* Obra de Claudio Uzal.©
Gijón.
ESCARBO EN LOS
OJOS DE MI MADRE*
*De Eugenia
Simionato. mauge_167@hotmail.com
Recuerdo
aquella foto
en la que estoy
en brazos de mi madre
con una flor en
la mano.
Algo
resplandece en el cielo.
Aunque no lo
sabemos
tenemos las dos
el mismo gesto.
Pienso que mi
madre
tuvo que alzar
su infancia
para enseñarme
que es posible
encontrar la
belleza
en el liviano
movimiento de una hoja.
Todavía escarbo
en los ojos de mi madre,
como si
pudiera, a través de ellos,
volver a aquel
jardín
y contemplar de
nuevo
el breve
parpadeo de la dicha.
***
-María
Eugenia Simionato nació en 1987 en Mendoza. Se licenció de psicóloga en la
Universidad del Aconcagua.
Actualmente
está trabajando en un poemario de próxima aparición.
EL BREVE PARPADEO DE LA DICHA…
RAÍCES EN LA
SANGRE*
Vengo de ti,
del tajo de tu
fuerza,
del duelo entre
el dolor y la esperanza,
de llanuras
desiertas
y naufragios,
de la angustia
y la rabia,
de aquella
soledad,
hollando
heridas,
por las secas
veredas de tu infancia.
Soy casi un eco
tuyo,
efímero reflejo
en los azogues,
el aura
transparente
de todo lo que
piensas
y masticas
y callas.
Puedo pasar,
tal vez,
inadvertida,
junto a tu
solidez y tu arrogancia
y,
sin embargo,
sin que tú lo
sepas,
vienes de mí,
del fondo de mi
alma.
Porque hay
veinte veranos destrenzando
la llovizna
incesante de su magia
y mis sueños
tañendo la
ternura
en las secas
raíces de tus alas...
y mi risa y mis
lunas y mis pájaros
y mis hebras de
luz
en las mañanas.
Entonces,
ya no soy la
voz del agua:
superficial,
azul, despreocupada;
entonces,
ya no eres,
solamente
el ardor
despeinado de tu fragua,
y hay algo de
mi canto en tus silencios
y hay algo de
tu fuego
en mis
entrañas.
*De Norma
Segades Manias.
Receta contra
la violencia*
Hay una sonrisa
esperando, un espejo a encontrar.
Aunque rota en
hilitos y armada o amada tiene que aparecer. El deseo de una calle con sol, una
palabra italiana, la fe, la cariñosa esperanza, un campamento a la orilla del
lago. Desandamos los ruidos hasta encontrar la voz. Nos acostamos a la orilla
de una mirada. No es la alegría, ni el baile, ni el injerto artificial. Es, a
lo mejor, esta hoja que se va llenando, rellenando como el biscochuelo que se
abre en capas y se moja con líquidos. Es esta hoja con fragmentos negros,
letras, que se alzan hasta hacer palabras que arman un mapa que desande el
miedo, la ira, el desamparo, porque en el lenguaje están todos, el gato debajo
de la cama, una nena con rulos, la arena con monigotes.
Hay una
ecología del alma, más allá de las armas, de las ruinas, para hacer de nuevo el
rompecabezas o el rompealmas y coser y juntar los pedazos perdidos, es como si
los poetas nos hablaran. Ese pájaro azul de Bukowski que todos tenemos y
tememos dejar salir, por fin se asoma y canta.
*De Cristina
Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com
*
No es
la sencilla
puerta
donde
el tiempo
demoraba.
Es la puerta
que abre
hacia otras
puertas,
en un juego
donde no vale
mirar
por la
cerradura.
Y sólo hay
una llave.
*De MARIANA
FINOCHIETTO. mares.finochietto@gmail.com
PIEDRAS*
Dame tu piedra
de silencio.
Tengo mi piedra
de palabras.
Tal vez pueda
hacer con ellas
como el hombre
originario,
el primer fuego
sagrado.
