*”Agua de
vida” Óleo/ Lienzo de Claudio Uzal. (c) UZAL
MUJER DEL FRIO
FRENTE AL FUEGO*
Hay una mujer
del frío que mira el fuego,
una mujer del
cuadro de Brueghel que se imagina real
mientras los
pájaros del invierno salen disparados
como
proyectiles. Nadie duda existencias.
El ansia le
deja huellas: el ansia del calor como si eso fuera real
y el frío, un
sueño rígido y sin vida, una blancura de fantasmas.
Algo cae en el
fondo del fuego para quemarse
mientras el
viento le tuerce los sueños a la mujer. Ya no sabe que ansía.
si es el calor,
si es ese fondo
que recibe lo arrojado
como si el
fondo,
como si lo que
toca el fondo
fuera lo real.
*De Liliana
Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
(De mi
libro "Cazadores en la nieve", pronto a ser reeditado en edición
bilingüe en Reflet de Lettres, París)
COMO SI LO QUE TOCA EL FONDO FUERA LO REAL…
ARRIBO*
Venía con diez
jazmines en la mano.
¿Adonde vas?
-Toda la sequía
del mundo en mi mirada-
Al mar. Me
espera el mar. El mar irremediable.
¿Cómo lo sabes?
-Páramo salobre
en mis entrañas-
Una sombra ha
cruzado los cardales.
Me espera una
geometría de cosas y de nombres.
Vuelve en
marejadas.
Patria
misteriosa de los hondos secretos.
Una hembra
latiendo en maduro fruto.
Un macho con
corceles negros en los ojos.
Una alondra y
un toro.
Gritos de
cobre. De violeta. De clavel ausente.
Una pradera
quieta y un halcón.
El niño duerme,
envuelto en pañales de viento.
Laberintos.
Estrellas. Delfines. Arrecifes.
Huésped de un
arcano laberinto de agua.
Arribo.
Puerto de mar o
páramo.
Puerto que
florece en algas y cardales.
Puerto de un
enero de amor.
Un hombre con
los brazos extendidos.
Una mujer con
diez jazmines en la mano.
*De Amelia
Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
JAZMINES Y
FUTBOL*
Aquel verano
fue en verdad un poco más distinto que los otros
Es lo que
conversamos muy de vez en cuando muy de vez en cuando nos reunimos alrededor de
unas brasas que hacen dorar una carne apetitosa, regada con el consiguiente
vino tinto que empuja hacia nuestro interior tamaña exquisitez.
En realidad
debo aclarar que no es un tema excluyente, sino que ralea en la maraña de
recuerdos, de medias memorias corridas de un hormiguero que empuja hacia la luz
del entendimiento que va buscando un aire de agradable bienestar.
Fue el verano
en que fue trasegado por la presencia entre tímida y sobradora de esos dos
chicos que venían de la ciudad, nos sentimos un poco extraños en nuestro propio
terreno por decirlo con el modo metafórico y aun literal.
Eran dos
hermanos que venían de la ciudad, a pasar las vacaciones a la casa de sus
abuelos que justamente vivían a la vuelta de nuestra casa, en pleno barrio El
Jazmín. Porque en la casa en que vivió don Clemente Gerlo con su familia,
anteriormente vivió un italiano que se llamó Giovanni Di Tomasso y que había
plantado jazmines por todo ese gran terreno donde una higuera centenaria
resiste al implacable paso del tiempo. Es lo que siempre oí de mis mayores,
porque yo en cuerpo presente a este señor tan dispendioso con los olores
agradable y el blanco de un blanco impoluto no lo conocí y no sólo eso ni
siquiera vi una foto miserable nunca puesta ante mis ojos.
El Barrio el
Jazmín se hizo famoso por otras razones que nada tienen que ver con la
floricultura y la cuento aquí. Cuando el famoso Cholo Belluschi puso sobre sus
hombros la difícil tarea de armar los grupos de fútbol infantil por el barrio,
se le vino a la mente reflotar los albos jazmines de don Di Tomasso y tal el
nombre que inventó sin consultar con nadie. Roberto Escudero eligió los colores
blanco y rojo, tal la camiseta. Pero los pibes del barrio comenzaron a alzarse
con todas las copas de todos los campeonatos del pueblo y aún del vecino. Esto
produjo envidias y recelos y un aura de energía vital para los que vivimos en
sus calles más bien alejadas y escondidas entre plátanos, paraísos y fresnos y
casuarinas, que hacen al mito de origen del barrio, humilde de por sí.
