*Dibujo de Erika Kuhn.
https://obraerikakuhn.blogspot.com/
DEJA VU*
“De donde llega ese ruido tan fuerte.
Sin embargo la llave
no quedó puesta”
ANDRÉ BRETON
Ha llegado con pasos vacilante.
Ciudad dormida. Credo extranjero.
Zurcidos a su piel, uno a uno los colores
de la calle.
No sabe describirlos. Busca. No sabe lo que
busca.
A quien busca. Porqué. Sobre todo porqué
Tiene amor, lumbre, palmeras y fulgores.
¿Qué habría de buscar?
Arrastra piernas de tristeza flaca. La
soledad es víbora que silva.
Desamparo. Orfandad hermana. Partidas.
No conoce esta comarca extraña. Pero está
seguro, ya estado allí.
Recuerda las bocas de sus calles. Sus ojos
somnolientos. Sus pasos.
Sus pobrezas. Las frígidas mentiras. El
hambre y el sudor del hombre.
Un olor desconocido lo estremece.
Remueve sus entrañas. Sacude, agita. Vibra.
Es un olor frutal, a hembra. A duraznero en
flor.
Se reconocen al instante Son parte de una
leyenda arcana.
Penetran en las profundas grietas.
Rómulo es Remo.
Temor. Tormenta en vez de lluvia.
La lluvia tiene piel de mujer.
En
espera infinita
Lo lame, lo acuna, lo adormece en su pelaje
oscuro.
El niño se prende de los pechos duraznos.
Se hace pájaro. Liba, muerde, muere.
Cierra los ojos, paladea, goza, orina.
Ah, huerto de los frutales. Refugio,
acertijo improvisado.
Ha llegado a su puerto.
Ya ha estado ahí
No importa si el hoy es solo ahora.
*De Amelia
Arellano.
San Luis.
Ojos como soles.
*
*Por Vanesa
Silvina García.
Aquel muchacho de ojos como soles y sonrisa
cómplice me mira insistente. Busco un rasgo que me recuerde a alguien. ¿Lo
conozco? ¿De dónde? Tal vez solo me mira porque le recuerdo a alguien. Está
sentado frente a mí en la guardia del Servicio Local de Niñez.
Yo
vine por Darío, un alumno de tercer grado que recibió una golpiza por parte de
su padrastro. Estamos esperando que lleguen sus abuelos quienes se harán cargo
de él.
Desde hace un par de meses visité el servicio
local en ocho oportunidades, a razón de una vez por semana, siempre por casos
de violencia. Leo todo el material referente al tema para buscar respuestas,
para dar respuestas, pero no alcanza. La pandemia, la droga, la delincuencia,
la pobreza. Algo sobre educación, la falta de contención, la familia hecha
añicos. Las instituciones sobrepasadas, la falta de presupuestos y de decisión
política.
Pero
no alcanza, porque miro a mi costado y está Darío comiendo un alfajor que le
dio la psicóloga. Imagino que él tiene todas las respuestas, pero su alfajor de
chocolate atrapa toda su atención, como si estuviera tomando un descanso en
otro mundo, sólo para tomar impulso y así volver al mundo real. Siento una
sensación de agotamiento. ¿Me parece o tengo la espalda encorvada? No, no me
parece. Me pongo derecha y me apoyo en el respaldo de estas sillas tan
incómodas.
No
me es simple trabajar en una escuela con estas características, en un contexto
tan vulnerable, en un mundo tan punzante, en una vida tan imprevista. En
realidad, no es simple trabajar en una escuela con estas características y no
involucrarse. Más fino aún: es imposible involucrarse y no quedar con la
espalda encorvada.
El
muchacho sigue sentado, con las manos sobre las rodillas, lo cual no me impide
darme cuenta de que es alto, muy delgado. Tiene cara de nene, pero actitud de
hombre resuelto.
Darío es un nene…
“Ojos como soles” tendrá unos veinte años, no
más. Veinte años y una carpeta con planillas, papeles, fotocopias, que cada
tanto ojea, desparrama, ordena. Se le cae algún papel y lo vuelve a ubicar
prolijamente. Lo observo apretando la carpeta contra su pecho. Guarda algo
valioso, en la carpeta y en su pecho.
