*Obra de Cecilia
Aguado.
Villa Gesell.
Argentina
*
Aquí
comienza la
intemperie.
Los días
que vendrán
-sabemos-
tendrán
el desamparo
de todos los
inviernos.
Abrigame
en tu ternura.
Caminemos.
*De MARIANA
FINOCHIETTO. mares.finochietto@gmail.com
SOMOS PARTE DE LO QUE PERDIMOS…
TEN CUIDADO*
*De James
Baldwin
Ten cuidado con
lo que pongas en tu corazón,
porque
seguramente va a ser tuyo.
-Traducción: Eduardo
Dalter
-Del libro Harlem:
los blues de la historia;
Editorial
Leviatán, Buenos Aires, 2013.
PAPELES EN LA
NOCHE*
Hay algo que no entiendo,
me dije.
Una tabla, o un retazo de
memoria,
quedó en algún lugar, o
bajo tierra.
Un viento, a veces, alguna
hora,
dan indicios de esa
pérdida
o ese pozo; como si una
raíz extendida
hubiera cesado en algún
tiempo
(y en mí mismo); una raíz
arrancada
y puesta a secar lejos;
lejos
de la vida y de las cosas.
-De Papeles en la noche (2010-2014)
*De Eduardo
Dalter. eduardodalter@yahoo.com.ar
*Uno de los
poemas que Eduardo llevó con su voz al Festival Internacional de Poesía de Medellín
Mi sombra*
Mi sombra
no es igual a
mi rostro
la impotencia
y soledad
no es que huya
de ella
esa soledad que
combato
e n los
espacios
que no puedo
transitar
renegando
impedida
en un silencio
profundo
intento cobijar
el optimismo
tan difícil de
llevar a cuestas
por no poder
mover mi cuerpo
como los otros
seres que habitan
el
universo del caminar
mi sombra mi
soledad
es un trabajo
diario
donde tengo que
hacer pausas
y cuidar cada
uno de mis movimientos
para llevar una
vida
intentando ser
normal.
mi trabajo es
incesante
es interno y
solitario
ingrato de
aceptar
tengo que
conformarme
con unas pocas
pisadas
que a veces las
cuento
para no
terminar
mirando unas
telarañas del techo
mi sombra
tiene miedo
de quedarse
anquilosada
y sin poder
actuar
he perdido
amores
he buscado
tantas soluciones
con desengaños
y nuevas recetas
pero ella tiene
ese velo
de pausas
e incertidumbres…
*De Azul.
azulaki@hotmail.com
Acerca del
currículum vitae*
La traducción
literal es algo así como "el camino de la vida". Es poético, sin
duda. Si en lugar de la expresión latina usásemos su doblaje al castellano,
debiésemos decir "le dejo sobre el escritorio mi camino de la vida".
Qué cosa linda. Ese sendero hecho de rosas y de espinas, de lluvias, sequías,
fuegos fatuos y resplandecientes oasis. Pero la poesía termina en el título. Lo
que usted debe calcar dentro de ese texto no es, no son sus espinas, sino sus
rosas. A nadie le interesa si usted un día se pinchó la nariz e hizo fuerte
hachís. A nadie le va a importar, en una mesa de decisiones importantes, si
usted sueña asiduamente con que vuela. Lo que usted debe compartir con el otro
son sus realidades objetivas, y no todas, claro está, solo aquellas con las que
será reconocido -en un pacto tácito- como sujeto: solo los logros le dan
existencia ontológica. Y más aún si esos logros tienen el sello de una
Institución legitimada socialmente por la Historia Humana, que no es otra cosa
que la historia de la derrota de los supuestos débiles por los supuestos
fuertes.
Porque usted no
es sus fracasos, ¡cómo se le ocurre! Usted es sus títulos nobiliarios y sus
rosas. Porque no me venga a decir que en verdad le creyó a su profesor de
historia cuando en la escuela secundaria le hizo repetir que la nobleza se agotó
con la revolución de 1789. La nobleza y los escudos nobiliarios permanecen en
pie, conviviendo con una burguesía que de revolucionaria tiene lo que yo de
matemático. Bien. Entonces en su camino de la vida usted debe especificar, debe
justificar su paso por la empresa (su paso por la Tierra). Yo, por mi parte,
como he sido siempre un imbécil consumado, consumido, consuetudinario,
consentido, consciente de cinismo, de sí mismo, de cismos y cisnes que no
sirven para nada; decía, yo voy a trabajar el género "currículum
vitae" de otro modo. El trabajo no lo obtendré, eso lo doy por hecho, a no
ser que el encargado de decir sí o de decir no sea un irremisible incompetente.
