viernes, octubre 19, 2007

LA HISTORIA ES ESE ESPÍRITU QUE SIEMPRE NIEGA...


La historia sigue*



Jabrellas se hospedaba en una pensión de la calle Maza. Vestíbulo, cocina, baño, retrete, corredores, diez habitaciones, algunas pequeñas, una de las cuales, en el tercer patio, él arrendaba. En ese último patio, en “la piecita del fondo”, que en realidad no era más que un sucucho –al lado de “la carbonera”, habitáculo donde no se guardaba carbón, sino trastos -, vivía Blanca, una copera a la que el hijo de la encargada, ciclotímico de ocho años, le alcanzaba el desayuno pasadas las dos de la tarde. En ese patio áspero había canteros, menta, hormigas y caracoles. “La piecita” no tenía ventana, pero sí la de Jabrellas, seborreico cuarentón tirando a gordo, empleado del subte, línea “A”. Calvo, con cara de luna abollada y el nacimiento de la barba muy marcado. Servicial, cuando no dormía sus once horas sagradas. Jabrellas, anticipado del estereo, en su día de franco nos inundaba de música clásica y Dajos Bela. La encargada solía encarecerle que le cambiara los cueritos de las canillas. La pareja de la pieza frente a la cocina, que les pasara alguno de sus tres discos, todos boleros, ya que ellos carecían de combinado. Los paraguayos, otros pensionistas, que les saliera de testigo en un trámite ante un ministerio. Los de la habitación enorme que separaba los dos primeros patios, lo reclamaron un domingo para jugar al truco. Las mellizas y el padre de las mellizas lo solicitaron por asuntos de electricidad. Otra vez, él se ofreció para entablillarle provisoriamente una pata a Mini, la quisquillosa perrita negra de Norma, la sufrida hija de la catamarqueña. También ayudó Jabrellas a correr muebles, a baldear, a podar la parra. En las paredes de su cuarto exponía fotografías enmarcadas de mujeres desnudas (pubis, aparte). Lindas fotografías: artísticas. Como del Playboy de los años cincuenta. En su ropero, dentro de sobres marrones, había muchas otras fotos con motivos similares. Cuando su madre y sus hermanas caían a visitarlo desde Baradero, los cuadritos eran ocultados, y a un par de clavos en sendas paredes les colocaba un almanaque y un dibujo. Sólo con prostitutas mantenía escaramuzas eróticas a las que por períodos de no más de noventa minutos cada quince o veinte días Jabrellas se entregaba. Le gustaba pagarles y jamás pichuleaba. Parecía conforme con su régimen de veintidós, veintitrés o veinticuatro encamadas anuales. Del bello sexo comentó en cierta expansiva oportunidad, que observando a unas adolescentes en Gath y Chaves se le había ocurrido la siguiente frase: “Todas las jovencitas son jóvenes”. Rasgo de sutil ingenio y perspicacia. Jabrellas tendía a sonreír, a mostrarse correcto y mesurado. Los de la sala, el cabo de la policía y su concubina, no lo saludaban. Abonaba el alquiler con puntualidad, usaba trajes, cepillaba con bríos su dentadura. En Baradero, ni mientras cursaba el secundario ni cuando trabajó en la forrajera tuvo novia o filo. Y tampoco en la gran ciudad. Hasta que Blanca, su vecina de patio y jardincito, se lo encuentra detrás de una ventanilla de la estación Loria, y se conmueve, se fija en él, y algo conversan. El caso es que Jabrellas, así, desprevenido, se sorprende el diecinueve de diciembre de mil novecientos cincuenta y ocho, invitándola a Blanca a tomar café en un bar por Congreso, una hora después.

La historia sigue con que ahora están los dos en la pieza frente a la cocina, son viejos, las fotos las vendió Blanca hace más de dos décadas al dueño de un boliche en Lanús, Jabrellas es jubilado, en “la piecita del fondo” Blanca pinta vírgenes de plástico, con lo que le alcanza para abonar el alquiler, tan módico, de la vivienda en la que, con las otras habitaciones clausuradas, son sus únicos ocupantes.



