martes, julio 21, 2015

LA ILUSIÓN DE LA VIDA ES QUEBRADIZA Y TIEMBLA...


*Obra de Cecilia Aguado.
Villa Gesell. Argentina







Los primeros dioses*


*De Alejandro Badillo. badillo.alejandro@gmail.com



Una nueva teoría sobre el origen del universo afirma que hubo una condición especial o un "error" en el Big-Bang. Según esta perspectiva la expansión que siguió al gran evento se detuvo casi inmediatamente por causas desconocidas. El polvo y materia estelar quedaron concentrados bajo presiones inimaginables y el infinito no pudo ser colmado. A pesar de este escenario, la polémica teoría afirma que un poco de materia logró escapar de la gravedad concentrada y evolucionó hasta crear su propio espacio-tiempo y sus leyes físicas. Con el paso de miles de millones de años la materia tomó forma y moldeó un sistema solar, el primero en la historia del universo abortado. Uno de los planetas tuvo las condiciones necesarias para crear vida inteligente. Estos seres primigenios se desarrollaron de forma ininterrumpida bajo un cielo sin estrellas, nebulosas y galaxias. Con el tiempo construyeron enormes telescopios y descubrieron la condición anormal del universo. Millones de años después tuvieron la tecnología suficiente para extraer materia condensada del evento que no pudo expandirse y esparcirla por el espacio vacío que los rodeaba. Así nació de forma artificial un segundo universo que reemplazó al original que nunca pudo existir, que nosotros habitamos y que tomamos por verdadero.



*Incluido en “El caso Max Power y otros cuentos”,  de Alejandro Badillo, publicado por Aurora Boreal.










LA ILUSIÓN DE LA VIDA ES QUEBRADIZA Y TIEMBLA…







XIX

GRITOS*



Se pueden ver las carretillas que llevan los desperdicios
de la luz. Un mundo fuera de foco,
abstraído,
extraño.

Los perros fuera de foco que llaman a presas de otros mundos,
los cazadores que cazan
huecos para llevar a sus
casas.

Nada en su sitio.
O tal vez cada cosa conservando, empecinadamente,
la obstinación
del sueño.
La oscuridad verde sobre el blanco, los cristalizados
gritos. La historia impersonal de todos
y de cualquiera.

Hay un momento en la tarde, un exacto momento,
en que las cosas se tuercen
y de a poco,
como si nada,
enpiezan lentamente
a despeñarse.

(La ilusión de la vida es quebradiza y tiembla).



*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
 (de su poemario "Cazadores en la nieve")











Antes del fin 5.0*



Cuando subía por última vez la cuesta en dirección al Puente de Piedra, me abordó una jovencita. Explicó que su moto la había dejado tirada y necesitaba un euro para gasolina.
Inútilmente registré mis bolsillos. Negué con la cabeza, pero ella no se movió: Un cansancio infinito se insinuaba en su mirada.
Deduje que también su camino estaba cortado. Como el mío. Que ambos estábamos al borde.
Fue entonces cuando oí los pájaros. En ese canto anárquico creí adivinar que la matemática es sabia, que menos por menos a veces es más, que dos finales pueden representar un principio.
Extendí mi mano, que ella tomó con algún recelo, y bajamos hasta el río. Nada más. Nos sentamos en la hierba y nos pusimos a contemplar la corriente, a sentir la música del agua, sacudida de cuando en cuando por el chapoteo de algún pez extraviado, a impregnarnos de ese perfume milenario cuyo nombre no figura en los catálogos profanos de los hipermercados. Luego vino la noche. Y su silencio. Pero nosotros seguíamos allí, escuchando.



