*Dibujo de Erika Kuhn.
https://obraerikakuhn.blogspot.com
Sin
destino en la ciudad*
Caminar sin destino en la ciudad
es una forma de recuperar estampas,
vacíos antiguos, veladas ruinas.
La luz de una vidriera nos dice quiénes
fuimos,
ajustamos el paso a las baldosas
blanquinegras que adornan las aceras,
todo retorna a su vieja asimetría.
Caminar sin destino entre las gentes,
bajo el ruido que reina en la ciudad,
es una forma de saber que estamos vivos.
A nuestro alrededor los rostros deambulan,
en los gestos hay un rastro de armonía,
puede sentirse el calor entre las calles.
Pero alguna vez todo calla de repente:
cesan las conversaciones que nunca
sucedieron,
se apaga el brillo de los escaparates,
nadie ríe, nadie celebra, nadie canta,
nadie grita sobre el silencio del asfalto.
Y entonces uno sabe que todo forma parte
del mismo sueño que incesantemente se
repite
(como una siniestra tortura de los dioses)
sobre las turbias almohadas de la noche.
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
-De Metropolicromía.
HOMENAJE A PATRICIA
ESCOBAR*
"Estoy esperando que llegue Patricia a
mi vida"
La
voz interna repitió el motivo de la espera interminable al hombre de la mesa
pegada al vidrio qué no dejaba de ver con detenimiento a las mujeres que
cruzaban la avenida como tratando de adivinar quién de ellas era la Patricia
Escobar que entraría al bar a buscarlo sin más referencias que el pequeño
escudo de Independiente que llevaba prendido al saco.
Ella estaba sentada en el otro extremo del
bar, con ventana mirando a la otra calle. Pagó su cuenta y se acercó a la mesa
donde Esteban esperaba mirando su reloj cada cinco minutos.
-Pensé que no vendrías -dijo él.
-El colectivo nunca llegaba. -dijo ella.
La promesa de amor valió aquella espera de
hora y media en aquel bar de Avellaneda. Fueron casi 30 años de convivencia,
con dos hijas florecidas.
Quedo ahí un misterio que ambos se
esmeraron en proteger.
Al tiempo de enviudar, La mujer relató
aquel encuentro a sus hijas.
“lo vi ahí… cómo pollo mojado esperando por
alguien que seguramente no vendría. Me sentía tan sola. Estar sólo enloquece. Entonces
me levanté. Decidida a sentarme en su mesa."
"Llegó un necesario amor"
"Cada tanto cómo hacía mi abuelita en
sus rituales de agradecimiento prendía una vela en homenaje a Patricia
Escobar."
*De Eduardo
Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com
El
alma de los perdedores *
Me pregunto de qué está hecha el alma
de los perdedores, la más bella de las
almas
tengo preguntas extrañas últimamente
esas que supongo hacen los desesperados
ahora voy en busca de las respuestas
que habitan en el fondo de los sueños
abandonados
los míos y los tuyos
pero no me importan los misterios
milenarios
ni las naturalezas muertas ni los dados que
arroja Dios
no me interesan las mentiras
me interesás vos y de qué estás hecho
he cerrado los ojos mucho tiempo
para ver mejor, para entender muy tarde
que hay preguntas que no tienen respuesta.
*De Andrés
Bohoslavsky. vladimirbeat@yahoo.com.ar
-De su libro MARGOT, LA PROSTITUTA QUE LEYÓ A BAKUNIN.
-Editorial Leviatán. 2017
Manzanas*
Canté mi mejor canción
esta noche:
A la luz de la Luna,
Silenciando a los
grillos,
En la banqueta,
Tirado,
Sucio
Y convirtiendo en
monedas
Las miradas de
algunos.
Mi mejor canción
Se ha escuchado esta
noche,
Y algo se ha
conseguido para comer.
Se cantó esta noche
La mejor canción que
alguien pudo entonar:
Y no hubo aplausos,
Ni anuncios
publicitarios,
Ni firma de
autógrafos;
Pero algunas monedas
se lograron reunir.
Canté mi mejor canción
esta noche:
Los pasos tronaban con
el cemento
Y las horas pasaban
Como si fuesen algún
animal.
La mejor canción de
esta noche,
Apenas nos ha dado
para soñar.
*de hugo
ivan cruz-rosas. quetzal.hi@gmail.com
Coyoacán. México.
