miércoles, diciembre 30, 2020

POR SI MAÑANA NO AMANECE...

 



*Obra de Walkala. Luis Alfredo Duarte Herrera (1958-2010).

 

-En Aurora Boreal. Walkala: un homenaje in memoriam

http://www.auroraboreal.net/index.php?option=com_content&view=article&id=1367%3Awalkala&catid=94%3Apintura&Itemid=160

 

 

 

 

Por si mañana no amanece*

(Poemas pertenecientes al libro aún inédito Por si mañana no amanece)

*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com

 

 

 

 

 

 

 

CONTRACORRIENTE

 

 

El poeta siempre escupe contra el viento.

¿Qué sentido tendría

transitar a favor de la corriente?

¿Qué sentido tendría

ponerse de rodillas

implorando el amparo de los dioses?

 

¿Qué sentido tendría

fatigar los senderos ya trillados

cuando es tan grande el bosque,

tan seductor el susurro que se escucha

en el tibio corazón de la espesura?

 

 

 

 

 

 

 

PERTENEZCO A ESTAS CALLES


A Kafka

 

Pertenezco a estas calles.

 

Sin embargo

a veces siento como si estas calles

y yo mismo

también formásemos parte del rechazo.

 

 

 

 

 

 

 


NAVIDAD

 

 

¡Qué buenos somos todos al llegar la navidad!

 

Parece entonces que ni marzo ni octubre,

ni abril (con su crueldad denunciada por Eliot)

hubieran sucedido. Pareciera

que los asesinatos fueron malentendidos,

las traiciones, descuidos; las mentiras,

un lapsus pasajero, un hecho intrascendente.

 

Ya no importan entonces los feroces balazos,

ni la sangre vertida por puñales impíos,

ni tantas violaciones vilmente ejecutadas

ni el tiempo cancelado en las agendas rotas

de tantos peregrinos que transitan la vida

ajenos a las bífidas conciencias de los hombres.

 

¡Qué fácil es entonces meter bajo la alfombra

de las hipocresías las heces cotidianas!

¡Qué fácil olvidar los crímenes que apestan

de norte a sur los mapas desangrados!

 

¡Bebamos y olvidemos!

¡Que los belenes y árboles de plástico

nos devuelvan (solo por un instante)

ese espíritu puro, esa alegre inocencia!

 

¡Bebamos y olvidemos!

No dejemos que enturbie nuestra fiesta

el recuerdo de aquellos que padecen

los terribles hachazos del olvido.

 

Pero al doblar el año nuevo los espejos,

esos insobornables confidentes,

otra vez acusarán con sus reflejos

como afilados dedos delatores,

 

volverán a brillar las navajas de la envidia

volverán a ser las cosas como siempre

fueron en esta tierra invertebrada:

hijos abandonados, amigos postergados,

ancianos desahuciados, rostros indiferentes...

 

¡Aparta de mí este cáliz! Padre, no permitas

que mi perdón alcance a los verdugos,

ni a aquellos otros que la mano esconden

después del lanzamiento de las piedras

que lapidan esperanzas de muchachos.

 

¡Aparta de mí este cáliz! Padre, no permitas

que se olviden los nombres de los muertos.

No me dejes callar aunque los labios

se nieguen al esfuerzo de moverse.

 

No beberé la sangre de sus venas,

no cobraré monedas irredentas.

 

No permitas que la memoria me traicione,

que nada borre las iniquidades,

las lágrimas, el miedo, las infamias...

 

 

 

 

 

 

 

TRAGEDY

 

Algunos días

esta ciudad me asusta.

 

Hoy, por ejemplo: Era mediodía

y en la basílica sonaba el ángelus

con un descontrolado estruendo

capaz de alborotar a las palomas.

El sol estaba oculto tras las nubes

-en mi recuerdo, luce antes del ruido-

y el cielo era un presagio tormentoso.

 

Por el puente de piedra circulaban

-sordos, ajenos, maquinales-

lentos fantasmas con su cuerpo a cuestas.

 

Después

cesó el estrépito;

todo quedó en silencio

(el silencio aparente que sucede al tumulto).

 

En el puente de piedra

seguían caminando los fantasmas

y el sol permanecía

oculto tras las nubes

grisáceas de un ocaso prematuro.


 

 

 

 

 

 

 

CAMOUFLAGE

 

 

Cuando el poeta es niño aún

se le cincela a golpes de martillo

para que vaya asimilando los conceptos:

trabajar, consumir, asumir, imitar.

Como a todo niño se le sienta

durante horas frente al televisor

esperando tal vez que esas imágenes

le hagan abandonar sus flamígeros bosques

y sus vastas estepas de nenúfares y ámbar.

