martes, mayo 22, 2007

DE LA MEMORIA SECA


De la memoria seca...



Yester*



Pero el silencio continuaba, y era
indudable que en el silencio se incubaba el muerto.

El hijo del millonario - Gómez de la Serna




Mis fantasmas son gente suave. Menos mal. Casi sonríen, como si su víctima anduviera ubicandolós para tomarles una fotografía. Es como si sonrieran; una pose contra la que no puedo competir sin violentarme, sin poder evitar ser insincero.
Ellos nunca desmienten su condición anfibia, ondulante, de comisura; tal vez no podrían disimularla o no les importe que se les entienda por medio de la superficie ofrecida.
Los vigilo pero me veo obligado a desmentirme a cada rato. A desmentirme en principio por miedo a someterme al incremento de las desmentidas.
Ellos me preparan sus trampas en tanto hacen como que se ocupan de sus asuntos diarios, tal como hacemos los simples mortales, a este lado de las paredes. No porque lo persigamos sino por obligación, diferencia a la que la ambigüedad pone nombres culminantes.
En ello consiste su metodología invariable, atmosférica, trascendente. Lo he aprendido, y para mi protección, no para mi beneficio, como aprendieron los negros a hacer chozas con nuevos elementos al alcance de sus manos.
Soy su niño y siento que así se complican en mantenerme. Como si existiera un intercambio necesario, una reciprocidad solvente. Me miran de soslayo, eso sí, avenidos; siempre listos. Ellos complicados, yo terrible. Como si mi caso fuera la causa; como si llegara adonde están o me moviese adrede o subrepticio de mi quietud de estatua de mí. Para ellos, ser inquieto no es uno de los modos de ser sino de negarse a tan alta tarea. Resistirme es mi modo mínimo de ser. Y es grave; sobre todo para mí. No es trance para tirarseló a la cara a alguien que crece y quiere crecer.
Y no puedo llorar. Uno de los límites que asignan. Cuando lloro mis fantasmas se inflan de regocijo, bailotean y se van un momento. Traen sus espejos desde los esquivos cuartos, para hacerme un banquete de imágenes reales en una sobremesa que yo me invento.
Por tanto, mis fantasmas son gente paternal. Lo digo. Soy su vicio, poco menos. Poca cosa como vicio, como todo vicio. El vicioso siempre inyecta raquitismo a su cadena. Porque el vicio no satisface. Mi deber consiste en superar tan pobre nivel, sin que me lo establezcan y sin que me lo exterioricen, con lo que ni siquiera sé si lo que asumo alcanza alguna categoría o no pasa de constituir rastros fantasmales de mí.
Burdo ejemplo, uno de mis fantasmas me impide comer tierra o polvo de ladrillo. O sea, ha determinado que es indigno de un ser humano en formación. Pero me inicia en el amor al dinero, esa pesadilla sin interrupciones. A cambio, otro, ejemplo mejorado, juega su fortuna a cara descubierta, para hacerme desfallecer; su desidia me hace desfallecer en mi flamante amor. Mi debilidad puesta en evidencia es el valor que apuestan en el juego que juegan conmigo cada noche, o lo que es peor, cada anochecer. Además de mi herencia, esa ebullición, juegan con mis parientes, que hacen de naipes y manos amigas apostando a mi convalecencia. Me inculcan mi propia levedad; me preparan para sospechar de mí, para anticiparme o recapacitar, esas torturas, esas aureolas. Los ojos inocentes no alcanzan a ver el demonio; sólo los ojos aterrorizados lo ven. ¡Me hubiese gustado verlos si yo desapareciese del todo!
Ellos, para constituirse, para persistir, necesitan que yo los odie.
De esto no me caben dudas. Lo sé porque todavía no lo comprendo. Creo lo contrario y me cuestiono. Sé que no puedo dejar de odiarlos. Acatisia de mi temple. Cuando me piden que los ame y obedezca, trato de lograrlo, plazo que me revuelve las tripas.
Este es el fuego que me destruirá, como hizo con Troya o todavía hace con el alma de la arcilla.
¡Qué no dirán ellos a través de las emisiones y ediciones del aire, su dominio!
Mis fantasmas son gente sosegada, flemática. Nunca mienten; una verdad terriblemente falsa. No lo desmentirán.
La vigilancia tácita a cargo de mis aparecidos falsea cada una de mis actitudes, porque ellos las nombran primero, las incluyen primero que nadie en su idioma codificado. Se hacen oír. Me hacen sentir que sólo ellos saben quién soy, que todas mis ideas e ilusiones sobre mi persona están equivocadas y truncas o que siguen cursos desviados por necedad o propósito. Al menos en parte, acusan, me llevan o los llevan a ellos, que es peor, a peligrosos engaños.
Yo me percibo como detenido frente a un espejo. A pesar de toda la carga de estupidez que define a los espejos, mis fantasmas me ven tal cual soy. La historieta de mi vida irá demostrandolés (¡demostrandomeló!) que tienen razón en vigilarme; que les presto y prestaré fundamento a esta custodia tras bambalinas sin tregua
Mientras tanto mi yo secreto no puede dejar de imaginar la otra vida de mi vida. Como si eso fuera su hermoso secreto. Fantasmas de mí. Si el mundo fuera como a cada uno se nos antoja o como desea que fuese ¿qué sería el mundo? Nada; no podría ser. Ser es imperativo.
Si la gente fuese como deseamos o se nos antoja que fuese ¿qué sería la gente? ¡Guerra herida de amor! ¡Frankesteins! No podrían ser de ninguna manera. Recuerdo un hermoso cuento de Bradbury en sus Crónicas. Un cuento de mensaje aterrador.
Si el mundo viniera a ser como cada uno de nosotros se le antoja, sería el caos. Los dioses organizan el mundo a partir de alinear la posibilidad de nuestros deseos. Lo otro es el caos mayúsculo de la coeficiencia, de lo irremediable. Ustedes dirán que ya vivimos en el caos. Pero les contesto que piensen seriamente en este planteo. Esto me parece lo más importante de la negatividad, del conservacionismo propio de las cosas y los seres vergonzosos y dubitativos. Es tan en extremo embarazoso cambiar al mundo que anda siempre embarazado de algo, y tanto lo es lograr que alguna gente actúe como queremos que lo haga. Por suerte es así. De cualquier otro modo viviríamos sumergidos en tremendas batallas y fanatismos, como en el mismo infierno. Sospecho que el infierno más dantesco sería un mundo o una humanidad que se plegara de continuo a la voluntad de alguien o a las propuestas que surgieran en todas partes. Ustedes podrán alegar que de algún modo el mundo y los humanos vivimos condicionados por influencias y voluntades que en determinados momentos supieron o pudieron imponerse o convencernos. Es cierto, pero aun ese realismo del canje tiende a la conservación. Es notable el esfuerzo constante que tales voluntades realizan a diario para publicitar su triunfo. Es parte de la inercia vital cuya primacía estoy señalando. Son logros, y al decir logro no califico ni justifico, logros históricos que requirieron de circunstancias y actores privilegiados. En esta actualidad esos logros parecen más accesibles y dinámicos y hacen más deseable la mudanza. Tal vez produzcan esta sofisticada vulgaridad que domina. Tal vez buscan imponer la decadencia de lo otro, de lo distinto. Algún día afirmaré que la corrupción es la nueva tierra fértil del sistema.
Lo secreto de mi secreto no puede abandonar sus sueños. Como si mi ser yo mismo fuera ser parásito de mí. Maldigo estas horribles compulsiones. Envuelto en esta beligerancia no tengo tiempo ni oportunidades para ocuparme de otras cuestiones en tanto ellas. Sólo si me permiten utilizarlas en la lucha me lanzo sobre algunas. A veces con entusiasmo, cuando sirven para abrir un flanco que considero sorpresivo o que los obliga a levantar sus calibres para gambetearme, es decir, para dejarme en mi lugar. Luego, en verdad, me sorprende el temor que me brota. Preveo sus deliberaciones y los espío a mi vez, exponiéndome a la ridiculización. Este es mi modo de crecimiento. En caso contrario sería un hongo; peor, su hongo. Crezco contra ellos, no apegado. Es lo que quieren ¿no? Dejarme venido a bicho táctico. A pesar de ellos, a pesar de su agua sombría. A través de mí. Para encenderme. Para contrarrestarlos. Para fortalecerme. Inmunológicamente. Así, no digo que yo sea mi propio parásito pero sí digo que me vuelven el parásito del mundo. Los maldecidos no me permiten enamorarme, por ejemplo. O sea, me mal enamoro. Soy, actúo de todos modos. Tortuosa afirmación. Me aprietan por los propósitos.
Bueno, mis fantasmas maquiavélicos son gente suave y paternal, ensuciadora de la amabilidad, pero creen de mí que conspiro contra su tutela y especificaciones; y creen que en la práctica no me dedico a otra cosa. Me impulsan, por tanto, a darles la razón o a justificar sus actitudes. Esta buena gente me pervierte. ¿Tienen alguna otra actividad? Me encaran hacia ese sector del cielo desde donde menudean las tormentas. Su sinergia me enseña a amar los valses, por ejemplo, esa carne de ensueños. Esto es condenarlo a uno a la eterna insatisfacción.
De este modo he llegado a sufrir el siguiente síndrome: cuando disfruto intensamente de algo, como puede ser la música desconocida, la luz cambiante o la calma, o algo mucho más simple, o cuando advierto con intensidad la belleza que me rodea como si fuera novedosa, disfruto de mi incapacidad para apreciarla y reiterar una emoción, de inmediato suena una alarma interna, en mi interior y hacia la espalda, y proyecto que se acerca el momento de morir, porque esta gratificación tan especial, a menudo exclusiva, sólo acontece como compensación por la llegada del hecho más fúnebre. Se enciende y se proyecta, como desde un fanal rasante; a veces, cuando estoy por dar un paso o tanteando un escalón.
Supongo que a medida que avancen los años sobre mí y se agraven los sedimentos de su docencia, tenderé a un menor discernimiento de los daños a que me sometieron los fantasmas, y mi odio irracional, como un gas comprimido, irá en fomento de mi ceguera. Me convertiré, a mi pesar, en el continente contenedor de una inquina creciente, lunar, hasta que en mí no haya sitio para otro combustible, fuera de despechos, vanidades, egoísmo y soberbia, meros isótopos o coágulos.
Si llegar a este colofón no es su régimen de tortura más culto ¿cómo llamarlo, entonces? ¿Cómo diseñar el fracaso cultural?
El carácter de mi situación es lo menos parecido a un nacimiento, a una cita con el maravilloso mundo de fuera. Nunca lo veré. Nunca anunciaré mi parto. Nunca me siento frente a una revelación deslumbradora que me transporte de alegría. No sé qué es la alegría. Aunque sucediera de tal modo que a partir del gran momento comenzara a ramificarse, manifestarse y perder temperatura. Por acción de mis fantasmas estoy obligado a protagonizar una sumatoria, o una resta, según lo miremos desde adentro o fuera, condenado a un cáncer trabajoso, artesanal. Es decir, destinado a una degeneración de la esperanza. No puedo llamar esperanza a lo que tengo en ese sitio porque ya la he palpado inútil, patológica. En todo caso mi revelación no está al final del camino; el camino conduce, se precipita por sí mismo al abismo que todos los pesos convocados irán provocando frente a mí. Caminante lateral, testicular. Inevitablemente frente a mí mismo, que podría decir que todo el tiempo he caminado hacia su espejo y ahora me veo. ¿Cómo no negarme con todos los recursos de mi vitalidad a este paisaje? ¿Cómo no negarme a aceptar la simple condición de forma, tronco, piedra?
Esta réplica de mí que ellos se inventan y dicen impulsar ¿hasta qué antípoda de mí podría llegar? ¿Qué hazañas o crímenes podría originar? Lo que ellos llamarían su logro ¿no podría ser mi perdición, mi funeral? Siento que no está a mi alcance hacerles comprender que en sus manos me considero un bicho, me pongan patas arriba o sobre mis patas. Ellos pretenden una versión de mí que de cualquier modo concluirá en un bicho. Víctima o criminal, soy el verdadero, y no contengo algunas versiones a elegir sino que soy el dueño del circo. Claro: soberbia, egoísmo. Me mandarán a la iglesia a confesarme. Tendré que ir y descubrir por dónde circulan ensotanados los mismos fantasmas, cómo suenan a cadenas sus rosarios y a máquina sus crucifijos. ¿Y cómo confesarme, entonces, si querría insultarlos, baldearlos? ¿Y cómo habría de decirlo sin usar las palabras de otro credo, sin las gesticulaciones de otro rito, sin volverme un hereje definitivo antes de empezar? ¿Cómo evitar ponerles el flagelo en las manos? ¿Cómo no odiar sus manos, que por ahora pasan colgadas de los trapecios?
Advierto demasiadas cuestiones que me remiten a la condición de espectador y advierto pocas que me reclamen como actor. Protagonista, ese que suda y a quien ensordece el motor del corazón. ¡Ah! Para mi consuelo, uno de los gestos más expresivos que puede hacer una persona es arremangarse, ese gesto que señala que va a pasar a la acción. Que se acerca a calentarme el traste o la mandíbula. Una de las cuestiones más fuertes, de las que consume buen combustible, es la desobediencia. Sí, lo sé, otra es la venganza, la divina venganza; tal vez una versión de la simple, deportiva necesidad de revancha. Conjugan en mí estos dos estados saludables mis fantasmas, pero es la desobediencia quien casi siempre toma la delantera. Por ramplona. Cuando la trama es tan sutil que me lleva tiempo, surge el deseo de vengarme como única opción equiparable. Residual pero necesario ese deseo, esa equivocación, quizá irreemplazable.
El corpus de la tradición es una antipática serie de trampas, de actitudes tramposas. Es decir que sus historias, que ya no me seducen, han terminado dominadas por los fantasmas. La eficiencia y la gracia que deben constituir, han sido vueltas fantasmagorías.
En cuanto hace a mi experiencia, digo que los tímidos o intimidados, vaya a saberse, deseamos la omnipotencia; no nos queda otra salida. Por ese motivo nunca empezamos nada. Nos quedamos esperandolá. Por otro lado un lugar donde nunca pasa gran cosa se vuelve un lugar extraordinario porque el suceso cuelga del cielo y sólo hay que saber contarlo bien para que comience a precipitarse. Es dificultoso para los pueblos tener estilo. Las contradicciones son las molduras que ornamentan las calles.
Violaciones como las de oír la voz de los pájaros o tender el oído cuando se apagan los traqueteos de la calle, a las que los fantasmas dan poca importancia dado su poder atravesar paredes, me llevan tiernamente a ocuparme en tácticas de ese tenor. Si me oculto a leer libros de medicina, nada me dirán. Aunque esos libros contengan fotos procaces, ilustraciones o referencias realistas a lo venéreo, a épocas tan disolutas como el Medioevo.
Si lo único que me estimula a ser, a crecer, son los modos y maneras de la represión, el control y las convenciones devengadas, pero a la vez, como es lógico pensarlo, me habitúo a ellas ¿en qué clase de adicto insufrible me convertiré? ¿En qué cronicidad y qué régimen de crisis no terminaré encerrado?
Por mis estructuras expresivas cualquiera se da cuenta de que siempre juego a ser y a no ser, en ese orden.
La cena está servida y quedo canta mi corazón. Esta tardecita desobedecí la voz de mi conciencia y pude disfrutar del crepúsculo; quiero decir que pude oír la canción del crepúsculo. No hice ningún caso cuando los fantasmas me ordenaban meterme a la casa porque hacía frío o iba a caer el sereno. Aunque las voces sonaron dentro de mí, hice como que no oía.
Mastico con alegría mi porción de ‘ropa vieja’ y miro con burla la blancura del vaso de leche.



