*Foto de Noelia Ceballos. @noe_ce_arte
Espejo
retrovisor*
Mañana de ciudad. Bulle el trabajo.
Coches y gente: hormigas.
En imprevista esquina, fulgurante
avanza tu figura detenida.
Mi mano te saluda, con medida sonrisa.
La tuya me responde en breve gesto
que borra las hormigas
hace estallar silencio
y suspende la brisa.
Aspiro todo el aire de la calle.
Mi mirada furtiva
captura en el espejo
tu espalda que se aleja detenida.
Parpadeo.
Cuando doblo la esquina
-por prudencia esta vez-
miro el espejo.
Pero está descompuesto: tu aura lo trabó.
Un disco fotográfico rayado
me destella tu imagen
en la ciudad vacía.
*De María
Amelia Schaller. mariameliaschaller@gmail.com
LOS AMANTES*
*Por Irma
Verolín. irmaverolin@hotmail.com
En
la primera cita ella le dijo que tenía cuarenta y cinco años, pero en realidad
tenía cincuenta y dos. Él le sumó unos
cuantos ceros al dinero que cobraba por mes. En su imaginación esos ceros
aumentaron su poder y su fuerza varonil infinitamente. Es factible que fueran esos muchos ceros los
que lo llevaron a recordar un afiche que vio una vez cuando era chico: un
hombre forzudo debajo de las palabras “Circo Splendid”.
Los dos ya se habían cruzado algunas semanas atrás durante un viaje en
tren, lamentablemente nunca lo supieron. Los trenes en aquel lugar del país
iban por llanuras atrayentes que se resbalaban por la ventanilla y volvían distraídos a los pasajeros. Trenes con vagones
carraspeantes describiendo un trayecto que tenía un punto de partida difuso
donde los amantes corrían el riesgo de perderse. Lo cierto es que tanto ella
como él confesaron haberse conocido en un baile de esos que se organizan en las
grandes ciudades para recaudar fondos en pos de alguna causa remota. El primer
abrazo con que estrecharon sus cuerpos, siguiendo la voz engolada del cantor
que salía por los altoparlantes, selló todo lo que iba a ocurrir después. A él
le pareció que lo que palparon sus manos no se correspondía con lo que había visto
en ella un instante antes. Ella tuvo casi la certeza de haberse encontrado
entre los brazos de otro hombre, no en los de él. Después sintieron su mutuo
calor oyendo aquella voz que se arrastraba hasta el llanto acompañada por unos
cuantos violines que desafinaban a más no poder. Fue una noche rara, una noche
astillada en mil pedazos en medio de un mes lluvioso y fresco. Cada vez que él les contaba a sus amigos los
pormenores de aquel primer encuentro, padecía una tristeza difícil de explicar.
Ella no, a ella le pasaba lo contrario: cuando recreaba esa noche una furia
profunda y chillona le nacía desde muy adentro, sorbiendo cortos tragos de vino
lograba disiparla. Apenas ella pensaba en él se veía a sí misma de espaldas,
corriendo hacia un adelante en el que no había ningún paisaje. Él, en cambio,
al evocar el rostro de la mujer y verse dentro de la escena, confundía su
propia imagen con la del hombre forzudo del cartel del circo que quizá estuvo
adornando su habitación infantil o que probablemente vio colgado en un negocio
rumbo a la escuela.
Ella se maquillaba exageradamente en cada encuentro, él se ponía el
peluquín. Cuando llegaron a la instancia de la intimidad más cercana, ella
empezó a llamarlo por otro nombre y él la imitó. La palabra que más susurraban
entre silencio y silencio era imposible de repetir. Era una palabra erizada,
violenta, vestida de rojo. Ahora, con sus nombres inventados, algo comenzó a
cambiar en los dos. Sin entender por qué
se contaban su vida con tantas modificaciones y sucesos fantaseados que en
cualquier momento sus historias se desbarrancarían y quién sabe adónde irían a
parar. Se dejaron llevar y su imaginación los empujó muy lejos, muy, muy lejos,
a una distancia descomunal, separada de todo, incluso de ellos mismos.
