martes, octubre 18, 2016

Y EL ECO ATROZ QUE NO PUEDE ESCUCHARSE…



*Obra de Cecilia Aguado.
Villa Gesell. Argentina.









 No quiero cantar*



No quiero cantar y se me hacen sangre las palabras
y brotan obstinadas como una vena abierta
encharcando el silencio de la tarde que espera
un tren, una odisea o el fragor de mis gritos.

No quiero cantar pero mis voces no se apagan
y siguen derramando susurros delirantes
hacia el cielo indiferente del crepúsculo.

Mas en las estaciones abandonadas no hay certezas;
tan sólo ausencias
oquedades
recuerdos de miradas
vagos gestos de adiós como una llaga en la memoria
un vértigo de trenes perdiéndose en la noche...

Sólo la estación desierta
una voz aletargada entre mis labios
y el eco atroz que no puede escucharse.



*Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
-De Destierro








Y EL ECO ATROZ QUE NO PUEDE ESCUCHARSE…








 MIS ZAPATOS*



Mis zapatos están rotos
y ya no se pueden
volver a arreglar.
Tienen la edad del tiempo
el terrible desconcierto
de las eras
la desenfrenada
desventura del hombre pobre.

Pobre, no es quien no tiene
que comer,
sino el que no tiene la
posibilidad de elegir.
Y mis zapatos, ya no tienen
puntos cardinales que seguir.

Mis zapatos están rotos.
Y ya no podré colocarles
diarios adentro
para que no se me congelen
las costillas.

Ahora, mis zapatos, que tienen
la edad del viento
me muestran, al costado
de mi cama, el dolor del mundo,
la triste desventura humana.







DESEMPLEO*



Abro el diario buscando el aviso
que no me dará un empleo.

Llueve afuera
y el frío, golpea como un puño
sin piedad
las paredes cada vez mas débiles
de una casa transitoria
como todo en la tierra.

No hay trabajo.
No hay empleo.

Sólo he visto
vendedores de humo,
contadores de suicidas
(siempre hay vacantes en la morgue)
rociadores de campos de Soja
sin problemas de horario
y traslados a cualquier parte
del país del hambre.

Abro el diario buscando el aviso
que me dará de comer hoy,
acaso mañana.

Ya van tres semanas que vuelve
a salir el aviso de los rociadores
de agrotóxicos.







CRIMENES*


Dos horas antes
que el cielo se encienda,
Caín, desesperado
por más droga, deambula
como un perro rabioso
con un cuchillo
en el lugar del corazón.







EL ANTIGUO PARAISO*



Un ángel, bebiendo café
en mi cocina
me dice
que algo no anda bien.

Tomo un vaso con agua
y vuelvo al calvario
de mi cama solitaria
y fría
musitando si será
en el cielo
o en la tierra.






AGUA NEGRA*



Agua negra que estás en el cielo
y desciendes con furia
en las bocas de los pobres…
Agua de los desperdicios
agua de las cloacas
agua negra del dolor
agua negra de las confesiones
del apremio físico
del costillar mordido
del golpe cobarde y sordo,
del hematoma.

Agua negra que sacude
la vida
el aire
las 7 capas del cielo.
Agua negra, espesa, difícil
de tragar.

Agua negra que duele
Agua negra que marcha
como una sombra helada
delante y detrás
de un cuerpo lacerado
sin fuerza ya para gritar
porque el agua negra
baja con furia
sobre la vocación humana
de los hombres.


*Poemas de Jorge Palma. jpalma@adinet.com.uy
Montevideo. URUGUAY











 A SHORT BRIEF OF THE AMERICAN HISTORY*


Para Howard Zinn


Yo sé en donde se esconde
el último pájaro
de qué color
son sus plumas
y la intensidad
desesperada
con que éste
canta al amanecer
cuando los predadores
buscan hambrientos
sus polluelos.
Yo sé en donde
comenzó el grito
de la montaña
hacia adonde
se dirigieron sus pies
cuando le arrebataron
a los suyos
haciéndolos recorrer
la oscuridad envueltos
en lágrimas.
Yo sé en donde
cayeron asesinados
los mineros
después de declararse
en huelga
en donde enterraron
sus cadáveres,
diez mil metros
en pleno corazón oscuro
o quienes celebraban
el silencio con un nudo
sobre las ramas
de los árboles. Yo sé
que sus rabiosos perros
les arrancaban
la piel que odiaban
a mordidas,
que en las cárceles
se asesinaba
a plena luz del día,
a quienes no doblegaban
las cabezas ante
el “Uncle Sam”
o Nelson Rockefeller.
Yo tampoco olvido
quién envenenó
las esquinas de los guetos
con marihuana
y cocaína
quién asesinó
a Fred Hampton
con 39 balazos en la cama
mientras dormía
encarceló a Leonard Peltien
a Óscar López
a los “África Family”
y a Mumia. Yo sé
que me conoces,
que tienes
mi teléfono pinchado
que puedes espiar
con quién duermo
debajo de mis sábanas
que puedes echarme
en boca de la noche
a ser devorado
por tus lobos caucásicos,
pero tu corazón,
ese que nunca miente
te denunciará
como a una cobarde,
que se esconde
debajo de la excusa
de proteger a los más débiles.
América,desenterraré
tus crímenes,
para que
los ciegos escuchen,y los tontos
conozcan la soledad
que está en tu carne
de bajas pasiones humanas
y de tumbas.



