martes, agosto 12, 2008

¿SALVO EN LA ETERNIDAD, NO HE DE VERTE JAMÁS?


*Foto de Judy Dater


*



Apenas fuera si creyera
que unochodeagosto almidonado
en compuesta luz celeste armonizada
subieron coplas mansas a buscarlo.

crecieron estrellas en su palma
se inclinaron de paz los colibríes,
las sinrazones del canto fueron canto
los milagros cotidianos espejismos
hizo reir el día un iracundo
bailaron de tanto fuego cien calandrias
los corolarios del mundo preguntaron
por relámpagos y lluvias meridianas

Se detuvo un instante el universo
la corola del viento fue un enjambre
el silencio del alba enarbolaba
un estandarte de rosas inmortales
las palabras en ojos enredaron
la sonrisa materna
que acunaba
la palabra insurrecta
alternativa
tambien esperanzada en la nostalgia

y dijeron a coro las calandrias
el colibrí, el fuego y los relámpagos
que salió el sol porque era ocho
un agosto de niño entre los brazos
un crisol de rey con su bandera
con su lápiz obrero y pan de árbol
ha nacido un poeta y se inclinaban

ha nacido el poeta que nos habla...



*de Ana Lia Gattás. analia_gattasz@speedy.com.ar
08.08.08







¿SALVO EN LA ETERNIDAD, NO HE DE VERTE JAMÁS?






El intercambio*



Enrique La Plaza cerró la puerta en la seguridad del convencido.
Sin titubeos se alejó, con firmeza, veloz a pesar del leve arrastre del pie derecho.
Nadie, nunca, le dijo lo que pensaba de ése modo.
El viernes, como siempre, reiteró a su amigo la acostumbrada invitación a otra partida, después de todo, sólo había sido un intercambio de palabras.
Era un hombre afortunado, no tenía por qué rendir cuentas de sus actos a nadie. Sus dos únicos amores extinguieron como empezaron y de la familia se había olvidado sin culpas.
Pálido como un muerto y vehemente, apostó aquella noche como jamás.
Con frialdad midió a su oponente. No volaba una mosca.
Pacientemente esperó un margen de debilidad, estudiando con astuta atención el desenlace de la contienda. Cada enfrentamiento de miradas, cada gesto.
Empapado en sudor hizo real el presentimiento que, rencoroso, urdía callado.
Sus treinta y tres de mano sonaron a victoria tras la negociación del –“Falta envido”-
El doblemente afortunado La Plaza paladeó sin pestañear el triunfo.
Después de todo, sólo había sido, otro intercambio de palabras.



*de Ana Broglio. anabroglio2@yahoo.com.ar







El loro presumido*




Había una vez un loro que vivía en las selvas del Brasil y que tenía todos los colores del arco iris. Los demás animales le envidiaban porque cuando se ponía al sol todas las plumas brillaban y los colores parecían aún más bonitos.

El loro estaba muy orgulloso de su belleza y le gustaba que los demás animales le admiraran y comentaran sobre sus colores.

El cocodrilo salía del agua y le decía:

- Me gustaría poder tener este color rojo tan bonito que tienes al final de la cola.
- Pues debes esforzarte y lo conseguirás - respondía el loro burlándose.
- A mi me gustaría tener el color amarillo de las puntas de las alas - decía un serpiente acabada en sonajero que alguien había traído del desierto.
- ¿Para que quieres tener colores amarillos?¿Para arrastrarte por el suelo?

Cada día que pasaba el loro se ponía más desagradable y orgulloso, y los animales empezaron a cogerle manía, pero como era realmente precioso no les quedaba más remedio que callarse y aguantarse.

- Mirad el verde de mis plumas y el azulado de mi penacho. Estos tonos de amarillo de mi barriguita. ¿No creéis que soy el animal con más colores del mundo?
- Parece mentira que siendo tan hermoso sea tan orgulloso - decía una luciérnaga a una avispa que se sostenía en el aire frente a una gran flor de color morado.
- Si, es cierto - respondía la avispa- yo solo tengo rayas amarillas y negras...
- Y yo soy verde hasta los ojos.

Y los animales callaban envidiándole, pero nada podían hacer, y a pesar de que intentaban no cruzarse con él, cuando no podían evitarlo el loro les hacía comentarios burlones.

