domingo, mayo 23, 2021

DESDE LAS CUEVAS MÁS HONDAS DEL LENGUAJE…

 



*Foto de Liliana Sboci.

“Bosque de lengas cerca del lago Baguilt”

 

 

 


 

 

 

 

Madre e hijas*

 

 

 

*De Mercedes Araujo.

 

 

Otoño se imagina niebla

en el jardín de suculentas

un cielo frío y sereno

lluvia tropical

se sueña

la madre exalta ese pequeño

y delicado asunto

de tejer, enlazar

a veces recto y otras curvo

mientras dice: ciertas flores

son preciosas

como tormentas

o ¡qué barato es tejer!

¡qué barato es

hablar de un viento!

así la madre decreta:

nacidas y criadas

en las pausas

del desierto

hinojo para las penas.

Yo quiero mi té de burro

dice una

–y la otra–

qué delicia, voy a llevar dos gajos

¡trinitarias para la ausencia!

Hay plantas mágicas

pero hay otras

que no te dejan mentir

aunque quisieras

y te deforman el pie o el alma

si para no llorar

                                    estás riendo.

 

 

 

 

*Mercedes Araujo (Mendoza, 1972)

-Dicta talleres de escritura creativa en la UNA. Profesora de Derecho ambiental y Derecho de la cultura y el patrimonio. En el libro Todo lo que deba ser transparente, será transparente, acompaña con sus fotografías los poemas de Patricio Torme (Ed. Palabrava, 2020). Sus poemas forman parte de varias antologías, entre otras, Poetas argentinas, 1960-1980 (Ediciones del Dock) y Perras y Amor, de la Colección Prismática de Ed. En Danza.

Su obra publicada en poesía:

Así es el fuego, La Plata, Club Hem, 2018

La isla, Buenos Aires, Bajo la luna, 2010 (Tercer premio en poesía FNA)

Viajar sola, Buenos Aires, Abeja Reina, 2006

Duelo, Buenos Aires, Ediciones en Danza 2005

Ásperos esmeros, Córdoba, Ediciones Del Copista, 2005

Audiolibro: La sed y el agua (antología), MendozaEnCasa, 2020.

Narrativa: La hija de la Cabra, Buenos Aires, Bajo la Luna, 2012 (Primer premio novela FNA)

 

 

 

 

 

 

DESDE LAS CUEVAS MÁS HONDAS DEL LENGUAJE…

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

 

Para qué nombro, 

al fin,

para qué digo

sino es para encontrar cómo llamarme

desde las cuevas

más hondas del lenguaje; 

mi voz 

ese color de humo 

en la pared

teñido por palabras vegetales.


*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

 

- Mariana nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City Bell. Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena 2014). Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015) La hija del pescador (La Magdalena, 2016).  Piedras de colores (Proyecto Hybris 2018) Su último libro publicado es El orden del agua, GPU Ediciones (2019)

-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EL CREADOR*

 

 

Érase una vez un Dios solitario.

Quizá no fuese un Dios, sino un desterrado desde una lejana civilización. Lo dejaron a la deriva en un artefacto. Su vida dependía del azar o de su habilidad para llegar a un planeta habitable. El artefacto era una nave, pero él prefería llamarla "mi balsa de real ilusión".

De los muchos náufragos del universo este tuvo a la providencia a favor.

Llegó a un planeta habitable y compatible con su condición física.

Necesitaba oxígeno para respirar, agua para beber y plantas para alimentarse.

En el mundo del que provenía no se consumían proteínas de animales. Sólo alimentos de origen vegetal.

El desterrado tuvo que aprender a reconocer sus alimentos. A construir un habitus acorde a sus necesidades. Le llevaba su buen tiempo, pero él no tenía apuro. El tiempo en aquel nuevo mundo no corría del mismo modo que en aquel al que había pertenecido.

Cuando logró organizar sus medios de subsistencia. Lo inmediato que todavía no se llamaba lo urgente. Aquel ser comenzó a percibir la soledad. No tenía amenazas en ese mundo nuevo. Le habían dejado en la nave unas pocas herramientas. Quizá un arma letal para defenderse.