*De Daniel Montoly. danielmontoly@yahoo.es












“CEREMONIA DE ARENA” *


“…maniatados a una conciencia que es el tiempo, no nos movemos del terror y la delicia,
y sus verdugos delicadamente nos arrancan los párpados para dejarnos ver sin tregua cómo crecen las plantas del balcón, cómo corren las nubes al futuro…”
JULIO CORTAZAR


Era arena liviana. Precaria. Transitoria
Espora arrastrada por el viento.
Ojo de aguja. Mano de nervios no videntes.
La puerta es ciega. No hay llave. Ni ganzúa.
Separar la paja del grano. El espejo no refleja su rostro..
La Cábala la besaba en la boca.
Le quitaba la tierra de los ojos.
Pequeña niña. Mujer del mito de Platón.
Colgada en el tendal del equilibrio.
Muerde el reloj que señala las doce.
El ya no vendrá.
Dormirá con la dulce idea de la eterna erección
Él, también reaccionaba ante el vuelo de un pájaro.
(Creo que ella nunca lo supo)
Puede ser tan falaz. Tan estupidez. Tan Vida.
Nunca olvidó la agridulce sensación de su sexo.
El sexo es pendular. Fluctuante. Irresoluto.
El cruce del umbral se dio en el cielo de la piedra.

Era una espora arrastrada por el viento.
Ella dormía con la cara tapada. Nadie lloraba.
Nadie llora cuando se renuncia a Dios.
Todos absuelven a la muerte. No a la muerta.
Era un martes. Solo yo lloraba.
Ella miraba no se adonde con sus ojos de sílice.
Ceremonia de arena. Liviana. Precaria. Transitoria


*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@hotmail.com











 Bendición *


 Si vas a caer,
que sea.
Que temas al abismo,
que se abran
las viejas cicatrices
como las amapolas.
Que te entregues al viento,
que te sepas efímero.
Que nunca seas el mismo
cuando te levantes.


*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
http://temblor-esencial.blogspot.com.ar/




***


InvenTREN





 Inventren*



Al amigo Coiro, que sueña trenes.


Lo que vemos desde aquí no es más que un modesto edificio de una sola planta, con una puerta de madera y dos ventanas. Se adivina que en otro tiempo estuvo pintado de blanco, pero ahora toda la fachada está repleta de desconchones y lo que parece ser un impreciso conglomerado de restos de pintura, con diversos colores mezclados de forma aleatoria, como lo haría un niño. "Ese estrago no es obra de niños" dice el Gringo. El Gringo era actor. Vino hace casi treinta años a participar en una película, descubrió la melancólica noche de nuestras ciudades y la insondable desnudez de nuestros yermos, y nunca más volvió a su tierra. Desde entonces vaga por ahí con su videocámara y un ansia insaciable de escenas por grabar, de mundos por descubrir y relatar.

Si nos acercáramos un poco más, veríamos que se trata de la oficina ya inútil de un apeadero abandonado, último residuo de un pasado que se nos va marchando lentamente. Un poco más cerca, observamos que la puerta, que alguna vez fue verde y ahora es un mero trozo de madera reseca, ha sido abierta, quizá forzada, y que las ventanas no tienen cristales. Pensamos que acaso alguien se los llevó para venderlos, o que estarán esparcidos por el suelo, fragmentados en miles de pequeñas astillas transparentes que dentro de un rato, cuando el sol esté alto, sembrarán de reflejos el entorno, multiplicando la aridez de este paisaje.
Nuestros pasos, lentos, resuenan sobre la calma del amanecer austral mientras nos vamos aproximando a la caseta. A pocos metros hay un auto, que parece tan abandonado e inútil como todo lo demás. El volante y el cambio de marchas han desaparecido, así como tres de las ruedas. La cuarta está destrozada. También faltan la puerta del conductor y los espejos. Ese auto tiene un no sé qué de animal herido. De bestia moribunda que se ha arrastrado hasta aquí a exhalar su último aliento, al lado de las vías por las que una vez circuló esa especie de hermano mayor: el tren. Pero también las vías han emigrado a otras latitudes. No queda por allí ni un solo hierro. Algunas traviesas de madera, uno que otro tornillo enterrado, la hierba seca marcando el lugar donde antes hubo raíles, como queriendo contar una historia, una vieja balada de destierros y encuentros.