- Si alguien es capaz de tener tantos y tan bellos colores que se acerque - se pavoneaba el loro poniendo las alas en jarras.
- Te merecerías una lección, loro orgulloso - le respondía la iguana separando las garras y sacando la lengua larga y pegajosa.
- Calla - le decía el loro riéndose- que tu lo único que tienes de otro color es la lengua esa tan larga...

Y así pasaban los días y el loro estaba cada vez más pesado y presumido con sus plumas, y los demás animales cada vez estaban más hartos de escuchar que era el animal con más colores de la tierra

- Me gustaría que un día apareciera un animal con tantos colores como tu para que nos dejaran tranquilos - dijo un mono de los árboles.
- Eso no es posible porque no existe.
- Pues a mi me gustaría también - terciaba el colibrí
- Si algún día aparece este animal, le invitaré a comer toda su vida, invitaré a cenar a todos los animales y me teñiré de negro - decía el loro riéndose y aprovechando para atusarse el plumaje.

Estaban así las cosas cuando apareció por la selva un animal que no habían visto nunca. Tenía la cabeza de dragón, unos ojos saltones y una cola larga y curvada hacia adelante. Los animales se reunieron alrededor de él observándole y preguntándose que clase de animal era y si sería peligroso.

El loro también se acercó a conocer al extraño animal y a mostrarle sus colores. Estaba paseando por delante de él mientras los demás le preguntaban de donde venía.

- Me han traído los hombres que acampaban al lado del río, pero cuando se han marchado se han olvidado de mi y ahora no sé que hacer.
- No te preocupes que nosotros te ayudaremos - le dijo el pájaro carpintero.
- Es que yo no se cazar y voy a morirme de hambre - comentó mientras una lagrimilla le caía de su ojo derecho.
- No te preocupes dijo el loro...

Todos se extrañaron que fuera tan amable, ya que siempre estaba burlándose de todo el mundo

- Sólo tienes que tener más colores que yo y me cuidaré de tu comida para toda la vida- dijo burlándose y mirando al animal que era verde desde el morro hasta la cola.
- Venga no seas cruel- dijo el caimán.
- Claro como tú también eres verde desde la cabeza hasta la cola - dijo con una carcajada larguísima.
- ¿Que es eso de los colores? -dijo el nuevo.
- Nada, una tontería - dijo el mono que no quería que se burlaban de él.
- Déjalo -dijo el loro- si eres capaz de tener tantos colores como yo me cuidare de que comas gratis para siempre.
- Eso que dices ¿Es en serio?
- Claro que es en serio - dijo el loro.
- ¡Ah! que bueno, pues ya he resulto mi problema - dijo sonriendo.

El loro un poco más y se muere de risa, mientras que los demás animales se pusieron tristes al ver que el loro iba a burlarse del nuevo.

- Bueno - dijo - ¿Cuando empezamos?
- Ja ja ja... Pues ahora. A ver, ponte rojo...

El animal se acercó a la cola del loro y su piel fue cambiando de color hasta quedar igual de rojo que la cola. Después se acercó a su cresta y empezó a ponerse amarillo y luego gris azulado como su cuello y mas tarde azulón. El nuevo animal iba cambiando de color dependiendo del color que tuviera al lado.

El loro abría unos ojos muy grandes al ver los cambios de color y no se creía lo que pasaba. Mirando al cielo con las alas extendidas y con voz de sorpresa decía:

- Pero , pero, eso no puede ser... No puede ser...

Los demás animales estaban encantados y todos saltaban alrededor del nuevo repitiendo los colores a medida que éste cambiaba.

- Rojo, rojo, rojo...
- Amarillo, amarillo...
- Verde claro, verde claro....

El animal cambió tantas veces como colores tenía el loro y le dijo:

- ¿Ya he ganado?
- No, no, dijo el loro tienes que tener más colores que yo.
- Tramposo mas que tramposo -dijeron los demás viendo que el loro buscaba excusas para no pagar la apuesta.
- No, no, tiene que tener más porque sino pierde la apuesta.
- Eso no es problema - dijo el nuevo poniéndose al lado de una roca gris y cambiando el color de su piel a gris; después saltando al tronco de un árbol y poniéndose marrón y después acercándose a un arbusto verde oscuro y cambiando otra vez.
- Ha ganado, ha ganado - dijeron todos - el loro no tiene marrón ni gris.
- Y puedo ponerme de más colores- dijo el nuevo - pero si ya he ganado no sigo.
- Pero, ¿Qué animal eres que puedes hacer esta magia?
- Soy un camaleón, y me puedo poner del color que quiera. Mis papás me dijeron que eso se llama mimetismo, y consiste en que la piel imita el color de lo que hay al lado. De esta forma los camaleones nos protegemos de los que nos quieren hacer daño porque nos escondemos y nos camuflamos como las cosas que hay alrededor y así no nos ven.
- ¡Hurra, hurra! - dijeron todos - ¡Viva el camaleón! ¡Viva el mimetismo!