Me
mira otra vez y tengo la certeza de que se va acercar para hablarme. Si…se para
y justo lo llaman de una de las oficinas. No llego a escuchar el nombre
completo. No hace falta. Luis, se llama Luis. Y como un rayo, aparece en mi
cabeza su recuerdo intacto. Con sus diez años apenas, entrando a la Dirección
de la escuela, las manos en los bolsillos, los ojos como soles, buscando
explicaciones, despeinado y con un gesto determinante. Su maestra viene detrás,
con la mirada nublada, le acaricia la cabeza. “Te quiere contar algo”, me dice.
Entonces Luis se arremanga los pantalones y me
muestra las marcas de sus piernas. “Un cable que tiene papá…” ¿Un cable?
Escribo todo lo que me cuenta, que es mucho
más que un cable. El cable es el final. Antes del cable hubo una paliza a su
mamá, tierra en la cara, barro en la ropa, encierro, pies descalzos, forcejeos,
agua hirviendo, gritos y miedo.
Vecinos sordos, familia ausente, tristeza,
un cuchillo en la mano de su padre que corta la larga trenza de su mamá antes
de echarla a la calle. Y los ojos como soles de Luis mirando por la ventana. Y
todo lo que vino después. Denuncias, largas esperas en esas mismas sillas del
Servicio Local y el padre de Luis entrando por la puerta, clavando su mirada en
Luis y en mí como cuchillos que cortan trenzas. Los abuelos de Luis, y su madre
con el pelo muy corto, desparejo, desprolijo, temblando en la oficina del
abogado con solo percibir el olor de la bestia.
Luis
se esconde detrás de mí mientras guarda la mitad del alfajor que come. Me
aprieta la mano y lo escucho respirar. Tiene miedo. Yo también tengo miedo.
Nadie advierte los dientes apretados de la
bestia. Yo también aprieto los dientes. Se lo llevan. Unos días guardado y la
obligatoriedad de un tratamiento que lo va a curar y le va a sacar la bestia.
Entonces vuelvo. Lo miro a Darío que también
aprieta mi mano y come un alfajor. Lo miro a Darío y lo veo a Luis, como si no
hubieran pasado diez años, como si todavía estuviera sentado a mi lado, como si
las bestias siguieran sueltas.
El
ruido de la puerta me sacude de aquel déjávu y Luis camina hacia mí. Lo abrazo
sin soltar a Darío. Yo casi en puntas de pie, me saca más de una cabeza. Me
dice “Seño” y también me abraza. Me cuenta que su padre tuvo otro hijo con una
nueva mujer y que él está allí esperando para llevarlo con él. Se ve que la
bestia volvió a despertar.
Me
llaman. Es mi turno. Tengo que entrar con Darío. Sus abuelos ya llegaron. Luis,
volviendo del abrazo que nos dimos me dice que su madre usa trenza otra vez.
Darío me mira buscando la confianza para
entrar en la oficina y encontrarse con sus abuelos. Él no sabe que yo también
lo miro buscando confianza y queriendo entender un poquito más, a este mundo
que nos parió.
*
Todo
sucede afuera.
Las lluvias,
el viento entre las
hojas,
los pasos de los
hombres
en la tierra.
Hay un mar,
dicen,
un rastro de eternidad
entre lo efímero.
Como un guiño de dios
irónico y certero
para nosotros,
los fugaces.
Todo
se mueve afuera.
Dentro,
en el corazón
donde me habito,
una niña inmóvil
observa.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
-Mariana
nació en General Belgrano, provincia de Buenos Aires, en 1971. Actualmente vive
en City Bell.
Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena, 2014)
Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015)
La hija del pescador (La Magdalena, 2016)
Piedras de colores (Proyecto Hybris, 2018)
El orden del agua (GPU Ediciones ,2019)
Madura (Sudestada, 2021)
Quiero sacar la cabeza
por la ventanilla de tu coche (Halley Ediciones, 2023)
Patio (elandamio ediciones, 2024)
Poesía reunida (Medusa editores, 2024)
Trinchera (Sudestada, 2025)
Desviadero, (Editorial Mascarón de proa, 2025)
MANTA DE
CEMENTO *
Manta de cemento
otra vez
plato de basura
en mesa de cartón
otra vez
zapato de tierra
otra vez
mirada de niño
que no espera nada
otra vez.
Repite su rueda
El viento de la historia.
Desde el fondo grita
Y lanza sus dados
Un ángel cruel.
Se despereza
con lentitud
una diosa antigua
que llaman Memoria.
¿Quién gana la partida
esta vez?
*De Norma
Cozzi. norma_cozzi@yahoo.com.ar
-Por
el borde del agua, Ombligo Cuadrado. 2020.
