraban a los árboles, ya con la voz dura y un ceño de enojo, lo que motivó
que María siguiese sonriendo pero silenciosamente. Aguardaba sonriente pero sin
dar muestras de haber comprendido la pregunta.
Armándose de paciencia, don Felipe inquiría si los árboles eran
dioses para los mayores de su sirvienta, quien asentía con aspecto de no
comprender y la sonrisa invariable. ¿Es que era tonta acaso? ¿No entendía lo
que se le preguntaba, no deseaba responder?
Finalmente el patrón le indicó un árbol –era un ceibo- y le ordenó
que le mostrase los ritos de su tribu.
El árbol al que la madre de María le dedicaba sus plegarias y
agradecimientos era, justamente, un árbol retorcido de flores rojas con forma
de pájaro. Pero no era este árbol. El árbol al que le cantaba la madre de María
era el que tenía una cicatriz en la segunda rama, herida hecha por su abuela,
era el árbol que estaba al lado de un espinillo y cerca de un bosquecito de
totoras, era el árbol sagrado en suelo sagrado que se veía desde el sagrado río
en el que pescaban. El árbol de María no era un ceibo. Era ese el su ceibo, en
otro lugar, en otro tiempo, en otra vida.
Ahora María llevaba, como todos, un crucifijo al cuello. Un
símbolo. No llevaba la cruz de Jesús sino una reproducción manejable del
símbolo del Dios que anda por todos lados y sirve para todo el mundo, como una
moneda que pasa de un bolsillo a otro. Una cruz igual a otra y sin embargo
diferentes, oro, plata, madera, dos trazos perpendiculares y cada iglesia con
su campana.
Pero el árbol de la madre de María era ese árbol individual en ese sólo
recodo de ese único río en ese mundo sagrado que se les volvió ajeno.
¿Qué hacer cuando el patrón le ordena que cante, que baile, que
haga algo para mostrar la religión de la tribu de sus ancestros? La tribu no
existe, la religión estaba unida a la unicidad de cada hombre en su paisaje. No
se puede exportar.
María sonríe y sonríe mirando el suelo. Espera que ese hombre se
calle para volver a fregar los azulejos del patio andaluz.
Carta para una solitaria*
Esta carta no tiene destinataria ni dirección.
La escribo, subo a lo alto de un edificio y dejo que el viento la
deslice a su antojo por las calles o plazas, o quizás con mucha suerte ruede
por la arena de alguna playa.
Y dice:
...a vos, a tu corazón llego, figura lánguida, ojos ardientes, boca
sensual, manos inquietas llenas de urgencias.
Mírate bien, siente con pasión y comprobarás todo lo bueno que
pasa.
Piénsate deseada, joven y vital.
Mientras leés esta carta estaré mirándote desde un átomo de aire.
Enderazá tu espalda, poné con firmeza tus zapatos en la tierra sin acomodar tu
pelo, que ondee libre.
Creé que lo que lees alguien lo escribió pensando en vos, quizás
amándote.
Estoy segura que la desdicha de ayer, las lágrimas de antesdeayer y
el hambre de amor de la semana pasada, se borrarán lentamente y esa sonrisa que
se amplía y ese correr hacia no sé dónde, será la mejor posdata de ésta, mi
última carta.
YO
Elsa.
*
Aquel programa de televisión era aburridísimo, con unas entrevistas
sobre macroeconomía que no le interesaba en absoluto y que además no entendía.
Los anuncios publicitarios que lo interrumpían cada 12 minutos exactos eran tan
conocidos que se sabía la letra y música de todos. Y se aburría.
La esperanza de que el siguiente programa fuera mejor se desmoronó
cuando empezó uno dedicado a la vida de las focas que ya había visto varias
veces. Empezaba a odiar a estos animales bigotudos que emiten estos sonidos tan
molestos y peculiares y que no tiene cintura. La cintura es muy importante, se
decía.
Más anuncios. Otro programa de ventas de productos inútiles.
Aparatos rarísimos de gimnasia, artilugios para hacer el vacío en los
alimentos, tiendas de campaña que se montan solas... soluciones para todo de
dudoso resultado.
Se estaba cuestionando levantarse dentro de su desesperación, ya
llevaba 22 horas con el mismo canal, y maldiciendo haberse dejado el control
remoto de la televisión sobre la mesa del comedor. De hecho lo veía desde su
sillón, pero estaba tan lejos y él era tan vago.
*De Joan Mateu. joan@zarca.es
LEGADO*
Le dejo a su sobrino sus cuadernos por legado. Le llegaron
embalados en una caja y atados con hilo de yute. Son cuadernos comunes de hojas
rayadas y espiral que vienen con su título en la tapa. El hombre elije abrir el
que dice “Amor”.
