jueves, marzo 24, 2022

LA ILUSIÓN DE LA VIDA ES QUEBRADIZA Y TIEMBLA.

 


*Foto de Noelia Ceballos.

 

 

 



 

 

 

GRITOS*

  

Se pueden ver las carretillas que llevan los desperdicios

de la luz. Un mundo fuera de foco,

abstraído,

extraño.

Los perros fuera de foco que llaman a presas de otros mundos,

los cazadores que cazan

huecos para llevar

a sus casas.

Nada en su sitio.

O tal vez cada cosa conservando empecinadamente

la obstinación

del sueño.

La oscuridad verde sobre el blanco, los cristalizados

gritos. La historia impersonal de todos

y de cualquiera.

Hay un momento en la tarde, un exacto momento

en que las cosas se tuercen

y de a poco,

como si nada,

empiezan lentamente

a despeñarse.

(La ilusión de la vida es quebradiza y tiembla).

 

*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com

-De su libro CAZADORES EN LA NIEVE, Letra Eme, Buenos Aires, 2014-

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

Esa planta*

 

Esa planta salvada por mí apenas antes de morir

seca detrás de un vidrio sin agua y desfallecida

por la luz de un sol que le llegaba con la potencia

de una lupa, produce brotes de seis o siete hojas,

nunca cinco y jamás ocho, yo me pregunto qué es

lo que decide que la cantidad sea de seis o siete,

es evidente que la planta no sabe de conjuntos

pares e impares, y por qué hojas verdes claras 

y por qué verdes amarillas, por qué ocurre que,

de un conjunto y sin motivos alguna siempre

se seca de manera parcial o completa, y por qué

las hermanas vecinas persisten rozagantes, qué

no alcanza para todas, cuál actúa con egoísmo,

por qué claudican unas, por qué resisten otras.

Trato de ser con ella un Dios prescindente

y la planta no me implora ni me maldice

y no hay, que yo sepa, ninguna deuda

ni pecado ni conducta punible,

y, sin embargo, la injusticia

persiste y no se extingue.

  

*De Horacio Rodio. horaciorodio@hotmail.com

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

CANCION DE ADIOS*

 

Toda la noche ha silbado y no es el viento.

Ha recorrido en silbos circulares tu cuerpo.

Sé que vienes del miedo.

 

El zorro te ha orinado y atacada has sido por los cuervos.

No temas, tu pelambre de hembra está a salvo.

 

En mi sangre hay un oscuro navío escondido

Creí que tu sangre crecía como savia

Cada púa tuya me confirma que eres solo carne.

Ya es tiempo de dejar la estación del apenas.

-No debería, no; no debería existir el apenas-

- La mentira no debería tener patas cortas-

 

Los brotes ya borran la plenitud del rastro.

Es tiempo. Tiempo que se va y no vuelve.

De enterrar la locura. Dejar crecer la hierba.

Cerrar de nuevo, la Caja de Pandora.

 

No obstante el payaso llora y ríe.

Es la hora del verbo, del temblor y del adiós.

Falacia. Invención. Humo de hierba. No importa ya.

 

Salivaré, de tus flancos, las púas.

Mordisquearé. Una a una hasta morir.

Hincaré los dientes en tus hombros.

Lameré la humedad de tus diversos rostros.

Beberé de tus clepsidras plenas.

Treinta esperas y ciento ochenta estaciones.

Consecutivamente. Una vez, otra vez más.

Luego, amor, te dejaré partir.

Vos y yo seguiremos jugando al camino solitario.

Mas, lo sé.

En tus oídos, ámbito del ultrasonido de mi pena.

Esta canción de amor, no morirá. Lo sé.

 

*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@gmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EN LA TIERRA DE LOS HOMBRES Y LAS MAQUINAS*

 

Mi casa ya no tiene memoria

pero habita debajo de mi piel,

donde el aire tibio del verano

avanza, apagando los jazmines

porque llega la navidad.

“Son piedras” – dice el demoledor,

ordenando a la cuadrilla

la desmantelación total

de la historia familiar,

el genocidio de todas las fiestas,

la deportación absoluta

de cada azulejo, destinado

ahora a engrosar

los depósitos gigantescos

de la empresa de demoliciones.

“Son piedras” – dice el capataz,

mientras todos los deudos

al unísono, tiramos

desde la vereda de enfrente

los claveles más blancos

que encontramos

en la tierra de los hombres

y las máquinas.

 

*De Jorge Palma. jpalma@adinet.com.uy

 

 






*

 

Es este

breve tránsito

la vida.