 

Pero el poeta niño atrapa las imágenes

y las transforma, las retuerce y desgarra,

las convierte en ideas y metáforas

y de ese modo va aprendiendo

que todo es simplemente un decorado

y le rodean figurantes dóciles

incapaces del grito o de la lágrima.

Así, con disimulo, el poeta-niño sonríe dulcemente

finge interés, parece embelesarse

hasta el momento en que le creen ya curado.

 

Cuando el poeta deja de ser niño

y su sonrisa ya es tan solo el rictus

de quien ha visto demasiado y ni siquiera

tiene el don de la inercia o el olvido,

cuando llega la hora de esgrimir la palabra,

sus manos invisibles acuchillan

el rostro abominable de la farsa

y ya nadie sonríe, nadie aplaude,

nadie entiende esas palabras duras

que parecen surgidas de la entraña.

 

Y todos se preguntan, consternados

¿qué habrá sido de aquel niño-poeta?

mientras el rímel, el auto, la corbata...

 

 

 

 

 

 

LA CARA OCULTA DE LOS CUENTOS

 

A Eva L.L. que sembró la idea

y aportó alegría a mi vida

 

 

Ella quería ser princesa

pero, visto de cerca,

el palacio no era de cristal

sino de frío acero.

 

Y los invisibles barrotes

fueron deformando su rostro

-un rostro antaño dulce-

hasta transformarlo en una máscara,

una máscara de plástico

diseñada para un mundo de plástico

donde solo es real el desencanto.


 

 

 

 

 

DUELE GRITAR CUANDO LA VOZ ES PURA

 

 

Duele gritar cuando la voz es pura,

cuando aún no hemos bebido los amargos

licores que la vida nos reserva.

 

(Entonces aún creíamos

que el mundo era un susurro).

 

Duele entrar en el templo

donde los mercaderes vocean alimentos

ahítos de retórica y veneno.

 

Duele callar cuando la voz es cruda

cuando ya se han probado los brebajes

del infortunio y las traiciones.

 

Por eso, aunque tan solo

la mar y las arenas nos escuchen

es preciso cantar, hasta la madrugada

y mucho más allá, cantar como posesos

mientras el mundo arde en su vorágine

de iniquidad, perfidia, egolatría

y otras maquinaciones innombrables.

 

Es preciso cantar sin condiciones

hacia la inmensidad del horizonte.


 

 

 

 

 

 

ESPEJISMOS

 

 

Las ciudades, las sierras,

los aviones, los patos,

los parques y ambulancias,

las luces, los teléfonos,

los gatos, los tranvías,

las alocadas multitudes,

las carreteras grises,

las farolas y esquinas,

tus manos, los bolígrafos,

el vuelo de los pájaros

y el mar, el mar, el mar...

 

Todo desaparece tras la siguiente duna.

 

Solo es real la sed.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

PERPETUUM

 

 

 

Redacto historias

que no terminaré.

 

Bosquejo versos

que no hallarán poema que habitar.

 

Silbo melodías inconexas

que nunca formarán una canción.

 

Informes figuras de barro.

Lienzos donde siempre falta algún color.

Vidas inconclusas.

 

¿Podemos concebir el absoluto

en el vasto universo

por siempre inacabado?


 

 

 

 

 

 

 

 

LOS ESPECTADORES AGRAVIADOS

 

 

Querido amigo Bertolt:

Hoy me atrevo a escribirte nuevamente

desde esta atroz distancia que es el tiempo.

Tal vez cuando me leas (si tal cosa sucede)

estemos (tú o yo, los dos quizá, o ninguno)

sirviendo naranjadas con vodka a los arcángeles

o asfaltando con notas musicales

las torvas avenidas del desierto

(que otros llaman infierno o despedida).

 

La cuestión es que he leído tu poema,

ese que se refiere a los que luchan

contra el virus letal de la injusticia

y a la apatía de los espectadores.

 

Y yo, en cambio, si creo que los mansos

sienten su cobardía como un cáncer,

la dolorosa llaga de una ausencia.

Están avergonzados, sí, más de otro modo:

Un lodo pestilente se abre paso en sus venas,

un temible veneno que no conoce antídotos

se va extendiendo por todos los rincones

de la innoble quietud que los gobierna.

 

Para enmascarar esa vergüenza

agitarán sus puños y sus voces

contra aquellos que allanaron sus caminos

y ahuecaron sus cojines y murieron a veces

tan sólo por enarbolar una palabra,

por dibujar a gritos una aldea habitable.

 

No tienen cicatrices ni rasguños,

no fueron mutilados ni sufrieron tortura,

siguen vivos, indemnes y callados.

Por eso cada herida del otro es una afrenta.

Cada miembro amputado

una solemne bofetada, cada tumba

un grito retumbando en sus oídos.

 

Para acallar el grito

destilan su rencor en alambiques

de hipocresía, ruido y desmemoria.