*de Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar




La historia es ese espíritu que siempre niega...




"El ideal de la Filosofía"*



*por Julio Pino Miyar. isla_59_1999@yahoo.com
8 de octubre del 2007



El maestro Ludwing Feuerbach, uno de los filósofos más importantes de la época inmediatamente posterior a Federico Hegel, retirado por décadas en la pequeña y hermosa ciudad alemana de Bruckberg, escribió de sí mismo que era un contemplativo anacoreta, pero no por ello desprovisto de un fuerte sentido práctico.
Es necesario añadir, que el espíritu práctico y el espíritu contemplativo poseen toda una serie de puntos
válidos de contacto. La experiencia puede, sin dudas, revestirse con el ropaje de la reflexión, del mismo
modo que la reflexión puede ejercer mejor su soberanía cuando habita en el interior de la práctica. Aunque es cierto que a veces todo se diluye en la práctica, del mismo modo que, en ocasiones, no somos capaces de sobrepasar el horizonte puro de la reflexión. Por eso es bueno no olvidar (arriesgando con esto una definición que no es mía) que el hombre es ese ser lógico, empíricamente perceptible, que posee el concepto de su propia existencia.
Las deducciones lógicas de los individuos genuinamente contemplativos inciden a menudo en la realidad,
trayendo con esto depuradas consecuencias prácticas.
Los eventos prácticos se convierten, de esta manera, en situaciones de partida para la reflexión que debe sucederlos. Pensamiento conceptual que aparece, como razón inevitable, como consumación intelectual, distante y sosegada, de una serie de acontecimientos prolongados en el tiempo.
En sus famosas "Tesis sobre Feuerbach", Carlos Marx planteó elevar la razón práctica al rango de primacía que hasta ese momento había ocupado la teoría. Pero aunque es cierto que muchos de los problemas expuestos históricamente por la filosofía, no pueden ser resueltos desde el campo propio de la filosofía, sino de la práctica, es también necesario reconocer que no ha sido inútil que el pensamiento especulativo los planteara y se preocupara por buscarles una solución teórica. Aunque con esto se remarcara paradójicamente la insuficiencia de la teoría, abriendo paso a la razón política, que vendría a realizar, en el mundo terrenal, las más genuinas preocupaciones del antiguo mundo de las ideas: su contenido humanista, moral y las grandes inquietudes gnoseológicas del pensamiento clásico.
La realidad práctica, que contiene las acciones de los hombres, implica además el tema fundamental de la
libertad, como cuestión de valor electivo, en la que al hombre le es dado poder asumir una opción en
particular, entre un número determinado de opciones.
El hombre logra, por tanto, su libertad cuando tiene la capacidad moral de decidir correctamente y para eso necesita ser él mismo. Es decir, recuperar, desde su perceptible concreción, su universalidad moral y su razón política. Pero para eso necesita habitar una Ciudad política, que garantice sus decisiones y en la que florezcan las instituciones públicas y privadas.
Si hacemos un seguimiento de las ideas de Federico Hegel, es en la Revolución francesa (1789) donde
pudiéramos ubicar los prolegómenos modernos al viejo sueño filosófico de la libertad política y económica, fundada a partir de un ideal moral.
El Estado, la propiedad, la participación política son, en cuanto tales, estructuras y eventos de una
misma totalidad social que, sometida al cambio y la transformación, se vuelve histórica y, por lo cual, es
siempre contradictoria. Es como un gran movimiento, para usar un símil, en el que el hombre habita en la
cima encrespada de la ola, sólo segundos antes de disolverse en el océano en el que completa su
