lunes, septiembre 16, 2019

SEDIMENTOS DE LA BELLEZA DEL MUNDO...



*Foto de Paula Novoa.









Al descubierto*



Me dijiste:
debemos cerrar los pórticos y mirar al sol.
Dejar atrás las migajas de pan
en las cuevas del tiempo.

Afuera la luz es una hechura en la piel
un tiempo circular de frutos recién cortados.

Y nosotras no somos ficticias.


*De Karina Lerman. karyler@hotmail.com

-De su libro “Las hijas de Lot”, Griselda García Editora, 2018

-Karina Lerman nació en Buenos Aires, Argentina. Es poeta, maestra de idioma hebreo, licenciada en Psicología y docente.
Incursiona en las artes visuales y plásticas. @mil_k_estallidos










SEDIMENTOS DE LA BELLEZA DEL MUNDO...









Las hijas de Lot*



La tierra se duplica
una escena dentro de otra.

Bajo el caos, ellas y Lot absorben las bocas.
Soberbios parlamentos de mujeres sin nombre.

Colmarán la noche, el padre como un tótem.
Azar de animal atado.
Comerán del banquete hasta saciar el duelo.

Todas querrán ser anónimas y hermanadas.
Saquear la última luz del Pater.



*De Karina Lerman. karyler@hotmail.com

-De su libro “Las hijas de Lot”, Griselda García Editora, 2018













GUARDANDO EL JARDÍN DE LAS HESPÉRIDES*



Mis cabellos matan el sol. Son negros mis cabellos; negros como la boca del traidor, como la nariz de un perro en el bosque, negros son como el centro de tus ojos.
Mis cabellos son negros.
Diría que ensortijados, diría que espléndidos en su derrame móvil sobre mi espalda y mis hombros desnudos. La belleza lisa y bruñida de cada cinta de resumida oscuridad es un fustazo de dicha nunca apropiada, nunca gozada por mortal.
Ah mis cabellos. Ondulo mi cintura blanca, tiendo acuáticos brazos fantasmagóricos. Observo con fascinación mi sombra arbórea y móvil. Y aguardo.
Junto a mis hermanas aguardo, y guardo la puerta del jardín donde los hombres no tienen cobijo.

Yo guardo y aguardo y espero.
Te espero.
Con los ojos del corazón te veo, y no con los del peligro. Detrás de los párpados, detrás de los velos te añora mi frágil corazón de hembra sola.
Te llama mi anhelo. Transparentes vahos de deseo te atraen hasta la puerta que no debes cruzar, que no debo permitir que cruces.
Sé que vendrás.
Sé que por tierra y agua marchas hacia mi destino. Y que más pronto que tarde tu sombra dibujará tu belleza sobre mi tierra yerma. Aquí estarás para cumplir la promesa de la muerte y las espadas. No ruego otra baraja ni otros dados.
Sé que vendrás. Me basta.
Sé que puedo recorrer tu cuerpo duro con mis manos, que puedo atrapar el hombre con mi boca anhelante. Pero sé asimismo que la dicha está contaminada de brevedad, que la fugacidad de la carne tibia se transformará en piedra contra mis senos ansiosos. Te matará mi amor, amor. Mi fatal mirada.
Mi amor te transformará en estatua de piedra. Sólo la dicha de contenerme en tus ojos es mi anhelo, y tal dicha, lo sabemos, sería tu sentencia. Mis cabellos de serpiente se retuercen y anudan en deseo e ira.
Mi amado, debieses comprender que Medusa te ama aunque mi amor confluya con la muerte. No será para nosotros la ternura. Morir o destruir al objeto de mi amor, tal es la torpe suerte que me ha tocado.
Perseo, dejaré que me decapites y te ufanes de tu hazaña.


*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com










*


Mi madre
me regaló una esclava de oro
el día que cumplí quince años,
una joya delgada,
de peso inasible,
de esas que se compran
para sostener la dignidad de la pobreza
en unos cuantos gramos de lujo.
Mi madre tenía desde muy joven
dos esclavas
que fueron
todo su adorno
en las contadas veces que hubo fiesta
y nos dio
una a cada hija
cuando nos hicimos mujeres.

