jueves, agosto 24, 2023

DE ESTE LADO DEL MUNDO

 


*Foto de Paula Novoa.

 

 

 

 

 

 

*

 

 

Como quien

nace otra vez

vuelvo a la orilla.

El viento

levanta a la arena

como un dios

que quisiera resucitar

a sus muertos.

No me escucho,

de este lado

del mundo.

 

Mi voz

se ha perdido,

niña y sola

entre los médanos.

El ruido del agua

es una ofrenda

que mi memoria me trae

para nombrarte.

 

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

 

 

 

 




 

 

 

 

BLUES*

 

 

Estoy cansada, corazón.

Ha costado.  Ay.  Como ha costado.

Como costó ser vara de junco.

He sido caña de tacuara. Quebracho. Lanza. Navaja.

Me he quebrado mil veces.

He bebido nortes.

Al derecho. Al revés.

-bochornoso limo, frente caliente-

He bebido sures en los barrios bajos.

-rara ternura al costado izquierdo -

He tropezado con ojos en el suelo.

Me he levantado.  Singular oficio de hembra.

Y tu cuerpo y el mío.

Raíces enredadas.

La noche, acerca un Dios cansado.

Historias repetidas. Más allá de nosotros.

Es necesario. Vital. Imperioso.

Olvidar el olvido. 

Ven.

Paso a paso.

Hueso a hueso.

Beso a beso.

Palpitando. Siempre.

Ven amor. Ven. Bailemos este blues.

 

*De Amelia Arellano.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

 

En las tierras oscuras donde el miedo era rey

construí una casa con el barro del río.

Sometí a la materia, la moldeé entre mis manos,

le di forma de hombre, de ventana, de hijo.

Con mis ojos de amor parí cada mañana

un sol para entibiarme en los días más fríos.

Vi crecer las glicinas, florecer, derramarse,

convertirse en manojos de violencia azulada.

Vi pasar a los pájaros en su huida hacia el sur.

Los contemplé al volver en la urgencia del nido.

Todo es tan poco siempre cuando se mira lejos.

Tan poco y diminuto y lejano y perdido.

Debo dar las gracias a mis pequeñas muertes

por este cuerpo mío de vida generosa.

Llevo la cicatriz del que ha perdido todo de una perra vez.

Como todo el que aprende, yo también aprendí

que uno es apenas la suma

de todos los demonios que se ha devorado.

 

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

 

- Mariana nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City Bell.

-Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena 2014).

Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015)

La hija del pescador (La Magdalena, 2016).

Piedras de colores (Proyecto Hybris 2018).

El orden del agua, (GPU Ediciones 2019).

MADURA, (Editorial Sudestada 2021)

-Quiero sacar la cabeza por la ventanilla de tu coche.

Halley ediciones (2022)

-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria

 

 

 

 

 



 

 

 

 

 

 

EL DELIRIO NUCLEAR*

 

La bomba y la energía nucleares no representan solamente riesgos físicos para la humanidad, tienen claras implicaciones políticas

 

*Por ALEJANDRO BADILLO. badillo.alejandro@gmail.com

 

Vivimos tiempos engañosos. En apariencia estamos inmersos en sociedades cada vez más seculares, pero, en realidad, abrazamos nuevos tipos de fe. Si la religión cristiana prometía la salvación a través del paraíso después de la muerte, el mundo actual ofrece su utopía a través de la tecnología. En esta ideología dominante, la energía nuclear ha vuelto a capturar el imaginario cultural. A partir de la crítica a los combustibles fósiles y una utópica transición energética para combatir la crisis climática, la fantasía del átomo como salvación para la sociedad de consumo tiene nuevos promotores. El desastre radioactivo de Chernóbil parece un mero accidente en la historia, pues –a pesar de las evidencias en contra– la versión de la energía nuclear del siglo XXI es ecologista, limpia, sustentable, verde, segura y, sobre todo, abundante.

El regreso de la propaganda a favor de la energía nuclear y el conflicto en Ucrania han resucitado el fantasma de la bomba atómica. En estos días el filme de Christopher Nolan sobre el físico teórico Robert Oppenheimer ha contribuido a esto. El famoso Proyecto Manhattan la situó no sólo como el arma que finalizaría la Segunda Guerra Mundial, sino como un nuevo factor de estabilidad global para los largos años de la Guerra Fría. Esa visión –compartida al inicio por Oppenheimer y otros científicos– no se cumplió. Lo que sí ocurrió fue el inicio de la carrera armamentista y el frenesí del gobierno de Estados Unidos por seguir experimentando con su arsenal. El resultado consistió en decenas de bombas de hidrógeno termonucleares en el atolón de Bikini, situado en el Pacífico, con repercusiones criminales para la naturaleza y los habitantes de las zonas cercanas. Estos hechos, por supuesto, no han sido llevados ante la justicia.