*De Miryam
Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
*
no sé
sino
tu nombre
no conozco tu
raíz
ni el color de
tus hojas
quizá en tu voz
vaya el viento
tocando
violines
o tal vez el
mar con sus metales sonoros y dulces
no sé si tenés
en las manos
manzanillas que
reniegan perfumes
o si el día se
descascara en ellas
y se duerme
como un caballo
sobre
el vado de un
río,
y aunque
parezca
locura este
infinito
quisiera
compartir con vos:
penumbras
luces
mariposas,
lluvias que
abren sus dedos sobre el paisaje y tiemblan,
pero ya sabés
me gana
a veces
la tristeza
porque estoy
hecho de pájaros que miran la noche
y si en este
siglo
solo me toca en
gracia
quedarme con tu
nombre bajo del brazo
iré con él
por el mundo
sabiendo de
antemano
que un nombre,
tu sustantivo verde, bastó
para alegrarme/
*De León
Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar
Verdor*
Descendió entre
vapores y nubes blancas. Le habían asegurado que no volvería, que los años
contados del modo terrestre, pasarían uno a uno y que su vida acabaría
enmarcada, en las fronteras rojas.
Convencido,
intentó el ejercicio del olvido. No fuera a ser cosa que la nostalgia, por
malos o buenos que fueran los recuerdos, lo convirtiera en un ser dependiente.
No deseaba ser como aquellos que dejan su patria y luego pasan los días
debatiéndose en la añoranza. El piso marciano, ese sería en adelante su hogar.
Sin embargo,
por más que lo intentó, fue imposible borrar, el verdor inigualable que a la
despedida, se extendía del otro lado del mirador de la nave.
*De Ana
María Broglio.
Villa Gesell
ELA O’FARRYL
ESTÁ CANTANDO ADIOS FELICIDAD*
Aun no tenemos
catorce provincias ni médanos de aire para empinar pájaros de papel estraza.
Somos la lumbre detenida allí donde cuelga la cimitarra, el arcabuz. No ha
llegado el humo que mata los pájaros. No ha llegado mi padre con su diente de
morder cebollas y escupir al cielo. La primavera se confunde con una mujer
fluvial que se voltea y me muestra los pechos. Soy el que dibuja la rayuela en
el mapa de la patria. La que salta es mi hermana. Al otro lado del patio
conversan los difuntos que esperan a los ciclones, las guerras chiquitas y
mundiales. En el brasero del vecino se hunde la carne que un día fue sangre
caliente del bosque. En las tendederas ondean las sábanas que en su día fueron
las franjas blancas de la bandera. Del huerto familiar llega a un olor que no
saben los hospitales. Las frutas en ristre pasan en trenes veloces rumbo a la
memoria. En el cuaderno de bitácora mi madre apunta los abortos, los
nacimientos, los eclipses. Yo estoy al centro de la nada y bebo un agua
nutricia mitad sangre mitad resurrección.
*De Reynaldo
García Blanco. centrosoler@cultstgo.cult.cu
MIEDO*
“El miedo es el
padre de la crueldad.”
JAMES ANTHONY
FOUDE
El jinete del
miedo corcovea.
El
abandono es más cruel que la muerte.
El miedo teme a
la libertad.
La libertad
teme al castigo.
El castigo teme
a la soledad.
La soledad teme
al miedo.
El niño mira
sus pies descalzos.
Piensa que el
miedo solo es una palabra.
Existe, para
ocultar lo que no se tiene.
*De Amelia
Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
*
La belleza es
una diosa desnuda
facilidad
inentendible
fulgor aquí
y vestigio
arena clara
mínimo grano a
la luz
de lo que nunca
pisamos
*De Alejandra Alma. almaalma3h@gmail.com
INVENTREN
INVENTREN*
(De la Estación
J. V. Cilley - Ferrocarril Midland)
*Por Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
Al amigo Coiro,
que sueña trenes.