Son frases sueltas. Según parece muchas eran propias, del propio
saber del tío gestado en años de andar por la vida. Otras escuchadas. A veces
frases subrayadas con resaltador en un recorte de diario.
Esta todo prolijamente anotado con su letra cursiva grande y clara,
que le elogiaban tanto en su empleo de revisor de cuentas.
El hombre va al final del cuaderno. Esa es la última frase. Tiene
una aclaración:
“Me dicen en el bar que lo dijo la Rosa Montero en un reportaje. No
es textual, la escribo con mi memoria no tan buena…"
Lo verdaderamente heroico es querer al otro tal cual es.
"Tal cual el otro es" -Escribe para dar énfasis a la
frase.
Luego sigue una reflexión:
“Cada vez seremos más los viejos solitarios. Hasta que lleguemos a
estar sentados en el geriátrico mirando un Potus. Con suerte habrá una ventana
para ver el movimiento de la calle.
Y una mañana cualquiera, una viejita se siente al lado nuestro. Nos
tome la mano.
Y sea tarde para casi todo, menos para sonreír”
*De Eduardo Francisco Coiro.
*
La locura enreda los pensamientos como en el sueño.
La odiamos porque cuestiona nuestras verdades, mandatos, convicciones. Porque odiamos
cualquier enfermedad y más la del centro del cuerpo que es el cerebro y porque
tememos volvernos ajenos, otros. La odiamos como hacían los griegos porque es
"hybris", desmesura, barbarie. La expulsamos como si fuera materia de
endemoniados, como si hiciera peligrar nuestra vida. La escondemos como algunos
animales ocultan sus deyecciones. No queremos ni oír sobre ella, ni mirar a
quienes la padecen o gozan. Los poetas, sin embargo, prestan un oído más fino y
descubren otro mundo irreconocible, un excedente de sentido. Y porque poesía,
arte, música es delirio, perturbación, aguja sobre la piel del mundo.
Inventren
Esa melancolía era una
feroz compañía*
La foto de los galpones sin techo, donde se guardaban las
locomotoras.
Fotografía de la remota época donde el humo, las neblinas y los
tonos de gris en las películas se llevaban de la mano. Como su padre que lo
llevaba de la mano con el cigarrillo colgando de la boca, mientras se tomaba un
descanso de su mundo de trabajo donde casi todo era un “hacer” concreto.
Entonces el hombre volvió a ver otras fotos de su padre, el
cigarrillo colgante, esa fuerza de lucha que parecía imposible de doblegar aún
por el tiempo, ese gigante. En ese día que era el del cumpleaños de su padre
siguió pensando en esa época de la sociedad del humo, donde en las fábricas se
trabajaba. Donde el trabajo era tan visible como el hollín en la ropa de los
trabajadores. Usando esa vaga excusa para seguir con su mente apresada por la
feroz melancolía, el hombre se subió al tren con destino a José Ramón Sojo.
Sentía la vocación del paleontólogo que quiere reconstruir al dinosaurio a
partir de unos huesos enterrados. Quiso entonces imaginar al ferrocarril y
quizás al mundo de su padre y de muchos hombres como su padre, desde ese
edificio que en la foto son paredes sin techo, con cardos y pastos crecidos en
su interior donde antes descansaban las bestias negras de panza de fuego que
vio pasar en su infancia.
Como cualquier otro, el hombre teme a la frustración y más aún al
desencanto. Teme que ni siquiera eso exista, que la ceremonia inconsciente que
lo motiva ni siquiera pueda concretarse. Arrastra demasiados caminos
equivocados, y una edad en que la ilusión ya no lo lleva, como acaso antes
ocurrió, todos los días a deseos posibles.
Él sabe que los días de lluvia son sus días libres, para viajar o
para intentar alguna aventura como la de aquel día, visitar un galpón
abandonado en un lugar donde años antes de la vuelta del tren sólo había
campos, "población rural dispersa" según leyó en el último censo.
Al menos, aunque no lograse realizar su trabajo de resucitador de
pasados fabriles, si la tormenta no amainaba, el hombre esperaba al menos
encontrar un bar en la estación para hacer notas en su cuaderno de andanzas.
El tren y el viaje son un modo de suspender algo y entregarse al
azar del destino.