Al hablar por teléfono con ella, él modulaba su voz imitando a un
locutor de la radio, ella la aflautaba hasta el extremo de volatilizarla, así
su voz se adelgazó tanto que una tarde él cortó la comunicación creyendo que había
llamado a un número equivocado. De tanto en tanto la memoria los traicionaba,
sus inventos iban más allá de su capacidad de recordar. De todos modos las
palabras que nacían de sus figuraciones se deslizaban con una suavidad que
contradecía el ritmo del mundo real. Para mentir se necesita aptitud y en este
aspecto los dos se lucían en igualdad de condiciones. La última vez que se
citaron en una confitería, no se reconocieron. Ella tomó una bebida espumante,
él, un café cortado con leche. Estuvieron uno muy cerca de la mesa del otro,
frente a frente. Era un día de lluvia y viento. Desde la ventana ella vio volar a lo largo
de la calle un paraguas negro. Miró con ansiedad, pero nunca pudo averiguar en
qué sitio terminó aquel desguazado paraguas.
Él se acomodó a cada rato el peluquín. El viento siempre lo ponía
nervioso aunque estuviera del otro lado de un ventanal. En aquella confitería
estaban únicamente ella, él y un mozo esmirriado con dos grandes ojeras y unas
piernas largas y quebradizas. El mozo hizo y deshizo el mismo camino montones
de veces, desde las mesas a la cocina, y al revés. Sus pasos resonaron en un
lugar desconocido que posiblemente en un futuro distante los reuniría a los
tres. Mientras se esperaban, ella recordó el último diálogo cuchicheado que
habían tenido en una habitación con paredes pintadas de color amarillo y él, un
tonto comentario que ella le había dicho al oído. Recuerdos confusos que en los
rompecabezas de sus mentes se armaban y desarmaban siguiendo el capricho de
algo parecido a ese viento que hacía temblar toldos y ramas de árboles allá
afuera. Después una lluvia repentina lo recluyó a él en el borde de la boca del
subte y a ella en un taxi que arrancó rápidamente y continuó derecho por la
avenida principal.
-Irma
Verolín nació en Ciudad de Buenos Aires en 1953.
Ha publicado los libros de cuentos: "Hay una nena que gira", "La escalera del patio gris",
“Una luz que encandila”, “Una foto de Einstein tocando el violín”,
“Fervorosas historias de mujeres y
hombres” y “Cuentos de mujeres
leves” y las novelas: "El puño
del tiempo", "El camino de
los viajeros" y “La mujer
invisible”.
Entre 1989 y 1999 varios títulos del género
infanto-juvenil fueron editados por diferentes sellos del rubro. A partir de
2014 publicó en poesía: “De madrugada”,
“Los días”, (Primer Premio Fundación
Victoria Ocampo) y “Árbol de mis
ancestros”. Obtuvo diversas distinciones entre las que se destacan Premio
Emecé, Primer Premio Municipal de la Ciudad de Buenos Aires, Primer Premio
Internacional de Puerto Rico, Primer Premio Internacional de Novela Mercosur,
Primer Premio internacional Macedonio Fernández. Tres de sus novelas fueron
finalistas en los premios Clarín, Fortabat, La Nación de Novela y Planeta de
Argentina. Fue becaria del Fondo Nacional de las Artes en 1999. Textos suyos fueron traducidos al inglés,
alemán, italiano, ruso y portugués.
En
el mes de mayo de 2024 la editorial española Ápeiron con sede en Madrid publicó
un libro de cuentos de la autora bajo el título “Relatos del fin del mundo”.
Actualmente se encuentra en proceso de
edición la novela "Mujeres en el
patio" en Editorial Ciccus con fecha de publicación marzo de 2026.
PERRA CON
RUEDAS*
Una amiga adhería a la frase "la mujer
que sabe cocinar tiene que ocultarlo", una millonaria ejecutiva dijo hoy
que las mujeres son buenas en los negocios pero después, para explicar su éxito
comercial, dijo "pienso como un hombre".
Crecí en una biblioteca libre, donde yo
sacaba los libros que me llamaban desde los anaqueles. Todos estaban escritos
por hombres. Yo pensaba que si quería escribir, debía hacerlo como si fuese un
hombre y buscar un seudónimo al estilo de George Sand.
El feminismo trajo muchas conquistas y
significó un avance en importantes temas, permitió accesos vedados y abrió
numerosos espacios y armarios cerrados desde siempre. Pero nos quitó la
inocencia de mostrar la ternura a flor de ojos, la piel que se estremece por
una tristeza etérea.