*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com











Naves interplanetarias*



mi papá me pasaba a buscar
por cierta esquina de Ramos Mejía
detenía el colectivo que siempre iba cargado
subía
le daba un beso
y me sentaba adelante
en un lugarcito pequeño
desde allí lo miraba
me imaginaba que mi viejo era una especie
de comandante espacial
que la nave estaba llena de alienígenas
que debíamos transportar a un lejano punto
de la galaxia.

me gustaba mirarlo
girar el volante
manejar esa ballena metálica
por calles tan angostas
de vez en cuando el timbre
y algún alienígena se bajaba.

recorríamos con la nave casi La Matanza
que es el diente más pobre
de la avarienta Buenos Aires.

mi viejo tiraba los ojos allá contra el camino
yo iba mirando las casitas cada vez más precarias
cada vez más chiquititas

y miraba hacia la ciudad que quedaba atrás
y los altos edificios me
parecían robots a quienes habíamos logrado
engañar.

miraba también
la ropa de los niños
la cara de las niñas
el cansancio imposible en la sombra de las mujeres
y de los hombres
esos pobres
esos alienígenas de los barrios
de la avarienta Buenos Aires.

creo haber aprendido más sobre sociología
acompañando a mi viejo en el colectivo
que en los libros de la facultad...

pero cómo admiraba ver
los brazos fuertes de mi papá
con la camisa arremangada
laburante
y las manos férreas sobre el volante:
mi viejo, el comandante más hermoso
de la galaxia.

cierta tarde en que tomábamos matecocido en el patio
le pregunté por qué era colectivero
él me miró serio
apoyó el jarrito sobre la mesa
y me dijo al oído
"porque siempre me gustaron las naves interplanetarias"


*De León Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar












MARTÍ*



Algunos hombres quedan en el recuerdo de otros hombres porque se han ocupado de salir de sí, para ser muchos y aún salirse de su propia vida para entregarla a una causa en un grado máximo que nadie le exige sino su propia energía y su gran cuota de amor, que pone en juego sin especular ni pensar un momento su comodidad y deja un ejemplo, para las generaciones venideras.
Uno de esos hombres se llamó José Martí. A los 16 años fue deportado a España por conspirar contra su corona, desde su amada isla de Cuba.
Allí obtuvo los títulos de Licenciado en derecho Civil y canónico y otra en Filosofía y Letras.
Volvió a América y se puso a conspirar. Incesantemente se mueve por los países caribeños, juntando voluntades y medios para hacer la guerra. Se casa en México con la cubana Carmen Zayas Bazán que lo hará padre de su amado hijo José Francisco. Regresa a Guatemala y viaja a Cuba donde pronuncia su primer discurso político .Es elegido Vicepresidente del Club Central Revolucionario de La Habana. Detenido por conspirar contra el gobierno español es nuevamente deportado a España y puesto preso.   Cuando es liberado sale para Francia.
En 1880 llega a Nueva York y recauda fondos para sufragar la guerra revolucionaria en Cuba. Redacta sus proclamas.
En 1882 inicia sus colaboraciones con el diario La Nación de Buenos Aires. Publica “Ismaelillo”, dedicado a su hijo. Allí vivirá hasta 1892, donde escribe y publica un libro íntegramente para niños, llamada  “La edad de oro”.
Una frase suya se hará famosa, entre tantas. ”He vivido en el monstruo y le conozco las entrañas”.
En 1891 su esposa regresa a Cuba. No verá más a su hijo adorado.
En todos estos años, febrilmente escribe en cuanta revista recoge sus crónicas, con una infatigable pasión revolucionaria, conspirando siempre para liberar a su patria del yugo español.
Aunque conoció a fondo la literatura francesa, no fue un admirador de los simbolistas  como su discípulo Rubén Darío. Estaba más apegado a las tradiciones  hispánicas, pero apegado a las novedades.
Fue un visionario. Vió en los grandes hombres de América el modelo a seguir: San Martín, Bolívar, José Antonio Páez, Emerson, y fue el primero en poner los ojos sobre Walt Whitman y dio una versión ajustada de su gran valor poético.
Limpió de ripios y oxigenó a fondo la crónica escrita en español. Le dio estatura y agilidad, carnaduras de un nivel inigualable hasta que apareció su genio.
Nada de lo nuevo le fue ajeno: Flaubert, Henry James, Oscar Wilde. Todo entraba en la esponja de su inteligencia inscripto en su pequeño cuerpo de gigante.
Imposible no comparar las cartas a sus hijos que otro grande, el Che Guevara, enviara a sus hijos, en lo que ambos intuían el último viaje.
En 1895 se encuentra con las tropas de otro revolucionario, José Maceo, cerca de Guantánamo, El 19 de mayo después de arengar a las tropas es mortalmente herido.
Sin ser militar, pensó que debía predicar con el ejemplo. Desoyó consejos. Montó en un caballo blanco, se puso un sombrero del mismo color que acababan de regalarle y se lanzó a la muerte.
Los enemigos nunca devolvieron el cuerpo.
El pueblo lo llamaba El Presidente.
Los que lo oyeron como orador, dicen que su voz convencía a las piedras.
Era como un canto de alegría por los tiempos nuevos.



