*Obra de Claudia Marting.
Rosario. Argentina.
EL GRITO DEL
SILENCIO*
Cuando el silencio se hace
cuerda bajo el grito
cuando un grito en el silencio
se estremece
cada recuerdo enamorado guarda
sus gardenias
bajo el creciente perfume de la
noche
y se sostiene
Es el grito del silencio el que
viste
de una profunda piel esta
fragancia
y las aceras vacías
y la cadencia del canto
y el pentagrama herido
que intenta remontar su
abecedario
redobla en perspectiva fetal
para llamarnos
Porque el grito es silencio y no
es el grito
y la flor viste de azules su
garganta
cuando grita el silencio en
primavera
y la esperanza habla…
*De Ana
Lía Gattás. al_gz@yahoo.com.ar
-Mendoza, Argentina-
-Mendoza, Argentina-
LA CORDURA TAMBIÉN ES UN DISFRAZ…
PORFIA*
Bajo aletazos
mudos
cae aquel día
herido en un cesto en la tarde
el llanto
enjugado con el pañolón del viento
retorna alud de
un modo callado
Jugando a ser
en este desparaíso
me rozo con tu
bondad
por eso se han
reforzado
mis pies
se han alargado
las manos
Con los pies
persigo a ese día yerto en tu alcoba
Y lo reanimo yo
inclinado con el índice del recuerdo
-®George
Reyes, del libro El azul de la tarde (2013)
México, México.
D.F.
CUENTOS DE LA REALIDAD
De santuarios y
sonidos*
Miré por la
ventanilla del Megane que me llevaba, en realidad me devolvía, durante la
madrugada de un lunes reciente.
Precisamente la
llovizna, mansa, se derramaba lánguida sobre el suburbio de la ciudad. Lomas de
Zamora suele deparar sorpresas siempre, una vocación protagónica que no la
abandona, como a muchos habitantes. ¿Será la misteriosa razón de su desquicio
institucional? No lo sé.
Lo cierto es
que la música había quedado atrás y el silencio, la soledad de las calles
desiertas y el brillo acerado, por momentos, del pavimento húmedo de deseos
inconfesos, predisponía a la melancólica observación.
De un tiempo a
esta parte vi crecer, desmesuradamente, la fe en muchos vecinos de clase
media-media, que siguen sospechando que son mucho más que dos.
Las confesionalidades
parecen, abusivamente, ser propiedad de los católicos y emergen de la noche a
la mañana, devotos santuarios en esquinas estratégicas.
Hombres
devenidos en improvisados albañiles, balde y cuchara en mano, se apresuran a
ganar su lugar en el cielo, presumiblemente encapotado para todos. Los que más
disponen, entre tanto, supervisan a los contratados que bendicen la bendición
que significa arañar una changa.
Los hay de
distintos modelos pero en la mayoría, por lo menos aquellos que he visto crecer
sin que nadie los riegue, la destinataria resulta una virgen, no importa cual.
Seguramente elegida de la vecina, esposa de quien, seguramente, salió a ejercer
la militancia de convocar a pares amigos, porque los otros van a restregarse
las manos sentados a sus puertas, esperando ver pasar el cadáver del
organizador.
Lo cierto es
que el oficio, entusiastamente recibido por los invitados, consecuencia del
propio, destilado por los invitantes, prendió y circula a gran velocidad.
Aparecen materiales, floreros, pequeños jardines -entre los más ostentosos-,
ejecutados con diligencia y hasta cierto sentido estético, que bien podría
derivar hacia otras causas, pero esto es opinable. He tenido noticias de alguna
gestión ceremonial para que un cura con tiempo disponible, extendiera la
oficialización. No conozco la respuesta del hombre de la iglesia, pero supongo
lo habrá conmovido la demostración que se advierte entre vecinos de algunas
calles de ciertos barrios y nunca en la Iglesia.
En eso
merodeaba mi pensamiento, cuando las familiares luces de posición
intermitentes, del Alfa gris, que suele conducir Yon con la frágil autorización
ilimitada, concedida por la dueña, apareció detenido en la esquina de Mentruyt
y Portela, sede de uno de estos “espontáneos” testimonios de religiosidad
furibunda, porque convengamos que, por lo menos en estos barrios, en años,
nunca se había visto nada semejante. Antes eran sólo torres de basura.