La hice fundir
antes de casarme
con las poquitas cosas que tenía;
prendedores,
medallitas,
las alianzas de mi vida anterior,
y alguien me fabricó
unos anillos que no uso
jamás.

Lo que duerme
en el oro
sólo sirve como metáfora.


*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com











ESA MUJER*


Esa mujer es mía.
Absoluta. Totalmente mía.
Jugamos a las escondidas.
Ella siempre me encuentra. Yo, a veces no.
Tiene una cueva de cristal de murano.
Solo Alí Babá entra.
Conozco sus disfraces más secretos.
Sus horas más tardías. Sus íconos de cera.
He llegado a la profundidad de sus marmitas.
He rescatado sus muertos mas amados. Sus maromas.
Los caminos. Las rondas y las cruces. Las amo.
Conozco los pecados veniales de sus pechos.
Sus termitas. Sus adormideras.
La he leído letra a letra a letra, al revés y al derecho.
Encontré palabras que solo yo conozco.
He andado y desandado las profundidades de su boca.
He batallado fieramente con sus impiedades
Me ha aturdido el concierto de cigarras en su vientre.
He llorado sobre su hambre madre.
Tatuadas mis serpientes en sus brazos.
Obsesivamente. Hemos luchado cuerpo a cuerpo.
Conozco sus empalmes y sus bardas.
Sus axilas dolientes. La tristeza entre los dedos de sus pies
A veces, en las noches, me quedo despierta hasta el alba.
Miro sus sueños agazapados entre los leños.
Los miedos de sus miedos. Roedores hambrientos.
La he acompañado en sus entierros y sus resurrecciones
En la violencia de sus fuegos fatuos.
Las normas tiritan de pasión. Bengalas.
Me he dado tan profundamente a esa mujer tan mía.
Se me ha dado tanto.
Ya no quedan arterías que no haya recorrido.
Todo me ha permitido.
Menos acceder a esa piedra llamada corazón.



*De Amelia Arellano.











Nombres caídos*



Una fe nos gravita siesta adentro
aquietamos los gestos.
caen los nombres.

Deberíamos saltar la soga al infinito
entre rezos blancos dormir.

Afuera un cachorro lame las veredas.
Clava sus pezuñas sobre la verdad.



*De Karina Lerman. karyler@hotmail.com

-De su libro “Las hijas de Lot”, Griselda García Editora, 2018










INOCENCIA*



El siempre ha habitado el bosque. Este bosque. Este bosque que es, precisamente, lo que la palabra bosque nombra. Le mot juste, la palabra precisa.
Ha deambulado largamente por la foresta frondosa de gacelas de patas temblorosas y de almendrados ojos titilantes; ha transitado los senderos de pájaros de plumaje fantástico. Ha visto virar las hojas desde el espléndido verde al rojo ígneo, en atardeceres que fueron ocasos y también otoños de ardiente puesta del día.
Solo es. La dulzura del aire se ofrece a sus pulmones limpios, la soledad no es una jaula estrecha. La soledad es este bosque interminable que se ofrece en sonidos y en imágenes de sólida belleza, intacta belleza. Cada día es el primer día. La lluvia limpia el universo cada vez.
No conoce la pérdida del acostumbramiento. Cada erguido árbol, cada arbusto retorcido le brinda nuevos deleites en insectos que danzan el aire, en frutos de esférica alegría, en tiernas raicillas que dibujan evanescentes formas fundidas a la perfecta simetría de las telas de araña.
Ah la alegría de las gotas de rocío capturando la primera luz, la última luz.
Solo es. La soledad no le aferra el pecho, no estrecha sus costillas. La soledad no lo abraza con su estrangulamiento de enredadera. No sabe que está solo, y ello lo mantiene salvo de su oscuro veneno.
Siente el gozo de la tierra debajo y del firmamento curvo que dibujan su mundo de capullo cóncavo.
Solo es. Nada lo requiere con premura. Puede demorarse y fluir, puede transcurrir mansamente. Nada lo inquieta.
El ojo de agua en la espesura espeja el mundo. Mira la superficie y se ve a sí mismo como si no se viera. La presencia del otro no lo inquieta. Ve su imagen y es su imagen. No existe la obligación de hallar compañía en el espejo, no lo aferra la bíblica promesa, la bíblica maldición del apareamiento. Solo es.
Único y completo, solo es.
En su universo habita hasta ahora. Este ahora que le ofrece una muchacha casi niña entredormida, entrevista, entresoñada en su lecho de trébol húmedo.
Súbitamente una muchacha casi niña, ingenuidad de melodía sin semitonos en la súbita muchacha entrevista, entredormida, entresoñada.
Súbita muchacha en el lecho de trébol húmedo.
Jóvenes brazos de luna nueva, blancas curvas, tierna postura sedente.
El bosque expone el secreto de la niña clara, aliento de helecho matutino, escultura blanda. De pronto el bosque expone su secreto.
Es la doncella florida, la arcilla dócil, la forma exacta. De pronto el bosque halla su expresión en una criatura que lo resume.