*De Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar








*


Voy a quedarme
acá,
abrazada
a tu pecho,
hasta que ceda la tormenta.

Podés revolverme
el pelo
suavecito
y dibujar
los signos de la magia
en mi espalda.

Podés reírte
como te reís
cuando parecés feliz
y yo te creo.

Vos,
que no sos el amor,
pero
te le parecés tanto.



*De MARIANA FINOCHIETTO. mares.finochietto@gmail.com












Lectora*



La lectora sube la apuesta, escenifica el lugar, abre el libro, vuelca las palabras como una leche tibia.
El corre hacia la voz con avidez. Toma lo que ella derrama, la abre, la deletrea, la descifra, la lee, la articula, la silabea.
Alfabeto, abecedario, música, legado. Busca la piedra primera en el pelo, como un mar oscuro de peces escondidos, ideas enlazadas, arabescos, lealtades. En el pecho, emociones al borde entre  el sentir y el  pensar. En las manos, en las piernas, en la  piel o en la mirada. La piedra del origen de lo inefable, anterior a las palabras
con las que ella le nombra el mundo.
Él, encuentra en la boca de ella, entre la boca y el libro, el lugar casi lecho, donde la piedra se deshace en hebras y habla.



*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar











Pan negro*



*Por Victoria Mora. mvictoriamora@yahoo.com.ar



La idea se le ocurrió a Genaro. Cincuenta años y tierras ajenas de por medio no logran borrar el recuerdo. A los seis años, su hermano no era consciente de estar compartiendo con él lo que sería una historia familiar que se contaría hasta el infinito, como bandera de lo que fueron, como estandarte de resistencia.

Vení Genaro, sentate al lado mío, acá en el galpón no nos encuentra nadie

¿Por qué llora mamá?

Por la harina

¿Qué pasa con la harina?

¿No sabes que si la encuentran se la llevan los soldados?

¿Para qué la quieren?

¡Para comer! ¡para qué va a ser!

¡Ya sé! ¿y si no se la damos?

  ¿Cómo, no sabés lo que pasó con el papá de Gina? Por eso también llora mamá


Roberto vivía del campo. No estaba en el frente porque la guerra lo encontró enfermo como para poder ir a pelear. Por cuestiones del azar pudo quedarse con su familia. Muy pocos habían podido permanecer en el pueblo. Hasta su mañana fatal, él había sido un afortunado. Continuó con su vida en la medida de lo posible. No vivían cerca del frente, al principio la guerra era una escena lejana que apenas los rozaba. Junto a su mujer y su hija intentaron que la vida siguiera; hasta que a los soldados les tocó atravesar el pueblo de camino a un nuevo frente de batalla.