Para acallar el grito se zambullen

en el anonimato de las masas

que agitan banderitas de colores

previsiblemente intercambiables.

 

 

 

 

 

 

 

BABEL

 

Babel con bordes azulados

-¿simulando el añorado cielo?-

 

¡Hay tantísimo ruido!

 

¿Cómo podemos entendernos

unos a otros? ¿Cómo

podríamos siquiera

entendernos a nosotros mismos?

 

Así el torrente pasa

veloz como las horas

llevándose en su azul

llantos y exaltaciones.

 

Hacia el mar, que es la nada.


 

 

 

 

 

 

 

TRES COLORES

 

 

 

ROJO

 

Delfina está llorando.

 

Otra vez la noche se ha teñido

del estallido de su voz en llamas.

 

Y los vecinos contienen el aliento

como si así pudiera disiparse

la música siniestra del horror.

 

Delfina está llorando. Crece

una flor carmesí sobre el opaco

lienzo de las baldosas ignorantes

que sólo atinan a impregnarse

de reflejos, olores, sonidos leves,

síntomas de vergüenza

para siempre acallados.

 

Y nadie habla. Nadie grita. Nadie se estremece.

La noche es un silencio apenas quebrantado

por ese llanto quedo

y acaso, en los tejados adyacentes

el eco de un maullido solidario.

 

 

 

 

GRIS.

 

 

Las he visto florecer en las esquinas.

Brillar y arrebatarse

como una exaltación,

el centelleo de un relámpago.

 

Fugaces flores de una noche

que al amanecer se mustian

dejando tras de sí

el eco de un perfume, una resaca

de sal y desencanto.

 

Viven entre la niebla y la penumbra,

donde nunca penetra la esperanza

y el tiempo es el perfil de una navaja

con el filo mellado.

 

 

 

 

PÚRPURA

 

 

Música. Luz. Conversaciones.

Un polvo blanco en la yema del meñique.

Tacones. Rímel. Medias de rejilla.

 

Ella camina resuelta

atrayendo miradas, despertando deseos

y palabras. A su alrededor vibra

un estruendo de arañas luminosas,

estrellas de interior, constelaciones

de plata y oropel, oro, esmeraldas,

un éxtasis de brillo y dientes blancos.

 

Pero este oasis es sólo un decorado.

Detrás del cartón-piedra huele a azufre

y al final del corredor hay una puerta

y tras la puerta un hombre, unos billetes,

la sonrisa perversa del crupier

en cuya mano están todos los triunfos.

 

Tiempo atrás le dijeron

que esa puerta se abría al paraíso.

 

Ahora sólo espera

-entre lágrima y golpe-

que algún día se cierre para siempre

o ángeles jornaleros

derriben estos muros

y excaven galerías

hacia el cielo secreto de Boudin.

 

 

 

 

 

 

 

PUENTES

 

 

En la distancia

todos los puentes se parecen.

 

Pero hay puentes

que no cruza nadie.

 

 

 

 

 

 

 

LLUEVE

 

 

Llueve.

Y soy un hombre atrapado

En la mortalidad

Un ente permeable

Una soledad acuosa

Infinitamente repetida.

Un ejército de diminutas gotas

Cayendo, imperturbables,

Sobre la gris fachada

De las construcciones terrenas.

 

 

 

 

 

 

SIEMPRE ES OTOÑO EN ESTAS CALLES

 

 

Una vez conocí a una mujer;

una mujer sin nombre, endurecida

por la vida en las calles, por los golpes,

por el miedo y la rabia, los gritos, las ausencias...

 

Entre lágrima y lágrima,

escuchaba a Sarah Brightman y Emma Shapplin

y fumaba lentamente

al compás de la música

como si el tiempo no existiera

y la realidad fuese tan sólo

el contenido de un mal sueño recurrente.

 

Se prostituía para huir;

huía para no encontrarse,

para no ver reflejada en el espejo

la dureza de sus propios ojos

reprochándole tardes de amargura,

noches sin esperanza y sin consuelo.

 

Se prostituía para huir

y en medio de esa huida

a menudo se encontraba a sí misma

flotando a la deriva

en medio de una mar tenebrosa,

una mar enemiga y temible. Ilimitada.

 

Se prostituía para no prostituirse

en brazos de una sociedad corrupta

y decadente.

 

Escuchaba a Sarah Brightman y Emma Shapplin.

Con el pómulo morado sonreía;

decía que su cielo

era esa música. Lo otro

sólo eran pedacitos del infierno

salpicando un desierto sin oasis.

 

Una tarde se fue sin despedidas.

 

Hoy quisiera pensar que en esa huida

encontró por fin las puertas hacia el cielo;

que consiguió escapar a su destino

escapar a sus ojos maquillados

como una delación insoportable.

 

Nunca supe su nombre.