Tenemos que pensar como hombres si queremos
un lugar de los conquistados tan duramente. Eso nos han dicho.
Una mujer exitosa no puede permitirse la
ternura, la vulnerabilidad, la emoción fácil y sincera. Eso nos muestran las
mujeres exitosas y sus pares masculinos quienes les exigen conductas
masculinas.
Sin embargo, hace un tiempo vi una película
en la que moría un perrito y lo enterraban en la nieve. El suelo estaba
congelado, lo taparon con nieve y nada más. Al final, contra toda lógica,
cuando llega la primavera vemos cómo se derrite la nieve, vemos un mechón de
pelo que queda expuesto, vemos,
contra toda lógica, si, que el perrito se
levanta, se sacude, se aleja trotando con esa felicidad alocada de las
criaturas pequeñas. Y una llora, y sonríe, y siente que el mundo a veces puede
ser redimido con un milagro.
Contra toda lógica.
La directora de esa película de la que no
recuerdo el nombre era, claro, si, era una mujer. Y filmó una cosa de mujeres.
No pudo resignarse a dejar morir el perro en el relato ya que podía evitarlo.
Y también es de una mujer el remate del
film en que un hombre va a hacer sacrificar a su perra, vieja y enferma, para
que no sufra. Se lo dice a la amante, quien lo acaba de despedir para que ya no
vuelva. Cierra, ella, la puerta. La vemos en su departamento, sola, muy sola,
alelada por la soledad reconcentrada que le espera. Vemos cómo corre hacia la
puerta, vemos cómo alcanza al amante en la escalera. Una piensa que se asustó,
que se arrepintió, que le va a decir que va a seguir siendo la otra, la
segunda, la trampa. Pero le dice, solamente esto, le dice que necesita hacerle
una pregunta. Nada más, no escuchamos ni vemos el final de la conversación en
la escalera. Termina la escena.
Después un cartel nos advierte que han
pasado seis meses. La mujer trota en una costanera. La cámara la deja pasar, y
vemos, detrás, a la perra de su ex amante corriendo feliz con esa sonrisa que
tienen los perros cuando corren, y corre con las orejas voladizas y con un
aparato de rueditas atadas a la cadera. Cómo no llorar en el cine, en el camino
de vuelta a casa, cómo no llorar ahora que lo escribo.
La directora de esta película de la que sí
recuerdo el nombre, "The Savages", es, y claro, si, es una mujer.
Cosa de mujeres el filme. Cosa de mujeres. Trata de padres, hijos, soledades y
renuncias. Trata del mundo real y de cómo hacerse cargo de ordenar un poco el
pequeño mundo de las pequeñas vidas. Cosa de mujeres, ciertamente, la de
ordenar las gavetas y las repisas, hacerse cargo de los niños y los ancianos.
Enjugar lágrimas.
No hay nada reprensible en ser tiernas, en
ser vulnerables, en dejar que el mundo nos conmueva. Renegar de una misma hace
que los espejos reflejen monstruos. Nos mata lentamente, insidiosamente, de a
poco y desde adentro. Si es el amor, si es la ternura la que nos define. Una
mujer jamás estará sola. Siempre encontraremos una planta, un gato, una perra
con ruedas a quien amar, mientras recogemos pedazos de vajilla, colocamos
fotografías en los portarretratos y tendemos la cama.
Y a mucha honra.
*Por Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
Las manos de Marina*
*Por Vanesa
Silvina García.
Era una guitarra enorme. En realidad, era
una guitarra de un tamaño común y corriente, pero yo era tan pequeña que mis
brazos no llegaban a rodearla. Lustrada, muy brillante, de madera oscura.
Era un objeto hermoso. Seguramente mi padre
la había tenido en mente desde hacía tiempo y me habría imaginado cantando y
tocando melodías en el patio. Con apenas
cinco años, recién estaba aprendiendo a leer y escribir, lo cual me habilitó,
sin mediar palabra, a estar sentada ese mismo sábado, en la clase de Marina,
“la sobrina de Coca”, dijo mi papá. Yo no las conocía, a ninguna de las dos. No
las había visto en mi vida ni había escuchado sus nombres, pero entendí
enseguida que Marina iba a ser mi profesora de guitarra.