El loro muy arrepentido dijo que pagaría la apuesta y que invitaría a cenar a todos los animales de la selva. Todos los animales rodearon al nuevo felicitándolo, y disponiéndose para el festín. El loro estuvo trabajando todo el día para organizar la cena y sirvió una comida excelente. A los postres se acercó al camaleón y poniéndose de rodillas, muy arrepentido le dijo:

- Camaleón, he perdido la apuesta y te daré de comer toda la vida. Me arrepiento de lo orgulloso que he sido y de haberme burlado de los demás animales y quisiera pedirte una cosa.
- Dime, que si está en mi mano... - dijo el camaleón que tenía un poco de pena por el loro.
- La tercera cosa que me aposté era ir de negro toda la vida y eso sería tan terrible y tan vergonzoso para mí que creo que me moriría.
- Nada, nada - dijeron los demás animales, ha perdido y tiene que ponerse gris.
- No, no por favor - gemía el oro.

Entonces el camaleón, que en aquel momento estaba del mismo color que la lechuga que se estaba comiendo, se levantó y dijo:

- Creo que el loro ya ha tenido su lección. Nadie debe burlarse de los compañeros y menos por ser más o menos guapo o tener más o menos colores. Por una parte creo que debes pagar la apuesta y por otra me da pena por ti, por lo que te autorizo a que no vayas totalmente de negro, sino que en la parte del pecho dejes una mancha blanca.
- Gracias, gracias dijo el loro.
- Así que irás de negro por todas partes menos en el pecho que podrás ir de blanco.

Desde entonces hay una raza de loros que cuidan de dar de comer a los camaleones, y para hacerlo se ponen el uniforme de camarero.




*De Joan Mateu. joan@cimat.es







El viejo sueño de la invisibilidad, un poco más cerca de ser real*


Fabrican un material que "tuerce" la luz
Martes 12 de agosto de 2008


Microfotografías de los nuevos materiales nanotecnológico que desvía la radiación electromagnética Foto: Fotos de Nature