Dentro del inmueble en ruinas hay alguien. Se asoma al acercarnos. Es el Marmota. Le llaman así porque siempre parece estar durmiendo. La realidad es que padece una suerte de insomnio crónico, que le impide dormir durante la noche. Eso hace que se pase el día dando cabezadas. Antes la cosa era diferente: El Marmota trabajó, como todos nosotros, en el ferrocarril. Fueron años dichosos. Uno se pone a contar anécdotas y no termina. Ganamos algo de plata, hicimos buenos amigos, recorrimos este país hermoso, vivimos. Luego todo terminó de repente. La casa donde vivía el Marmota en esa época estaba a unos doscientos metros de las vías. Cada noche, antes de acostarse, escuchaba pasar el tren de las once, que iba hacia el norte. Media hora más tarde, con bastante puntualidad, podía escuchar, a veces ya desde la tibia región del duermevela, el que venía atravesando la estepa rumbo al sur. Ese era el mejor indicio de que el mundo seguía marchando, de que todo estaba bien. Después -esto ya lo supo todo el país por los diarios o la televisión- esa ruta quedó obsoleta y se suspendió el tráfico. Muchos de nosotros nos quedamos sin trabajo. Aquella primera noche sin trenes, el Marmota permaneció acostado cara al techo durante horas, esperando, sin saberlo, el sonido que había venido escuchando y amando desde que tenía conciencia. El bárbaro silencio no lo dejó dormir. Desde entonces, cada noche no es más que un reflejo borroso de aquélla, la pesadilla de la que no le es posible despertar.

Por eso no es extraño que haya sido el primero en llegar. Nos saluda con un gesto. Nos muestra el interior. Un armario desgajado y un par de sillas raídas, un tablón de anuncios con cuatro o cinco chinchetas oxidadas, un botiquín vacío. También hay un diminuto baño con las paredes desnudas. Habrán aprovechado las baldosas. "No es mucho, la verdad" murmura el Gringo. "Hay que ser cautos" dice alguien. "No sabemos bien de qué va esto. Ya se verá".
Todavía falta gente, no sabemos cuánta. Nos sentamos afuera, en el suelo, a la sombra. Aún no hace calor, pero es el lugar más agradable para esperar. Fumamos en silencio, con la mirada perdida en un punto inconcreto, cada uno sabrá qué es lo que ve en esa intersección imaginaria.
Un rato más tarde aparecen dos mujeres con un bulto. A lo lejos, parece una especie de alfombra enrollada. Se oye un susurro: "Son ellas". Caminan despacio, quizá el peso les impide avanzar más aprisa. Dos de los hombres se incorporan, tiran sus cigarrillos al yermo donde antes estaban las vías, y van al encuentro de las mujeres. El tercero sonríe. Hace años que las conoce. Sabe lo que va a pasar, como si ya lo hubiera visto antes, como si no hubiera hecho otra cosa en su vida que ver una y otra vez esa misma escena: Se encontrarán a mitad de camino, o un poco más lejos, allí donde un letrero sujeto con alambre al poste inclinado todavía indica el nombre del apeadero, y una flecha mínima, insignificante, señala la dirección a seguir. Después, ellos se ofrecerán a llevar el pesado fardo. Ellas, educada pero firmemente, rechazarán la propuesta. Habrá una breve y acalorada discusión. Luego, ellos regresarán a paso ligero, sin mirar atrás, mientras ellas se van aproximando con lentitud, saludando con la mano de vez en cuando y parándose a descansar un par de veces.
Cuando llegan, apoyan el fardo sobre uno de los muros y saludan a todos. Hay sonrisas y abrazos. Queda olvidado el incidente de unos minutos antes. Somos una misma cosa, las pequeñas contrariedades no deben afectarnos. Tenemos un objetivo, aunque aún no sepamos muy bien cuál es. Así pues, nos saludamos y charlamos durante algunos minutos. En realidad, no sabemos de qué: Lo importante en ese momento es el sonido de las voces, saber que estamos ahí, que hemos regresado del exilio al que nos sometimos, o al que no pudimos escapar.
Luego, todos callamos. En el horizonte ha aparecido el Catalán. A esa distancia parece más pequeño, pero así y todo, no pasa desapercibido. Alguien pregunta "¿Se habrá acordado de traer los cuadernos?". Es una pregunta retórica. Todos conocemos la extrema seriedad y eficiencia del Catalán. Resulta extraño verle con traje y corbata en un día como hoy y en un lugar como éste. Al caminar, sus pies levantan pequeñas nubes de polvo que se quedan durante un instante posadas sobre el camino terroso y después se desvanecen como fantasmas inexpertos. Trae una maleta en la mano derecha, una maleta pequeña. Nos sorprende un poco reparar ahora en que los demás no hemos traído equipaje. No pensábamos que fuese necesario, y quizá no lo sea, mas el hecho de ver a uno con una maleta nos hace pensar en ello por primera vez desde que iniciamos esta aventura. Entendemos, porque así se nos dijo, que todo empieza en este lugar y en este día, pero nada sabemos de lo que vendrá luego. "¿Y no es siempre así en la vida?" se pregunta uno de nosotros, imposible saber quién.

