domingo, marzo 27, 2022

APEADERO KM 38

 


*Foto de Noelia Ceballos.

 

 

 

 

 

 

 

El   tren   de   los   sueños*

 

Aquí, en el tren de los sueños, las cosas son un tanto diferentes

a los trenes que vos conoces. La diferencia fundamental

es que entre el momento de partir y llegar a algún lugar

los sueños se materializan.

 

El trámite es por demás sencillo. Una vez que tenés el ticket

en el que constan esos detalles similares a otros, debes ubicar el vagón que corresponde a tu sueño.

Unos carteles sobre los laterales los identifican:

sueños de amor / de heroísmo / de guerra / de aventuras / de gloria

de fama / de prestigio / de hazañas / deportivos, etc.

 

Estos vagones siempre parten llenos y las personas al bajar,

inflamadas de felicidad por haber obtenido aquello

 que tanto se les negara,

me envían fotos de lugares exóticos donde se los observa

con una sonrisa amplia en sus rostros

y el brillo propio de quien vive una existencia plena.

 

Entre los casos más notables ahora que reviso la caja de fotos

encuentro al oficinista gris que es monje budista en el Tibet

al vendedor callejero de golosinas que escaló el monte Everest

la jueza que escapó con su gran amor a un pueblito en Italia

y atiende un kiosco, o el caso de la chica más fea del barrio que se

convirtió en estrella de Hollywood y rompió miles de corazones

desde la pantalla del cine.

 

Así podría seguir enumerando varios más, pero no tendría mayor sentido

ni agregaría nada sustancial al relato.

 

El que, sin dudas, es el suceso que hoy recuerdo más extraño

es este que va a continuación y que tal vez puedas ayudarme

a interpretarlo:

 

Una tarde cuando ya me disponía a cerrar la boletería

y pensaba llegar pronto a la cabaña, tomar mi caña de pescar

e irme al río llegó un anciano que con voz casi imperceptible

me pidió un boleto para cumplir su sueño

 

Pero algo lo llevó a hablarme de su vida, a relatarme con detalles

lo que había hecho con ella.

 

No encontré nada llamativo, es verdad, una existencia monótona

atiborrada de anécdotas comunes: familia, trabajos, dineros ganados

o perdidos y finalmente la llegada de esto que aquí veo:

la vejez

 

Le pedí, pensando en mis planes que fuera al grano

que me dijera que clase de sueño era el suyo

así lo emitía y me liberaba de mis obligaciones cotidianas

 

- Hijo, me dijo

lo que necesito no es un sueño en particular,

necesito una vida nueva o mejor dicho: otra oportunidad

donde pueda volver a elegir, donde sea el dueño de mi destino,

pero no a partir de ahora sino desde mi juventud –

 

Me quedé callado, sin poder decir palabra alguna

luego le expliqué que yo solamente vendía sueños:

aquellos que no se habían concretado por alguna extraña razón

pero que no poseía la capacidad de volver el tiempo atrás

ni nada de eso.

El anciano me miró decepcionado, supongo por mis palabras

y me soltó:

 

- Entonces, dame un pasaje para cualquier vagón,

seré muy feliz al estar entre gente que todavía sueña.

 

*De Andrés Bohoslavsky. vladimirbeat@yahoo.com.ar

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ANGIE*

 

 

Había que darle utilidad a ese banco colocado entre la devastación pasada del tren Midland y un nuevo barrio de casas que no termina de llegar hasta aquí. En una tarde de clima amable vine a sentarme. Se hizo rutina. No es que no tenga nada que hacer en casa, tengo mucho pero no tengo recursos para hacer lo necesario. La vida de un jubilado pobre es esta.

Un día empezó a venir Don Pere con su bicicleta desde Elías Romero, venía de juntar latas de aluminio por las calles, se conoce que existía un deposito que se las compraba cuando juntaba cierto peso.

Fue bueno escuchar la historia de vida del hombre como algo inexplicable que lo había traído desde un cañaveral tucumano hasta aquí. Hace un par de años cuando empezó la pandemia Don Pere desapareció y no volvió más. La gente humilde se muere sin dejar noticias. Hay como 4 km a Elías Romero. Suficiente para que se pierda el rastro de un hombre viejo. Por lo que me dijo no tenía familia.