*
El frío me tomó por sorpresa
años saliendo
sin cuidados a la vida
yo
que podía entibiar el aire de la estación
más helada
recorrí la ciudad
con mis brazos desnudos
calle negra y yo
minúscula
pasos entumecidos
y supe que no
no podría volver a casa
cinco años duró esa noche y aún
la piel en dos capas
una puntada
reverberación chocando contra el iceberg
el frío en mis ojos
grises mis mejillas
y una tristeza sin nombre en la curva de mi
boca
probé con cremas
salamandras
masajes en los pies
compré mantas de lana de oveja
vestí mi casa con telares y alfombras
en pleno verano
tiritando
hasta que lágrimas
nacieron
andando los surcos de mi cara
la piel se encendió
abriéndole paso
a mi verdad
mis ojos
recuperaron su intención
el calor irrumpió
y yo
exhalé la tristeza guardada
el agua de mis poros como un río
y mi cuerpo, agua
furia
vida liberada.
*De Lorena
Suez. suezlorena@gmail.com
-Mentoría de procesos creativos
-Taller de escritura y emociones
-Lic. en Ciencias de la Comunicación /
Psicóloga Social
Disposiciones*
La orden fue clara:
Prohibido comer canastitas de pollo
Pero para esos días yo ya me hallaba
perdido,
y fue hasta que los conjuros que aún me
seguían
acercaron una sopa entre ladridos del
alba...
Oí cantar así a las raíces,
llamar al agua, hacer confidente
al sol: conejo responde
con los hilos de la lluvia, colibrí
duerme entre las alucinaciones de tus
secretos.
Se trata de disolverse en esta orbe
donde los
ecos copulan
las noches sin estrellas: enamórate
de mí en ese espectro: con
tus enormes ojos y tus piernas largas,
que mis incertidumbres den con
tu contorno: habita en mi cuerpo
como este líquido que me conforma
entre un sesenta y un setenta y cinco por
ciento.
Babosa escapa de su letargo
traza sus esperanzas con baba: toda
una vida reptando, durmiendo
el sopor de las acumulaciones líquidas,
que sea lumbre
esa parte húmeda que la adhiere
al mundo.
He soñado
serpiente: me dice que no
existe lo profano y bosque entero ríe con
ese aroma a suavizante de tela. Los órganos
sexuales se exponen para que
miriápodo atestigüe, que fue
tortuga quien estuvo presente
aquella ocasión de otros mundos,
con esa costumbre rara de
respirar el dulce que se les
pone a los ajolotes.
Fue el tiempo en que cacomixtle y
caballito del diablo hicieron lo que nadie
habría esperado: tomaron una palita y
recogieron el
excremento a mitad de la calle: lo
depositaron diligentemente en el contenedor
para residuos orgánicos: hicieron
lo correcto.
*de hugo
ivan cruz-rosas. quetzal.hi@gmail.com
Coyoacán. México.
EL HOMBRE QUE CALLA*
Dijo “no, gracias”. Dos palabras, pensó,
está bien, perfecto, simple y fácil. Sensación de tranquilidad, todo encaja,
las esferas se desplazan sin escollos por una superficie pulida. Epifanía.
Hace ya demasiado tiempo que cuida sus
frases, cuenta mecánicamente las palabras, tacha las que se pueden obviar,
siente la satisfacción del avaro que economiza un céntimo.
Es un hombre que calla. El silencio ha
venido quedándose a su alrededor como una neblina de esas que al mirar por la
ventanilla del autobús se levanta de los bañados, y son jirones y luego un humo
transparente y finalmente desaparece el paisaje y sólo los altos follajes
sobreviven a la irrealidad.
No es un silencio definitivo, alguna que
otra vez una palabra necesaria se le desprende y muere apenas pronunciada.
Escuetas frases concedidas a la cortesía, una respuesta, una pregunta o un
pedido con el número imprescindible de voces. Ejercicios de contención, sus
sentencias son como las palabras cruzadas del periódico: cuadraditos,
casilleros más blanco y negro que pintura impresionista temblorosa de
pinceladas y manchas.
Este hombre cuando habla sigue callando y
no sabe, él mismo, que cuando habla calla.
Ahora sonríe al portero y la sonrisa
reemplaza al “buenas tardes”, cabecea al compañero de trabajo y se ha ahorrado
un saludo, afirma con un gesto y descuenta un “si”.