Ha ido llegando más gente. Unos charlamos, otros permanecemos callados mientras oteamos la lejanía por si vienen más. La mañana va floreciendo. Nadie mencionó una hora concreta; no obstante, algunos empezamos a estar un poco intranquilos. Aunque nadie va a volver sobre sus pasos, eso no lo dudamos. Así que nos ponemos a esperar. Fumamos y charlamos; caminamos y fumamos, alguien canta por lo bajo. El día va transcurriendo. Hay quien piensa que tal vez sería hora de regresar a su casa; sin embargo, aquí nadie se mueve. No sabemos qué, pero en el fondo todos confiamos –o nos dejamos mecer en ese espejismo- en lo que ha de venir, aunque nos sea imposible cifrarlo o definirlo. Escrutamos la inmensa extensión que se extiende en torno; creemos adivinar, a lo lejos, sombras que se mueven, autos que van o vienen, aunque sabemos que no hay ninguna carretera cercana. Llega la primera penumbra del crepúsculo. Tal vez nos preguntamos si en verdad es posible aún esperar algo. Como un ronroneo creciente, la noche se acerca y nada ha sucedido. Sobre el murmullo, se escucha un rasgueo de guitarra, una voz que entona una milonga, otra que le acompaña. Al otro lado, en el yermo, se repiten los ecos nocturnos de los lugares abandonados para siempre. Entre todos estos ruidos tan familiares, se cuela uno nuevo, inexplicable: Si no fuera imposible, diríamos que se ha oído el traqueteo de un tren en la distancia. "Habrá sido un camión" farfulla una voz, aunque le falta convicción. Un rato después, el sonido se repite. Pedimos silencio. En efecto, hay un rumor, lejano aún, pero inequívoco. Esta vez nadie tiene dudas. Al fin y al cabo, somos todos del oficio. "El viento lo habrá traído desde la ciudad" musitamos, tratando de negarnos esa ambigua ilusión que comienza a asentarse en nuestro ánimo. Sin embargo, aguzamos el oído por si nos es dado establecer de dónde viene; escudriñamos el norte y el sur, el este y el oeste, convencidos de la inutilidad de nuestra solícita vigilancia, y al mismo tiempo con la secreta esperanza de ver aquello que deseamos, distante quimera que nos alzó de nuestros lechos y nos condujo hasta este minuto en el que todo va a tener sentido, o a perderlo. El sonido es real y poco a poco aumenta su volumen. Crece entre nosotros un griterío apagado, hay movimientos inquietos, miradas interrogantes, cierta confusión. De pronto alguien grita mientras señala un punto luminoso en el sur: "Allí, allí". Ya no es sólo el traqueteo remoto. Ahora lo acompaña una luz que se nos va acercando, una luz que viene del Sur. Desconcertados, nos miramos. Nos gustaría ensayar una hipótesis, fijar con unas pocas palabras eso que está sucediendo y que no tiene explicación, mas nadie dice nada. El sonido se va elevando hasta resultar casi insoportable. El círculo de luz también ha aumentado ostensiblemente su tamaño. No puede ser, pensamos. Pero es: Una locomotora antigua, cubierta por la tierra de todos los caminos, erosionada por todas las lluvias que el mundo ha visto, se acerca, poderosa y desafiante, hacia el lugar en que estamos, hacia este apeadero inútil, hacia este yermo desolado, provocando un rechinar, una agria resonancia, fantástica música que escuchamos con el corazón encogido. Con un chillido de frenos viejos, desacostumbrados, se detiene justo al lado de este barracón donde esperamos, arracimados y anhelantes. Vemos al conductor. Le reconocemos. Era cierto, entonces. Una voz se eleva por encima del murmullo general. La voz, resuelta, garabatea en el aire un pensamiento común: "Vamos subiendo. Es la hora".



*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com

http://sergioborao2011.blogspot.com/






***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:


ÁLVAREZ DE TOLEDO



POLVAREDAS.  JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.
FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.
 ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.   GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
 D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA.  LA PLATA.



***


Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:


ENRIQUE FYNN.



PLOMER.   KM. 55.   ELÍAS ROMERO.  KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.  MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.  JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.
KM 12.  LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.
 VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.  VILLA DIAMANTE.
 PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.



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