lunes, octubre 13, 2025

UN RASTRO DE ETERNIDAD ENTRE LO EFÍMERO

 


*Dibujo de Erika Kuhn.

https://obraerikakuhn.blogspot.com/

 

 

 






 

 

DEJA VU*

 

 “De donde llega ese ruido tan fuerte.

Sin embargo la llave no quedó puesta”

ANDRÉ BRETON

 

Ha llegado con pasos vacilante.

Ciudad dormida. Credo extranjero.

Zurcidos a su piel, uno a uno los colores de la calle.

No sabe describirlos. Busca. No sabe lo que busca.

A quien busca. Porqué. Sobre todo porqué

Tiene amor, lumbre, palmeras y fulgores. ¿Qué habría de buscar?

Arrastra piernas de tristeza flaca. La soledad es víbora que silva.

Desamparo. Orfandad hermana. Partidas.

No conoce esta comarca extraña. Pero está seguro, ya estado allí.

Recuerda las bocas de sus calles. Sus ojos somnolientos. Sus pasos.

Sus pobrezas. Las frígidas mentiras. El hambre y el sudor del hombre.

Un olor desconocido lo estremece.

Remueve sus entrañas. Sacude, agita. Vibra.

Es un olor frutal, a hembra. A duraznero en flor.

Se reconocen al instante Son parte de una leyenda arcana.

Penetran en las profundas grietas.

Rómulo es Remo.

Temor. Tormenta en vez de lluvia.

La lluvia tiene piel de mujer.

 En espera infinita

Lo lame, lo acuna, lo adormece en su pelaje oscuro.

El niño se prende de los pechos duraznos.

Se hace pájaro. Liba, muerde, muere.

Cierra los ojos, paladea, goza, orina.

Ah, huerto de los frutales. Refugio, acertijo improvisado.

Ha llegado a su puerto.

Ya ha estado ahí

No importa si el hoy es solo ahora.

 

*De Amelia Arellano.

San Luis.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ojos como soles. *

 

*Por Vanesa Silvina García.

 

Aquel muchacho de ojos como soles y sonrisa cómplice me mira insistente. Busco un rasgo que me recuerde a alguien. ¿Lo conozco? ¿De dónde? Tal vez solo me mira porque le recuerdo a alguien. Está sentado frente a mí en la guardia del Servicio Local de Niñez.

 Yo vine por Darío, un alumno de tercer grado que recibió una golpiza por parte de su padrastro. Estamos esperando que lleguen sus abuelos quienes se harán cargo de él.

 Desde hace un par de meses visité el servicio local en ocho oportunidades, a razón de una vez por semana, siempre por casos de violencia. Leo todo el material referente al tema para buscar respuestas, para dar respuestas, pero no alcanza. La pandemia, la droga, la delincuencia, la pobreza. Algo sobre educación, la falta de contención, la familia hecha añicos. Las instituciones sobrepasadas, la falta de presupuestos y de decisión política.

 Pero no alcanza, porque miro a mi costado y está Darío comiendo un alfajor que le dio la psicóloga. Imagino que él tiene todas las respuestas, pero su alfajor de chocolate atrapa toda su atención, como si estuviera tomando un descanso en otro mundo, sólo para tomar impulso y así volver al mundo real. Siento una sensación de agotamiento. ¿Me parece o tengo la espalda encorvada? No, no me parece. Me pongo derecha y me apoyo en el respaldo de estas sillas tan incómodas.

 No me es simple trabajar en una escuela con estas características, en un contexto tan vulnerable, en un mundo tan punzante, en una vida tan imprevista. En realidad, no es simple trabajar en una escuela con estas características y no involucrarse. Más fino aún: es imposible involucrarse y no quedar con la espalda encorvada.

 El muchacho sigue sentado, con las manos sobre las rodillas, lo cual no me impide darme cuenta de que es alto, muy delgado. Tiene cara de nene, pero actitud de hombre resuelto.

 Darío es un nene…

 “Ojos como soles” tendrá unos veinte años, no más. Veinte años y una carpeta con planillas, papeles, fotocopias, que cada tanto ojea, desparrama, ordena. Se le cae algún papel y lo vuelve a ubicar prolijamente. Lo observo apretando la carpeta contra su pecho. Guarda algo valioso, en la carpeta y en su pecho.