significado vital. Esto es una verdad hegeliana. Pero también es verdad que en ese pequeño microcosmos, que es el individuo humano, habita la verdad del todo, del mismo modo que un pedazo de naranja sabe como toda la naranja. Pues se aprehende en él el rigor de la totalidad empeñada.
Es desde consideraciones como estas que se deberían repensar filosóficamente las relaciones de los
individuos con el Estado, como inmanente a la actividad económica del hombre, al sufragio universal
y a las verdades consensuadas.
No se trata, por tanto, de decretar la muerte de la especulación filosófica, sepultada por el devenir
concreto de la actividad política, sino de dotar a la experiencia humana de una racionalidad de índole
filosófica, la cual, utilizando los viejos conceptos, se vincule, con nuevas herramientas, al proceso de
cambio real que la propia filosofía exige desde milenios del mundo. No es por eso al triste funeral de
la filosofía a lo que debemos asistir, es, por el contrario, a una optimista reorientación psicológica
del espíritu humano, que resaltando el valor de la idea frente al mundo puramente empírico concreto,
hiciera de la experiencia política la nueva tierra de promisión del pensamiento especulativo y se planteara pensar también lo objetivo, adecuando su lógica a la tarea de intelección, participación y transformación del mundo.
A partir de Federico Hegel (la culminación en él de la Filosofía Clásica Alemana) y sus inmediatos sucesores intelectuales Feuerbach y Marx, se entendió, en parte, la experiencia social y política de los siglos XIX y XX, como una compleja realidad histórica, en la que había encarnado polémicamente el pensamiento ideológico previamente concebido.
Hoy quizás se le impone como misión a los espíritus especulativos volver a pensar a Hegel después de Marx.
O sea, me explico: pensar de nuevo la Filosofía hegeliana después de dos siglos de práctica política,
deducida de las consecuencias de ese pensamiento y su heterodoxa y bifurcada continuidad marxista; después del largo proceso social emancipador que dibujó el advenimiento del movimiento obrero (que hasta ese momento sólo había sido la plebe de París) con su líder Bafeus en tiempos de la primera Revolución francesa (1789); de la revolución de julio de 1830 que llevó a una monarquía liberal al poder y entronizó en Francia el mundo de las finanzas; de la revolución de 1848 donde una comisión obrera en el palacio de Luxemburgo elaboró la primera legislación laboral; de la Comuna de París de 1871 que convocó un parlamento obrero; de la Revolución rusa de 1917 y sus avanzadas legislaciones en materia laboral y social...
Hoy, a la luz de los trascendentales eventos ocurridos en la historia de dos siglos, el pensamiento reflexivo debería intentar nuevo dictamen. Digo, si eso es todavía posible; si la filosofía, y el pensamiento especulativo que la nutre, no han sido finalmente domeñados por los impositivos y triunfalistas dictámenes teóricos de una ciencia manifiestamente empírica, que todo lo mide desde el rasero de su razón práctica, fundamentada en la estricta observación objetiva y en el principio científico de certeza, en la acumulación de datos provenientes de la propia observación; mediante aquellas investigaciones teóricas que han traído, como inobjetable resultado, el desarrollo de las tecnologías y la expansión industrial, de consumo y de mercado que configuran un singular mundo burgués normado por la técnica y el trabajo especializados.
El pensamiento contemporáneo nos presenta así un mundo cargado de positividad, donde la estructura material (socio económica) ejerce su tiranía sobre los individuos e instituciones civiles y políticas. El
viejo sueño del capitalismo liberal de un mundo erigido desde la propiedad privada, la libre
concurrencia económica y la democracia representativa, ha tenido que ceder paso a una realidad colmada por la materia mercantil indiferenciada y por el endeudamiento financiero que corroe los cimientos de
