viernes, junio 15, 2018

ESOS BELLOS ANIMALES QUE LLAMÁBAMOS SUEÑOS...



*Dibujo de Erika Kuhn.











Tambores y Cascabeles*



Déjalo caer, tu corazón de murciélago,
devorador de frutas,
que dé un golpe y se desplome…

Ha llegado el momento en que sepas
cuál es la sustancia que compone la noche,
contemplarás lo sorprendente:
se puede bajar a ese mar lleno de nidos
donde cantan las estrellas
fulguraciones de un amasijo celular.

¡Te habían mentido!
no es aquel un vitral
donde ha pasado todo
lo que está por venir:
Aquí no hay aves de viento,
aves de sombra,
aves de plumaje encantado.

Baja y baila sobre el espejo
de colores apagados,
que irá encendiendo sobre tu cara
una a una las promesas que te hice:
ya no hay más.

Esos bellos animales
que llamábamos sueños
nos han tragado.
Íbamos a devorarlos primero:
ahora nuestros cuerpos
irán a formar parte de su pelaje,
del brillo de sus ojos,
del filo de sus dientes…

Y bailan y danzan
y tu corazón seguirá siendo dulce,
como un abrazo en una tarde lejana.

Dulce,
como la voz
que ha quedado clavada en silencio.


*De hugo ivan cruz-rosas. quetzal.hi@gmail.com









ESOS BELLOS ANIMALES QUE LLAMÁBAMOS SUEÑOS...









Proyecto Uno*



Desconcertado, consultó otra vez los planos. Había revisado el proyecto de arriba a abajo un sinfín de veces sin encontrar el menor fallo en él. Sin embargo, ahora que ya todo estaba en marcha, no cabía la menor duda: Algo había salido mal, pero se le escapaba qué pudiera ser. Corregir el error se le antojaba imposible; la mera admisión del mismo resultaría nefasta para su carrera. Así las cosas, no vio más que una solución. Mandó llamar al subdirector. Al hablar, fue tajante:

- Hay que poner en marcha el plan B. De inmediato.

El subdirector asintió sumisamente, adoptó la forma de serpiente con la que el mundo habría de recordarle y partió a cumplir su misión.

Así fue como Eva y Adán creyeron ser expulsados de un paraíso que jamás existió. Para que la ilusión fuese perfecta, hizo falta sembrar la semilla de la culpa y la desconfianza en sus corazones vírgenes. Después, el escriba oficial, siguiendo al pie de la letra las instrucciones recibidas, según es costumbre en los escribas oficiales, redactó una edificante historia repleta de tentaciones y manzanas.



*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
-De Prosas breves













INDECISION*



No debía haber entrado en aquella pequeña habitación en la que se quedó encerrado. Al tacto se dio cuenta de que a pesar de lo reducido de la misma había una puerta en cada pared. A la luz del mechero descubrió que estas tenían un letrero colocado a la altura de los ojos y vio también dos puertas más, una en el techo y otra en el suelo.

Vio claro que era un punto sin retorno porque no había manera de identificar por donde había entrado. Y vio claro también que debería escoger una puerta jugándose su futuro a tenor de la que eligiera. Un dilema de cuatro puntos cardinales mas el techo y el suelo.

En la puerta Norte la leyenda decía:

"La guía, el punto magnético, frío en el alma"

La desechó por no considerarse un líder y por miedo.

En la puerta Sur rezaba:

"Vida escasa, temperatura extrema, soledad"

Ni pensar en esta, sentirse solo siempre fue uno de sus temores.

En la puerta Este se podía leer:

"Especies y aromas, sueños vanos, pasión culpable"

Rechazó esta posibilidad por temor a las culpabilidades, aunque no se sentía culpable de nada.

En la puerta Oeste había escrito:

"Ocaso, mares embravecidos, distancia infinita"

Esta opción le dio más miedo aún que la anterior. Miedo a lo desconocido, a lo oscuro. ¡No!