Hay, en la bomba atómica, un fuerte elemento místico que va más allá de la tecnología que la fabricó. La idea de un dispositivo capaz de aniquilar todo ha acompañado a la humanidad desde sus orígenes. El bombardeo como engranaje principal de la llamada “guerra total” –en la que toda la población de un país es considerada blanco militar, pues es cómplice del enemigo– fue profetizado en las ficciones del siglo XIX y principios del XX. El historiador sueco Sven Lindqvist, en su libro Historia de los bombardeos (1999) –una exploración laberíntica sobre el uso de la tecnología para la muerte–, hace un prolijo repaso de las fantasías literarias sobre la guerra y las bombas que fueron muy populares en Occidente. El autor muestra un elemento fundamental que cambió, para siempre, la cara de la guerra: el uso del avión como instrumento que trascendía fronteras para aniquilar al enemigo a distancia. Novelas y cuentos de autores cuya memoria apenas se puede rastrear, y algunos otros que se han vuelto clásicos como H.G. Wells, imaginaron bombardeos devastadores en Europa décadas antes de que ocurrieran. Las mismas historias usaron el delirio de la bomba para combatir y exterminar en la ficción a los pueblos extranjeros que demonizaban como seres irracionales y, por supuesto, una amenaza para la civilización judeocristiana.  

La irrupción de la bomba atómica en el siglo XX –siguiendo las fantasías de un poder absoluto imaginadas en épocas anteriores– también actualizó la dualidad del dios cristiano: en el Antiguo Testamento puede desatar su ira para castigar a la humanidad; en contraste, en el Nuevo Testamento renuncia –salvo la expulsión de los mercaderes en el templo– a la violencia, y ofrece la otra mejilla al agresor. La bomba, siendo fiel a la analogía, pacifica al hombre a través de un poder latente que, sin embargo, puede estallar en cualquier momento. En la película Oppenheimer (2023) vemos que el director intenta recrear, a través de la explosión de la bomba en Nuevo México, una experiencia mística. Por esta razón la secuencia mostrada en el filme no tiene, al menos en sus momentos más significativos, sonido. Es, justamente, una revelación que está más allá del entendimiento humano, vedada para el lenguaje verbal, y el ruido de la explosión aparece sólo después de los segundos decisivos para devolvernos una realidad inteligible. Hay, como han notado algunos críticos, una vocación estética en la imagen del hongo nuclear que niega los terribles efectos que causa.

Es curioso que la frase más famosa de Oppenheimer – “Me he convertido en la muerte, el destructor de los mundos”– sea una cita del dios Krishna en la Bhagavad-gītā, el texto sagrado del hinduismo. La ciencia, en ese instante, cede su lugar al delirio místico y a la megalomanía. En la reconstrucción fílmica de Nolan el personaje interpretado por Cillian Murphy pronuncia esas palabras mientras tiene sexo con su novia, Jean Tatlock, interpretada por la actriz Florence Pugh. La escena causó indignación en algunos sectores de la India, pues ofende un símbolo sagrado. Sin embargo, la incomodidad también podría ser fruto de la historia de ese país con la bomba atómica. Elevadas al rango de unidad nacional, las armas nucleares en la India han servido no sólo para elevar la tensión con Pakistán, su vecino, sino para construir un símbolo de cohesión identitaria en un país pluricultural sometido a un poder político cada vez más dictatorial. Criticar a la bomba –al igual que el hereje ante la fe revelada– es motivo de segregación social e, incluso, persecución, como lo ha denunciado la escritora india Arundhati Roy. Para redondear el símbolo religioso, la primera vez que el país detonó una bomba nuclear fue el 18 de mayo de 1974, día en el que se celebra el nacimiento de Buda. El gobierno bautizó el arma como “el Buda sonriente”.