El vasco había
desembarcado y hablaba, quedo, con el tripulante de un carrito cargado de ramas
provenientes, seguramente, de otro barrio y otro vecino. El hombre parecía
desorientado. Pedí a Pella, que conducía, detener la marcha. Sus rasgados ojos
verdes equilibraban la piel tostada y el cabello dorado, casi un sol en la
oscuridad, pero su mirada resumía distancias respecto de la escena. Conocía a
Yon, tanto como a mí, de ocasionales y furtivos episodios de tiempos y lugares
oscuros, con misiones cruzadas, tanto para ella como para él, por no decir
nosotros y faltar a la verdad.
Resumía, eso
sí, la serenidad de alguien familiarizado con los riesgos. El descenso
automático del vidrio de mi lado, me permitió percibir un movimiento furtivo en
la mano izquierda de Yon. El respingo, sorprendido, del hombre ante la cruz y
el piafar del jamelgo, sorprendido por el tirón de las riendas, fueron
suficientes indicios de su rendición.
El hombre
murmuró algo que no alcancé a oír y sacudiendo la cabeza hacia ambos lados, no
parecía conforme con la retirada. Miró, subrepticiamente, hacia el blanco
santuario iluminado por la luz de mercurio, estacionada en lo alto de la
columna metálica y que reflejaba la imagen coloreada dentro, casi una
invocación.
Yon se volvió
hacia nuestro auto y con la inmutabilidad que lo distingue, apuntó:
- Seguime que
nos espera Guido -; se me cayó la mandíbula del asombro, ¿como sabía este
tipo que nosotros pasaríamos, justo por ahí? Me resigné igual que cuando le
guiñó el ojo izquierdo a Pella, señal de complicidad –no voy a contar que
ocurre cuando guiña el derecho-, ascendió al Alfa, puso primera y casi se nos
pierde en Pereyra Lucena.
La calle ancha
y generosa, en realidad consecuencia fundacional, cuando el “camino de las
tropas” estaba próximo y nacía el triángulo de las historias propias y ajenas
de los Grigera, Portela e Iberra, “familias fundadoras”, legaron a este
presente la ignorancia de la mayoría, sobre el porque esas tres calles vecinas
son las más anchas de Lomas.
Lo cierto es
que Yon viajaba raudo para tomar Paso, trasponer la avenida y detenerse en un
discreto boliche abierto a la casualidad. La causalidad bien podría ser
el feriado incipiente, que se derrumbaba sobre el país, para aumentar la siesta
del aguardo. Entre los autos y los dieciséis (cuatro por cuatro), destacaba la
soberbia estatura del Fiat Regatta de Guido, un verde malva desteñido, fijando
su condición de “sapo de otro pozo”, en medio de la opulencia.
Guido, erecto
como un pino entre abedules, mostraba su delgada figura, ligeramente encorvada
sobre un esperanzado trago largo –Manhattan-, legendario hábito que, desde una
azarosa noche en Tabac, años atrás, lo soldó a sus apostaderos en la barra de
turno. Frente a él relucían unos canapés verdes – estoy a dieta – no
aclaró muy bien de que, porque cuando hay viento uno supone que debe llevar
piedras en los bolsillos para que no lo vuele.
La espinaca
aderezada me pierde, en realidad me pierde cualquier cosa, consecuencia
perversa de mi trabajo, ¿acaso hay un periodista que no tenga hambre atrasada?,
sobre todo a la hora del festejo de los figurones y cuando no de los patrones
de lo que sea? Y si le agregamos literatura malvada que acecha en la oscuridad
de los sentidos, ser famélico, resulta casi herencia genética.
Todo esto para
decir que me serví antes que Yon ordenara, educado y galante aquello
aconsejable para ¿la hora? Tres Absolut con hielo granizado y jugo de naranjas
natural, para no contradecir al psicópata de American Psycho; por supuesto
reclamó remolachas remojadas en miel y jeréz, para sostener el excelente
contrapunto que suponen los abrumados trozos previos de alcauciles rociados con
aceite de oliva y sumergidos en pimienta blanca, para servir como prueba de
amor, propia de hígados estoicos.
Pella atendía
detalles, recogía miradas codiciosas, presta a ser testigo de la revelación
que, por supuesto, me tenía sin cuidado, Guido parecía ansioso de vomitar.
- ¿Te acordás
de Germán? – le disparó sin darle tiempo.
