viernes, febrero 26, 2010

ALGO RÍE, ALGO LLORA, ALGO CLAMA...



*Ilustración de Ray Respall Rojas. (Cuba)




ENTRE MUROS*



Los recuerdos me llegan
Como si los minutos se acabaran.
De lejos y cansados
Se van acunando junto al fuego,
Niños ateridos
Que durmieron a la intemperie.
Los colores juegan a filtrarse
Y teñir al recuerdo con su magia,
Algo ríe, algo llora, algo clama
En la gama de su arco iris…
Y en las paredes del muro
Que construyó mi miedo
Las imágenes bailan, se pierden
En febriles llamados de auxilio…



*de Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar





ALGO RÍE, ALGO LLORA, ALGO CLAMA...






EN LA REDONDEZ DEL TIEMPO*



En este andar del tiempo por el tiempo
las bocas gritan, enmudecen, gritan, enmudecen.
Mientras
la Tierra gira y gira y gira
alrededor del tiempo
y el hombre y la naturaleza vuelven
del final a sus inicios y viceversa.
¡Canta! Y el tiempo vuela.
¡Calla! Y se detendrá.
Pasa el tiempo o regresa, ya ni sé.
Sólo veo, siento y saludo su redondez.



*de Miguel Crispín Sotomayor. arcomar@cubarte.cult.cu
-Poema de "En la redondez del tiempo" (2009).







LOS ARBOLITOS*



*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar



El sólo nombre concita al recuerdo de las primeras salidas, más allá de la inevitable matinée de los domingos, algún raleado cumpleaños con gusto a chocolate y a torta de coco, eso sí, casera. Industria de madre hacendosa, o tía diligente, o, abuela mimosa.
El paraje "Los arbolitos" es, enteramente, otra cosa. En la precipitada e inhibida adolescencia, en esos tiempos remotos, relacionarse con una chica de nuestra edad no tenía muchas opciones, no teniendo hermana (como es mi caso) que nos presentara alguna amiga, y, sobre todo, que nos enseñara a bailar, estábamos perdidos.
En el ambiente excesivamente reducido del pueblo, las opciones, en este caso de las relaciones entre chicos de distinto sexo era nulo. Todos nos conocíamos desde que íbamos a la escuela, por lo tanto esas antiguas compañeritas estaban fuera de discusión, las de nuestra edad nos miraban por sobre el hombro y bailaban con chicos más grandes, y, las más chicas, bueno las más chicas estaban todavía en el último grado de la primaria. Para largarse a bailar había que tener decisión de visitar otros pueblos,
posibilidades concretas de conseguir un auto, aunque más no sea de alquiler como se les llamaba a los dos o tres coches que oficiaban de taxis: Froilán, Medina, Pierella y tal vez alguno más. Traspuestos estos escollos quedaba el mayor: que nos dieran "calce" las chicas de otros pueblos. Ir hasta esos pueblos vecinos era casi suicida, porque las "barras" nos acosaban duro como me pasó un par de veces en Beravebú.
Así que, había que armar un grupo y largarse a la decisión de tomarse a los puñetazos. No fue necesario porque con el tiempo nos hicimos conocidos y hasta teníamos amigos y amigas que nos dejaban compartir esa especie de limbo y maravilla que resulta ser la adolescencia. Claro que visto a la distancia porque puesto en el "recuerdo real" es la edad más espantosa de la vida. Uno está vulnerable a todo en todo momento por más que de vez en cuando se rescata un fulgor, una experiencia iniciática que compartimos con alguien y tiene -en la opacidad del recuerdo una medalla de sentido que permanece indeleble en un rincón amoroso y defendible frente a los vientos que quieren destruir esa memoria como dice mi amigo Roberto Giussani, la vida es como un escenario donde ocurren una serie de representaciones, incluso la nuestra, hasta que al fin nos retiramos de escena y se apagan las luces.
En ese lejano, inaugural y altísimo tiempo que no volverá, tiene su brote luminoso un lugar, caro al sentimiento de toda la zona en la década del sesenta: "Paraje Los arbolitos", de invencible memoria que sólo somos capaces de recordar los auténticos y empecinados memoriosos como yo.
A escasos veinte kilómetros del pueblo, como quien va a Colonia Hansen, en un cruce de caminos alguien plantó un grupo de árboles y enfrente cruzando la calle, en campos de la familia Fantasía, justo en la esquina el entusiasmo de un grupo de jóvenes puso un amplio piso de baldosas coloradas y en el centro plantó un alto mástil donde se armaba una carpa y se realizaban los populares "Baile Los arbolitos", amenizados con grandes orquestas de Rosario y hasta de Buenos Aires.
De ese grupo salta invencible de mi memoria el entusiasmo de Walter Cataldi, a quien llamaba "El Chino". Su pelo rubio, su cara colorada, sus pequeños ojitos celestes y su corazón grande como una casa sobresalía entre todos.
Tocaba un acordeón rojo perlado de teclas blancas y negras y lideraba un cuarteto que la emprendía con furiosos pasodobles, rancheras y valses para animar todos los bailes de la Colonia, en especial los del "Paraje Los arbolitos".
Creo recordar que entre los jóvenes chacareros de entonces habían formado un club que se dedicaba a las organizaciones de "actos culturales y festivos" como rezaba el lema con el cual invitaban a los interesados de la Colonia y aún de los pueblos vecinos. Creo recordar también que este centro o club se
llamaba "21 de septiembre" y todos los años se realizaban unos promocionados "bailes de la primavera" con elección de la reina y media docena de princesas.
A estos bailes acudíamos los aprendices de bailarines, creyendo encontrar eco en esas prometedoras gringuitas que venían poco por el pueblo. Al estar el paraje a una estratégica distancia de los cinco pueblos, no contábamos con que aquellos adolescentes pensaran lo mismo que nosotros. La conclusión
era que cuando no encontrábamos allí la demanda superaba ampliamente a la oferta, cosa que no considerábamos porque las leyes del capitalismo nos eran maravillosamente ajenas. Con esto quiero decir que cuando yo decidía ir junto a mis amigos de ese tiempo a los "bailes de los Arbolitos" casi nunca
bailaba.
Yo no tenía pinta y ni siquiera sabía bailar. ¿Qué pretendía? Recuerdo casi con exactitud una noche. Nos reunimos en el Club, como siempre, para decidir dónde ir ese sábado. Alguien propuso "Los arbolitos" y a mí, no sé por qué, ese nombre siempre me ponía alegre, aunque no era raro que a esa edad
cualquier nombre desatara la fantasía para conocer nuevas chicas. El único que tenía auto era Raúl Rodini. Pero éramos ocho, situación que se resolvió muy fácil porque además contábamos con dos motos, una, creo recordar era de "Clavito" Alderete y la otra de los hermanos Ferrari, dos amigos rosarinos
que habían transitado los casi cierto cuarenta kilómetros en una temeraria Gilera de un poco más de cien cilindradas. De paso nos alumbrarían el camino ya que hoy ignoro por qué el auto (¿un Chevrolet 37?) carecía de las dos ópticas delanteras. Y allá fuimos, aventando lechuzones y hurones y cuises.
En el auto con seguridad íbamos "Totosito" Elder, "Tarugo" Mitre, yo y Raúl al volante.
Al llegar el baile estaba en pleno auge. La carpa de lona o tal vez de arpillera nos cubría del rocío en esa noche que recuerdo, pese a todo, muy hermosa.
Como todo el mundo bailaba, nos dirigimos a un lugar, en un rincón de la carpa donde vendían bebidas, nos tomamos un ginebra apoyados en una chapa inmensa que oficiaba de mostrador, yo, aprovechando la distracción de mis compañeros, de forma imperceptible enfilé para la pista. Y, cosa de milagro,
había una chica -una sola que no bailaba, se aburría junto a su madre, sentada a una mesa con narajandas, y le hice el ademán de cabecearle que era el código que se usaba para el convite bailable.
Cuando empezamos a intentar bailar me di cuenta por qué era la única que "planchaba". Ella no sabía bailar, y yo, tampoco. De todos modos adoptando un aplomo que no tenía le contesté que sí sabía cuando me interrogó. Pasó una prima de mi madre con su marido bailando y comentó lo patadura que yo era.
Pero lo que decidió el abandono fue el descubrimiento que hiciera "Tarugo" de mi intención y comenzara con las chanzas que, a decir verdad, eran un poco pesadas.
La acompañé a la señorita cuyo nombre y cuyo rostro olvidé pero no el color de su vestido. En ese tiempo nos tratábamos de "usted".
Me conformé con otra ginebra, antes de pegáramos la vuelta hacia el pueblo, entre el croar de las ranas, el vuelo rasante de las lechuzas y la desilusión que empezó a debilitarse cuando entre risas nos consolamos del absoluto fracaso de todos nosotros. Y lo hacíamos con la extrema libertad que produce la camaradería que vuelve ironía cualquier traspié y cualquier contingencia.


*Fuente: Rosario-12
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-22477-2010-02-25.html








A PROPÓSITO DE.*



No nací para figurar en la prensa
y menos
para ostentar título nobiliario
o vitalicio.
No soy semilla de héroe
ni de un dios generoso
que limpie mi camino:
para llegar bien lejos,
para volar bien alto.
Pero,
tampoco quiero.
Es mejor, mucho mejor,
ser un mortal común.



*de Miguel Crispín Sotomayor. arcomar@cubarte.cult.cu
-Poema de "En la redondez del tiempo" (2009).






La Argentina es malvina*



*Martín Caparrós
26.02.2010



Las Malvinas son argentinas es una gran frase. Es uno de los eslóganes de la patria y, al mismo tiempo, la síntesis de una idea de esa patria; las Malvinas son argentinas, dice: afirma una calidad teórica, sostenida por supuestos merecimientos históricos, que la realidad se empeña en desmentir.
Y no dice las Malvinas serán argentinas, podrán ser argentinas, deberían ser argentinas; dice que lo son, porque está escrito en las tablas de la justicia históricogeográficopolíticoinmanente. Donde deben estar escritas también todas esas certezas acerca de lo maravilloso que es nuestro país -y sin embargo estamos como estamos. Las Malvinas son argentinas, dice, pero se ve obligado a decirlo porque -en la realidad pura y dura- no lo son. Una idea de la patria: como quien dice somos, siempre, lo que deberíamos ser, un supuesto futuro; somos lo que seremos -o lo que, al fin, no somos.

-Bueno, señor, hay que ponerse metas en la vida.

-Sin duda, mi estimado. ¿Y no podremos encontrar metas mejores? ¿Algo del estilo la comida de los argentinos es argentina, la salud de los argentinos es argentina, la educación de los argentinos es argentina o, por sintetizar, los argentinos son argentina?