Entonces, él, que quizá ya había olvidado su nombre o el código de identificación con el que se lo reconocía en su mundo, si recordaba un oficio: sabía tallar la madera. Ese mundo era un verdadero paraíso para él. Con los troncos de los árboles armo primero refugios a su gusto para no estar encerrado en su artefacto ante la adversidad del clima.

Más tarde comenzó a tallar los seres que figuraban en sus archivos del universo explorado.

Eran esculturas de madera. Seres inertes que parecían reales.

Cada vez más confiado en su habilidad había logrado tallar en el tronco mismo sin alterar la vida del árbol.

Desde las raíces corría la savia por ese ser vegetal, vivo pero tallado.

Árboles con sus troncos tallados fueron creciendo bien alto hacia la luz abundante del planeta. Por algún milagro o prodigio los seres tallados empezaron a querer ese oxigeno que producían sus padres.

Fueron catástrofes indefinibles -tal vez- las que separaron a esos seres de su vida original arbórea.

Sin raíces salieron a modificar el mundo. Fueron hostiles con sus ancestros. De aquellas creaciones del náufrago espacial surgió una nueva forma de vida.

Ese ser solitario murió sin ver consecuencias. Sus rastros se perdieron al abrirse abismos en las tierras del paraíso primitivo.

 

Nunca imaginó que lo nombrarían Dios Creador.

 

*De Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los Jíbaros*

 

 

Otra vez una llamada del Coiro viene a poner en jaque la tranquilidad de mi vida. Aquí transcurren los días con la perfecta paz de las mañanas que suceden a las noches y anuncian siestas con arrullo de torcazas, gritos de benteveos y ladridos de perros. Una que pone la pava a calentar cuando el sol ya disipó las tinieblas, y sabe que le espera apenas el regado de las juveniles, el recogido avaro de las paltas en el fondo, una excursión, y esto es lo más aventurado, hasta el súper de los chinos con el changuito, rebotando en los pozos de las calles de arena.

Pero el Coiro, ser amable y manso, hombre de paz y escaso conflicto, llama para pedirme un escrito sobre las transformaciones, mutaciones, algo así, siempre explicando desde su propia confusión y el enredo sempiterno de sus propias ideas.

Como ejemplo, me da una idea de las paltas del fondo de la quinta, cuyas semillas talladas terminan cobrando vida y convirtiéndose en jíbaros. Se me erizan los vellos de la nuca, porque sé perfectamente dónde terminan los ensueños, y cómo la realidad es permeable a tales corrosiones.

Miro a través del gran ventanal que da al norte el enorme palto. Los vidrios azules que enmarcan el cuadriculado translúcido y el centro transparente funcionan como un encuadre perfecto de un trozo de realidad ya despegado de lo real, ya partícipe de este hechizo que el hombre de Témperley ha echado sobre mi vida. El fondo de la quinta ahora, y a través de la ventana, es un cuadro, una ficción de lo que antes era tangible y verdadero.

Con el teléfono en la mano veo desde lejos el rincón donde arraiga el enorme árbol. En ese sitio sombrío por el tamaño y espesor de la copa, paraguas vegetal, se ha creado un ambiente húmedo y umbrío donde prosperan esparragueras, unas plantitas de hojas moradas, una enorme planta tropical de hojas generosas, un arbusto blanco.

Este año caen tantas paltas que he regalado cientos. Los zorzales con sus pechos anaranjados han acudido en bandada, y se quedarán hasta que termine la temporada, atiborrados de fruta, tallando prolijamente con sus picos la pulpa firme hasta que dejan sólo las cáscaras negras retorcidas al sol.

Con tanta palta, he preparado muchas ensaladas, frascos y frascos de guacamole, y, ya que se me ofrecían y una tiene esa cuestión de transformar las cosas, he tallado las semillas.