Entonces,
propongo, que a partir de hoy en los "caminos de la vida"
especifiquemos: gustos de helados preferidos, películas preferidas, libros
leídos, una mini narración acerca del otoño, color preferido, cantidad de veces
diarias que enunciamos la palabra pájaro o dromedario o amor o gliptodonte,
especificar si estamos a favor o en contra de Monsanto, aclarar minuciosamente
si somos homofóbicos o no, cuántas veces nos bañamos a la semana (si es que lo
hacemos), especificar también la cantidad de veces que nos hemos caído de:
hamacas, patines o patinetas y si hemos llorado a boca de jarra por ello.
Bueno. Creo, me
parece, que con eso por el momento tendremos bastante para charlar con el
potencial interlocutor que nos hará la posible entrevista laboral. Que podrá
completarse, por ejemplo, con una buena partida de ajedrez o un partido de tejo
o unos penales o un maratón de eructos o quién come más huevos duros en siete
minutos. El currículum vitae es un género policial sin suspenso, sin trama, sin
argumento, sin belleza. Porque en un mundo que vive de producir y consumir, la
belleza (el sentimiento de lo bello) suele estar de más. A partir de hoy,
entonces, armemos el currículum vitae con muchos colores, y debajo de nuestro
nombre pongamos el nombre de nuestros villanos favoritos.
*De León
Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar
SELF PORTRAIT*
Llego a ponchar
la tarjeta
para trabajar
como no quiso Dios
trabajar, hasta
que no haya nada más
para sudar
que mazmorras
de cansancio.
Miro a mi
alrededor, y todos tiemblan,
porque los
nuevos amos
de la fábrica
ya no llevan el
látigo en las manos
sino en las
mandíbulas.
Antes, era el
miedo
de no encontrar
trabajo,
ahora, es el
miedo al terror sicológico
impuesto por
los supervisores,
a ese silencio,
a esa mirada,
mitad indiferencia
mitad desprecio
que envenena el
aire;
como Charles
Bukowski
siento
impulsos,
siento que voy
a querer echarlos por la borda,
retrocedo,
porque la maldición de Adán
ha de volver
algún día
de nuevo al
polvo.
*De Daniel Montoly. danielmontoly@yahoo.es
Confidencias*
Yo no quería
oírla, pero nada detiene
a quien quiere
regalar sus confidencias.
Me habló de
materias pendientes.
De tenaces
decisiones que llevaron
su camino por
cauces imprevistos.
De sueños que
perdieron
su ropaje en el
camino...
Cantó algunas
alegrías –sus ojos humedecían-
Habló y
habló...
mientras el día
ovillaba su voz.
Yo no quería
oírla.
Pero fue
dejando su confesión
entre las
plantas, mientras
cortaba gajos
del sol
que ya se
iba...
De tanto
escucharla supe
su alma
solitaria y desnuda.
Tuve pena, la
vi –no sé si le dolía-
llevaba la
espalda
germinada
florecida.
*De Miryam
Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
*
"Somos
parte de lo que perdimos"
Pascal Quignard
AVATARES*
La zozobra
palpa el corazón
apabullado
enmarañado en
celajes extraños
La cercanía
distante, respirar casi el mismo aire,
caminar las
mismas calles, sin que los pasos
lleguen al
encuentro
hoy, el mismo
viento que azota mi cara,
despeina tus
cabellos
¡Oh!, los
avatares de la ruta
y el laberinto
en que estamos
sin darnos
cuenta de que cuenta nos damos
del sarcasmo de
las nubes
pone latidos
enamorados al cuerpo
en el límite,
al cuerpo que
cruza la frontera
entre ésta
y la otra
vereda en la otra ciudad
de los túneles
¿cuándo
florecerán las azucenas?
¿cuándo de tu
boca un te quiero?