Roberto tenía posición tomada y aborrecía una guerra de la que desconocía todo salvo los efectos que estaba provocando en su pueblo y su gente: amigos que ya no estaban, otros que volvían muertos o mutilados, hambre. Esa mañana se levantó como todas las demás a trabajar la tierra ni bien se asomó el sol. Terminó de desayunar y salió. Se encontró con un grupo de soldados que venían por el camino que rodeaba su casa y seguía  hacia la montaña.  Los saludó con un leve movimiento de cabeza y se dio vuelta para seguir con sus cosas. “Ey, tú” gritó uno de los soldados. Roberto se detuvo cerró los ojos y respiró hondo. Un grupo de tres soldados se le acercó mientras el resto siguió su camino. No eran precisamente amables, bruscamente le exigieron que les diera lo que tuviese para comer y llevar al frente.

Esta guerra no es mía. La comida sí contestó Roberto

A punta de fusil lo llevaron detrás de su casa. Agradeció en silencio que su mujer y su hija no estuvieran esa mañana, habían pasado la noche en la casa de sus suegros a diez kilómetros de allí. Roberto insistió en no darles los pocos alimentos que tenía y que si se los entregaba le faltarían a su familia. Sin embargo, no supo evaluar las consecuencias. En un forcejeo inevitable por un costal de harina un fusil tronó y mató a Roberto de un tiro certero en el pecho. Los soldados tomaron lo que pudieron y corrieron a unirse con sus compañeros.

¿No te diste cuenta de que el papá de Gina no está más?

Pensé que estaba en la guerra, como los otros...como papá.

Pero no. Lo mataron unos soldados. El viejo de enfrente los vio que lo llevaban detrás de la casa, escuchó un disparo y a los soldados correr con la harina, lo mataron por la harina. Seguro no se las quiso dar, eso dijo la mamá de Gina, yo la oí cuando fuimos a verla ¿no escuchaste vos?

No, yo estaba afuera con Gina jugando, me dijo que estaba triste por lo del padre, pero nada más, no quise preguntarle porque lloraba y yo quería que estuviera contenta, entonces la distraje haciéndome el mono y ella se empezó a reír…creí que se había ido a la guerra el padre, como papá y los otros.

Ahora mamá esta triste por eso, por el pobre Roberto y también por nuestra harina si se la llevan al frente ¿Qué vamos a comer? Sin harina va a estar difícil

Tiene que haber alguna forma…

Si la escondemos nos puede pasar algo malo, no se puede hacer nada.

Tendría que ser esconderla sin esconderla, sin que nadie se dé cuenta.

No te digo, no hay nada que hacer.

¿Y si la disfrazamos?

  ¡Estás loco! ¿Cómo se disfraza la harina?

Isabella cocinaba una sopa con las pocas verduras que tenía. Picaba, trituraba y echaba a la olla con furia. La injusta muerte de Roberto no la dejaba respirar, la angustia trepaba por su pecho como una marea imposible de parar.  Roberto y su mujer  habían sido sus vecinos por años, se llevaban muy bien y contaban los unos con los otros en los tiempos duros. Cuando ella se quedó sola porque su marido no tuvo la suerte de estar enfermo como Roberto y marchó al frente, ellos se convirtieron en su familia. Gina y sus hijos  jugaban como hermanos desde que tenían uso de razón. ¿Cómo iban a vivir sin hombres? La muerte de su amigo y la ausencia de su esposo hacían la vida tan gris y triste que solo se mantenía fuerte por los niños y por su amiga, ahora viuda, en tiempos de una guerra de la que no sabían nada más que el sonido de cañones que cada tanto llegaba del otro lado de la montaña. Disimulaba lágrimas de cebolla con lágrimas de dolor que secaba una y otra vez con su delantal sin poder detener su marcha. “Y ahora con los soldados encima no vamos a poder retener la comida”, pensó,” ¿qué voy a darles a los niños si se llevan la harina? “Y se sintió mezquina por pensar en eso cuando su amiga había perdido mucho más. En eso estaba cuando sus hijos entraron corriendo a la cocina y atropellando palabras entre los dos querían decir más rápido de lo que podían sus bocas una idea que parecía entusiasmarlos. Tuvo que calmarlos y pedirles tranquilidad. Al fin Genaro habló: para cuidar la harina sólo tenían que disfrazarla. Isabella rió le causó gracia la ocurrencia y le dio una ternura infinita que su hijo pensara que era posible. Le acarició la cara y se acercó a la mesada para seguir con las verduras. “No, mamá, en serio sabemos como hacerlo”. Y ahí como si hicieran juntos un pase de magia sincronizado palabras contaron que solo debían confundirla con chocolate. Si mezclaban la harina con cacao los soldados no la reconocerían y así podrían conservarla. Así lo hicieron, en un tambor pusieron harina y cacao, los mezclaron de tal modo que la harina vestida de marrón fue invisible para los soldados que no la llevaron ¿Para qué iban a querer tanto chocolate en el frente?