El imaginario nuclear llevado a la realidad –más allá de las armas– también gobierna a través del miedo. La llamada “sociedad nuclear” que advirtió Roger Belbéoch –físico francés especializado en la aceleración de partículas– es una distopía autoritaria de facto. En su libro Chernoblues (2001), publicado en español en 2019, el científico nos previene de una civilización tecnocrática que podría eliminar, casi por completo, cualquier gestión democrática. Una ciudad dependiente de la energía nuclear deja de luchar por sus libertades, pues cualquier confrontación puede destruirlo todo, como una espada de Damocles que amenaza constantemente la vida. Entonces, a través del átomo, se deja el gobierno en manos de los expertos, los únicos calificados para conducir a la sociedad y que ejercerán una suerte de despotismo ilustrado para el bien de todos. Tenemos entonces a lo nuclear como un dios inaccesible e inestable; un dios con una corte de sabios que creen dominarlo cuando es, justamente, lo contrario.

 

*Fuente: https://www.latempestad.mx/tornavoz-bomba-atomica-energia-nuclear/

 

-Alejandro Badillo. (Ciudad de México, 1977)

-Es autor de los libros de cuento: Ella sigue dormida

(Tierra Adentro), La herrumbre y las huellas (Eeyc), Vidas volátiles

 (BUAP), Tolvaneras (SC Puebla), El clan de los estetas (Universidad

Veracruzana. Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela) y las

novelas La mujer de los macacos (Libros Magenta) y Por una cabeza

(Premio Nacional de Novela Breve Amado Nervo).

Recientemente ha publicado:

 “La Habitación Amarilla” (cuentos) por Editorial BUAP. -2021-

 “Reconstrucción” (novela) Ediciones EyC. -2021-

 

 

 






 

 

 

 

 

El banquete*

 

Después de la gran hecatombe nuclear los Plumkier, aristócratas de cuna, se reúnen cada tercer viernes de mes alrededor de una mesa, tal como venían haciendo desde el principio de los siglos. Cubertería de plata, copas de cristal de Murano y vajilla de porcelana de Sèvres. Etiqueta y traje largo.

Una enorme bandeja de plata con un asado de carne en el centro de la mesa.

Intentan que las cosas sigan como siempre y que las tradiciones se mantengan. Únicamente hay tres cambios que no pueden obviar: No hay pan, la carne no es de ternera sino de animales más pequeños y se ha instaurado un rezo antes de comenzar las comidas:

"Te damos las gracias señor por los alimentos que vamos a tomar y te rogamos que no sean tan radioactivos como el mes pasado", recitan mientras se contemplan las terribles quemaduras, las pústulas y la perdida de dientes.

 

*De Joan Mateu.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

VISITAS*

 

Estamos comiendo en la cocina

cuando se nos presenta una gran cucaracha.

Pensamos en matarla con una escoba,

mas no tenemos escoba.

Tratamos de exterminarla a zapatazos:

se nos escapa siempre.

La perseguimos con amenazas y puñales,

la perseguimos con determinación.

 

Desde lo alto

le enviamos maldiciones, migas de pan,

ortigas, hielo.

Desde lo alto le leemos un sermón sobre el pecado,

un larguísimo poema del revés.

¡Todo es inútil, todo!

 

Pensamos que debemos reconocer nuestro

horrible fracaso.

Ella no responde a nuestra persuasión.

No deja de reírse desde sus ojos feos,

desde su cuerpo negro, desde allí.

Entonces comprendemos que lo mejor

es aprender a amarla.

 

Y no sabemos cómo.

 

*De Silvia Arazi.

-Fuente: "La medianera. Una novelita haiku". Interzona, 2013.

 

 

 

 



 

 

 

 

 

 

11 *

 

De soslayo

de susurros

de a escondidas.

Esta existencia

a veces

aparece.

 

*De Paula Novoa. novoapaula8@gmail.com

-Poema incluido en Hija de mala madre.

Cave Librum Editorial. 2016

 

 

 

 

 

 



 

 

 

 

 

Mordida de tortuga*

 

 

Pulverizado su cuerpo, el maíz da forma al manto de los cometas.

Tus ojos son lo único en esta llanura:

no hay aire y la sangre permanece inmóvil.

El cielo de tu cabello estrellado

no deja que la noche permanezca sin brillo

tu cuerpo desnudo, montaña

sobre el oleaje nace en cada parpadeo de tu ladera:

eres el espacio que habitan las serpientes silbando

a las rocas para que no olviden sus colores cetrinos.

El mundo no cesa y mueve nuestros cuerpos

cual si fuésemos incapaces de afrontar nuestras decisiones

líquidas.

Flor que nunca se diluye: tu aullido arrojó mi existencia en tu rocío.

Ciudad de alas que ahogan la noche: tu calor

hizo nacer el calor de mi cuerpo clavado en los dedos de tu corteza.