La anécdota a
rescatar o el motivo de estas palabras desmañadas es que estos chicos de la
ciudad, silenciosos y atildados eran excelentes jugadores en el manejo de la
pelota y en los picados y partiditos nos hacían morder el polvo a todos. No con
mucha torpeza tratábamos de frenarlos, pero no queríamos quebrarles alguna
pierna, de ningún modo. En los córneres tratábamos de encimarlos, al irlos a
marcar le dejábamos una cepilladita suave o una zancadilla, pero nada. Inútil,
siempre nos sorteaban con elegancia y por más que hiciéramos para fastidiarles
nunca lo lográbamos.
Hasta que a uno
de nosotros se le ocurrió una idea, para darles una lección. Desafiamos al
equipo del Barrio de las Ranas, que tenías un dos golpeador por furor y
alegría. Y allá fuimos nosotros con los dos pibes de refuerzo. Ellos ignorando
la pequeña trampa que en verdad no era sino una venganza un poco cobarde.
El partido se
planteó desmañado desde el principio y ellos, elegantes, duchos, esperaban los
guadañazos del zaguero y los saltaban. Todo iba bien y ganábamos uno a cero,
con ellos como compañeros era un paseo.
Hasta que aquel
energúmeno alto, grandote y bastante malintencionado se dio cuenta que iba
perdiendo respeto y prestigio y su fama de pesado se diluía que actuó: a uno le
pegó de atrás con mala leche y al otro le dio un cabezazo en el pecho. Los
sacó, digamos, de circulación
Se suspendió el
partido, perdimos los puntos y al bruto lo suspendieron para siempre. No jugó
más en los equipos del pueblo. Salvo algún picadito inocente.
Terminó el
verano, los pájaros se iban volando hacia el ocaso, las garzas y los flamencos
volvían a sus lagunas un poco de tristeza se nos aposentaba en nosotros, porque
se aproximaba el tiempo de las clases, de las órdenes, de la pelota que se
debía dejar por los deberes.
De los dos
chicos nunca más se supo, sus abuelos se fueron de este mundo, por lo tanto
ellos también fueron olvidados y somos muy pocos los que nos acordamos de esos
pibes rubios y de buenos modales.
Fue todo muy
breve.
Como una breve
brizna de una gramillita que el viento tira bajo una alcantarilla seca.
*De JORGE
ISAÍAS. jisaias46@yahoo.com.ar
*
¿Ves afuera,
el sol afuera,
la leve
circunstancia
de la luz
derrotando a la
sombra?
Así
también es la
felicidad.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
Mirada en fuga*
Quisiera
atravesar el resplandor lunar del campo
y llevar mi
cansancio a la orilla de un río,
quedarme
mirando
la tranquila
frescura del agua,
que a esa hora
tendría
el color
adamascado de un abril lejano.
Imaginar el
sonido de un oboe llegando
con su hilo de
música hasta el centro mismo
de ese tono
impalpable.
Oboe y cielo.
Atardecer y río
juntando su sed
bajo los puentes.
Ya no tengo
mirada, se ha ido.
Soy mujer que
mira su mirar.
Espectadora de
mí,
y se va
como si fuera
la última vez.
--Creo que no
que hallaré la forma
de volver a
recuperarla—
………………
Sólo puedo
anclar en el silencio,
en la oscura
intimidad de la casa...
*De Miryam
Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
*
Duele
contemplar
con este amor
de madre
a esa nena
que anduvo tan
sola.
Duele
con este amor
de madre
no poder,
abrazarla,
advertirle
que estoy acá,
que
sobrevivimos,
que pudimos
conocer la
felicidad.
Las leyes del
tiempo
son
inexorables.
Ella nada sabe
de mí,
no puede
atravesar esta frontera
donde hay hijos
y soles
y hombres para
amar.
Yo,
que me recuerdo
tanto
de cuando era
un grito en la oscuridad.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
Pesca
deportiva*
Hay pescadores
que lanzan sus
redes
buscando el pez
más exótico
otros en sus
redes atrapan
cardúmenes de
ingenuidad.