A partir de entonces me quedé solo en este banco. Ya podía darle imágenes al pasado propio como si fueran trenes veloces que pasan sin destino conocido. Lo más parecido a un tren es el ruido del viejo lavarropas que se destartala con cada uso. El aparato ya casi no centrifuga. Cuando decide centrifugar debo correr a sujetarlo porque la vibración lo desplaza por el piso de la cocina hasta tirar del cable de luz y arrancar la manguera del desagote.

Más agotador aun es tener demasiados recuerdos que dejan preguntas incómodas: ¿cómo llegué hasta esta insensatez de ser pobre y hacer cosas inútiles?

Adentro de casa me siento como un elefante que se revuelca una y otra vez en los huesos de sus antepasados. Mis padres ya son cenizas. Están las herramientas que sobrevivieron a sus manos fuertes ejercitadas en la fábrica. Habría que hacer algo -que no sean mis improvisaciones de remendador- con lo que mi padre dejó en el galpón.

Piezas metálicas, partes que perdieron su totalidad. Sin remedio ni futuro se oxidan como mis aislados recuerdos.

-“Donna e motori: allegria e dolori”. Ya lo decía en mi Padre en Italia, mientras mi madre iba al cine a ver Miguitas en la cama. 50 años después se emocionó cuando volvió a verla en televisión. Cantó:

 “-Tome Don Ceferino.../una copa de vino… /por caridad...”


Todavía busco mi lugar en el mundo. De niño quería ser astrónomo. Fue mi primera ocurrencia. Había algo fuerte en esa elección temprana. ¿Indagar lejanías como observador solitario?

Allá el universo y su aparente silencio. Mi vida se fue a ocupaciones diferentes, lejos de las estrellas que seguían arriba mientras aquel niño que fuí dormía y soñaba.

Uno hace lo que puede con lo que tiene a mano. Hace lo que sea para sentir que se está en la vida, no en un mal sueño que se prolonga en cada amanecer. El sol se pone a mis espaldas. En invierno y primavera se disfruta la tibieza del sol. Luego uno se quema aquí como un pollo de rotisería. Con el calor vengo temprano en las mañanas. Cuando estaba llegando al hartazgo de sentido aquí sentado descubrí a Angie.

Un día tuve que bautizarla. Tanto verla pasar. Una mujer linda bastante más joven que yo. 20 años menos, quizá más. Va a una plaza que se ve a lo lejos, cerca de la estación Marinos del Crucero. Allí han instalado elementos para hacer gimnasia. Siempre a la misma hora la veo.

Angie corre contra el viento a través de los fantasmas de la primavera que se arremolinan en ocre y oro.

Pensé en la canción de los Rolling. Nunca supe el inglés. Quiero suponer que es una canción de amor o evocación de la belleza que pasa inalcanzable. No hay foto posible. Es lo bello que solamente se puede retener con el acento de una mirada.

Un día, camino a la feria del pueblo la cruce detenida en la verdulería.  Pude ver como se iluminaban sus ojos. Eran faros muy claros de un color que no sabría definir.

A partir de ese momento supe que estaba enamorado. Aunque mi amor será condenado de antemano a la ilusión.

Nunca me animaría a decirle ni buen día. Trabajosamente había logrado una pregunta para hacerle.

¿Existe el cielo de los tímidos?

Aún me ignorara como a viejo loco, tenía una posible respuesta:

“que sea en tus ojos”

 

 

*De Eduardo Francisco Coiro.

https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

PAÍS DE AUSENCIA*

 

 

Estoy en el rincón de las cosas perdidas.

Perdida alma. Alma perdida.

Quiero decirte que siento nostalgias de ti.

Que se me vuelven los pasos de extrañarte.

Que soy una ojera que camina.

Que soy un ojo seco y una mirada húmeda.

Daría todo lo que tengo por estar contigo.

Por supuesto- tú lo sabes, elegiría el mar-.

Puede ser en las dunas. En el acantilado.

En los tugurios donde se juntan los marineros con las putas.

Daría todo. Todo. Lo que más amo.

Daría mis libros. Mi colección de cajas.