Lo que vemos
desde aquí no es más que un modesto edificio de una sola planta, con una puerta
de madera y dos ventanas. Se adivina que en otro tiempo estuvo pintado de
blanco, pero ahora toda la fachada está repleta de desconchones y lo que parece
ser un impreciso conglomerado de restos de pintura, con diversos colores mezclados
de forma aleatoria, como lo haría un niño. "Ese estrago no es obra de
niños" dice el Gringo. El Gringo era actor. Vino hace casi treinta años a
participar en una película, descubrió la melancólica noche de nuestras ciudades
y la insondable desnudez de nuestros yermos, y nunca más volvió a su tierra.
Desde entonces vaga por ahí con su videocámara y un ansia insaciable de escenas
por grabar, de mundos por descubrir y relatar.
Si nos
acercáramos un poco más, veríamos que se trata de la oficina ya inútil de un
apeadero abandonado, último residuo de un pasado que se nos va marchando
lentamente. Un poco más cerca, observamos que la puerta, que alguna vez fue
verde y ahora es un mero trozo de madera reseca, ha sido abierta, quizá
forzada, y que las ventanas no tienen cristales. Pensamos que acaso alguien se
los llevó para venderlos, o que estarán esparcidos por el suelo, fragmentados
en miles de pequeñas astillas transparentes que dentro de un rato, cuando el
sol esté alto, sembrarán de reflejos el entorno, multiplicando la aridez de
este paisaje.
Nuestros pasos,
lentos, resuenan sobre la calma del amanecer austral mientras nos vamos
aproximando a la caseta. A pocos metros hay un auto, que parece tan abandonado
e inútil como todo lo demás. El volante y el cambio de marchas han
desaparecido, así como tres de las ruedas. La cuarta está destrozada. También
faltan la puerta del conductor y los espejos. Ese auto tiene un no sé qué de
animal herido. De bestia moribunda que se ha arrastrado hasta aquí a exhalar su
último aliento, al lado de las vías por las que una vez circuló esa especie de
hermano mayor: el tren. Pero también las vías han emigrado a otras latitudes.
No queda por allí ni un solo hierro. Algunas traviesas de madera, uno que otro
tornillo enterrado, la hierba seca marcando el lugar donde antes hubo raíles,
como queriendo contar una historia, una vieja balada de destierros y
encuentros.
Dentro del
inmueble en ruinas hay alguien. Se asoma al acercarnos. Es el Marmota. Le
llaman así porque siempre parece estar durmiendo. La realidad es que padece una
suerte de insomnio crónico, que le impide dormir durante la noche. Eso hace que
se pase el día dando cabezadas. Antes la cosa era diferente: El Marmota
trabajó, como todos nosotros, en el ferrocarril. Fueron años dichosos. Uno se
pone a contar anécdotas y no termina. Ganamos algo de plata, hicimos buenos
amigos, recorrimos este país hermoso, vivimos. Luego todo terminó de repente.
La casa donde vivía el Marmota en esa época estaba a unos doscientos metros de
las vías. Cada noche, antes de acostarse, escuchaba pasar el tren de las once,
que iba hacia el norte. Media hora más tarde, con bastante puntualidad, podía
escuchar, a veces ya desde la tibia región del duermevela, el que venía
atravesando la estepa rumbo al sur. Ese era el mejor indicio de que el mundo
seguía marchando, de que todo estaba bien. Después -esto ya lo supo todo el
país por los diarios o la televisión- esa ruta quedó obsoleta y se suspendió el
tráfico. Muchos de nosotros nos quedamos sin trabajo. Aquella primera noche sin
trenes, el Marmota permaneció acostado cara al techo durante horas, esperando,
sin saberlo, el sonido que había venido escuchando y amando desde que tenía
conciencia. El bárbaro silencio no lo dejó dormir. Desde entonces, cada noche
no es más que un reflejo borroso de aquélla, la pesadilla de la que no le es
posible despertar.
Por eso no es
extraño que haya sido el primero en llegar. Nos saluda con un gesto. Nos
muestra el interior. Un armario desgajado y un par de sillas raídas, un tablón
de anuncios con cuatro o cinco chinchetas oxidadas, un botiquín vacío. También
hay un diminuto baño con las paredes desnudas. Habrán aprovechado las baldosas.