Durante sucesivos sábados de largos meses,
a las tres de la tarde era la cita, en la que yo me esforzaba por complacer a
Marina y a mi padre. De a poco salieron los primeros acordes, pero me costaba
mucho unirlos sin detener el rasgueo. Si cantaba no podía tocar, si tocaba no podía
leer y me costaba entender el significado de los versos.
SOBRE MI
CORAZÓN SE HA POSADO EL VIENTO*
Amor, sobre mi corazón se ha posado el
viento.
Infancia aletargada. Matuasto al sol.
Valle de umbrío lecho. La luna está tan
lejos.
Ya no están las rocas solitarias.
Aquellas, las amadas.
Yacen, cubiertas de ceniza.
O vuelan, ahogadas por las rosas mosquetas.
El viento borra todo. Todo.
El valle se ha marchado. Los álamos, tan
altos.
La lluvia ha cerrado los ojos y el alba no
despierta.
Está tan frío. Gotea, lentamente la sangre
del dragón.
Oscuros féretros calientan el hogar.
El jinete, tan callado, cabalga.
Pasa de largo. No detiene su paso. Se va.
Amor, sobre mi corazón se ha posado el
viento.
*De Amelia
Arellano. amelia.arellano01@gmail.com
San Luis.
*
Hay que podar acá,
me dice,
para que la planta
sepa
dónde crecer con
fuerza.
Mira hacia arriba,
el hueco en el aire
donde la planta debe
crecer,
se queda
como esperando una
respuesta.
Hay algo, certero y
frágil,
en las determinaciones
que se toman
sobre el patio,
una fe depositada en
el mundo.
Sembrar
es como rezar.
Cada semilla se parece
a una plegaria
que decimos en
silencio,
la cabeza inclinada
hacia la tierra.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
-Mariana
nació en General Belgrano, provincia de Buenos Aires, en 1971. Actualmente
vive en City Bell.
Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena, 2014)
Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú,
2015)
La hija del pescador (La Magdalena, 2016)
Piedras de colores (Proyecto Hybris, 2018)
El orden del agua (GPU Ediciones ,2019)
Madura (Sudestada, 2021)
Quiero sacar la cabeza
por la ventanilla de tu coche (Halley Ediciones, 2023)
Patio (elandamio ediciones, 2024)
Poesía reunida (Medusa editores, 2024)
Trinchera (Sudestada, 2025)
Desviadero, (Editorial Mascarón de proa, 2025)
LA HOJA
PLATEADA DE UN CUCHILLO*
*Por Irma
Verolín. irmaverolin@hotmail.com
Según se cuenta en la familia todo comenzó,
allá en el campo, cuando mandaron a mi bisabuela a matar una gallina. Ella
tenía apenas ocho años, le pusieron un cuchillo en la mano y le señalaron el
corral. Mi bisabuela no necesitó muchas explicaciones para darse cuenta de qué
tenía que hacer. Lo había visto infinidad de veces: Una mano toma firmemente por el cogote a la gallina
mientras la otra emplea con agilidad el cuchillo, que para algo Dios nos ha
puesto dos brazos y dos manos al echarnos al mundo. Aunque el cuchillo tenía
una hoja en extremo filosa, la mano de mi bisabuela no era aún lo bastante
robusta para realizar semejante tarea. De todos modos le mostraron el camino y
allí fue ella despacio, un paso lento después de otro, acompañada por su cuchillo
y por el miedo. El miedo creció tanto en su interior que el camino hacia el
corral se le hizo interminable. No recuerdo si aquel día logró matar a la
gallina. No sé si me lo contaron. Lo que sí sé es que la vida de mi bisabuela
fue algo parecido a una larguísima caminata hacia un corral donde la esperaba
una gallina.
Después del episodio del corral, a lo largo del tiempo aparecieron, por
supuesto, pollos descuartizados, pescados a los que mi bisabuela tuvo que
quitarle las espinas, conejos con su suave pelaje para desollar, tajadas de
muslo, el reino animal en pleno asesinado y recostado a la vez sobre la
blancura del mármol antiguo de su cocina.