 Me mira otra vez y tengo la certeza de que se va acercar para hablarme. Si…se para y justo lo llaman de una de las oficinas. No llego a escuchar el nombre completo. No hace falta. Luis, se llama Luis. Y como un rayo, aparece en mi cabeza su recuerdo intacto. Con sus diez años apenas, entrando a la Dirección de la escuela, las manos en los bolsillos, los ojos como soles, buscando explicaciones, despeinado y con un gesto determinante. Su maestra viene detrás, con la mirada nublada, le acaricia la cabeza. “Te quiere contar algo”, me dice.

 Entonces Luis se arremanga los pantalones y me muestra las marcas de sus piernas. “Un cable que tiene papá…” ¿Un cable?

 Escribo todo lo que me cuenta, que es mucho más que un cable. El cable es el final. Antes del cable hubo una paliza a su mamá, tierra en la cara, barro en la ropa, encierro, pies descalzos, forcejeos, agua hirviendo, gritos y miedo.

Vecinos sordos, familia ausente, tristeza, un cuchillo en la mano de su padre que corta la larga trenza de su mamá antes de echarla a la calle. Y los ojos como soles de Luis mirando por la ventana. Y todo lo que vino después. Denuncias, largas esperas en esas mismas sillas del Servicio Local y el padre de Luis entrando por la puerta, clavando su mirada en Luis y en mí como cuchillos que cortan trenzas. Los abuelos de Luis, y su madre con el pelo muy corto, desparejo, desprolijo, temblando en la oficina del abogado con solo percibir el olor de la bestia.

 Luis se esconde detrás de mí mientras guarda la mitad del alfajor que come. Me aprieta la mano y lo escucho respirar. Tiene miedo. Yo también tengo miedo.

 Nadie advierte los dientes apretados de la bestia. Yo también aprieto los dientes. Se lo llevan. Unos días guardado y la obligatoriedad de un tratamiento que lo va a curar y le va a sacar la bestia.

 Entonces vuelvo. Lo miro a Darío que también aprieta mi mano y come un alfajor. Lo miro a Darío y lo veo a Luis, como si no hubieran pasado diez años, como si todavía estuviera sentado a mi lado, como si las bestias siguieran sueltas.

 El ruido de la puerta me sacude de aquel déjávu y Luis camina hacia mí. Lo abrazo sin soltar a Darío. Yo casi en puntas de pie, me saca más de una cabeza. Me dice “Seño” y también me abraza. Me cuenta que su padre tuvo otro hijo con una nueva mujer y que él está allí esperando para llevarlo con él. Se ve que la bestia volvió a despertar.

 Me llaman. Es mi turno. Tengo que entrar con Darío. Sus abuelos ya llegaron. Luis, volviendo del abrazo que nos dimos me dice que su madre usa trenza otra vez.

 Darío me mira buscando la confianza para entrar en la oficina y encontrarse con sus abuelos. Él no sabe que yo también lo miro buscando confianza y queriendo entender un poquito más, a este mundo que nos parió.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

Todo

sucede afuera.

Las lluvias,

el viento entre las hojas,

los pasos de los hombres

en la tierra.

Hay un mar,

dicen,

un rastro de eternidad

entre lo efímero.

Como un guiño de dios

irónico y certero

para nosotros,

los fugaces.

Todo

se mueve afuera.

Dentro,

en el corazón

donde me habito,

una niña inmóvil

observa.

 

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

 

-Mariana nació en General Belgrano, provincia de Buenos Aires, en 1971. Actualmente vive en City Bell.

Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena, 2014)

Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015)

La hija del pescador (La Magdalena, 2016)

Piedras de colores (Proyecto Hybris, 2018)

El orden del agua (GPU Ediciones ,2019)

Madura (Sudestada, 2021)

Quiero sacar la cabeza por la ventanilla de tu coche (Halley Ediciones, 2023)

Patio (elandamio ediciones, 2024)

Poesía reunida (Medusa editores, 2024)

Trinchera (Sudestada, 2025)

Desviadero, (Editorial Mascarón de proa, 2025)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

MANTA DE CEMENTO *

 

 

Manta de cemento

otra vez

plato de basura

en mesa de cartón

otra vez

zapato de tierra

otra vez

mirada de niño

que no espera nada

otra vez.

 

Repite su rueda

El viento de la historia.

Desde el fondo grita

Y lanza sus dados

Un ángel cruel.