Durante meses Isabella y sus hijos hornearon el mejor pan con sabor a chocolate cocinado con la harina, que los soldados no quisieron llevar, porque no reconocieron de tan bien disfrazada que estaba. Ellos compartieron con Gina y su madre esos panes que endulzaron apenas tiempos feroces que los marcaron para siempre.

Por años esta historia permaneció en sus familias como gesto de resistencia y dolores compartidos.

No hubo pan más rico que aquel pan de cacao del otoño de 1916. Hasta las miguitas sacudidas desde el mantel convocaron a los pájaros a un festín imprevisto, se dieron cuenta que era un pan oscuro pero pan al fin…









*


En el centro abismal

de la tristeza

hay un diminuto insecto:

una luciérnaga

que debate con la oscuridad.


*De Aldo Luis Novelli. novellister@gmail.com
Neuquén 







INVENTREN





El Reynoso*


(De la Estación Emiliano Reynoso – Ferrocarril Provincial)


Es un pesado tren el de la memoria. Así lo siente el hombre mientras viaja acunado por el vaivén del tren de trocha angosta.
El arquitecto es hoy un hombre viejo. Ha dirigido muchas obras, ha visto desfilar delante de su mirada a verdaderos personajes entre los albañiles y gremios que trabajaban en sus obras.
Mira el recorrido de la línea y se detiene en la Estación Reynoso.

“El Reynoso”. Reynoso era el apellido del peón que se convirtió en una leyenda  que circuló por años en las obras. Cada tanto cuando le tocaba compartir un almuerzo con los obreros, alguien contaba la historia, modificada con el énfasis y el suspenso que le imprimen los Cuentacuentos a sus narraciones.
Los albañiles son excelentes narradores de historias propias y ajenas.
Al mediodía se contaban historias, mientras se cortaba la carne del asado y se servía vino tinto.
Las épocas han cambiado, ahora casi no existe el ritual del asado en las obras.
 “Fuimos un pueblo alegre” –se dice sin poder profundizar en explicaciones.

Pero el arquitecto no quiere perder el hilo de los acontecimientos que fueron el origen de la leyenda del Reynoso:

La obra era una casa de campo que quedaba en el medio del campo y no era una metáfora. El campito quedaba a un par de kilómetros de la ruta y a unos 300 metros del apeadero del ferrocarril, se llegaba por una huella que  se hacía intransitable con una lluvia copiosa. Unas pocas casas perdidas. Un solo vecino con el que se compartía el alambrado y una línea de eucaliptos altos a los fondos.

Para comprar cigarrillos o comida había que ir hasta la ruta. Un solo corralón de materiales “El cóndor” atendido por los dos hermanos del apellido inolvidable: los “Cucurulo”.

Costo encontrar un equipo de albañiles que estuvieran dispuestos a viajar horas en tren para llegar hasta el fin del mundo.

Los albañiles trajeron al Reynoso, un correntino fuerte que además de peonar en la jornada laboral acepto quedarse como sereno en el medio de la nada.

Armamos un obrador con chapas bastante grande, una parte se dividió para que sea el dormitorio del Reynoso. Además del catre, ropa y unas pocas cosas el hombre había traído un pequeño altar caserito del gauchito Gil.
El Reynoso hacía las compras para el asado y llevaba los pedidos de materiales al corralón donde teníamos cuenta corriente. En esa época no existían los teléfonos celulares. Un día aviso que le regalaron una mascota.