Lo cierto es que a mi bisabuela se le estrujaba el estómago en cada
comida. Por un lado se encontraba la hilera de las bocas abiertas de sus hijos
esperando el alimento, por el otro, el recuerdo de la interminable caminata
hacia el corral donde la gallina también temblaba de miedo al escuchar sus
pasos. Mi bisabuela nunca pudo sobreponerse al espectáculo antinatural de una
cabeza desprendida de su cuerpo. Lo
lamentable es que era ella misma la que ejecutaba la acción, ya sea de un
pollo, de un conejo o de lo que fuera, justamente ella que creía que la sangre
de los seres vivos no estaba hecha para escaparse desde adentro del cuerpo sino
para mantener el calor de la vida sin ser derramada. De cualquier forma hizo de
tripas corazón y ahí la vieron, dale que dale, realizando su trabajo de
alimentar a la prole. Cuentan que las cosas andaban lo que se dice bien hasta
que aquella tarde la llevaron a un campo vecino a pasar el día. Allí fue donde
ella vio las tres cabezas de carnero con los ojos abiertos. Súbitamente mi
bisabuela se preguntó dónde estaban los cuerpos, algo le traspasó los huesos y
un vértigo le bajó desde la nuca hasta que, de buenas a primeras, se desmayó.
Como los demás conocían su desagrado ante los animales muertos, nadie pensó que
el desmayo fuese otra que un soponcio, un golpe de disgusto que empezó por el
alma y le llegó hasta el cuerpo. Pero no, aunque mi bisabuela era una mujer ya
entrada en años para aquel entonces, pronto se supo que estaba otra vez
embarazada. Así es que a la fila de
sillas alrededor de la mesa para comer, habría que agregarle otra. Iba a nacer
mi abuela. Y mi abuela nació exactamente
ocho meses después que aquella tarde en la que su madre tuvo el espectáculo de
las tres cabezas de carnero frente a sus ojos.
Lo que vino a continuación desde el nacimiento de mi abuela hasta mí fue
como el resonar de aquellos pasos de una nena de ocho años obligada a matar una
gallina. Bien sabemos que nuestra vida avanza hacia alguna parte, la de las
mujeres de mi familia ha ido en una sola dirección: hacia ese sitio del que
intentamos rehuir. Las tres cabezas de carnero degollado se multiplicaron hasta
el infinito en la imaginación de mi bisabuela como si en el mundo no hubiera
otra cosa más que cuchillos y cuerpos desprendidos de sus cabezas. Así la imaginación de mi bisabuela, de tan
florida y poderosa, creció a través de los calendarios y las festividades y
traspasó el milenio. Ya no está su persona entre nosotros, pero en mí persiste
lo que en su momento no pudo expresarse
con palabras. Es una memoria deshilvanada de aquel cuerpo grueso que mi bisabuela
abandonó en mil novecientos sesenta y siete. Yo entonces tenía catorce años y
ella, ochenta. Esa memoria ha sobrevolada las casas que habitamos las mujeres,
es una memoria lejana que roza los pequeños pies en su caminata hacia un
corral, donde la hoja plateada de un cuchillo brilla con un esplendor que hace
temblar al mundo.
DENTRO DEL BOSQUE DE LA
MEDIANOCHE*
“Y en lo profundo,
dentro de los sagrados
bosques de la
imaginación.”
Denise Levertov
Y profundizas
con tus viejos pies de interrogantes
sobre los sagrados bosques
en donde las previsiones nerviosas
de las palabras
levantan un suelo inusitado
jamás pisado por otros
buscadores del sueño secreto
de lo imaginado
sin importarles la veda celosa del día
con su densa maleza
entretejida por oscuras nubes.
Sólo el profundo canto
disímil de una palabra que se extingue
para convertirse en ave,
en verbo que redescubre su rostro
en la inefable selva insómnica
de lo que nunca desaparece
con la sorpresiva desaparición del bosque
de la medianoche.
*De Daniel
Montoly. danielmontoly@yahoo.es
Columbus. Ohio
Mundo onírico y
control totalitario*
*Por Alejandro
Badillo. badillo.alejandro@gmail.com
Los sueños y la
imaginación, esas dos dimensiones de la inteligencia, son materia a la vez
delicada y poderosa. Por eso han sido objeto de estudio y de no pocos intentos
de control y manipulación. Este artículo trata sobre eso y afirma: “La
imaginación, volcada en lo onírico, siempre ha sido una amenaza para el poder
político y económico. La literatura, como potenciador de la fantasía, es blanco
constante de ataques, restricciones y, por supuesto, censura.”