Los peces
vuelven al río o al mar
mareados,
confundidos, asfixiados
llevan mensajes
de alerta
las aguas
quedan indiferentes
los peces
tienen memoria breve
Hay pescadores
que usan anzuelos
con luces de
colores
moscas vivas
artificios de
seducción
Nunca muerdas
ese anzuelo
van a
atravesarte
van a exhibirte
y luego tirarán
tu cuerpo sin cuidado
infinitamente
dolido
a flotar sobre
el agua indiferente.
Boqueando,
como yo
inútiles
advertencias
y deseando,
locamente
una última
caricia de veneno.
*De Alejandra Inés. elmomoeditor@gmail.com
Agua*
*Por Antonio
Dal Masetto.
Basta ir a la
cocina y en un día soleado abrir la canilla y llenar un vaso con agua y después
mirar esa misma agua en la luz de la ventana para que la imaginación se dispare
y emprenda una carrera demencial y nada sea igual que un minuto antes, porque
ahora se está pensando que el agua del vaso viene de ese mismo río al que se
puede descubrir cada mañana más allá de los mástiles de los barcos amarrados en
las dársenas, desde aquella masa uniforme y monótona que casi no sufre cambios
con las variaciones del cielo y las estaciones, y se medita acerca del largo y
complejo proceso de depuración y de qué manera el agua, a través de
innumerables e insospechadas cañerías, en el vientre de la ciudad, llega
finalmente hasta ahí, a ese departamento, a la cocina de ese departamento, a la
canilla que se acaba de abrir para saciar la sed, agua venida desde aquel río
profundo y oscuro, agua cristalina ahora, límpida, transparente, agua pura a
menos que una mente afiebrada, una memoria afiebrada, aun en la calma de un
mediodía como éste, quiera cargarla de imágenes de horror, enturbiándola,
ensuciándola, volviéndola súbitamente intolerable, imágenes, aspas que no son
de molinos girando en la noche negra, hélices arrastrando pájaros de muerte en
el aire del río, bultos arrojados al vacío, cosas vivas cayendo cayendo y
después hundiéndose en el agua revuelta, hacia el fondo, hacia la oscuridad
absoluta, hasta mezclarse abajo con el barro milenario, con desechos
milenarios, lejos para siempre de la luz y las respuestas y la posibilidad de
cordura, allá en el agua del río, esa misma que ahora uno se dispone a beber para
saciar la sed en la cocina de un departamento invadido por la tibieza de un día
soleado y la música de la radio, agua clara, purificada, desinfectada, con su
justa proporción de cloro, que llega con la misma facilidad y eficiencia a
otras canillas, en edificios céntricos, en los suburbios, en casas, oficinas,
conventillos, mansiones, hoteles, cárceles, hospitales, cementerios, canillas
de plástico, canillas de oro, la misma que llena la pila bautismal de las
iglesias, las piscinas para el deporte o el placer, la que lava la piel de los
recién nacidos igual que la arrugada piel de los ancianos, la que acaricia a la
adolescente detenida ante el espejo del baño orgullosa de su cuerpo en flor, la
misma agua que acude a los miles de picos de las máquinas de café en todos los
bares de la ciudad, la que alimenta macetas en ventanas y balcones y también
algún nostálgico huerto de un inmigrante europeo en un barrio cualquiera, la
misma que sirve para la cocción de los alimentos y para borrar la sangre de los
asesinatos, tinieblas, zumbidos en la noche, bultos arrojados, cosas vivas
cayendo, silencio, agua venida desde los misterios de las profundidades
trayendo noticias de muerte, agua de múltiples usos, agua que sirve para lavar
otros muertos en ciertas ceremonias fúnebres, agua limpia, agua incolora,
insípida, inodora, uno de oxígeno y dos de hidrógeno, agua transparente, óptima
e insustituible para la higiene, agua que alberga espantos, bultos, cosas
vivas, cayendo cayendo, hundiéndose en el líquido oscuro, bajando bajando,
perdidas, confundidas en el barro milenario, lejos para siempre de la luz y las
respuestas y la cordura, agua que brota en chorros triunfales en las fuentes de
las plazas y es aprovechada a veces para conciertos acuáticos al anochecer,
agua donde se bañan los gorriones, agua transparente, agua para las manos del
cirujano, de la partera, del mecánico, de la maestra, del jugador de fútbol,
del político, del policía, del comerciante, del artista, agua para lavar todas
las manos, agua que ha perdido la inocencia, aspas que no son de molinos
girando en la noche negra, hélices de anchas palas impulsando pájaros de
muerte, bultos arrojados, cosas vivas cayendo y cayendo y hundiéndose, lejos
para siempre de la luz y las respuestas y la posibilidad de cordura, agua que
trae nombres, agua mansa útil indispensable a la civilización, agua llegada
hasta este vaso a través de complicados procesos de purificación y que ninguna
purificación podrá jamás purificar del todo.