J. K. Rowling, la escritora británica que creó a Harry Potter y cautivó a millones de lectores, podría haberse adelantado a su tiempo.
Científicos de la Universidad de California en Berkeley acaban de anunciar que lograron fabricar por primera vez materiales capaces de torcer la dirección natural de la luz visible y del infrarrojo cercano, un desarrollo que permitiría generar imágenes de alta resolución y circuitos de computadora infinitamente pequeños. Y, también, para delicia de los amantes de la fantasía y la ciencia ficción, -mantos- que harían invisibles los objetos. Como el del joven aprendiz de mago.
Dos trabajos que describen estas sustancias extraordinarias se publican simultáneamente esta semana en las revistas científicas más prominentes del mundo, Nature y Science.
Los hallazgos fueron realizados por dos equipos que ensayaron diferentes estrategias, liderados ambos por Xian Zhang, profesor del Centro de Ciencia e Ingeniería en la Escala Nanométrica de la citada universidad norteamericana.
El principio común que confiere a estos llamados "metamateriales" sus extrañas propiedades es un efecto óptico llamado "índice de refracción negativo": hace que la luz que reflejan o que pasa por ellos se tuerza de manera "incorrecta".
La refracción de la luz es el fenómeno que hace que un lápiz sumergido en un vaso de agua parezca quebrado. Todos los materiales que se encuentran en la naturaleza tienen "índice de refracción positivo", una medida de cuánto se desvían las ondas electromagnéticas cuando pasan de un medio a otro (por ejemplo, del aire al agua).
Por la refracción positiva, la parte inferior de una varilla sumergida en agua parece estar doblada hacia la superficie. Pero si el agua tuviera "índice de refracción negativo", la parte inferior de la varilla parecería flotar por encima de la superficie y los peces parecerían estar moviéndose en el aire.
Estrategia múltiple
"Lo que hicimos fue tomar dos caminos muy diferentes -afirma Zhang en un documento distribuido por su universidad-. Ambos nos permiten dar un gran paso hacia el desarrollo de aplicaciones prácticas de los metamateriales."
Otros equipos de investigación habían desarrollado materiales que controlaban la radiación electromagnética, pero funcionaban en longitudes de onda mayores, como las microondas, que el ojo humano no puede captar. Zhang y sus colegas generaron objetos de estos metamateriales con estructuras más pequeñas que la longitud de onda de la luz, lo que les da sus inusuales propiedades.
Los metamateriales están hechos de "átomos artificiales", diminutos circuitos de metal que absorben y reirradian la luz en formas imposibles para los que se encuentran en la naturaleza.
A pesar de que los metamateriales podrían encontrar aplicación en la tecnología de radar y de microondas (y por eso son de interés militar), muchos de los usos más atractivos se refieren a la luz visible.
La longitud de onda de radiación electromagnética a la que un material es sensible es aproximadamente igual al tamaño de sus átomos. Un metamaterial para la luz visible debería tener estructuras de un tamaño de apenas un micrómetro (la millonésima parte de un metro).
Receta "mágica"
Esto es lo que hicieron Zhang y sus dos equipos.
Uno logró disponer átomos en capas muy finas de metal, aisladas entre sí por películas de sal, cada una de entre 30 y 50 nanómetros de espesor.
Luego, utilizando un rayo de iones de alta energía, los científicos cortaron en ellas perforaciones rectangulares.
Un prisma hecho de este material tiene un índice de refracción negativo para las longitudes de onda del infrarrojo cercano, son las que actualmente se utilizan en la tecnología de fibra óptica.
El segundo grupo también desarrolló un metamaterial, pero con un enfoque diferente. Los investigadores utilizaron una serie de cables de plata de sólo 60 nanómetros de grosor (alrededor de 200 veces más finos que un cabello humano), alineados ordenadamente como una plantación de árboles. Los cables se insertan en una matriz de óxido de aluminio, que ofrece un molde para generarlos. Este material tiene un índice de refracción negativo para la luz roja, de longitudes de onda de 660 nanómetros. Es la primera vez que se logra "torcer" la luz visible hacia atrás.
De amplio rango
A diferencia de los materiales desarrollados anteriormente, que funcionaban sólo para luz de colores específicos, ambos diseños funcionan para luz de un amplio rango de longitudes de onda.
Entre los beneficios que ofrece la refracción negativa, tal como el que se logra con el material en forma de red de pesca que se describe en el trabajo publicado en Nature, figura una reducción de la interferencia que mejoraría drásticamente en el funcionamiento de las antenas.
Pero para fabricar un verdadero manto de invisibilidad, los científicos deberían poder desviar los rayos de luz suavemente alrededor de un objeto dado, para que fluyeran como un río que corre en torno de una roca, de modo que la luz parezca atravesarlo.
Esto requeriría metamateriales con propiedades ópticas de variaciones graduales, lo que podría alcanzarse variando el tamaño y la forma de los componentes metálicos de los "átomos".