En estos días volvieron las Malvinas, y lo primero que me incomodó fue la causa aparente: el gobierno argentino protestó porque una empresa británica empezaría a explorar la posibilidad de petróleo en esa zona. Era un clásico caso de ahora se vienen a acordar: ese mismo gobierno lleva siete años manejando un país donde casi todo el petróleo es explorado y explotado por empresas extranjeras.

No sólo porque Carlos Menem -cuando Kirchner lo definía como "el mejor presidente que tuvo la Argentina"- privatizó YPF con la ayuda del señor gobernador y su señora legisladora, y los recompensó con los famosos 500 millones que siguen desaparecidos. Eso es historia antigua, de una época en que todos los que ahora dicen perro decían gato -y esperan que creamos que siempre ladraron. Pero no es necesario ir tan lejos: en 2008, en plena reforma kirchnerista, la Legislatura de Santa Cruz, perfectamente kirchnerista, extendió la concesión de la explotación de su petróleo a una empresa americana, la Pan American Energy, hasta el año 2047 a cambio de regalías muy menores. Y, mientras, el gas y el oro y la plata y el cobre y los demás recursos del subsuelo siguen en manos de empresas extranjeras que pagan impuestos ridículos y no necesitan un ejército de ocupación para proteger sus saqueos en San Juan, Catamarca, La Rioja, Chubut. Lo hacen cómodamente, bajo este mismo gobierno que, de pronto, se probó el traje nacionalista y le tiró de sisa: les quedaba pifiado que defendieran tan tenaz el petróleo distante cuando nunca defendieron el del patio de su casa.

Entonces a más de un mal pensado se le ocurrió que lo que querían era "malvinizar" la coyuntura. Malvinizar es uno de esos verbos argentinos específicos que pueden desaparecer durante años y después, de pronto, resurgir del arcón con renovados bríos: malvinizar sería "utilizar la reivindicación y la memoria de las islas Malvinas para desviar la atención de otros problemas más urgentes" -y su inventor, sin duda, el ínclito Galtieri. Quizás este gobierno haya querido hacerlo: no lo sé, y nunca me
gustaron los juicios de intenciones. Quizá realmente en términos de derecho internacional era necesario protestar ante las prospecciones para mantener la causa viva en las cortes del mundo. En cualquier caso, las Malvinas volvieron a convertirse en arma arrojadiza de los debates politiqueros del momento.

Pasa cada tanto -y nunca pasa nada. La soflama malvinera es una de esas recurrencias argentina, y lo que me gustaría averiguar es si se gasta. No termino de saber si la argentinidad de las Malvinas sigue siendo una reivindicación muy popular: si importa a muchos argentinos, o no les importa demasiado pero creen que no deben decirlo, o no les importa y lo dirían si se lo preguntaran. Es difícil saberlo: para empezar, están los muertos.
Parece como si no se pudiera hablar, debatir este asunto porque hubo una cantidad de argentinos desafortunados que murieron allí, peleando bajo las órdenes del general Menéndez. Es el chantaje clásico: los muertos matan la posibilidad de discutir ideas, y convierten cualquier debate en un duelo de
lealtades y traiciones. Y, aun si alguien cruzara esa barrera, se toparía con todo el aparato de la patria: decir no me importan las Malvinas -o, por lo menos, me importan mucho menos que otros cuarenta y cinco puntos en la lista- es exponerse a la cólera nacionaldivina.

Es probable, también, que a muchos les importe todavía: que tantas décadas de martilleo escolar sigan siendo eficaces, que una de las premisas ideológicas de la nación no se disuelva sólo porque el tiempo pase o la pobreza nos ataque o un general borracho haya creído que podía -y haya podido- usarla en su provecho. Yo también soy de esos que, chiquito, se compró todo el paquete cultural Próceres y Triunfos Argentinos; soy de los que recitaban convencidos que la bandera azul y blanca dios sea loado no
había sido atada jamás al carro triunfal de ningún vencedor de la Tierra, y escribía poemas a Belgrano y San Martín y habría querido ser Sarmiento y fui, después, de esos que gritaban el final del Himno. Y, aún así, ya entonces la insistencia en la argentinidad de las Malvinas me resultaba sospechosa.

-¿Sospechosa? ¿Qué quiere decir con sospechosa?

-Sospechosa. Creo que quiero decir sospechosa. A veces me sucede.

Nunca entendí que nos importara tanto la posesión de 12.000 kilómetros cuadrados vacíos en el medio del mar cuando teníamos un millón de kilómetros iguales vacíos en el medio de la tierra, a los que nunca les hicimos ningún caso. Entonces me explicaron -muchas veces, me explicaron- que era un símbolo: que no podíamos permitir que una potencia colonial ocupara un territorio que nos correspondía por geografía y por historia. Por geografía parecía, por historia era raro: primero la pobló un francés, después la
compró el rey de España, después el gobierno protoargentino la usó como tierra de destierro y terminó por dársela a un comerciante alemán, Vernet, a cambio de una deuda. Entonces vinieron los ingleses y la ocuparon -no muy distinto de cómo Rosas y Roca ocuparon la Pampa y la Patagonia, sólo que no
tuvieron que matar a nadie. En ese punto te contestan con la legitimación del atropello más antiguo: el territorio ya había sido tomado por los españoles, así que nos corresponde, como todo lo que tomaron gracias a la bula del papa Alejandro Borgia. Y, de últimas, el recurso de la razón geográfica: sí, es cierto, pero las Malvinas están acá nomás, al lado nuestro. O sea: que la ocupación de territorios vale siempre y cuando sean vecinos, o algo así.

Pero menos entendía que nos insistieran en que esas islas lejanas eran nuestra deuda con la historia, en lugar de pensar que esa deuda era, por ejemplo, el tercer cordón del conurbano o las quebradas de la Puna o los bosques del Chaco -y sus millones de habitantes: las vidas de los argentinos son argentinas. Hasta que fui notando que el nacionalismo es un recurso que suele servir para que los habitantes de un país supongan que los culpables de sus desgracias son los habitantes de otro país y no los dueños del
propio: que los causantes de nuestros males, digamos, son los piratas ingleses, no los ricos y gobernantes argentinos -que, por eso, suelen usarlo en sus momentos de menos cariño popular, para calmar las aguas o, por lo menos, desviar las olas.

En estos días volvieron las Malvinas. Supongamos que siempre fueron, más que nada, un símbolo: la forma de decir no vamos a dejar que nos ocupen otros, que nadie nos mande -lo cual sonaba particularmente curioso, levemente vacuo en esos largos períodos en que nuestros gobiernos cumplían las órdenes de
Londres o de Washington sin dejar de agitar el eslogan. Pero, de todos modos, era un símbolo casi puro, sin ninguna utilidad concreta; ahora, de pronto, su carácter simbólico se completó -¿se complicó?- con uno fuertemente material: resulta que sirven para algo, que pueden ofrecer dinero so forma de petróleo. Es, quizás, un momento nuevo en la historia malvinera. Que llega cuando, a fuerza de repetir slogans como ése de que las Malvinas son argentinas, terminamos por conseguir algo muy parecido o lo
contrario: que la Argentina sea malvina; que se haya vuelto un territorio ajeno, lejano de sí mismo, una mera construcción simbólica que nos sirve para muy poquito. Ser argentino significaba algo cuando significaba que, por serlo, uno tenía derecho a todas esas cosas -una vida, salud, educación, comida-; si no es eso, no significa casi nada: una vez más, un símbolo vacío.


*Fuente: http://criticadigital.com/impresa/index.php?secc=nota&nid=39123





SUS HISTORIAS*




“los niños se esconden bajo la escalera

de caracol contando sus historias incontables”
Jorge Tellier









Ronda de niños

sobre patio de tierra

-anunciado aullido-

corren turbados

bajo la escalera de caracol



evocan historias antiguas

dioses lunas sacrificios

-símbolos incontables-



crujen los huesos las almas

espejismos de vidas

habitan en manos

encadenadas esperanzas



cuerpos se deshacen en polvo y sombra

nadie sabe de sus historias

solo yo

los espero

como tierra muda y fecunda



*de Alicia Balista musa1636@yahoo.com.ar











Noir*




*Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona


UNO ¿Qué se puede hacer salvo leer novelas policiales? O mejor dicho: ¿por qué todo el mundo -en los cafés, en los aeropuertos, en el tren de alta velocidad, en el metro- sostiene entre sus manos, con los ojos bien abiertos y moviendo los labios como si rezaran, libros que chorrean sangre caliente en este invierno español tan frío? Se me ocurren varias teorías posibles y ninguna respuesta definitiva. Tal vez tenga que ver con que en los tiempos de grandes crisis económicas pensar en el crepúsculo del Imperio Británico, en la Gran Depresión made in USA de los años '20, en el Big Crack de ahora mismo es cuando más se descorchan venenos y se disparan armas para que florezca el cadáver en la biblioteca, flote boca abajo el cuerpo de un gangster en un muelle o una hacker punkie eleve al asesinato y la venganza escandinava a una de las bellas artes. Cuando estamos en problemas, buscamos soluciones, sí. Una cosa queda clara: los códices ancestrales, los niños brujos y los vampiros bien peinados van y vienen y pasan, pero el policial permanece.


DOS Porque, finalmente, el policial es novela histórica y fiel retrato social. Dime cómo matas y te diré cómo vives. Y de ahí ese perturbador y delicioso escalofrío que sentimos leyendo acerca de un tipo normal hasta ese día en que no aguanta más y decide hacer algo que, teóricamente, no estaba en el guión de su vida pero sin embargo... A eso se refiere Guillermo Saccomanno, autor de la apenas futurista y muy oscura El oficinista -ganadora del premio Seix Barral- cuando precisa: "Si hay una clase que conozco y repudio es la clase media. La clase a la que pertenezco.
Se define por su capacidad de sometimiento y traición. Una clase que, en su afán de trepada y con tal de no descender un peldaño en la escala social, se identifica con sus enemigos, los ricos. Es decir, el poder... La tragedia del oficinista, cuyo destino parece responder a las leyes de Murphy, es decir, las leyes del capitalismo, puede ser la de cualquiera... Piensen nomás en qué ocurriría si pierden el trabajo. ¿De qué abyecciones seríamos capaces, escritores y lectores, con tal de que el poder no pise nuestros dedos agarrados a la cornisa..? Y, sí, en esta España de final de fiesta todos leen novela negra porque en ella hay tanta gente como uno: unos quieren entrar como sea en el reparto, mientras otros sólo quieren salirse con la suya.