Al principio, con un cuchillo tramontina, hice cuentas y dijes para fabricar colgantes. Las piezas secas toman la consistencia y el color de la madera. Luego, con la blandura del material, me animé a tallar cabecitas de rostros grotescos, que remiten de inmediato a los horripilantes souvenires que he visto de niña en alguna casa, cabezas reducidas por los jíbaros, con un color y una apariencia en general bastante afín al cuero o a la madera.

Justamente en estos días hice una serie de cabecitas, y estaban secándose en fila en el alféizar de la ventana de la cocina.

Tengo aún el teléfono en la mano. Miro la ventana a mi derecha. Las esculturitas no están.

Ay Coiro, qué me hizo. Qué me hizo Coiro.

En el rincón selvático del fondo, a la sombra del palto, advierto oscuras figuritas que se agitan entre las plantas. Un zorzal está comiendo una palta cerca de los ligustros. El pájaro da un salto, aletea sin conseguir levantar vuelo, se desploma. Los pequeños monstruitos se apresuran a arrastrar el ave hacia la sombra, creo que llevan cerbatanas.

Le digo al Coiro que no, que no voy a escribir nada, tengo trabajo en la quinta, hay que comprar trampas, veneno, quizás deba pasar un tiempo en Santa Fe, o quizás me vaya definitivamente. No se debe modificar el mundo de esta manera, no es justo. Cuidado con lo que imagina el Coiro, cuidado con las palabras.

 

 

*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

 

El coraje

es temblar.

Y que no importe.

Es entregar el corazón

entre las matas

de los malvones rojos de un cantero.

Enterrarlo muy bien.

Cavar tan hondo

que no se escuche ya,

que no se escuche.

El coraje

es temblar

mientras se deja

el corazón dormido entre malvones,

levantarse y partir

al otro extremo del jardín,

abrir,

sin corazón,

un surco entre violetas.

El coraje

es temblar.

Y que no importe.

 

 

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El ramo de hortensias*

 

 

La mamma estaba impresionada por lo que había contado el tío sobre las cosas de las que era capaz la mujer de la cual lo habíamos rescatado semanas atrás.

El tío para no estar solo no había dicho ni palabra durante los últimos tres años. Se había casado sin avisar a la familia. Ya en casa, pensionado por pocos días, se animó a decir que su ex tenía dos actividades fijas semanales: una era ir al bingo –el tío sospechaba que iba más de una vez, pero ella reconocía una- y otra era a visitar una bruja. Todos los martes aún con tormenta. El tío la llamaba “la bruja de los martes”.

Cuando el tío volvió a su casa para intentar vivir sólo se encontró con un pájaro colgado del picaporte con un cuchillo de cocina clavado.

Sus vecinos del barrio de jubilados lo ayudaron a prender fuego al desgraciado bicho convertido en maleficio. El tío que siempre tenía guardada una botella de agua bendita, disperso gotas por toda la casa antes de tocar ni una silla.

Pasaron apenas días cuando mi madre al salir a su caminata de esquina a esquina se encontró con un impactante ramo de hortensias en el canasto destinado a las bolsas de residuos. Con ayuda de Adriana siguieron el procedimiento del tío Nicolás rociando con agua bendita por la casa. Colocaron al ramo maldito en una bolsa negra que oculte su contenido para que ningún incauto lleve esa desgracia a su casa. Adriana aconsejó arrojarlo al volquete de los albañiles que trabajaban cruzando la avenida.

Cuando volví a casa la mamma relató los acontecimientos: Ni bien pudo llamó al tío Nicolás que no dudó en atribuir el ramo de hortensias a un “trabajo” de la bruja de los martes. Me convencieron que el ramo de hortensias era -por lo menos- un mensaje intimidante. La mujer de la cual se había librado el tío a los 88 años era capaz de cualquier maldad.

Así creídos esto se comentó por boca de mi madre con cada persona que encontrara en su caminata.

Me tocó presenciar cuando lo relató a Juliana la señora de la dietética.

Vimos como su rostro se puso primero pálido para luego soltar una risa.

-Pero no Angelita!!! –dijo y explicó sin tomar aire:

Al cerrar el negocio ese mediodía lo tiré furiosa en el primer canasto que se me cruzó y justo era el suyo…

No era brujería, eran las hortensias de un bolas tristes!!!