*Fuente: LA NACIÓN
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1038807






EL ARCA DE NOE*





Inclinado sobre el pupitre de un antiguo escritorio de caoba en forma de cofre, el hombre era una réplica exacta del Noé de Miguel Ángel tal como se observa en la Capilla Sixtina.
Su pelo, abundante y cano, caía sobre sus hombros en rizos desordenados. Una larga barba desprolija cubría su cara surcada por pliegos encontrados. Un tinte amarillento en sus bigotes denunciaba su hábito de fumador. Sentado en un viejo sillón de madera, movía intermitentemente su pierna derecha. Parecía insatisfecho, inquieto, tenso.
Qué oficio este, solitario, mal pago.
Se rascó la cabeza, más por hábito que por necesidad. Los anteojos muy sucios pendían de un cordel sobre su pecho, tenía la mirada fija en un punto inexistente.
Papeles por todas partes, cubrían la mesa, el piso. Escritos en los márgenes, en las esquinas, con agregados y asteriscos. Tomó la hoja y la estrujó en sus manos para luego tirarla al suelo.
A su lado un cesto de papeles, vacío y una silla con papeles encimados.
Detrás una biblioteca con libros de diversos tamaños y formas y colores.
Un sillón desvencijado, también estaba cubierto de papeles y libros.
Una mesa esquinera con un retrato de Einstein completaban la adusta decoración de la habitación.
Las paredes de la habitación testaban descascaradas y parecía que pedían a gritos una mano de pintura.
La hoja en blanco lo desafiaba Tamborileó con sus dedos sobre el escritorio Acomodó los anteojos sobre la nariz y sus dedos nudosos se deslizaron sobre el papel. Volvió a sacarse los anteojos como si no pudiera pensar con ellos, sin las gafas las letras se metamorfoseaban en caminitos desordenados de hormigas.
Lo acometió una especie de fiebre, sentía que no podía parar. Consciente de algunos errores los pasaba por alto para seguir escribiendo, Su cuerpo había adoptado una postura tensa.
La única lámpara de la habitación, sostenida a falta de un soporte por un libro que rezaba en su tapa “Pop Wuj”, insinuaba luces y sombras. El contenido de una copa a medio llenar emitía destellos ambarinos. Sorbió con deleite dejando que el líquido corriera lentamente por su garganta y tomó nuevamente la lapicera.
Cuando escuchó el ruido de un motor en la calle, se levantó y se encaminó con movimientos felinos hacia la puerta que daba a la calle.
“Ahí llega el cabrón”, Elevo su cuerpo menudo y en punta de pies, como un bailarín se dedico a espiar por la mirilla de la puerta. A través de ella, observó que un hombre de mediana edad se bajó del auto azul con evidentes intenciones de abrir el portón de su garaje. Miró hacia la puerta y el viejo, detrás de la mirilla se estremeció. Sintió que sus miradas se habían encontrado. Dio dos pasos atrás, asustado.
El corazón le latía. Podía sentir la secreción de sus glándulas suprarrenales. Percibió odio en la mirada
”Me odia, haría cualquier cosa para hacerme desaparecer”.
Cuando escuchó entrar el vehículo y la puerta que se cerraba volvió a su lugar con pasos sigilosos, como temiendo que el otro lo escuchara. Al sentarse, sus huesos y el sillón crujieron. ¡Ah, la historia del odio!

Todo comenzó una ardiente noche de verano, tenía su heladera rota y mucha sed se le ocurrió ir a los vecinos del lado a pedir hielo. La vecina era una linda muchacha con la que filtreaba a menudo con la seguridad que le daba la condición de casada de ella y la tremenda diferencia de edad.
La vecina estaba sola, lo supo porque el auto no estaba en la cochera no recuerda exactamente como sucedió lo que sucedió.
¡Hacía tanto tiempo!, cuando ella le alcanzó el tazón de hielo y sus dedos se rozaron fue como si un rayo los hubiera alcanzado. Sus oídos ensordecieron, una corriente eléctrica los abrazó....
Una corriente de vida lo abrazo. Pensó que la rechazaría su apretado abrazo, pero no, al contrario ella buscó su boca y su lengua traviesa jugueteo en la él.
Y ardieron... Y se fundieron….En el suelo...como animales.
Bajo la parra el bochornoso calor se hizo doble.
Cuando volvió a su casa tenía la ropa adherida el cuerpo.
Fue una vez. Una sola vez. Pero suficiente. Ella juraba y re-juraba que el otro jamás sospechó nada pero aunque lo seguía saludando como siempre, sabía que el odio se había instalado en la casa del lado e iba creciendo día a día, el otro lo desafiaba con su mirada. A veces se hacía el tonto y giraba la cabeza para el otro lado pero él lo sentía como se siente el sol en un día nublado.
De este modo el odio fue creciendo, lo aspiraba como se aspira el humo, el aire, el amor. Dejó de mirarlo, por lo tanto ya no se saludaron.
Cuando murió sintió que tenía una deuda pendiente.
Tan joven llena de vida, pobre muchacha mía-
Aunque no fue al entierro, la cosa se puso peor. Hasta podía sentir como propio el estomago del otro contraído por el odio. Un odio que contaminaba todo.
Y comenzaron a suceder cosas raras, cuando salía al patio sentía que la mirada del otro atravesaba la pared. Las frutas de la parra tomaron una tonalidad blanquecina por lo que jamás probó las uvas. Cuando su gata murió supo que era obra del vecino, pobre bicho, su única compañía, ¿qué culpa tendría?
No salió más al jardín por lo que el fondo se transformó en un yuyal. Un día interrumpió sus salidas habituales, solo lo hacía por cosas absolutamente indispensables. Así, solo la mirilla de la puerta era su único contacto con el mundo exterior. Estaba pendiente de la llegada del vecino, lo esperaba, lo espiaba.
Hasta hoy, que sus miradas se encontraron. Lo tomó como una advertencia.
El ruido de una puerta al cerrarse lo alertó. Se incorporó despacio y esperó, cuando la puerta de calle se abrió y vio recortarse en la semipenumbra la figura delgada del vecino portando una escopeta, que alguna vez habían compartido para cazar chanchos, supo que el momento había llegado. El ruido atronador fue simultáneo al dolor en el pecho.
El líquido ambarino seguía disminuyendo lentamente. Los dedos nudosos del hombre se movían afiebrados, con rapidez.