Mi cama-tu bien sabes cómo quiero mi cama-

Mi computadora. Mi elefante de ébano.

El rosario de la abuela.

Mi anillo de amatista. El caracol de mar.

Fíjate, hasta daría el sombrero de paja, cinta azul.

Solo una noche amor.

Te preguntaría tantas cosas.

Recorrería con la yema de mis dedos las marcas de tu ausencia.

No, no me importaría llegar a la cima.

Sería tu nana, tu nodriza. Tu hermana.

Me volvería pasionaria. Junco. Jarillal en flor.

Mordería tu silencio y tu grito.

Anegaría el huerto con tus ojos moros.

Miro hacia fuera Es verano y los brotes explotan.

Sin embargo tengo frío. Tengo frío de ti.

¿Recuerdas nuestras calles?

Son ahora, una larga avenida de lamentos.

Tampoco está la luna.

A medida que escribo los dedos se adormecen

Adormecida, alma.

No sé si es nochería. Llovizna Ausencia.

No sé si vivo porque muero.

Pero me duele el frío.

Hasta los huesos, amor. Hasta los huesos.

 

*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@gmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

L *

 

 

Llegué a la estación cuando estaba cayendo el sol. Restos de comida esparcidos por el piso, paquetes de basura, botellas de plástico vacías testimoniaban que antes alguien había estado allí. ¿Fue acaso muy concurrida? ¿Hubo una feria? ¿Autitos de juguete? ¿Una niña corriendo a los brazos de su madre? ¿Castillos en el aire?

Todo eso hubo y más, que no vi, porque llegué cuando el tren había partido. Lo adiviné diluyéndose en el horizonte, mientras el andén se volvía gris, el monte se hacía cargo de los rieles, las vías eran lentamente abrazadas por la maleza. Y dejé que la hierba creciera en mí.

 

*De Esther Andradi. esther@andradi.de

-De su libro Sobre Vivientes

-Simurg Buenos Aires 2001.

-teamArt Zurich 2004.

 

 





 

 

 

PRIMER ÚLTIMO TREN. EL TREN*

 

 

El tren no se detiene jamás, por el fuera las cosas carecen de realidad. Sólo hay aquí el ritmo de los sacudones constantes que ya no se sienten, el ruido que forma un continuo, el olor de los vagones y la gente sentada eternamente, comiendo de envoltorios que terminan arrugados en los pasillos.

Yo camino buscando ese cine móvil, que se mueve porque el tren se mueve y se mueve porque sorprendentemente aparece a diferentes distancias de la locomotora, que, como el vagón de cola, son los hitos inmóviles que a la vez se desplazan.

Encuentro la puerta que comunica con la oscuridad. La película de ahora es japonesa. Ya ha comenzado, jamás logro ver los títulos de inicio, siempre los finales.

Hay gente en un enorme edificio rodeado por el otoño. Los jardines son memorables, tienen esa sutileza oriental en el dibujo de las ramas tenues sobre cielos blancos.

Las personas, lo adivino después, están muertas. Han llegado a un lugar de tránsito donde deben escoger un instante, el instante más feliz que hayan vivido, para pasar en él la eternidad. Tienen un tiempo para hacerlo.

Los vemos recordar, buscar, debatirse entre instantes afortunados. Hay quien fue un mujeriego desapegado, pero decide que la eternidad será un momento con su familia. Hay el joven desdichado que no puede recordar un solo momento de felicidad plena, pero descubre que puede pasar la eternidad en el recuerdo dichoso de otra persona, esa otra afortunada persona que fue feliz gracias a él. Y hay una ancianita.

Hay una ancianita, una viejita que no escucha lo que le dicen, que no responde, que en un momento hace callar a su instructor para poder oír el bello canto de un pájaro que llega por la ventana. Ancianita japonesa, minúscula viejita de manos de niña, levanta el dedito y señala la ventana, para que el joven calle y se dibuje en amarillo el trino que llega de afuera. Recoge piedritas en el jardín, y las coloca sobre el escritorio notando la belleza de esas simples piedras tan poco valiosas para la mirada del hombre que la estudia con aire preocupado.