Pasos

huyendo

hacia la eternidad.

Extraviarse

una

y mil veces,

con la brújula inútil

como un talismán.

Ay, qué sabios

somos

cuando somos soledad.

El horizonte es ancho

cuando,

perdido el rumbo,

se elige una estrella.

Y se comienza a andar.

 

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

 

- Mariana nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City Bell. Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena 2014). Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015) La hija del pescador (La Magdalena, 2016).  Piedras de colores (Proyecto Hybris 2018). El orden del agua, GPU Ediciones (2019)

-Su libro MADURA, ha sido editado por Editorial Sudestada (2021)

-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El en sí de las cosas*

 

Vuelvo de una noche aniquilada de sentido,

y me siento en la cama como un autómata

sin un control que me guíe. Caen mis pies

y encuentran las pantuflas por su cuenta.

Allí empieza mi batalla diaria por existir

para que lo real solidifique el vacío ciego

de la oscuridad. En el medio de la cual doy

cuatro pasos vacilantes sobre un piso que

nunca es la causa del titubeo que me tira.

Caigo en un mueble que surge del recuerdo

con esa fidelidad de objeto exento de duda.

Estiro la mano tanteando y siento la arista

siempre firme y leal del marco de la puerta,

suavizado en sus repetidas capas de pintura.

Vería manos de color marrón sobre marón,

si encendiera una luz artificial y repentina

que revele el mundo que estoy regresando

desde el pasado al presente y proyectando

a un mañana posible. Soy en ese momento

el náufrago que besa la arena de la isla.

 

*De Horacio Rodio. horaciorodio@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

*

 

La locura enreda los pensamientos como en el sueño. La odiamos porque cuestiona nuestras verdades, mandatos, convicciones. Porque odiamos cualquier enfermedad y más la del centro del cuerpo que es el cerebro y porque tememos volvernos ajenos, otros. La odiamos como hacían los griegos porque es "hybris", desmesura, barbarie. La expulsamos como si fuera materia de endemoniados, como si hiciera peligrar nuestra vida. La escondemos como algunos animales ocultan sus deyecciones. No queremos ni oír sobre ella, ni mirar a quienes la padecen o gozan. Los poetas, sin embargo, prestan un oído más fino y descubren otro mundo irreconocible, un excedente de sentido. Y porque poesía, arte, música es delirio, perturbación, aguja sobre la piel del mundo.

 

*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com

 

 

 

 

 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 

 

 

 

 

Estación Riachuelo*

 

A Martín Rébora

 

*Por Alberto Di Matteo. licaldima@gmail.com

  

La madrugada se hacía sentir fría y ventosa dentro de los sucios talleres ferroviarios. Marcos Reed, camarógrafo free-lance, sabía que resultaría inusual aquella incursión planeada por Luis Quintana, un singular productor televisivo que ya le consiguiera varias “changuitas” en el pasado. Aunque nada le permitía presagiar esa noche, a bordo de esa vetusta locomotora diésel, lo que acechaba desconocido, más allá del faro frontal que horadaría la noche.

A Luis Quintana, sus amigos le decían Droopy, aquel personaje animado que solían proyectar junto con Tom & Jerry, porque siempre aparecía de improviso en todos lados; además, era un loco de la guerra. Mucho más que Marcos, lo cual ya era mucho decir… Recién un par de días antes, y vaya a saber dónde, Droopy había conseguido el contacto para realizar aquella travesía: filmar las villas miseria cercanas al Dock Sud, únicamente de noche, a fin de rodar las tomas iniciales para una serie de documentales referidos a la marginalidad urbana.

El asunto olía un tanto turbio. Droopy trabajaba cual mercenario para quien pagase, sin importar el producto obtenido, por lo que las condiciones de trabajo podían ser harto azarosas. Tampoco quedaba claro a nombre de quién operaba tal ramal, escondido y casi clandestino. Sin embargo, Marcos no se acobardó. Muy por el contrario, el detalle le daba a dicha incursión un sabor muy excitante. Además, necesitaba cobrar cuanto antes. Las deudas se agrupaban a su alrededor al riesgo del infarto.

Gastón Robles era el nombre del maquinista. Al momento de partir, desde algún impreciso punto geográfico situado entre los talleres de Lanús y Gerli, les puso un par de condiciones ineludibles: que jamás lo enfocara la cámara, y que su identidad nunca fuese revelada en los títulos de la nueva producción.

—Me juego el laburo, ¿viste? —fue su único argumento.