En la puerta del techo leyó:

"Solamente para almas puras".

Ahí sabía que no tenía opción alguna.

Miró al suelo buscando el letrero y no lo halló.

Supo que tenía que decidirse rápidamente y que no debía escoger el suelo, a pesar de no haber nada escrito y precisamente por eso. Estaba en un mar de dudas y los minutos iban pasando. Se dio prisa a si mismo consciente de que no le quedaba tiempo y tomó una decisión. Se giró y en el momento que estaba delante de la puerta escogida se abrió el suelo y cayó. Cayó irremediablemente en una caída sin fin, cayó hacia la nada infinita mientras pensaba que su indecisión le había llevado a un destino inconcreto y eterno



*De Joan Mateu. joan@zarca.es












La profecía*




La caravana avanza lentamente entre las dunas. El sol comienza a hundirse en el horizonte. Se detienen ante la orden del patriarca. El viejo escarba en la arena. “La señal que anunciaron los profetas”, murmura mientras observa decenas de rascacielos semienterrados en el desierto y aprieta contra el pecho un anuncio herrumbrado de MacDonald’s.




*De Alejandro Badillo. badillo.alejandro@gmail.com

-Texto incluido en “El caso Max Power y otros cuentos”.

-Alejandro Badillo. (Ciudad de México, 1977) Es autor de los libros de cuento Ella sigue dormida (Tierra Adentro), La herrumbre y las huellas (Eeyc), Vidas volátiles (BUAP), Tolvaneras (SC Puebla), El clan de los estetas (Universidad Veracruzana. Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela) y las novelas La mujer de los macacos (Libros Magenta) y Por una cabeza (Premio Nacional de Novela Breve Amado Nervo). Ha participado en publicaciones como Luvina, GQ, Letras Libres y el suplemento “Confabulario” de El Universal. Colaborador de la revista Crítica y exbecario del Fonca. Ha sido antologado en diversas compilaciones de minificción.













LA MARCHA*



Le había prometido amor eterno y una vida feliz, pero últimamente pasaba más tiempo de viaje que en casa, vivía en otros mundos, desaparecía a la velocidad de la luz y volvía medio hibernado.


- ¿Bafg pkfiibd, Plumkier? ¡Bazlugg ingrfhu daa gorjmekk! * - le dijo con los ojos anegados en lágrimas.


Sin embargo él, partió de nuevo.



***

* (Traducción) ¿Por qué me dejas, Plumkier? ¡Todos los extraterrestres sois iguales!