Tan sólo me fue dado abandonarme

a su tibia caricia, su incendio incomprensible,

su canto desangrándose en mi oído.

 

Una tarde se fue.

Sin despedidas.

 

Dejándome tan solo

el eco de su voz tarareando

canciones de Emma Shapplin

y Sarah Brightman; un éxtasis de música

habitando el ocaso interminable.


 

 

 

 

 

 

CÍRCULO

 

 

¿Hacia dónde tus pasos?

¿Es un dónde o un cuándo?

¿Odisea o quimera?

Y llegar...

¿Llegar o eternizarse

transitando caminos de Moebius?

 

 

 

 

 

 

 

PATRIA

 

 

Mi patria es ese río

sin nombre, esa ribera,

avatar de todas las riberas

del dilatado mundo.

 

 

 

 

 

 

 

ANVERSO

 

 

Cuando se ve el anverso

uno empieza a comprender y mira horrorizado

esos rostros idénticos

que alberga la memoria.

 

Perversos clones de nosotros mismos

amanecemos cada día

sin saber si la noche

ha vendido los cuerpos y las máscaras

o entregó nuestra risa a los demonios.

 

Todo espejo refleja los rasgos de un extraño

con espuma en la cara

y una navaja de afeitar fulgurando en su mano.


 

 

 

 

 

 

INVISIBLES LLAGAS

 

 

Las veo caminar cada mañana

entre la bruma de las calles.

Cansancio y rímel sobre sus pestañas,

maquillaje en sus conversaciones,

en sus bocas heridas, en sus caras

gastadas como la piedra roma

que cada noche lapida

y lapida

una y otra vez

una y otra vez

el ajado lienzo del recuerdo.

 

Como la pétrea mano que golpea,

noche a noche,

la blanda carne amoratada,

la consciencia que se torna niebla.

 

Una lágrima escapa.

Sombra de un grito insinuado

que un día escucharemos.

Tal vez

cuando ya sea demasiado tarde.


 

 

 

 

 

 

 

ELLAS

 

Cada tarde al volver de ningún sitio,

cansado, paso junto a ellas.

 

Ellas siempre me miran

como esperando algo

que yo no puedo darles.

 

Me miran con el aire

de quien guarda en su pecho una esperanza

pero esos ojos secos

están cansados ya de tanta lágrima.

 

Me miran y no ven

que lo que están mirando es un fantasma

incapaz de brindarles el calor

que esas miradas necesitan.

 

Yo paso junto a ellas sin mirarlas

no sea que una de estas tardes

una tarde cualquiera de noviembre

me convierta en la estatua

de sus almas en pena.


 

 

 

 

 

 

MONÓLOGO EN UNA BOTELLA

 

 

Hablar. Mirar los ojos

de nuestros contertulios; darse cuenta:

Ninguno está escuchando, las palabras

se pierden en el humo. En los rincones

el polvo se amontona. Dados vuelta

hacia adentro, los hombres, abstraídos,

su universo contemplan: simetría del ego.

 

Y entonces:

 

Iniciar una conversación trivial;

que nada sea, pues nada permanece.

Multiplicar lo intrascendente, convertir

la nada en un catálogo de nadas infinitas.

 

De tanto darle vueltas,

tal vez en el reverso

de esa triste moneda

quede algo que importe:

el minúsculo poso de una idea.


 

 

 

 

 

 

CIUDAD VIEJA

 

 

Y volveré a cruzar

una vez más el puente.

 

Mientras miro las torres

de enmudecidas cúpulas,

me tragarán las calles,

esas calles angostas

en las que todo cabe;

esas calles antiguas

donde todo es silencio

y las almas en pena

vagan sobre la piedra

sin que nadie perciba su presencia

allí bajo la niebla de los siglos

donde toda presencia es un olvido.

 

 

 

 

 

 

 

LOS PASOS EN LAS HUELLAS

 

 

¡Cuántas veces he puesto

los pasos en las huellas!

 

Pero nada regresa:

Las huellas son tan sOlo

indefinidos fósiles

y los pasos avanzan

por un suelo de arena

que siempre se parece

a la infinita arena.

 

 

 

 

 

 

PENÉLOPE


A RALC

 

Ella teje

sentada en un rincón.

 

Los hombres la contemplan

mientras beben sus copas, preguntándose...

 

Algunos se le acercan,

se apoyan a su lado, la interrogan.

Ella plácidamente niega

sin dejar de tejer.

 

Penélope la llaman.

Y en secreto temen que algún día

aparezca el Ulises esperado

y ella se vaya para siempre

dejando un rastro diminuto

de hilos entrecortados tras de sí.

 

Pero esta Penélope no espera a ningún héroe.

Ni hombre ni dios ni salvador espera.

Tan sólo teje para sobrevivir

como tantas Penélopes anónimas

que fueron, son, serán, en esta tierra.