 

Mi madre aceptó entre desconcertada y aliviada.

Mientras volvíamos dijo:

 

-A esta Juliana nunca le faltan pretendientes…

 

 

*De Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Metamorfosis*

 

*Esther Andradi.

 

 

Ahora soy una hierba doméstica. Pero supe ser salvaje.

 Orgías fueron aquellas: no te puedo explicar la de bichos 

que entonces se balancearon entre mis lianas.

 Nada que ver con el perejil en que me he convertido.

 

 

 

-Esther Andradi es escritora, ha vivido y trabajado en diferentes países. Nació en Ataliva, un pequeño pueblo de la provincia de Santa Fe, Argentina, y en 1975 emigró al Perú, donde fue reportera, columnista, y jefa de redacción. En 1980 viajó a Europa y se radicó en Berlín (Occidental). En 1995 regresó a Argentina y vivió ocho años en Buenos Aires. Desde 2003 vive y escribe en Berlín. Sueña con un túnel que conecte Buenos Aires y Berlín, de manera que sea posible pasar rápidamente de una metrópoli a otra. En sus textos emprende a menudo semejantes traspasos entre uno y otro mundo, reflexiona sobre los cruces y márgenes, sobre aquello que se pierde en la travesía. Y también lo que se gana. Publicó crónica, ensayo, poesía, microficción, cuento y novela. Sus relatos fueron editados en numerosas antologías y en diferentes idiomas. Sus ensayos sobre cultura, memoria y migración se publican en diversos medios de América, España y Alemania. Tradujo la poesía de la poeta alemana negra May Ayim al español. Editó la antología "Vivir en otra lengua", pionera en la construcción de un espacio para la literatura latinoamericana que se escribe fuera de las fronteras de los países de origen. Ha sido traducida a varios idiomas, últimamente al islandés.

 

http://www.andradi.de/es/startseite/

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 

 

 

 

 

 

Después de la película*

 

 

El jueves pasado fui al cine con mi amigo Marco. Me había llamado unas horas antes, muy excitado porque en el cineclub de la Universidad ponían El maquinista de la general, todo un clásico. Vimos la película y luego nos quedamos a la tertulia, que tradicionalmente se arma en torno a la emisión del día, aunque ni mi amigo ni yo intervinimos en ella. Solo escuchamos. Se habló de Buster Keaton, del origen de su nombre artístico –nacido de un comentario del gran Houdini-, de la guerra de secesión y de otras películas relacionadas con la que acabábamos de presenciar. Al final todos los asistentes fuimos saliendo lentamente, más o menos, según me pareció, satisfechos con el espectáculo.

Marco y yo nos quedamos unos minutos afuera, cerca de la puerta del local, conversando, aunque no sabría explicar el desarrollo de la conversación ni su contenido. Cabe suponer que nuestras palabras versasen sobre el film, sobre Keaton o quizá sobre alguna otra ocasión en la que hubiésemos ido juntos al cine. Lo que recuerdo perfectamente (casi con un escalofrío ahora al contarlo), es lo que ocurrió al separarnos. Me quedé mirando como mi amigo se alejaba por la calle hacia el sur, en dirección a su barrio. Cuando lo perdí de vista, apagué mi cigarrillo y me dispuse a partir en sentido contrario. Justo entonces, de la pared más cercana (así lo sentí, como si el sonido proviniese del propio muro) me llegaron unas palabras:

- Mucha gente no lo sabe, pero…

Al principio me sobresalté. Después miré con atención en dirección al lugar de donde provenía la voz. Un tipo estaba apoyado sobre la fachada. Apenas me era posible distinguirle. Era poco más que una sombra. Dudé si ignorarle y marcharme o, por el contrario, averiguar qué quería de mí. Opté por lo segundo. Me acerqué dos pasos, hasta estar casi junto a él. Pregunté:

- ¿Nos conocemos?