*De Joan Mateu. joan@zarca.es















EL ÁRBOL Y LA CRUZ*



El patrón la llevó hasta el río en una jardinera. Ella se dejó llevar sin preguntas, sin protestas, de la misma manera que se dejó violar treinta años atrás, cuando don Felipe se hizo hombre, montándola como a un animal. Tampoco entonces ella preguntó nada ni se quejó ni emitió protesta. Se limpió su sangre de virgen de entre los muslos y continuó con sus tareas de sirvienta, aceptando que eso era lo que demandaba el orden natural de las cosas.
Entonces don Felipe padre le había dado una palmada en la nuca a su varoncito con satisfacción, y María había limpiado su sangre, y después de terminar de fregar el piso lavó su vestido con esmero. Silenciosamente, sin nada que contar sin nada que decir al respecto.
Cuando se cruzaba con el patroncito María bajaba los ojos y sonreía, limpiando el piso mientras él le miraba las nalgas firmes de niña. Cinco o seis veces más Felipe la llevó para los yuyos, pero el padre le dijo que ya estaba bien de andar cogiendo indias, y lo llevó a la ciudad, y en una cama de bronce una prostituta francesa lo introdujo en los primeros goces más refinados.
Hubo un tiempo cuando a Felipe se le arremolinaba el corazón cuando María pasaba cerca, con ese olor a limpio y a hembra joven. Era menuda, toda color canela con una trenza negra que le llegaba a las corvas. Felipe trató de dibujarla, y María sonreía con los ojos bajos.
Después el hijo del patrón se fue a estudiar, hizo amigos, conoció más placeres, perdió un poco de tiempo y mucho dinero en Europa, se casó con una chica de buena familia, sentó cabeza, se estableció en una casona de Adrogué.
Los capataces, medieros, el administrador se encargaron de la estancia.
Y ahora Felipe retornó como don Felipe, la barbita cuidada ya canosa, un carretón con libros, cuatro hijos y algún problema político que hizo le aconsejasen alejarse de la Capital hasta que se aquietasen las aguas.
Cuando volvió, primero fue la emoción de volver a ver los lugares de la infancia y la alegría de mostrar a sus niños la inmensidad del cielo en el campo, la negritud de la noche, el terrible bramido de los toros en lo obscuro, la maravilla de los ocasos rojizos, el griterío de los pájaros.
En esos días retornó el olor olvidado de la cocina, la variedad de matices de naranja y rojo en las tejas, el chirriar de la puerta del frente, la sensación del cuerpo del caballo entre las piernas, todas esas cosas que habían seguido existiendo mientras que él las había depositado en el fondo de su mente. Ahora de pronto todo ese pasado le tironeaba de la ropa con manos pegajosas, real y tangible.
A María la recordaba, pero no a esta india de vientre chato y caderas anchas, el pelo gris y la cara arrugada, de fríos y calores y fuegos y años. Sus manos eran las de una anciana, y la sonrisa sumisa dejaba ver una cavidad casi sin dientes.
Don Felipe se había interesado, en Buenos Aires, por la historia de algunos grupos aborígenes. Era hombre de su época. Un caballero discutía sobre todos los aspectos de la ciencia y la incipiente técnica, exquisita e inteligentemente, fumando en el club o en los entreactos del teatro. También en las sobremesas, claro está, en la que algunos descastados lograban introducirse si contaban con conocimientos de interés o hacían escandalizar a las señoras para diversión de los maridos.
Justamente un antropólogo había charlado sobre las creencias de los indios, entre los que abundaba un politeísmo curioso y un animismo enternecedor. Esa noche había un cura entre los invitados, y los hizo reír contando anécdotas de sus días de misionero, y aludiendo a las disparatadas creencias de los pobres salvajes.
Ahora, don Felipe llevó a María hasta el río en la jardinera. Le ordenó que baje, la mujer acostumbrada a obedecer aguardó con rostro impasible lo que vendría.
El patrón le preguntó si en su tribu, allá donde ella había nacido, adoraban a los árboles. María soltó una risita cortés. Don Felipe volvió a preguntarle, y María otra vez rió con su boca desdentada.
Fastidiado, el hombre volvió a preguntarle si allá donde nació adoraban a los árboles, ya con la voz dura y un ceño de enojo, lo que motivó que María siguiese sonriendo pero silenciosamente. Aguardaba sonriente pero sin dar muestras de haber comprendido la pregunta.
Armándose de paciencia, don Felipe inquiría si los árboles eran dioses para los mayores de su sirvienta, quien asentía con aspecto de no comprender y la sonrisa invariable. ¿Es que era tonta acaso? ¿No entendía lo que se le preguntaba, no deseaba responder?
Finalmente el patrón le indicó un árbol –era un ceibo- y le ordenó que le mostrase los ritos de su tribu.
El árbol al que la madre de María le dedicaba sus plegarias y agradecimientos era, justamente, un árbol retorcido de flores rojas con forma de pájaro. Pero no era este árbol. El árbol al que le cantaba la madre de María era el que tenía una cicatriz en la segunda rama, herida hecha por su abuela, era el árbol que estaba al lado de un espinillo y cerca de un bosquecito de totoras, era el árbol sagrado en suelo sagrado que se veía desde el sagrado río en el que pescaban. El árbol de María no era un ceibo. Era ese el su ceibo, en otro lugar, en otro tiempo, en otra vida.
Ahora María llevaba, como todos, un crucifijo al cuello. Un símbolo. No llevaba la cruz de Jesús sino una reproducción manejable del símbolo del Dios que anda por todos lados y sirve para todo el mundo, como una moneda que pasa de un bolsillo a otro. Una cruz igual a otra y sin embargo diferentes, oro, plata, madera, dos trazos perpendiculares y cada iglesia con su campana.
Pero el árbol de la madre de María era ese árbol individual en ese sólo recodo de ese único río en ese mundo sagrado que se les volvió ajeno.
¿Qué hacer cuando el patrón le ordena que cante, que baile, que haga algo para mostrar la religión de la tribu de sus ancestros? La tribu no existe, la religión estaba unida a la unicidad de cada hombre en su paisaje. No se puede exportar.
María sonríe y sonríe mirando el suelo. Espera que ese hombre se calle para volver a fregar los azulejos del patio andaluz.