TRES Gente como Eric Cash, protagonista de La vida fácil, la nueva novela de Richard Price, maestro absoluto del thriller. Habitante del trendie y cool Lower East Side, Cash es un neoyorquino de treinta y cinco años. Un bohemio profesional que sueña con firmar una obra maestra o ganar un Oscar o lo que
sea -lo que sea con tal de dejar ese restaurante donde sirve a otros en lugar de ser servido- mientras comienza a oír las ominosas campanadas del reloj biológico masculino. Ese que marca los días, horas y minutos que faltan para alcanzar el momento de saber -y de que todos sepan- que ya no eres una futura promesa sino, apenas, alguien que no cumplió esa promesa. Y que empieza la vida difícil. Una noche, Cash es testigo del asesinato de su amigo Ike. Y, al ser interrogado, Cash se contradice en algunos puntos
clave. Lo que sigue es la paciente investigación del oficial de policía Matty Clark. Y, de pronto, los medios deciden que ese homicidio es simbólico de "algo" y, ay, Cash descubre que es famoso, sí; pero por todas las razones incorrectas.
Acompaño a Price por Madrid y Barcelona para conversar en público sobre el narrar en imágenes. Price, se sabe, es guionista top además de responsable de los diálogos en varios episodios de la que acaso sea la mejor serie televisiva de los últimos años o de todos los tiempos: The Wire. Saga de aliento tolstoiano, crónica de la decadencia y corrupción de Baltimore y cinco temporadas que atentan contra todo lo establecido en lo que hace al tempo catódico, fracaso económico y de audiencia para la HBO (para Price la explicación para esto pasa porque la serie no tenía un héroe individual sino un coral). Sin embargo, The Wire es un culto creciente gracias al DVD. Price es gracioso y cínico y -frente a un auditorio colmado- no tiene problemas en calificar a los demás a la velocidad del zapping. Así, Sex and the City, The Tudors y True Blood son "para chicas", Mad Men flirtea "con la nostalgia por algo que nunca existió", Dexter "tiene su gracia", Deadwood "vale la pena por el malo" y Lost "es lo más estúpido jamás hecho; aunque el pobre gordo me cae bien". Pero no: para Price no hay revolución o edad dorada o Gran
Novela Americana en el aire. Hay más y mejor trabajo; pero él es guionista para poder ser novelista. "¿Y cuál de esas partes es Dr. Jekyll y cuál es Mr. Hyde?", le pregunto. "Ninguna. Uno siempre es y siempre será completamente Frankenstein", me responde.


CUATRO James Ellroy, en cambio, es el hombre lobo. Ellroy no ve televisión ni lee los diarios ni tiene móvil. En un taxi que le queda chico -Ellroy es enorme- le pregunto si hay algo de lo que no quiere que hablemos, en un rato, en el anfiteatro de la Biblioteca Jaume Fuster. Ellroy muestra los dientes: "No me interesa ni la jodida realidad, ni la jodida actualidad, ni el jodido Barack Obama. Hablemos de mí". Minutos más tarde, Ellroy sube al escenario, se arranca de la cabeza los audífonos para la traducción
simultánea, los arroja al suelo, abre por la primera página un ejemplar del flamante Sangre vagabunda (conclusión de su monumental Trilogía USA Underworld) y comienza a leer a los gritos, como un predicador en llamas, acariciándose rítmicamente su entrepierna, aullando como un perro demoníaco.
Los asistentes no pueden creer lo que están viendo. Yo tampoco. "Estoy aquí para decirles que todo es verdad y que no es en absoluto como piensan", ladra Ellroy quien, enseguida, contará cómo en su juventud mató a un doberman con sus propias manos y se metía en cuartos de señoritas para abrir los cajones y olisquear su ropa interior y luego explicar por qué Chandler le parece "un sentimentaloide sobrevalorado". Ellroy -quien no duda en considerarse "el mejor escritor vivo"- sólo se rinde ante la figura de Beethoven y los cuerpos de las mujeres que, en los últimos años, le regalaron una crisis nerviosa. Escribió sobre todo eso en The Hilliker Curse -memoir que saldrá en el 2011-, pero, sonríe, "ahora soy un feliz hijo de puta".


CINCO Días antes, voy a comer con Don Winslow, autor de El poder del perro, de paso por la ciudad como invitado del festival BCNegra. Mientras disfrutamos de un perfecto arroz negro, seguro, alguien pierde la cabeza en Ciudad Juárez. Es decir: se la cortan. Nadie sabe cómo va a terminar todo eso -Winslow apuesta por la legalización de todo y a ver qué pasa-, pero en su novela queda muy claro la manera en que empezó todo. Le pregunto cómo se le ocurrió ese terrible capítulo en el que unos niños mexicanos son arrojados desde un puente. Winslow me responde: "No se me ocurrió: ocurrió".
En la mesa de al lado, un oficinista en la hora de su almuerzo lee el último thriller de éxito, tal vez buscando consuelo en un género en el que las cosas y los casos, para bien o para mal, se resuelven. Lo que -atención, advertencia- no siempre significa que ganen los buenos y los malos reciban su justo castigo.


*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-140810-2010-02-23.html








LA SALVAJE*



*Marcel Schwob
-Fragmento-



El padre de Bûchette* la llevaba al bosque desde que despuntaba el día, y ella permanecía sentada allí cerca, mientras él derribaba árboles. Bûchette veía el hacha hundirse y hacer volar primero finas virutas de corteza; con frecuencia los musgos grises venían a reptar sobre su rostro. ¡Cuidado!,
gritaba el padre de Bûchette, cuando el árbol se inclinaba con un crujido que parecía subterráneo. Ella se quedaba un poco triste ante el monstruo echado en el claro, con sus ramas machucadas y sus ramitas quebradas. Al caer la noche, un círculo rojizo de cúmulos de carbón se encendía en la sombra. Bûchette sabía a qué hora había que abrir la canasta de junco para tender a su padre el cántaro de gres y el trozo de pan moreno. Él se recostaba en medio de las ramitas reventadas para masticar con parsimonia.
Bûchette tomaría la sopa al regresar. Corría alrededor de los árboles marcados, y si su padre no la miraba, se ocultaba para hacer: ¡Hu!
Había allí una caverna negra a la que llamaban Santa María Boca de Lobo, llena de zarzas y reverberante de ecos. Alzada en puntas de pie, Bûchette la examinaba de lejos. Una mañana de otoño, aún ardiendo de aurora las cimas descoloridas de la floresta, Bûchette vio estremecerse una cosa verde
delante de la Boca de Lobo. Esa cosa tenía brazos y piernas, y la cabeza parecía la de una niña de la misma edad de Bûchette. Al principio Bûchette tuvo miedo de acercarse. Ni siquiera se atrevía a llamar a su padre. Pensaba que aquella era una de las personas que respondían en la Boca de Lobo cuando allí se hablaba fuerte. Cerró los ojos, temiendo moverse y atraer algún ataque siniestro. Inclinando la cabeza, oyó un sollozo que venía de por allí. Aquella extraña niña verde lloraba. Entonces Bûchette volvió a abrir los ojos, y tuvo pena. Pues veía la cara verde, dulce y triste, bañada en lágrimas, y dos pequeñas manos verdes se apretaban sobre la garganta de la niña extraordinaria.
"Quizá se cayó en unas hojas malas que destiñen", se dijo Bûchette.
Y, arrojada, atravesó helechos erizados de agujas y de zarcillos, hasta tocar casi el singular semblante. Unos bracitos verdosos se alargaron hacia Bûchette, en medio de las zarzas marchitas.
"Es parecida a mí", se dijo Bûchette, "pero tiene un color curioso".
La criatura verde llorosa estaba semivestida con una suerte de túnica hecha de hojas cosidas. Era realmente una niña, que tenía la tez de una planta salvaje. Bûchette imaginó que sus pies estaban arraigados en la tierra. Pero los movía muy ágilmente. Bûchette le acarició los cabellos y la tomó de la
mano. Ella se dejó llevar, siempre llorosa. Parecía no saber hablar.
-¡Oh, Dios mío, una diabla verde! -gritó el padre cuando la vio venir.
-¿De dónde vienes, pequeña?, ¿por qué eres verde? ¿No sabes responder?
No se podía saber si la niña verde había entendido. "Tal vez tiene hambre", dijo él. Le ofreció el pan y el cántaro. Ella le daba vueltas al pan entre sus manos y lo arrojó al suelo; sacudió el cántaro para escuchar el sonido del vino.
Bûchette suplicó a su padre que no dejase a esa pobre criatura en la floresta, durante la noche. Los cúmulos de carbón brillaron uno a uno en el crepúsculo, y la niña verde miraba los fuegos, temblando. Cuando entró en la pequeña casa, retrocedió ante la lámpara. No pudo acostumbrarse a las llamas, y daba un grito cada vez que se encendía el candil.
Al verla, la madre de Bûchette hizo la señal de la cruz. "Dios me ayude, dijo, si es que es un demonio; pero seguro que una cristiana no es."
Esta niña verde no quiso tocar ni el pan, ni la sal, ni el vino, de donde se evidenciaba que no podía haber sido bautizada, ni presentada a la comunión.
El cura fue advertido, y atravesó el umbral en el momento en que Bûchette ofrecía a la criatura unas habas con vaina.
Pareció muy alegre, y de inmediato se puso a partir el tallo con sus uñas, creyendo encontrar habas en su interior. Decepcionada, volvió a llorar hasta que Bûchette le abrió una vaina. Entonces mordisqueó las habas mirando al sacerdote.
Aunque hicieron venir al maestro de escuela, no se le pudo hacer entender una palabra humana, ni pronunciar un sonido articulado. Lloraba, reía, o daba gritos.
El cura la examinó muy cuidadosamente, pero no consiguió descubrir en su cuerpo ninguna marca del demonio. El domingo siguiente, se la condujo a la iglesia, en la que no manifestó ningún signo de inquietud, salvo que gimió cuando se la mojó con agua bendita. Pero no retrocedió ante la imagen de la cruz y, al pasar sus manos sobre las santas llagas y las desgarraduras de las espinas, pareció afligida.
A la gente de la aldea se le despertó una gran curiosidad; a algunos temor; y a pesar de la opinión del cura, se habló de ella como la "diabla verde".
Sólo se nutría de semillas y de frutos, y cada vez que se le presentaban las espigas o las ramas, ella partía el tallo o la madera, y lloraba de contrariedad. Bûchette no consiguió enseñarle dónde había que buscar las semillas de trigo o las cerezas, y sudecepción era siempre la misma.
Por imitación, muy pronto pudo acarrear madera y agua, barrer, secar y hasta coser, por más que manipulaba la tela con una cierta repulsión. Pero no se resignó jamás a hacer fuego, ni siquiera a aproximarse al hogar.
Mientras tanto Bûchette crecía, y sus padres quisieron ponerla a trabajar.
Tuvo gran pena, y por la noche, debajo de las sábanas, sollozaba suavemente.
La niña verde observaba compasivamente a su pequeña amiga. Miraba fijamente a Bûchette, por la mañana, y sus propios ojos se llenaban de lágrimas. Luego por la noche, cuando Bûchette lloraba, sentía una mano suave que le acariciaba los cabellos, una boca fresca sobre su mejilla.
Se acercaba el plazo en que Bûchette debía entrar bajo servicio. Sollozaba ahora, casi tan penosa como la criatura verde el día que se la había encontrado delante de la Boca de Lobo.
Y la última noche, cuando el padre y la madre de Bûchette se durmieron, la niña verde acarició los cabellos de la llorona y le tomó la mano. Abrió la puerta, y alargó el brazo hacia la noche. Del mismo modo que antes Bûchette la había conducido hacia las casas de los hombres, la llevó de la mano hacia
la libertad desconocida.