Solo así abandoné el bosque del que tanto me hablaste

cuando el ave que une con líneas las estrellas aprisionó mi

corazón

para sacar de la tierra el agua: tu piel

envuelta en el gris de tu brisa.

Ahora la cáscara del anfibio cierra sus soles

como si no hubiéramos cantado,

como si no nos hubiéramos abrazado,

como si no hubiéramos hecho promesas,

como si no hubieras

guardado el silencio en el azul de tus pasos

 

*De hugo ivan cruz-rosas. quetzal.hi@gmail.com

Coyoacán. México

 

 

 

 

 


 

 

 

 

*

 

Entre nosotros

viven los pájaros

a los que les diste de comer

inclinando tu torso delgado y triste

hacia un cacharrito

que apoyaste en el suelo.

Los pájaros saben dónde ir

en qué sitios la vida los sostiene

en su delicada continuidad,

lo aprendieron del aire.

Tu mano

que ofrece alimento

debe saberlo, lo sospecho,

esa mano

que me da de comer también a mí,

la hambrienta

la devastada.

 

*De Irma Verolín. irmaverolin@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hay quienes*

 

 

Hay quienes llevan a cabo la vida más hábilmente.

Tienen orden en su interior y a su alrededor.

Para todo la manera y la respuesta adecuada.

 

Adivinan inmediatamente quién a quién, quién con quién,

con qué objetivo, por dónde.

 

Ponen el sello en las verdades absolutas,

arrojan a la trituradora los hechos innecesarios,

y a las personas desconocidas

a las carpetas destinadas a ellas de antemano.

 

Piensan justo lo debido

ni un segundo más,

porque tras ese segundo acecha la duda.

 

Y cuando los dan de baja de la existencia,

dejan su puesto

por la puerta señalada.

 

A veces los envidio

-afortunadamente se me pasa.

 

*De Wislawa Szymborska

*Fuente: https://akantilado.wordpress.com/2013/02/19/poemas-de-wislawa-szymborska/

 

 

 

 


 

 

 

 

*

 

Algún día mi viejo me empezó a leer Shakespeare. Como tenía 8 años, debía explicarme todo para que entendiera, palabras, historia de la época, etc. Yo oía fascinada su voz, esos domingos, a veces, recostado, o en un sillón. En algún momento me explicó que cada cosa quería decir muchas cosas. Que, por ejemplo, las brujas de Macbeth eran esas viejas pero a la vez era símbolos y había muchas maneras de entenderlas.

¿También nosotros somos símbolos? - pregunté.

Mi abuela materna que escuchaba desde el marco de una puerta y con un mate en la mano, dijo:

-Seguramente alguien nos escribe y alguien nos está leyendo y queremos decir muchas cosas y también no queremos decir nada, somos esos que somos. Depende de quién nos lea.

Mi viejo se rió pero también se quedó pensando. A veces imagino quien seré para cada uno y sé que debo ser muchas palabras diferentes, extrañas y contradictorias.

 

*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com

 

 


 

 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 

 

 

 

 

El Sur (Dudignac)*

 

 

*Por Sergio Borao Llop.

 

Podría abrir los ojos, encogerme de hombros, decir: “no sé qué estoy haciendo aquí”. Y sería verdad, al menos parcialmente. Toda verdad es incompleta, eso lo sabemos. Porque el conocimiento de nuestra propia realidad también es parcial. Verdad es que nunca antes había oído esa palabra, pero no es menos cierto que escucharla me trajo, de repente, imágenes de un tiempo ya pasado, de un lugar nunca visto, de una música extraña…

Creo que lo dijo Urbano Powell, una tarde imposible, mateando. Aunque ya no sé si es recuerdo o presunción. Evoco la palabra: “Dudignac”, una voz pronunciándola, el tenue escalofrío que mi cuerpo sintió… Otra voz, no la primera, apuntó: “eso está en Europa, en Francia, en el sur”, y la primera voz, tranquila, replicó, “no, ché, eso está aquí mismo, a poco más de 300 kilómetros de Buenos Aires, cerca de Nueve de Julio. Es un pueblito… y bueno, también es una estación abandonada…” un silencio expectante, un leve carraspeo “de aquellas del Midland, ya sabés”.

Y yo, que escuchaba en silencio, con el corazón encogido, no sabía, pero… supe.