Se despereza

con lentitud

una diosa antigua

que llaman Memoria.

 

¿Quién gana la partida

esta vez?

 

*De Norma Cozzi. norma_cozzi@yahoo.com.ar

-Por el borde del agua, Ombligo Cuadrado. 2020.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

  

El frío me tomó por sorpresa

años saliendo

sin cuidados a la vida

yo

que podía entibiar el aire de la estación más helada

recorrí la ciudad

con mis brazos desnudos

calle negra y yo

minúscula

pasos entumecidos

y supe que no

no podría volver a casa

cinco años duró esa noche y aún

la piel en dos capas

una puntada

reverberación chocando contra el iceberg

el frío en mis ojos

grises mis mejillas

y una tristeza sin nombre en la curva de mi boca

probé con cremas

salamandras

masajes en los pies

compré mantas de lana de oveja

vestí mi casa con telares y alfombras

en pleno verano

tiritando

hasta que lágrimas

nacieron

andando los surcos de mi cara

la piel se encendió

abriéndole paso

a mi verdad

mis ojos

recuperaron su intención

el calor irrumpió

y yo

exhalé la tristeza guardada

el agua de mis poros como un río

y mi cuerpo, agua

furia

vida liberada.

 

*De Lorena Suez. suezlorena@gmail.com

-Mentoría de procesos creativos

-Taller de escritura y emociones

-Lic. en Ciencias de la Comunicación / Psicóloga Social

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Disposiciones*

 

La orden fue clara:

 

Prohibido comer canastitas de pollo

 

Pero para esos días yo ya me hallaba perdido,

y fue hasta que los conjuros que aún me seguían

acercaron una sopa entre ladridos del alba...

 

Oí cantar así a las raíces,

llamar al agua, hacer confidente

al sol: conejo responde

con los hilos de la lluvia, colibrí

duerme entre las alucinaciones de tus secretos.

 

Se trata de disolverse en esta orbe

donde los

ecos copulan

las noches sin estrellas: enamórate

de mí en ese espectro: con

tus enormes ojos y tus piernas largas,

que mis incertidumbres den con

tu contorno: habita en mi cuerpo

como este líquido que me conforma

entre un sesenta y un setenta y cinco por ciento.

 

Babosa escapa de su letargo

traza sus esperanzas con baba: toda

una vida reptando, durmiendo

el sopor de las acumulaciones líquidas,

que sea lumbre

esa parte húmeda que la adhiere

al mundo.

 

He soñado

serpiente: me dice que no

existe lo profano y bosque entero ríe con

ese aroma a suavizante de tela. Los órganos

sexuales se exponen para que

miriápodo atestigüe, que fue

tortuga quien estuvo presente

aquella ocasión de otros mundos,

con esa costumbre rara de

respirar el dulce que se les

pone a los ajolotes.

 

Fue el tiempo en que cacomixtle y

caballito del diablo hicieron lo que nadie

habría esperado: tomaron una palita y recogieron el

excremento a mitad de la calle: lo

depositaron diligentemente en el contenedor

para residuos orgánicos: hicieron

lo correcto.

 

*de hugo ivan cruz-rosas. quetzal.hi@gmail.com

Coyoacán. México.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EL HOMBRE QUE CALLA*

 

Dijo “no, gracias”. Dos palabras, pensó, está bien, perfecto, simple y fácil. Sensación de tranquilidad, todo encaja, las esferas se desplazan sin escollos por una superficie pulida. Epifanía.

Hace ya demasiado tiempo que cuida sus frases, cuenta mecánicamente las palabras, tacha las que se pueden obviar, siente la satisfacción del avaro que economiza un céntimo.

Es un hombre que calla. El silencio ha venido quedándose a su alrededor como una neblina de esas que al mirar por la ventanilla del autobús se levanta de los bañados, y son jirones y luego un humo transparente y finalmente desaparece el paisaje y sólo los altos follajes sobreviven a la irrealidad.

No es un silencio definitivo, alguna que otra vez una palabra necesaria se le desprende y muere apenas pronunciada. Escuetas frases concedidas a la cortesía, una respuesta, una pregunta o un pedido con el número imprescindible de voces. Ejercicios de contención, sus sentencias son como las palabras cruzadas del periódico: cuadraditos, casilleros más blanco y negro que pintura impresionista temblorosa de pinceladas y manchas.