*En francés, bûchette significa "astilla" (N. del T.).

-Fragmento de El libro de Monelle, de Marcel Schwob.

-Enviado para compartir por Sergio Borao Llop. sbllop@aragoneria.com





*

Queridas amigas, apreciados amigos:


Este domingo 28 de febrero del 2010 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música de la compositora argentina Adriana Figueroa. Las poesías que leeremos pertenecen a Virginia de Moyano (Bolivia) y la música de fondo será de Yawar Inka (Andes). ¡Les
deseamos una feliz audición!


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domingo, febrero 21, 2010

LA IGUANA VERDE PIENSA...



*Ilustración de Ray Respall Rojas. (Cuba)




Todos van al cielo. Pero hay quienes lo hacen primero*



“Aunque no aspiro a un tan grande atrevimiento en este pueblo,
no le permito que ame mejor a una no sé qué
especie de seguridad de vivir cómodamente […]
Los hombres nacen bajo el yugo, y después,
nutridos y educados en la servidumbre, sin mirar más allá,
se contentan con vivir como han nacido,
y no piensan jamás en tener otro derecho
ni otro bien que éste que han encontrado,
y consideran como natural la situación de su nacimiento […]
Aún cuando la libertad estuviera enteramente perdida
y totalmente fuera del mundo, ellos,
imaginándola y sintiéndola en su espíritu y saboreándola aún,
consideran que la servidumbre no es nunca digna de su aprecio,
por bien que se la adorne […]” Etienne de la Boëtie (1576).



Hasta ahora nadie puede decir
Que han elevado al trono
A alguien de entre las muchas que hay.


No le han otorgado poder alguno
A alguien igual a ellas,
Y la idea de un gobierno que les rija
Ni siquiera se ha asomado por sus cabezas,
Pues comprenden perfectamente la diferencia
Entre representantes y gobernantes…


Los libros sugieren
Que son superiores a la humanidad,
Y en verdad así parece:
Su Dios
Es más bondadoso y misericordioso
Que el nuestro,
Y su Demonio
Infunde tanto temor
Que aún no hay manera para nombrarlo.


De entre ellas
Todas tienen los mismos derechos,
Y los medios para subsistir
Son de uso común para la colonia.


No necesitan democracia,
Porque ni siquiera tienen
Conflictos de intereses.


El Estado les es inútil,
Porque no tienen diferencias sociales
Ni clases económicas entre ellas…


En verdad son superiores a nosotros:
Sobrevivirían al estallido
De una bomba nuclear,
Porque ni siquiera han tenido
Necesidad de crear alguna.


La evidencia sugiere
Que no tienen prejuicios raciales,
Su avance en las ciencias
Les ha permitido comprender
La teoría de conjuntos
Y definir al infinito
Mucho mejor que nosotros.


Su arte es tan moderno,
Que no somos capaces de comprenderlo
Y los ideales de amor y libertad
Seguramente fueron
Entendidos y alcanzados
Tan rápido por ellas,
Que no hay alguna que trabaje para otra
Y ni así lo desean en lo más mínimo…
Verdaderamente son algo superior
En comparación nuestra…


Y pensar que tan sólo son cucarachas.


*de hugo ivan cruz-rosas. queztal.hi@gmail.com





LA IGUANA VERDE PIENSA...






LA MARCA*



“Plantarás un árbol,
escribirás un libro
y tendrás un hijo…”


Las palabras en sentencia como adagio
adquirieron la potencia del destino,
señalaron el camino con la orden
como si sólo así el ciclo culminara.
Pero en lo no dicho estaba la clave
de lo que realmente era la exigencia
para que el humano pagara el tributo
y dejara su marca sobre la tierra.
El plantar el árbol tenía su rito
impregnado en signos de leyendas antiguas:
era necesario verter sangre fresca
sobre el surco abierto como eterna cuna.
Era necesario regarlo con lágrimas
por fracasos diarios de inútil ofrenda.
Era obligatorio dedicarle horas
de amor que matara toda la maleza.
Pero aún seguían los riesgos abiertos:
faltaba el oxígeno, desidia secaba la tierra,
la mano del otro cortaba sus brotes,
veneno subía por sus venas nuevas…


Y puestos a darle palabras al libro
se abrieron heridas que ya estaban muertas,
los nidos internos vacíos yacían,
helaban sus cuencas los ríos de sangre.
El triste decir se hundía oscuro
en pozos repletos de tinieblas y angustias…
Y nos preguntamos si era necesario
dejar escrita toda esa miseria…


Y así nos volvimos al hijo pedido,
el último reto de esa exigencia…
Era más sensible que el árbol y el libro,
era más marcada toda su flaqueza…
Sólo en el vientre estaba seguro,
fuera de él quedaban abiertas sus llagas
y ya no era posible salvarlo de nada,
era carne pura echada a las fieras.
La trampa surgía ansiosa esperando:
el vicio, la peste, la hiel y la guerra,
los falsos profetas, la compra del alma,
la muerte con todas las fauces abiertas.


Y al fin preguntamos si era preciso
poner tanta angustia, crear tanta pena
por el solo hecho de dejar la marca
en nuestro andar penoso por la tierra.



*de Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar







JORGE BOCCANERA: EL POETA QUE CONFIA EN EL MISTERIO*



*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar



La poesía de Jorge Boccanera hunde sus raíces más profundas en una de las tradiciones más señeras de la poesía occidental. La que tiene al hombre y a la contingencia del hombre como protagonista principal. En el caso de esta poesía, que está hecha de restos, de hilachas, de luchas y de recuerdos de luchas, de una pasión fuertemente solitaria que enhebra y se entabla en la tradición del homo viator.
Es decir del viajero. Pero del viajero que agrega un mensaje, y el de Jorge es el trabajo que une con su transitar de artesano viajero las voluntades de los poetas que encuentra en su camino donde sus sandalias se llenan de polvo.
Nutrido de la tradición de Raúl González Tuñón y no sólo en su poesía sino en su accionar de poeta y periodista viajero, logró con su bionomía y su trabajo, la amistad de los poetas de la tan extensa geografía latinoamericana que también conoció como residente y no sólo en sus viajes.
Contrariamente a aquello que Baldomero Fernández Moreno aseveraba, "que un poeta para cantar no tenía que salir de su suelo", él, Jorge Boccanera salió y entró de lleno en la tradición de sus admirados: Rubén Darío, Luis Cardoza y Aragón y Juan Gelman, entre otros grandes.
¿Qué es aquello que hace a la poesía de Jorge Boccanera sea algo distinto?
La creencia y el compromiso (uso deliberadamente palabras devaluadas porque para mí no lo están) que nada en poesía puede perdurar si no toca "al hombre", y acá estoy citando a José Pedroni.
Como alguna vez escribió el angélico, el fraternal Raúl Gustavo Aguirre sobre la poesía de Boccanera: "Esta poesía es de las que avanzan como ciertos ríos de montaña; existen, pero es como si cada vez pudieran, quisieran, existir más. Es indudable su presencia, por su sentido de lo vital a la vez de lo estético, pienso, por pilares de un mismo puerto."

¿Qué es una "Palma Real"?

Palma Real (oreodoxa regia): Definición de la Real Academia "árbol de la familia de las "Palmas" muy abundante en la isla de Cuba, de unos 15 metros de altura, con tronco limpio y liso, de cerca de medio metro de diámetro, duro en la parte exterior, filamentoso y blando en la parte interior; hojas pecioladas, de cuatro o cinco metros de longitud, con lacinias de un metro, floras blancas y menudas en grandes racimos, y fruto redondo, del tamaño de una avellana, colorada, con huevo que envuelve una almendra muy apetecida.
-Lacinia: "cada una de las tirillas largas y de forma irregular en que se dividen las hojas de los pétalos de algunas plantas"
-pecioladas: "dícese de las hojas que tienen peciolo"
-peciolo: "razón de la hoja".

"Palma Real", se llama el -hasta ahora- último libro de Jorge Boccanera, que obtuvo el primer premio Casa de América de Poesía Americana, en una octava edición, y que le otorgó un caracterizado jurado internacional, presidido nada menos que por Juan Gelman.
Hay dos poetas claves; como sujetos poéticos que hablan con su propia voz, Pedro Garfías y Pablo de Rokha.
Es un libro panteísta. Es verdad esto que dice Carlos María Domínguez.
Pero llamar a este libro "panteísta" es dejar una -no digo definición- pero una probable descripción de la poesía caudalosa de "Palma Real" en algo incompleto y rengo.
Tiene, me parece a mí, esta intención "cósmica" que le dio Neruda a su Canto General. Con la diferencia que Boccanera no propone ni defiende los grandes destinos de América y de la lucha de sus mujeres y
sus hombres, sino que este gran poema libro de Boccanera "es América Latina", humildemente desde el lenguaje, desde la médula de la escritura y es como un ancho río que viaja, y, de vez en cuando se permite hacer "hablar a dos grandes poetas, uno español (Pedro Garfías y otro chileno Pablo de Rokha)
hermanadas por la lengua cada vez más cerca en su desesperación , en su desamparo, humilde en el español y rabioso en don Pablo de Rokha. Uno hablaría de su exilio que pasó en Méjico, en la pura intemperie y el otro en su propia desesperación entre la pobreza y lo acumulativo de sus kilométricos poemas, hasta que su paciencia dijo basta y se pegó un tiro pese a su Winett que nombra Jorge en el poema.
"un colar de chillidos que puedo traducir en un nombre: Winett"
"Palma Real" en principio se plantea el sujeto poético como un viajero. Es un viaje que yo me atrevería designar como "proteico", un viaje que va cambiando según se alimente.
Las voces no solo son humanas, se humanizan las voces de los insectos, de los animales y las plantas y los ríos y las selvas..
Y cuando hablan, metaforizan como sentencias cuasi bíblicas.