la propiedad. La propiedad se ha volatilizado del mismo modo que el capital se ha centralizado, mientras
que las instituciones políticas agonizan ante el impacto de los grandes intereses creados. Nos
enfrentamos, de este modo, a un totalitarismo financiero y a un Estado que es su representación
fáctica. El Estado no es ya lo que pedía Hegel que fuera: esa realidad jurídica y administrativa que
representara las aspiraciones más generales de la sociedad, dotado de un carácter histórico y misional.
Es que la conciencia crítica se convierte de hecho en una entidad ajena a las formas más usuales de
pensamiento, porque la dialéctica de los acontecimientos, fundados en el carácter negativo y
trasformador que ejerce la conciencia del hombre sobre las cosas, ha tenido que dejar paso a una mecánica económica que impone su enorme actividad sobre la más completa pasividad social.
Cuando esto ocurre la filosofía queda desplazada, a la ideología sucede el funcionalismo pragmático, y los universales del pensamiento especulativo dejan de ser inteligibles.
Como criterio opuesto a este estado de cosas se puede opinar, que aún el pensamiento que pretende un máximo de realismo objetivo no puede evitar las generalizaciones, a la hora de manifestarse y exponer
sus argumentos. El conocimiento humano no sólo tiene su origen en lo empírico sensible, a no ser que
reconozcamos la sensibilidad de la intuición, de la percepción mental fundada en la aprehensión de la
idea, como idea del mundo pero que lo configura, le da forma y lo hace inteligible.
Para Hegel la objetividad era materia inerte. Sólo mediante el trabajo creador se puede despejar el
camino que conduce a rehabilitar el mundo natural, como parte esencial de la experiencia y el hábitat del espíritu cognoscente. Pues si es realmente cierto que es sólo de los objetos que el hombre extrae sus ideas, es también cierto que es desde la abstracción que el hombre se relaciona con el mundo de las cosas materiales. Luego existe un primado de las ideas a la hora de relacionarnos con el mundo. El valor que le otorgamos a la experiencia práctica solamente es comprensible, si se acepta su inmediata correlación con el mundo de las ideas. No puede ser de otra forma.
A partir de esto es que se puede plantear una vindicación de la filosofía, como filosofía del mundo
y para el mundo. Como premisa que, al interactuar con la materialidad de los eventos, haga descender a la razón teórica de su antiguo cielo especulativo para que devenga en razón práctica. En razón filosófico-práctica y replantee con ello el valor virtual de la ideología.
El gran universal de la filosofía es el hombre mismo, que es la realización concreta de sus propias
postulaciones y de las categorías históricas que, en desarrollo, han aparecido como soporte de su
concepción: La libertad; La adecuación moral de la vida; El ideal de igualdad y justicia, etcétera.
La propia historia aparece entonces como una máxima generalización (un universal) del comportamiento
social del hombre, entendido desde la mutación y el cambio en constante devenir. A este universal, que es la historia, se llega, como a todos, no por el camino de la percepción práctico sensible, sino mediante la intuición mental y la reflexión teórica. Y como todos los universales del conocimiento, es un campo primado para la especulación y el contemplativo discernimiento intelectual.
La historia, su inteligibilidad como fundamento del pensamiento filosófico, tiende a revelar problemas
básicos de la condición humana y es la principal forma en que se manifiesta la actividad social, pautada por el desarrollo de las formaciones económicas, las instituciones y concepciones que emergen de su suelo.