Eran pasadas las dos cuando la ruidosa locomotora se puso en marcha, rumbeando hacia las antiguas refinerías del Dock, rechinando aguda sobre los rieles, cuyo mantenimiento se adivinaba casi nulo. Remolcaba tres vagones, uno cargado y dos vacíos; Marcos y Droopy hicieron silencio al respecto. Pero al acercarse a los cambios de vías cercanos al Riachuelo, Robles les pidió que se agacharan dentro de la cabina de la locomotora, para impedir que alguien los viera.

“¿Quién podría vernos, a esta hora y con tan poca luz, en este lugar de mierda?”, pensó Marcos, intuyendo también que el solo hecho de opinar de manera diferente al maquinista podía llegar a ser peligroso. 

En la semipenumbra, Quintana y Reed alcanzaron a divisar las sombras irregulares que identificaban a los emplazamientos del caserío, levantado a la vera misma de la vía, donde entre las precarias paredes de cartón y chapa apenas existían unos centímetros de distancia respecto del paso de la locomotora. Aunque disminuyese la velocidad, la máquina atravesaba aquel corredor conteniendo el aliento. A pesar de la estrechez, Reed pensó que aquel detalle también hablaba de la persistencia de aquel servicio ferroviario en la zona; de no ser así, la vía hubiese sido ocupada también por dicha precariedad.

—¿Cómo pueden vivir así? —llegó a decir Droopy, incapaz de creer dónde se encontraban.

—¿Cómo quiere que vivan? —respondió Robles, como si la respuesta fuese obvia. —Empezaron a llegar en tandas, sin importarles si había lugar acá para ellos, o no. Y así fueron levantando estas casuchas, como pudieron. Mire, mire: a veces las ponen tan cerca de la vía, que cuando vuelvo cargado y los vagones se bambolean, más de una vez me llevé puesta una pared y arrastré todo lo que venía detrás…

—¿Gente también? —bromeó Marcos, ahogado por la impresión.

—No. Cuando arrastro casillas, no. Pero me pasó que de pronto se abra una puerta que da a la vía, y aparezca alguien delante de mí. Imagínese: un viejo, anciano, que ya no puede orientarse, ni siquiera dentro de su propia casa, se levanta de noche para salir al baño, tantea a oscuras las paredes, llega hasta la puerta, abre. Y resulta que se equivocó… Que la puerta que daba a la letrina común era la otra. Y sale a la vía, a ese pasillito que se forma ahí al costado, justo en el momento en que paso yo. Entonces, las luces lo encandilan, la sorpresa es tan grande, y todo pasa tan rápido, que no llega a reaccionar, ni amaga a tirarse dentro de la casilla. ¡Y “me lo llevo puesto” …!

—No me joda… —sonrió Marcos, incrédulo.

—¡Es la pura verdad! —afirmó Robles, mirándolo de costado, casi ofendido. —Si quiere le cuento pelotudeces que se cuentan por acá para que pongan en el programa. Pero me parece más justo que les diga lo que vivo cada vez que vengo, ¿no?

—Seguro, amigazo, seguro —terció Droopy, palmeándole el hombro a Marcos para que se calle y escuche, sin arruinarle semejante fuente de información.

—Ni le cuento lo que siento cada vez que la locomotora tritura los huesos… —acotó Robles, con un susurro sombrío.

La visión del pasillo a través del parabrisas o las pequeñas ventanillas de la locomotora, encajonando la vía, parecía de una película de terror. La sola posibilidad de que se abriese alguna puerta y alguien apareciera delante de ellos de improviso, a Marcos lo llenaba de espanto. Supuso que podría sentir algo de adrenalina al estar inmerso dentro de algo “clandestino”, pero esto superaba cualquier clase de expectativa.

De pronto, le pareció que aquel tren nocturno aparecía en medio de la noche como una irrupción infernal, casi de otro mundo, que quizá sirviera como “cuento del Cuco” que narraban los adultos para asustar a los críos que vivían en aquel lugar y mandarlos a la cama, sin que salgan de la casa. La idea le hizo sentir escalofríos, pero no por eso dejó de filmar algunas escenas de aquella vía encajonada, ajustando al máximo posible el lente de la cámara para utilizar hasta el último resto de luz, material que quizá sirviera para ilustrar los títulos del documental.

Una vez que traspusieron aquel villorrio, continuaron la marcha hacia el Dock. Los contraluces de la madrugada resultaban siniestros. Y el viento, cada vez más helado, no ayudaba a que pudiesen sentirse a resguardo del paisaje. El silencio se materializó entre ellos, apenas fragmentado por los sorbidos sobre la bombilla del mate amargo, que circulaba de mano en mano, cebado con una sola mano e inusual destreza por Robles, mientras continuaba operando con su mano restante la palanca del acelerador de la locomotora.

