lunes, agosto 10, 2015

LA PELÍCULA DE UN MUNDO QUE NO LOGRAMOS VIVIR…


*Dibujo de Erika Kuhn.






*


En cada uno de nosotros residen huecos imposibles. Por eso escribimos, pintamos, hacemos teatro, música, escultura, fotografía, cine, lo que sea. Escribimos eso que no podemos ver, somos el personaje que nunca nos atrevimos a ser, pintamos los sueños, esculpimos lo que no puede realizarse, fotografiamos lo que está fuera de la imagen, la película de un mundo que no logramos vivir o la música de lo indecible. Pero el hueco sigue y lo intentamos de nuevo hasta morir.


*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com









LA PELÍCULA DE UN MUNDO QUE NO LOGRAMOS VIVIR…









PUDE SER…*



Pude ser piedra. O árbol.

O el sueño de un hombre.

Apenas quimera…

Lacia melena de un río

con su vida interior y sus destinos.

Pude ser pájaro, o nido.

Pero a esta forma mía, definida,

le dicen mujer…

Mi extraña y simple forma de no ser

más que un hondo asombro

ante el constante milagro de la vida…



*De Miryam Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar











TORDOS*



Estuvimos mucho tiempo entretenidos observando el alto vuelo de los tordos que hienden el aire con su brillo de carbón lustrado. Hoy nadie perdería el tiempo con esos entretenimientos de verdaderos papamoscas, diría mi abuelo que no tenía muchas pulgas, para no decir que no tenía ninguna.
De todos modos hoy escribo lejos del teatro de los acontecimientos supo escribir Sarmiento, en esa máquina de furia y de mentira con la que inventó para siempre ese híbrido, el ensayo en estas tierras. Pero hizo algo más, escribió con la excitante respiración de su apasionado modo de convencer. Hizo más: nos construyó una lengua inimitable, pero tan necesaria que sin esa su pulsión incontenible de proponernos palabras para que se supiera que él nos iba a perseguir para siempre, con su entonación única, irrepetible y que hizo que fuera el “Facundo” y no el Martín Fierro, como dijo Borges, el que nos construyó como Nación. O en todo caso fueron los dos y fueron, como son los grandes textos fundacionales, obras de coyuntura. Es decir cuando las condiciones políticas y sociales que los  provocaron no existen más, ese texto palpitante nos recuerda a cada momento que es un ser vivo.
Pero  no era de estos textos que quería escribir aquí o a los cuales quería referirme. Se me fue la mano y, coincidente con esa frase de mi amigo Alfredo Veiravé, debo expresar que la literatura es una sucesión de relaciones interminables.
Venía a dejar sentado que aquel paisaje tan bucólico, aletea desde el fondo de los años, inscripto en ese tiempo estático o en el ala de una mariposa que sucumbe al fluir del recuerdo, el que nos sumerge en las sensaciones que traen un perfume o el olor de las comidas que hacían mi madre, mis tías o mis abuelas. Es decir todas aquellas mujeres que nos dieron su incondicional amor aunque no lo expresaron con palabras sino con esa forma silenciosa que usaban no sé si por su condición de inmigrantes o de mujeres  o por las dos cosas a la vez. Todas ellas, sí lo expresaban en la meticulosa pasión que ponían en cocinar, en estar muy atentas a aquel manjar que era nuestra debilidad o nuestra preferencia. En mi casa, lo referí varias veces, era exclusiva y excluyente la cocina italiana, y allí surgía la herencia de mis dos abuelas (abruzzesa una y marchegiana la otra).  Abruzzesa también era mi madre, ya que la habían traído de muy pequeña y es obvio entonces que en la mesa de mi casa pesara ese gusto sobre otro.
A mi madre, por tradición, no le  interesaba la comida criolla y no creo haber comido un locro o una mazamorra  salidos de sus manos.
Y recordando los olores característicos de la infancia y de ese tiempo, estaban los que producían las tareas rurales. El olor que guardaba el galpón que hacía de garaje en la chacra de tío Domingo, con su fuerte olor a cemento, a aceite, a nafta, a gasoil, a semilla que se guardaba en bolsas, elegidas para la siembra.
Y dentro de la casa un olor fuerte a vainilla que tía María usaba para sus tortas y sus pasteles y ese otro, penetrante a frituras, prueba de las destrezas heredadas o el arte adquirida de mi abuela y que ella usaba como una cosa natural, sin ningún alarde, porque era su  lugar en el mundo, como lo comprendía también mi madre. Por eso cuando un plato se les festejaba mucho no lo consentían pero se sentían halagadas. Era la forma de mostrarnos su amor.
Y si yo cierro un instante los ojos, veo como si pudiera tocarlo, ese cielo tan celeste que semeja un lienzo, “un cielo de lino dado vuelta”, podrían decir Manauta o Pedroni, o algunos de aquellos padres de nuestros paisaje que lo vieron antes que nosotros y sin digo que al entrecerrar no dejan de pasar esas bandada alta  como un puñado brillante, negro como granos que de tan negro se azulan dejándonos esa sensación oscura de horizonte que se va ensanchando y va a la búsqueda de nuestro sueño más lejano, el que acunamos tal  vez mientras nos llegaba de la cocina las voces y el olor de esas delicias de las mujeres que nos amaron tanto y que producían en nosotros tanta felicidad que luego nunca más fue recuperada en el fragor de la miseria de todos los tiempos.