- ¿El hijo de
Germán? – retrucó Yon, sumando confusión antes de que el día decidiera su
rumbo, como yo el mio y mi sueño acumulado. Bostecé, pero antes bebí un buen
trago para refrescar ideas.
- El mismo -
confirmó Guido con su mirada irrepetible de ojos grandes y grises que siempre
parecen preguntar.
- ¿Y que pasa
con él? – la impaciencia en el vasco es filosa, fría, acerada, pero superior a
él. La mayoría le atribuye cierta crueldad a su tono, pero no es cierto.
Tampoco que tenga un carácter podrido, como suele deslizar la mujer dorada a mi
oído desatento y memoria de esc.
- El pibe tiene
una banda de salsa, rock fusión y esas mezclas, conseguir una fecha y lugar
para tocar es más difícil que Naomi salga ilesa de la doce en una tribuna de
Boca, pero ocurre que se juntaron con otros dos grupos y consiguieron armar
equipos y achicar gastos. Tocaron en el Roma de Avellaneda, casi podría decir
ayer – hizo una pausa por la congoja.
- ¿Les fue mal?
-, tanteó cauto Yon.
- Peor, les fue
muy bien, llenaron – rezumó dolorido Guido.
- ¿Entonces? –
enfatizó perentorio, luego del segundo sorbo profundo y despachar la tercera
porción de remolachas, sin dejar de echar una mirada, distraída, al
escote del vestido verde que Pella, que lucía prometedor.
- Resulta que
cuando terminó la función, los grupos se fueron y los dos “plomos” desarmaron
equipos, acomodaron todo cerca de la puerta y salieron para ir a buscar la
camioneta que alquilaron . El teatro tenía las cortinas bajas y no había nada
que temer. Por eso y por seguridad se acompañaron entre los dos. Resulta que de
golpe se aparecieron los “capuchas” del piquete, “barretearon” la cortina y se
“afanaron” todos los equipos de sonido, eso sí no se llevaron los
instrumentos. Se ve que no les servían. Cuando los pibes volvieron y
encontraron la cortina forzada, al portero pálido del cagaso, se informaron y
salieron corriendo para hacer la denuncia – hubo un silencio cautelar, para
tomar aliento, porque del Manhattan no había rastros.
- Bien,
¿supongo que mandaron la patrulla, porque esas cosas no son fáciles de ocultar,
no es cierto? -, la acidez ya pesaba en el tono de Yon.
- Al contrario,
los trataron muy amablemente pero les dijeron que a esos, no los podían tocar,
tenían ordenes -, la aflicción de Guido parecía legítima. Yon para animarlo
volvió a pedir otra vuelta, con tal de animarlo.
- ¿ Y quienes
eran? -, interrogó algo más suave, el vasco.
- La gente de
Raúl – fue la cáustica respuesta, sin añadir precisiones. Por otra parte no
eran necesarias.
- ¿Qué querés
que haga? – fue plañidero el toque de Yon que, como buen pronosticador de
tormentas, sabía lo que se venía.
- Para empezar
que hables con él, vos lo conocés. Necesitamos recuperarlos. Los pibes no
pueden -tocaron a la gorra- reponer todos esos equipos; estan
desesperados - , deslizó Guido.
- ¿Y para
continuar? – fue zumbón y descalificador.
- Que hables
con quien sea. Vos conocés mucha gente que te debe favores y quizás puedas
hacer algo. Por derecha seguimos sin derechos – fue la amarga conclusión de
Guido, que no se resigna a que estamos como estamos, porque nos trajimos hasta
aquí.
- Dejámelo ver.
Yo te llamo -, fue la respuesta y mirándome añadió. - ¿Te das cuenta? Cuando
los jubilados no son suficientes para moverlos o se te van a caer, hay que
sumarles gente, así le va al “barba”, pero – se corrigió – le va bien. En
Avellaneda siempre le fue bien. Le salió un juicio redondo. Ahora es “lider
nacional”, y el mercadito de Banfield, parece una postal -, asentí, sumido en
el hastío de tanta mentira vagando por la vida de los argentinos. Bebimos y,
como es habitual la cuenta estaba paga. Esa también va en la cola de las dudas.
Antes de abordar los autos, lo interrogué haciéndome el distraído. La ironía en
la sonrisa de Pella era casi un veredicto.