Por alguna razón hay datos que se afirman
como pilares y se tornan encadenantes. Ciertas supersticiones generan ritos que
nos acompañan en lo cotidiano. Habrá quien se avenga a la pueril pulserita roja
contra la envidia, quien se persigne cuando transite frente a una iglesia,
quien tire sal por sobre el hombro izquierdo cuando involuntariamente tumbe el
salero.
En algún momento se le unieron
informaciones desparejas. De pequeño leyó o escuchó que los animales tienen el
latido de su corazón ajustado de acuerdo a la longitud de su vida, las especies
longevas tienen un ritmo cardíaco más moroso, las efímeras redoblan pulsaciones
dilapidando impulso vital. Así el pequeño corazón del colibrí es un tamborcillo
enloquecido, mientras que los corazones de las lentas tortugas laten con la
parsimonia adecuada a su longevidad. Habría entonces para cada uno un número
prefijado de sístoles y diástoles, y cada carrera o susto acerca al individuo a
su muerte. Pensó en algunas excepciones, se preguntó si esto dado por verdadero
en líneas generales será, precisamente, una generalización al gusto de las
divulgaciones de nota de relleno en el periódico, o de las páginas de noticias
insólitas.
Como todo aquello que nos conmueve, quedó
en él sin necesidad de prueba o confirmación. El hecho de dudar de la veracidad
del dato lo hizo más cercano a lo mágico y verdadero en cuanto a ser un
artículo de fe.
Reflexionó sobre el número exacto de
inspiraciones y exhalaciones a lo largo de una vida, en la precisa cifra de
parpadeos, en el número de pasos posibles, en toda esta finitud de acciones,
esta contabilidad incógnita y sin embargo precisa y finita.
Aquel niño se sentará un determinado número
de veces antes de morir. No sabe él el número, no lo sabe su madre, pero es
indiscutible que el número existe. Debiese estar ocioso el Dios que llevase las
cuentas de todos los mortales, que cuántas veces ha dormido éste y que cuántos
pasos le quedan a aquél, pero supone que no es imprescindible contar las hojas
que quedan en el árbol para que caiga la última, y del mismo modo determinados
actos se gastan. Entonces es bueno y necesario hacer economías y ser cauto al
ir entregando las monedas para retrasar la bancarrota inevitable.
Tantas veces me habré calzado, tantas me
cortaré el cabello, tantas veces producirá la médula un glóbulo rojo, uno más.
Matemática secreta, oculta, roja, de sangre
y órganos, de acciones húmedas, acaso reprobables.
Pensó en los óvulos que nacen con la niña y
poco a poco se liberan a su destino de procreación. Todos ya allí desde la beba
sonriente en su cochecito. Los futuros hijos, uno por uno los óvulos, muchos,
pero ciertamente no infinitos, y uno de ellos, el último.
No practicó el sobresalto, se alejó de
parques de diversiones y deportes para no malgastar el número exacto de latidos
que se le destinan. Y no fue nunca un hombre que temiera a la muerte, sino que
sintió hacia los días futuros cierta clase de extraña avaricia.
Luego, y también por una de esas razones
que se pierden en lo borroso, sintió que para él había un número exacto y
prefijado de palabras que podría utilizar. Y las palabras entonces –se dijo- no
será que las palabras también están contadas en el racimo que nos pertenece. No
será que cada palabra achica el período de gracia, no será que, al gastar los
verbos, los sustantivos, no será que con la palabra de menos nos acercamos a la
muerte.
La muerte como bolsillo vacío, como hueco.
Economía.
Sin percatarse demasiado, fue escardando
sus frases hasta convertirlas en esqueléticas ramitas invernales. Cada adjetivo
era un derroche, alguna vez comparó las descripciones a fumar un cigarrillo que
fuera tapando los bronquios y envenenando lentamente los pulmones para provocar
el colapso último.
Pero no es algo que meditase todos los
días, y si le preguntáramos el porqué de su laconismo lo juzgaría producto de
su carácter o de la mera costumbre. Antes, mucho antes de los psicólogos y las
terapias ya sabíamos que cada acto es resultado de factores lejanos y
sumergidos en el olvido. Ni tan siquiera es necesario creer en algo para
ajustarse a sus reglas, seguramente reconocería lo absurdo del razonamiento si
se detuviese en ello, pero ya habituado a la caligrafía japonesa de su vida,
encuentra natural que para describir un temporal basten cinco líneas en un árbol
y un cabello enloquecido.