*De Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar










1*



A veces,
sobre todo en las mañanas,
ella canta.
Y su voz
es un murmullo
que rebota
contra las paredes de la casa,
se pierde entre la ropa de los hijos,
en la cama tendida,
enorme, inmaculada.

Canta
bajito, quedamente,
Para
no despertar a los fantasmas.

A veces,
sobre todo en las mañanas,
desde la ventana
mira el cielo.
Y no sabe
si esta herida en el pecho
es angustia
o son alas.



*De MARIANA FINOCHIETTO. mares.finochietto@gmail.com
-Fuente: CUADERNOS DE LA BREVE CEGUERA. La Magdalena Editorial. 2014










El beso*



Me faltó un beso
Esta mañana
Descansaba desnuda

Y entre sueños oía
Cómo el ruiseñor
Tarareaba

Su suave dueño
En puntitas de pié
Al solcito orientaba

Me faltaron tres y cien besos
Esta mañana.

Cuando te encuentre
En secreto
Te robaré las plumitas
De ruiseñor de tus labios.-













CURA *



ÉL es un mar viviente verde. Ella lo nada, se hunde, respira en los abrazos de
las hojas.

El hombre llegado desde el naufragio, la bebe, la alisa, la cubre del
arañazo de las ramas.


La mujer busca  esa señal,  ese brillo. Se repliega para envolverlo.
El hombre  se expande, dispuesto a preñarla a fructificarla, a hacerle
saltar hijos, pájaros, palabras.


Bordean lo blanco

Son juntos, la herida y el remedio.


*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar











Los amantes de Ciudad Gótica *

“Mis ojos no son aquellas
calles solitarias y muertas.”
Karen Valladares.

Me arropo
con la piel incógnita
de esa mujer que, solitaria,
busca el abrigo
arrancado
a su costilla izquierda;
una mujer
sin telenovelas
en los ojos,
con largas piernas
de barro y senos
de higo y fresas
colectadas
por mis manos
de hombre inquieto
y rebelde.
Y ella, tal María Callas
entre mis muslos
sordos, acaricia
el techo de los oídos
de mi ser mundano,
besándome
como otras
no me besaron.
Me araña el pelo
con sus dientes
de nylon chino,
me muerde, como
Gatúbela a Batman
y soy el único
superhéroe
en la carne, de su Ciudad
Gótica.


*De Daniel Montoly. danielmontoly@yahoo.es








*


Los conejos buscan
en la curvatura del invierno
el escondrijo
donde un duende esconde
la máquina de hacer lluvia
que es la misma máquina
que en los días impares del tiempo
produce varones y mujeres
a imagen y semejanza del paisaje
y los arroja al mundo
como semillas de mandarinas
ruedan, se sumergen en los océanos,
quedan esperando la nieve
o la rueda de una bicicleta
o la mano torpe del viento,
los conejos olisquean el aire
en el pan invernal buscan
sin saber muy bien para qué
el escondrijo donde funciona
a hurtadillas del mundo
esa máquina que hace lluvia/