¿Y ahora adonde
vamos? – el sin mirarme respondió - a tu casa pero vamos a hacer un parada
antes - , sin dar detalles partimos. Buscamos Saenz, como Nietzche las
respuestas, nos persignamos en la Catedral, por las dudas, llegamos a Mentruyt
le apuntamos a Portela y las luces traseras del Alfa volvieron a encenderse
rojas de espanto o vergüenza; en la esquina, gruesos troncos de plátano, habían
hecho polvo el santuario, los escombros se desparramaban en las inmediaciones,
igual que la basura reciente, que ya habían vuelto a volcar los carritos.
Yon se apeó,
agitando la cabeza, escéptico, su mirada era indefinible, caminó unos
pasos, yo no me moví Pella tampoco, antes de reiniciar la marcha alcancé
a oirle.
- La fe puede
mover montañas como no iba a mover las de basura – dijo y partió. Nos miramos
con Pella y acordamos, en silencio, olvidarnos por un rato. La vida es bella, a
pesar de Benigni, sobre todo si soplamos en el viento.
-Fines de 2002
Un momento
feliz*
Uma llega
a casa el día de su cumpleaños. Su cabeza es una fiesta de trencitas y cintas
de distintos colores. Hay una femenina disposición a la belleza .No es natural
pienso, nadie es hermoso sin una mirada que lo señale .Es un lazo en movimiento
y esa alegría de festejar la propia vida, que la dispone. Se celebra una
historia, esa rara escena de ser el mismo y distinto. ¿qué tenemos en común con
el bebé, el niño, las distintas etapas de la vida. ¿Se festejará el hilo que
enlaza? Me dan ganas de gritar, creo que lo hago. Ella
contenta, hace música con un instrumento que le regalaron. Me muestra su vestido,
lee un cuento con pocas palabras e imágenes, ese libro lo lee. Antes había
dicho que no sabía leer pero sabe. Lee en mis ojos que está encantadora. Lee
cosas que entiende y que no, en los tonos de voz. Lo que no se comprende es un
misterio a desarrollar, abierto, un largo cuento.
Uma habla como
si no cerrara los sentidos, dice algo de la vida. La vida, ese enlace de
momentos brillantes y opacos. La vida esa sorpresa como cuando esta tarde ella
del otro lado de la puerta me mostraba sus 5 años rutilantes
de recién estrenados.
LOS MUTANTES DE
LA SALADITA SUR*
Dicen algunos
hombres sabios que las personalidades se forman hacia los seis años. Pareciera
que hay acuerdo en eso.
Y frisaría los
seis años, allá por 1952/1953, cuando todavía el tren que iba y venia a La
Plata pasaba lentamente por donde se estaba por inaugurar el viaducto Sarandi.
Por esa época
me ocurrió algo que con el tiempo iría adquiriendo inesperadas dimensiones.
Los ancianos de
estos comienzos del siglo XXI, sabrán de que hablo cuando me refiero a
“Puerto Piojo”. Allí me llevo por lo menos una vez mi abuela materna que tenia
un negocio de lavandería para barcos...Ya nada de eso casi existe. Entonces se
cruzaba en bote.
Nunca uno sabe
porque le pasan ciertas cosas, pero lo cierto es que un personaje, empezó a
decirme cosas al estilo de los cuentos que nos contaban nuestros mayores
y que se siguen contando a los párvulos.
Al botero ese
lo veía anciano, tenía aspecto como de japonés o chino. Y como mi abuela me
dejó a su cuidado (antes eso era algo habitual) mientras hacia su
negocio, el botero, o el chino, me hizo el siguiente relato:
Había una vez
hace mucho tiempo, cuando todo esto (y señaló lo que nos rodeaba) era una
especie de delta, que llegó una flota de navíos todos construido de junco.
Venían desde muy lejos. Desde la China.
En las
embarcaciones no venían mujeres, salvo una princesa con su hermano príncipe
también. Ambos eran mellizos y ya eran adolescentes. El amor entre hermanos
estaba prohibido y se castigaba con la muerte.
Cuando entraron
a un río que los que estaban aquí desde el origen identificaban como río de los
lobos, por los lobos marinos o de río que vivían plácidamente en sus
márgenes, el amor se había consumado entre los hermanos y había sido
descubierto.
El almirante de
la flota era juez supremo dentro de lo que ocurriera en ella y no tuvo mas
remedio que dictar sentencia. No le quedaba atento los rígidos códigos más
alternativa que la condena a muerte de los reos. Debía cundir el ejemplo porque
ya se sabe los motines en alta mar son de temer.