Hegel concebía la historia como un lento proceso de humanización (hominización) fundado en el trabajo
conjunto, el diálogo y las instituciones comunes de cada hombre con el resto de los hombres.
Es en la historia que todo adquiere su máxima realización. Y es además en la historia que todo cobra un carácter transitivo, relativo, donde todo puede ser ampliado, modificado. Se trata, por tanto,
de comprender en la historia el valor positivo de la negatividad, como agente de cambio, de transformación, de liberación del potencial humano, que, al negar, laboriosa y dialécticamente, al mundo, lo afirma a un nivel más alto. De la misma manera que el mundo, en su material negatividad, enajena la actividad humana, derriba sus instituciones, pone en crisis su pensamiento, limita su libertad o la hace imposible, para obligar al hombre a buscar una solución en el terreno de las ideas, la especulación teórica, en la paciente espera subjetiva que el ciclo de la negatividad culmine en una afirmación que lo vuelva a implicar en la trasformación, no sólo política y económica del mundo, sino también moral.
Parafraseando las palabras de Mefistófeles del "Fausto" de Goethe: "La historia es ese espíritu que
siempre niega". Entre tanto, el propio Fausto deviene en la afirmación que se produce cuando la negación
histórica ha sido, a su vez, negada por la consciente actividad teórica - práctica.
El viejo espíritu judío, expresado bíblicamente en las ideas de El Antiguo y el Nuevo Testamento, implicó, desde sus orígenes, tanto para el poeta Goethe como para los pensadores Hegel y Marx, el sempiterno tema de la salvación como salvación en la historia; como salvación individual y colectiva en el contexto de un proyecto histórico, frente a aquello que el propio Hegel llamara el "Calvario de la historia". Es decir, concebida como una composición dramática, la cual se renueva, de generación en generación, y donde se escenifican las pasiones y razones de los hombres, y donde nosotros mismos somos, en este momento, sus personajes.
La idea de un mundo mejor es una de las principales formas de que se reviste la racionalidad histórica.
Racionalidad que descansa sobre las ruinas mitológicas del paraíso perdido; la arcadia bucólica; el utopos filosófico. Razón que nos remite a la reminiscencia de una estructura social altamente gratificante, que quizás nunca se produjo como tal en el tiempo de la historia, pero que habita entre nuestros despojos psicológicos, como fundamento originario del pensamiento humano, de su arcano ideal político.
Hegel pidió, frente a la dispersión histórica que padecía la nación alemana, y como razones de peso de
su propio espíritu, que el pueblo fuese hijo de la constitución y del Estado. Para ello se remitió al
bello ideal griego: la cosa y la razón públicas y privadas, mas aportando la idea del compromiso con el
bienestar general, teniendo en cuenta, para eso, las necesidades individuales y colectivas. Es decir,
aceptando el valor socialmente "negativo" de la interioridad psicológica de cada persona y sus
específicas opciones (libertades) materiales.
El planteamiento filosófico de Ludwin Feuerbach de devolver al hombre aquellas nociones transcendentales que le fueron conferidas erróneamente a Dios, trae aparejada la tarea de pensar al hombre esencialmente como individuo, como personaje insustituible del drama histórico. Y es que la tarea principal de la Filosofía, para expresarlo en unas pocas palabras, debería estar dirigida al ideal del mejoramiento progresivo y delicado del ser humano.
En resumen, la empresa pedagógica de la Filosofía, como la concebían Hegel y sus clásicos griegos, debe
quizás partir de presupuestos como estos. Ya que la verdad del ser individual es intransferible, aun
reconociendo su constante precariedad; su dolorosa finitud; su frágil relatividad. Tal vez por eso mismo.