¿cuándo tu piel
y la mía compartirán el lecho?
atroz, doliente
en extremo
y casi burlesco
ja, ja, ja...
poseídos del
delirio
Lo siento, lo
siento, olvidé que el amor es algo serio,
cuando llega a
destiempo
cuando no
quedan restos para vivirlo
cuando sólo
llorarlo se puede
¿quién desata
los nudos?
¿quién pone
nubes rosas en el horizonte negro?
¿quién abriga
huérfanas sandalias?
y la demencia
anclada en la espera
golpea contra
las paredes, ¡sí!, ¡sí!,
las paredes
blancas, las paredes negras,
como tablero de
damas antiguas
hacen eco en
metálicas carcajadas
y devanan los
algodones
los hacen polvo
esparcido,
a nublar tus
ojos
a mis ojos,
llenarlos de cenizas,
ahítos de
imágenes truchas
bailando sobre
el iris calcinado por el frío
tus manos no
tocarán las mías
tus labios no
rozarán los míos
tu corazón, tu
corazón
no latirá al
compás que danza con la muerte
perdida en el
limbo coherente de la locura
la oscuridad
luminosa envuelve
tus huellas
siguen su camino
las mías se
detienen.
*De Ruth Ana
López Calderón. Lopezcalderon20013@gmail.com
-Poema de su segundo
libro "Sin óbolos para Caronte"
La mano en la
palabra (Poetas con Ruth Ana López Calderón)*
El presente
libro no es una antología al uso, pero bien pudiera serlo si tenemos en cuenta
la calidad de los textos que lo integran. Nació de una idea simple: La de
ayudar a la poeta boliviana Ruth Ana López Calderón a conseguir algo de dinero
para el tratamiento y, si fuese posible, cirugía, de un tumor que padece.
Contactamos con una serie de poetas del ámbito hispano y la respuesta fue casi
unánime. Se unen aquí voces provenientes de muchos países: Argentina, República
Dominicana, Puerto Rico, Venezuela, Cuba, México, El Salvador, Estados Unidos,
Perú, Costa Rica, Colombia, Italia, Chile o España. De todas partes llegan esas
voces, palabras unidas en un acto solidario, cantos para salvar una vida,
versos que se convierten en un coro de manos alzadas con un objetivo común.
-Autores
incluidos en el libro LA MANO EN LA PALABRA (poetas con Ruth Ana López
Calderón):
Mari Cruz
Agüera, Claudia Ainchil, Elvia Ardalani, Amelia Arellano, Elsa Batista, Rebecca
Bowman, Gerardo Cárdenas, Teresa Coraspe, André Cruchaga, Daniela Cruz Gil,
Marta Cwielong, Santiago Daydí-Tolson, Teresa Delgado Duque, Adriana Díaz
Crosta, Alejandra Díaz, Jorge Etcheverry, Manuel García Verdecia, Beatriz
Alicia García Naranjo, Sandra Gudiño, Irina Henríquez, Gabriel Impaglione,
Susana Lizzi, Norma Segades Manias, Emilia Marcano Quijada, Anamaria Mayol,
Juan Carlos Mieses, Daniel Montoly, Winston Morales Chavarro, Lilí Muñoz,
Edgardo Nieves-Mieles, Aldo Luis Novelli, Eugenio Polisky, Sonia Rabinovich,
Hugo Francisco Rivella, Juan Manuel Rivera, Kristal Riuno, Pilar Romano, Hernán
Schillagi, Rosa Silverio, Nastia T, Jimmy Valdez Osaku, Fernando Valerio-Holguín,
Paola Valverde Alier, Rubén Vedovaldi, Ayerim Villanueva, Cristina Villanueva,
Paulina Vinderman, Sergio Borao Llop y la propia Ruth Ana López Calderón.
*Link para
adquirir el libro:
INVENTREN
(De la Estación
Casbas – Ferrocarril Midland)
De la fuerza
del nombre*
*Por Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
I
El Coiro me
manda un enigmático y brevísimo correo donde dice: «¿Podés escribirme algo
sobre Casbas?». El nombre no me suena de nada, por lo que abro el Firefox y
busco en Internet. El primer enlace conduce hasta un pueblo de Huesca cuya
existencia ni siquiera conocía (Huesca es la provincia limítrofe por el norte
con Zaragoza, donde vivo), un pueblo pequeño hacia el este, cerca de Abiego y Bierge,
nombres que sí reconozco. Y puesto que nunca antes he estado allí, me digo:
«¿Por qué no?», pensando que lo que mi amigo argentino quiere es información de
primera mano sobre este pueblecito, y nada más natural, por otra parte, que me
pida el favor viviendo yo tan cerca del sitio en cuestión.