Se acerca con pasos breves.

La recorre tocándola con la mirada, y allí están los anocheceres oscuros, las promesas de la fronda susurrante, la convergencia de los caminos y las aves aleteantes. Todo en ella está. Cada gesto suave de los largos tallos ondulados, cada aroma de fruta madura. Todo en ella se manifiesta.

El bosque es esta figura extendida, y lo contiene como un minúsculo camafeo.

Se acerca con pasos breves. Descansa la cabeza en el regazo de miel y nido. Siente por primera vez que ha estado solo, siente que esta niña le falta, que la añora desde ahora, cuando su cabeza reposa en un estrecho contacto que ya es separación y lejanía.
Ha recibido la amarga revelación de que él es un ser entre los seres, la demorada maldición de saber su individualidad. La condenación lo alcanza en este instante en que ya no es el bosque sino que increíble, atrozmente está en el bosque.

Decir que los hombres mataron al unicornio es acaso un agregado innecesario.


*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com









*


El coraje
es temblar.
Y que no importe.
Es entregar el corazón
entre las matas
de los malvones rojos de un cantero.
Enterrarlo muy bien.
Cavar tan hondo
que no se escuche ya,
que no se escuche.
El coraje
es temblar
mientras se deja
el corazón dormido entre malvones,
levantarse y partir
al otro extremo del jardín,
abrir,
sin corazón,
un surco entre violetas.
El coraje
es temblar.
Y que no importe.



*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

-Nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City Bell.
Publicó:
Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena 2014). Jardines, en coautoría con Raúl Fenoglio (El Mensú, 2015)
La hija del pescador (La Magdalena, 2016) Y Piedras de colores (Proyecto Hybris 2018)

-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria.









ROCÍO*



Ya tienes, Rocío
un corazón
que por tí muera
sepultado
por las piedras dóciles
de tus gritos
a la hora del crepúsculo.
Un escudero de caprichos
un economista de problemas
cuando nos los haya;
un ginecólogo, sicólogo
y lingüista de tus silencios
menstruales.
Ya tienes, Rocío
una almohada
en la cual descansar
de tus problemas
una alfombra persa
adonde puedes esconderlos
una bolsa de seda púrpura
para desentenderte
de tus dudas
junto a páginas en blanco
para que me escribas.
Ya tienes, Rocío...
La antigua soledad de un amante
junto a la lejana compañía
de un amigo


*De Daniel Montoly.













Ausencias*



Acaso no haga falta mover el aire.
Temblar en tierra seca.
Ahogarse en la sed de los fuentones.

Acaso sepamos existir en la penumbra.
Prestar la ropa.
Prescindir de nosotras.