Cristina conserva una amplia ventaja, pero el voto urbano se sigue alejando*



*Por Julio Blanck. jblanck@clarin.com



Cristina Kirchner llevó ayer su campaña a la capital de Córdoba por pura necesidad. La razón es sencilla: allí está haciendo su peor elección en los grandes centros electorales del país, de acuerdo a las encuestas conocidas.
Por cierto, la candidata del oficialismo -que mantiene una cómoda ventaja global sobre sus seguidores- tiene problemas con la intención de voto en las grandes ciudades. Pero al parecer en ningún lado está tan complicada como en Córdoba, donde el grueso del electorado parece dividirse entre ella, Roberto
Lavagna y Elisa Carrió, y donde Alberto Rodríguez Saá, por efecto de la cercanía con San Luis donde gobierna, también tiene una buena intención de voto.
Esto significa que, aun arañando en Córdoba capital el 30% el día de la elección, Cristina podría terminar tercera. O también, en función de esa paridad, con casi el mismo caudal podría llevarse la victoria en ese gran núcleo urbano.
Algo parecido está sucediendo en la Capital, de acuerdo a los sondeos más o menos confiables. Cristina no llegaría al 30% entre los votantes porteños, aunque aún así podría ganar la presidencial en el distrito. Allí su amenaza más firme es Carrió, que vendría acortando diferencias y se coloca, según
algunas estimaciones, en condiciones potenciales de superar a la Primera Dama si esa tendencia se mantiene y profundiza.
En Rosario, gobernada por el socialismo triunfante ahora en toda la provincia de Santa Fe, la situación de la candidata kirchnerista es relativamente mejor. Según las estimaciones que los propios dirigentes del Partido Socialista hicieron ayer a Clarín, Cristina, aún en leve descenso, estaría cerca del 40% tanto entre los rosarinos como en toda la provincia.
Lo que detectan allí es una subida fuerte de Carrió, que lleva al socialista Rubén Giustiniani en la fórmula, y que estaría superando ya el 25% de los votos.
De este modo, Cristina podría estar asomándose a un triunfo nacional que la consagre presidenta en primera vuelta, a pesar del peligro de ser derrotada en dos de los tres grandes centros urbanos del país. Esto, más allá de los porcentajes que compongan finalmente el resultado electoral, es reflejo de
una fragmentación social y cultural del voto, que muestra a la clase media alejándose progresivamente de la orilla kirchnerista.
"No conozco a nadie que vote a Cristina" suele escucharse en esos ambientes, donde entre muchos otros también se mueven los periodistas. El "nadie" es una exageración a todas luces, pero lo cierto es que en ese segmento social la gran mayoría prefiere, o dice preferir, casi a cualquiera antes que a Cristina. Quizá, también, porque existe la certeza -y quizás hasta el alivio- de que serán ella y la fuerza que representa quienes gobiernen los próximos cuatro años. Entonces, el comportamiento electoral se parece más al de una elección legislativa, donde se buscan las opciones más atractivas y cómodas, porque el poder no está en juego.
El sociólogo Julio Aurelio, que está midiendo intención de voto para candidatos provinciales y municipales del oficialismo y la oposición, pero no trabaja esta vez para candidatos presidenciales, habla de un bajón de Cristina en el voto urbano, como fenómeno que ya existía, pero que ahora empieza a permear hacia los cordones que circundan las grandes ciudades.
El consultor Hugo Haime, que tiene financiamiento privado para sus mediciones en esta elección, registra una intención de voto fuerte para Cristina en zonas del Gran Buenos Aires. Pero que, siendo superior al 40%, está ligeramente por debajo de las expectativas.
La pregunta del millón, la que hacen hoy desde los votantes de a pie, hasta los empresarios y los diplomáticos, es si Cristina ganará en primera vuelta o si tiene dificultades para llegar al 40% de votos y puede verse obligada entonces a ir al ballottage, un escenario que para el oficialismo sería de
catástrofe.
Sin embargo, a pesar de la hostilidad del votante urbano que se aleja de Cristina aunque no aumenta automáticamente el caudal de la oposición, la candidata del oficialismo estaría manteniendo intacta la posibilidad de ganar en la primera vuelta.
El estudio que Haime cerró anoche, con 2.500 casos en todo el país, le da a Cristina una tendencia de voto del 47,9%, contra un 16,0% de Carrió y un 11,1% de Lavagna. Como todavía hay un porcentaje de indecisos, las proyecciones podrían llevar a Cristina por encima del 50%, pero Haime elige la cautela. Entre otros factores, porque también registra una baja de Cristina en las grandes ciudades y una levantada suave de Carrió y Lavagna.
Y la existencia de franjas del electorado en movimiento en la Capital y parte del Gran Buenos Aires.
En una semana más de campaña los votantes irán consolidando su opción. Y se verá cuántos indecisos son en verdad votantes vergonzantes del Gobierno o de la oposición. Pero el trazo grueso de esta historia parece escrito de antemano. De las urnas, quizás salga un país electoral fragmentado por estratos sociales, como pocas veces se vio en el período democrático iniciado en 1983. Será otra hipoteca a levantar por el próximo gobierno.


*Fuente: Clarín http://www.clarin.com/diario/2007/10/19/elpais/p-01001.htm








Brillo primaveral*




Los últimos reflejos del sol
tiñen la larga cabellera
de la bella adolescente
que recorre el jardín.
Su esbelto cuerpo se mueve
entre flores y arbustos,
sus sueños asoman
mientras observa los rosales.
La brisa perfumada la acaricia
y su piel muestra placer,
su rostro se ilumina,
un suspiro escapa de sus labios.
Sus bellos ojos claros
miran un pimpollo aterciopelado,
un pájaro agita sus alas,
las ramas se balancean.
La joven se deleita
con la dulce primavera,
el brillo de la vida
resplandece en su sonrisa.



*de María Griselda García Cuerva.










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