"No es mucho, la verdad" murmura el Gringo. "Hay que ser cautos"
dice alguien. "No sabemos bien de qué va esto. Ya se verá".
Todavía falta
gente, no sabemos cuánta. Nos sentamos afuera, en el suelo, a la sombra. Aún no
hace calor, pero es el lugar más agradable para esperar. Fumamos en silencio,
con la mirada perdida en un punto inconcreto, cada uno sabrá qué es lo que ve
en esa intersección imaginaria.
Un rato más
tarde aparecen dos mujeres con un bulto. A lo lejos, parece una especie de
alfombra enrollada. Se oye un susurro: "Son ellas". Caminan despacio,
quizá el peso les impide avanzar más aprisa. Dos de los hombres se incorporan,
tiran sus cigarrillos al yermo donde antes estaban las vías, y van al encuentro
de las mujeres. El tercero sonríe. Hace años que las conoce. Sabe lo que va a
pasar, como si ya lo hubiera visto antes, como si no hubiera hecho otra cosa en
su vida que ver una y otra vez esa misma escena: Se encontrarán a mitad de
camino, o un poco más lejos, allí donde un letrero sujeto con alambre al poste
inclinado todavía indica el nombre del apeadero, y una flecha mínima, insignificante,
señala la dirección a seguir. Después, ellos se ofrecerán a llevar el pesado
fardo. Ellas, educada pero firmemente, rechazarán la propuesta. Habrá una breve
y acalorada discusión. Luego, ellos regresarán a paso ligero, sin mirar atrás,
mientras ellas se van aproximando con lentitud, saludando con la mano de vez en
cuando y parándose a descansar un par de veces.
Cuando llegan,
apoyan el fardo sobre uno de los muros y saludan a todos. Hay sonrisas y
abrazos. Queda olvidado el incidente de unos minutos antes. Somos una misma
cosa, las pequeñas contrariedades no deben afectarnos. Tenemos un objetivo,
aunque aún no sepamos muy bien cuál es. Así pues, nos saludamos y charlamos
durante algunos minutos. En realidad, no sabemos de qué: Lo importante en ese
momento es el sonido de las voces, saber que estamos ahí, que hemos regresado
del exilio al que nos sometimos, o al que no pudimos escapar.
Luego, todos
callamos. En el horizonte ha aparecido el Catalán. A esa distancia parece más
pequeño, pero así y todo, no pasa desapercibido. Alguien pregunta "¿Se
habrá acordado de traer los cuadernos?". Es una pregunta retórica. Todos
conocemos la extrema seriedad y eficiencia del Catalán. Resulta extraño verle
con traje y corbata en un día como hoy y en un lugar como éste. Al caminar, sus
pies levantan pequeñas nubes de polvo que se quedan durante un instante posadas
sobre el camino terroso y después se desvanecen como fantasmas inexpertos. Trae
una maleta en la mano derecha, una maleta pequeña. Nos sorprende un poco
reparar ahora en que los demás no hemos traído equipaje. No pensábamos que
fuese necesario, y quizá no lo sea, mas el hecho de ver a uno con una maleta
nos hace pensar en ello por primera vez desde que iniciamos esta aventura.
Entendemos, porque así se nos dijo, que todo empieza en este lugar y en este
día, pero nada sabemos de lo que vendrá luego. "¿Y no es siempre así en la
vida?" se pregunta uno de nosotros, imposible saber quién.
Ha ido llegando
más gente. Unos charlamos, otros permanecemos callados mientras oteamos la
lejanía por si vienen más. La mañana va floreciendo. Nadie mencionó una hora
concreta; no obstante, algunos empezamos a estar un poco intranquilos. Aunque
nadie va a volver sobre sus pasos, eso no lo dudamos. Así que nos ponemos a esperar.