*de Amelia Arellano arellano.amelia@yahoo.com.ar







La espalda de una mujer*





*Por Miguel Roig. miguelroig2005@gmail.com



En Buenos Aires, hace años, viví en un departamento de la calle Azcuénaga, en un tramo tranquilo, entre las calles Juncal y French, en donde el tráfico era escaso y por la ventana abierta del segundo piso, en los meses cálidos, entraban las conversaciones y, aunque parezca irreal, el canto de los pájaros. Frente a mi edifico relativamente nuevo había otro en la vereda opuesta de línea clásica, con grandes balcones y ventanales. Mis ventanas se enfrentaban a uno de estos balcones, donde había un piano y una vieja
profesora. La mujer, anciana, solía frecuentar el café de la esquina. Era alta y delgada, con una cara angulosa envuelta en piel traslúcida y pelo corto, blanco, desordenado; sus ojos celestes, húmedos, leían con serena atención el Herald y sus largos dedos de pianista arrancaban el filtro de los cigarrillos antes de fumarlos: cuando abandonaba el café, dejaba el cenicero lleno de diminutas colillas y un igual número de filtros sin usar.
Puede que haya tenido más, pero yo sólo vi a una sola alumna sentada al piano de su piso. Muy de tarde en tarde una sonata de Beethoven -siempre la misma- me distraía de cualquier cosa que estuviera haciendo. Me asomaba a la ventana y enfrente podía ver a una mujer de veintitantos años sentada al
piano, ejecutando la Apasionada y a la vieja pianista de pie, de brazos cruzados, a veces estática, a veces caminando por el salón, escuchando, interrumpiendo, acercándose al teclado y soltando los brazos para rodear con ellos a la chica y explicar con su intervención qué clase de sonido pretendía que produjera el allegro. Yo asistía a ese concierto vespertino observando a la ejecutante, de espaldas a mis ojos, sentada en un pequeño banco frente al piano de cola. El pelo recogido, un cuello dócil que se
dejaba llevar por la cabeza siguiendo el imperativo de la partitura, un cuerpo menudo pero delicado que se apoyaba en el banco con cierta levedad, recibiendo con gestos tenues pero constantes, los embates de los dos brazos febriles que parecían de otra persona, no de ella: era las alas en movimiento de un pájaro quieto. Habré asistido a esta escena cuatro o cinco veces, no más. Cuando llegó el frío, las ventanas se cerraron y la música cesó.
Ha pasado mucho tiempo pero no el suficiente para que esa imagen se diluya.
Hace unos días la volví a vislumbrar en Londres, en la exposición del pintor danés Vilhelm Hammershoi en la Royal Academy of Arts. Los cuadros de Hammershoi, un pintor olvidado de la segunda mitad del siglo diecinueve, enseñan interiores casi desnudos, acaso una mesa o un piano, ventanas que parecen dar a ninguna parte ya que el exterior se abstrae tanto como los ambientes que, en muchas de las pinturas, se multiplican, vacíos, comunicados por puertas abiertas y al fondo, se vislumbra una ventana, lejana, advertida sólo por una luz un poco más viva que apenas resalta en ese mundo crepuscular que oscila entre grises, sepias y azules.
En una serie de estos cuadros de Hammershoi hay siempre una mujer de espaldas. Siempre es la misma mujer -la esposa del pintor-, con el cabello recogido, un cuello blanco que destaca por el vestido negro que se repite en cada obra. La vemos frente a una pared separada de ella por un mueble, con la cabeza levemente inclinada. O sentada en una silla, siempre cabizbaja, frente a puertas abiertas que llevan a otras. O ante una mesa orientada hacia el ángulo que une las paredes. O enfrentada a una ventana, sin más hábito que la luz difusa. O delante de un piano.
Estas mujeres en algún momento recuerdan a las de Vermeer, pero nada tienen que ver entre si. Todas las mujeres de Vermeer se refugian en la soledad, buscan la intimidad para realizar una acción concreta; las de Hammershoi no.