 

No entienden su destino, pero tejen

la invisible estructura

que determina el censo de los días.


 

 

 

 

 

 

 

COMO SI FUÉSEMOS INMUNES

 

A veces sé que tiene frío, que sufre, que le pegan.

(Lejana. Julio Cortázar)

 

 

Como si fuésemos inmunes

miramos el entorno y nada vemos.

 

Vivimos encerrados

en nuestro mundo invulnerable

nuestra pequeña burbuja de cristal

donde no llega el eco

de los lamentos desgarrados

(como si todo ello no formara

parte de nosotros mismos,

como si esos rostros famélicos o atroces

no fuesen un reflejo abominable

de nuestros propios rostros impasibles)

 

Encerrados en el cuadro que pintamos

para obviar los colores imperfectos.

 

Y nos olvidamos.

Irreparablemente.

Nos olvidamos del otro:

ese que sin siquiera percatarse vive

el reverso de nuestra existencia

mientras reímos y jugamos y nos emborrachamos

como si fuésemos inmunes.


 

 

 

 

 

 

 

ENCUENTRO EN PRAGA O CUALQUIER PARTE

 

A Franz, in memoriam.

 

 

Leo a mi hermano muerto

ese hermano de distinta sangre

que murió tantos años

antes de nacer yo

y que vivió tan lejos

de esta tierra que habito

y nunca habló mi idioma

como no hablé yo el suyo.

 

Leo a mi hermano muerto

y me pregunto si algún día

y en qué dimensión extraña

podríamos por fin

establecer un diálogo...

reír tal vez, beber unas cervezas,

charlar sin disimulos

ni fórmulas caducas

como buenos camaradas

que tienen tanto que decirse

aunque en el fondo sepan

que todo está ya dicho

desde el instante mismo del encuentro.


 

 

 

 

 

 

HOY ME MIRÉ AL ESPEJO

 

 

Hoy me miré al espejo.

Los años han pasado muy deprisa.

He visto arrugas, una sombra

bajo mis párpados, un deje

de tristeza en mis ojos.

 

Fue tan solo un instante.

Un hombre viejo me miraba, confundido.

 

Alguno de estos días

enterrarán mi cuerpo,

pero esos ojos grises

-esos ojos que miran desde el fondo

del turbulento espejo-

seguirán preguntando

y no estarán escritas las respuestas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ROCÍO

 

 

Estrecho manos que se perderán

en las encrucijadas del olvido.

 

Beso labios efímeros,

destellos en la niebla.

 

Persigo sombras vagas,

ecos quizá, reflejos.

 

¿Dónde está el Horizonte

que alguna vez soñamos?

 

- No hay Horizonte: Solo

la inasible caricia de la brisa

en su tránsito ciego; solamente

el roce de la vida, insinuado.


 

 

 

 

 

 

MUJER MIRANDO AL VACÍO

 

 

Parada frente al mar

con un reflejo gris en su mirada.

(Se diría perdida en la nostalgia,

la nostalgia del mar, que no se agota)

 

Parada frente al mar.

La ciudad a su espalda

(esa ciudad que antaño fue promesa

y hoy es sólo glacial encrucijada)

y una muda tempestad de arena

bajo sus pies descalzos.

 

Ante ella hay un mar incomparable

que sus ojos no ven, un cielo transparente,

una distancia,

la levedad impronunciable de la brisa.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

PARA NO REGRESAR

 

 

Para no regresar

quemé los calendarios

como si fueran puentes.

 

¡Inútil ejercicio! Las cenizas

impregnaron mis ropas; me dejaron

un olor a nostálgicos licores,

una canción dormida entre los labios,

el lacerante poso de una ausencia.


 

 

 

 

 

 

BAJO LA ALFOMBRA

 

 

Todo el mundo sabe

que a los poetas los carga el diablo.

Por eso todo el mundo

mete a sus poetas bajo la alfombra

cuando vienen visitas

o los encierra con llave

en una habitación sin fondo

a ver si hay suerte y al abrir la puerta

han desaparecido para siempre

tragados por los bosques de arena

o bifurcados en las intersecciones

de los puentes heptagonales.

 

Pero toda precaución es poca:

A través de alfombras y paredes,

de océanos y siglos, de barrotes,

la palabra se expande, primavera

de voces desgajadas por el valle,

río de aguas voraces que se acerca,

feraz enredadera trepándose a los muros,

penetrando ventanas, expandiéndose

por el aire de todas las estancias

y estallando en rotundas espirales

que estremecen lámparas y muebles

en nombre del poeta sepultado

bajo perversas lápidas de olvido.

 

 

 

**

 

 

-Poemas pertenecientes al libro aún inédito Por si mañana no amanece-

 

 

 

-Sergio Borao Llop.  Narrador y poeta. Nacido en Mallén (Zaragoza, España) en 1960.