-"El escarabajo dice"

-"La hormiga escribe"

-La iguana verde piensa"

Todo silencio es extranjero
-o
Aroma del misterio
-o
"El silencio existe solamente para los muertos, pero ellos no pueden escucharlo" (poema XIV)


El libro no deja de representarse en ese recorrido de un viaje por la geografía de America, a través de un misterio y detallado profundo de lectura donde se nombran en su origen términos que no nos son
familiares a nosotros pero sí a los habitantes de otros países hermanos:
Tehuana -potate- calaca- Como en los grandes poemas nerudianos también talla la lluvia.
El poema extenso, de nombres minuciosos y exhaustivos, donde merodean los versos de sus poetas amados enzarzando intertextos que brillan en su opacidad lujuriosa. Si se me permite el aventurado oximoron.
Palma Real se me presenta como uno de los grandes, de los imprescindibles textos de la poesía americana, único en su formalización, impoluto en esa mezcla de restos espurios, en su maridaje
insólito, nombrando vegetales, ríos, hombres, animales, insectos, para calar hondo en esa poesía de la tradición americana: Whitman, Neruda, de Rokha, Darío, Gelman: los grandes nombrados los inmensos poetas que lo nombraron casi todo, que le pusieron nombre a toda naturaleza incierta, como Hudson,
como Tuñón, como ese grande, ese desconocido que se llamó Luis Cardoza y Aragón, de quien Boccanera que insiste en "confiar en el misterio", se ocupó en reportajes y ensayos, y también lo hizo con la poesía de su hermano mayor, el Juancito Gelman (el "Juancito de Juan Moreira"), como lo llamó Paco Urondo para siempre.
Jorge tuvo el triste privilegio de ser tal vez el exiliado más joven en el México de los setenta, y se rodeó de grandes maestros y desde allí prosiguió su canto que había comenzado aquí con "Los
espantapájaros suicidas", en 1973, y que por cierto no abandonó ni su poesía ni sus viajes, lo que lo convierta en un embajador sin cartera, pero en un embajador de lujo para nosotros.
Tal vez el hecho de haber nacido en un puerto lo haya convertido en poeta para recodarlo.
Jorge podría suscribir aquellos versos de su maestro Raúl González Tuñón, su momento "está en un puerto. ¿Un puerto?. Yo he conocido un puerto."
Decir: yo he conocido, es decir. Algo ha muerto".


CONFIAR EN EL MISTERIO

Durante una de sus últimas entrevistas, Gelman deslizó: "Tengamos confianza en el misterio".[1] Amasar ese enigma es según su parecer fracasar siempre, ya que los resultados quedan lejos de las pretensiones, A propósito de El cementerio marino, Paul Valéry aseveró que para el creador perfeccionista un texto nunca está terminado, sino que simplemente se abandona. En ese caso, la propuesta original se ajustaría en que se suspende la expresión.
Fracaso o abandono, la poesía es la perfomance residual, vestigio de un complejo proceso, involuntario a veces. Camino inverso del cazador, el poeta renuncia a la presa por amor a la pista, a las huellas del camino, recuerdos de recuerdos, ideas de una idea rondándole la pluma como restos de un vestido restregado en el hocico de un lebrel, La poesía, entonces, como conciencia de un imposibilidad, expresa cabalmente una mutilación. En todo este proceso cobra significación el silencio.
Subraya Gelman que las palabras dejan más cosas en silencio que dichas:
Porque cada palabra en una lengua arrastra, calla y dice, y vuelve a callar, lo que está unido a una constelación de silencios y decires de todas las palabras de esa lengua.


[1] Juan Gelman, "La dimensión judía", charla ofrecida durante el Encuentro de Editores Judíos Latinoamericanos realizado en Buenos Aires, el 9 y 12 de agosto de 1992. El texto de Gelman fue reproducido por Nueva Sión Nº 758, Buenos Aires, 22/08/1992








Anuncios, jactancias, silencios*



*Por Juan Gelman


Hay de todo últimamente en el reino del armamento nuclear. El presidente Obama acaba de dar vía libre a la construcción de dos reactores centrales, los primeros desde que un accidente la cesó en 1979. Su finalidad es pacífica: proporcionar un tipo de energía que no agrave y tal vez solucione el problema del calentamiento global. Irán se ufana de tener capacidad para elevar el enriquecimiento de su uranio del 4 al 20 por ciento y dice que lo hará también con fines pacíficos. A Washington le creen, a Teherán, no.
Hillary Clinton ha declarado la intención estadounidense de imponer sanciones duras al régimen represivo que preside Mahmud Ahmadinejad. En tanto, por gracia y obra del Pentágono, varios países de Europa tienen un arsenal nuclear no declarado.
George Robinson, ex secretario general de la OTAN, confirmó que Turquía posee de 40 a 60 armas nucleares made in America en la base aérea militar de Incirlik (www.marketoracle.co.uk, 11-2-10). Nótese que esta base, construida por el cuerpo de ingenieros de EE.UU. a comienzos de la década del '50, ha servido para los vuelos de espionaje de sus fuerzas aéreas sobre la ex URSS durante la Guerra Fría y, desde el 2001, es utilísima en las guerras de Irak y Afganistán. Podría serlo para atacar a Irán, a Siria, a Rusia, por qué no.
Cinco son las naciones europeas consideradas potencias nucleares: el Reino Unido, EE.UU., Francia, Rusia y China, estatuto que tornó oficial el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares que entró en vigor en 1970 (NPT, por sus siglas en inglés). Entre las no declaradas como Turquía, cabe sumarle
otras: "Hay bombas nucleares almacenadas en bases de las fuerzas aéreas de Italia, Bélgica, Alemania y los Países Bajos, y los aviones de cada uno de esos países tienen la capacidad de arrojarlas" (www.times.com/com, 2-12-09).
El NPT es el único tratado vinculante en la materia y lo firmaron 187 países. No hay otro acuerdo de desarme más ratificado, pero del dicho al hecho el trecho es bien largo en este caso.
Es dudoso que Irán esté en condiciones de enriquecer uranio hasta los umbrales de una bomba nuclear. Ninguno de los 16 servicios de espionaje estadounidenses lo estima posible por ahora. David Albright, presidente del Instituto de Ciencia y Seguridad Internacional (ISIS, por sus siglas en inglés), una institución privada que desde Washington rastrea el curso de la proliferación de este armamento, señaló que el número de centrifugadoras nucleares iraníes "es lo suficientemente bajo y los inspectores
internacionales tendrían 'muy serias dificultades' para detectar las máquinas si Irán las oculta en lugares clandestinos" (www.nytimes.com, 9-2-10). No faltan datos nuevos y contrarios.
Irán padecería retrocesos notables en sus esfuerzos para enriquecer uranio, fallas del equipo y otras dificultades que "podrían socavar los planes iraníes de adelantar rápidamente su programa nuclear"
(www.washingtopost.com, 11-2-10). Los informes del 2009 del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) muestran una caída de la producción en la planta principal de enriquecimiento de uranio cercana a Natanz, según el borrador de un estudio del propio David Albright: "Más de la mitad de sus 8700 centrifugadoras" estaban ociosas a fines del año pasado y el número de las que funcionan descendió de 5000 en mayo a poco más de 3900 en noviembre.
Además, el producto de las que nominalmente funcionan fue apenas la mitad del esperado". La voluntad política de Teherán no puede, solita, equiparar en pocos años el medio siglo de progreso tecnológico occidental.
Sucede, en cambio, que tiene confirmación la capacidad nuclear de los cinco países europeos mencionados que no la declaran. EE.UU. les ha proporcionado bombas termonucleares 480 B61 y, subraya el Consejo de Defensa de los Recursos Naturales (NRDC, por sus siglas en inglés), "la presencia continuada de estas armas enerva las relaciones con Rusia, debilita los esfuerzos globales para disuadir a otras naciones de que desarrollen armas nucleares, impide la evolución de la OTAN en consonancia con el fin de la guerra fría" (www.nrdc.org, febrero 2005). Tal cual: la nueva hipótesis de guerra de Moscú establece que su probable enemigo sería la Organización del Tratado del Atlántico Norte.
El país con más abundancia de armamento atómico es Alemania, con tres bases de las que dos funcionan a pleno. No es oficialmente una potencia nuclear, pero produce cabezas nucleares para la marina francesa y podría haber almacenado hasta 150 bombas B61 estadounidenses. Lo cual no impedirá a Berlín apoyar todas las sanciones contra Teherán que Washington proponga.
Se sabe: el doble discurso y el ejercicio de los dos pesos y las dos medidas son prácticas universales.