Al fin, luego de atravesar un ralo descampado, y oliendo el característico aroma putrefacto del Riachuelo, ingresaron en un ámbito de mayor pesadilla que el anterior. Las construcciones ya no eran desiguales, sino que parecían armadas por opacos bloques de material, aunque éstos no parecieran ser muy sólidos. Apenas se recortaba alguna torre, último vestigio de las refinerías que solía haber desperdigadas por la zona, antiguo reducto industrial de un extinto proyecto de país. Las borrosas siluetas estremecían gradualmente a Marcos –dudoso respecto de lo que continuaba filmando, a raíz de la escasa luz imperante-, aunque ni él ni su productor se animasen a decir nada.

—¿Dónde estamos? —consiguió decir Droopy, venciendo sus recientes temores.

—Supongo que para los planos del Municipio esta zona ni siquiera está urbanizada —comentó Robles. —Los vecinos la llaman “Villa Batería”, porque la construyeron como todas, con materiales en desuso. Y como acá hubo una fábrica de baterías eléctricas, los bloques de las casillas son eso: baterías en desuso.

Marcos y Droopy se miraron con espanto.

—¿Y la contaminación? —preguntaron al unísono.

—¿Qué contaminación? —repreguntó el maquinista. —Los que viven en este lugar ni siquiera saben que esa palabra exista.

“¿Sabrán que ellos mismos existen?”, se estremeció Marcos. Y la sola idea de imaginar la clase de gente que pudiese vivir en un lugar así, expuesta a los venenos y las radiaciones, desarrollando quizá hasta mutaciones inconcebibles, le generó náuseas. “¿Se sentirán desahuciados, respirando apenas mientras aguardan que les llegue la muerte, sin proyecto alguno a futuro, o tampoco sabrán lo que ese concepto signifique?”.

El panorama resultaba desolador, aunque quizá estuviese potenciado por la desbordante imaginación de aquellos hombres, temerosos de ver aparecer entre las montañas de baterías corroídas y apiladas cualquier silueta que pareciese deforme, incluso teñida de verde y con algún ojo de más…

Robles avanzó otro centenar de metros y detuvo la formación, haciendo chirriar los frenos y resoplar el motor. Delante de ellos se extendían las oscuras y aceitosas aguas del Riachuelo, abundantes en petróleo, carentes de vida alguna. Se hallaban cercanos a la desembocadura en el Río de la Plata; aquella zona debería estar custodiada por la Prefectura Naval. Aquel era el destino final de Robles.

—Pueden bajar y trabajar tranquilos —les informó. —Yo tengo que esperar a que dentro de un rato llegue un cargamento, hacemos el intercambio de mercadería, y nos volvemos por donde vinimos.

—¿Cómo lo traen? —preguntó Marcos, aunque al terminar la frase sabía que había dicho una obviedad.

—Navegando —masculló Robles, mirándolo de costado, casi apenado ante su ignorancia o ingenuidad.

Indagar acerca de la legalidad de aquel cargamento resultaba casi una broma de mal gusto, por no decir una falta de respeto. Droopy le hizo una seña, y ambos descendieron de la cabina, transportando el equipo de filmación, mientras Robles encendía un Particulares.

—Estamos en pedo si pensamos hacer alguna toma en este lugar —le advirtió Droopy. —Y más en pedo por haber venido sin chequear en detalle las características del lugar. Que nos afanen todo sería lo más suave que nos pudiera pasar.

—Ese es tu trabajo —se atajó Marcos.

—Sí, ya sé. Pero el Gordo me repudrió con que tenía que traerle algo pronto para armar el programa piloto. Ni se me ocurrió que nos íbamos a encontrar con esto.

—¿Y por qué no se lo vendemos a alguno de estos tipos que hacen periodismo de investigación?

—Porque necesitamos algo más que esto para hacer una denuncia, boludo. Y porque con esa VHS del año del pedo no vamos muy lejos con la calidad de imagen.

Marcos miró la cámara que transportaba en la diestra y volvió a preguntarse qué clase de tomas podrían hacer con esa luz, sin quitarle “naturalidad” al paisaje cuando proyectaran los flashes de los focos que cargaba en la mochila.

—Vos quisiste venir hasta el Infierno a como diera lugar —le señaló a Droopy.