Si bien la exposición se titula La poesía del silencio y es preciso el hecho de que toda la obra está envuelta en él, este silencio se produce porque es el tiempo el que se ha detenido y ese es el sonido que produce esta acción, la única evidente.
Una de las razones, creo, por la que aún persiste en mi memoria la pianista de la calle Azcuénaga es porque nunca conseguí ver su rostro, sólo algún apunte del perfil.
Cierta penumbra, la luz nórdica, casi enferma; los espacios con un mobiliario mínimo, incluso, a veces, ausente, lindan con cierta abstracción -que vincula a Hammershoi con el simbolismo- pero lo que nos sumerge en nuestro propio limbo son las espaldas sin rostro a cuya construcción uno se aboca, deteniendo su propio tiempo y en el más absoluto silencio.
Unas décadas antes de que Hammershoi pintara estos cuadros, Baudelaire había publicado Las flores del mal. El poema A un transeúnte (A une passante), que se incluye en los Cuadros parisienses, está escrito alrededor del rostro de una mujer, de su mirada. Baudelaire narra la modernidad: en un escenario
nuevo, una metrópoli en la que la 'calle atronadora aúlla' en torno suyo, al ver a la mujer en un instante fugaz, en medio del caos urbano, el poeta cruza su mirada con la de la mujer:
Un relámpago. Noche. Fugitiva belleza /
Cuya mirada me hizo, de un golpe, renacer.
Todo esto ocurre en un encuentro efímero: la nueva ciudad es un espacio en el que no hay tiempo. La mujer se pierde en la multitud y el poeta se queda solo:
¿Salvo en la eternidad, no he de verte jamás? Pero, lo curioso, es como toda la relación se comprime en esa epifanía y, después sí, el tiempo se detiene para evocarla:
¡En todo caso lejos, ya tarde, tal vez nunca! /
Que no sé a donde huiste, ni sospechas mi ruta, ¡Tú a quien hubiese amado.
Oh tú, que lo supiste! (1)
Hammershoi apenas salía de su casa de Copenhague, por eso la mayoría de su obra la realizó en ese espacio y su única modelo era su mujer; cuando salía no era para perderse en la ciudad, era para viajar a Roma, Londres. La manera de ser moderno de Hammershoi fue darle la espalda, simbólicamente, a la modernidad: oculta el rostro de alguien que tiene a su lado. No lo ve.
Baudelaire detiene el tiempo cuando ya no puede retener el rostro de la mujer perdida entre la multitud; Hammershoi lo hace delante de una mujer que no puede ver.
Alguna vez, ocasionalmente, cuando en la radio he escuchado la Apasionada, también he vuelto a revivir la escena de la pianista. Pero -quizás porque soy incapaz de reproducirla mentalmente-, al regresar a ella sin el estímulo musical, éste está ausente; la imagen inmóvil permanece en silencio en mi conciencia para siempre, lejana.
Quisiera, como hacía la anciana profesora con los cigarrillos, desechar los filtros pero eso no es posible: que regrese la música, que ese rostro se deje ver. Imposible y paradójico, porque aquella espalda, la de ella, se aleja cada vez más en un pasado que se agranda sin pausa detrás de la mía: soy yo ahora el que le da la espalda a su cuerpo sin rostro.


(1) Traducción del francés de Antonio Martínez Carrión
http://www.royalacademy.org.uk/exhibitions/hammershoi/


*Fuente: Rosario-12
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-14723-2008-08-12.html





*




3º Concurso de composición XICóATL: hasta el 30 de agosto!


Para recordarles que el 30 de agosto 2008 es la fecha límite para el envío de los trabajos al 3º Concurso de composición XICóATL "Estrella Errante". Les enviamos nuevamente las bases de participación. Más informaciones obtienen en la sección Aktuelles/Actualidades de nuestra página de internet www.euroyage.com


Cordial saludo,

YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur
www.euroyage.com
Schiessstattstr. 44/9 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel: ++43 662 825067


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