sábado, julio 27, 2013

SENTIRSE VIVO NO ES POCO...




 *Obra de Claudia Marting.
Rosario. Argentina.
 
 
 
 
 
 
 
ACUARELAS Y LIANAS*
 
 
 
I
 
Aquí el amor dejó sus huellas
en ciudadelas azules
agazapadas en el océano
... donde inocultable
el corazón fue blanco
de sus acuarelas
y lianas
 
 
 
II
 
Me ahogaron los amores.
La fuga de sus labios
por mi boca
la cartografía de sus dedos
en mi pecho
y al desenterrar
sus auroras
las inevitables gotas
de la tarde
me lloran con pesar
de soledades
 
 
 
III
 
 
Observo el jade de sus ojos
melancólicos anudarse
a mis vaivenes
de apátrida nocturno
por su cuerpo
Sus manos
buscando un norte
soñado por mis deseos
beben el licor
de los oasis
y esconde su voz de Venus
en la música
del viento
 
 
 
IV
 
 
Su joven espíritu oriental baila
un tango de Piazzola,
funde los cimientos
de mi amorosa religión
a sus caderas.
Mis brazos excavan rosas
de la boca del olvido
con entusiasmo
de minero
para construirle una estatua
en el boulevard
de mis preguntas
 
 
 
V
 
 
Sé que se marchará al Oriente
como hicieron otras
y sólo veré fugaz
la estela de su estrella
besar la nostalgia
de mis ojos.
El vuelo de una grulla
recordará dos trazos
ebrios, fundidos
sobre el fondo negro
de un papel
que dio principio
a ese amor itinerante.
 
 
*De Daniel Montoly© danielmontoly@yahoo.es
 
 
 
 
 
 
SENTIRSE VIVO NO ES POCO…
 
 
 
 
PSIQUIÁTRICO*
 
 
 
Abrí los ojos. Todo blanco. El blanco se extendía del techo a las paredes y llegaba hasta la cama a través de las sábanas. Noté un picor en uno de los brazos. La vía, que trataba de ocultarse tras los esparadrapos. Cerré los ojos; quería encontrar las imágenes, pero solo había negrura.
La puerta de la habitación se abrió. Una enfermera, me traía pastillas. Me preguntó qué tal estaba y le contesté con un «estupendamente» raro. «Es-tu-pen-da-men-te». El ritmo, la aceleración de las sílabas, que se repitieron decelerándose con un tono de burla. «Es-tu-pen-da-men-te». Luego resonaba en mi cabeza en un modo interrogativo que producía risa y el acento cambiaba de una a otra sílaba y con cada cambio el significado variaba. Y yo frente a la palabra dicha, como si la hubiera pronunciado otra persona, sacada de una conversación de la calle o de una escena de alguna película en blanco y negro.
Necesitaba ir al baño. ¡Qué coñazo! Con el suero a cuestas. Era un castigo, ese trozo de plástico que se agarraba al brazo. Parecía succionarme; quitar en vez de dar. Me levanté de la cama. Los músculos como si hubieran sido apaleados; me costaba moverlos sin que doliesen. Con la mano derecha agarré el suero por la barra de metal que lo sujetaba y fui arrastrando los pies hasta llegar al baño. Me bajé los pantalones con lentitud. Una imagen me vino a la mente. Una mujer se acercaba, parecía decirme algo al oído. Debía de ser gracioso porque no paraba de reírme. Sentí dolor, bajé los ojos y vi su mano enroscada en mi pene. Me echaba hacia atrás, dolía pero me reía; me hacía tanta gracia. Yo, contra la pared, sin calzoncillos, los pantalones en el suelo. De la mujer solo recordaba su pelo negro alborotado y unos labios carnosos de un rojo fuerte que se extendía por toda la cara. Seguía en el váter. Antes de subirme los pantalones del pijama, me fijé en el pene; estaba morado. Tiré de la cadena y cogí el suero. Al pasar por el espejo, el reflejo de mi cara me inmovilizó. Unos ojos saturados, como si lo visto se fuera derramando por los bordes y ya no pudieran o no quisieran ver más. Las cuencas de los ojos muy hundidas, las ojeras casi negras y unos pómulos hacia dentro, que resaltaban la mandíbula. Me alejé, arrastrando unos pies que parecían ir sobre raíles en una vía de tren abandonada. Fui hacia el otro lado de la cama. Dejé el suero a la derecha y me senté en el sillón negro. Miré el líquido incoloro. Me asaltó la imagen de una lavadora y mi cuerpo, diminuto, acurrucado, dentro. Y la lavadora daba vueltas y vueltas, y yo repetía los mismos movimientos, veía la misma ropa y un exterior tan irreal, tan alejado. En esta imagen alargaba la mano, como si quisiera tocar algo de ese exterior. ¿Saldré de aquí?, me preguntaba. Y una voz me contestaba que no, pero otra me decía, cuando te recuperes. Cerré los ojos apretando los párpados con fuerza; intentaba acallar las voces. Las voces se fueron alejando, pero ese «¿saldré?» zumbaba en mi mente.
 