En uno de los cuentos más interesantes de
Las mil y una noches, “Historia del durmiente despierto”, el comerciante Abu
al-Hasan invita a cenar al califa Harun al-Rashid, quien se ha disfrazado de
viajero para, de esta manera, conocer mejor a los habitantes de su reino. En el
convite, el califa le hace una pregunta a su anfitrión: ¿Qué haría si éste
fuera califa por un día? Abu al-Hasan –ignorando que se halla frente al
soberano– le confiesa que mandaría castigar a unos jeques y a un imán
maledicentes. El califa aprovecha un descuido de su compañero de mesa y vierte
una droga en su copa para adormecerlo. Acto seguido lo lleva a su palacio y
ordena a sus súbditos que, en cuanto despierte el comerciante, lo traten como
si fuera él mismo. Abu al-Hasan piensa que está en un sueño cuando abre los
ojos y le dicen que él es Harun al-Rashid. Gradualmente comienza a aceptar su
nueva identidad hasta que es drogado nuevamente para después llevarlo a su
casa. En el cuento, el califa juega con el comerciante llevándolo de la
ensoñación a la realidad: un día es el soberano y otro día regresa a su
condición original. Abu al-Hasan, incapaz de procesar su delirio, pierde la
cordura y golpea a su madre, pues la mujer le insiste que es un comerciante y
no el califa. Harun al-Rashid, arrepentido por los alcances de su experimento,
confiesa su truco, lo casa con la esclava favorita de su esposa y le pide a su
víctima que se integre a su palacio.
Los sueños, a lo largo de la historia, han
sido un territorio enigmático. Muchos han intentado interpretar aquello que
soñamos y, también, controlar lo que ocurre en nuestro subconsciente para
dominar por completo a cualquier persona. Para Sigmund Freud, el contacto con
lo onírico es la representación de un deseo y para el budismo tradicional el
sueño es el momento en el cual el cuerpo astral se separa del durmiente y puede
explorar –con el debido entrenamiento– distintas dimensiones del espíritu.
Harun al-Rashid usa una droga para manipular la percepción del comerciante y
disolver la línea entre el sueño y el mundo real. Es un divertimento para aquel
que ejerce el poder. Sin embargo, el subconsciente también ha sido un ámbito
que desea controlarse para desactivar cualquier rebelión. El escritor albanés
Ismaíl Kadaré (1936-2024) describe en su novela, El palacio de los sueños, un
reino (el Imperio Otomano) que recolecta los sueños de sus súbditos y los
somete a un complejo proceso burocrático para detectar aquellos que pueden ser
peligrosos. Una vez hecha la selección, el culpable puede ser acusado de
traición por lo que pasó en su cabeza mientras dormía. La imaginación, volcada
en lo onírico, siempre ha sido una amenaza para el poder político y económico.
La literatura, como potenciador de la fantasía, es blanco constante de ataques,
restricciones y, por supuesto, censura.
Uno de los casos más relevantes que
evidencian al sueño no sólo como una exploración vana sino como un sismógrafo
que puede registrar leves movimientos telúricos que anuncian algo mayor, es el
proyecto de la periodista alemana Charlotte Beradt (1907-1986). En su libro El
Tercer Reich de los sueños recopila sueños que le fueron contados a ella o a
conocidos de ella por parte de ciudadanos que vivieron el creciente
autoritarismo del gobierno nazi. Beradt tuvo que esconder su material y
publicarlo, años después, en el exilio estadunidense, una vez acabada la
segunda guerra mundial. Sumergirse en los sueños que experimentaron los
alemanes de a pie, personas que no pertenecían a las minorías perseguidas por
Hitler, es entrar en un mundo en el que lo simbólico convive con lo absurdo y
con miedo al sometimiento total al poder. En las mentes de muchos ciudadanos
existía la zozobra a una deshumanización gradual e irreversible. En 1934, luego
de haber vivido bajo el Tercer Reich durante un año, un médico de cuarenta y
cinco años sueña lo siguiente: “Mientras estoy en mi hora de descanso, cerca de
las 9 de la noche, apaciblemente tendido en el sofá con un libro sobre Matthias
Grünewald, mi habitación y mi vivienda quedan de repente desprovistas de sus
paredes. Miro alrededor, todas las viviendas que alcanzo a ver con mis ojos ya
no tenían paredes. Luego escucho rugir un altavoz: ‘conforme el decreto sobre
la eliminación de las paredes del 17 de este mes’”. Beradt describe la
conclusión de esta historia: “Este médico, conmovido hondamente por su sueño,
toma nota de él a la mañana siguiente y, acto seguido, sueña que va a ser
culpado por haberlo anotado”. El caso del médico alemán tiene numerosas
coincidencias con otros sueños registrados en esa época: gente que descubre que
no puede hablar; acusada de algo que desconoce; sometida a interrogatorios
incoherentes; inmóvil ante la aparición casi espectral de un miembro de la
élite nazi.