*de SIMON ESAIN. simonesain@hotmail.com
De su inédito Setiembre Naif






¿PARA QUIÉN CANTO YO, ENTONCES?*




En su libro "Homo videns (la sociedad teledirigida)", Giovanni Sartori expone una teoría alarmante: el "homo sapiens", caracterizado por su capacidad de desarrollar una inteligencia abstracta mediante el complejo aprendizaje de un lenguaje simbólico (el de la palabra escrita), estaría siendo reemplazado por un "homo videns", individuo que, al ser formado desde niño bajo el imperio de la imagen, no logra desarrollar su inteligencia abstracta y, por lo tanto, llega a la adultez sin poder comprender conceptos, transformado en un ser pasivo y acrítico que mira sin ver, y ve sin entender.

Por supuesto, resulta imposible aventurar desde la mirada inevitablemente miope de la contemporaneidad si las conclusiones a las que arriba Sartori son sólo una exageración apocalíptica o si, por el contrario, estamos en presencia de una notable muestra de lucidez respecto del futuro que nos aguarda como especie. Sin embargo, aún si se estimara que su pronóstico es descabellado, parece innegable que su diagnóstico sobre el presente no lo es. Cualquier docente que se haya parado al frente de un aula en los últimos tiempos puede dar fe de algunos de los síntomas preocupantes descriptos en el libro. Y no hace falta recurrir a minuciosos cuadros estadísticos para comprobar cuántas horas diarias dedican los "video-niños" a la televisión y/o a Internet, ni para constatar su escaso apego a la saludable gimnasia de abordar textos escritos.

Es cierto, se ha teorizado hasta el cansancio acerca de las consecuencias perjudiciales que trae aparejada (a los individuos pero también a las sociedades) la ausencia del hábito de la lectura. Pero Sartori va una vuelta de tuerca más allá de lo habitual y lleva la cuestión desde lo sociológico hacia un plano antropológico. Ya no se trataría simplemente de una costumbre que ha caído en desuso, sino de un comportamiento que genera una modificación estructural en el desarrollo intelectual de las personas y, con ella, una manera nueva -y notablemente empobrecida- de percibir la realidad.

¿Exagera Sartori? Puede ser. ¿Es sólo un recurso retórico al que echa mano para llamar la atención sobre el problema, (o sobre sí mismo)? También puede ser. Pero ¿cómo no sentirnos profundamente descorazonados frente a un niño de 12 años que nos pregunta, con pragmático escepticismo, cuál es la gracia de imaginarse cosas? Y es que ahí radica justamente la gravedad del asunto: el problema no es que a la mayoría de los niños y adolescentes actuales no les guste leer; el problema es que, directamente, esa mayoría no consigue ya captar qué sentido tiene el hecho mismo de la lectura. El universo de los libros les resulta antinatural, lo observan con extrañeza pero sin curiosidad. Pueden prescindir perfectamente de él y no sienten culpa o vergüenza alguna por ello.

En un mundo regido por la primacía de lo audiovisual, dedicarse a producir textos suena a despropósito. Sartori no se detiene a explorar esta problemática de los escritores pero, dado el contexto tan adverso que describe, resulta evidente el incómodo lugar al que hemos quedado relegados. "A esta sociedad anestesiada le sobran los escritores", se quejaba cáusticamente Camilo José Cela en su prólogo a "La colmena". Quizás pueda discutirse la falta de matices de tamaña aseveración, pero es imposible desconocer la dosis de verdad que la misma contiene. Convengamos que el mundo no sufriría ningún descalabro si un buen día se decretara un paro general de poetas.

En la Argentina, para que un libro sea considerado un éxito editorial, debe vender unos cincuenta mil ejemplares, fenómeno éste que no constituye, por cierto, el resultado usual alcanzado por la mayoría de los títulos editados en nuestro país (a no ser, claro, que uno haya tenido el buen tino de convertirse en figura mediática y recién después ponerse a escribir). Téngase en cuenta que muchos de estos libros salen a la luz costeados por sus propios autores, en ediciones pequeñas que no superan los 500 ejemplares, los cuales -por añadidura- suelen no encontrar demasiados lectores dispuestos a comprarlos. Y si bien es cierto que cincuenta mil lectores, puestos todos juntos, llenarían la cancha de Boca, la importancia de esa cifra se relativiza si se piensa que, en el mundo de la televisión, cincuenta mil personas equivalen a menos de un punto de rating, y que una audiencia semejante representa un rotundo fracaso comparada con los tres o cuatro millones de entusiastas seguidores con que cuentan los programas más exitosos de la pantalla. Por otra parte, no hay que olvidar que vivimos en un país que tiene cuarenta millones de habitantes; es decir que un libro es considerado un suceso cuando lo compra algo más del 0,12 % de la población nacional, porcentaje éste -dicho sea de paso- con el cual un partido político no lograría jamás colocar un diputado en el Congreso. No se puede reducir el problema a una mera cuestión de cifras, por supuesto, pero éstas vienen bien para comprender dónde estamos parados los que escribimos.

No creo, a pesar de todo, que los escritores seamos una especie en vías de extinción. Sea por idealismo, fatalidad o insensatez, siempre habrá, estimo, quienes nazcan con esta inefable vocación de ordenar y combinar palabras para plasmar con ellas ideas y sentimientos. El problema no está dado por saber si vamos a sobrevivir, sino por dilucidar en qué condiciones vamos a seguir ejerciendo este don que nos ha tocado en suerte. Porque es altamente probable que, en una sociedad de "homo videns", lo que mejor sabemos hacer en la vida termine por no importarle a casi nadie. De ser así, los escritores nos volveremos sujetos irreversiblemente anacrónicos y más antifuncionales que nunca, seremos como expertos en glaciares viviendo en el Sahara o especialistas en filosofía presocrática intentando trabajar en Wall Street. ¿Qué sentido tendrá entonces nuestra tarea? ¿Acabaremos acaso transformados en una secta estrafalaria, con códigos inteligibles sólo para iniciados? ¿Le daremos a nuestra obstinación un matiz de heroísmo romántico que nadie, excepto nosotros mismos y nuestros pocos pares, será capaz de apreciar? ¿Nos aferraremos a la ilusión de ser adalides de una resistencia fantasmal que, en términos globales, pasará completamente inadvertida?

No sabemos, claro, si las profecías de Sartori habrán de cumplirse o no, pero es indudable que ciertas manifestaciones de ese porvenir hipotético laten ya en nuestro presente. Por las dudas, deberíamos empezar hoy mismo a preguntarnos, como en aquella canción de Sui Generis, "¿para quién canto yo, entonces?". Y tratar de contestarnos honestamente, sin apelar a los seductores artilugios de la poesía.

No sea cosa que el futuro nos tome desprevenidos.