Pero como en
todos lados se cuecen habas, el almirante sabía que se trataba de condenar a
dos príncipes y eso le podía ocasionar problemas con el emperador y su corte.
En esos tiempos
la magia, la ciencia, la química y la religión coexistían. El almirante debía
sentenciar antes de que la flota levase anclas, y ya era tiempo de zarpar.
Reunió en concilio a los sacerdotes alquimistas y estos le sugirieron una
alternativa que lo pondría a salvo de las iras imperiales sin contrariar a las
leyes y a la religión. Los príncipes serian condenados a mutar de forma y de
humanos se convertirían en cisnes blancos, los que por su divinidad real habían
de tener como característica distintiva un cuello negro.
Como altezas
reales se deberían contar con una corte y servidores. Como albaceas y
consejeros, unos miembros de la tripulación-voluntarios ellos-habrían de
convertirse en garzas blancas y grises. Los que habrían de integrar la
servidumbre serian convertidos en gallaretas y una guardia de honor estaría
integrada por quienes habían de ser mutados en patos.
La sentencia se
cumplió, las metamorfosis se operaron y la flota partió.
Los cisnes
siguieron siendo cisnes, pero algunas garzas, patos y gallaretas pudieron
revertir el hechizo y con el paso del tiempo fueron tomando formas humanas.
Siglos después
todo se transformo de golpe. El placido delta fue canalizado y llegaron hombres
con sus máquinas de vapor. De una de las lenguas del delta construyeron un
largo canal al que denominarían Dock Sud. Era lo previsto mucho mas largo de lo
que se ve por estos días iniciales del siglo XXI. Un día esos hombre
necesitaron destilar petróleo para hacer funcionar sus máquinas y el largo
canal se cortó para hacer una destilería (La Diadema).
La parte sin
acceso al río se trasformó en una laguna...allí quedaron los cisnes reales y su
corte…Mas tarde los hombres empecinados en hacer circular vehículos
autopropulsados volvieron a cortar esa laguna y así los príncipes y su
corte quedaron aislados en la parte sur. A las partes cercenadas del Doque con
el tiempo se las conocería como Saladita Norte y Saladita Sur y el origen de
esa denominación es aun objeto de controversias.”
El anciano- con
el paso del tempo empiezo a creer que es uno de los mutantes que logró revertir
su condición de gallareta- me contó que algunos de los descendientes de los
mutantes habían de encontrarse en un centro cultural que llevaba el nombre de
una esas descendientes que se había casado con hijos de migrantes venidos
de Europa. Creo que el apellido del centro era Pizarnik... De allí habría de
surgir un grupo de artistas que habrían de recordar la aventura de amor de los
príncipes hermanos. Para identificarse, asumirían los colores de la flota que
los trajo. Esos colores eran violeta, turquesa y verde... Esa tribu terminaría
por asentarse muy cerca de la laguna.
Más o menos
esto es lo que me había contado el anciano.
Quedó estibado
en mi sensibilidad, como algo que hoy consideraríamos como bizarro y como
dirían los muchachos del tablón como un gran bolazo.
Pero a veces
uno se entera de cosas que hacen mudar súbitamente las opiniones.
Hace pocos años
se ha descubierto que antes del viaje de circunnavegación del mundo que
realizara Sebastián Elcano iniciado por Magallanes, hubo una flota china de
juncos que dio la vuelta al mundo en sentido inverso. Cuando un emperador
dispuso la clausura que implicaba la Gran Muralla china, se mandó quemar todas
las memorias incluida la aventura de esa flota. Pero parece que algún archivo
se salvó de la quema y es así como hoy parece verosímil aquel relato.
Cuando hace
pocos años nos enteramos de esa novedad, se nos hizo presente en la memoria el
cuento de aquel viejo botero que nos cuidaba en Puerto Piojo mientras mi abuela
hacia su negocio.
Hoy cuando paso
por la Saladita Sur veo a los cisnes principescos a punto de tener una nueva
descendencia. Escucho ese sonido tan peculiar de las gallaretas. Veo escudriñar
el horizonte a las garzas y a los patos haciendo evoluciones. Los sábados se
escuchan el tronar de los bombos de una murga que esta prisionera del delirio y
que se ha asentado en un club a pocos metros de la Saladita Sur.