*
¿Y cómo andar
sin presumir que pronunciamos una palabra que no sabíamos qué significaba hasta
volverla agua, boca, manos, en la mitad de la sed?
*De Valeria
Pariso.
http://inventren.blogspot.com/
Estación Riachuelo*
A Martín Rébora
La madrugada,
fría y ventosa, se hacía sentir inexpugnable dentro de los sucios talleres
ferroviarios. Marcos Reed, camarógrafo free-lance, sabía que aquella misteriosa
incursión que planeara este singular productor televisivo, quien ya le
consiguiera varias "changuitas", sería algo inusual (filmar las
villas miseria cercanas al Dock Sud, ¿a quién se le pudo haber ocurrido?). Pero
nada le hacía prever lo que se avecinaba, más allá de la vetusta locomotora
diesel, con un potente faro que horadaba la noche. El productor se llamaba Luis
Quintana, sus amigos le decían "Droopy" (aquel personaje animado que
solían proyectar junto con Tom & Jerry), porque siempre aparecía en todos
lados, y era un loco de la guerra. Mucho más que Marcos, lo cual ya era mucho
decir. Había conseguido recién un par de días antes -y vaya a saber dónde- el
contacto para realizar aquella travesía, únicamente de noche, a fin de realizar
las tomas iniciales para una serie de documentales referidos a la marginalidad
urbana. El asunto olía un tanto turbio, ya que tampoco quedaba claro a nombre
de quién operaba tal ramal, escondido y casi clandestino; pero Marcos no se
acobardó por eso. Muy por el contrario, el detalle le daba la incursión un
sabor muy excitante. Gastón Robles era el nombre del maquinista, quien puso un
par de ineludibles condiciones al momento de partir: que jamás lo enfocaran con
la cámara, y que su identidad nunca fuese revelada. "Me juego el laburo,
¿viste?", fue su único y monolítico argumento. Eran pasadas las dos cuando
la locomotora se puso en marcha, rumbo a las antiguas refinerías del Dock, rechinando
aguda sobre los rieles, cuyo mantenimiento se adivinaba casi nulo. Remolcaba
tres vagones, uno cargado y dos vacíos. Marcos y Droopy no quisieron preguntar
nada al respecto. Pero al acercarse a los cambios de vías cercanos al
Riachuelo, Robles les pidió que se agacharan dentro de la cabina de la
locomotora, no fuera cosa que alguien los viera. "¿Quién, a esta hora y
con tan poca luz, en este lugar de mierda?", pensó Marcos, pero no emitió
opinión. En la semipenumbra, Quintana y Reed alcanzaron a divisar los irregulares
emplazamientos del caserío, levantado a la vera misma de la vía, con apenas
unos centímetros de distancia entre las precarias paredes de cartón y chapa y
el paso de la locomotora, que aunque disminuyese la velocidad, atravesaba aquel
corredor conteniendo el aliento. -¿Cómo pueden vivir así? -, llegó a decir
Droopy, incapaz de comprender dónde se encontraban. -¿Cómo quiere que vivan? -,
respondió Robles, como si la respuesta fuese obvia. -Han ido llegando en
oleadas, sin preocuparse por si había lugar para ellos acá o no. Y fueron
levantando estas casuchas donde pudieron. Mire, a veces las ponen tan cerca de
la vía, que cuando vuelvo cargado, y los vagones se bambolean, más de una vez
me llevé puesta una pared y arrastré todo lo que venía atrás.-¿Gente también?
-, exclamó Marcos, ahogado por la impresión.-No. Cuando arrastro casillas no.
Pero también me ha pasado que de pronto se abra una puerta que da a la vía, y
aparezca delante de mí alguna persona. Imaginesé: un viejo, un anciano, que ya
no puede orientarse ni siquiera dentro de su propia casa, se levanta de noche,
necesita ir al baño, tantea a oscuras las paredes, llega hasta la puerta, abre.
