domingo, marzo 27, 2022

APEADERO KM 38

 


*Foto de Noelia Ceballos.

 

 

 

 

 

 

 

El   tren   de   los   sueños*

 

Aquí, en el tren de los sueños, las cosas son un tanto diferentes

a los trenes que vos conoces. La diferencia fundamental

es que entre el momento de partir y llegar a algún lugar

los sueños se materializan.

 

El trámite es por demás sencillo. Una vez que tenés el ticket

en el que constan esos detalles similares a otros, debes ubicar el vagón que corresponde a tu sueño.

Unos carteles sobre los laterales los identifican:

sueños de amor / de heroísmo / de guerra / de aventuras / de gloria

de fama / de prestigio / de hazañas / deportivos, etc.

 

Estos vagones siempre parten llenos y las personas al bajar,

inflamadas de felicidad por haber obtenido aquello

 que tanto se les negara,

me envían fotos de lugares exóticos donde se los observa

con una sonrisa amplia en sus rostros

y el brillo propio de quien vive una existencia plena.

 

Entre los casos más notables ahora que reviso la caja de fotos

encuentro al oficinista gris que es monje budista en el Tibet

al vendedor callejero de golosinas que escaló el monte Everest

la jueza que escapó con su gran amor a un pueblito en Italia

y atiende un kiosco, o el caso de la chica más fea del barrio que se

convirtió en estrella de Hollywood y rompió miles de corazones

desde la pantalla del cine.

 

Así podría seguir enumerando varios más, pero no tendría mayor sentido

ni agregaría nada sustancial al relato.

 

El que, sin dudas, es el suceso que hoy recuerdo más extraño

es este que va a continuación y que tal vez puedas ayudarme

a interpretarlo:

 

Una tarde cuando ya me disponía a cerrar la boletería

y pensaba llegar pronto a la cabaña, tomar mi caña de pescar

e irme al río llegó un anciano que con voz casi imperceptible

me pidió un boleto para cumplir su sueño

 

Pero algo lo llevó a hablarme de su vida, a relatarme con detalles

lo que había hecho con ella.

 

No encontré nada llamativo, es verdad, una existencia monótona

atiborrada de anécdotas comunes: familia, trabajos, dineros ganados

o perdidos y finalmente la llegada de esto que aquí veo:

la vejez

 

Le pedí, pensando en mis planes que fuera al grano

que me dijera que clase de sueño era el suyo

así lo emitía y me liberaba de mis obligaciones cotidianas

 

- Hijo, me dijo

lo que necesito no es un sueño en particular,

necesito una vida nueva o mejor dicho: otra oportunidad

donde pueda volver a elegir, donde sea el dueño de mi destino,

pero no a partir de ahora sino desde mi juventud –

 

Me quedé callado, sin poder decir palabra alguna

luego le expliqué que yo solamente vendía sueños:

aquellos que no se habían concretado por alguna extraña razón

pero que no poseía la capacidad de volver el tiempo atrás

ni nada de eso.

El anciano me miró decepcionado, supongo por mis palabras

y me soltó:

 

- Entonces, dame un pasaje para cualquier vagón,

seré muy feliz al estar entre gente que todavía sueña.

 

*De Andrés Bohoslavsky. vladimirbeat@yahoo.com.ar

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ANGIE*

 

 

Había que darle utilidad a ese banco colocado entre la devastación pasada del tren Midland y un nuevo barrio de casas que no termina de llegar hasta aquí. En una tarde de clima amable vine a sentarme. Se hizo rutina. No es que no tenga nada que hacer en casa, tengo mucho pero no tengo recursos para hacer lo necesario. La vida de un jubilado pobre es esta.

Un día empezó a venir Don Pere con su bicicleta desde Elías Romero, venía de juntar latas de aluminio por las calles, se conoce que existía un deposito que se las compraba cuando juntaba cierto peso.

Fue bueno escuchar la historia de vida del hombre como algo inexplicable que lo había traído desde un cañaveral tucumano hasta aquí. Hace un par de años cuando empezó la pandemia Don Pere desapareció y no volvió más. La gente humilde se muere sin dejar noticias. Hay como 4 km a Elías Romero. Suficiente para que se pierda el rastro de un hombre viejo. Por lo que me dijo no tenía familia.