*De León Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar













Cortometraje *



*De Alejandro Badillo. badillo.alejandro@gmail.com




Uno


Las luces van disminuyendo de intensidad y poco a poco se van apagando.  La pantalla rectangular sobresale en la penumbra.  Te acomodas en la butaca. Todavía se escuchan algunos murmullos que terminan cuando la música empieza a inundar la sala.  La pantalla se ilumina, el haz de luz descubre el polvo flotando en el ambiente.  Empieza la historia.  La toma muestra a un hombre en camiseta cerrando la ventana.  Es calvo y su vientre abultado se recorta en la poca luz que entra al cuarto.  La cámara se mueve, y enfoca el exterior para que puedas ver un patio lleno de charcos.  Los faroles de la calle se diluyen en el piso, los muros cuarteados con musgo y lama cultivan insectos fosforescentes que revolotean.  El hombre se queda parado como una estatua.  Un mosquito se planta en su cuello y empieza a picarlo.  La operación es tardada, y te hace sentir incómodo, te rascas el cuello como si fueras la víctima del zancudo.  Acabado su trabajo, satisfecho, vuela internándose en la oscuridad.  La cámara vuelve con el hombre, lo toma de perfil y desciende hasta sus zapatos, son viejos, y piensas que tal vez la suela esté repleta de agujeros.  Atrás de ellos, un poco borrosos, se distinguen algunos envases de cerveza.  La música asciende, se tensa como un hilo.   La cámara lo sabe y hace un acercamiento a los labios del hombre que tiemblan.  Imaginas que hay una lucha dentro de él.  La imagen parece quedar congelada unos instantes y sin saber por qué te provoca nerviosismo, mueves los pies y parpadeas más aprisa.  El hombre parece intuir la incomodidad que está causando y rompe su inmovilidad, que te ha estado envolviendo como un témpano.  Camina hacia una mesa y una silla que están en la esquina.  Tiene los dedos de los pies engarrotados.  A pesar de la penumbra se puede ver su camiseta húmeda, quizá por un sudor incipiente que baja por sus axilas y que no logras ver del todo.  Luego la toma vuelve a mostrar la ventana, tal vez para ganar tiempo, porque cuando regresa con el hombre, ya está sentado en la silla.  Ahora te encuentras atrás de él, y fantaseas con la idea de observar la escena dentro de los ojos de un asesino.  Alguien contratado para clavarle un puñal en la espalda.  Haces conjeturas de cómo podrías huir después de cometer el crimen, pero la imagen se acerca rápidamente, se agranda el cuerpo del hombre, y cuando te das cuenta estás justo en su hombro derecho, como un mosquito a punto de picar, y que ante la pasividad de la víctima se regodea zumbándole en la oreja.  La figura del asesino y del insecto desaparece de tu mente, y es sustituida por la de un espía que sigue todos sus movimientos.  El hombre, con los brazos apoyados en la mesa, lee un libro.  La música es tenue y acompaña a la cámara que enfoca a la página de bordes frágiles.  Lees: “El hombre luchaba contra sus pensamientos.  La imagen de su hija estaba firme en su cabeza.  Quería poseerla, que sus ojos se cerraran por el deseo”.  La cámara se aleja del libro, parece arrepentida de mostrar algo prohibido.  La pantalla se queda en blanco, se oscurece lentamente.  En la sala se escuchan toses y observas a un espectador durmiendo con su cabeza recargada en el hombro.



Dos


Cuando piensas que la proyección ha terminado, la pantalla empieza a emitir destellos, como si se tratara de un foco primitivo que tarda en hacer fuego sus filamentos.  Por fin el rectángulo se ilumina, y te topas de frente con la nariz del hombre, observas los vellos que sobresalen.  Tus ojos descienden hasta descubrir la punta del cigarro que brilla en la penumbra.  Es un diminuto punto de luz que termina en una estela blanca y opaca.  La toma sigue al humo que sube, se desplaza, y como si tuviera vida propia, busca alguna rendija para escapar.  Al no encontrarla, furioso se estrella en el techo, desparramándose hasta volverse invisible.  La respiración del hombre es corta y pesada, la frente está húmeda, y unas gotas pequeñísimas bajan de ella, para después perderse entre las cejas.  La toma hace un acercamiento, y las arrugas de su rostro se convierten en valles profundos y arenosos.  Se escucha un jadeo, el hombre se mueve, empuja algo con su cintura.  Sientes nerviosismo.  Tu boca se entreabre, y la lengua se mueve como un molusco que explora lentamente los labios.  Intuyes lo que está pasando, y el libro vuelve a tu mente con esas letras de tipografía antigua, excesivamente adornadas, y apiñadas como palomas negras en una torre, listas para volar de la hoja a la menor provocación.  Pensar en eso te desconcierta un instante y entonces la toma se abre, hasta dejarte ver el cuadro completo.  Ves al hombre que aprieta los labios, su vientre colgante está posado sobre las carnes de su hija.  La joven está boca abajo, sus gemidos aumentan de intensidad.  La incomodidad aumenta, y con timidez volteas ligeramente para tratar de ver a los demás espectadores, pero no distingues ninguna silueta.  Al volver a tu posición, te percatas de que la toma se aleja de ellos, hasta quedar suspendida en algún punto indefinible, y eso basta para darte la sensación de estás apostado en el techo.  Podrías asegurar que la cámara se ha transformado en los ojos de una mosca.  Ésta, como si adivinara tus pensamientos, tiembla en un aleteo diminuto y ansioso.  Se mueve con frenesí, imitando perfectamente el vuelo desordenado de una mosca.  Ahora lo que ves son retazos de imágenes: la mosca vuela y observas la calva del hombre, los cabellos de la joven derramados sobre la mesa donde estaba el libro, el pene hurgando entre los muslos sacudidos.  El efecto está tan bien logrado que, sin darte cuenta, tensas todo el cuerpo y tus manos se sujetan a los brazos de la butaca.  La toma se sacude, parece exhausta, y aferrándose a una tabla de inmovilidad, en medio de ese remedo artificial de vuelo, va a pegarse al vidrio.  Se queda quieta.  Expectante.  “La mosca está atrapada”, piensas.  La visión hacia el exterior se enturbia.  El vidrio pringoso actúa como un deformante, y la pantalla sólo alcanza a mostrar una mancha pálida en el cielo.  “Es la luna”, murmuras entre dientes.  Otra vez oscuridad completa.