Pero resulta que se equivocó. Que la puerta que daba a la letrina común era la
otra. Y sale a la vía, a ese pasillito que se forma ahí al costado, en el
momento justo en que paso yo. Entonces las luces lo encandilan, y la sorpresa
es tan grande que no puede reaccionar, ni amaga a tirarse dentro de la casilla.
Y "me lo llevo puesto".-No me joda. -, sonrió Marcos, sin poder creer
lo que le cuentan.-Es la pura verdad -, afirmó Robles, mirándolo de costado, un
tanto ofendido. -Si quiere le cuento pelotudeces que se cuentan por acá para
que pongan en el programa, pero me parece más justo que les diga lo que vivo cada
vez que vengo, ¿no?-Seguro, amigazo, seguro -, terció Droopy, palmeándole el
hombro a Marcos para que se calle y escuche, sin arruinarle semejante fuente de
información. La visión del pasillo a través del parabrisas de la locomotora,
encajonando la vía, parecía de película; de terror, por supuesto. La sola
posibilidad de que se abriese alguna puerta y alguien apareciera delante de
ellos de improviso, a Marcos lo llenaba de espanto. Supuso que podría sentir
algo de adrenalina al estar inmerso dentro de algo "clandestino",
pero esto superaba cualquier clase de expectativa. De pronto, le pareció que
aquel tren nocturno aparecía en medio de la noche como una irrupción infernal,
casi de otro mundo, que quizá sirviera como "cuento del Cuco" para
asustar a los críos que vivían en aquel lugar y mandarlos a la cama,
impregnados por el temor de levantarse en medio de la noche. La idea le hizo
sentir escalofríos, pero no por eso dejó de filmar algunas escenas de aquella
vía encajonada, quizá para ilustrar los títulos del documental. Una vez que
traspusieron aquel villorrio, continuaron la marcha hacia el Dock. Los
contraluces de la madrugada resultaban siniestros. Y el viento, cada vez más
helado, no ayudaba a que pudiesen sentirse a resguardo del paisaje. El silencio
se abatió sobre ellos sin piedad, apenas fragmentado por los sorbidos sobre la
bombilla del mate, que circulaba de mano en mano; amargo, por supuesto, y
cebado con inusual destreza por Robles, mientras continuaba operando la palanca
del acelerador de la locomotora. Finalmente, luego de atravesar un ralo
descampado, y oliendo el característico aroma putrefacto del Riachuelo,
ingresaron en un ámbito mucho más pesadillesco que el anterior. Las
construcciones ya no eran desiguales, sino que parecían armadas por opacos
bloques de material, aunque éstos no parecieran ser muy sólidos. Apenas se
recortaba alguna torre, último vestigio de las refinerías que solía haber
desperdigadas por la zona, antiguo reducto industrial. Las borrosas siluetas
estremecían gradualmente a Marcos -imposibilitado de filmar a causa de la
escasa luz reinante-, aunque ninguno de los dos se animase a decir nada.
-¿Dónde estamos? -, consiguió decir Droopy, venciendo sus recientes
temores.-Supongo que para los planos de la Municipalidad esta zona ni siquiera
está urbanizada -, comentó Robles. -Los vecinos la llaman "Villa
Batería", porque la construyeron como todas, con materiales en desuso. Y
como acá hubo una fábrica de baterías eléctricas, los bloques de las casillas
son baterías en desuso. Marcos y Droopy se miraron con espanto. -¿Y la
contaminación? -, preguntaron al unísono. -¿Qué contaminación? -, repreguntó el
maquinista. -Los que viven en este lugar ni siquiera saben que esa palabra
existe."¿Sabrán que ellos mismos existen?", se estremeció Marcos. Y
la sola idea de imaginar la clase de gente que pudiese vivir en un lugar así,
expuesta a los venenos y las radiaciones, desarrollando quizá hasta mutaciones
inconcebibles, le generó náuseas. "¿Se sentirán desahuciados, o tampoco
sabrán lo que ese concepto signifique?". El panorama resultaba casi
dantesco, aunque quizá se mostrase potenciado por la desbordante imaginación de
aquellos dos hombres, temerosos de ver aparecer entre los montones apilados de
baterías corroídas cualquier silueta que pareciese deformada, hasta incluso
teñida de verde y con algún ojo de más. Robles avanzó un centenar de metros más
y detuvo la formación, haciendo chirriar los frenos. Delante de ellos se
extendían las oscuras y aceitosas aguas del Riachuelo, abundantes en petróleo,
carentes de vida alguna. Se hallaban cercanos a la desembocadura en el Río de
la Plata; aquella zona era custodiada por la Prefectura Naval. Aquel era el
destino final de Robles.-Pueden bajar y trabajar tranquilos -, les informó. -Yo
tengo que esperar a que dentro de un rato arribe un cargamento, hacemos el
intercambio de mercadería, y nos volvemos por donde vinimos.- ¿Cómo lo traen?