Este hombre cuando habla sigue callando y no sabe, él mismo, que cuando habla calla.

Ahora sonríe al portero y la sonrisa reemplaza al “buenas tardes”, cabecea al compañero de trabajo y se ha ahorrado un saludo, afirma con un gesto y descuenta un “si”.

Por alguna razón hay datos que se afirman como pilares y se tornan encadenantes. Ciertas supersticiones generan ritos que nos acompañan en lo cotidiano. Habrá quien se avenga a la pueril pulserita roja contra la envidia, quien se persigne cuando transite frente a una iglesia, quien tire sal por sobre el hombro izquierdo cuando involuntariamente tumbe el salero.

En algún momento se le unieron informaciones desparejas. De pequeño leyó o escuchó que los animales tienen el latido de su corazón ajustado de acuerdo a la longitud de su vida, las especies longevas tienen un ritmo cardíaco más moroso, las efímeras redoblan pulsaciones dilapidando impulso vital. Así el pequeño corazón del colibrí es un tamborcillo enloquecido, mientras que los corazones de las lentas tortugas laten con la parsimonia adecuada a su longevidad. Habría entonces para cada uno un número prefijado de sístoles y diástoles, y cada carrera o susto acerca al individuo a su muerte. Pensó en algunas excepciones, se preguntó si esto dado por verdadero en líneas generales será, precisamente, una generalización al gusto de las divulgaciones de nota de relleno en el periódico, o de las páginas de noticias insólitas.

Como todo aquello que nos conmueve, quedó en él sin necesidad de prueba o confirmación. El hecho de dudar de la veracidad del dato lo hizo más cercano a lo mágico y verdadero en cuanto a ser un artículo de fe.

Reflexionó sobre el número exacto de inspiraciones y exhalaciones a lo largo de una vida, en la precisa cifra de parpadeos, en el número de pasos posibles, en toda esta finitud de acciones, esta contabilidad incógnita y sin embargo precisa y finita.

Aquel niño se sentará un determinado número de veces antes de morir. No sabe él el número, no lo sabe su madre, pero es indiscutible que el número existe. Debiese estar ocioso el Dios que llevase las cuentas de todos los mortales, que cuántas veces ha dormido éste y que cuántos pasos le quedan a aquél, pero supone que no es imprescindible contar las hojas que quedan en el árbol para que caiga la última, y del mismo modo determinados actos se gastan. Entonces es bueno y necesario hacer economías y ser cauto al ir entregando las monedas para retrasar la bancarrota inevitable.

Tantas veces me habré calzado, tantas me cortaré el cabello, tantas veces producirá la médula un glóbulo rojo, uno más.

Matemática secreta, oculta, roja, de sangre y órganos, de acciones húmedas, acaso reprobables.

Pensó en los óvulos que nacen con la niña y poco a poco se liberan a su destino de procreación. Todos ya allí desde la beba sonriente en su cochecito. Los futuros hijos, uno por uno los óvulos, muchos, pero ciertamente no infinitos, y uno de ellos, el último.

No practicó el sobresalto, se alejó de parques de diversiones y deportes para no malgastar el número exacto de latidos que se le destinan. Y no fue nunca un hombre que temiera a la muerte, sino que sintió hacia los días futuros cierta clase de extraña avaricia.

Luego, y también por una de esas razones que se pierden en lo borroso, sintió que para él había un número exacto y prefijado de palabras que podría utilizar. Y las palabras entonces –se dijo- no será que las palabras también están contadas en el racimo que nos pertenece. No será que cada palabra achica el período de gracia, no será que, al gastar los verbos, los sustantivos, no será que con la palabra de menos nos acercamos a la muerte.

La muerte como bolsillo vacío, como hueco.

Economía.

Sin percatarse demasiado, fue escardando sus frases hasta convertirlas en esqueléticas ramitas invernales. Cada adjetivo era un derroche, alguna vez comparó las descripciones a fumar un cigarrillo que fuera tapando los bronquios y envenenando lentamente los pulmones para provocar el colapso último.

Pero no es algo que meditase todos los días, y si le preguntáramos el porqué de su laconismo lo juzgaría producto de su carácter o de la mera costumbre. Antes, mucho antes de los psicólogos y las terapias ya sabíamos que cada acto es resultado de factores lejanos y sumergidos en el olvido. Ni tan siquiera es necesario creer en algo para ajustarse a sus reglas, seguramente reconocería lo absurdo del razonamiento si se detuviese en ello, pero ya habituado a la caligrafía japonesa de su vida, encuentra natural que para describir un temporal basten cinco líneas en un árbol y un cabello enloquecido.