*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-140534-2010-02-18.html








El infierno desde adentro*




*Por Juan Forn



En junio de 1956, Nikita Kruschev y el mariscal Tito se reunieron en un vagón especial del tren que unía Moscú con Kiev. No había intérprete, no habían llegado aún al momento de poner por escrito lo que se conversaba, pero ambos líderes estaban flanqueados por sus hombres de confianza. La agenda era amplia: no eran pocas las diferencias ideológicas acumuladas durante los ocho años del cisma yugoslavo de Moscú. En determinado momento, Tito le alcanzó a Kruschev por encima de la mesa una lista de nombres. "Son los 113 miembros del partido yugoslavo que nunca volvieron de la URSS. Nos gustaría saber qué ha sido de ellos." Kruschev entregó la lista a uno de sus hombres sin mirarla y dijo: "Tendrá una respuesta en dos días". Exactamente cuarenta y ocho horas después, mientras ambos líderes fumaban sendos cigarros y brindaban por el buen resultado de las negociaciones, Kruschev sacó aquel papel de su bolsillo y murmuró detrás de una nube de humo: "Cien de estos hombres están muertos". El resto, agregó, podría volver a Yugoslavia en cuanto la maquinaria de la KGB los localizara, a lo largo y lo ancho del territorio soviético.
Kruschev se refería por supuesto a los gulags de Siberia, donde unos meses más tarde la KGB localizó entre los muertos vivos de Krasnoyarsk al austríaco nacionalizado yugoslavo Karlo Stajner, quien luego de cumplir veinte años de trabajo forzado había sido sentenciado a exilio interno de por vida en Siberia. Stajner aceptó la buena nueva de su liberación con la misma parsimonia de hierro con que llevaba resistiendo veinte años en el gulag. Pero creyó con ingenuidad que su liberación se debía a una carta que había escrito a su amigo Josip Broz once años antes, luego de asistir, junto al resto de los prisioneros del campo de Malakovo, a una función de cine (en realidad, de noticieros sobre el resultado de la guerra) durante la cual se mostraron breves imágenes de la liberación de Belgrado por la coalición de fuerzas partisanas y soviéticas encabezadas por el mariscal Tito, a quien Stajner conocía desde los tiempos en que ambos reclutaban voluntarios en París para ir a pelear a la Guerra Civil Española (de hecho, habían sido los republicanos españoles quienes bautizaron con ese nombre a Tito porque se
trabucaban al pronunciar su verdadero nombre: Josip Broz).
La biografía de Stajner es la de muchos centroeuropeos que formaron parte del Komintern, o Internacional Comunista, ese brioso caballo de Troya que marchó mansamente a su autodestrucción en el aciago período entre la Guerra Civil Española y el pacto Hitler-Stalin. Stajner era austríaco, hijo de
padres proletarios, ingresó en la adolescencia en las juventudes comunistas, cambió su nombre natal cuando se hizo yugoslavo (de Carl Steiner pasó a llamarse Karlo Stajner) y, a causa de su temeridad para realizar misiones secretas y sus habilidades como organizador de imprentas clandestinas, sufrió encarcelamiento en Viena, Berlín, París y Zagreb (los revolucionarios consideraban el paso por la prisión como sus años "de universidad", ya que esos períodos de cautiverio les servían para que los más veteranos les enseñaran lo que ellos no habían tenido tiempo de aprender allá afuera). En 1936 Stajner logró llegar a Moscú, se reportó a las oficinas del Komintern y recibió un inesperado nombramiento como jefe de la rama balcánica de la Imprenta Internacional Comunista, donde se destacó por su trabajo sin descanso hasta que, una noche, fue arrancado del catre que tenía en su oficina por agentes de la NKVD, juzgado sumariamente como contrarrevolucionario y enviado a los gulags.
En el infierno de las islas heladas, Stajner se impuso a sí mismo una obligación: sobrevivir, resistir como fuese, "para dar algún día testimonio al mundo, en especial a mis camaradas de partido, de la terrible experiencia que me tocó vivir". A su regreso a Yugoslavia se sentó a escribir y en menos de un año tuvo listo el manuscrito de Siete mil días en Siberia. A diferencia de Solzhenitzyn (que terminó su Archipiélago Gulag el mismo año en que nuestro personaje puso punto final a su manuscrito, en 1958), Stajner prohibió que su libro se publicara en Occidente antes de ver la luz en su país. Eso lo obligó a esperar otros catorce años, soportando sin perder la paciencia infinitas posposiciones y misteriosas pérdidas de su manuscrito en oficinas editoriales de Belgrado y de Zagreb. Había tenido la precaución de enviarle una copia a su hermano en Lyon pero, a lo largo de esos años, rechazó ofertas de Francia, Italia, Alemania e Inglaterra, por gratitud personal hacia Tito, el hombre que le había salvado la vida, y por disciplina hacia el partido del cual era miembro desde 1919.
Cuando Siete mil días en Siberia se publicó finalmente en Yugoslavia, en 1972, obtuvo, para sorpresa de muchos, el codiciado premio Kovacic al Libro del Año. Pero a Stajner lo tenían sin cuidado los honores literarios en la misma medida que las prebendas políticas: nunca pidió ni esperó nada del partido, nunca volvió a ver a Tito, ni intentó hacerlo, tal como en su libro había evitado toda deliberación ideológica. Sin embargo, cuando en la traducción norteamericana de Siete mil días en Siberia se eliminó aquella
mención a "mis camaradas de partido" en el celebérrimo párrafo donde Stajner se imponía a sí mismo la obligación de sobrevivir al gulag para dar testimonio), fue como si le hubieran cercenado el centro neurálgico del libro y repudió la traducción.
Nadie pudo entender esa lealtad indeclinable de Stajner a Tito y al partido.
Es improbable que creyera que el uno y el otro habían logrado dar a Yugoslavia aquello que soñaban en los tiempos juveniles en que todos ellos integraban esa cofradía utópica llamada Komintern. Era otra cosa, que el gran Danilo Kis (quien aseguró repetidas veces que habría sido incapaz de escribir su obra maestra, Una tumba para Boris Davidovich, sin la lectura de Siete mil días en Siberia) adivinó, cuando dijo que hay sólo dos libros que deberían ser lectura obligatoria si se pretende que la especie humana no vuelva a tocar el fondo moral que tocó en el siglo veinte: esos dos libros son Si esto es un hombre de Primo Levi y Siete mil días en Siberia de Stajner. Y, según Kis, lo que hace únicos a esos libros es que tanto el uno como el otro se abstienen de toda monserga ideológica en sus páginas: simplemente internan al lector, en el gulag y en Auschwitz, para que experimenten el infierno desde adentro y así aprendan eso que sólo puede entenderse con el cuerpo, con cada partícula del cuerpo, además de la mente,
para que nos sirva de algo.


*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-140578-2010-02-19.html







LA ESCRITURA ASUME TODOS LOS RIESGOS DE LA INCOMPRENSIÓN*


El camino de la comunicación verbal -escrita u oral- es áspero, no siempre fácil, por momentos resbaladizo. Querer transmitir pensamientos y sentimientos constituye una tarea diaria y permanente, intentada por millones de personas, pero cumplida a cabalidad por muchísimas menos. Los escollos por sortear son variados y se relacionan con la gramática y la semántica. Morfología, sintaxis, entonación, puntuación, ortografía, por un lado, y, por otro, significación se aúnan, al hablar y al escribir, conjuntándose unas con otras de acuerdo con la vía de expresión elegida. Las situaciones o contextos más los estados emocionales de hablantes y escribientes se suman a ese entramado y se llega, con mayor o menor felicidad o acierto, a la meta deseada, que es, ni más ni menos, el traslado de información de un emisor a un receptor.
Dentro de ese fluir, las posibilidades de caer en errores o fallas de todo tipo y calibre son innumerables, no solamente por deficiencias o irregularidades de unos y otros, sino también por factores externos que intervienen deliberadamente o no.
Es así como una sencilla conversación o un sencillo trozo escrito se transforma, más a menudo de lo que se supone, en fuente de incomprensión, generalmente parcial, que entorpece la fluidez con que debería desenvolverse el pensamiento.
Pero nada de lo dicho arredra a quienes tienen que comunicarse con sus congéneres. Mejor o peor, al cabo de un día de vida, se producen trillones de enunciados, lo que, de otra manera, no hubiera tenido manifestación tan abundante, pues otras vías de comunicación (mímica. sonido, color, forma, gesto, ademán) no llevan en sí la facilidad ni la rapidez de la palabra. Por algo, el lenguaje es el arma más poderosa del ser humano.
Estas reflexiones vienen a !a memoria cada vez que se está delante de un texto escrito. El lector de libros, revistas y diarios -por nombrar los tres soportes más corrientes de la práctica y la difusión del escribir­se enfrenta cotidianamente con ellos y comprende por experiencia individual que es verdad lo que se dice sobre el valor fuerte y rotundo de la palabra. La palabra es la gran capitana de la vida de relación.



*de Rubén Vedovaldi. RubenVedovaldi@netcoop.com.ar








TEMBLOR*




Pienso en ti y tengo celos.
Y le tiembla la voz y le tiembla la boca y le tiembla la duda.
Toda la nostalgia le tiembla. Angustia. Desazón. Trunco deseo.
Naufraga hasta perderse en azules colinas del regreso.
No ha de volver, lo sabe.
Pero el latido crece, como crecen las voces en su pecho.
La patria es el espejo que no le deja tregua.
No le permite paz, ni descanso, ni fatiga, ni calma.
Tengo celos. Pero ella no es ella.
Es paloma, muchacha, llovizna de guardapolvo blanco.
Es aroma de largas avenidas.
Es serpiente que recorre la costanera, el río.
Es un miedo animal, que se olfatea.
Que oscurece la noche, que deshonra la historia.
Galopes. Gritos. Corazón en la boca. Ella no es ella.
Es el lugar que ama. Que transcurre en su sangre
Que palpita. Que vibra. Que agoniza.


Epitafio de río o de tierra...o el pan en otra mesa.
Ella no es ella.
Es perfil de mujer, con el vientre preñado de violetas.
Pequeños pies de tango Sur. Misteriosa cabellera de viento.
Es piedra, río, libro. Bar, café. Ella no es ella, pero quizás lo sea.
O acaso, ella, es, lo que soy.
O no he podido ser. Jamás.



*de Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar








Correo:



A los amigos*


Estas líneas son para saludarlos e invitarlos a ver una nueva página con poemas de mis libros,
que se irá extendiendo según vengan los días.
Van un abrazo, y augurios,


*Eduardo. cuadcarmin@hotmail.com
La dirección: www.eduardodalter.com




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sábado, febrero 20, 2010

VIAJE A LOS ASTROS




*Ilustración de Ray Respall Rojas. (Cuba)





VIAJE A LOS ASTROS


*de Marié Rojas.






Quizás cuando no estoy con nadie, mientras permanezco contemplando el cielo
de la tarde y pienso en él, sea cuando más acompañada me sienta.

La Dama del Ocaso
Enrique Pérez Díaz





ARIES


Bajo el intenso embrujo
De dioses vegetales
La constelación de Aries
Ha recobrado su sombra.


En el bosque,
Brota música de los árboles.
Te espero
Sentada al borde del risco.


Un fauno toca,
En flauta de caña,
La melodía que evoca
El desamor de una ninfa.


En la copa de luz
El azul cobra espacio.


No está bien interrumpir
La fiesta de las hadas.


Abril es llegado
Y pasan fugaces,
Rumbo a celebraciones estelares.






TAURO



El palacio del Ermitaño
Durmió con las luces encendidas
Y la Estrella escapó, asustada,
A soñar en otros brazos.


La calle se llena de almas desnudas.


Un brazalete
Cubierto de signos
Me traen las libélulas
De su escondrijo.


Aquelarre,
Paz de las quimeras.
El espejo refleja
Doncellas congeladas.


Se adormecen los faroles,
Bajo la constelación de Tauro.






GÉMINIS



La luna llena en Géminis
Te ennoblece,
Acaricia tu cuerpo
Te hace más bello,
Silueta de aparecido.


Quiero pintar tus colores
Con mis dedos,
Descubrir
Los rincones que oculta la noche,
Los que brillan al paso
De clepsidras extemporáneas.


La ausencia colorea en sepia
Los íconos del recuerdo.
Dulce, amarga
Celebración.


Hay semillas
Desperdigadas en el camino,
Mañana nacerá una Ceiba de mi almohada.






CÁNCER



Una playa desierta
Bajo el signo de Cáncer
Nos quema la piel.
Los escarabajos
Se asolean en las caletas.


Ancho piélago,
Tanta ola y tan perfecto equilibrio
En el andar sin pausa
De ese infante.


Esculturas de arena
Le cierran los pasos;
La Dama de las Rocas
Quiere ver el fondo de sus ojos.


No puede...
El niño se ha dormido.
Teme despertarlo.





LEO


El viento de Leo despeina tus cabellos...
Pasa un profeta a tu lado
Y no lo escuchas.


Amaneces
Sobre la falsa tumba de tus antepasados.


Aún no me repongo
De mi última muerte,
No despierto de mi más
Reciente pesadilla.


Y me aguardan, impacientes,
El candelabro de fuego,
La espada y la rosa,
La vieja botella cubierta de limo,
El circo de pantomimas,
La feria de las maravillas,
Aquel cometa que anuncia
El final de las ideas.


Los poetas son filósofos
Que nadie toma en serio.


La verdad cabe
En la palma de una mano.






VIRGO



Una hoz perfecta,
Dulce luna en Virgo.
El pícaro solo a sí mismo engaña,
Alguien ha dejado una flor en mi ventana.


Hay mensajes que no comprendemos,
Promesas que no aceptamos,
Juramentos destinados a no cumplirse,
Amores que no debieron ser.


Nieva en la pirámide embotellada.
Paso el tiempo mirando
Un viejo álbum
De efigies ajenas.