Tres


La música empieza y no hay imagen.  Primero es un arpa, y relacionas las notas agudas con una voz femenina.  El instrumento es pulsado con furia, y a pesar de no verlo sientes cómo las cuerdas vibran, cómo están a punto de romperse.  La pantalla muestra el siguiente mensaje del libro: “No me pude contener.  El sólo contacto con sus manos fue  un detonante.  Su piel, su maldita piel”.  Las letras aparecen solitarias en la pantalla, enmarcadas en un cuadro, como sucede en las películas mudas.  Una a una, en orden, van a posar sus patas finísimas en una de las hojas.  La superficie del papel tiembla, como si estuviera hecha de agua.  Rápidamente las tapas se cierran y sabes que ese sonido es definitivo; tan es así que acaba con la música que acompaña la secuencia.  La cámara enfoca horizontalmente la superficie arrugada del libro, las tapas gruesas parecen latir, tener vida propia.  “El libro está escribiéndose a sí mismo”, piensas.  Un cambio de ángulo y descubres de nuevo al hombre.  Su jadeo se va apagando, pero las venas de su cuello aún saltan, y sus ramificaciones parecen llegar hasta las líneas de sangre que estrían sus ojos.  La toma desciende y observas que ha terminado, el semen yace en un charco pequeño.  El miembro le cuelga exhausto, como una bandera a media asta.  La palabra “Fin” emerge de la pantalla.  El punto de la i flota un instante antes de caer en la letra.  No lo puedes creer, es un nuevo truco, seguro.  Aguardas un instante pero no pasa nada: la luz no se prende y no se escucha el murmullo de la gente.  Te levantas de la butaca, caminas, pero la oscuridad rodea todo y es difícil saber a dónde ir.  “¡La luz, por favor!”, gritas, pero no hay respuesta.  Estás solo.  Intentas llegar a la puerta por donde entraste, pero todo esfuerzo es en vano.  ¡Carajo, perdido en una sala de cine!, vuelves a gritar, con la esperanza de que alguien oiga y acuda a tu rescate.  Aguzas la vista.  Alcanzas a distinguir una luz al fondo.  Te guías por ella, piensas que es la salida de emergencia.  El camino es difícil pues te mueves a tientas, con miedo de tropezar con algo o con alguien.  El ambiente es húmedo, es raro porque cuando llegaste al cine, el cielo estaba limpio.  Cruzas la puerta, pero no hay ninguna salida.  Es un espacio cerrado.  Ahora estás en un cuarto oscuro, al fondo hay una mesa, y encima de ella un libro.