Pigmalión
y Galatea*
¿Quién no comienza a enamorarse de su
propia obra? ¿Quién no sucumbe al río impetuoso y quizás turbio de las
vanidades? ¿Quién no contempla la belleza de lo que vislumbra primero como un
significado y acaba convirtiéndose en objeto de sus pasiones? Construir un
mito, empezar a dar forma a una leyenda, las claves de la interpretación de lo
que surge para conformar una historia atemporal y el atisbo de un camino de
anhelos y señales, quizás, compartidas.
Pigmalión, el célebre cretense, harto de
mujeres anheladas y frustrado de inútiles búsquedas sociales, soñó un día con
la escultura perfecta en delicados y exactos rasgos, que luego con el paso de
los años y las labores, concretaría en el blanco marfil y en la soledad de su
taller. Pigmalión, cansado de ausencias, se enamoró de su obra, porque ella
tenía todo de sí mismo, era una prolongación de sus deseos y una extensión de
su cordura, necesitaba creer en esa estatua para dar crédito a su osadía de
engendrar lo más bello en ínfimos detalles.
Pigmalión dio nombre a su creatura, un nom
de guerre que nunca sabremos, de otros artífices desconocidos nos llega el
nombre marino, Galatea, y el arrebato de amor de una noche descabellada, el
beso imprudente en los marmóreos labios, sopesando la frialdad del objeto. Lo
sorprende la tibieza del marfil, lo fascina la tersura de una piel que es como
la arcilla fresca del alfarero. Afrodita, la enamorada moradora de los olímpicos
palacios, consintió esa unión inverosímil y otorgo vida a la terrenal estatua,
poniendo fin a los días aciagos y vacíos de Pigmalión y concediéndoles a ambos
una felicidad eterna.
El artista - mi yo creador - otorgó
deiforme aspecto al talle y a la sonrisa de la muchacha, mi modelo, fue ese, el
primer minuto de mi caída, donde dieron comienzo mis razones para conformarla a
mi gusto y semejanza. Tarde, muy tarde luego, tropezarían mis errores uno a
uno, soñaría sus mismas palabras y despertaría sobresaltado sin la huella de su
nariz en mis almohadas o su figura reflejada en mi ventana. Ella fue mi
proyección de lo más deseado, fue mis miembros extendiéndose y multiplicándose
en una sola forma, su cuerpo imaginado, una y mil veces en eléctricos momentos.
Este sueño mío, que también es un mito, es
demasiado bello, es ambiguo, es baladí. Se asemeja más a la continuidad del
sueño de Pigmalión que a la realidad del descubrimiento del mundo por parte de
los ojos de Galatea, ella también tendría sueños a partir de su génesis como
tentación de la carne, ella descubriría un entorno que iría alejando su brazo
de Pigmalión y poblaría sus noches de otras voces. Solo aislándola a los ojos
de todos, lograría el cretense su propósito egoísta, su felicidad mataría la historia
de Galatea, su desarrollo como forma.
El interesado fin de Pigmalión, la posesión
de la más bella estatua, mataría toda la personalidad de esta, como luego la
Galatea real, sustancia de Afrodita, sucumbiría a la sombra impresionante de su
creador. Yo tampoco pretendía un amor confinado a una caja de cristal. Pero el
derecho de conservar, de atesorar, de proteger se confundiría en mis horas
grises con un grito de posesión.
El artista que habita en mí - mi yo no
asumido frente a públicas miradas - se enamoró de la muchacha de marfil, su
piel me rebelaba el brillo y la ondulación de la arena, sus cabellos replicaban
la veta del elemento y la ondulación de la arista desbastada. La formé a imagen
de la figura yacente en mis sueños, le entregué la perfección creíble en ellos,
la belleza acumulada por mis ojos a lo largo de los años, y la forjé callada y
dulce como una flor extraña en un jardín sencillo, sin saber que era un ser
común pugnando por florecer en un mundo igual al mío.
Desperté una mañana y mi atelier era otro,
más antiguo, menos ordenado, más primigenio, en la ventana cantaba el pájaro de
las indecisiones, el mirlo políglota del griego. Sobre mi mesa, vino oscuro de
Creta en una cratera fenicia, en un trípode bajo algunas olivas y queso. A mi
alrededor bustos incompletos, faunos de rostro calcáreo, pies sin dedos de
apolíneos atletas, vides de mármol. En el pedestal una estatua, y ella en mi
sueño, porque yo había soñado que despertaba, era tan hermosa como ella, y yo
era un hombre maduro y ciego de amores.