*de Alfredo Di Bernardo. alfdibernardo@ciudad.com.ar







Sí, el Hambre es un Crimen*
21/05/07


Me tendrán que disculpar algunas cosas. No estoy bien de salud, por lo tanto,
si se quiebra la voz, o renguea el ánimo, ustedes me van acompañar...
Agradecer a los chicos heroicos, los que van a pedir pan para sus hermanitos.
Agradecer a los educadores y a la madre coraje que es Norma Basconi.
Agradecer a las distintas organizaciones. A la Central de Trabajadores Argentinos.
A mi entrañable amigo Víctor de Gennaro que me acompañó metro por metro en esta Argentina.
Al MTL, a mi querido Chile. A la Corriente Clasista y Combativa.
A las distintas organizaciones sociales, perdón si me olvido de alguna.
A la gente que vino solita. A los que vinieron a buscar un abrazo.
Y gracias por este sol Carlitos Cajade, mi hermano del alma.
Me decían antes que muchos medios habían invisibilizado a nuestra marcha,
no me preocupa compañeros, nunca me preocupó.
Se crece por abajo. El árbol es fuerte por abajo, si queremos buen ramaje,
si queremos buenas hojas, si queremos buenas frutas, voy para abajo compañeros, al pie.



-I-


Permítanme unas cifras: casi dos tercios de nuestra población-país es pobre. Nueve millones de niños bajo la línea de pobreza, la mitad son indigentes. Treinta por mil de mortandad infantil en Formosa. Cuarenta y cinco por ciento de pibes desnutridos -o sea mutilados- en la Capital de Corrientes. Si realizáramos una encuesta en Florencio Varela o José C. Paz ¿qué cifras nos daría el horror?
Este Gobierno es productor de soledades y de hambres eternas: Ese experto futuro que nos inventaron. La imaginación inagotable del capitalismo en serio -que se domicilia en la caridad y desaloja a la justicia- todos los meses 150 pesos para que vivan bien dos hijos mamá y papá -y electrodomésticos si llega la hora de las urnas- intentando controlar con la limosna general la rebeldía de los humillados transformando la felicidad en una lejana esperanza celestial, mientras se aniquila el prodigio de la vida.
Por eso rechazamos, y por eso combatimos, esta política económica que favorece a las grandes empresas, entrega su petróleo, vende sus tierras y le quita pibes a los potreros.
Los desvaríos del Ejecutivo Nacional no se limitan a proponernos un tren bala, sino que omiten los derechos económicos, sociales y culturales para nuestros niños, cuando las leyes mayores ordenan al gobierno invertir en niños con el máximo de los recursos disponibles. Mandato que el Estado no cumple, que este presidente no cumple, incurriendo en deuda magna, a pesar de declarar que este gobierno dispone de casi 40 mil millones de dólares de reservas, violando sistemáticamente los derechos humanos que permiten el derecho a la vida. Sí, el hambre es un crimen.
Muchos funcionarios actuales que fueron un día progresistas de molde y que ahora contemplan con una sonrisa de Chicago la lucha de estos niños y educadores como una ingenuidad o como una antigualla. Tienen la memoria seca. No es sorpresa para nosotros, ya lloramos hace años.
A nosotros -educadores trabajadores- nos guían nombres germinales: Agustín Tosco, Rodolfo Walsh, Atilio López, René Salamanca, Germán Abdala y queremos completar sus vidas.
Lo decimos sin ambigüedades el capitalismo inevitablemente corrompe, inevitablemente extingue la vida humana: Por eso el hambre, por eso el paco, por eso el gatillo fácil. Y tendremos que ser los trabajadores los que llevemos hasta el final “la obra de liberación, en nombre de generaciones vencidas”.
Construir una sociedad de semejantes no admite espera, porque la única materia prima no renovable son nuestros hijos: texturas del futuro. En la pizarra de los caminos los niños nos dejaron un legado: Los pibes no marchan porque son felices. Marchan por la felicidad, como “los pájaros no cantan porque amaneció, cantan para que amanezca”.

Ni un pibe menos. Con ternura venceremos.



*Discurso de Alberto Morlachetti en Plaza de Mayo 18-05-04
-Fuente: AGENCIA PELOTA DE TRAPO. http://www.pelotadetrapo.org.ar
agenciapelota@pelotadetrapo.org.ar







Martes, 22 de Mayo de 2007
teatro|entrevista al dramaturgo y director mauricio kartun

"Tenemos que aceptar que la mentira nos domina"*


El teatrista presenta la tercera temporada de El niño argentino, una obra que, con humor ácido, refleja las desmesuras del poder y la riqueza. Aquí, también, la traición puede ser vista como uno de los símbolos de la argentinidad.

"En esta obra, lo que empieza como parodia desemboca en tragedia", señala Kartun, invirtiendo la célebre frase de Marx.


*Por Hilda Cabrera

"Cuando un espectáculo encuentra a su tribu pasa esto, se sostiene y nos compromete a ponerle energía." El dramaturgo y director Mauricio Kartun habla de coincidencias felices y de nuevos desafíos en esta tercera temporada de El niño argentino, obra en la que cruza de modo singular caracteres y lenguajes (anacronismos y verso clásico y campero) de la sociedad de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Un ácido humor recorre esta historia del niño bien, el peoncito y la vaca Aurora -embarcados todos
en un transatlántico-, inspirada en otra desmesura de las familias ricas: viajar acompañados de una vaca para tener leche fresca durante la travesía a Europa. La incógnita sobre el destino de la holando y el peoncito, y el de un imaginario señorito adicto al opio es uno de los varios asuntos que atraviesan esta obra, donde la traición es uno de los símbolos de la argentinidad.
Cumplidas dos temporadas en el circuito oficial (teatros San Martín y Alvear), El niño... se presenta ahora en el Teatro Regina convocando al disfrute. La mezcla de lenguajes es algo natural en Kartun. Lo demostró antes en Rápido nocturno, aire de foxtrot y La Madonnita. Docente en la Universidad del Centro (Tandil), la Escuela de Arte Dramático de la ciudad (EAD) y el Taller-Escuela de Titiriteros del San Martín, dicta seminarios en el interior y en ciudades de Latinoamérica y España. Es autor de letras de canciones para teatro y cine, como las de Los hijos de Fierro, emblemática película de Pino Solanas. De su producción teatral se destacan, entre otros títulos, Chau Misterix, La casita de los viejos, Cumbia morena cumbia, Pericones, El partener y Desde la lona; adaptaciones como Sacco y Vanzetti, dirigida por Jaime Kogan, y Salto al cielo, un montaje de Villanueva Cosse, y trabajos en colaboración: La comedia es finita, con Claudio Gallardou, y Lejos de aquí, con Roberto Cossa. Es uno de esos docentes que "dejan crecer" y rompen modelos cuando es necesario, "aunque el modelo sea uno mismo".
Opina que el contacto con otros alumnos y otros públicos es saludable: "Las devoluciones y las preguntas abren la cabeza. Es difícil aprender sólo con el público de Buenos Aires, que se mueve según mecanismos fijos, aunque existan tribus y esté dividido".
-¿Qué descubrió en esos otros lugares?
-En primer término, una estética, que en mi producción es muy poco metropolitana. Lo gauchesco está muy presente en El niño..., donde más allá de su origen puramente literario se relaciona con formas de expresión que se dan únicamente en el interior.
-Sin embargo, no hay aquí costumbrismo. ¿Lo rechaza?
-El costumbrismo en el teatro no es otra cosa que la reproducción patética de una realidad y el sometimiento a una estética que el cine impuso como un modelo prestigioso del siglo XX. Por eso le ha venido bien al teatro que la televisión asumiera ese modelo como propio, porque ahí pudimos comparar y
descubrir la pobreza de esa forma de expresión, obligándonos a investigar en otras estéticas.
-¿Los autores más jóvenes son críticos de ese realismo?
-Algunos lo parodian y otros lo han quebrado generando productos que no tienen sentido, o que quizá lo tengan, pero no está explicitado o es decididamente obvio. Ellos pretenden construir universos poéticos que pueden ser leídos de infinitas maneras. Lo interesante de esto es que reaccionan ante algo que los autores de mi generación instalaron y del cual abusaron.
-¿Influye en ese "sinsentido" el desgaste de las ideologías y la percepción de un escepticismo generalizado?
-Lo que influye es la experiencia de vida. Por eso me da bronca cuando escucho reclamarles a los jóvenes una actitud que no se corresponde con su experiencia histórica, con lo que han vivido y sentido. Pienso que en este siglo XXI están descubriendo nuevas maneras de manifestarse a través de un teatro político que no se relaciona con aquellas seguridades que los hechos demostraron que no eran tales y que conducían a mi generación a afirmaciones desmedidas.
-¿Qué rescata de las inseguridades de este tiempo?
-Me sorprenden los espectáculos que contienen una manifestación política sólida, no partidista y de mucho mayor escepticismo que el de mi generación.
-Quizás escepticismo no es la palabra adecuada...
-En todo caso, escepticismo respecto de aquellas fórmulas que creíamos eran indiscutibles.
-En otra época, con una sociedad muy politizada, las ambigüedades y contradicciones estaban mal vistas. ¿Cómo es hoy?
-En algunos casos ha habido una reacción muy inteligente y creativa sobre las fórmulas utilizadas en el pasado. En otros, la gente sigue mostrando su melancolía. No puedo omitir en esto a un creador como Tato Pavlovsky, cuyo compromiso con lo social y estético es continuamente modificado por la
realidad. No está atado a fórmulas. Cuando enfrenta al espectador, lo hace con la apertura de cabeza de un joven de 20.
-¿Ese es uno de los compromisos del creador?
-Ser un individuo ético es el primer compromiso. La política es también una manifestación ética cotidiana y doméstica, independiente del institucionalismo partidista que sí tiene otros intereses, como lo estamos viendo en esta campaña por las elecciones en Buenos Aires.
-¿El desprestigio de los partidos se relaciona con el menosprecio de la ética?
-Lo horroroso es lo que está ocurriendo hoy entre los ciudadanos. Aceptamos la hipótesis de que todo discurso político preeleccionario es falso, que es sólo una forma más o menos hábil de obtener una fracción de poder con la que hacer algo que no sabemos si será positivo o no. En este momento no hay
quien piense que aquello que se dice, declara y promete en campaña se hará realmente.
-¿Cómo se trabaja en una sociedad que acepta el engaño?
-Con una angustia muy grande, porque hay que aceptar que la mentira nos domina. Entonces no hay más remedio que pensar que si el engaño es el territorio del poder, cualquier otro territorio que uno construya, incluso el más acotado, sufrirá las generales de la ley. También ahí se introducirán
la retórica y la falsedad. Pero el que es realmente creador, en cualquier disciplina y en la vida, será siempre alguien que manifieste su objeción, su rebeldía.
-Que no mire para otro lado...
-Exactamente. Lo que hacemos refleja nuestra opinión. Los artistas manifestándose con la estética que deseen, pero de manera continua, preservando la propia sensibilidad, devolviendo una nueva mirada sobre esa realidad que les da peso y sustento, y que no es hoy la del viejo concepto del compromiso en el que mi generación fue formada, más cercano a la disciplina institucional.


http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/10-6421-2007-05-22.html



La zona del delito

El próximo estreno de Mauricio Kartun será el de una obra aún en período de escritura, nacida de la lectura de Las Bacantes, de Eurípides, y referida al poder, a lo sagrado y profano. El autor pone en primer plano el tema del abuso de los hijos del poder y lo que denomina "la zona del delito", donde
se manifiesta lo siniestro del pensamiento de ese poder, pero en un encuadre festivo. Kartun señala a "esos gordos catamarqueños pasados de cocaína que abusan de chicas y las llevan a la muerte, y a esos chicos de familias adineradas que se pelean hasta matarse". También en El niño... se ocupó de asuntos semejantes, investigando sobre las patotas de los jóvenes oligarcas de principios de siglo XX. Los jóvenes impunes de hoy son "los mismos que en otra época tiraban manteca al techo para provocar una lluvia de grasa y los que quemaban al Oso Carolina en las fiestas de Carnaval, como si eso fuera
algo divertido". Kartun no se desentiende del pasado ni del presente, pero eso no significa -como lo viene demostrando- que ofrezca trabajos como "fotografías de realidades". "Ese es el campo del periodismo -dice-, un terreno que no me corresponde."