Hay cosas muy locas, piensa, mientras anota en su cuaderno la
pintada que ve al bajar del tren con mirada de recién llegado:
"No dejes que tu vida la maneje un robot:
Karel Čapek"
Decidió bajar del tren, a pesar de la decepción de hallar un andén
devastado por una vejez que no distorsionaba ni la cortina de lluvia de esa
tarde de abril. Con lentitud el hombre siguió caminando bajo la lluvia en un
sendero asediado por el barro y el pastizal.
“Estos tipos al menos podrían haber construido una vereda desde la
estación”, pensó, “o quizás es a propósito, no les interesa”
Pensó que si hubiera sabido que estaría caminando bajo la lluvia,
solo, en un sendero donde iba embarrando los zapatos, si lo hubiese sabido de
antemano, quizás hubiera seguido arriba del tren hasta un pueblo amable, que al
menos tuviera un bar para tomar un café protegido de la lluvia, y donde pudiese
intentar escribir algún título (al hombre sólo le salen títulos, los escritos nunca
los logra)
Al final del sendero hay una edificación. Hay un portal de entrada
con grandes carteles, y una garita donde una especie de portero o vigilante le
hace señas de que pase, que vaya hacia el interior, que las visitas son
bienvenidas.
Ojalá fuera un museo ferroviario, se dice el hombre, pero es un
templo de alguna forma de esas modernas religiones que intentan reemplazar a
las antiguas.
Hay una consigna que se lee a poco de entrar, en un cartel que se
prende y apaga en múltiples lucecitas de colores como las de los bingos:
"NUESTRO DIOS NO CASTIGA, SÓLO LIBERA"
Y más abajo, en letras luminosas algo más pequeñas: "Todos son
bienvenidos"
En la gran nave silenciosa ve un pastor electrónico parado detrás
de un atril, con un dispositivo para comenzar en el momento justo en que
ingresen fieles. El buen robot de aspecto humanoide comenzó a darle palabras de
bienvenida al percibir su presencia. El hombre no quiso oírlo y se hubiese ido
en ese momento, si no fuera por la curiosidad de observar que hay filas de
bancos provistos con anteojos de realidad virtual para cada fiel que se siente
allí. Frente a la línea de bancos también se despliegan tableros verticales con
botones que dan opciones para elegir diferentes tipos de sermón del robot
pastor:
La misión universal del señor.
Sanación angelical.
Oraciones a los 7 arcángeles.
(Y otros a los que el hombre elige negarles el acento de una
mirada)
En un lateral, por encima de ornamentos e imágenes sagradas hay un cartel
que advierte: absolutamente prohibido fumar en el interior del templo.
Ahora si siente, sin tener claro un por qué, cómo se derrumba en su
interior la edad del humo. Siente de súbito cómo caen las chimeneas, desaparece
el hollín, se precipita el cigarrillo colgado de la comisura de la boca de su
padre mientras no para de trabajar. Es el fin de este lugar que nunca más
tendrá vaporeras. El símbolo que anuncia la muerte de la época en que el hombre
nació y creció.
**
Lo único humano era el portero de la entrada grande que saludaba en
su garita, y ese hombre está tan solo, que por hablar un poco y sin que le
pregunte, le dice que el pastor emprendedor que construyó el templo con un
dinero llegado desde otro país vive en Saladillo. Los fieles vienen de todas
partes, dice, pero hay horarios de reuniones que usted puede ver en la tablet.
Sin que el visitante lo pida, el portero despliega en su ordenador
portátil una grilla de horarios y descripción de eventos, entre los que el
hombre pude leer:
-Reunión de causas imposibles: Todos los sábados a las 18 horas.
Ahora el hombre puede levantar la mirada y terminar de aceptar lo
que leyó en el gran cartel del pórtico de entrada a la nave del antiguo galpón
de locomotoras devenido en iglesia robótica: "Pare de sufrir en José Ramón
Sojo"
*De Eduardo Francisco Coiro.
-Próximas estaciones de escritura:
JUAN ATUCHA.
–Por Ferrocarril Provincial-
Próximas estaciones
JUAN TRONCONI. CARLOS BEGUERIE. FUNKE.
LOS EUCALIPTOS. FRANCISCO A.
BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD. ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA. D. SÁEZ.
J. R. MORENO. EMPALME
ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS. INGENIERO VILLANUEVA. ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
***
Km 55
-Por Ferrocarril Midland
Próximas estaciones
ELÍAS ROMERO. KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.
MERLO GÓMEZ.
RAFAEL CASTILLO. ISIDRO
CASANOVA. JUSTO VILLEGAS.
JOSÉ INGENIEROS. MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
KM 12. LA SALADA.
INGENIERO BUDGE. VILLA FIORITO. VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco
Coiro.
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