Ella abrió los ojos y miró en derredor
abarcándome a mí, a su pedestal doméstico y más allá el territorio que
deslumbraban sus hermosas pupilas, su asombro y curiosidad la impulsaron lejos
de mi abrazo de héroe antiguo, de mi mitología de vanidades. Pero mi nombre no
era Pigmalión ¿Su nombre? Se llamaba Alicia, como la otra, también soñada por
el diacono británico, una modelo de agencia. No pude, no insistí en retenerla.
La muchacha caminó lentamente hacia la puerta del atelier, esbozo un saludo a mi
solitaria perplejidad y parpadeo sonriente al nuevo sol, que para ella,
comenzaba a mostrar sus colores verdaderos.
Desde la entrada me llegaron los modernos
sonidos del orbe, los relinchos del metal, el pulso de lo mecánico. Luego la
puerta se cerró, tomé arcilla fresca entre mis dedos y volví a soñar.
*De Jorge
Lacuadra. jorgelacuadra@hotmail.com
*
No hay porque correr
si no hay lugar a
donde ir,
en este saberse árbol
y besar el músculo de
la tierra
Siempre te amaré,
y no digo más que los
pájaros
cuando rumorean la
llegada de la mañana,
y no digo más que el
agua clara
cuando gota a gota
pretende río
No hay lugar a donde
ir
si no hay porque
correr,
porque la casa se echa
sobre nuestros huesos
y somos eso
para lo que nacimos
nacer
Siempre te amaré,
y no digo en el
desvelo de las camas
cuando la mañana es
una noche
que no se supo dormir
y no digo el ruido
seco en la palabra
cuando no hace falta
porque yo sé
No hay lugar donde
correr
siempre te amaré
*De Marcela
Lokdos.
CADA
PRIMERA VEZ*
Me resigno a que sea ésta la última vez en
que el milagro se de, en que la maravilla acontezca. Buscaré tus ojos, y será
tu mirada, será la primera vez en que sea mirada, será la constatación de la
correspondencia, y tu voz dirá las palabras, y tus manos me acariciarán con la
perfecta seguridad del deseo. Todo lo guardaré como acto inicial, como
justificación de mi existencia. Me buscaré en tu cuerpo, me encontraré en vos
completa y feliz, imagen minúscula de camafeo, miniatura atesorada de mi
reflejo en tus ojos.
Seremos felices recontando para el otro los
saldos de nuestras vidas, evocando niñeces y sucesos olvidados. Te hablaré de
aquella vez que, y de aquella otra en qué, y me escucharás ávidamente,
agradeciendo mi confidencia.
La vida en común será la exploración de una
selva virgen, entre los dos cortaremos las lianas que cierren los caminos,
desmontaremos el lugar de la edificación de nuestro hogar. Levantaremos paredes
contra la intemperie, crearemos bromas y palabras sólo para nosotros, nos
asiremos con un lenguaje compartido y prescindiremos de las explicaciones.
En lo cotidiano llegará la dulzura del
abrazo, la confortable costumbre del cuerpo recién descubierto y casi ajeno
pero milagrosamente próximo. Dibujaré mis brazos en torno a tu figura, serán
mis brazos nuevos.
Después la costumbre será costumbre. Ya no
estaré en tus ojos, será el fastidio de oír otra vez la misma conocida
historia, la broma repetida que ya no causa gracia.
Después vendrá la inútil repetición, la
furiosa búsqueda de lo que fue y no puede volver. Noche tras noche agotaremos
las ansias de aprehender la felicidad, retorceremos la cuerda, mentiremos
instantes que no son el instante, pero fingiremos creer que creemos.
Cuando ya no sea posible, cuando el engaño
sea tan evidente que las repeticiones se vuelvan vergüenza y traición, será el
momento de encontrar de nuevo la mirada la caricia el completo ser en otros
ojos, otras manos, otra voz.
*de Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
OJOS DE HIERBA*
Su gran amor es la
hierba. Enamorado de la hierba está.
-Aun no percibe la
triste locura de su amor-
Tampoco los comienzos.
Sabe de historias compartidas.
De insurrección. De
Cristos degollados. De panzas flacas y bolsillos gordos.
En las noches de ausencia
evoca tristes muertos.
(Los que se fueron y
los que rondan su fiebre)
Llega con su cabellera
de hierba y su torso desnudo.
Pero ella no es ella.
Es una hoja. Una quimera. Un sueño.
La toma muy fuerte
entre sus brazos.
Tan fuerte que le duelen
los miembros de abrazarse.
Y lucha contra esos
ojos de hierba tan mansamente amargos
“Tu boca sabe a menta
y nieve- No conozco la nieve”
Y tiene hambre y sed y
locas ansias.