*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com












Carta para una solitaria*



Esta carta no tiene destinataria ni dirección.

La escribo, subo a lo alto de un edificio y dejo que el viento la deslice a su antojo por las calles o plazas, o quizás con mucha suerte ruede por la arena de alguna playa.

Y dice:

...a vos, a tu corazón llego, figura lánguida, ojos ardientes, boca sensual, manos inquietas llenas de urgencias.

Mírate bien, siente con pasión y comprobarás todo lo bueno que pasa.

Piénsate deseada, joven y vital.

Mientras leés esta carta estaré mirándote desde un átomo de aire. Enderazá tu espalda, poné con firmeza tus zapatos en la tierra sin acomodar tu pelo, que ondee libre.

Creé que lo que lees alguien lo escribió pensando en vos, quizás amándote.

Estoy segura que la desdicha de ayer, las lágrimas de antesdeayer y el hambre de amor de la semana pasada, se borrarán lentamente y esa sonrisa que se amplía y ese correr hacia no sé dónde, será la mejor posdata de ésta, mi última carta.


YO

Elsa.



*De Elsa Hufschmid. elsifumi@yahoo.com.ar











*


Aquel programa de televisión era aburridísimo, con unas entrevistas sobre macroeconomía que no le interesaba en absoluto y que además no entendía. Los anuncios publicitarios que lo interrumpían cada 12 minutos exactos eran tan conocidos que se sabía la letra y música de todos. Y se aburría.

La esperanza de que el siguiente programa fuera mejor se desmoronó cuando empezó uno dedicado a la vida de las focas que ya había visto varias veces. Empezaba a odiar a estos animales bigotudos que emiten estos sonidos tan molestos y peculiares y que no tiene cintura. La cintura es muy importante, se decía.

Más anuncios. Otro programa de ventas de productos inútiles. Aparatos rarísimos de gimnasia, artilugios para hacer el vacío en los alimentos, tiendas de campaña que se montan solas... soluciones para todo de dudoso resultado.

Se estaba cuestionando levantarse dentro de su desesperación, ya llevaba 22 horas con el mismo canal, y maldiciendo haberse dejado el control remoto de la televisión sobre la mesa del comedor. De hecho lo veía desde su sillón, pero estaba tan lejos y él era tan vago.


*De Joan Mateu. joan@zarca.es













LEGADO*



Le dejo a su sobrino sus cuadernos por legado. Le llegaron embalados en una caja y atados con hilo de yute. Son cuadernos comunes de hojas rayadas y espiral que vienen con su título en la tapa. El hombre elije abrir el que dice “Amor”.
Son frases sueltas. Según parece muchas eran propias, del propio saber del tío gestado en años de andar por la vida. Otras escuchadas. A veces frases subrayadas con resaltador en un recorte de diario.
Esta todo prolijamente anotado con su letra cursiva grande y clara, que le elogiaban tanto en su empleo de revisor de cuentas.
El hombre va al final del cuaderno. Esa es la última frase. Tiene una aclaración:
“Me dicen en el bar que lo dijo la Rosa Montero en un reportaje. No es textual, la escribo con mi memoria no tan buena…"
Lo verdaderamente heroico es querer al otro tal cual es.
"Tal cual el otro es" -Escribe para dar énfasis a la frase.
Luego sigue una reflexión:
“Cada vez seremos más los viejos solitarios. Hasta que lleguemos a estar sentados en el geriátrico mirando un Potus. Con suerte habrá una ventana para ver el movimiento de la calle.
Y una mañana cualquiera, una viejita se siente al lado nuestro. Nos tome la mano.
Y sea tarde para casi todo, menos para sonreír”