Nada hay que hacer,
La luna enflaquece.


Me espera
La hora más aciaga.


Esta noche
Aprenderé esas runas
Que pueden transportarme
En alas de mi pájaro.






LIBRA


La calle lluviosa de Libra
Borra huellas de gaviotas
Escapadas del oleaje.


Evoco tempestades, el faro,
El amor desenfrenado,
Los abismos.


No hay equilibrio si no estás conmigo.
Voy pisando charcos,
Saltando nubes.


Llueve: inexorable y generosamente
Se van difuminando las imágenes.
Las palomas se arropan
Al abrigo de mi árbol.






ESCORPIÓN



Taciturno, oval y endrino
Se retuerce el Escorpión,
Víctima de su ponzoña.


Agoniza
Entre ramos de perejil,
Tomillo, romero y salvia.


No ha logrado entrar
A la caverna donde anida
La reina Morgana.


Han echado polvo de nueces
En la antecámara.
Un conjuro en astro doble,
Le han lanzado.


El escorpión muere,
Nadie recordará su existencia
Mínima y cetrina.


Hay luna de plata, hermano, ven
A jugar conmigo,
Ya no temas.


Una cáscara de huevo
Navega calle abajo.







SAGITARIO



Por mirar a las estrellas
Quedas libre de todo juicio,
No serás nunca humano, Sagitario


Te otorgo el don de las evocaciones,
De imposibles no cumplidos,
De corazones y dardos.


Te regalo la luz
Donde la mariposa nocturna
Perdió ayer sus alas.


No se diga de ti
- No lo permitas -
Que sueñas demasiado.






CAPRICORNIO



En el despeñadero
Una cabra se agiganta,
Sus cuernos de vidrio
Se recortan entre astros.


El cielo se inflama,
Arden las nubes.


De pronto,
Todo se apaga.


Amanece en Capricornio;
A solas en la ermita
Sueño que te he encontrado.


Bajo el puente
Mordisqueamos una manzana,
El río se lleva
Nuestros barcos de papel.


La muerte pasa bajo el portón,
Vuelve el rostro
Y le tiendo la mano.


Un mandarín de jade cae de la mesa.
Mis rosas portan aromas extraños.






ACUARIO




La engañosa dama
Se dice emperatriz.
Bajo los quitasoles
Pasan los amantes.


En una vieja glorieta
He dejado las horas.


La fuente mana de ninguna parte:
No se seca,
No se derrama.


¿Qué fue de aquella golondrina
cuyo nido encontramos?


En otra costa,
Se nublan los cristales,
Se congelan los charcos.


Lejanía,
Ausencia,
Desamparo...


Seísmo de alcaravanes,
Cielo en Acuario.





PISCIS



Fácil magia
La que envuelve
Las contradicciones
Que enfrentamos.


Dos peces, Yin y Yang,
Nadan en círculo eterno;
Dos amigos en un parque
Se disputan un abecedario.


He encontrado la última página
Del diario que escribí cuando era otra.
La partitura que nació
Cuando vivimos entre olivos.


Mi imagen...
¿Dónde habrá quedado?


La hija del Ánima Sola
Me guarda de los desfiladeros
Donde acechan la bestia y su progenie.
El viento arrastra las excusas.


Brotan flores, ahogan la Tristeza,
Llueve, hay sol...
Es Piscis,
Es marzo.








*

Queridas amigas, apreciados amigos:


Este domingo 21 de febrero del 2010 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música del compositor argentino Germán Moreno Brull. Las poesías que leeremos pertenecen a Olga Elena Sánchez Guevara (Cuba) y la música de fondo será de Tarpuy (Andes).
¡Les deseamos una feliz audición!


ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at (Link: MP3 Live-Stream).
Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!! (Recomendamos usar http://24timezones.com/ para conocer las diferencias horarias).


REPETICIÓN: La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!

Freundliche Grüße / Cordial saludo!

YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
www.euroyage.com

Schießstattstr. 37 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel.: 0043 662 825067



*


Inventren Próxima estación: EDUARDO CASEY.

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lunes, febrero 15, 2010

¿QUÉ DIRÁN LAS MUDAS PUPILAS DEL ESPEJO?



*Ilustración de Ray Respall Rojas. (Cuba)




NIÑA DE TRÉBOL*


“...Me traspasa la luz. No me conozco.
Soy apenas un soplo de la tarde....”
SUSANA MARCH



Vuelvo el rostro para mirar mis rastros.
¿Cual es el animal que me precede?
Me persigue. Me hostiga. Me vigila.
Entra la sombra y se abren los párpados.
Miro el espejo.
No reconozco la figura triangular que me observa.
Me recuerda vagamente a alguien u algo.
Quizás a las huellas de mi madre
O a los confusos vestigios de mi padre.
También a las migajas de una niña de trébol
Niña que destrenza naufragios y palomas muertas.
Habla la figura triangular Me habla.
Su código es extraño. Insólito. Peregrino.
Desciende en sed y en noche y en olvido.
Me arrodillo y me beso y me respiro.
Y me hostigo y me lloro y me persigo.


¿Qué dirán las mudas pupilas del espejo?
Sus palabras quedan detrás del naufragio de palomas muertas.




*de Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar
-San Luis- Argentina.





¿QUÉ DIRÁN LAS MUDAS PUPILAS DEL ESPEJO?





Vieja linda*


¿Por qué el celeste en ojos profundos profanadores
de luz?
¿por qué el delantal mojado de tiempo cotidiano
azaroso?

sólo
por la mano borrada de tiempos idos
cuando tus ancestros pararon con valentía
ocho invasiones godas en el norte de Salta
a pura tacuara y sangre


delantal luto cocina tierra patay
ciencias de viejas,
arruga y más arruga que no se olvida,
mi descendencia de las tierras del montón,
vieja linda.



- A mi abuela Mercedes, salteña y peronista


*de Rodolfo Costa. bonirodo@hotmail.com








LOS ABUELOS*



*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar


Primero es como un vidrio empañado. Detrás se ve a mi abuela sentada junto al fogón con su pava en la mano y en la otra un mate donde seguramente ha echado dos cascaritas secas de naranja. Es menuda, casi un montoncito de ramas secas, pero muy vivaces son sus ojos, negros, profundos.
El viejo casi no habla. Se pasa meses así. Gruñe de vez en cuando. Son los momentos en que la abuela se pone demasiado inquisidora, hasta diría cargosa.
Afuera está el patio de grandes ladrillos, el viejo aljibe, la gran puerta de madera que da a la calle.
En el interior de la cocina, detrás de la puerta hay una estampita de San Cayetano, una gran esfinge de la Virgen de Luján de la cual la abuela es muy devota y un ramito seco de olivo atado con una cintita amarillenta.
El abuelo no habla y yo adivino el por qué. Extraña los amaneceres amplios de trigos y ladridos. De rocío abriendo las aletas de la nariz cuando arrea con su nochero los caballos que atará al arado. Extraña ese galope hasta el confín del campo en busca de la ternerita más arisca o extraviada. Y tal vez esos gruesos cigarros de mal tabaco que fumaba al anochecer, sentado en esa larga galería del frente, mientras parece mirar sin ver hacia el camino. Por el ruido conoce cuál de sus vecinos viene apurado y quién es, simplemente por el trote del caballo o el lamento de las llantas del sulky. Si ve los faros de algún viejo Ford T es ya más fácil porque en la zona sólo dos chacareros lo tienen. Es menos común que los gringos vayan montados al pueblo, eso es más bien cosa de criollos.
Todo esto era cuando aún quedaba la chacra. Ahora, en ese almacén de mala muerte donde la libreta es demasiado larga o se progresa poco y se reniega mucho, como además el negocio tienen un anexo con despacho de bebidas nunca faltan problemas y el viejo suele pegar sus buenos garrotazos para poner
orden, y claro, a veces el comisario se pone severo y tenemos que visitarlo con algunos toscanos escondidos en los bolsillos cuando le llevamos la comida hasta el calabozo de puertas abiertas.
La abuela en cambio es alegre. Andariega. Muy obsequiosa con los nietos a expensas de la caja del negocio y el viejo nunca se enteró de estas pequeñas "sustracciones".
Cuando Aurelio, el menor, viene de las cosechas y trae "bien forrados los bolsillos" regala dispendiosamente a la abuela: chistes, mimos y cortes de géneros para largos vestidos que coserá mi madre. El viejo desaprueba toda esa exteriorización de generosidad filial.
No le gustan ni las manifestaciones públicas de cariño ni lo que él considera un derroche. No es necesario que hable, sabemos cómo piensa al respecto. De grande entendí que las muchas privaciones de su vida lo habían tornado -como a mi padre un poco ahorrativo y en extremo hosco.
En aquél tiempo, los hondos patios de tierra, olorosos a jazmines atrapaban en su espesor todo el rocío del mundo, y hacían de este pueblo algo mayormente habitable.
Las anchas calles de tierra, casi siempre desiertas eran una buena excusa para que en las nochecitas de verano intentáramos veloces carreras de una a otra bocacalle. La esquina donde mi abuelo tuvo el pequeño negocio de "ramos generales", como se lo denominó no sin sesgo de ironía, la formaba la ochava
de un caserón altísimo, de ventanas mezquinas y ladrillos sin revocar. En los vidrios, las letras rojas que le vi pintar al gran Ataliva Galván, una mañana lejana, allá por el '50: Almacén y despacho de bebidas "Las Colonias".
Por las noches una pobre lamparita bailoteaba bajo el viento, en la esquina.
Allí se congregaban en verano los cascarudos y los sapos. Y obviamente, nosotros.
Con la despreocupación y la alegría bulléndonos la sangre, tal vez suponiendo que algo de la inmortalidad del mundo se instalaba tenuemente dentro nuestro.


*Fuente: Rosario-12
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-22334-2010-02-14.html







Un domingo*


Gozaba de esa mañana dominguera sentada en un banco de la plaza.
Miré sorprendida al hombre que se derrumbó junto a mí. Un largo suspiro y en leve murmullo la frase:
-Voy a morir un domingo.
-Esta afirmación la oí varias veces y a distintas personas, ¿qué tiene de especial el domingo para morir?
-¿Qué tiene de especial para vivirlo?
-El domingo no se trabaja, se puede levantar más tarde.
-Yo no trabajo.
-Los chicos no van a la escuela.
-No tengo chicos.
-Se puede sentar en el patio a tomar mate.
-No tomo mate.
-Puede ayudar a su esposa a preparar ñoquis.
-No me gustan las pastas.
-Si llueve puede programar ir al cine por la tarde.
- No me gusta ver cine.
-Se sube al auto y recorre libremente las afueras de la ciudad.
-No tengo auto.
-Prepara un asadito e invita a un amigo.
-No tengo amigos.
-Invita a su mujer a comer al club.
-No soy socio de ningún club.
-No se levanta y lee un buen libro en la cama.
-No me gusta leer.
-Va a la misa de las nueve.
-No voy a misa.
-Saca a pasear al perro.
-No tengo perro.
-Arranca los yuyos, riega, poda.
-No tengo jardín.
-Se sienta en el living a leer el diario.
-No compro diarios.
-O mira una película en el Cinecanal.
-No tengo televisor.
-Bueno, muérase un domingo!!!!.
-Seguro nadie se va a dar cuenta. Chau.