Así que al otro
día meto unas cuantas cosas en una bolsa de deporte y me echo a la carretera.
Camino durante un buen rato, hasta que un auto negro, un Renault 5 con más de
veinte años, se detiene junto a mí. El conductor, casi un adolescente, me
pregunta: «¿Te llevo?». Por supuesto, acepto. Él tampoco conoce el sitio. Su
acento le delata: es gallego. Con una sonrisa franca, confirma mi sospecha.
Dice que va al norte, a los Pirineos, sólo por ver la cordillera. Le han
hablado de parajes extraordinariamente bellos, aunque no recuerda bien los
nombres o los mezcla o los confunde. Para no resultar redundante, le menciono
sólo cuatro lugares (también escribo en un papel los nombres y la forma de
llegar hasta allí) que en mi recuerdo crecen más y más conforme se aleja el
tiempo en que me fue dado visitarlos. El primero es el Forau d´Aigualluts, en
el Valle de Benasque, una pequeña explanada rodeada de montañas donde, a veces,
se tiene la sensación de que llueve hacia arriba. Es lo más lindo que yo vi
nunca. El segundo, un pueblo llamado Aínsa. El tercero, aunque he de confesar
que no me impresionó cuando estuve allí, es el Monasterio de San Juan de la
Peña. No sé que es, pero hay algo desconcertante en la montaña donde está
situado, algo feo y sin embargo inolvidable; tal vez —pienso confusamente— hago
mal en recomendarle esa visita. Por último, escribo: Selva de Oza. «¿Qué es?»,
me pregunta. Es un valle hacia el oeste, por donde discurre el río llamado
Aragón-Subordán. La vegetación tiene un color oscuro que produce sensaciones
difíciles de describir, pero allí uno siente que está vivo, que de verdad
pueden ocurrir cosas que te hagan sentir vivo, cosas maravillosas o atroces,
pero en cualquier caso reales. El tipo asiente, acaso sin comprender del todo
el sentido de mis palabras, y promete que irá a todos esos sitios. Luego se
pone a hablar de su coche y, más tarde, de los grupos musicales que le gustan,
cuyos nombres casi siempre me resultan extraños. No obstante, reconozco
algunos, lo cual es motivo de alegría para ambos. Le recomiendo otros, que él
no oyó jamás. «Te gustarán», le digo.
Al llegar a
Huesca, tomamos la carretera hacia Lleida. Unos kilómetros más adelante, nos
despedimos con un apretón de manos. No tardaré en darme cuenta de que ni
siquiera nos habíamos presentado. Somos dos extraños caminando en un túnel o en
un insondable laberinto, que sólo por casualidad han compartido un brevísimo
trecho del camino. Tal vez ninguno de los dos encuentre lo que busca, o como
sucede tantas veces, lo encuentre y no lo reconozca.
Por la estrecha
carretera que conduce a Casbas apenas hay tráfico. Atravieso una población y
sigo adelante. Según el mapa, ya casi estoy. Es entonces cuando, de pronto, me
asalta una extraña idea: ¿Y si no es esto lo que quería el Coiro?, pienso. ¿Qué
interés puede tener para Inventiva un minúsculo pueblo aquí en mi tierra? Un
sitio del que, por otra parte, ni siquiera yo tenía noticia hasta este momento.
¿Habrá algo que se me escape en todo este asunto? Perdido en esa confusión y en
esa carretera solitaria, unas palabras aparecen en mi mente, fosforescentes
como un letrero luminoso en medio de la noche: Próxima estación Casbas. Me doy
cuenta de que he metido la pata (el Casbas sobre el que debería escribir es
otro, y está en Argentina y no sé absolutamente nada de él. Mi maldito despiste
crónico me impidió recordar hasta ahora que es una de las próximas estaciones
del Inventrén) y lo peor es que está anocheciendo (es otoño y los días
acortan). Por suerte, al fondo puedo ver las primeras casas. Advierto que estoy
cansado. Espero encontrar un sitio donde me dejen dormir, porque hace un poco
de frío y la manta que he traído es más bien fina. Pero no se ve un alma por
las calles.