*De Karina Lerman. karyler@hotmail.com

-De su libro “Las hijas de Lot”, Griselda García Editora, 2018











CONQUISTA DEL OLVIDO.*



Como ves,
el olvido no es sencillo.
Hay que andar,
con cautela,
anillos de memoria enmarañada.
Navegar espejismos de promesas
haciendo caso omiso a sus palabras.
Amarrados a las arboladuras
de vergüenzas,
engaños
y distancias.
Y aprender,
lentamente,
a conjugar los verbos en pretérito
Aunque la sangre insurreccione pájaros
debajo de las pieles harapientas
cada vez que digamos:
yo lo amaba.
No es corriente
ni simple
conquistarlo.
Es un asedio largo y doloroso
junto a la soledad de sus murallas.
Porque erige sus puentes levadizos
y desnuda las lenguas crepitantes
donde hierve el recuerdo
la encendida insolencia de su entraña.
Y nunca pacta treguas.
Y a veces,
tiene tiempo
de armar contraofensivas peligrosas.
Y siempre,
en sus bastiones,
sopla un salvaje viento de nostalgias.
Es claro que uno puede ejercerlo de prisa,
con el filo
de alguna antigua furia subterránea.
Y antes que se atrinchere en sus almenas,
de un manotazo,
sin pensar siquiera,
decapite los pétalos azules
de su dalia obstinada.
O mentirse su muerte
cada día
mientras la ausencia resquebraja arcillas
en los párpados secos de las máscaras.


*De  Norma Segades-Manias. segadesmanias@gmail.com

-De su libro El amor sin mordazas.
Premio Edición Villa de Martorell (Barcelona-España-1992)












SABIDURÍA*


Edipo se acercó a la Esfinge.
La Esfinge era hermosa y distante.



Simétrico rostro de mujer, bellísimo busto, grácil cuerpo sedente de animal de presa. Patas delanteras extendidas, laxas; patas traseras prontas al salto. Siempre vigilante, siempre en quietud. Ni dormida ni en movimiento, su calma era la de quien demuestra soberanía controlando el músculo y el erizarse de los cabellos.
Frágil solidez de quien no puede darse ni al reposo ni a la furia. Pero desde aquí lo vemos; no vio esto Edipo en la mujer animal. Le fue dado el temor y la admiración frente a lo terrible. Y le fue dada, también, la paralizante atracción que halla su sujeto en quien ha de destruirnos.
La Esfinge proferiría su enigma, su pregunta afilada, certera, aguda; su pregunta que condenaría la falta de entendimiento con la ganada muerte.
Edipo lo sabía. Había realizado su jornada para el lívido momento en que el enigma definiese su suerte. Y ahora aguardaba. Por un instante miró el cielo por si fuese última visión, dibujó con ternura la silueta de un árbol en su memoria.
Los ojos de la Esfinge eran espejos de cristal de roca.
Edipo recibió el peso del temor a la propia ignorancia, le tembló el pecho frente a la belleza exacta de ese ser maravilloso de contornos perfectos. La imaginó invulnerable, casi aceptó como inevitable y lógica, acaso necesaria, la desaparición de su contingente persona frente a la evidente solidez de la criatura.
Este inabarcable ser semejaba conocer los secretos del universo. Su calma merecía ser producto de su seguridad.
Y la Esfinge ejerció la veladura del silencio para mentir sabiduría.
La Esfinge, inmóvil como los dioses frente a la agitación de los hombres, ocultó su ignorancia con la lejanía de una máscara hueca, la arrogancia de una pose estatuaria. Su silencio no era otra cosa que un
oscuro despojo, un muro que protegía la nada. Mostraba sólo lo pasible de causar admiración, ocultaba el vacío del centro.
La Esfinge nada sabía, nada comprendía, y era, como nosotros, hábil para la destrucción pero negada para el acto generoso de crear.
Su majestad no le permitía dudas o inaceptables cuestionamientos.
Estaba condenada a las sentencias y a la brevedad. Si no hablaba, no se advertiría su carencia. No mostraría la cera en la grieta del mármol, no permitiría cercanías que pudieran propiciar el hallazgo de la imperfección.
La belleza exacta no se arriesga a mostrar el perfil opuesto, curvar el cuello, producir modificaciones en la obra conclusa. La ignorancia no es capaz de quitarse el velo que cubre su desnudez.
Edipo, que viendo a la Esfinge veía los ropajes del hierático desprecio; Edipo, quien siendo un hombre se sentía ínfimo frente a un oráculo certero; Edipo, engañado por la Esfinge, la creyó sabia e infalible.
Antes de que la desmesurada voz declamase el acertijo, se daba ya por muerto.
Se alegraba, quizás, de su cercana desaparición. Engañado por la aparente esfericidad del monstruo, deseó que su persona imperfecta no manchase la pureza del ser fabuloso.
Pensó que sería un honor alimentar al prodigio. Se resignó a su destino, acaso lo satisfizo que el hilo de su vida fuese cortado por un adversario de tamaña dignidad.
Otro instante se demoró la Esfinge en plantear el acertijo. Sabía que la teatralidad le era necesaria para no desmoronarse. La ejercía con impecable oficio.
Con voz de Sibila, de Oráculo, con voz de Ídolo de bronce y pedrería la Esfinge desplegó las palabras que serían su derrota.
No era el enigma un cofre inviolable. Edipo halló la llave. Con íntima desazón Edipo halló la llave. Con alivio también, pero con desazón Edipo desató el nudo de palabras.
Y se alejó luego de contemplar cómo se despeñaba la Esfinge desde lo alto de la Acrópolis. Pensó "no he de despeñarme yo por una falla, no he de morir por orgullo ni ceder a la tentación de la soberbia, y no he de confiar ingenuamente en la sabiduría de las estatuas".