Fumamos y charlamos; caminamos y fumamos, alguien canta por lo bajo. El día va
transcurriendo. Hay quien piensa que tal vez sería hora de regresar a su casa;
sin embargo, aquí nadie se mueve. No sabemos qué, pero en el fondo todos
confiamos –o nos dejamos mecer en ese espejismo- en lo que ha de venir, aunque
nos sea imposible cifrarlo o definirlo. Escrutamos la inmensa extensión que se
extiende en torno; creemos adivinar, a lo lejos, sombras que se mueven, autos
que van o vienen, aunque sabemos que no hay ninguna carretera cercana. Llega la
primera penumbra del crepúsculo. Tal vez nos preguntamos si en verdad es
posible aún esperar algo. Como un ronroneo creciente, la noche se acerca y nada
ha sucedido. Sobre el murmullo, se escucha un rasgueo de guitarra, una voz que
entona una milonga, otra que le acompaña. Al otro lado, en el yermo, se repiten
los ecos nocturnos de los lugares abandonados para siempre. Entre todos estos
ruidos tan familiares, se cuela uno nuevo, inexplicable: Si no fuera imposible,
diríamos que se ha oído el traqueteo de un tren en la distancia. "Habrá
sido un camión" farfulla una voz, aunque le falta convicción. Un rato
después, el sonido se repite. Pedimos silencio. En efecto, hay un rumor, lejano
aún, pero inequívoco. Esta vez nadie tiene dudas. Al fin y al cabo, somos todos
del oficio. "El viento lo habrá traído desde la ciudad" musitamos,
tratando de negarnos esa ambigua ilusión que comienza a asentarse en nuestro
ánimo. Sin embargo, aguzamos el oído por si nos es dado establecer de dónde
viene; escudriñamos el norte y el sur, el este y el oeste, convencidos de la
inutilidad de nuestra solícita vigilancia, y al mismo tiempo con la secreta
esperanza de ver aquello que deseamos, distante quimera que nos alzó de
nuestros lechos y nos condujo hasta este minuto en el que todo va a tener
sentido, o a perderlo. El sonido es real y poco a poco aumenta su volumen.
Crece entre nosotros un griterío apagado, hay movimientos inquietos, miradas
interrogantes, cierta confusión. De pronto alguien grita mientras señala un
punto luminoso en el sur: "Allí, allí". Ya no es sólo el traqueteo
remoto. Ahora lo acompaña una luz que se nos va acercando, una luz que viene
del Sur. Desconcertados, nos miramos. Nos gustaría ensayar una hipótesis, fijar
con unas pocas palabras eso que está sucediendo y que no tiene explicación, mas
nadie dice nada. El sonido se va elevando hasta resultar casi insoportable. El
círculo de luz también ha aumentado ostensiblemente su tamaño. No puede ser,
pensamos. Pero es: Una locomotora antigua, cubierta por la tierra de todos los
caminos, erosionada por todas las lluvias que el mundo ha visto, se acerca,
poderosa y desafiante, hacia el lugar en que estamos, hacia este apeadero
inútil, hacia este yermo desolado, provocando un rechinar, una agria
resonancia, fantástica música que escuchamos con el corazón encogido. Con un
chillido de frenos viejos, desacostumbrados, se detiene justo al lado de este
barracón donde esperamos, arracimados y anhelantes. Vemos al conductor. Le
reconocemos. Era cierto, entonces. Una voz se eleva por encima del murmullo
general. La voz, resuelta, garabatea en el aire un pensamiento común:
"Vamos subiendo. Es la hora".
-Sergio
Borao Llop publicó “El alba sin espejos” por el sello eBooks Literatúrame!
***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:
GONZÁLEZ RISOS.
PARADA KM 79. ENRIQUE FYNN. PLOMER.
KM. 55. ELÍAS ROMERO. KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD. MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO VILLEGAS. JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
KM 12. LA SALADA. INGENIERO BUDGE.
VILLA FIORITO. VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
***
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FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR
UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO. ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ. J. R. MORENO.
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ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS. INGENIERO
VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA. LA PLATA.
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