Al fin,
distingo un vago destello al fondo de una calle lateral. Se trata de una puerta
iluminada. De no haber anochecido ya, no la hubiese visto, tan tenue es el
resplandor que de ella sale. Hacia allí me dirijo, con paso lento y el oído
alerta. No es natural este silencio. Sobre la puerta hay un letrero de madera.
La inscripción apenas puede leerse, pero se adivina que el lugar es una
taberna. Cruzo el umbral y me encuentro en un cuchitril mal iluminado donde
parece no haber nadie. Al oír mis pasos, un hombre sale por una puerta situada
al fondo y, con un perfecto acento argentino, me saluda y pregunta si deseo
tomar algo.
II
Una sensación
de irrealidad me atenaza. No acierto a responder. Sólo le miro como se mira a
un aparecido o como se podría mirar el propio reflejo en un espejo diseñado por
Klein (el de la botella). Él repite la pregunta, más despacio, como si yo fuera
extranjero y no comprendiese bien el idioma. No sé qué decir, qué hacer. Me
siento como un actor de teatro esperando que el apuntador le sople el texto. Por
fin, con cierto embarazo, me atrevo a pedir una cerveza. Mientras me sirve, el
tipo explica que el pueblo está desierto porque hay un concierto en las
piscinas municipales, un grupo de pop, uno de esos que venden muchos discos
donde las diez o doce o quince canciones son, en realidad, la misma. Añade que
incluso ha venido gente de los otros pueblos cercanos y hasta algún autobús de
la ciudad. (Ese silencio ahí afuera, sin embargo, esa ausencia…). Al
preguntarle dónde estoy, él me mira de arriba abajo y dice con naturalidad el
nombre del pueblo. La siguiente pregunta no es fácil de hacer. Si el mundo
sigue girando en su órbita normal y éste es, como parece, un hombre serio y
cabal, se va a acordar de mis muertos y suerte tendré si no me saca del
establecimiento a golpes; si por el contrario, el temor que me aprieta el
corazón resulta ser fundado, yo me volveré loco. Aun así, no queda otro
remedio: «Pero ¿Casbas de España o de Argentina?» digo en un susurro. Al
principio, pienso que no me ha entendido, y tal vez sea lo mejor; acaso en el
fondo conocer ese detalle no importe en realidad.
Pasado un
instante, levanta la vista del barreño en el que en ese momento estaba lavando
unos cubiertos y dice: «¿Acaso quieres tomarme el pelo?». Entonces me
atropello, intento explicarle lo ocurrido, nombro el Inventrén y algunas otras
estaciones, le cuento que soy poeta. «¡Poeta!» dice él. «¡Poeta!» repite. «No
me lo creo. Nadie va por ahí en estos tiempos diciendo que es poeta. Usted es
un aprovechado. Un sinvergüenza». Yo insisto. Mi sombra en el suelo gesticula
como una marioneta de trapo, parece la sombra de otra persona, idéntica a mí
pero con otro ritmo. Con amargura recuerdo que no he traído un solo libro; de
haberlo hecho, mis argumentos quizá tuviesen más peso. Entonces, sin
explicación, hay por su parte como una sorda aceptación, no ya de mis palabras
o de lo que ellas pretenden comunicar, sino de la remota posibilidad de que
sean ciertas. Mirándome de reojo, con desconfianza aún, se dirige hacia un
extremo del mostrador, levanta un trapo oscuro que cubre un ordenador portátil
y sentencia: «Ahora lo veremos». Abre el explorador, busca el Inventrén, busca
mi nombre, encuentra resultados que le satisfacen, parece comprender que no le
he mentido. La expresión de su rostro es otra ahora; luego me indica una mesa y
sale del mostrador con una botella de vino en una mano y dos vasos en la otra.
Nos sentamos, sirve el vino, enciende un cigarrillo y se larga a hablar
convulsiva y nostálgicamente.