Pensar la frase perfecta, la más breve. Abreviar, cortar, suprimir. Alejarse del precipicio final a través del ahorro.

Este escaso intercambio verbal se refleja en una notable sequedad en el trato, en poca transmisión de sus sentimientos y, finalmente, en sentir cada vez menos. Nada para decir, nada para compartir si cada palabra tiene un precio que pagará indefectiblemente.

Las palabras dichas son monedas que se alejan de la bolsa, las palabras pensadas se van recortando también, y la pizarra superpoblada de la niñez, llena de dibujos con tizas de todos los colores se le ha ido tornando pantalla de ordenador, campo blanco y letra destacada.

Tamaño ejercicio de estilo lo ha dejado en soledad. Tiene una esposa que lo tolera, dos hijos que lo soportan, compañeros que no notan su ausencia. A su lado florecen las narraciones y los grafitis, las conversaciones se entrecruzan y millones de informaciones innecesarias se derraman y gotean. La gente charla de lo importante y lo intrascendente, mienten, exageran, repiten.

Este hombre que calla es un palote negro, un redondo silencio en la sinfonía turbia de vientos y cuerdas enloquecidas.

 “No, gracias” ha dicho. Perfecto, simple y fácil.

Llegará el día en que tanto ahorro encuentre la necesidad de ser dilapidado. Se suicidará sin pastillas ni soga de nudo corredizo. Será por despilfarro. De buenas a primeras comenzará a hablar y pasará del balbuceo al canto, del canto a los pensamientos inconexos, a las estrofas inabarcables y a la superposición de colores. Se le brotarán recuerdos y tirará adverbios a las fuentes, no reparará en gastos y a sus nietos les repetirá el mismo cuento hasta que las páginas manoseadas se manchen de masita de chocolate y crema de leche.

Pero este hombre todavía calla. Le resta un poco de tiempo, aún, para la liberación.

 

*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El Gino & Blancanieves*

 

Paso tanto tiempo. Este año serán cien años del nacimiento del tío. El tiempo hace frágil aún a las vidas más obstinadamente vivas.

Cuando voy en el colectivo y escucho decir “hasta la huella” aparece clarito el hilo del que se puede tirar y tirar. Hasta La Huella el barrio del tío Nicolás. A un par de cuadras la casa de su amigo el Gino.

¿vivirá Gino todavía? Tendría 25 años menos que el tío, quizás eran 30 menos. Lo cierto es que una sola vez lo vi. Fue en el último y desgraciado casamiento del tío Nicolás. “otra vez con una mujer de la vida” dijo mi madre y aun así estuvo presente en el civil.

El tío no lograba sus dos testigos para firmar el acta. Uno fue el Gino y el otro fui yo, pero es tarde para arrepentirse. Haydee no era mala, era malísima, en la extensión de La Huella lo sabían, aconsejaban al tío que desista a tiempo. Al año lo rescatamos encerrado en su casa y medio muerto, pero esa es otra historia.

Las historias del Gino llegaban desde el relato del tío. Verdaderas o intervenidas en sus derivas de fantasía yo les prestaba atención, si mi madre pescaba una parte dirá más tarde “es mentira o novelas imaginadas por el viejo verde de tu tío”.

El tío tenía vocación de mujeriego, pero solamente conseguía mujeres que lo abandonaban o le vaciaban las pertenencias de la casa con destino desconocido. El tío admiraba a Gino, porque “tenía amantes”. El tío lo respaldaba con una frase discutible “la mejor mujer es la mujer de otro”

El barrio mismo entró en la ironía “la huella del cuerno” o “villa cuerno” que por cierto eran nombres que se multiplicaban por el gran buenos aires.

Una historia tan real como maravillosa era la de Blancanieves.

Mi madre decía que era un invento del tío Nicolás, hasta que los vio en persona una tarde en la casa del tío.

Habían coincidido en la hora del mate. Qué maravilla el amor de esta pareja, los vio puro cariño con caricias adolescentes. Eran Blancanieves y su vecino el Gino. Blancanieves estaba casada desde muy joven. El Gino había sido abandonado un año atrás. El tío no sabía o se guardó hasta la muerte la chispa que origino ese amor.