Miembro de Poetas del Mundo, del directorio REMES, del movimiento internacional Los Puños de la Paloma y del Club de Cronopios (Literatuya).

Colaborador habitual o esporádico en varias revistas y boletines electrónicos (Letralia, EOM, Almiar-Margen Cero, Inventiva social, Gaceta Virtual, NGC3660, El Cronista de la Red, ELFOS, Narrativas). Presente en diversas webs de contenido literario (Poesi.as, Literatuya, Cayo Mecenas, Proyecto Patrimonio, Artepoética).

Finalista en los certámenes de poesía y relatos Ciudad de Zaragoza (1990).

Seleccionado en algunas antologías de poesía y prosa en español (Versos sin bandera, El club de los relatores, Haikus desde casa, Poemas quietos, etc.).

 

-Obra publicada: EL ALBA SIN ESPEJOS (relatos) (Literatúrame, 2013)

LA MANO EN LA PALABRA (selección y prólogo) (MediaIsla, 2015)

DESDE LAS PROFUNDIDADES (prólogo) (Black Diamond Ed. 2013)

 

 https://sergioborao2011.blogspot.com/

 


 

 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 


 

DE LA FUERZA DEL NOMBRE*

 

I


El Coiro me manda un enigmático y brevísimo correo donde dice: "¿Podés escribirme algo sobre Casbas?". El nombre no me suena de nada, por lo que abro el Firefox y busco en Internet. El primer enlace conduce hasta un pueblo de Huesca cuya existencia ni siquiera conocía (Huesca es la provincia limítrofe por el norte con Zaragoza, donde vivo), un pueblo pequeño hacia el este, cerca de Abiego y Bierge, nombres que sí reconozco. Y puesto que nunca antes he estado allí, me digo: "¿Por qué no?", pensando que lo que mi amigo argentino quiere es información de primera mano sobre este pueblecito, y nada más natural, por otra parte, que me pida el favor viviendo yo tan cerca del sitio en cuestión.

Así que al otro día meto unas cuantas cosas en una bolsa de deporte y me echo a la carretera. Camino durante un buen rato, hasta que un auto negro, un Renault 5 con más de veinte años, se detiene junto a mí. El conductor, casi un adolescente, me pregunta: "¿Te llevo?". Por supuesto, acepto. Él tampoco conoce el sitio. Su acento le delata: es gallego. Con una sonrisa franca, confirma mi sospecha. Dice que va al norte, a los Pirineos, sólo por ver la cordillera. Le han hablado de parajes extraordinariamente bellos, aunque no recuerda bien los nombres o los mezcla o los confunde. Para no resultar redundante, le menciono sólo cuatro lugares (también escribo en un papel los nombres y la forma de llegar hasta allí) que en mi recuerdo crecen más y más conforme se aleja el tiempo en que me fue dado visitarlos. El primero es el Forau d´Aigualluts, en el Valle de Benasque, una pequeña explanada rodeada de montañas donde, a veces, se tiene la sensación de que llueve hacia arriba. Es lo más lindo que yo vi nunca. El segundo, un pueblo llamado Aínsa. El tercero, aunque he de confesar que no me impresionó cuando estuve allí, es el Monasterio de San Juan de la Peña. No sé que es, pero hay algo desconcertante en la montaña donde está situado, algo feo y sin embargo inolvidable; tal vez -pienso confusamente- hago mal en recomendarle esa visita. Por último, escribo: Selva de Oza. "¿Qué es?", me pregunta. Es un valle hacia el oeste, por donde discurre el río llamado Aragón-Subordán. La vegetación tiene un color oscuro que produce sensaciones difíciles de describir, pero allí uno siente que está vivo, que de verdad pueden ocurrir cosas que te hagan sentir vivo, cosas maravillosas o atroces, pero en cualquier caso reales. El tipo asiente, acaso sin comprender del todo el sentido de mis palabras, y promete que irá a todos esos sitios. Luego se pone a hablar de su coche y, más tarde, de los grupos musicales que le gustan, cuyos nombres casi siempre me resultan extraños. No obstante, reconozco algunos, lo cual es motivo de alegría para ambos. Le recomiendo otros, que él no oyó jamás. “Te gustarán”, le digo.

Al llegar a Huesca, tomamos la carretera hacia Lleida. Unos kilómetros más adelante, nos despedimos con un apretón de manos. No tardaré en darme cuenta de que ni siquiera nos habíamos presentado. Somos dos extraños caminando en un túnel o en un insondable laberinto, que sólo por casualidad han compartido un brevísimo trecho del camino. Tal vez ninguno de los dos encuentre lo que busca, o como sucede tantas veces, lo encuentre y no lo reconozca.