-Le puse “Tigui” dijo. Del gato de Reynoso nos olvidamos enseguida,  al hombre se lo vio comprar botellas de leche, juntar los huesos del asado o comprar hueso con carne para el animalito. La mascota se quedaba dentro de un sector bien alambrado pero agreste que ni siquiera fue desmalezado. La única entrada era la puerta del fondo del obrador – casa del sereno.

Esa zona del campito en la que no trabajábamos era el equivalente a unas 4 hectáreas. El proyecto contemplaba en una segunda parte construir allí una amplia pileta de natación, un quincho y parquizar.

En esa mañana de enero había un calor demencial. Era una visita de rutina a una obra que ya estaba en etapa de terminación, estaban los pintores, los albañiles y el Reynoso que recién había vuelto de comprar las provisiones para el mediodía en los comercios de la ruta.

Fue todo muy rápido, como suele ser con los hechos que marcan la memoria para siempre. Escuchamos tiros. Algunos nos silbaron por encima de nuestras cabezas. Uno de los pintores se tiro de la escalera al piso. Se escucho un lamento de animal grande, un ronquido doloroso que venia desde el pastizal. Luego escuchamos el grito que pretendía emular al del Tarzán de Johnny Weissmüller. Ahí ubicamos al tipo trepado al eucalipto blandiendo una carabina con gesto triunfal. No habíamos salido de la sorpresa cuando vimos al Reynoso trepar como un gato al árbol. Sujetó al hombre, lo bajo a los golpes. Desde el piso con el Reynoso golpeándolo ese hombre ya no gritaba como Tarzán sino que pedía auxilio, perdón, piedad…

Los albañiles salieron disparados, cruzaron el alambrado, lograron sacarle al Reynoso el cuchillo antes que lo sacara del cinto, creo que lo iba a degollar como a un cordero.

Fue por esto que supimos que el vecino era un cazador furtivo –denunciado por cuatrerismo- , tenía a maltraer a varios campos de Saladillo. La noticia podría haber salido en los diarios pero no fue así: el dueño del campo que construía su casa era un empresario exportador de lana que compró un acuerdo de silencio: nadie diría ni una palabra, no habría denuncias policiales. Supe que el acuerdo incluía comprarle su chacra a un precio increíble con tal de no tener a un chiflado cerca. Reynoso iría a una obra que teníamos en Barracas.

A la mascota la enterramos en los fondos del terreno. Reynoso que era un hombre grande lloraba como un niño. Se había puesto sus mejores ropas y tenia un pañuelo colorado anudado al cuello. Le habían matado a la única compañía que había tenido durante casi dos años en la soledad de ese paraje perdido en la pampa. Ahí nos enteramos de una habilidad de su mascota: como un perrito amaestrado traía en su boca una piedra que colocaba sobre su alpargata, El Reynoso daba la patada con fuerza y Tigui atrapaba la piedra en el aire o la buscaba entre los pastos hasta traerla de vuelta a los pies del hombre.


***


20 años después en otra obra ubicada en el barrio de Núñez a la hora del relato, el capataz santiagueño volvió a contar la historia pero esta versión era algo mas verosímil que aquellos hechos ocurridos delante de mis ojos: el vecino era un joven drogadicto que había ahorcado al gato.  Reynoso había hecho justicia: se había trenzado en lucha y lo degolló sin miramientos.


No dije nada, me limite a escuchar.

Además, lo del tigre de Bengala jamás lo hubieran creído.



*De Eduardo Francisco Coiro.




***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:

GONZÁLEZ RISOS. 

PARADA KM 79.  ENRIQUE FYNN.  PLOMER.  
KM. 55.   ELÍAS ROMERO.  KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.  MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.  JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.
KM 12.  LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.
 VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.  VILLA DIAMANTE.
 PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.


***

Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:

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ÁLVAREZ DE TOLEDO.    POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.
FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.
 ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.   GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
 D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA.  LA PLATA.



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