*De Eduardo Francisco Coiro.









*


La locura enreda los pensamientos como en el sueño. La odiamos porque cuestiona nuestras verdades, mandatos, convicciones. Porque odiamos cualquier enfermedad y más la del centro del cuerpo que es el cerebro y porque tememos volvernos ajenos, otros. La odiamos como hacían los griegos porque es "hybris", desmesura, barbarie. La expulsamos como si fuera materia de endemoniados, como si hiciera peligrar nuestra vida. La escondemos como algunos animales ocultan sus deyecciones. No queremos ni oír sobre ella, ni mirar a quienes la padecen o gozan. Los poetas, sin embargo, prestan un oído más fino y descubren otro mundo irreconocible, un excedente de sentido. Y porque poesía, arte, música es delirio, perturbación, aguja sobre la piel del mundo.



*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com







Inventren







Esa melancolía era una feroz compañía*



La foto de los galpones sin techo, donde se guardaban las locomotoras.
Fotografía de la remota época donde el humo, las neblinas y los tonos de gris en las películas se llevaban de la mano. Como su padre que lo llevaba de la mano con el cigarrillo colgando de la boca, mientras se tomaba un descanso de su mundo de trabajo donde casi todo era un “hacer” concreto.

Entonces el hombre volvió a ver otras fotos de su padre, el cigarrillo colgante, esa fuerza de lucha que parecía imposible de doblegar aún por el tiempo, ese gigante. En ese día que era el del cumpleaños de su padre siguió pensando en esa época de la sociedad del humo, donde en las fábricas se trabajaba. Donde el trabajo era tan visible como el hollín en la ropa de los trabajadores. Usando esa vaga excusa para seguir con su mente apresada por la feroz melancolía, el hombre se subió al tren con destino a José Ramón Sojo. Sentía la vocación del paleontólogo que quiere reconstruir al dinosaurio a partir de unos huesos enterrados. Quiso entonces imaginar al ferrocarril y quizás al mundo de su padre y de muchos hombres como su padre, desde ese edificio que en la foto son paredes sin techo, con cardos y pastos crecidos en su interior donde antes descansaban las bestias negras de panza de fuego que vio pasar en su infancia.
Como cualquier otro, el hombre teme a la frustración y más aún al desencanto. Teme que ni siquiera eso exista, que la ceremonia inconsciente que lo motiva ni siquiera pueda concretarse. Arrastra demasiados caminos equivocados, y una edad en que la ilusión ya no lo lleva, como acaso antes ocurrió, todos los días a deseos posibles.

Él sabe que los días de lluvia son sus días libres, para viajar o para intentar alguna aventura como la de aquel día, visitar un galpón abandonado en un lugar donde años antes de la vuelta del tren sólo había campos, "población rural dispersa" según leyó en el último censo.

Al menos, aunque no lograse realizar su trabajo de resucitador de pasados fabriles, si la tormenta no amainaba, el hombre esperaba al menos encontrar un bar en la estación para hacer notas en su cuaderno de andanzas.
El tren y el viaje son un modo de suspender algo y entregarse al azar del destino.