Lo olvidó luego, como a todos los alumbramientos que nos proponemos tallar en la memoria.


*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com











Atisbos*



Escuchamos la tormenta
cada gota es una leve intimidad.
Bordean la atmósfera por no caerse.
Una estampita de algún santo colmada de agua:
allí donde está el indicio crece lo que salva.

Cuando la marea de la noche
se abre y se cierra
el agua continúa siendo agua.
Nosotras insistimos.



*De Karina Lerman. karyler@hotmail.com
-De su libro “Las hijas de Lot”, Griselda García Editora, 2018









*


"Hablo de las voces que entran al mar y no pueden volver, las voces nacidas en las casas de los ahogados, entre peces brillantes, algas, rocas, sedimentos de la belleza del mundo."


*De Valeria Pariso.  valeriapariso@outlook.com


-Valeria Pariso nació en 1970 en la provincia de Buenos Aires. Publicó los libros de poesía: "Cero sobre el nivel del mar" Ediciones AqL (2012), "Paula levanta la persiana", Ediciones AqL (2013); "Donde termina esta casa", Ediciones de la Eterna (2015), "Del otro lado de la noche" (2015) Editorial El Mono Armado, "Triza" (2017) Editorial Detodoslosmares. La trilogía –Uva negra / Mascarón de proa / El castillo de Rouen- (Vela al viento ediciones patagónicas, 2018)
Varios de sus poemas fueron traducidos al portugués y al italiano.
En el año 2014 crea, en Bella Vista, un ciclo de poesía destinado a la lectura de poesía contemporánea entre vecinos que continúa coordinando en la actualidad, incluyendo fotografía a cargo de Karina Giglio y música a cargo de César Jorge.

Coordina talleres de poesía.