La lucha por controlar los sueños de las
personas no terminó con el Tercer Reich y su política del miedo. En la
actualidad el subconsciente representa una de las últimas fronteras para
dominar nuestra imaginación, ya sea en el sueño o en la vigilia. Las
corporaciones tecnológicas como Meta gastan mucho dinero en experimentos que
buscan fusionar la mente con una computadora. Por ahora se necesitaría entrar
al cerebro y colocar ahí una tecnología invasiva. Aún parece lejana esa
distopía. Sin embargo, las mismas corporaciones de Silicon Valley ya operan en
nuestra vida diaria recolectando nuestros datos y entrando, de maneras cada vez
más profundas e irreversibles, en la vida privada de miles de millones de
personas. Antes de que esto avance podríamos preguntarnos muchas cosas respecto
al sueño, la imaginación y el interés cada vez más omnipresente del poder
político y económico por controlar esa área. El filósofo italiano Franco
Berardi ha propuesto en varios de sus libros un escenario pesimista: la
humanidad está llegando a un límite infranqueable que podría conducirla a su
fin. A la debacle económica, acelerada por un mundo atrapado en una deuda
desbocada, se le suma una crisis ecológica y social. Berardi describe un
problema esencial: en las décadas anteriores el sistema podía ser corregido en
algunos de sus aspectos más depredadores por medio de la organización política,
en particular de sindicatos y agrupaciones obreras. El panorama ahora es
diferente, pues vivimos –según Berardi– un proceso de deshumanización
impulsado, en gran parte, por la tecnología. Si somos incapaces de entender y
nombrar el mundo que nos rodea, entonces no podremos articular ninguna
respuesta conjunta. Sólo habría, en el mejor de los casos, algunos movimientos
desesperados que se diluirían entre la avalancha de emergencias y
desinformación en las pantallas. En este escenario, ¿qué papel podrían jugar
los sueños? ¿Qué encontraríamos si se repitiera el experimento de Charlotte
Beradt? El crítico de la tecnología Langdon Winner acuñó el término
“sonambulismo tecnológico” para describir a una sociedad que no es consciente
de las herramientas que usa o cree usar hasta que fallan y se rompe el hechizo.
En esta analogía nuestras existencias transcurren como las noches de un
sonámbulo que cree habitar la realidad y no percibe los fenómenos que lo
rodean, mucho menos sus implicaciones. Si los ciudadanos del Tercer Reich
soñaban con las consecuencias inmediatas del totalitarismo nazi, ahora quizás
muchos sueños sean meros ejercicios de evasión, réplicas cada vez más vacías de
una humanidad ensimismada que no puede imaginar –en la vigilia y mientras
duerme– los terrores que la acechan.
*Fuente:
https://semanal.jornada.com.mx/2025/11/24/mundo-onirico-y-control-totalitario-5681.html?
*Alejandro Badillo. (Ciudad de México,
1977)
-Es
autor de los libros de cuento: Ella
sigue dormida
(Tierra Adentro), La herrumbre y las huellas (Eeyc), Vidas volátiles
(BUAP),
Tolvaneras (SC Puebla), El clan de los estetas (Universidad
Veracruzana.
Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela),
La
Habitación Amarilla por Editorial BUAP.
-Las
novelas La mujer de los macacos
(Libros Magenta),
Por una cabeza (Premio
Nacional de Novela Breve Amado Nervo). Y
Reconstrucción
Ediciones EyC.
Caminata lunar*
*Por Vanesa
Silvina García.
Arrastrando los pies. Sin apuro por llegar
a ningún lado, murmurando bajito, nada importante para decir.