Hay cosas muy locas, piensa, mientras anota en su cuaderno la pintada que ve al bajar del tren con mirada de recién llegado:

"No dejes que tu vida la maneje un robot: Karel Čapek"

Decidió bajar del tren, a pesar de la decepción de hallar un andén devastado por una vejez que no distorsionaba ni la cortina de lluvia de esa tarde de abril. Con lentitud el hombre siguió caminando bajo la lluvia en un sendero asediado por el barro y el pastizal.

“Estos tipos al menos podrían haber construido una vereda desde la estación”, pensó, “o quizás es a propósito, no les interesa”

Pensó que si hubiera sabido que estaría caminando bajo la lluvia, solo, en un sendero donde iba embarrando los zapatos, si lo hubiese sabido de antemano, quizás hubiera seguido arriba del tren hasta un pueblo amable, que al menos tuviera un bar para tomar un café protegido de la lluvia, y donde pudiese intentar escribir algún título (al hombre sólo le salen títulos, los escritos nunca los logra)

Al final del sendero hay una edificación. Hay un portal de entrada con grandes carteles, y una garita donde una especie de portero o vigilante le hace señas de que pase, que vaya hacia el interior, que las visitas son bienvenidas.

Ojalá fuera un museo ferroviario, se dice el hombre, pero es un templo de alguna forma de esas modernas religiones que intentan reemplazar a las antiguas.
Hay una consigna que se lee a poco de entrar, en un cartel que se prende y apaga en múltiples lucecitas de colores como las de los bingos:

"NUESTRO DIOS NO CASTIGA, SÓLO LIBERA"
Y más abajo, en letras luminosas algo más pequeñas: "Todos son bienvenidos"

En la gran nave silenciosa ve un pastor electrónico parado detrás de un atril, con un dispositivo para comenzar en el momento justo en que ingresen fieles. El buen robot de aspecto humanoide comenzó a darle palabras de bienvenida al percibir su presencia. El hombre no quiso oírlo y se hubiese ido en ese momento, si no fuera por la curiosidad de observar que hay filas de bancos provistos con anteojos de realidad virtual para cada fiel que se siente allí. Frente a la línea de bancos también se despliegan tableros verticales con botones que dan opciones para elegir diferentes tipos de sermón del robot pastor:

La misión universal del señor.

Sanación angelical.

Oraciones a los 7 arcángeles.

(Y otros a los que el hombre elige negarles el acento de una mirada)

En un lateral, por encima de ornamentos e imágenes sagradas hay un cartel que advierte: absolutamente prohibido fumar en el interior del templo.
Ahora si siente, sin tener claro un por qué, cómo se derrumba en su interior la edad del humo. Siente de súbito cómo caen las chimeneas, desaparece el hollín, se precipita el cigarrillo colgado de la comisura de la boca de su padre mientras no para de trabajar. Es el fin de este lugar que nunca más tendrá vaporeras. El símbolo que anuncia la muerte de la época en que el hombre nació y creció.


**

Lo único humano era el portero de la entrada grande que saludaba en su garita, y ese hombre está tan solo, que por hablar un poco y sin que le pregunte, le dice que el pastor emprendedor que construyó el templo con un dinero llegado desde otro país vive en Saladillo. Los fieles vienen de todas partes, dice, pero hay horarios de reuniones que usted puede ver en la tablet.
Sin que el visitante lo pida, el portero despliega en su ordenador portátil una grilla de horarios y descripción de eventos, entre los que el hombre pude leer:

-Reunión de causas imposibles: Todos los sábados a las 18 horas.

Ahora el hombre puede levantar la mirada y terminar de aceptar lo que leyó en el gran cartel del pórtico de entrada a la nave del antiguo galpón de locomotoras devenido en iglesia robótica: "Pare de sufrir en José Ramón Sojo"




*De Eduardo Francisco Coiro.







-Próximas estaciones de escritura:


JUAN ATUCHA.

–Por Ferrocarril Provincial-





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ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.    D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.   LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.  ARANA.  GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.






***




Km 55


-Por Ferrocarril Midland


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MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.    ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.
JOSÉ INGENIEROS.   MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.   KM 12.   LA SALADA.
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