Pensar la frase perfecta, la más breve.
Abreviar, cortar, suprimir. Alejarse del precipicio final a través del ahorro.
Este escaso intercambio verbal se refleja
en una notable sequedad en el trato, en poca transmisión de sus sentimientos y,
finalmente, en sentir cada vez menos. Nada para decir, nada para compartir si
cada palabra tiene un precio que pagará indefectiblemente.
Las palabras dichas son monedas que se
alejan de la bolsa, las palabras pensadas se van recortando también, y la
pizarra superpoblada de la niñez, llena de dibujos con tizas de todos los
colores se le ha ido tornando pantalla de ordenador, campo blanco y letra
destacada.
Tamaño ejercicio de estilo lo ha dejado en
soledad. Tiene una esposa que lo tolera, dos hijos que lo soportan, compañeros
que no notan su ausencia. A su lado florecen las narraciones y los grafitis,
las conversaciones se entrecruzan y millones de informaciones innecesarias se
derraman y gotean. La gente charla de lo importante y lo intrascendente,
mienten, exageran, repiten.
Este hombre que calla es un palote negro,
un redondo silencio en la sinfonía turbia de vientos y cuerdas enloquecidas.
“No,
gracias” ha dicho. Perfecto, simple y fácil.
Llegará el día en que tanto ahorro
encuentre la necesidad de ser dilapidado. Se suicidará sin pastillas ni soga de
nudo corredizo. Será por despilfarro. De buenas a primeras comenzará a hablar y
pasará del balbuceo al canto, del canto a los pensamientos inconexos, a las
estrofas inabarcables y a la superposición de colores. Se le brotarán recuerdos
y tirará adverbios a las fuentes, no reparará en gastos y a sus nietos les
repetirá el mismo cuento hasta que las páginas manoseadas se manchen de masita
de chocolate y crema de leche.
Pero este hombre todavía calla. Le resta un
poco de tiempo, aún, para la liberación.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
El Gino &
Blancanieves*
Paso tanto tiempo. Este año serán cien años
del nacimiento del tío. El tiempo hace frágil aún a las vidas más
obstinadamente vivas.
Cuando voy en el colectivo y escucho decir “hasta la huella” aparece clarito el
hilo del que se puede tirar y tirar. Hasta La Huella el barrio del tío Nicolás.
A un par de cuadras la casa de su amigo el Gino.
¿vivirá Gino todavía? Tendría 25 años menos
que el tío, quizás eran 30 menos. Lo cierto es que una sola vez lo vi. Fue en
el último y desgraciado casamiento del tío Nicolás. “otra vez con una mujer de
la vida” dijo mi madre y aun así estuvo presente en el civil.
El tío no lograba sus dos testigos para
firmar el acta. Uno fue el Gino y el otro fui yo, pero es tarde para
arrepentirse. Haydee no era mala, era malísima, en la extensión de La Huella lo
sabían, aconsejaban al tío que desista a tiempo. Al año lo rescatamos encerrado
en su casa y medio muerto, pero esa es otra historia.
Las historias del Gino llegaban desde el
relato del tío. Verdaderas o intervenidas en sus derivas de fantasía yo les
prestaba atención, si mi madre pescaba una parte dirá más tarde “es mentira o
novelas imaginadas por el viejo verde de tu tío”.
El tío tenía vocación de mujeriego, pero
solamente conseguía mujeres que lo abandonaban o le vaciaban las pertenencias
de la casa con destino desconocido. El tío admiraba a Gino, porque “tenía
amantes”. El tío lo respaldaba con una frase discutible “la mejor mujer es la
mujer de otro”
El barrio mismo entró en la ironía “la
huella del cuerno” o “villa cuerno” que por cierto eran nombres que se
multiplicaban por el gran buenos aires.
Una historia tan real como maravillosa era
la de Blancanieves.
Mi madre decía que era un invento del tío
Nicolás, hasta que los vio en persona una tarde en la casa del tío.
Habían coincidido en la hora del mate. Qué
maravilla el amor de esta pareja, los vio puro cariño con caricias
adolescentes. Eran Blancanieves y su vecino el Gino. Blancanieves estaba casada
desde muy joven. El Gino había sido abandonado un año atrás. El tío no sabía o
se guardó hasta la muerte la chispa que origino ese amor.
El Gino que no llegaba al metro sesenta de
altura y Blancanieves que sin tacos medía metro setenta largos.