Tardó en responder. Su rostro se veía oscuro, tal vez debido, en parte, a la barba de tres días, pero era más que eso, como una oscuridad procedente del interior de sus ojos impasibles. Su semblante no reflejaba la menor emoción.

- No. Sin embargo, le contaré un secreto.

Me pareció incongruente que un completo desconocido fuese a contarme algo sin motivo alguno. Seguro que después de su revelación iba a pedirme dinero. Por un momento pensé en reanudar mi camino, pero pudo más la curiosidad.

- Usted dirá, entonces.

Me miró con esos ojos fríos, un momento que me pareció muy largo. Después inició su relato:

 

- Mucha gente no lo sabe, pero Buster Keaton estuvo a punto de rodar una película aquí, en Argentina.

Me pareció muy improbable, pero podría ser divertido escucharle. Involuntariamente, sonreí. Él siguió narrando con lentitud, imperturbable.

- El maquinista, hoy es un clásico, pero en su momento fue un auténtico fracaso en taquilla. Tras aquel fiasco, y en vista de lo caros que resultaban los rodajes de sus películas, la productora decidió que, a partir de ese momento, Keaton ya no gozaría de libertad absoluta. Durante algún tiempo estuvo rodando películas que a él mismo le parecían indignas de su genio.

- Sí, sabía eso. Lo leí en alguna parte – interrumpí.

- Fue entonces – continuó el tipo sin inmutarse - cuando entró en contacto, no se sabe muy bien cómo, con un magnate argentino, un pez gordo de Buenos Aires, que le prometió invertir en su siguiente film. Así que Stone Face (como ya se le conocía en todas partes) se vino a la Argentina, dispuesto a rodar en cuanto todo estuviese listo.

Pensé que la narración se había terminado, pero solo se trataba de una pausa, no sé si dramática o para tomar aire.

- El millonario puso como condición que parte del rodaje tuviese lugar en la estación Juan Atucha, sus razones tendría y nadie le discutió ese punto. Para Keaton, tan bueno era un sitio como otro, siempre y cuando tuviera una buena porción de pampa que atravesar con su tren… Sí, lo ha adivinado. La cosa iba otra vez de trenes. Buster Keaton era un enamorado de los trenes. En el fondo, ya sabe usted… La vida es un tren que circula hacia alguna parte cuyos contornos no son nunca visibles…

- Y ¿qué pasó?

- Durante un tiempo, Keaton estuvo recorriendo diversas partes del país, sobre todo los alrededores de la estación en la que iba a iniciarse el viaje que tendría lugar en la filmación. Cuidaba mucho los detalles y le gustaba hacerlo todo en persona. Así que, acompañado de un guía local, que a la vez le servía de traductor y de secretario, fue encontrando escenarios en los que desarrollar su idea. ¿Le gustaría conocer la idea que tenía para esa película?

 

- Por supuesto – repuse. A esa altura ya estaba más que interesado en lo que el tipo me contaba, fuese verdad o no.

- Bien. El tema es el desierto.

Tras esa contundente frase, casi una sentencia, el hombre guardó silencio. Creí que ahora venía el momento en que iba a pedirme la voluntad a cambio de su relato. Yo tenía en la cartera algunos pesos y estaba dispuesto a ofrecérselos con tal de seguir escuchando. Pero no demandó nada. Solo había parado un momento para tomar aliento, repasar en su mente toda la historia o cualquier otra cosa. Luego continuó como si ese breve lapso –que se me hizo interminable- jamás hubiese tenido lugar:

- El tema es el desierto. Un tren va avanzando a velocidad reducida por parajes desolados. Afuera, nada parece suceder. En el interior, una mujer y un hombre conversan desapasionadamente. Poco a poco vamos averiguando que se trata de un matrimonio. Hay fragmentos de conversaciones mientras por las ventanillas va pasando un paisaje yermo. Tan yermo, adivinamos, como la relación que vincula a esas dos personas que conversan, unidas acaso por el amor en otro tiempo, pero ahora enormemente distanciadas. Hablan por llenar con algo el viaje. Viajan por llenar con algo sus vidas. Si hubo ilusión en su pasado, ahora yace tras un alud de años compartidos. El presente, cada una de sus palabras lo confirma, es la nada. Desempolvan recuerdos, comentan el clima, las últimas noticias leídas en el diario. En sus voces no hay futuro. El futuro no existe. Es la laguna muerta de un páramo casi idéntico a aquel por el que el tren va discurriendo. Ocasionalmente, un revisor atraviesa el compartimento. Nada más. Finalmente, el tren llega al borde de un barranco (no se sabe qué hace exactamente un barranco en medio del trayecto ferroviario y, en realidad, no importa) y sin que nadie pueda o quiera evitarlo, se despeña. Esa escena final, por medio de la edición, iba a durar más de un minuto. Más de un minuto ese tren despeñándose, cayendo verticalmente sin visos de llegar jamás al final de su caída (metáfora de la relación de los dos personajes).

El tipo hizo una nueva pausa. Le miré, expectante, casi suplicando que continuara.

- Al final no hubo acuerdo porque el coste de esa última escena era inasumible para el presunto mecenas. Después de esa negativa, Keaton se entrevistó con mucha gente en Buenos Aires y otras ciudades, pero no consiguió la financiación imprescindible. La película nunca se hizo, así que supongo que tampoco en su país le avalaron. Eso fue todo. Un proyecto jamás realizado. Un sueño nomás.

Ahí terminó el relato. Su voz dejó de sonar y él desapareció, como una sombra. Pestañeé un par de veces, pero no había rastro de él. Como si se hubiese esfumado. Traté de recuperar sus rasgos, la seriedad de su rostro, la impasibilidad de sus ojos, pero me fue imposible.  La noche se transformó en una escena de cine mudo mientras caminaba hacia mi casa.

Al día siguiente llamé a Marco, muy excitado, para contarle todo lo sucedido. Él me escuchó atentamente. Luego, con un tono de confusión, dijo:

- Ayer no nos vimos. No fuimos al cine. Tal vez fuiste con otra persona…

- No, no. Recuerdo perfectamente que fui contigo.

- Hace casi un mes que fuimos por última vez al cine… Y fue a una reposición de Portero de noche, donde Charlotte Rampling está espléndida, por cierto... Lo estuvimos comentando largamente a la salida…

Guardé silencio. Pensé que, sin duda, Marco me estaba embromando. Entonces añadió:

- Y la última vez que pasaron El maquinista, que yo sepa, fue hace treinta años.

Colgué. Unos ojos inexistentes me miraban desde el recuerdo de una escena que, al parecer, nunca tuvo lugar, o lo tuvo de algún modo que no me es posible siquiera imaginar. Volví a la cama. Traté de dormir. Soñar escenas de cine mudo. Tal vez al despertar el mundo hubiera cambiado nuevamente.

 

 

 

*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com

 

 

 

 

 

 

-Próxima estación.

 

En el recorrido del tren literario por el Ferrocarril Provincial:

 

 

 

CARLOS BEGUERIE. 

 

 

 

FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.

 

ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.  

 

LOMA VERDE.

 

ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.

 

GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.

 

GOBERNADOR OBLIGADO.

 

ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.  

 

 D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.

 

ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.   LISANDRO OLMOS.

 

 INGENIERO VILLANUEVA.  ARANA. 

 

GOBERNADOR GARCIA.

 

LA PLATA.

 

 

 

 

*

 

-Siguiente estación.

 

 

 En el recorrido del tren literario por el Ferrocarril Midland:

 

KM. 38.  

 

 

MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.   LIBERTAD.

 

MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.    ISIDRO CASANOVA. 

 

JUSTO VILLEGAS.

 

JOSÉ INGENIEROS.   MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.

 

 ALDO BONZI.   KM 12.

 

LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.  VILLA FIORITO.

 

 VILLA CARAZA.

 

VILLA DIAMANTE.  PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.

 

 

 

 

 

 

InventivaSocial

Plaza virtual de escritura

 

-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.

 

https://twitter.com/INVENTIVASOCIAL