Supe que tenía que ir a esa estación, y no, no me pregunten, porque aun hoy, aquí sentado, todavía no tengo una respuesta… No podría precisar tampoco los acontecimientos que siguieron. Todo fue un vértigo de acciones sumidas en la niebla. Sé que hablé con personas a quienes no conocía, que acumulé datos innecesarios, que hice preguntas cuya respuesta en realidad no me importaba, porque desde el primer momento, desde que aquella voz pronunció esa palabra, yo sabía que un día mis pies se posarían en la antigua estación abandonada, en ésta en la que ahora me encuentro, viviendo en primera persona esta historia que ni siquiera yo comprendo…

"El verde tiene muchos tonos, hay muchos verdes, pero el sur francés es otra cosa. No lo sé yo, yo nunca estuve allí, nunca salí de esta tierra que a veces me resulta inhóspita, pero a la que, sin saber muy bien el motivo, no puedo dejar de amar… Yo no lo sé, repito; pero lo sabe él: ese hombre que escribe, ese hombre que está escribiendo estás líneas, alguna vez estuvo allí, en ese sur plagado de colinas verdes y valles inmensos que su palabra inhábil no alcanza a describir de forma precisa… "

Pero yo no lo sé, yo nunca estuve allí. Sin embargo, si cierro estos ojos, testigos de la infamia de más de medio siglo, que sin querer mirar lo han visto casi todo… Si aquí sentado cierro los ya cansados ojos y dejo que mi mente vague libre, puedo sentir el olor de esos viñedos que no son de estas tierras; puedo percibir, sin ver, esos árboles verdes, ese césped que es casi un resplandor a ras de suelo, los diminutos pueblos que adornan las laderas. Pero si abro los ojos, si cedo a la tentación de lo real (pero ¡qué sabemos en el fondo si es, en verdad, real!), vuelvo a estar aquí en Dudignac, una vieja estación abandonada por la que ya no pasa el tren; o tal vez sí: un tren fantasma que no conduce a ningún sitio, sólo al recuerdo de otras gentes que están lejos de aquí, allende el mar y el tiempo, escribiendo palabras que yo no entendería.

"Allí, en ese otro lado, en ese otro sur que nunca vi, la estación tiene vida. Hay viajeros que esperan, viajeros que conversan, viajeros solitarios que no saben muy bien cuál será su destino (si lo miramos bien ¿quién sabe, en realidad?). Hay funcionarios con sus uniformes un tanto gastados por el uso, hay maletas, cigarrillos, un viejo reloj, expectativas… Acaso alguna vez, ese hombre que escribe, estuvo en tal lugar, acaso él escuchó la música que ahora, sentado en este banco con los ojos cerrados, me parece evocar."

Con los ojos cerrados se siente un viento fresco, la caricia del sol en pleno rostro, ese sopor me lleva hacia lejanas fechas, me invaden los recuerdos de aquella primavera (¿qué primavera? pienso) Aquella primavera que es mi otoño, tal como siempre fue. Con los ojos cerrados casi puedo sentir el temblor de la tierra, el sonido lejano de un tren que va acercándose, las voces que resuenan alrededor de mí…

Y aunque sepa que por aquí no pasa el tren desde hace más de treinta años, es tan grato dejarse seducir por esa magia… Tal vez sólo por eso, permanezco sentado en este banco, con los ojos cerrados, aguardando en secreto la llegada del tren, ese tren que es tan sólo una esperanza, la inverosímil fantasía de un alma que dormita.

Y entonces, él también, ese hombre que escribe, puede cerrar los ojos; allí parapetado tras su mesa, puede cerrar los ojos, recobrar ese olor casi olvidado, sentir la emanación de los viñedos, las voces, las campanas, y retornar al día en que llegaba el tren que no pudo tomar en su lejana Europa (ese tren que había de conducirle a su destino). Nada importará entonces si el nombre no es el mismo, si es apenas el eco de una voz junto al fuego, una simple palabra que se quedó prendida en el alféizar gris de esa ventana que algunos llaman alma. Tal vez así los dos: ese hombre que sueña (si es que es él, el que sueña), y este hombre que espera (si es que soy el soñado) podamos al final entremezclar nuestras ficciones: su Sur con este Sur, el mío con aquel que nunca he conocido.

 

 


 

-Próxima estación:

 

LOS EUCALIPTOS.    

 

-Continuidad literaria por el Ferrocarril Provincial:

 

FRANCISCO A. BERRA.

 

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GOBERNADOR OBLIGADO.

 

ESTACIÓN DOYHENARD.  

 

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J. R. MORENO.   

 

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ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  

 

LISANDRO OLMOS.

 

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LA PLATA.

 

 

 


 

 

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