Por la estrecha carretera que conduce a Casbas apenas hay tráfico. Atravieso una población y sigo adelante. Según el mapa, ya casi estoy. Es entonces cuando, de pronto, me asalta una extraña idea: ¿Y si no es esto lo que quería el Coiro?, pienso. ¿Qué interés puede tener para Inventiva un minúsculo pueblo aquí en mi tierra? Un sitio del que, por otra parte, ni siquiera yo tenía noticia hasta este momento. ¿Habrá algo que se me escape en todo este asunto? Perdido en esa confusión y en esa carretera solitaria, unas palabras aparecen en mi mente, fosforescentes como un letrero luminoso en medio de la noche: Próxima estación Casbas. Me doy cuenta de que he metido la pata (el Casbas sobre el que debería escribir es otro, y está en Argentina y no sé absolutamente nada de él. Mi maldito despiste crónico me impidió recordar hasta ahora que es una de las próximas estaciones del Inventren) y lo peor es que está anocheciendo (es otoño y los días acortan). Por suerte, al fondo puedo ver las primeras casas. Advierto que estoy cansado. Espero encontrar un sitio donde me dejen dormir, porque hace un poco de frío y la manta que he traído es más bien fina. Pero no se ve un alma por las calles.

 

Al fin, distingo un vago destello al fondo de una calle lateral. Se trata de una puerta iluminada. De no haber anochecido ya, no la hubiese visto, tan tenue es el resplandor que de ella sale. Hacia allí me dirijo, con paso lento y el oído alerta. No es natural este silencio. Sobre la puerta hay un letrero de madera. La inscripción apenas puede leerse, pero se adivina que el lugar es una taberna. Cruzo el umbral y me encuentro en un cuchitril mal iluminado donde parece no haber nadie. Al oír mis pasos, un hombre sale por una puerta situada al fondo y, con un perfecto acento argentino, me saluda y pregunta si deseo tomar algo.

 


 

II


 

Una sensación de irrealidad me atenaza. No acierto a responder. Sólo le miro como se mira a un aparecido o como se podría mirar el propio reflejo en un espejo diseñado por Klein (el de la botella). Él repite la pregunta, más despacio, como si yo fuera extranjero y no comprendiese bien el idioma. No sé qué decir, qué hacer. Me siento como un actor de teatro esperando que el apuntador le sople el texto. Por fin, con cierto embarazo, me atrevo a pedir una cerveza. Mientras me sirve, el tipo explica que el pueblo está desierto porque hay un concierto en las piscinas municipales, un grupo de pop, uno de esos que venden muchos discos donde las diez o doce o quince canciones son, en realidad, la misma. Añade que incluso ha venido gente de los otros pueblos cercanos y hasta algún autobús de la ciudad. (Ese silencio ahí afuera, sin embargo, esa ausencia…). Al preguntarle dónde estoy, él me mira de arriba abajo y dice con naturalidad el nombre del pueblo. La siguiente pregunta no es fácil de hacer. Si el mundo sigue girando en su órbita normal y éste es, como parece, un hombre serio y cabal, se va a acordar de mis muertos y suerte tendré si no me saca del establecimiento a golpes; si por el contrario, el temor que me aprieta el corazón resulta ser fundado, yo me volveré loco. Aun así, no queda otro remedio: "Pero ¿Casbas de España o de Argentina?" digo en un susurro. Al principio, pienso que no me ha entendido, y tal vez sea lo mejor; acaso en el fondo conocer ese detalle no importe en realidad.

 

Pasado un instante, levanta la vista del barreño en el que en ese momento estaba lavando unos cubiertos y dice: "¿Acaso quieres tomarme el pelo?". Entonces me atropello, intento explicarle lo ocurrido, nombro el Inventren y algunas otras estaciones, le cuento que soy poeta. "¡Poeta!" dice él. "¡Poeta!" repite. "No me lo creo. Nadie va por ahí en estos tiempos diciendo que es poeta. Usted es un aprovechado. Un sinvergüenza". Yo insisto. Mi sombra en el suelo gesticula como una marioneta de trapo, parece la sombra de otra persona, idéntica a mí pero con otro ritmo. Con amargura recuerdo que no he traído un solo libro; de haberlo hecho, mis argumentos quizá tuviesen más peso. Entonces, sin explicación, hay por su parte como una sorda aceptación, no ya de mis palabras o de lo que ellas pretenden comunicar, sino de la remota posibilidad de que sean ciertas. Mirándome de reojo, con desconfianza aún, se dirige hacia un extremo del mostrador, levanta un trapo oscuro que cubre un ordenador portátil y sentencia: "Ahora lo veremos". Abre el explorador, busca el Inventren, busca mi nombre, encuentra resultados que le satisfacen, parece comprender que no le he mentido. La expresión de su rostro es otra ahora; luego me indica una mesa y sale del mostrador con una botella de vino en una mano y dos vasos en la otra. Nos sentamos, sirve el vino, enciende un cigarrillo y se larga a hablar convulsiva y nostálgicamente.