Solo yo existo. Solo
me basto. Soy como soy.
Y cuando las penumbras
de la noche aun la nombran siente sed.
Sed áspera. Chúcara.
Grotesca.
Y brota y bebe y
grita. Un intenso orgasmo de humo.
Osado. Ridículo. Salvaje.
La mujer tirada sobre
el pasto quiere solo una cosa, ser hierba.
*De Amelia
Arellano.
GENIA
SIN LÁMPARA*
En un bar
de mala muerte del barrio de San Pedro, casi puerto de
Los Ángeles, Kalman escuchó una historia
fantástica.
Eran marineros polacos, pero Kalman habla
polaco.
Relataban presencia de la “Wrózka Szczescia" en camarotes del
barco.
Aparece de la nada en
la continuidad de los sueños.
Se abre paso entre los
rayos del nuevo sol con pechos al descubierto.
No hay tres deseos. Para
quien lo pide, luego de besar sus pechos con
ternura, ella concede un
único deseo.
No se puede pedir más
ni que vuelva otra vez.
Se pueden pedir otras
cosas, incluso chocolate.
*De Eduardo
Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com
Laberinto*
*Charles
Wright.
Mi ropa viajera ilumina el mediodía.
He estado caminando por mucho tiempo hacia
el pasado.
Esa ciudad irreconciliable.
Al parecer, todos quieren acompañarme, y
los dejo.
Las flores en los bordes me distraen, las
libélulas
Flotan como lapislázuli, ahí, fuera de
alcance.
Camino angosto, camino ancho, todos
nosotros metidos en él,
Infelices, inestables, a siete metros de la
inmortalidad
Y a un metro menos de no tanto por vivir.
Es mejor sentarse en la hierba crecida,
mirar las nubes,
Y levantar nuestras caras al cielo,
Considerando, que, para la mayoría de
nosotros,
Nuestras vidas han sido un error constante.
-Versión de Miguel Ángel Zapata.
- Charles Wright.
https://en.wikipedia.org/wiki/Charles_Wright_(poet)
*
El poema es separar un
instante privilegiado del fluir del tiempo.
*De Liliana
Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
LA
DESPEDIDA*
*Dedicado
mi hermano Esteban.
Llegué a la estación Elías Romero un miércoles con el
tren de las 4 de la tarde. Me agradó verla entre altos árboles. Había sido una
estación pequeña pero lujosa y elegante, y a pesar del tiempo, todavía se
notaba su esplendor de antaño.
Llegaba al pueblo, o más bien al caserío que se
dispersaba por el paisaje rural, para acompañar a mi madre.
Mi madre se moría. Eran los últimos días de esa
enfermedad cruel, larga, que la había estado consumiendo desde hacía meses.
Mi madre había decidido morir. Yo estaba segura de
eso. Ella comentaba que tenía más afectos y conocidos “del otro lado” que en
este mundo. Y los extrañaba.
Cuando enviudó se había mudado a ésta, la casa de sus
padres y allí siguió sola los últimos diez años. Había creado un mundo de
recuerdos, poblado de personas que mucho tiempo atrás habían partido. En su
ausencia encontraba las respuestas a preguntas del pasado, les pedía perdón o
consejo, y se animaba a decirles lo que nunca hubiera expresado delante de
ellos.
La encontré acostada y a pesar de su debilidad, una intensa luz iluminó sus ojos cuando me vio. Ya no tenía fuerzas ni para hablar pero, sonriendo, me tendió su mano. Me impresionó su delgadez, la piel mustia, el cabello débil. Por supuesto, no se lo dije. Las dos sabíamos que yo me quedaría junto a ella hasta el final, que estaba próximo.
Pero no hablamos de eso. Recordamos, en cambio,
buenos momentos. Anécdotas que nos divirtieron, personajes de nuestra ciudad,
alguna travesura mía. Cada tanto se dormía y yo me retiraba en silencio.
Los lunes, miércoles y viernes pasaba el tren por la
estación Elías Romero. Llegaban o partían algunos habitantes del pueblo, o
gente del campo que había ido hasta allí para tomarlo. No me perdía ese
acontecimiento: el paso del tren. Era lo único interesante en ese pequeño
lugar, y tal vez podría traer algo diferente, novedoso, o extraño.
Como a esa hora mi madre dormía, salía de la casa con
sigilo y caminaba por el sendero de baldosas grises hasta la vieja puerta de
chapa y alambre del jardín. Tan pronto como aseguraba el pestillo y daba mis
primeros pasos por la calle de tierra, empezaba a llorar.