http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/subnotas/6421-2133-2007-05-22.html



De la carcajada al ahogo

Lo propio de Mauricio Kartun no es el best-seller escrito en 45 días: necesita tiempo para sus obras, "encontrarle la vuelta", algo que logra -dice- en los ensayos. Esa demora en acabar un trabajo se debe a una búsqueda de lenguaje "más ambiciosa que la de tiempo atrás". En esta tercera temporada de El niño... agregó textos basándose en su experiencia con los espectadores. "La obra toma como detonador aquella frase de Carlos Marx referida a que los grandes hechos de la historia se repiten, primero como
tragedia y luego como parodia. Aquí trabajé sobre esa hipótesis, pero a la inversa. Lo que empieza como parodia desemboca en tragedia." Este desarrollo se traduce en cambios de clima, "de la carcajada al ahogo". Un recorrido a dos puntas aplicable -en uno y otro sentido- a la historia reciente de la
Argentina. "A la política económica impuesta por la dictadura militar siguió la del gobierno de Carlos Menem, y aquello que se edificó sobre la muerte se construyó después sobre la parodia, legitimado por una democracia que no garantizó el bienestar de todos -apunta Kartun--. Y la parodia continuó con
un Fernando de la Rúa perdido entre los decorados de un canal y haciendo papelones."



http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/subnotas/6421-2134-2007-05-22.html
*Fuente: Página/12






Haroldo*


Haroldo sueña que es un árbol que sueña que es un hombre que quiere soñar que no sucede esto. Entonces pájaro, un ave de madera en su verde jaula de fronda. Jaula no, no ésta donde ya es anciano del dolor, quiere la dulce luz del verano que recubra como un velo los huesos rotos."Si no volviese yo la primavera siempre volverá, "busca florecer En la verde memoria ya ha florecido: hojas de libros hojas de álamos, caminos de ríos y palabras, camino hijo, ese mechoncito verde de plumas, su pajarito árbol. Haroldo se piensa hacia atrás, antes de lo que nunca debería haber pasado, cuando era un fresco cuerpo con vida que respiraba la tierra enviándole señales. Busca un bosque húmedo, los otros árboles-cuerpos juntos soñando un mundo verde, el olor de los hombres, de la tierra, el olor de lo unido. Para espantar este olor, este asco del verde, uniforme- golpe éste olor de futuro muerto. Y todo por soñar! Mientras el sueño gira, Ernesto, su hijo, sueña un padre vivo, no esa foto en el pecho de la madre, para descansar en su sombra, un padre árbol para columpiarse con él en los ríos del aire, para encenderse por dentro y descansar los ojos de lo que vio ese día. Nosotros lo soñamos más viejo, desafiante del tiempo detenido, soñamos que leemos su nuevo libro en un país que todavía existe.




*de Cristina Villanueva. pluma@velocom.com.ar
-En mayo, aniversario del secuestro de Haroldo Conti-







*

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domingo, mayo 20, 2007

ES IMPOSIBLE NO COMUNICAR


Es imposible no comunicar...




Solo*


Desde que me quedé solo decreció mi optimismo. (Riego malvones a la madrugada. Volveré al lecho. Hasta que aburrido me dejaré caer, y lograré así reaccionar, sobreponerme y encarar el día, si no laborable para mí, que eso nunca, al menos...) Los que ya no están, con cariño y con resignación, me instaban a la diurna vigilia.
¿Han contemplado a pájaros muriendo?... Yo los he contemplado. Corbatitas, jilgueros, chingolos..., despidiéndose a través de sonidos broncos y aislados, o de un piar chillón y sostenido.
Ya no me afeito ni me peino, no recito églogas en el salón principal ni ensayo formas de saludo frente al gran espejo del vestíbulo. No hay artilugio ni práctica conspicua que pudiera adquirir o conservar. Duermo ahora con los pies envueltos en una bufanda y bebo el té amargo, sin limón ni cognac. Claro está, no espero ser visitado ni socorrido, aun en circunstancias extremas. Desde que me quedé solo, soy, a simple vista, un hombre infeliz.



*de Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar







IDEAS. PAUL WATZLAWICK



Es imposible no comunicar*



Célebre teórico de la comunicación, Paul Watzlawick -quien murió semanas atrás- reformuló de manera decisiva nuestra forma de ver "la realidad" y las relaciones humanas. Sus investigaciones en Palo Alto estimularon el desarrollo de las terapias breves. Un recorrido por su legado intelectual, que echó raíces en la Argentina.



*CARLA IMBROGNO Y MARCELO R. CEBERIO.


¿Es real la realidad? se preguntaba Paul Watzlawick y escribía: "Creer que la propia visión de la realidad es la realidad misma, es una peligrosa ilusión, pero se hace aún más peligrosa si se la vincula a la misión mesiánica de sentirse en la obligación de explicar y organizar el mundo de acuerdo con ella, sin que importe que el mundo lo quiera o no. La negativa a plegarse a una determinada visión de la realidad (a una ideología, por ejemplo), la 'osadía' de pretender atenerse a la propia visión del mundo y de querer ser feliz a su propia manera, es tachada de think crime, de 'crimen del pensamiento', en el sentido de Orwell".

Watzlawick se definía a sí mismo como un "constructivista radical" -el planteo básico del constructivismo es que la realidad no existe como hecho objetivo, sino que es una construcción más dentro de las construcciones mentales que realiza una persona a partir de la interacción permanente con su entorno-. Sin embargo, el lingüista, filólogo, filósofo y psicólogo austríaco, que murió el último 31 de marzo a los 85 años en Palo Alto, California, fue más que eso: Paul Watzlawick fue uno de los más grandes teóricos de la comunicación y un intelectual de una productividad literaria profundamente ecléctica: escribió 22 libros que fueron traducidos a más de 80 idiomas y un sinfín de artículos científicos y de divulgación. Supo collagear sus conocimientos de la cibernética, el positivismo de Viena, la teoría general de los sistemas, incluso del freudianismo, en pos de una teoría psicoterapéutica basada en la resolución de problemas que lograra "eliminar el sufrimiento" de las personas. Watzlawick fue autor del bestseller El arte de amargarse la vida (1983), fue uno de los principales creadores de la tan citada Teoría de la Comunicación Humana (1967, junto a Janet Beavin y Don Jackson) y uno de los fundadores de la llamada terapia breve.
La terapia breve, más conocida como el modelo de Palo Alto -en honor al lugar que la vio nacer, el Mental Research Institute (MRI) de esa ciudad-, es una de las terapias sistémicas más eficaces. Fue creada por un grupo de especialistas de las más variadas disciplinas: John Weakland, Jay Haley,
Richard Fisch y el propio Watzlawick. Allí, en el MRI californiano, el maestro de la comunicación humana estaba asentado desde 1961 y desde allí -hablaba siete idiomas- llevó al mundo las teorías que lo harían famoso.


Comunicación y cultura


La pregunta por la realidad es tan antigua como la historia misma del pensamiento humano: desde la "invención" de la realidad por el pensamiento eléata pasando por los múltiples debates sobre el estatuto de lo real en la antigüedad y el medioevo, la concepción de que todo es una emanación de la propia mente, la filosofía cartesiana y su distinción entre sustancia pensante y sustancia extensa, el idealismo trascendental katiano, Wittgenstein (lo que debe ocuparnos no son las cosas, sino aquello que les
atribuimos) o el constructivismo moderno (Piaget, Maturana, von Glasersfeld, von Foerster, Watzlawick). ¿Quién no ha intentado determinar lo que significa la realidad? El siglo XX remató la cuestión: "Nuestra realidad no es otra que nuestra idea de la realidad", escribió el francés Edgar Morin.
Pero las ideas de Paul Watzlawick y sus colegas en Palo Alto provocaron una auténtica revolución en la forma de ver el mundo propia de la llamada posmodernidad, renunciando a los dogmas de las ciencias clásicas. En los años 50 ya había comenzado a gestarse un paradigma epistemológico que articulaba nociones de la cibernética -una teoría de los sistemas de "control" y su retroalimentación, cuyas implicaciones sociales fueron popularizadas por el matemático Norbert Wiener- y la teoría general de los sistemas -un estudio interdisciplinario del biólogo Ludwig von Bertalanffy, que buscaba encontrar las propiedades comunes a entidades (sistemas), presentes en todos los niveles de la realidad, pero que tradicionalmente son objeto de disciplinas académicas diferentes-. Para esta nueva concepción
holística, que el antropólogo Gregory Bateson trasladó a las ciencias humanas, un efecto es el resultado de múltiples variables causales, pero a la vez tiene sus efectos sobre las causas que lo generan (cuanto más grande es la bola de nieve que baja por la ladera de la montaña más nieve arrastra y, a su vez, más modifica el paisaje original). En el campo de las humanidades, Bateson -que formó parte del grupo de Palo Alto en sus comienzos y tuvo una influencia decisiva, aunque no siempre reconocida, en el pensamiento norteamericano- fue el primero en hacer hincapié en que la realidad, física y espiritual, debe ser encarada como un vasto sistema compuesto de subsistemas coherentes, en cuya evolución es decisivo el entorno. Watzlawick amalgamó las ideas germinales de Bateson con su perspectiva constructivista completando así las últimas pinceladas del nuevo modelo.

Frente a un determinado hecho (un efecto) solemos preguntarnos por qué sucede (su causa); el problema es que el efecto es mucho más que el resultado de una causa unívoca: tantas formas de comunicación verbal y paraverbal, efectos dominó que se concatenan. Si a esto se suma que la búsqueda del porqué se halla sesgada por el ojo del observador protagonista, se puede inferir que el motivo hallado es sólo una invención, y no una causa real, verdadera y objetiva. Los investigadores de Palo Alto desplegaron su
influencia sobre la mayoría de las ciencias sociales y sobre la cultura de los últimos cuarenta años. En el plano del estudio del hombre, mostraron que ya no era posible concebir al individuo separado de sus propias acciones (más bien interacciones), de sus silencios, de sus percepciones, de su contexto sociocultural, de su carga histórica y semántica, ¡de los tabúes de su civilización!, en definitiva, de la comunicación, que devino un factor crucial en la construcción de la realidad. Es imposible no comunicar: "man kann nicht nicht kommunizieren", escribía Watzlawick en su lengua materna, el alemán.