-, preguntó Marcos, aunque al terminar la frase sabía que había preguntado una
obviedad. -En barco -, masculló el maquinista, mirándolo de costado, casi
apenado ante su ignorancia. Indagar acerca de la legalidad de aquel cargamento
resultaba casi una broma de mal gusto. Droopy le hizo una seña, y ambos
descendieron de la cabina, transportando el equipo portátil de filmación,
mientras Robles encendía un Particulares. -Estamos en pedo si pensamos hacer
alguna toma en este lugar -, le advirtió. -Y más en pedo estamos por haber
venido sin chequear en detalle las características del lugar. -Ese es tu
trabajo -, se atajó Marcos. -Ya lo sé, pero el Gordo me tenía repodrido con que
tenía que traerle algo pronto para elaborar el programa piloto. Ni se me
ocurrió que nos íbamos a encontrar con esto. -¿Y por qué no se lo vendemos a
alguno de estos tipos que hacen periodismo de investigación? -Porque
necesitamos algo más que esto para hacer una denuncia, boludo. Y porque con esa
VHS no vamos muy lejos con el anonimato. Marcos miró la cámara que transportaba
en la diestra y volvió a preguntarse qué clase de tomas podrían hacer con esa
luz, sin quitarle "naturalidad" al paisaje cuando proyectaran los
flashes de los focos que cargaba en la mochila. "¿Qué estarán
contrabandeando?", se preguntó. Aunque la respuesta tenía el mismo grado
de certeza que preguntarse acerca del origen y el destino final del alma
humana: cualquier opinión era válida. Hicieron un breve rodeo, sin alejarse
demasiado de la locomotora. El lugar les generaba bastante aprensión, casi como
si hubiesen penetrado en una casa abandonada, famosa en el discurso de los vecinos
por encontrarse embrujada. Utilizaron la escasa luz de un foco de alumbrado
para filmar apenas un rincón de esa lúgubre villa, sintiéndose vigilados por
ocultos e insomnes ojos. Sabían que cualquier material que llevasen sería
descartado de plano en la "isla de edición", pero preferían
mantenerse ocupados antes que reconocerse transitando por aquel lugar. Y menos
aún pensar que los acechaban los cuatreros. La barcaza arribó a la media hora,
piloteada por un marinero hosco y extranjero. Descendieron cuatro hombres,
gruesos e inexpresivos, que los miraron con recelo. Marcos apagó la cámara de
inmediato, intimidado por aquellas miradas. Pasaron junto a ellos y abrieron
las puertas del único vagón cargado. Las cajas en su interior carecían de
sellados o carteles, al igual que las que comenzaron a bajar de la barcaza.
Robles se sumó a la tarea; quizá también recibiese un porcentaje, aventuró
Marcos. Y de pronto, la idea lo asaltó con tal claridad que le resultó la mayor
obviedad que pudiese habérsele ocurrido en toda la noche. Sólo faltaba que los
misteriosos habitantes de aquel lugar les armaran un piquete con las ruinas de
antiguos chasis de automóviles sobre los rieles, para que la escena completa
fuese el fiel reflejo de la cruel pauperización a la que los sucesivos
gobiernos habían llevado al país. Un sistema carcomido por la corrupción, una
población indigente y al borde de la muerte, un horizonte oscuro y sin atisbo
alguno de futuro. La sensación de náuseas regresó casi con mayor énfasis.
Entonces volvió a encender la cámara, sin que nadie lo notase -ni siquiera
Droopy, absorto en el monótono ir y venir de los changarines-, y filmó como al
descuido, sin llevarse la cámara al hombro, apenas enfocando desde la cadera,
ignorando a ciencia cierta si alguna imagen podría llegar a tomar la película,
pero con el corazón desbordante de indignación. Deseoso de testimoniar algo,
aunque supiera que no sirviese para nada, salvo para llegar a dormir tranquilo
el resto de las noches por venir.
*De Aldima.
licaldima@yahoo.com.ar
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