Llevaba un rato en el comedor. Miraba la comida. Trozos de carne grisácea, con grasa, y unas patatas fritas que parecían de cera; rígidas como cadáveres. Me fijé en los demás; tampoco comían. Las caras, nunca olvidaría esas caras. Los ojos, como si los hubiesen vaciado, recubriéndolos con una capa de cemento transparente; ya estaban seguros, allí nada podían temer. Y esas muecas histriónicas que simulaban sonrisas. Esas muecas me producían ganas de vomitar, como si en la pared de enfrente hubiera un espejo y constatase que yo también participaba en ese juego diabólico. Un toque en mi hombro derecho me recordó que estaba allí para comer. Contesté con un movimiento de cabeza y el tenedor se introdujo en la carne escarchada de una patata. Me vi trepando una pared. Después, mi cuerpo en el suelo. Encima del tejado un gato. Me daba rabia no acordarme bien de lo ocurrido, tener huecos. El plato de carne y patatas seguía allí, como si se burlara de mi suerte. Tengo que irme, me dije, pero ¿adónde?
Salí al pasillo. Lo recorrí de arriba abajo. Luego entré en una sala pequeña, al lado de los servicios. Había un hombre con barba sentado al borde de una silla, balanceándose como si acunase a un bebé. No hablaba. Ya me había fijado en él. Todas las tardes, a la misma hora en la misma silla. Si alguien se había sentado allí, pataleaba hasta que le dejasen su sitio. Me acordé de la mujer del mango de paraguas y el marco sin foto. Los llevaba siempre. En el comedor trataban en vano de guardárselos; comía con ellos sobre la falda.
Me fui de la sala. Pasé al lado de la escalera y un grupo de hombres y mujeres me pidieron tabaco. «Un cigarrillo, un cigarrillo». Manos, muchas manos. Grandes, pequeñas, oscuras, más claras. Ese agarrar y soltar. Las marcas del pasado. Lo que estaba escrito en esas manos. Me apoyé en la pared, cerré los ojos. Cuánta necesidad había allí de que les diesen; que les dieran y, cuánto más, mejor. ¿Soy yo así? Preferí no contestar y seguir caminando como si nada hubiese ocurrido. Me alejé, yendo hacia el otro extremo del pasillo. Al volver, algunos de ellos se apoyaban en las paredes con desesperación. Los veía como si fueran bolos esperando la inercia de una esfera que les hiciera caer; que la caída de uno provocase la del otro, y, aunque supieran lo que iba a ocurrirles, esperasen con indiferencia ese final.
Fui a mi cuarto, cerré la puerta y me senté en el sillón. Mi cabeza giraba. Las ideas iban y venían. Las imágenes, diapositivas de un viaje diabólico; un viaje en el que nunca pensé que participaría. «¡Dios mío, qué hago aquí!», dije mientras me cogía la cabeza entre las manos, apretando para que todo aquello muriera. Pero ahora los dementes daban vueltas alrededor, como perros sabuesos en busca de su presa. Unos ojos vacíos me miraban. Un hombre gritaba, «mi silla, mi silla». Manos, muchas manos intentando agarrarme. Y yo, apretaba con fuerza para que esas imágenes desaparecieran. Fuerte, cada vez más fuerte.
 