Si Vos crees en
la lógica difusa. Si aceptas que en el acontecer espiritual el pasado y el
futuro nacen y crecen juntos, coexisten y se compenetran recíprocamente, podrás
concluir qué de fantasía o que de realidad hay en lo que te cuento. Después de
todo “Todo es posible para el que cree”.
SOLEDAD Y
NOSTALGIA*
Ya no temo a la
sombra,
a los lugares
oscuros
ni al espejo
que me sigue a todas partes.
A soledad y
nostalgia, no temo.
Ni a tardes
tras ventana
en día de
lluvia y viento.
La soledad se
gana.
Pero ¡ay! La
nostalgia
es siempre cosa
ajena.
*De Miguel
Crispin Sotomayor. arcomar@cubarte.cult.cu
-Para
Inventiva Social. Poema tomado del poemario “Las campanas doblan por los vivos”
(2011, inédito).
Libros para
todos*
*Por Juan
Forn
Un joven
empleado de la editorial Bodley Head espera el tren en Devon para volver a
Londres. Ha ido hasta ahí a llevarle unos papeles a Agatha Christie y soportar
sus quejas (“Es imprescindible que mis libros sean más baratos, mi público no
puede pagar tanto”), y ahora descubre con malhumor que no trajo nada para leer
en el viaje de vuelta y que en la estación no se venden libros. Sin lecturas
para distraerse, al joven Allen Lane no le queda más remedio que hacer el viaje
pensando y así se convirtió en el santo patrono de los autodidactas de su país
y del mundo. Los libros baratos de bolsillo ya existían en Inglaterra en 1935,
pero su contenido y sus temas eran acordes con su precio; lo que hizo Allen
Lane cuando inventó los Penguin Books fue poner a disposición del bolsillo más
humilde los mejores libros de todas las épocas al equivalente de cinco pesos
nuestros de hoy. Porque ésa era la idea: hacer libros que costaran lo mismo que
diez cigarrillos sueltos; con ese precio podrían venderse en cualquier parte, a
cualquiera que tuviese seis peniques en su bolsillo.
Por supuesto,
al principio no convenció a nadie, empezando por sus propios jefes de Bodley
Head. Pero lo que produjo unánime rechazo en todas las venerables editoriales
que visitó Lane no fue la supuesta inviabilidad económica del proyecto (la
ganancia era tan exigua que había que vender quince mil ejemplares de cada título
sólo para cubrir costos), sino que les parecía indigno que un buen libro
costara seis peniques: “Lo que usted quiere es degradar nuestro oficio,
jovencito”, fue la frase que Allen Lane oyó una y otra vez, y eso pareció que
hacía cuando se cansó de buscar socios y se cortó por las suyas, con un elenco
que era una Armada Brancaleone para los parámetros editoriales de la época.
Primero hipotecó la casa de sus padres y abrió su empresa, con un capital de
cien libras y sólo diez títulos, y tuvo su primer golpe de suerte cuando los
almacenes Woolworth’s y los Ferrocarriles Británicos se convirtieron en sus dos
principales clientes: en seis meses, Penguin alcanzó el primer millón de
ejemplares vendidos. En un rapto de humor inglés, Lane había decidido el nombre
de su editorial porque había existido en el mercado inglés un emprendimiento
similar al suyo llamado Albatros (el logo era un ave con las alas desplegadas)
que fue un fracaso rimbombante: “El problema son las pretensiones. Nosotros
seremos el ave sin pretensiones por antonomasia”, dijo y mandó a uno de sus
hermanos al Zoo de Londres a bocetar el logo. Este volvió diciendo que esos
animales apestaban tanto como la cola que usaban en taller para pegar los
libros, argumento que terminó de convencer a Lane del nombre que debía llevar
la editorial.