Inventren







Reflejo en la niebla*



Yo era un buen tío. Lo que coloquialmente se entiende por un buen tío. Siempre ayudaba a mis amigos. Hacía buenas obras… Ya sabe: Dar limosna, indicaciones a desconocidos para encontrar tal o cual sitio, consejo a quien lo necesitase. Nunca volví la espalda a nadie. Nunca me faltó una sonrisa o una palabra de aliento. Igualmente fui generoso en el esfuerzo. No es por jactarme, pero fui el mejor en lo mío. En mi oficio, quiero decir. Hubo un tiempo en que no dejaba de recibir ofertas para cambiar de empresa. Acepté unas y rechacé otras, siempre en busca de algo mejor, en el más amplio de los sentidos. Pero ocurrió como tantas veces: Llegó el cambio de siglo y mi oficio empezó a desvanecerse. Hoy apenas quedan unas pocas empresas del gremio, en las que, como es natural, importan mucho más los resultados económicos que la calidad del trabajo en sí. Por eso un día amanecí desempleado y pobre. Y, para peor, viejo. Otros venden su cuerpo o venden su alma. Quizá ni siquiera aprecian la diferencia entre una cosa u otra. Pero yo no sirvo para eso. De haber servido, otro hubiera sido sin duda mi destino. Oportunidades no me faltaron. Pero hace falta un talante especial para mirarse en el espejo la mañana siguiente y no arrojarse de cabeza contra el propio reflejo. Sé que usted me comprende. Y sabe que sólo por eso  le estoy apuntando con esta pistola, instándole a que me dé su dinero y objetos de valor. No hay nada personal en ello. Son negocios, como suele decirse.
Me cuenta todo esto mientras me mira con unos ojos que no delatan a un criminal, sino, más bien, a una persona atrapada en un pantano o encerrada en una prisión de barrotes invisibles. Así que le doy cuanto me pide (no todo lo que llevo, sino más o menos la mitad, siguiendo sus instrucciones: Un poco de dinero y un reloj de escaso valor) y el tipo me agradece, guarda la pistola, dice que ha sido un placer tratar conmigo, que no me mueva de ahí hasta que él haya desaparecido por la esquina de la plaza.
Miro en la dirección que señala. De allí viene un eco sordo: el estrépito lejano de un tren a poca velocidad, tal vez entrando en la estación, sonido que irremediablemente me recuerda “Bailando en la oscuridad”, la estremecedora película de Lars Von Trier.
Todavía estoy atontado por el sobresalto de verle aparecer frente a mí con el arma en la mano. Quizá por eso me pregunto qué tren, qué estación. No recuerdo que haya una cercana. Él sigue hablando, con la misma calma. Me aconseja no denunciarle. No por posibles represalias suyas, que desde ese momento se compromete a que no las haya en cualquier caso, sino por la conocida inefectividad de la policía. "Perderá usted una mañana entera poniendo la denuncia y no recuperará nada de esto. Y no se le ocurra preguntar por la causa de tanta espera. Si lo hiciera, lo mismo termina usted investigado o algo peor", me dice. Luego se disculpa, hace un gesto que podría significar cualquier cosa y se aleja hacia la estatua medio oculta entre la bruma.
Al principio me sentí enfadado. No mucho, pero lo bastante como para haberle dado un buen mamporro al tipo si no hubiese sido por el contundente detalle de la pistola. Pero mientras lo veía alejarse, me invadió una especie de nostalgia inexplicable y pensé que tal vez, en el fondo, ambos éramos la misma luz descuartizada por el tiempo y las circunstancias. Pensé que, en un país como éste, repleto de desempleados y azotado por la injusticia social y la corrupción del poder, casi era una suerte haber topado con este individuo y no con otro más violento, o peor: Una multinacional dispuesta a extraerme hasta la última gota de sangre para venderla en el mercado y después arrojar mi cadáver a las alcantarillas de la miseria.
Comencé a frecuentar el parque todos los días, me habitué al ruido de los trenes -había una estación, después de todo-, me convertí en una presencia habitual, como tantas otras irreconocibles al otro lado de la niebla, acaso esperando repetir el encuentro, tener la oportunidad de explicar con detalle -y ser escuchado- las circunstancias de mi propia deriva, de la resaca que me va llevando, lentamente, hacia lo tenebroso.



*Por ©Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com





-Próximas estaciones de escritura:

KM. 55.  

En el recorrido del tren literario por Ferrocarril Midland:

  ELÍAS ROMERO.    KM. 38.   MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.   LIBERTAD.  
MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.    ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS. 
JOSÉ INGENIEROS.   MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.   KM 12.   LA SALADA.   
INGENIERO BUDGE.  VILLA FIORITO.  VILLA CARAZA.   VILLA DIAMANTE.
 PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.



JUAN TRONCONI.

En el recorrido del tren literario por Ferrocarril Provincial:

CARLOS BEGUERIE.   FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.  
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.  
ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.    D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.   
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.   LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.  ARANA.  GOBERNADOR GARCIA. 
LA PLATA.

***



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