A partir de entonces me quedé solo en este banco. Ya podía darle imágenes al pasado propio como si fueran trenes veloces que pasan sin destino conocido. Lo más parecido a un tren es el ruido del viejo lavarropas que se destartala con cada uso. El aparato ya casi no centrifuga. Cuando decide centrifugar debo correr a sujetarlo porque la vibración lo desplaza por el piso de la cocina hasta tirar del cable de luz y arrancar la manguera del desagote.

Más agotador aun es tener demasiados recuerdos que dejan preguntas incómodas: ¿cómo llegué hasta esta insensatez de ser pobre y hacer cosas inútiles?

Adentro de casa me siento como un elefante que se revuelca una y otra vez en los huesos de sus antepasados. Mis padres ya son cenizas. Están las herramientas que sobrevivieron a sus manos fuertes ejercitadas en la fábrica. Habría que hacer algo -que no sean mis improvisaciones de remendador- con lo que mi padre dejó en el galpón.

Piezas metálicas, partes que perdieron su totalidad. Sin remedio ni futuro se oxidan como mis aislados recuerdos.

-“Donna e motori: allegria e dolori”. Ya lo decía en mi Padre en Italia, mientras mi madre iba al cine a ver Miguitas en la cama. 50 años después se emocionó cuando volvió a verla en televisión. Cantó:

 “-Tome Don Ceferino.../una copa de vino… /por caridad...”


Todavía busco mi lugar en el mundo. De niño quería ser astrónomo. Fue mi primera ocurrencia. Había algo fuerte en esa elección temprana. ¿Indagar lejanías como observador solitario?

Allá el universo y su aparente silencio. Mi vida se fue a ocupaciones diferentes, lejos de las estrellas que seguían arriba mientras aquel niño que fuí dormía y soñaba.

Uno hace lo que puede con lo que tiene a mano. Hace lo que sea para sentir que se está en la vida, no en un mal sueño que se prolonga en cada amanecer. El sol se pone a mis espaldas. En invierno y primavera se disfruta la tibieza del sol. Luego uno se quema aquí como un pollo de rotisería. Con el calor vengo temprano en las mañanas. Cuando estaba llegando al hartazgo de sentido aquí sentado descubrí a Angie.

Un día tuve que bautizarla. Tanto verla pasar. Una mujer linda bastante más joven que yo. 20 años menos, quizá más. Va a una plaza que se ve a lo lejos, cerca de la estación Marinos del Crucero. Allí han instalado elementos para hacer gimnasia. Siempre a la misma hora la veo.

Angie corre contra el viento a través de los fantasmas de la primavera que se arremolinan en ocre y oro.

Pensé en la canción de los Rolling. Nunca supe el inglés. Quiero suponer que es una canción de amor o evocación de la belleza que pasa inalcanzable. No hay foto posible. Es lo bello que solamente se puede retener con el acento de una mirada.

Un día, camino a la feria del pueblo la cruce detenida en la verdulería.  Pude ver como se iluminaban sus ojos. Eran faros muy claros de un color que no sabría definir.

A partir de ese momento supe que estaba enamorado. Aunque mi amor será condenado de antemano a la ilusión.

Nunca me animaría a decirle ni buen día. Trabajosamente había logrado una pregunta para hacerle.

¿Existe el cielo de los tímidos?

Aún me ignorara como a viejo loco, tenía una posible respuesta:

“que sea en tus ojos”

 

 

*De Eduardo Francisco Coiro.

https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

PAÍS DE AUSENCIA*

 

 

Estoy en el rincón de las cosas perdidas.

Perdida alma. Alma perdida.

Quiero decirte que siento nostalgias de ti.

Que se me vuelven los pasos de extrañarte.

Que soy una ojera que camina.

Que soy un ojo seco y una mirada húmeda.

Daría todo lo que tengo por estar contigo.

Por supuesto- tú lo sabes, elegiría el mar-.

Puede ser en las dunas. En el acantilado.

En los tugurios donde se juntan los marineros con las putas.

Daría todo. Todo. Lo que más amo.

Daría mis libros. Mi colección de cajas.

Mi cama-tu bien sabes cómo quiero mi cama-

Mi computadora. Mi elefante de ébano.

El rosario de la abuela.

Mi anillo de amatista. El caracol de mar.

Fíjate, hasta daría el sombrero de paja, cinta azul.

Solo una noche amor.

Te preguntaría tantas cosas.

Recorrería con la yema de mis dedos las marcas de tu ausencia.

No, no me importaría llegar a la cima.

Sería tu nana, tu nodriza. Tu hermana.

Me volvería pasionaria. Junco. Jarillal en flor.