 
*De Eva María Medina Moreno. relojesmuertos@gmail.com
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Vuelta al miserable*
 
Qué se cuenta?, pregunta el miserable del otro lado del espejo
Que se lee y que se escribe, respondo con alevosía
Y no sólo eso, remato, que se vive
Y eso no es poco, sabe Usted?
Vivir como si se estuviera vivo no es poco
Sentir correr la sangre por las venas
Sentir el traqueteo del pulso, la sonata de los amigos
En el costado izquierdo de la historia
Sentir que el mundo corre, late y vibra
Y sentirse, a su vez, parte de ese latido que corre y vibra
Sentirse vivo no es poco, estimado miserable
Y eso, después de todo, es casi tan importante como vivir
 
*De Leonardo Pez. leonardopez@gmail.com
 
 
 
 
 
 
 
 
 
EL CURA RURAL*
 
 
"Del polvo venimos y al polvo vamos...".
Repetía como una letanía aquel cura rural mientras caminaba por entre los campos verdes en los que, animadas por la incipiente primavera, ya apuntaban algunas amapolas.
Ya eran muchos años de caminar por los caminos de tierra de pueblo en pueblo, para atender las cinco parroquias que el obispo había tenido a bien asignarle. Él intentaba llegar a todo, pero el trabajo a veces le podía y le agotaba.
"Del polvo venimos y al polvo vamos..."
Hoy estaba un poco deprimido por el servicio último servicio celebrado. Le había costado llegar al fondo y su actuación no había pasado de discreta. Se miró los pies, que iba arrastrando por el camino, repitiendo absorto:
"Del polvo venimos..."
Sonrió, sin embargo, al acercarse a la iglesia del siguiente pueblo, y más al ver a Lucía que le esperaba sentada y sonriéndole. "...Y al polvo vamos", murmuró.
 
 
*De Joan Mateu. joan@cimat.es
 
 
 
 
 
 
 
 
OFRENDA*
 
 
Para la madre de mi madre que partió un primero de enero
De un año que no recuerdo
 
 
Es 1º de enero, ella ha partido.
Esa ha sido mi ofrenda.
... Invocando la protección de Jano
He comenzado el feroz camino del destierro
La comarca sangrienta de las pequeñas guerras
Me ha confundido el laberinto de las puertas rotas
El sol nace al oeste y se pone en el este
Obsesionada y solitaria como un tigre cebado
He dejado los medanos amados en busca de los dioses
He hallado los adioses
 
Luego de atravesar fosos de lava y murallas de pirañas terrestres
He llegado a las colinas de la misericordia con hambre y sed.
Me ha sido negada el agua bautismal y el pan.
 
 
Luego de pasar -y pisar- pilas de muertos
He descendido a las antiguas catacumbas del miedo.
Se me ha negado la purificación del fuego
 
Desangrada por el Minotauro de los ojos azules
He ingresado al laberinto de Cresa
He sido Ariadna asesinada con mis propios hilos
 
Para cabalgar en la rosa de los vientos
He matado a mi padre y a mi madre.
Lo he logrado
Y auque una gris ventisca me ha expulsado
De los ocho puntos cardinales
Allí .Solo allí me he encontrado.
En un iceberg. Espléndido.
Mitad hombre despierto, mitad bestia dormida.
En movimiento eterno. Sin encontrarme nunca.
Encontrándome siempre
Mostrando por un lado, un cielo de dolorosas rosas
Escondiendo, por otro un deseo de infernales ortigas.
Para ella un enero de rosas y de espinas
 