No eran lágrimas que se deslizaran suavemente, Eran
sollozos intensos, desesperados. No podía evitarlo, era involuntario. Sentía
que todo el cuerpo se me sacudía, atravesado por el dolor y la angustia. Nunca
lloré frente a mi madre, ni cuando era chica. No quería causarle esa tristeza.
Ahora sentía asombro ante esa extraña que era yo misma, que no podía
contenerse, que se descomponía de dolor ante lo inevitable. Me avergonzaba que
alguien pudiese verme llorar así, A veces me paraba unos minutos junto a un
antiguo fresno para tratar de tranquilizarme, antes de tomar la calle principal
que iba a la estación. Y cuando escuchaba a lo lejos el silbato del tren acercándose,
me limpiaba la cara y caminaba rápido hasta el andén.
En la estación había dos bancos de hierro y madera,
que raramente estaban ocupados cuando llegaba el tren. Me sentaba en uno y
contemplaba toda la rutina: el arribo de la locomotora, los pasajeros que
bajaban, los bultos y las personas que subían, las indicaciones. Todo duraba
unos 20 minutos y luego partía. Cuando ya no quedaba nadie, volvía a casa.
La segunda semana de mi estadía en aquel lugar llegó
hasta el andén una niña, de unos 7 años. Me sorprendió que estuviese sola, pero
parecía ser algo habitual en el lugar, y nadie se asombraba por ello. Luego me
contó que vivía a unas cuadras de la estación. Traía en una de sus manos,
colgada de una argolla, una jaula chica, de color plateado, con un pajarito
amarillo dentro de ella.
No me gustan los pájaros enjaulados, y se lo dije,
pero me respondió que era la única manera de tenerlo cerca. Lo llevaba a ver el
tren, porque sentía que el pájaro no conocía más que el lugar donde estaba
colgada la jaula. Me pareció insólito sacar a pasear a un pájaro, pero
reconozco que tenía razón. El mundo para esa pobre ave se limitaba a unos
metros debajo de una galería, entre plantas y tapiales.
Nos acostumbramos a encontrarnos, la niña, el pájaro
y yo, cada vez que el tren se acercaba a la estación. Ella siempre se
maravillaba ante la enorme locomotora, y aplaudía y saludaba a los pocos
pasajeros, mientras yo cuidaba de la jaula. Éramos un extraño trío: una mujer
madura, una delicada niña de largo pelo castaño y un pequeño pájaro inquieto.
Esos dos seres, tan inocentes, tan frágiles, me
conectaban con la vida.
Cuando el tren ya no se veía en el horizonte nos
volvíamos juntos y yo los seguía con la mirada hasta que doblaban la esquina.
Me apuraba, imaginando que mi madre habría despertado y tal vez se hubiese
levantado, pero cuando llegaba la realidad me aliviaba y entristecía:
continuaba dormida, en la misma posición en la que la había dejado.
Una fría tarde de agosto, ochenta y tres días después
de que pisé la estación Elías Romero por primera vez, mi madre murió.
Unas pocas vecinas, el cura y yo la acompañamos hasta
el cementerio y la dejamos con un ramo de esos lirios violeta que tanto le
gustaban.
Después volví a la casa, vacié la heladera, regalé
algunas cosas a los vecinos y luego de dar mi teléfono a la secretaria de la
Comuna, me fui al andén, a las cuatro de la tarde.
Esperé a mi pequeña amiga, pero no vino. El tren se
acercó con la furia de siempre y aguardé hasta el último llamado, pero ella no
apareció.
Más triste aún subí y me senté junto a la ventanilla,
mientras la máquina, despacio, empezaba a marchar. Estaba buscando mi boleto
cuando escuché un ruido del otro lado del vidrio y levanté los ojos.
El pequeño pájaro amarillo estaba frente a mi cara.
Revoloteó varias veces y luego de vacilar unos segundos se alzó rápido,
decidido, para perderse en el inmenso cielo gris.
*De Cecilia
Zanelli. ceciliaines_zanelli@yahoo.com.ar
-Santo Tome. Santa Fe.
-Continuidad literaria
por el Ferrocarril Provincial.
-Próxima estación:
ESTACIÓN FUNKE.
LOS EUCALIPTOS.
FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.
GOBERNADOR UDAONDO.
LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.
GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ. J. R.
MORENO. EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS.
INGENIERO
VILLANUEVA. ARANA. GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
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