En un páramo de
Bath Road donde hoy se alza el aeropuerto de Heathrow alquiló un viejo depósito
(que, con los años, era señalado con orgullo a los paseantes por los vecinos
del lugar: “Esa es La Penguincubadora. De ahí vienen todos los libros que se
leen en Inglaterra”) y allá se llevó a su Armada Brancaleone: Alan Glover, su
asesor literario, era un objetor de conciencia que había aprovechado su
estancia en la cárcel durante la Primera Guerra para aprender latín, griego y
sánscrito. Jan Tschichold, su diseñador, había abandonado Alemania luego de
inventar la tipografía asimétrica sans serif y de que los fascistas se la
apropiaran y lo forzaran al exilio. Krishna Menon, su asesor legal, era un
asceta socialista hindú, recibido de abogado en Madrás, cuyo brillante alegato
para que Penguin publicara El amante de Lady Cha-tterley se estudia en Oxford y
en Cambridge hasta el día de hoy. La “pornográfica” novela de DH Lawrence sería
el mayor best-seller de Penguin, sólo superado por la Odisea de Homero, y la
historia fue así: Lane tenía una secretaria cuyo marido vegetaba en la sección
educativa de la editorial Methuen y, en sus ratos libres, entretenía a su
esposa leyéndole fragmentos de la Odisea en griego que él mismo iba traduciendo
al inglés. En esa época había catorce traducciones disponibles de la Odisea que
pasaron inmediatamente al olvido cuando Penguin publicó la de EV Rieu, el
marido en cuestión. El señor y la señora Rieu tenían en ese momento un hijo en
el frente, eran los tiempos de la Segunda Guerra, y dicen los que saben que
ninguna otra traducción de la Odisea logra transmitir como ésa el anhelo de que
el héroe logre volver a casa. La leyenda dice que el apelativo pocket-book nace
en esa época: el uniforme de las tropas británicas en la Segunda Guerra tenía
un bolsillo en el que cabía justo un librito Penguin, y había tantos soldados
con un Penguin en ese bolsillo que el Estado Mayor británico le duplicó a la
editorial la cuota de papel que estipulaba el racionamiento.
Durante casi
treinta años, Penguin no tuvo competencia porque a ninguna otra editorial le
interesaba tanto esfuerzo por tan bajo margen de ganancia, de manera que los
libros ingleses se publicaban primero en tapa dura, en alguna de las venerables
editoriales tradicionales, pero la cara con que pasaban al recuerdo de los
lectores era con la tapa de Penguin, cuando aparecían en bolsillo y podían
comprarse con unas moneditas: recién en 1970, cuando la empresa se volvió una
sociedad anónima y Lane fue pasado a retiro, hizo falta un billete de una libra
para comprar un Penguin (antes, Lane debió ceder al signo de los tiempos y
pasar a retiro sus amadas tapas tipográficas, un famoso día de 1960 en que oyó
a un miembro de la joven generación de diseñadores quejarse a sus compañeros:
“Estas tapas parecen chicas remilgadas que llegan al baile vestidas como sus
madres van a la iglesia”). Eric Hobsbawm dijo que la universidad de los pobres
ingleses eran los Penguin y la BBC y que los laboristas les debían a ambos su
triunfo electoral de 1946 y las dos décadas y media que se mantuvieron en el
poder, pero el vínculo indisoluble de los ingleses con los libros del
pingüinito bailarín se fraguó en los años duros del bombardeo nazi.
Uno de mis
libros más preciados y mi Penguin favorito de todos los tiempos es la edición
de Los exiliados románticos, de EH Carr, con la clásica tapa tipográfica
(título y autor en Gill Sans negra sobre fondo crema, y las clásicas bandas
horizontales de color arriba y abajo, donde iban calados el nombre de la
editorial y el logo del pingüino). Un librero de usados en Rosario tenía al
mismo precio la vieja traducción del sello Piragua y un ejemplar bastante
baqueteado de la edición de Penguin. Me dijo que se lo había aceptado de
lástima a un viejo inglés que, antes de soltarlo, lo hojeó por última vez y
comentó con una mezcla de añoranza y leve estupor que con ese libro bajaba a
los refugios antiaéreos cuando sonaban las sirenas, en Londres, en el año 1940.
Es materialmente imposible que eso sea cierto (la edición Penguin de Los
exiliados románticos es de 1949, como lo demuestra el pie de imprenta de mi
ejemplar), pero yo le creo igual a ese inglés novelero que en la primera página
al costado firmó su nombre y debajo escribió esmeradamente “London, 1940” para
sacar unos pesos más en una librería de viejo de Rosario, cincuenta años
después.
Psiquiátrico*
Esta semana
visité las instalaciones del Borda, el hospital neuro psiquiátrico al estilo de
los grandes hospitales de Europa.
En un paredón
había un grafitti que decía: "La cordura también es un disfraz".
Qué razón
tienen, dios mío.
* * *
Inventren Próximas estaciones:
INDACOCHEA.
-Por Ferrocarril Midland-
LUCAS
MONTEVERDE.
-Por Ferrocarril Provincial-
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-por favor enviar en texto sin formato dentro del cuerpo del mail-
Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.
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