En el ámbito de la vida cotidiana fue quizás el avance de las nuevas tecnologías lo que hizo más visible la necesidad imperante de reconfigurar la noción de realidad en un mundo cada vez más mediatizado, informatizado y simbólico (más virtual). Y también aquí Watzlawick y sus discípulos y seguidores fueron pioneros: ya en la teoría de la comunicación humana, en la que plasman los axiomas de la comunicación, no sólo afirman que "toda conducta es comunicación", sino que distinguen entre comunicación digital (verbal) y analógica (gestos, acciones, etc.), entre contenido (lo que se dice) y relación (la relación entre los que se comunican). Comunicamos en ambas formas, traduciendo una a la otra, no sin dificultad.
La actual era digital -en la que proliferan las relaciones sentimentales vía Internet- parece asistir a la anulación de toda percepción "real": la webcam aviva una imagen aún más inventada del otro; en el espacio escalofriante del chatroom no queda, pues, lugar para analogías.
El grupo de Palo Alto desarrolló un modelo fuertemente pragmático, sobre todo en el eje de sus investigaciones que se relacionaba con el análisis de los procesos de información y comunicación. De hecho, la versión en inglés de la Teoría... es Pragmatics of Human Communications. Este traslado de
modelos cibernéticos y sistémicos a la comunicación humana se plasmó en la primera investigación que desarrolló el grupo acerca de la esquizofrenia. El artículo "Hacia una teoría de laesquizofrenia" (1962) explicaba el concepto de "doble vínculo" según el cual la víctima (el enfermo) era preso de los
mensajes contradictorios y simultáneos, principalmente de su madre, lo que alteraba progresivamente su lógica racional. Watzlawick -siempre con humor refinado y austero- explicaba el fenómeno con el chiste de las dos corbatas: una madre regala a su hijo dos corbatas, una roja y otra azul. El chico entusiasmado se coloca la roja y la madre le dice "¿Pero, no te gustó la azul?". El chico corre y se coloca la azul, y ansioso se yergue ante la madre que le responde "¿No te gustó la roja?". Si esta modalidad se reitera
como un estilo de comunicación, se producirá una ruptura de las tipologías lógicas y el chico terminará colocándose las dos corbatas, de lo que se infiere que ¡está loco!

En el ámbito de la psicoterapia, esta epistemología basada en la noción del individuo como parte de un sistema incorporó una serie de nuevas preguntas: quién hace qué, a quién, cuándo y en dónde. Para sus promotores, la individualidad de una persona se comprende a partir de su entramado relacional. Es imposible analizar al individuo sin tener en cuenta el contexto situacional en el que aparece la conducta. No se trata ya de hurgar en el pasado y buscar la causa original de un síntoma para poder cambiar.


Terapias breves


Para el grupo de Palo Alto -y éste continúa siendo hoy el eje de la terapia sistémica breve- el quid de la cuestión radica en interrumpir "las soluciones intentadas fracasadas": ante un problema, la persona (y / o su entorno) intenta una y otra vez la misma solución, pues ésta en algún momento ha surtido efecto o simplemente responde al "sentido común" o la "lógica racional". Genera así una inercia automatizada de intentos fallidos que refuerzan el problema. Personas, creencias, acciones e interacciones, se han vuelto rígidas alrededor del problema, lo cual hace aún más difícil una salida saludable. "No tratamos realmente los problemas sino que nos centramos en cambiar los intentos de solución que no funcionan para permitir que el problema desaparezca", explicaba el maestro.
Watzlawick enfatizaba el aspecto intercomunicativo en los procesos relacionales, puesto que cualquier análisis humano se desarrolla en situación de interacción. ¿Qué versiones de lo real apuntalan la
organización y acción de las naciones?, ¿qué visión del mundo crean los medios masivos?, ¿qué premisas epistemológicas no cuestionadas están conduciendo a la devastación personal, natural y social en nuestros días?
"... que el desvencijado andamiaje de nuestras cotidianas percepciones de la realidad es, propiamente hablando, ilusorio, y que no hacemos sino repararlo y apuntalarlo de continuo, incluso al alto precio de tener que distorsionar los hechos para que no contradigan a nuestro concepto de la realidad, en vez
de hacer lo contrario, es decir, en vez de acomodar nuestra concepción del mundo a los hechos incontrovertibles", escribía.
Lo cierto es que, hoy, la desestabilización de los sentidos propia de los habituales trastornos de pánico opera, por ejemplo, como un factor de freno sintomatológico del desequilibrio y el descontrol, el estado de inseguridad crónica, el vértigo, la preeminencia de la imagen, la cultura del desastre en nuestras sociedades posmodernas. Este mismo exorcismo de los sentidos es el que demanda soluciones relativamente rápidas y eficaces que mejoren la calidad de vida. A pesar de que en la Argentina, y en Buenos Aires en particular, la estabilidad de la inestabilidad y el espíritu -al parecer- naturalmente melancólico, hacen que todavía exista gran resistencia a buscar opciones, son cada vez más los que recurren a una alternativa que no dé por sentado terapias que perduren años en un diván: no importa si es terapia sistémica, cognitivo-conductual, bioenergética, transaccional, existencial o gestalt.
Quienes conocieron a Paul Watzlawick aseguran que, más allá de su legado científico, fue un ser humano generoso, modesto y respetuoso de sus colegas, mentor de cientos de terapeutas y filósofos en todo el mundo. Pero, fundamentalmente, vivió una vida digna y trascendente, enriquecida por numerosas experiencias. Fue un ser ávido, con la inteligencia y sensibilidad de los creadores. Sus ideas y pensamientos son ya patrimonio de todos.


*Fuente: Clarín. - Revista Ñ
http://www.clarin.com/suplementos/cultura/2007/05/19/u-04611.htm






Tengo el corazón hecho pedazos*


El le dijo que sus palabras le habían roto el corazón. Ella reafirmó su deseo de dejarlo, no le gustaban los mentirosos, tampoco los exagerados. Claro que cuando barrió y entre las miguitas encontró, los pedacitos rojos, se dio cuenta que era sincero. Era tarde para casi todo, salvo para llamar a Emergencias.


*De Cristina Villanueva. pluma@velocom.com.ar






La palabra contra los depredadores*



En el último congreso del Pen Club, el escritor israelí David Grossman leyó este texto. En él, habla del poder de la escritura para liberar a los autores y a la sociedad del congelamiento y la arbitrariedad que impiden entender el propio pensamiento

Shalom y buenas noches.

"Para bien o para mal, las contingencias de la realidad tienen gran influencia sobre lo que escribimos", dice Natalia Ginzburg en su libro È difficile parlare di sé (Es difícil hablar de uno mismo) , en el que habla de su vida y de su escritura después de pasar por un desastre personal.