Así, me entero
por fin de que nada extraño ha sucedido (si es que no es extraño encontrar de
repente, en medio de un desierto, a un hombre que creemos habitante de otro
desierto distante más de diez mil kilómetros). No hubo viajes astrales ni
agujeros en el espacio. Estamos en Huesca. Con la voz plena de emoción, Manu
(ese es el nombre de mi interlocutor) me habla de su niñez, de su adolescencia,
se demora en detalles que tal vez hayan dormido ahí durante años, esperando
esta noche y este vino; (afuera continúa el silencio, no hay ruido de pasos, ni
de autos en marcha, ni siquiera el eco lejano del concierto. Si yo fuese otro,
si fuese un tipo valiente, tal vez me asomaría un instante a la puerta, para
mirar la luna, sólo eso: mirar la luna y saber que todo está bien). Mientras,
la voz ronca de Manu me habla de la barra, de una novia que tuvo y perdió,
«¡qué linda era!», exclama. Luego hay un silencio necesario. Un movimiento
lento, la mano de Manu buscando en su cartera y sacando de allí una foto
cuarteada por el tiempo. La miro y hago un gesto de admiración. En efecto, la
muchacha es guapa. (no sé si es entonces cuando comprendo que éste es cualquier
lugar y cualquier momento, un retazo arrancado a mordiscos de la eternidad; tal
vez por eso el obstinado silencio del exterior, la silueta en la pared de dos
desconocidos conversando, dos latinoamericanos perdidos en cualquier parte,
lejos y cerca de la vez, tenues fantasmas de sí mismos, sombras que se
proyectan desde remotas noches olvidadas, que viajan en la nada hacia un tiempo
inconcebible). Después escucho la descripción de un oscuro boliche que en su
memoria se confunde con otros muchos que habría de conocer más tarde; me habla
de su trabajo en el campo, del fatídico día en que se fue el último tren...
Entonces algo parece romperse en el pausado hilo del relato. Clavo mis ojos en
los suyos. Sujeto el vaso que viaja hacia sus labios. Lo insto a continuar, con
el leve asomo de una sospecha insinuándose en mi entendimiento. Él me mira
gravemente y retoma la narración: «...yo me fui en él. Aquel último tren que
pasó por Casbas City, hace ya más de treinta años, se me llevó consigo. Luego
anduve haciendo un poco de todo por todas partes. En Argentina, en Chile, en
Colombia, en Bolivia y Ecuador, que es decir casi lo mismo, o de forma más
breve, más certera, en Latinoamérica, que es mi patria... Nuestra patria» se
corrige. Yo asiento. Luego continúa narrando las peripecias de una vida, una
vida errante, como lo son todas. «Y, entonces, de pronto, llegué aquí»
dice mientras vacía en los vasos lo que queda de la segunda botella. «De alguna
manera, sentí que mi deriva había terminado. No es que la coincidencia del
nombre y el cansancio acumulado me llevasen a tomar la decisión de quedarme.
Esa decisión era anterior, fue ella quien guió mis pasos hacia estas tierras,
ella quien me llevó de pueblo en pueblo hasta terminar en éste. Cuando llegué
era de noche, como ahora. Dormí en unas ruinas a las afueras. No supe donde
estaba hasta la mañana siguiente, pero durante el sueño supe que me quedaría
aquí. No puedo explicarlo mejor. Lo sentí. Sólo eso. Y aquí estoy desde
entonces».
No hablamos
más. Ambos estábamos algo borrachos y era muy tarde. Dormí allí mismo, en una
pequeña habitación que servía de almacén y donde había sitio de sobra. Al otro
día, después de un abundante desayuno, Manu estrechó mi mano y nos despedimos
como dos viejos amigos. Ambos sabíamos que había muy pocas posibilidades de
volvernos a encontrar. Eché a andar por la carretera, en dirección al sur, no a
ese Sur que nunca vi y que mi corazón incansablemente anhela, sino al otro, al
de todos los días, al sur prosaico donde la vida sufre una combustión tan lenta
que ni combustión parece.
***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:
GONZÁLEZ RISOS.
PARADA KM 79. ENRIQUE FYNN. PLOMER.
KM. 55. ELÍAS ROMERO. KM. 38.
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PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
***
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FUNKE. LOS EUCALIPTOS.
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UDAONDO. LOMA VERDE.
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