Cuatro


Observas el cuarto, tratas de salir pero no hay ninguna puerta.  ¿Qué está pasando?, te preguntas, y cuando das el primer paso, tus pies chocan contra un envase vacío.  Rueda un poco hasta detenerse con una pata de la mesa.  Ésta parece llamarte, quizás ahí esté la explicación de todo.  Te acercas a ella, y ves a su único habitante: el libro sin título.  Lo tomas y, antes de abrirlo, sientes con agrado, casi con concupiscencia, el peso de tus manos depositado sobre la cubierta.  Hay una hoja marcada, lees: “El espectador se acerca y lee con atención.  Esto es suficiente ya no se necesita nada más... Fin.”  La misma caligrafía exagerada.  No entiendes bien.  Podrías jurar que la página leída quedaba a mitad del libro, pero ahora al dar vuelta a la hoja te das cuenta que es la última.  Te invade la angustia, avientas el libro que termina en un rincón.  Las hojas desparpajadas y amarillentas son una sonrisa irónica.  Lo maldices, sientes el borboteo de la sangre que se agolpa en las sienes.  Intentas calmarte y recorres palmo a palmo la pared, buscando alguna forma de salir.  Al no descubrir ningún pasaje, te asomas por la ventana.  Todo está inmóvil: las nubes manchando la luna, una gota suicida en plena caída, otra estrellándose indefiniblemente en un charco desierto.  Estás en una acuarela estática.  Te quedas parado y tus ojos son los únicos que tienen movimiento.  Una mosca pasa por tus cabellos, parece interesada en contemplarte.  La espantas con las manos.  En este momento escuchas la música que dio comienzo a la función, un haz de luz se cuela por una rendija de la pared; con esperanza te asomas.  No das crédito a lo que ves: la alfombra, las butacas vacías; en una de ellas está el hombre calvo, desnudo, que como un gran sátiro en erección, se frota el miembro y se ríe con grandes carcajadas mientras avienta palomitas a la pantalla.



*Texto incluido en “El caso Max Power y otros cuentos”,  de Alejandro Badillo, publicado por Aurora Boreal.








*


Beso un fragmento
como si fuera todo

incluso el silencio
me narro

pienso un día juntos
balbuceo
me retomo aquí.

*De Alejandra Alma. almaalma3h@gmail.com





INVENTREN



(De la Estación Ingeniero Williams – Ferrocarril Midland).

Carta encontrada en la estación*



"He jurado irme y olvidar, soy el último habitante de este pueblo y ya me voy, pero quiero que quien tenga en su mano esta carta -que he escrito con verdadera desesperación- sepa algo de este final previsible. Pasaron todas las calamidades posibles. Primero fue el cierre del ferrocarril, allí se fueron las familias de los ferroviarios, un poco antes de fugo nuestro jefe de estación con rumbo desconocido. Más tarde alternaron sequías e inundaciones, hasta que algunos campos quedaron en lagunas que solo sirven para pescar o cazar patos.
Unos años antes, -me olvido de lo fundamental- instalaron una repetidora de televisión y a partir de allí la gente empezó a encerrarse. Las mujeres a la hora de la siesta veían novelas y los hombres a la noche se reunían a ver los programas de Tinelli. Sin trabajo y con televisión la vida del pueblo fue cambiando paulatinamente, la gente seguía partiendo, en especial los jóvenes. Los viejos se morían y con ellos su saber ante la subsistencia. Al año pasado mi mujer y yo éramos los últimos habitantes del pueblo, pero ella ya no hablaba de nada, la tristeza del pueblo la llevo a encerrarse con las novelas que le iban llegando, y fueron años de novelas y soledad creciente: Antonella, Sodero de mi vida, Poliladro, La Elegida, Franco Buenaventura, Gasoleros, Luna Salvaje, Soy Gitano, Culpable de este amor....
Hace unos meses se rompió el televisor y mi mujer quedo de pronto con las pupilas muertas, tan inerte la mirada del Espantapájaros que ocupa en el andén el lugar del Jefe de Estación. Así que un día, al retornar de mi trabajo de peón en la estancia grande me encontré con una carta de Rita "Hace mucho que sueño con Juan Darthes. Hoy partiré a buscarlo en Buenos Aires. Perdoname".

Me parece imaginar el verla irse con una pequeña valija de mano, caminando varios kilómetros hasta la ruta y de allí a dedo hasta el primer pueblo, luego no puedo imaginar más. Disculpe usted que ha venido hasta esta lejanía buscando entender el final de este pueblo y se encuentra con esta historia dolorosamente intrascendente.

Sinceramente,
Javier Ortiz.



*De Urbano Powell.



Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:

GONZÁLEZ RISOS. 

PARADA KM 79.  ENRIQUE FYNN.  PLOMER.  
KM. 55.   ELÍAS ROMERO.  KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.  MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.  JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.
KM 12.  LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.
 VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.  VILLA DIAMANTE.
 PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.


***

Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:

 JOSE RAMÓN SOJO. 

ÁLVAREZ DE TOLEDO.    POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.
FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.
 ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.   GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
 D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA.  LA PLATA.



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Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar


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