Es difícil hablar de uno mismo, y por eso antes de hablar acerca de mi experiencia de escritura actual, en este momento de mi vida, quiero decir algo acerca del impacto que un desastre, una situación traumática, tiene sobre toda una sociedad, sobre todo un pueblo. Y de inmediato recuerdo las palabras del ratón de "Una pequeña fábula", el cuento de Kafka. El ratón, que dice, mientras la trampa lo encierra y el gato lo acecha desde atrás: "Ay... el mundo se hace más estrecho cada día." Sin duda alguna, tras muchos años de vivir en una realidad violenta y extrema, plagada de conflictos políticos, militares y religiosos, puedo informarles, con tristeza, que el ratón de Kafka tenía razón: el mundo, por cierto, se hace cada vez más estrecho, cada vez más reducido con cada día que pasa.
Y también puedo hablarles del espacio vacío que crece lentamente, el espacio que se extiende entre la persona, el individuo y la situación externa, violenta y caótica en la que vive. La situación que determina su vida.Y ese espacio nunca permanece vacío. Se llena rápidamente... de apatía, cinismo y, más que nada, de desesperanza; la desesperanza que provoca situaciones distorsionadas y que les permite persistir, a veces incluso durante generaciones. Desesperanza respecto de la posibilidad de cambiar alguna vez el estado de cosas reinante, de poder redimirse de él. Y una desesperanza aún más profunda... la desesperación por las cosas que esta situación distorsionada saca a la luz, finalmente, en cada uno de nosotros.
Y siento el alto costo que yo y la gente que veo y que conozco pagamos por este persistente estado de guerra. La reducción del "área de superficie" del alma que entra en contacto con el mundo violento y amenazante. La limitación de la capacidad -y de la voluntad- de identificarnos, aunque sea un poco, con el dolor ajeno; la suspensión del juicio moral. La desesperanza que casi todos nosotros experimentamos respecto a la posibilidad de entender nuestros verdaderos pensamientos, en una situación que resulta tan aterradora y engañosa y compleja, tanto en el aspecto moral como en la práctica; y por lo tanto uno se convence de que estará mejor si no piensa y si elige no saber: tal vez estaré mejor si dejo la tarea de pensar y hacer y establecer las normas morales en manos de aquellos que, supuestamente, "saben más".
Y, más que nada, me sentiré mejor no sintiendo demasiado, al menos hasta que esto pase, y si no pasa, al menos habré aliviado de algún modo mi sufrimiento, habré desarrollado una insensibilidad útil, me habré protegido de la mejor manera con la ayuda de un poco de indiferencia, un poco de sublimación, un poco de ceguera deliberada y una gran dosis de autoanestesia. En otras palabras: a causa del perpetuo -y siempre demasiado auténtico- miedo de resultar herido o muerto, o de sufrir una pérdida insoportable o incluso una "mera" humillación, todos y cada uno de nosotros, los ciudadanos del conflicto, sus prisioneros, recortamos nuestra propia vivacidad, nuestro diapasón mental interno y cognitivo, envolviéndonos en capas protectoras que terminan por asfixiarnos.
El ratón de Kafka está en lo cierto; cuando el depredador nos acecha, el mundo se vuelve cada vez más estrecho. Y lo mismo ocurre con el lenguaje que lo describe. Por experiencia propia puedo afirmar que el lenguaje con que los ciudadanos que viven un conflicto sostenido describen su situación se vuelve más plano cuanto mayor es la duración del conflicto. El lenguaje se convierte gradualmente en una secuencia de clichés y consignas. Todo empieza con el lenguaje creado por las instituciones que dirigen el conflicto de manera directa -el ejército, la policía, los diferentes ministerios del gobierno-, rápidamente se filtra a los medios masivos que informan sobre el conflicto, dando nacimiento a un lenguaje aún más ingenioso que pretende ofrecer a su público una historia de digestión más sencilla; y todo este proceso desemboca en última instancia en el lenguaje privado, íntimo, de los ciudadanos del conflicto, aun cuando ellos lo rechacen.
En realidad, es un proceso absolutamente comprensible: después de todo, la riqueza natural del lenguaje humano y su capacidad de expresar los matices y los hilos más delicados de la existencia pueden resultar profundamente hirientes en esas circunstancias, porque nos recuerdan incesantemente esa pródiga realidad de la que nos han despojado, su verdadera complejidad, sus aspectos más sutiles. Y cuanto más irresoluble parece la situación, y cuanto más plano es el lenguaje empleado para describirla, tanto más se reduce el discurso público. Sólo quedan las banales y rígidas acusaciones mutuas entre los enemigos, o entre los adversarios políticos del mismo país. Sólo quedan los clichés que usamos para describir a nuestro enemigo y a nosotros mismos, esos clichés que son, en última instancia, una colección de supersticiones y de crudas generalizaciones en los que nos encerramos y encerramos a nuestros enemigos. El mundo, sin duda, se está haciendo cada vez más estrecho.
Mis pensamientos no aluden sólo al conflicto en Medio Oriente. Hoy en muchas partes del mundo hay millones de personas que enfrentan alguna clase de "situación" en que la existencia personal, los valores, la libertad y la identidad están amenazados en alguna medida. Casi todos nosotros tenemos una "situación" propia, una maldición propia. Todos y cada uno de nosotros sentimos -o podemos intuir- que nuestra particular "situación" puede convertirse rápidamente en una trampa que nos despojará de nuestra libertad, del sentido de hogar que nos proporciona nuestro país, de nuestro lenguaje personal, de nuestro libre albedrío.
En esta realidad escribimos nosotros, los escritores y poetas. En Israel y en Palestina, en Chechenia y en Sudán, en Nueva York y en el Congo. A veces, durante mi jornada de trabajo, después de escribir durante varias horas, alzo la cabeza y pienso... ahora mismo, en este mismo momento, otro escritor a quien no conozco, en Damasco o en Teherán, en Ruanda o en Dublin, está sentado exactamente como yo, practicando este oficio o arte peculiar, quijotesco, dentro de una realidad que contiene tanta violencia expulsiva, indiferencia y humillación. En eso encuentro un aliado distante, que ni siquiera me conoce, pero juntos tejemos esta telaraña intangible, que tiene sin embargo un poder tremendo, el poder de crear y cambiar el mundo, el poder de hacer hablar a los mudos y el poder de Tikkun , de corregir, en el sentido profudo que tiene en la Kabbala.
En cuanto a mí, durante los últimos años, en la ficción que escribí he dado casi intencionalmente la espalda a la feroz realidad inmediata de mi país, la realidad del último boletín de noticias. Escribí antes libros sobre esta realidad y también en los últimos años seguí escribiendo sobre ella, y nunca dejé de esforzarme por entenderla, en artículos y ensayos y entrevistas. Participé en docenas de protestas, en iniciativas internacionales de paz. Me reuní con mis vecinos -algunos de los cuales eran mis enemigos- en cada oportunidad en la que consideré que tenía oportunidad de diálogo. Y sin embargo, en los últimos años, por una decisión consciente y casi como protesta, no hice literatura sobre estas zonas de desastre.
Escribí sobre los feroces celos de un hombre hacia su esposa, sobre los niños sin techo de las calles de Jerusalén, sobre un hombre y una mujer que crean un lenguaje íntimo propio, casi hermético, dentro de una engañosa burbuja de amor. Escribí sobre la soledad de Sansón, el héroe bíblico, y sobre las intrincadas y frágiles relaciones entre las mujeres y sus madres y, en general, entre padres e hijos.
Hace unos cuatro años, cuando mi segundo hijo, Uri, estaba por ingresar en el ejército, ya no pude continuar en el camino que había elegido. Me inundó un sentimiento de urgencia y de alarma, que me llenaba de inquietud. Entonces empecé a escribir una novela que se ocupa directamente de la sombría realidad en la que vivo. Una novela que describe de qué manera la violencia externa y la crueldad de la realidad política y militar atraviesan el tierno y vulnerable tejido de una familia y acaban por desgarrarlo.
"En cuanto uno escribe -dice Ginzburg- milagrosamente empieza a ignorar las circunstancias de la propia vida, aunque la felicidad o la desdicha nos impulsen a escribir de cierta manera. Cuando somos felices, nuestra imaginación es la que predomina. Cuando somos desdichados, prima el poder de la memoria." Es difícil hablar de uno mismo, particularmente cuando se tocan estos temas. Sólo diré lo que puedo decir a esta altura y desde mi lugar.
Escribo. Desde la muerte de mi hijo Uri el verano pasado en la guerra entre Israel y el Líbano, la conciencia de lo que ocurrió está presente en cada momento de mi vida. El poder de la memoria es por cierto enorme y pesado, y a veces tiene una cualidad paralizante. No obstante, a veces el propio acto de escribir crea para mí un espacio, un marco de pensamiento que nunca antes experimenté, donde la muerte no es solamente la absoluta y unidimensional negación de la vida. Los escritores presentes en este auditorio lo saben: cuando escribimos, sentimos que el mundo está en movimiento, es flexible, rebosante de posibilidades. No es un mundo congelado. Siempre que se filtra lo humano... ya no hay congelamiento ni parálisis, no hay más status quo. Incluso aunque a veces creamos equivocadamente que hay status quo , incluso si algunos se esfuerzan por hacernos creer que lo hay. Cuando escribo, incluso ahora, el mundo no se cierra sobre mí ni se vuelve tan estrecho: da muestras de abrirse, de tener un futuro.
Escribo. Imagino. El acto de imaginar me revitaliza. No estoy congelado ni paralizado ante el depredador. Invento personajes. A veces siento que estoy desenterrando gente del hielo con que la realidad los ha amortajado, pero quizás es a mí mismo a quien estoy desenterrando. Escribo. Percibo la riqueza de posibilidades inherentes a cualquier situación humana. Percibo mi capacidad de elegir entre ellas. La dulzura de la libertad, que creía haber perdido. Me permito recurrir a la riqueza del verdadero lenguaje, íntimo y personal.
Escribo y siento que el uso correcto y preciso de las palabras es a veces como la cura de una enfermedad. Una manera de purificar el aire que respiro de las opacas manipulaciones de los villanos lingüísticos. Escribo y siento que la ternura y la intimidad que me unen al lenguaje en todas sus capas, su erotismo y su sentido del humor y su alma, me devuelven la persona que yo solía ser antes de que mi yo fuera nacionalizado y confiscado por el conflicto, por gobiernos y ejércitos, por la desesperanza y la tragedia.
Escribo. Me libero de una de las turbias cualidades distintivas del estado de guerra en el que vivo... la cualidad de ser un enemigo y sólo un enemigo. Hago lo posible por no escudarme, no cegarme ante la justicia que asiste al enemigo y su sufrimiento. Tampoco ante la tragedia y la tortuosidad de su propia vida. Sus errores y crímenes, la conciencia de lo que yo mismo le estoy haciendo. Tampoco ante las sorprendentes semejanzas que veo entre él y yo.
De repente ya no estoy condenado a esta dicotomía absoluta, falaz y asfixiante, a esta elección inhumana entre ser "víctima o agresor" sin tener una tercera alternativa más humana. Cuando escribo puedo ser un ser humano que fluye natural y vitalmente entre sus diferentes aspectos humanos, un ser humano con aspectos en los que se siente próximo al sufrimiento y a la justicia que asiste a sus enemigos, sin renunciar ni a una pizca de su propia identidad.
A veces, cuando escribo, puedo recordar lo que todos sentimos en Israel durante un momento en particular, cuando el avión del presidente egipcio Anwar Sadat aterrizó en Tel Aviv después de décadas de guerra entre las dos naciones: entonces, de pronto, descubrimos qué pesada era la carga que llevamos durante toda nuestras vidas... la carga de enemistad, miedo y sospecha. La carga de un estado de alerta permanente, la pesada carga de ser el enemigo en todo momento. Y qué placer fue sacarse por un momento la poderosa coraza de la sospecha, el odio y el estereotipo, un placer casi aterrador, erguirse desnudo, casi prístino y ver surgir un rostro humano de esa visión unidimensional con la que nos habíamos observado mutuamente durante años.
Escribo. Le doy a un mundo externo y extraño mis nombres más íntimos y privados. En cierto sentido, lo hago mío. En cierto sentido, dejo de sentirme exiliado y extraño para sentirme en casa. Con eso ya estoy haciendo un pequeño cambio en lo que antes me parecía inalterable. Además, cuando describo la hermética arbitrariedad que signa mi vida -la arbitrariedad humana, la arbitrariedad del destino-, de pronto descubro nuevos matices, sutilezas. Descubro que el solo hecho de escribir acerca de la arbitrariedad me permite cierta libertad de movimiento con respecto a ella. Que el solo hecho de enfrentarme con la arbitrariedad me concede libertad... tal vez la única libertad que un hombre pueda tener para defenderse de cualquier arbitrariedad: la libertad de expresar su tragedia con sus propias palabras.
Y también escribo sobre lo que no puede recuperarse. Y sobre lo inconsolable. Entonces, también, de una manera que aún me resulta inexplicable, las circunstancias de mi vida no se cierran sobre mí para paralizarme. Muchas veces, cada día, sentado ante mi mesa, toco el tema del dolor y de la pérdida como quien toca la electricidad con las manos desnudas, y sin embargo no muero. No entiendo cómo se produce este milagro. Tal vez cuando termine de escribir esta novela intente entenderlo. Todavía no. Es demasiado pronto.
Y escribo la vida de mi tierra, Israel. La tierra torturada, frenética, intoxicada por una sobredosis de historia, emociones excesivas que el ser humano no puede contener, excesivos extremos de logros y tragedias, ansiedad excesiva y sobriedad paralizante, memoria excesiva, esperanzas truncas, circunstancias de un destino único entre todas las naciones; una tierra cuya existencia parece a veces ser un relato de proporciones míticas, un relato "más grande que la vida" hasta el punto de desfasarse de la vida misma, una tierra cansada de la esperanza de tener alguna vez la vida normal de un país entre otros países, de ser una nación más entre otras naciones.
Nosotros, los escritores, pasamos a veces por momentos de desesperación y de automenosprecio. Nuestra tarea es esencialmente el trabajo de deconstruir la personalidad, de desarticular algunos de los más tortuosos mecanismos de defensa humanos. Voluntariamente, nos ocupamos de los más duros, feos y crudos materiales del alma. Nuestro trabajo nos obliga, una y otra vez, a reconocer nuestras limitaciones, como seres humanos y como artistas.
Y sin embargo, éste es el gran misterio, la gran alquimia de nuestras acciones: en cierto sentido, en cuanto aferramos la lapicera o tecleamos en la computadora, dejamos de ser víctimas indefensas de aquello que nos ha sometido y humillado antes de que empezáramos a escribir, ya sea nuestra situación o nuestras angustias privadas, la "historia oficial" de nuestro país o el destino mismo.

Escribimos. El mundo no se cierra sobre nosotros. Qué suerte tenemos. El mundo no se hace cada vez más estrecho.


*Por David Grossman
Traducción: Mirta Rosenberg

*Fuente: LA NACIÓN.
Link permanente: http://www.lanacion.com.ar/909893








LA CONSERVACION DE LOS RECUERDOS*


Los famas para conservar sus recuerdos proceden a embalsamarlos en la siguiente forma: Luego de fijado el recuerdo con pelos y señales, lo envuelven de pies a cabeza en una sábana negra y lo colocan parado contra la pared de la sala, con un cartelito que dice: "Excursión a Quilmes", o: "Frank Sinatra".
Los cronopios, en cambio, esos seres desordenados y tibios, dejan los recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos, y ellos andan por el medio y cuando pasa corriendo uno, lo acarician con suavidad y le dicen: "No vayas a lastimarte", y también: "Cuidado con los escalones." Es por eso que las casas de los famas son ordenadas y silenciosas, mientras en las de los cronopios hay una gran bulla y puertas que golpean. Los vecinos se quejan siempre de los cronopios, y los famas mueven la cabeza comprensivamente y van a ver si las etiquetas están todas en su sitio.


*de Julio Cortázar. MINICUENTOS DE CRONOPIOS.
http://www.ts.ucr.ac.cr/~historia/biblioteca/esociales/CortazarJulio-Cronopios.htm




*

Queridas amigas, queridos amigos:

El domingo 20 de mayo del 2007 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música de la compositora argentina Alicia Terzian. Las poesías que leeremos pertenecen a Virginia de Moyano (Bolivia) y la música de fondo será de Wayna Picchu (Andes). ¡Les
deseamos una feliz audición!


ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at
(Link MP3 Live-Stream. Se requiere el programa Winamp, el cual se puede bajar gratis de internet)!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!!


REPETICIÓN: ¡La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!
Cordial saludo!


YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
www.euroyage.com

Schießstattstr. 44 A-5020 Salzburg
AUSTRIA
Tel. + Fax: 0043 662 825067



*

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jueves, mayo 17, 2007

CUANTAS VECES TE SOÑE...


Cuantas veces te soñe...



Jueves, 17 de Mayo de 2007
CONFERENCIAS DE JACQUES LACAN PUBLICADAS EN ESPAÑOL
"En la sexualidad, no se sabe con qué pie bailar"*


En conferencias pronunciadas ante público no especializado y publicadas hoy en español, Jacques Lacan se refirió al valor de la palabra, al deseo, al pensamiento y al "agujero en la verdad" producido por la sexualidad.