*de Elsa Hufschmid. elsahuf@yahoo.com.ar










Algo había sucedido*



*De Dino Buzzati
(1906-1972)


El tren había recorrido tan solo unos pocos kilómetros (y el camino era largo antes de llegar a la estación de destino tras un viaje de casi diez horas) cuando por la ventanilla vi, en un paso a nivel, a una muchacha. Fue casualidad, podía haber mirado tantas otras cosas y en cambio mi mirada recayó sobre ella, que no era hermosa ni tenía nada de extraordinario. ¡Quién sabe por qué había reparado en ella! Era evidente que estaba apoyada en la barrera para disfrutar de la vista de nuestro tren, superdirecto, expreso al norte, símbolo —para aquella gente inculta— de vida fácil, aventureros, espléndidas valijas de cuero, celebridades, estrellas cinematográficas... Una vez al día este maravilloso espectáculo y absolutamente gratuito, por añadidura.

Pero cuando el tren pasó frente a la muchacha, en vez de mirar en nuestra dirección se dio vuelta para atender a un hombre que llegaba corriendo y le gritaba algo que nosotros, naturalmente, no pudimos oír, como si acudiera a prevenirla de un peligro. Solamente fue un instante: la escena voló, quedó atrás y yo me quedé preguntándome qué preocupación le había traído aquel hombre a la muchacha que había venido a contemplarnos. Y ya estaba por adormecerme, al rítmico bamboleo del tren, cuando quiso la casualidad —se trataba seguramente de una pura y simple casualidad— que reparara en un campesino parado sobre un murito, que llamaba y llamaba hacia el campo, haciéndose bocina con las manos. También esta vez fue un momento porque el expreso siguió su camino, aunque me dio tiempo de ver a seis o siete personas que corrían a través de las praderas, los cultivos, la hierba medicinal, pisoteándola sin miramientos. Debía ser algo importante. Venían de diferentes lugares —de una casa, de una fila de viñas, de una abertura en la maleza— pero todos corrían directamente al murito, acudiendo alarmados, al llamado del muchacho. Corrían, sí, ¡por Dios cómo corrían!, espantados por alguna inesperada noticia que los intrigaba terriblemente, quebrando la paz de sus vidas. Pero fue sólo un instante, lo repito apenas un relámpago; no tuvimos tiempo de observar nada más.

"¡Qué extraño!", pensé, "en pocos kilómetros ya dos casos de gente que recibe, de golpe, una noticia" (eso, al menos era lo que yo presumía). Ahora, vagamente sugestionado, escrutaba el campo, las carreteras, los paisajes, con presentimiento e inquietud.

Seguramente estaba influido por el especial estado de ánimo, pero lo cierto es que cuanto más observaba a la gente, más me parecía encontrar en todos lados una inusitada animación. ¿Por qué aquel ir y venir en los patios, aquellas afanadas mujeres, aquellos carros...? En todos los lados era lo mismo. Aunque a esa velocidad era imposible distinguir bien, hubiera jurado que toda esa agitación respondía a una misma causa. ¿Se celebraría alguna procesión en la zona? ¿O los hombres se dispondrían a ir al mercado? El tren continuaba adelante y todo seguía igual, a juzgar por la confusión. Era evidente que todo se relacionaba: la muchacha del paso a nivel, el joven sobre el muro, el ir y venir de los campesinos: algo había sucedido y nosotros, en el tren, no sabíamos nada.

Miré a mis compañeros de viaje, algunos en el compartimiento, otros en el corredor. No se habían dado cuenta de nada. Parecían tranquilos y una señora de unos sesenta años, frente a mí, estaba a punto de dormirse. ¿O acaso sospechaban? Sí, sí, también ellos estaban inquietos y no se atrevían a hablar. Más de una vez los sorprendí echando rápidas miradas hacia fuera. Especialmente la señora somnolienta, sobre todo ella, miraba de reojo, entreabriendo apenas los párpados y después me examinaba cuidadosamente para ver si la había descubierto. Pero, ¿de qué teníamos miedo?

Nápoles. Aquí, habitualmente, el tren se detiene. Pero nuestro expreso, no, hoy no. Desfilaron cerca las viejas casas y en los patios oscuros se veían ventanas iluminadas. En aquellos cuartos —fue un instante— hombres y mujeres aparecían inclinados, haciendo paquetes y cerrando valijas. ¿O me engañaba y todo era producto de mi fantasía?

Se preparaban para marcharse. "¿Adónde?", me preguntaba. Evidentemente no era una noticia feliz, pues había como una especie de alarma generalizada en la campaña como en la ciudad. Una amenaza, un peligro, el anuncio de un desastre. Después me decía: "Si fuera una desgracia se habría detenido el tren; y en cambio, el tren encontraba todo en orden, señales de vía libre, cambios perfectos, como para un viaje inaugural.

Un joven a mi lado, simulando que se desperezaba, se había puesto de pie. En realidad quería ver mejor y se inclinaba sobre mí para estar más cerca del vidrio. Afuera, el campo, el sol, los caminos blancos y sobre los caminos carros, camiones, grupos de gente a pie, largas caravanas, semejantes a las que marchan en dirección a la iglesia el día del santo patrón de la ciudad. Ya eran cientos, cada vez más gentío a medida que el tren se acercaba al norte. Y todos llevaban la misma dirección, descendían hacia el mediodía, huían del peligro mientras nosotros íbamos directamente a su encuentro; a velocidad enloquecida nos precipitábamos, corríamos hacia la guerra, la revolución, la peste, el fuego... ¿Qué más podía pasarnos? No lo sabríamos hasta dentro de cinco horas, en el momento de llegar y seguramente sería demasiado tarde.

Nadie decía nada. Ninguno quería ser el primero en ceder. Cada uno quizás dudara de sí mismo, como yo, y en la incertidumbre se preguntara si toda aquella alarma sería real o simplemente una idea loca, una alucinación, una de esas ocurrencias absurdas que suelen asaltarnos en el tren, cuando ya se está un poco cansado. La señora de enfrente lanzó un suspiro, aparentando que recién se despertaba e igual que aquel que saliendo efectivamente del sueño levanta la mirada mecánicamente, así ella levantó las pupilas, fijándolas, casi por azar, en la manija de la señal de alarma. Y también todos nosotros miramos el aparato, con idéntico pensamiento. Nadie se atrevió a hablar o tuvo la audacia de romper el silencio o simplemente osó preguntar a los otros si habían advertido, afuera, algo alarmante.

Ahora las carreteras hormigueaban de vehículos y gente, todos en dirección al sur. Nos cruzábamos con trenes repletos de gente. Los que nos veían pasar, volando con tanta prisa hacia el norte, nos miraban desconcertados. Una multitud había invadido las estaciones. Algunos nos hacían señales, otros nos gritaban frases de las cuales se percibían solamente las voces, como ecos de la montaña.

La señora de enfrente empezó a mirarme. Con las manos enjoyadas estrujaba nerviosamente un pañuelo, mientras suplicaba con la mirada. Parecía decir: si alguien hablaba... si alguno de ustedes rompiera al fin este silencio y pronunciara la pregunta que todos estamos esperando como una gracia y ninguna se atreve a formular...

Otra ciudad. Como al entrar en la estación el tren disminuyó su velocidad, dos o tres se levantaron con la esperanza de que se detuviera. No lo hizo y siguió adelante como una estruendosa turbonada a lo largo de los andenes donde, en medio de un caótico montón de valijas, un gentío se enardecía, esperando, seguramente, un convoy que partiera. Un muchacho intentó seguirnos con un paquete de diarios y agitaba uno que tenía un gran titular negro en la primera página. Entonces, con un gesto repentino, la señora que estaba frente a mí se asomó, logrando detener por un momento el periódico, pero el viento se lo arrancó impetuosamente. Entre los dedos le quedó un pedacito. Advertí que sus manos temblaban al desplegarlo. Era un papelito casi triangular. Del enorme título, sólo quedaban tres letras: ION, se leía. Nada más. Sobre el reverso aparecían indiferentes noticias periodísticas.

Sin decir palabra, la señora levantó un poco el fragmento, a fin de que pudiéramos verlo. Todos lo habíamos visto, aunque ella aparentaba ignorarlo. A medida que crecía el miedo, nos volvíamos más cautelosos. Corríamos como locos hacia una cosa que terminaba en ION y debía de tratarse de algo espeluznante; poblaciones enteras se daban a la fuga. Un hecho nuevo y poderoso había roto la vida del país, hombres y mujeres solamente pensaban en salvarse, abandonando casas, trabajos, negocios, todo, pero nuestro tren no, el maldito aparato, del cual ya nos sentíamos parte como un pasamano más, como un asiento, marchaba con la regularidad de un reloj, a la manera de un soldado honesto que se separa del grueso del ejército derrotado para llegar a su trinchera, donde ya la ha cercado el enemigo. Y por decencia, por un respeto humano miserable, ninguno de nosotros tenía el coraje de reaccionar. ¡Oh los trenes, cómo se parecen a la vida!

Faltaban dos horas. Dos horas más tarde, a la llegada, ya sabríamos la suerte que nos esperaba a todos. Dos horas. Una hora y media. Una hora. Ya descendía la oscuridad. Vimos a lo lejos las luces de nuestra anhelada ciudad y su inmóvil resplandor reverberante, un halo amarillo en el cielo, nos volvió a dar un poco de coraje.

La locomotora emitió un silbido, las ruedas resonaron sobre el laberinto de los cambios. La estación, la superficie —ahora oscura— del techo de vidrio, las lámparas, los carteles, todo estaba como de costumbre. Pero, ¡horror! Aún el tren se movía, cuando vi que la estación estaba desierta, los andenes vacíos y desnudos. Por más que busqué no pude encontrar una figura humana. El tren se detuvo, al fin. Corrimos por el andén hacia la salida, a la caza de alguno de nuestros semejantes. Me pareció entrever al fondo, en el ángulo derecho, casi en la penumbra, a un ferroviario con su gorro que desaparecía por una puerta, aterrorizado. ¿Qué habría pasado? ¿No encontraríamos un alma en la ciudad? De pronto, la voz de una mujer, altísima y violenta como un disparo, nos hizo estremecer. "¡Socorro! ¡Socorro!", gritaba y el grito repercutió bajo el techo de vidrio con la vacía sonoridad de los lugares abandonados para siempre.



-Enviado para compartir por Sergio Borao Llop sergiobllop@yahoo.es





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