“¿Qué estarán contrabandeando?”, se preguntó. Aunque la respuesta tenía el mismo grado de certeza que preguntarse acerca del origen y destino final del alma humana: cualquier opinión era válida, y carecía de importancia.

Hicieron un breve rodeo, sin alejarse demasiado de la locomotora. El lugar les generaba bastante aprensión, casi como si hubiesen penetrado en una casa abandonada, famosa en el relato de los vecinos por encontrarse embrujada. Utilizaron la escasa luz de un foco de alumbrado para filmar apenas un rincón de esa lúgubre villa, sintiéndose vigilados por ojos insomnes. Sabían que debido a las pésimas condiciones de filmación cualquier material que llevasen sería descartado de plano en la “isla de edición”, pero preferían mantenerse ocupados antes que reconocerse transitando por aquel lugar. Y menos aún pensar que los acechaban los cuatreros…

La barcaza arribó a la media hora, piloteada por un marinero hosco y extranjero. Descendieron cuatro hombres, gruesos e inexpresivos, que los miraron con recelo. Marcos apagó la cámara de inmediato, intimidado por aquellas miradas. Pasaron junto a ellos y abrieron las puertas del único vagón cargado. Las cajas en su interior carecían de sellados o etiquetas, al igual que las que comenzaron a bajar de la barcaza. Robles se sumó a la tarea cuando terminaron de vaciar ese vagón; quizá también recibiese un porcentaje, aventuró Marcos. De a poco, los tres vagones de la formación se iban llenando con el transporte de la barcaza.

Y de pronto, la idea que tuvo fue tan clara que le resultó la mayor obviedad que se le pudiese ocurrir en toda la noche. Sólo faltaba que los misteriosos habitantes de aquel lugar les armaran un piquete con las ruinas de antiguos chasis de automóviles sobre los rieles, impidiendo la salida de la formación y “mejicaneando” el botín, para que toda la escena fuese el fiel reflejo de la cruel pauperización a la que los sucesivos gobiernos habían llevado al país. Un sistema carcomido por la corrupción, una población indigente y al borde de la muerte, un horizonte oscuro y sin atisbo alguno de futuro… Si no fuese por su constante y progresivo escepticismo, podía haber llegado hasta a sentir náuseas.

Entonces volvió a encender la cámara, sin que nadie lo notase –ni siquiera Droopy, absorto en el monótono ir y venir de los changarines-, y filmó como al descuido, sin llevarse la cámara al hombro, apenas enfocando con la lente desde la cadera, ignorando si alguna imagen nítida podría llegar a tomar la película, pero con el pecho oprimido a partes iguales entre la indignación y la naturalidad de una escena, que ocurría allí, más allá de toda descripción o análisis. Deseoso de testimoniar algo, de captar hasta el último detalle de una vivencia irrepetible, aunque supiera que tal vez no sirviese para nada, salvo para llegar a dormir tranquilo el resto de las noches por venir…

 

 

-Alberto Di Matteo. Escritor por vocación, y psicólogo de profesión.

Escribe desde principios de su escuela secundaria. Su papá le contaba cuentos (inventados por él) antes de dormir, y de allí Alberto intuye que le surgieron las ganas de contar. Ha participado en diversos certámenes literarios.

-Ha publicado en Inventiva Social cuentos para la serie InvenTren en recorridos literarios iniciados en el año 2002.

Hace suyas las palabras de John Cheever, "escribo para entenderme y entender el mundo".

 

 

 

Próximas estaciones por antiguo ferrocarril Midland:

 

Apeadero KM. 38. 

 

MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.  

 

 

LIBERTAD.

 

-Final del recorrido literario por el Ferrocarril Midland-

 

En Libertad, la antigua sede de los talleres ferroviarios estará terminada la aventura literaria del antiguo Midland. Desde Marinos –una estación relativamente joven- hay un tren real –el Belgrano Sur- que puede recorrerse hasta Aldo Bonzi en el tramo original del Midland para continuar por las vías que fueron alguna vez del Compañía General Buenos Aires para hasta la estación Sáenz con futura extensión hasta Plaza Constitución.

Desde km 12 hasta Puente Alsina el recorrido está suspendido y por tramos la vía ocupada.

 

Queda renovada la invitación a participar en las tres últimas estaciones del Midland. Que la utopía del tren literario no se detenga y haya fuerza demencial literaria para seguir adelante con el extenso recorrido del Provincial. El cierre del Midland se acompañará en sucesivas ediciones con escritos de los amigos que han participado en esta hermosa aventura.

 

 

 

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-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.

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