Por Jacques Lacan *


Podemos preguntarnos si el ideal de un final de cura psicoanalítica es que un señor gane un poco más de plata que antes y que, en el orden de su vida sexual, se agregue, a la asistencia moderada que demanda a su compañera conyugal, la de su secretaria. En general, se considera que ésta es una muy buena salida cuando el tipo estaba un poco hasta la coronilla de problemas por ese motivo, ya sea que haya tenido simplemente una vida infernal o que haya sufrido algunas de esas pequeñas inhibiciones que pueden ocurrir en diversos niveles, oficina, trabajo, e incluso en la cama, ¿por qué no?
Cuando todo esto se levantó, cuando el yo está fuerte y tranquilo, cuando el sexo ha hecho las paces con el superyó, como se dice, y el ello ya no pica demasiado, pues bien, la cosa funciona. La sexualidad allí es completamente secundaria.
Mi querido amigo Franz Alexander -porque era un amigo, y no era tonto, pero, como vivía en Norteamérica, respondía a las órdenes- ha llegado a decir que, en suma, había que considerar la sexualidad como una actividad excedente.
Entiéndase, cuando se hizo todo bien, se pagaron regularmente los impuestos, entonces, el remanente es lo que le toca a lo sexual.
Debe de haber habido un error para que la cosa llegue hasta ese punto. Si no, uno no se explicaría verdaderamente la enorme apertura teórica que se necesitó para que el psicoanálisis se instale e incluso asiente decentemente sus cuarteles en el mundo, y después inaugure esta extravagante moda
terapéutica. ¿Por qué tantos discursos para llegar a eso? Debe de haber, pese a todo, algo que no funciona. Tal vez habría que buscar otra cosa.
Se podría pensar en primer lugar que debe de haber habido una razón para que la sexualidad haya asumido una vez la función de la verdad; aunque más no fuera una vez, justamente fue sólo una vez. Después de todo, la sexualidad no es algo tan inaceptable. Y además, si la asumió una vez, la conserva.
Lo que está en juego se encuentra verdaderamente al alcance de la mano, al alcance en todo caso del psicoanalista, que da testimonio de ello cuando habla de algo serio y no de sus resultados terapéuticos. Y lo que está al alcance de la mano es que la sexualidad agujerea la verdad.
La sexualidad es justamente el terreno, si puedo decirlo así, en que no se sabe con qué pie bailar a propósito de lo que es verdad. Y respecto de la relación sexual siempre se plantea la cuestión de lo que verdaderamente se hace, no diré cuando se le dice a alguien un "te amo", porque todo el mundo sabe que es una declaración tramposa, sino cuando se tiene con ese alguien un lazo sexual, cuando la cosa tiene una continuación, cuando asume la forma de lo que se llama un acto.
Un acto no es simplemente algo que les sale así, una descarga motriz, como dice gustosamente y muy a menudo la teoría analítica; aun cuando, con la ayuda de cierto número de artificios, de diversas facilidades, o incluso del establecimiento de cierta promiscuidad, se llega a hacer del acto sexual
algo que no tiene más importancia, como se dice, que beber un vaso de agua.
No es verdad, y lo percibimos rápidamente, porque ocurre que se bebe un vaso de agua y después se tiene un cólico. La cuestión no es evidente por razones que obedecen a la esencia de la cosa, es decir que uno se pregunta en esta relación, cuando se es un hombre por ejemplo, si se es verdaderamente un
hombre, o para una mujer, si se es verdaderamente una mujer. No sólo se lo pregunta el partenaire, sino cada uno, uno mismo se lo pregunta, y esto cuenta para todo el mundo, cuenta de inmediato.
Entonces cuando hablo de un agujero en la verdad no es, por supuesto, una metáfora grosera, no es un agujero en la chaqueta, es el aspecto negativo que aparece en lo que atañe a lo sexual, justamente, por su incapacidad para revelarse. De esto se trata en un análisis.

---

No sólo el hombre nace en el lenguaje, exactamente como nace en el mundo, sino que nace por el lenguaje.
Aparentemente, antes que yo nunca nadie concedió la menor importancia al hecho de que en los primeros libros de Freud, los libros fundamentales sobre los sueños, sobre lo que se llama la psicopatología de la vida cotidiana, sobre el chiste, se encuentra un factor común, salido de los traspiés de la palabra, de los agujeros en el discurso, de los juegos de palabras, de los retruécanos y de los equívocos. Esto confirma las primeras interpretaciones y los descubrimientos inaugurales de lo que está en juego en la experiencia psicoanalítica, en el campo que ésta determina.
Abran en cualquier página La interpretación de los sueños y verán que sólo se habla de asuntos de palabras. Freud se refiere al tema de tal manera que percibirán escritas con todas las letras las leyes de estructura que Ferdinand de Saussure difundió a través del mundo. El no fue, por otra parte, su primer inventor, aunque sí ha sido su ferviente transmisor, para constituir lo más sólido que se hace hoy bajo la rúbrica de la lingüística.
Un sueño en Freud no es una naturaleza que sueña, un arquetipo que se agita, una matriz del mundo, un sueño divino, el corazón del alma. Freud habla de éste como de cierto nudo, de una red asociativa de formas verbales analizadas y que se recortan como tales, no por lo que éstas significan sino por una especie de homonimia. Cuando una misma palabra vuelva a encontrarse en tres entrecruzamientos de ideas que se le ocurren al sujeto, ustedes se darán cuenta de que lo importante es esa palabra y no otra cosa. Cuando han encontrado la palabra que concentra en torno de ella la mayor cantidad de filamentos de este micelio, saben que allí está el centro de gravedad escondido del deseo en juego. Para decirlo todo, es ese punto del que hablaba hace un momento, ese punto-núcleo que agujerea el discurso.
Si me entrego a esta prosopopeya, es simplemente para volver sensible lo que digo a los que aún no lo habían escuchado.
Cuando me expreso diciendo que el inconsciente está estructurado como un lenguaje, es para intentar devolver su verdadera función a todo lo que se estructura bajo la égida freudiana, y esto ya nos permite entrever un paso.
Porque hay lenguaje, como todos pueden percatarse, hay verdad.
¿En nombre de qué lo que se manifiesta como pulsación viviente, lo que puede pasar a un nivel tan vegetativo como se quiera, o al nivel más elaborado en lo gestual, sería más verdadero que el resto? La dimensión de la verdad no está en ningún lugar mientras sólo se trata de la lucha biológica. ¿Qué
agrega una ostentación en el animal, aun cuando nosotros introduzcamos la dimensión de que apunta a engañar al adversario? Es tan verdadera como cualquier otra, puesto que justamente se trata de obtener un resultado real, a saber, apresar al otro. La verdad sólo comienza a instalarse a partir del momento en que hay lenguaje. Si el inconsciente no fuera lenguaje, no habría ningún tipo de privilegio, de interés en lo que se puede llamar, en el sentido freudiano, el inconsciente.
En primer lugar, si el inconsciente no fuera lenguaje, no habría inconsciente en el sentido freudiano. ¿Habría lo inconsciente? Pues bien, sí, lo inconsciente, de acuerdo, hablemos de esto. También esta mesa es inconsciente.


---

La función del sujeto en el lenguaje es una función doble.
Está el sujeto que es el sujeto del enunciado, y que resulta bastante fácil localizar. Yo quiere decir este que está hablando efectivamente en el momento en que digo yo. Pero el sujeto no es siempre el sujeto del
enunciado, porque no todos los enunciados contienen yo. Aun cuando no hay yo, aun cuando dicen "llueve", hay un sujeto de la enunciación, hay un sujeto aunque ya no sea perceptible en la frase.
Todo esto permite representar muchas cosas. El sujeto que nos interesa, sujeto no en la medida en que hace el discurso, sino en que está hecho por el discurso, e incluso está atrapado en él, es el sujeto de la enunciación.
Puedo entonces darles una fórmula que expongo como una de las primordiales.
Es una definición de lo que se llama "elemento" en el lenguaje. Siempre se lo llamó "elemento", incluso en griego. Los estoicos lo llamaron "significante". Yo enuncio que lo que lo distingue del signo es que "el
significante es lo que representa al sujeto para otro significante", no para otro sujeto.
Todo lo que pienso hacer esta noche es intentar interesarlos un poco. No pienso hacer más que desafiarlos y decirles: "Intenten hacerlo funcionar".
Lo fundamental es que esto necesita la admisión formal, topológica -poco importa saber dónde anida-, de cierto cuadro, si ustedes quieren, que llamaremos "cuadro A". A veces en el vecindario se lo llama incluso "Otro", cuando se sabe lo que cuento, Otro [Autre] también con A mayúscula. Para poder orientarse en cuanto al funcionamiento del sujeto, hay que definir este Otro como el lugar de la palabra. No es desde donde la palabra se emite, sino donde cobra su valor de palabra, es decir, donde ésta inaugura la dimensión de la verdad, lo cual es absolutamente indispensable para hacer funcionar lo que está en juego.
Rápidamente se percibe que, por todo tipo de razones, esto no puede funcionar por sí solo. La razón principal es que suele ocurrir que este Otro del que les hablo esté representado por un ser vivo real al que ustedes tienen por ejemplo cosas para demandarle, aunque esto no es forzosamente así. Basta con que sea ese al que ustedes le digan algo como "Quiera Dios que...", cualquier cosa, y que empleen el optativo, o incluso el subjuntivo.
Pues bien, este lugar de verdad adquiere una dimensión completamente distinta, como se percibe en el único enunciado que acabo de decirles.
Nos introducimos de este modo en la referencia a una verdad muy especial, que es la del deseo. Nunca se llevó muy lejos la lógica del deseo, que no está en indicativo.
Se comenzaron cosas llamadas "lógicas modales", pero nunca se avanzó mucho más, sin duda porque no se percibió que el registro del deseo ha de constituirse necesariamente en el nivel del cuadro A, en otras palabras, que el deseo es siempre lo que se inscribe como consecuencia de la articulación del lenguaje en el nivel del Otro.
El deseo del hombre, he dicho un día en el que hacía falta que me hiciera entender -¿por qué no habría dicho "hombre"?, en fin, no es verdaderamente la palabra indicada-, el deseo a secas es siempre el deseo del Otro, lo que significa que, en suma, siempre estamos demandando al Otro su deseo.
Lo que les estoy diciendo es completamente manejable, no es incomprensible.
Cuando salgan de aquí percibirán de inmediato que es verdad. Basta simplemente pensar en ello y formularlo así. Y además deben saber que tales fórmulas son muy prácticas porque se las puede invertir.
Un sujeto cuyo deseo es que el Otro le demande -es simple, se invierte, se da vuelta-, pues bien, les da la definición del neurótico. Fíjense qué práctico puede ser para orientarse. Sólo que hay que prestar mucha atención.
No se hace de un día para otro.
Pueden ir más lejos y percibir al mismo tiempo por qué se pudo comparar al religioso con el neurótico.
El religioso no es en absoluto neurótico, es religioso. Pero se le parece porque también hace estratagemas en torno de lo que es el deseo del Otro.
Sólo que como es un Otro que no existe puesto que se trata de Dios, hay que darse a sí mismo una prueba. Entonces se simula que él demanda algo, por ejemplo, víctimas. Por eso se confunde esto fácilmente con la actitud del neurótico, en particular, obsesivo. Y es que se asemeja enormemente a todas las técnicas de las ceremonias sacrificiales.