 
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
ISLA CARMESÍ*
 
 
Tal como te vio el cartógrafo francés
Ladeada
Cortaplumas del Golfo
Palma virgiliana
Palma  de Milanés en la llanura confusa de Matanzas. Isla deformada en el pergamino con ribetes dorados. Llorar sobre el mapa. Jadear sobre el mapa. Poner ese arabesco sobre el mapamundi. Buscar el lugar exacto como una pieza de  rompecabezas.
 
Isla carmesí
Dibujada hace siglos
Ahora memoria y azafrán que salta de un libro de historia y se explaya sonora como esos músicos en la retreta del domingo.
 
 
 
*De Reynaldo García Blanco. regabla@cultstgo.cult.cu
 
 
 
 
 
 
Cuentos incompletos (y algunas cosas peores)*
 
 
 
 
*Por Miriam Cairo. cairo367@hotmail.com
 
 
1. Se sabe que una mujer infiel no se acuesta con su marido cuando se acuesta con el amante, pero se acuesta con el amante cuando se acuesta con el marido. O no. Porque se sabe que la mujer es de acostarse consigo misma buscando algo que el marido perdió y el amante no encuentra.
 
2. Se sabe que cuando habla, pasa la mano por debajo de las letras y las palabras se llenan de asombro por muy banal que resulte la conversación. Cuando no es así, se dobla los dedos y el silencio, como un rumor de ahogado, se extiende por longitudes extremas.
 
3. Se sabe que leer no es vivir. Y que vivir sin leer también es una opción. Pero se sabe que lo realmente imposible es no vivir mientras se lee.
 
4. Se sabe que una vez sonrió dulcemente y después volvió a sonreír y después abrió los ojos y siguió sonriendo, y pasado el tiempo recordó cómo fue sonreír por primera vez tan dulcemente mientras cerraba la ventana porque el viento arrastraba la arenilla del mar, aunque se sabe que nunca vivió cerca del mar y que el viento viene desde muy lejos.
 
5. Se sabe que podría convertirse en una botella lanzada al mar, en una lámpara del infierno, en un olor suave, en una prolongación del universo, pero se sabe que todavía no encontró motivo para hacerlo.
 
6. Se sabe que podría decir: "he aquí lo que soy en verdad", o bien, "he aquí lo que no soy", y lo que dijera tendría ese rumor de ángeles en puntas de pie sobre lavandas.
 
7. Se sabe que el poeta tiene inclinación por leer con el telescopio lo inmenso en lo pequeño, y con el microscopio lo pequeño de la inmensidad. Se sabe que no hay otro modo de garantizar el equilibrio del universo.
 
8. Se sabe que la clave de fa no limita sus funciones al pentagrama. La poesía le debe más de una armonía.
 
9. Se sabe que es un peligro beber sorbos de pequeñas sonámbulas; dejar que duerman en la cama los cuatro dragones y alterar el rumbo de las nubes, porque los cielos se podrían desmoronar, los dragones domesticarse, las pequeñas sonámbulas despertar. Se sabe que es un peligro escribir con el talismán catástrofe.
 
 
10. Se sabe que durante el día se abre como un molusco y por la noche se cierra como una flor. Se sabe que hay noches en las que se abre y se cierra, se abre y se cierra, como un molusco, como una flor.
 
11. Se sabe que debajo del cárdigan no hay nada. Nada en el sentido de lo que siempre suele haber, y en ello radica la falta de asombro de quien no sabe que debajo del cárdigan no hay nada.
 
12. Se sabe que la belleza siempre trae consigo una sensación de tragedia.
 
13. Se sabe que de nada sirve entrar en el corazón de las pequeñas sonámbulas porque en esos mínimos continentes inexplorados sólo la noche ha penetrado como vencedora.
 