Y el hombre estudia a la ancianita, a la minúscula viejita de rostro de muñeca cuarteada, hasta que descubre lo evidente. Dice que pensó que sería la más difícil, y es, en cambio, la más simple. Ella ya ha escogido en qué lugar pasar la eternidad. Lo ha escogido desde antes de morir. Como casi todos, se ha vuelto a la infancia, donde la absoluta y plena felicidad es posible.

Y dónde, me pregunto, adónde elegiría, yo, detener el tiempo para siempre. En qué lugar, me pregunto, pasaría yo la eternidad. Cuándo fue el momento de felicidad que desearía proyectar en el presente absoluto, futuro y pasado fundidos en un único instante continuo.

El tren se aleja, o se acerca. El tren sigue su marcha traqueteante por la llanura mientras pienso esto, sentada yo en una butaca de un vagón en penumbras.

Me sobresalta la carcajada de Oliver Reed, que ha muerto; la sonora carcajada de Oliver Reed que ha vuelto hacia atrás la cabeza, me mira con fijeza y súbitamente, bruscamente, brinda por mí bebiendo del pico de su eterna botella siempre llena.

 

*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

Tendremos que vaciarnos para comprender

nuestra capacidad de alacena de verano

Que la memoria es una droga selectiva como impune

Que nada somos sin la ropa con la que adornamos los recuerdos

Que no importa cuán lejos haya algo más que nuestros huesos

Solo somos el espacio que dejamos

Tras el movimiento articular de desnudarnos para elegir

Otro lugar donde abandonar

Una vez más

Las inútiles vestimentas

 

*De Marcela Lokdos.

 

 

 

 

 

 

 

 

Los invisibles*

 

 

El viejo guarda don Antonio los sorprendió con la noticia: el tren se queda en Apeadero km38.

-Acá!! en medio de la nada. -Fue el grito a coro estridente.

En aquel tren viajaban el equipo de futbol de Independiente de Araujo con su hinchada hasta la estación Libertad para jugar un amistoso con Midland.

Midland venía de perder 5 a 2 con el club Atlético Piraña en el que ya se destacaba el juvenil “chirola Yazalde”.

Jugar con Midland que estaba afiliado a los torneos de la asociación del futbol argentino era para el pequeño pueblo de Araujo un día épico irrepetible.

A Independiente de Araujo con su hinchada los llamaban “Los Invisibles”. Eran muy pocos, a veces no superaban al equipo de cancha con suplentes incluidos. Esa vez habían colmado la capacidad del tren.

 

-A pocos metros de aquí existe una estación del futuro llamada “Marinos del Crucero General Belgrano”. Deben bajarse ahora, con caminar algunos kilómetros llegarán a la cancha de Midland a tiempo para el partido. La explicación del guarda les pareció un imposible de aceptar.

-Y si nos quedamos? Dijo con tono desafiante Domingo, panadero del pueblo y presidente del pequeño club.

-Van a la nada. A la invisibilidad permanente con este tren que se desvanece antes de la próxima intermedia que no es Libertad donde quieren bajar.

 

*De Eduardo Francisco Coiro.

https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar

 

 

 

 

 

Próximas estaciones por antiguo ferrocarril Midland:

 

 

MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.  

 

 

LIBERTAD.

 

 

-Final del recorrido literario por el Ferrocarril Midland-

 

En Libertad, la antigua sede de los talleres ferroviarios estará terminada la aventura literaria del antiguo Midland. Desde Marinos –una estación relativamente joven- hay un tren real –el Belgrano Sur- que puede recorrerse hasta Aldo Bonzi en el tramo original del Midland para continuar por las vías que fueron alguna vez del Compañía General Buenos Aires para hasta la estación Sáenz con futura extensión hasta Plaza Constitución.

Desde km 12 hasta Puente Alsina el recorrido está suspendido y por tramos la vía ocupada.

 

Queda renovada la invitación a participar en las tres últimas estaciones del Midland. Que la utopía del tren literario no se detenga y haya fuerza demencial literaria para seguir adelante con el extenso recorrido del Provincial. El cierre del Midland se acompañará en sucesivas ediciones con escritos de los amigos que han participado en esta hermosa aventura.

 

 

 

InventivaSocial

Plaza virtual de escritura

-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.

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