En la cartera de lona gastada guarda
pañuelitos de tela con puntilla de hilo, caramelos de menta, un monedero con
pastillas y fotos… fotos de otra vida.
Su mirada perdida que a veces vuelve al
presente y me pregunta por mi madre. No espera la respuesta, sigue su caminata
lunar por el empedrado de san Telmo.
Se aleja hacia el pasado, preguntándose
dónde dejó los lentes, dónde quedó la lista de las compras, dónde está la
llave, dónde perdió la vida que tuvo ayer. Dónde...
Idioma
representado*
Lástima entender mal la vida, el mundo,
y el significado absoluto de las palabras
que dan sentido a los hechos y las cosas.
Es que tardamos en saber que cualquier
significado es esquivo y cambiante y todo
sentido es íntimo, adquirido e inmutable.
Ese choque de la razón rompe a la gente,
que busca la coherencia en cada motivo
y espera que la fatiga le dé un resultado.
La que transita su tiempo con leal empeño
inadvertida que significante y significado
puedan representar una total discordancia.
Que aun leyendo la letra chica de cada
contrato la estafa sería incomprobable.
Lástima no sospechar que habitamos
un mundo errado sin un error casual.
*De Horacio
Rodio. horaciorodio@hotmail.com
*
Ser la olvidante, / la
que quita el abrigo de los hombros, / la que canta con los pájaros del frío, /
la que dice no y sigue, / la que dice sí y sigue, / la que traga la lágrima
rebelde de la sangre, / la anciana que no puede recordar, / la mujer que
comenzó a mecer el silencio en el jardín, / la niña que sonríe.
*De Valeria
Pariso.
- Valeria
publicó los libros de poesía: "Cero
sobre el nivel del mar" Ediciones AqL (2012), "Paula levanta la persiana", Ediciones AqL (2013); "Donde termina esta casa",
Ediciones de la Eterna (2015), "Del
otro lado de la noche" (2015) Editorial El Mono Armado, "Triza" (2017) Editorial
Detodoslosmares, "La trilogía: Uva
negra/ Mascarón de proa/ El castillo de Rouen", Vela al viento
Ediciones patagónicas (2018), Segunda edición AqL (2020), Zarmina, Primer Premio del Concurso de Letras, categoría poesía,
del Fondo Nacional de las Artes, año 2019, Ed. Mascarón de proa (2020); "Flores para no regar",
Editorial AqL (2021). “Final francés”,
AqL ediciones, 2023
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
¿Quién quiere
ser eterno? *
Yo viajaba sentado a la derecha de dos
tipos.
El del medio, de alrededor de 25 años,
vestido de jeans y camisa hawaiana. El otro, parecía un próspero comerciante
enfundado en un traje italiano caro, aparentaba rondar los 70. La charla que
sostenían derivaba acerca de la actividad del más joven: las finanzas. El
economista relataba sus peripecias, sus vaivenes en la bolsa, sus alzas y
bajas, las cuestiones relacionadas con el dinero y luego, durante un rato largo
hablaron de estos asuntos.
En eso estaban cuando sonó el teléfono del
mayor, que habló con alguien a quien le dijo, con tono misterioso:
- Querida, te paso con una persona que te
quiere saludar
Luego de charlar un par de minutos, el
joven cortó y moviendo su rostro a la izquierda dijo: - Me pidió que no la vaya
a ver, que ya está muerta.
- Bueno, viste como es ella – le contestó
el otro y siguió:
- Lo que tenés que hacer es escucharla, aunque
sea un rato, como si estuvieras interesado en la charla. Ella se dormirá en
unos minutos por efecto de los medicamentos y vos te podrás ir. Cuando esta
charla terminaba, el tren llegó a la estación ellos caminaban delante mío, así
que los vi despedirse me senté en un banco, encendí un cigarrillo y me quedé
pensando en esta historia.
En aquella mujer que moría en algún lugar,
sin importarle demasiado a nadie.
*De Andrés
Bohoslavsky. vladimirbeat@yahoo.com.ar
-Próxima
estación:
GOBERNADOR
UDAONDO.
-Continuidad literaria por el Ferrocarril Provincial:
LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.
GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.
APEADERO DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
APEADERO DALMIRO SAENZ.
APEADERO INGENIERO RODOLFO MORENO.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.
APEADERO LISANDRO OLMOS.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
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-Editor
responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.
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