14. Se sabe que la belleza no es un narcótico, no es la dosis de anestesia que evita el dolor de la existencia, sino la violencia natural que subyace en todas las cosas.
 
15. Se sabe que las nubes se acuestan a nuestros pies como perros de caza y que los pájaros abren la cabeza en forma de hojas. Se sabe que no hay otra manera de aumentar el error, de aumentar el amor, de abrir la hendija por donde nos mira la luna.
 
16. Se sabe que la noche invade el jardín como un paisaje que empieza a construirse bajo los pies, avanza hasta las rodillas, asciende por la cintura, triunfa en los senos, se cuelga de los labios, penetra la boca, y cae en la garganta como un nombre pronunciado con letras fantasmas.
 
17. Se sabe que la bandeja de correo no deseado es el lado B de existencia. Como los residuos, pero más espeluznante, porque los correos no deseados dan cuenta de que somos espiados. Hay psicópatas que se pasan la vida leyendo nuestros mails para después vendernos Viagra, por ejemplo.
 
18. Se sabe que para las pequeñas sonámbulas, la noche no empieza hasta que no abro el libro del poeta portugués.
 
19. Se sabe que el nene de las estampitas llega con los dedos sucios y deja un santo rodeado de pájaros en el centro de la mesa. No son horas para los pájaros. El nene de las estampitas levanta al santo en el aire y guarda algo en el bolsillo. Se sabe que no se va para siempre. Mañana regresará con el mismo santo y los pájaros volverán a caer, insomnes, sobre la misma mesa.
 
20. Se sabe que aunque escribir así, escribir roto, escribir chiquito, es un peligro, yo no podría salirme del camino. No me cruzaría a la avenida de los que escriben sano y escriben largo, y escriben por kilo, por peso, por metro y por hartazgo. Roto. Roto. Roto. Chiquito. Chiquito. Chiquito. Rota la vida, rota la escritura. No es la misma vida la que pasa en un auto, o en avión o en colectivo. Roto, roto, roto. A los empujones. Levantando gente en cada esquina. Chiquito, chiquito, chiquito el texto. Como esas bolitas chinas que se hinchan con el agua y quedan tan lindas en los floreros.
 
 
 
 
 
 
 
 
Querreque*
 
*de la canción popular mexicana
(que en nada se parece a este escrito)
y en memoria de José Guadalupe Posada.
 
 
Calaveras bailan en medio de la plaza,
Cantan y se entonan
Al son de la Muerte Alegre.
Calaveras empresarias
Y calaveras obreras;
Terratenientes
Y trabajadoras agropecuarias
Ahora comparten juntas la mesa
Con tan solo los huesos
Para mostrar.
Nosotros,
Simples mortales,
Podemos hacer que caigan del techo
Calaveras de azúcar y pan,
Que caigan entonando rimas
Que toman de frases de “El Capital”.
Algunas con zarape,
Otras tantas con sombrero de palma
Y comiendo un agusanado tamal…
Cuentan historias de terror
Que han dejado para los vivos:
Hablan de deuda externa,
Democracia representativa,
Desregulación
Y apertura al mercado mundial.
Brindan haciendo buches
Con tierrardiente y gas metano
Mientras guardan los chistes
Entre canto y canto
Para gritar que no importa
Quién empiece la guerra,
Aquí todos llegamos igual.
Yo por eso cuando sea grande
Quiero ser calavera,
Para que todos vean que tenía razón:
Que todos nacemos y morimos iguales.
El pobre y el rico solo son momentáneos
Mientras se mantengan las clases en esta sociedad.
Pero al final de cuentas,
Quieran o no lo quieran,
A la misma tierra van.
 
 
*De hugo ivan cruz-rosas. quetzal.hi@gmail.com
 
 
 
 
 
 
 
 
***
 
 
 
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