Mientras duró, Gino y Blancanieves fueron
felices jugando a las escondidas.
Mi enanito romántico le decía. Ella
insistía en que formalizaran. Su marido aceptaría el fin de la mutua
indiferencia. “No pidamos la luna.
Tenemos las estrellas” decía Gino que no quería que la convivencia
arruinara sus vidas. La frase llegaba
heredada desde su infancia, era la favorita de su madre que vio en el cine una película
que marco aquella vida en Boston: “la
extraña pasajera”.
Lloraba el tío al contar el final de la historia
de Gino y Blancanieves.
Blancanieves enfermó de gravedad, estallada
por la metástasis pidió ver a Gino. En la cama como lecho de muerte, ante la
mirada de Ciro su marido. Le susurró: “Gino béseme como me besaba antes”, Gino
la besó en la frente. Se fue sin demostrar el desgarro.
*De Eduardo
Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com
*
Alguna vez,
antes de que los siglos derribaran los
muros,
hubo flores entre la hierba.
Mi pelo perfumaba el aire.
Y vos venías,
como un dios errante sobre el mundo
a dejar la luz
sobre mi cuello.
Alguna vez,
antes de que el viento arrojara tu nombre
como una piedra inútil sobre el agua,
yo canté sobre tu pecho
la canción de la soledad.
Aún, a veces,
sólo porque es tan dulce
la sangre escapando del tajo,
nos miramos.
Y nos sentamos a la orilla del amor,
a mirar cómo pasa.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
Islas*
Nos encontraremos
en cualquier lugar.
Un instante tan sólo
convergerán nuestras derivas.
Después, tú partirás al norte;
yo tendré que ir al este.
Islas apenas
en perpetuo movimiento
a través de un mar inagotable.
La vida es un tropel de despedidas.
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
-De Por
si mañana no amanece, Poemas de @S_Borao_Llop
*
Esa entelequia llamada
felicidad o armonía o lo que les guste está para mí asociada a cualquier forma
de arte (hacerlo o contemplarlo) y si me hablan de espiritualidad, digo que
también es una forma de arte.
*De Liliana
Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
UN SUEÑO
IMPRESIONISTA*
Compro un ticket sin destino, subo al tren
del último andén
en el asiento suelto la crisálida
que encerré en el cenicero hace años
cierro los ojos.
Al abrirlos unos minutos más tarde,
el paisaje que observo
tiene rojos, amarillos, azules
miles de cipreses inclinados hacia el mismo
lado.
Cuando el tren se detiene, el guarda me
despierta
diciéndome que llegamos.
El vagón está vacío
al bajar veo el mar y una cabaña
rodeada de mariposas multicolores.
*De Andrés
Bohoslavsky. vladimirbeat@yahoo.com.ar
*de Miniaturas
en el sendero poético.
Leviatán, 2025.
textos & libros
El ghetto de Vincent. texto adaptado para representación
teatral / Amsterdam, 2001.
El río y otros poemas /
The River and Other Poems. St. Albans, Inglaterra:
Editorial Verulamium Press, 2003.
El pianista del Black
Cat y otros poemas.
Editorial La carta de Oliver, 2004.
China ocho milímetros.
Editorial La carta de Oliver, 2009.
Una noche en
bosque-poesía y otros poemas.
Editorial Leviatán, 2014.
La camarera que se
creía Greta Garbo y el plomero que soñaba ser Lenin y otros poemas.
Editorial “La carta de Oliver, 2016.
Los ojos de Sasha o El
fin de un sueño rojo.
Editorial Leviatán, 2017.
Margot, la prostituta
que leyó a Bakunin y otros poemas.
Editorial Leviatán. 2019
Medianoche en la plaza
de los sueños y otros poemas.
Editorial Leviatán 2021
El mundo es un poema
inconcluso y otros fragmentos oníricos.
Leviatán, 2023
Miniaturas en el
sendero poético.
Editorial Leviatán. 2025
-Próxima estación:
ESTACIÓN GOYENECHE.
-Continuidad literaria
por el Ferrocarril Provincial:
GOBERNADOR
UDAONDO.
LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.
GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN
DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA
VEGA.
D. SÁEZ.
J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL
ETCHEVERRY.
LISANDRO OLMOS.
INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
InventivaSocial
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-Editor
responsable: Lic. Eduardo Francisco
Coiro.
Blog histórico & archivo: https://inventivasocial.blogspot.com/
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