 

Así, me entero por fin de que nada extraño ha sucedido (si es que no es extraño encontrar de repente, en medio de un desierto, a un hombre que creemos habitante de otro desierto distante más de diez mil kilómetros). No hubo viajes astrales ni agujeros en el espacio. Estamos en Huesca. Con la voz plena de emoción, Manu (ese es el nombre de mi interlocutor) me habla de su niñez, de su adolescencia, se demora en detalles que tal vez hayan dormido ahí durante años, esperando esta noche y este vino; (afuera continúa el silencio, no hay ruido de pasos, ni de autos en marcha, ni siquiera el eco lejano del concierto. Si yo fuese otro, si fuese un tipo valiente, tal vez me asomaría un instante a la puerta, para mirar la luna, sólo eso: mirar la luna y saber que todo está bien). Mientras, la voz ronca de Manu me habla de la barra, de una novia que tuvo y perdió, “¡qué linda era!”, exclama. Luego hay un silencio necesario. Un movimiento lento, la mano de Manu buscando en su cartera y sacando de allí una foto cuarteada por el tiempo. La miro y hago un gesto de admiración. En efecto, la muchacha es guapa. (no sé si es entonces cuando comprendo que éste es cualquier lugar y cualquier momento, un retazo arrancado a mordiscos de la eternidad; tal vez por eso el obstinado silencio del exterior, la silueta en la pared de dos desconocidos conversando, dos latinoamericanos perdidos en cualquier parte, lejos y cerca de la vez, tenues fantasmas de sí mismos, sombras que se proyectan desde remotas noches olvidadas, que viajan en la nada hacia un tiempo inconcebible). Después escucho la descripción de un oscuro boliche que en su memoria se confunde con otros muchos que habría de conocer más tarde; me habla de su trabajo en el campo, del fatídico día en que se fue el último tren... Entonces algo parece romperse en el pausado hilo del relato. Clavo mis ojos en los suyos. Sujeto el vaso que viaja hacia sus labios. Lo insto a continuar, con el leve asomo de una sospecha insinuándose en mi entendimiento. Él me mira gravemente y retoma la narración: "...yo me fui en él. Aquel último tren que pasó por Casbas City, hace ya más de treinta años, se me llevó consigo. Luego anduve haciendo un poco de todo por todas partes. En Argentina, en Chile, en Colombia, en Bolivia y Ecuador, que es decir casi lo mismo, o de forma más breve, más certera, en Latinoamérica, que es mi patria... Nuestra patria" se corrige. Yo asiento. Luego continúa narrando las peripecias de una vida, una vida errante, como lo son todas. "Y, entonces, de pronto, llegué aquí" dice mientras vacía en los vasos lo que queda de la segunda botella. "De alguna manera, sentí que mi deriva había terminado. No es que la coincidencia del nombre y el cansancio acumulado me llevasen a tomar la decisión de quedarme. Esa decisión era anterior, fue ella quien guió mis pasos hacia estas tierras, ella quien me llevó de pueblo en pueblo hasta terminar en éste. Cuando llegué era de noche, como ahora. Dormí en unas ruinas a las afueras. No supe dónde estaba hasta la mañana siguiente, pero durante el sueño supe que me quedaría aquí. No puedo explicarlo mejor. Lo sentí. Sólo eso. Y aquí estoy desde entonces".

 

No hablamos más. Ambos estábamos algo borrachos y era muy tarde. Dormí allí mismo, en una pequeña habitación que servía de almacén y donde había sitio de sobra. Al otro día, después de un abundante desayuno, Manu estrechó mi mano y nos despedimos como dos viejos amigos. Ambos sabíamos que había muy pocas posibilidades de volvernos a encontrar. Eché a andar por la carretera, en dirección al sur, no a ese Sur que nunca vi y que mi corazón incansablemente anhela, sino al otro, al de todos los días, al sur prosaico donde la vida sufre una combustión tan lenta que ni combustión parece.

 

 

 

*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com

 

 

 

 

-Próxima estación.

En el recorrido del tren literario por el Ferrocarril Midland:

 

ELÍAS ROMERO.

 

KM. 38.   MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.   LIBERTAD.

MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.    ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.

JOSÉ INGENIEROS.   MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.   KM 12.

LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.  VILLA FIORITO.  VILLA CARAZA.

VILLA DIAMANTE.  PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.

 

 

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-Siguiente estación.

En el recorrido del tren literario por el Ferrocarril Provincial:

 

CARLOS BEGUERIE.  

 

FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.

ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.

ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.

ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.    D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.

ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.   LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.  ARANA.  GOBERNADOR GARCIA.

LA PLATA.

 

 

 

 

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