---


El género "conferencia" supone ese postulado que está en el principio mismo del nombre Universidad: hay un universo, un universo del discurso, se entiende. Es decir que el discurso habría logrado durante siglos constituir un orden lo suficientemente establecido para que todo se distribuya en compartimientos, en sectores que no habría más que estudiar en forma separada, y cada uno sólo tendría para aportar su piedrita a un mosaico cuyos marcos ya estarían lo suficientemente establecidos porque ya se habría trabajado bastante para eso.
El más simple examen de la historia contradice la idea de que las capas que se han asentado en el curso de la historia con el escalonamiento de los siglos constituirían experiencias que se suman y que al mismo tiempo pueden reunirse para formar esta Universidad; Universidad de letras Universitas litterarum, está en el principio de la organización de la enseñanza que lleva este nombre.
Les ruego que no entiendan por esta palabra, "historia", lo que les enseñan con el nombre de "historia de la filosofía" o de cualquier otra cosa, que es una chapucería que intenta darles la ilusión de que las diversas etapas del pensamiento se engendran una a la otra. El menor examen prueba que no es en
absoluto así, y que todo ha procedido, por el contrario, por ruptura, por una sucesión de pruebas y comienzos, que han dado cada vez la ilusión de que se podía influir sobre una totalidad.
El resultado es que basta con ir a cualquier tienda de libros antiguos y tomar cualquier libro de la época del Renacimiento. Abranlo, léanlo verdaderamente, se darán cuenta de que ya no encontrarán siquiera el hilo conductor de las tres cuartas partes de las cosas que les preocupaban y les parecían esenciales. En cambio, lo que a ustedes puede parecerles una evidencia se engendró en cierta época que, aunque no fue hace veinte, treinta, cincuenta años, no se remonta más allá de Descartes.
Es que a partir de Descartes ocurrieron ciertas cosas pese a todo notables, en particular la inauguración de nuestra propia ciencia, una ciencia a la que distingue una eficacia bastante sobrecogedora porque interviene hasta en lo más cotidiano de la vida de cada uno. Pero, a decir verdad, quizá sea esto lo que la diferencia de los saberes precedentes, que siempre se ejercieron de manera más esotérica, quiero decir, que eran el supuesto privilegio de unos pocos.
En cuanto a nosotros, estamos inmersos en los resultados de esta ciencia. La más mínima cosa que está ahí, y hasta los raros asientitos en los que se sientan, son verdaderamente consecuencia de ésta. Antes se hacían asientos de cuatro patas como sólidos animales, debían parecerse a animales. Ahora adquieren un aspecto levemente mecánico. ¿Ustedes no se acostumbran? Por supuesto, les faltan los asientos antiguos.


---


El trabajo de los filósofos nos había dejado suponer que el pensamiento es un acto transparente para sí mismo, que un pensamiento que se sabe pensar es el criterio último, la esencia del pensamiento. Todo eso de lo que habíamos creído que teníamos que purificarnos, liberarnos, para aislar el proceso del
pensamiento, a saber, nuestras pasiones, nuestros deseos, nuestras angustias, hasta nuestros cólicos, nuestros miedos, nuestras locuras, todo eso parecía ser testigo en nosotros de la intrusión de lo que Descartes llama el cuerpo, porque, en la cima de esta purificación del pensamiento, está el hecho de que no podemos comprender de ninguna manera que el pensamiento sea divisible. Todo vendría de la perturbación que provocan las pasiones en el funcionamiento de los órganos. Tal es el punto al que se
llega al término de una tradición filosófica.
Por el contrario, Freud, haciéndonos retroceder, nos indica que es en el nivel de nuestras relaciones con el pensamiento donde hay que buscar el resorte de toda una tendencia, singularmente acrecentada, parece, en el contexto de nuestra civilización, de gobernar a través de la prevalencia, el crecimiento del pensamiento de alguna manera encarnado en los brain-trusts, como se dice. El pensamiento está desde siempre encarnado, y esto es aún sensible para nosotros en lo que consideramos lo más caduco, lo más
inasimilable, el desecho, en el nivel de ciertos desfallecimientos que sólo parecen deberse a la función del déficit. En otras palabras, eso piensa en un nivel donde no se aprehende en absoluto a sí mismo como pensamiento.
Esto tiene mayor alcance. Si eso piensa en un nivel en el que no se aprehende a sí mismo, es porque no quiere de ninguna manera aprehenderse.
Sin duda prefiere desprenderse de sí mismo aunque sea pensado. Más aún, no recibe en absoluto gustoso las observaciones que pudieran venir de afuera a incitar a lo que piensa a reaprehenderse como pensamiento. Esto es el descubrimiento del inconsciente.
Este descubrimiento se hizo en una época en la que nada era menos discutible que la superioridad del pensamiento. En particular, gente a la que se llamaba en ciertos registros los nobles descendientes de los griegos y los romanos, civilizados, se consideraban hombres finalmente llegados al estadio
de su pensamiento positivo y daban un crédito que la historia nos mostró excesivo al progreso del espíritu humano.
El mérito de Freud fue percibir que hacía falta juzgar esto de otro modo, y mucho antes que la historia nos hubiera en efecto llamado a más modestia.
Esta nos mostró lo que palpamos todos los días desde tal y tal fecha, a saber, que no hay ninguna suerte de área privilegiada en el campo humano definido como el de las personas provistas del poder singular de manejar el lenguaje. Civilizados o no, son capaces de los mismos impulsos colectivos, de los mismos furores. Siempre han permanecido en un nivel que no hay motivos para calificar como más alto o más bajo, como afectivo, pasional o pretendidamente intelectual, o desarrollado, como se dice. Todos tienen a su alcance exactamente las mismas elecciones, que pueden traducirse en los mismos éxitos y las mismas aberraciones.
El mensaje que lleva Freud no discrepa seguramente en nada de todo lo que nos ha ocurrido desde su época, y que es capaz de inspirarnos puntos de vista más modestos sobre la perspectiva del progreso del pensamiento.
Freud no discrepa en nada, sigue allí con su mensaje, que es quizá tanto más fuerte en su incidencia cuanto que permanece aún en el estado más cerrado, más enigmático, incluso si se logró mantenerlo a flote gracias a cierto nivel de vulgarización. En ese nivel en que el ser humano es un pensamiento
que, felizmente, tiene en su seno la secreta advertencia de que se ignora a sí mismo, la gente siente que hay en el mensaje freudiano algo precioso, alienado sin duda, pero nosotros sabemos que estamos ligados a esta alienación, porque es nuestra propia alienación.


* Fragmentos de Mi enseñanza, de reciente aparición (ed. Paidós), integrado por conferencias pronunciadas en 1967 y 1968.

*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-85068-2007-05-17.html






Jueves, 17 de Mayo de 2007
Fragmentos*



*Por Miriam Cairo cairo367@hotmail.com


ALMA
Cuántas veces te soñé, alargada, con los ojos llenos de arena y de prisa en la opacidad de mis noches. Soñarte es el fermento de mi latido. En sueños te envuelvo con los ritos a los que siempre vuelvo: mi pie derecho apoyado sobre tu pecho izquierdo. Mi pie izquierdo hundiéndose en tu pecho diestro.
El látex entrando y saliendo por uno y otro corredor templado, provocando el imprescindible atontamiento. Pero dejemos de lado el detalle escandaloso de nuestros hábitos. Te sueño porque en el soñar no hay espacio para el alma sufridora. Sus relieves fulguran baboseados y en el remolino de su cueva penetran dedos, saliva, ideas. Algunas de ellas son exactas. Esto se refleja en la roja hinchazón de su morada. El alma puede acabar de pie, puede acabar sin aire, puede acabar en la noche o su costado.
Soñarte es mi alimento. Es mi modo de llegar a la abierta magnitud de tus brazos. Y el alma colabora. El alma se entrega. El alma se abre, suda, burbujea, retumba. Como una dulce flor de carbón exhala su perfume implacable. Y se toca, se retuerce, corre como loca por las arterias ausentes. Un resplandor fugaz sobre la tierra funda la noche entre las noches y tiende el puente que atraviesa la dicha. ¿Dónde sino al centro de tu corazón iría a parar el tesonero gemido de mi alma?


CORAZON
Yo vuelo. Bendigo el interior de tus sueños. Pongo en marcha las alas y vuelo. Vuelo para irme más allá del espacio disponible pero me llevo tu boca que muerde. Tus manos que aprietan.
Me multiplico en vuelos. Siembro la espiga del pan. Corto la línea del tiempo. Hablo en nombre de todos los que aman. Me adelanto a decir que tu alma no está muerta. Que tu cuerpo no está lejos. Abandono todo dolor para instalarme en un nivel más hondo que los recuerdos.
Te nombro para que entres en mí. Te abro los caminos de un corazón sereno, que no brinca demencial pero que no está anestesiado. Al nombrarte ofrezco el corazón turgente. El corazón de giros mansos. El corazón que marca en la memoria el latido y la sed que abarca toda el agua.
Te nombro sin imperativos, sin acumulación, sin carga. Te nombro por sobre todos los nombres. Te llamo desde el fondo de mi historia, serenamente, suavemente. No con un grito. No con un alarido de desesperación sino con la dulzura de todas las mujeres que llaman, de todas las mujeres que no lloran
sino que aman. Con cada palabra que escribo te llamo. Cuando miro alrededor, te llamo. Cuando estoy quieta y cuando vuelo te llamo. ¿Estás aquí?, pregunto. ¿Pronto estarás aquí? El silencio es la respuesta que te nombra.
Tu nombre se extiende, se despliega soberano de mi prioridad. Y tu recuerdo se vuelve un aire ardiente que entra por la ventana. Un aire que derrite el temor.


PREFERENCIA
Si vos no tuvieras el poder de preferir mis atrocidades de otras, no te sería dado establecer la diferencia entre un zaguán y una caverna, y por lo tanto, yo no sería espeluznante. Esa incapacidad de deducción te pondría a salvo de mí y te verías como un cachorro de caniche toy a los pies de
cualquier verdad irrebatible. Para tu intranquilidad confieso que no consigo detener el vértigo ni la tundra cenagosa de lo real. Pero aunque no tengo rabo, puedo mover mi atrás alegremente cuando tu humanidad despierta mi animalidad.
Nuestra verdad no es el arma al costado del camino. No tiene una boca imponente, no resuena como un bramido rodante por la avenida. No se te pega como chicle en el zapato, no sube al piso doce en un ascensor que te lleva hasta las lágrimas. No cena en la más absoluta soledad de tu mesa. Nuestra
verdad no despierta con cara de aburrimiento, no luce un prendedor de alfileres, no se peina con desgano ante el espejo, no quiere las llaves de tu casa.
A diferencia de otras, esta verdad olvida sus catástrofes. Te nombra la dulzura esperada. Te abarca como un mordisco que se traga la noche. Te demuestra que si vos no tuvieras el poder de preferir la hendidura de mi alma, yo no tendría interés por volverme riesgosa, expuesta, zozobrada.
Las cosas muertas empobrecen todo entusiasmo legítimo. Si no tuvieras el poder de acalambrarte fervientemente, si no fueras hijo predilecto de la convulsión, yo permanecería quieta y silenciosa como una almohada. ¿A quién daría de comer los insolentes bocados de mi sexo?
Sé que a veces corremos a una velocidad que desbarranca. A veces, no querés soltar la mordedura, a veces un pez dorado nos devora, a veces provocamos violentos espumarajos, cataclismos, derrames y sudores. Pero también sé que puedo tenderme en forma de arena y entibiar los pies de quien me ama. Puedo nombrarte con esa ilusión escapada de donde estaba bien sujeta. Y sobre todo sé que me gusta la continuidad, pero prefiero nuestros fragmentos a construir una permanencia frígida y ácida.


*Fuente: Rosario-12
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-8573-2007-05-17.html





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