El Gino que no llegaba al metro sesenta de altura y Blancanieves que sin tacos medía metro setenta largos. 

Mientras duró, Gino y Blancanieves fueron felices jugando a las escondidas.

Mi enanito romántico le decía. Ella insistía en que formalizaran. Su marido aceptaría el fin de la mutua indiferencia. “No pidamos la luna. Tenemos las estrellas” decía Gino que no quería que la convivencia arruinara sus vidas.  La frase llegaba heredada desde su infancia, era la favorita de su madre que vio en el cine una película que marco aquella vida en Boston: “la extraña pasajera”.

Lloraba el tío al contar el final de la historia de Gino y Blancanieves.

Blancanieves enfermó de gravedad, estallada por la metástasis pidió ver a Gino. En la cama como lecho de muerte, ante la mirada de Ciro su marido. Le susurró: “Gino béseme como me besaba antes”, Gino la besó en la frente. Se fue sin demostrar el desgarro.

 

*De Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com

 

 

 

 

 


 

 

 

 

*

 

 

Alguna vez,

antes de que los siglos derribaran los muros,

hubo flores entre la hierba.

Mi pelo perfumaba el aire.

Y vos venías,

como un dios errante sobre el mundo

a dejar la luz

 

sobre mi cuello.

Alguna vez,

antes de que el viento arrojara tu nombre

como una piedra inútil sobre el agua,

yo canté sobre tu pecho

la canción de la soledad.

Aún, a veces,

sólo porque es tan dulce

la sangre escapando del tajo,

nos miramos.

Y nos sentamos a la orilla del amor,

a mirar cómo pasa.

 

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Islas*

 

Nos encontraremos

en cualquier lugar.

 

Un instante tan sólo

convergerán nuestras derivas.

 

Después, tú partirás al norte;

yo tendré que ir al este.

 

Islas apenas

en perpetuo movimiento

a través de un mar inagotable.

 

La vida es un tropel de despedidas.

 

*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com

-De Por si mañana no amanece, Poemas de @S_Borao_Llop

 

 

 


 

 

 

 

*

 

Esa entelequia llamada felicidad o armonía o lo que les guste está para mí asociada a cualquier forma de arte (hacerlo o contemplarlo) y si me hablan de espiritualidad, digo que también es una forma de arte.

 

*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com

 

 

 

 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 

 

 

 

 

UN SUEÑO IMPRESIONISTA*

 

Compro un ticket sin destino, subo al tren del último andén

en el asiento suelto la crisálida

que encerré en el cenicero hace años

cierro los ojos.

 

Al abrirlos unos minutos más tarde,

el paisaje que observo

tiene rojos, amarillos, azules

miles de cipreses inclinados hacia el mismo lado.

 

Cuando el tren se detiene, el guarda me despierta

diciéndome que llegamos.

 

El vagón está vacío

al bajar veo el mar y una cabaña

rodeada de mariposas multicolores.

 

*De Andrés Bohoslavsky. vladimirbeat@yahoo.com.ar

*de Miniaturas en el sendero poético.

Leviatán, 2025.

 

textos & libros

 

El ghetto de Vincent. texto adaptado para representación teatral / Amsterdam, 2001.

 

El río y otros poemas  / The River and Other Poems. St. Albans, Inglaterra: Editorial Verulamium Press, 2003.

 

El pianista del Black Cat y otros poemas.

Editorial La carta de Oliver, 2004.

 

China ocho milímetros.

Editorial La carta de Oliver, 2009.

 

Una noche en bosque-poesía y otros poemas.

Editorial Leviatán, 2014.

 

La camarera que se creía Greta Garbo y el plomero que soñaba ser Lenin y otros poemas.

Editorial “La carta de Oliver, 2016.

 

Los ojos de Sasha o El fin de un sueño rojo.

Editorial Leviatán, 2017.

 

Margot, la prostituta que leyó a Bakunin y otros poemas.

 

Editorial Leviatán. 2019

 

Medianoche en la plaza de los sueños y otros poemas.

Editorial Leviatán 2021

 

El mundo es un poema inconcluso y otros fragmentos oníricos.

Leviatán, 2023

 

Miniaturas en el sendero poético.

Editorial Leviatán. 2025

 

 

 

 

 

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