Mordería tu silencio y tu grito.

Anegaría el huerto con tus ojos moros.

Miro hacia fuera Es verano y los brotes explotan.

Sin embargo tengo frío. Tengo frío de ti.

¿Recuerdas nuestras calles?

Son ahora, una larga avenida de lamentos.

Tampoco está la luna.

A medida que escribo los dedos se adormecen

Adormecida, alma.

No sé si es nochería. Llovizna Ausencia.

No sé si vivo porque muero.

Pero me duele el frío.

Hasta los huesos, amor. Hasta los huesos.

 

*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@gmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

L *

 

 

Llegué a la estación cuando estaba cayendo el sol. Restos de comida esparcidos por el piso, paquetes de basura, botellas de plástico vacías testimoniaban que antes alguien había estado allí. ¿Fue acaso muy concurrida? ¿Hubo una feria? ¿Autitos de juguete? ¿Una niña corriendo a los brazos de su madre? ¿Castillos en el aire?

Todo eso hubo y más, que no vi, porque llegué cuando el tren había partido. Lo adiviné diluyéndose en el horizonte, mientras el andén se volvía gris, el monte se hacía cargo de los rieles, las vías eran lentamente abrazadas por la maleza. Y dejé que la hierba creciera en mí.

 

*De Esther Andradi. esther@andradi.de

-De su libro Sobre Vivientes

-Simurg Buenos Aires 2001.

-teamArt Zurich 2004.

 

 





 

 

 

PRIMER ÚLTIMO TREN. EL TREN*

 

 

El tren no se detiene jamás, por el fuera las cosas carecen de realidad. Sólo hay aquí el ritmo de los sacudones constantes que ya no se sienten, el ruido que forma un continuo, el olor de los vagones y la gente sentada eternamente, comiendo de envoltorios que terminan arrugados en los pasillos.

Yo camino buscando ese cine móvil, que se mueve porque el tren se mueve y se mueve porque sorprendentemente aparece a diferentes distancias de la locomotora, que, como el vagón de cola, son los hitos inmóviles que a la vez se desplazan.

Encuentro la puerta que comunica con la oscuridad. La película de ahora es japonesa. Ya ha comenzado, jamás logro ver los títulos de inicio, siempre los finales.

Hay gente en un enorme edificio rodeado por el otoño. Los jardines son memorables, tienen esa sutileza oriental en el dibujo de las ramas tenues sobre cielos blancos.

Las personas, lo adivino después, están muertas. Han llegado a un lugar de tránsito donde deben escoger un instante, el instante más feliz que hayan vivido, para pasar en él la eternidad. Tienen un tiempo para hacerlo.

Los vemos recordar, buscar, debatirse entre instantes afortunados. Hay quien fue un mujeriego desapegado, pero decide que la eternidad será un momento con su familia. Hay el joven desdichado que no puede recordar un solo momento de felicidad plena, pero descubre que puede pasar la eternidad en el recuerdo dichoso de otra persona, esa otra afortunada persona que fue feliz gracias a él. Y hay una ancianita.

Hay una ancianita, una viejita que no escucha lo que le dicen, que no responde, que en un momento hace callar a su instructor para poder oír el bello canto de un pájaro que llega por la ventana. Ancianita japonesa, minúscula viejita de manos de niña, levanta el dedito y señala la ventana, para que el joven calle y se dibuje en amarillo el trino que llega de afuera. Recoge piedritas en el jardín, y las coloca sobre el escritorio notando la belleza de esas simples piedras tan poco valiosas para la mirada del hombre que la estudia con aire preocupado.

Y el hombre estudia a la ancianita, a la minúscula viejita de rostro de muñeca cuarteada, hasta que descubre lo evidente. Dice que pensó que sería la más difícil, y es, en cambio, la más simple. Ella ya ha escogido en qué lugar pasar la eternidad. Lo ha escogido desde antes de morir. Como casi todos, se ha vuelto a la infancia, donde la absoluta y plena felicidad es posible.

Y dónde, me pregunto, adónde elegiría, yo, detener el tiempo para siempre. En qué lugar, me pregunto, pasaría yo la eternidad. Cuándo fue el momento de felicidad que desearía proyectar en el presente absoluto, futuro y pasado fundidos en un único instante continuo.

El tren se aleja, o se acerca. El tren sigue su marcha traqueteante por la llanura mientras pienso esto, sentada yo en una butaca de un vagón en penumbras.

Me sobresalta la carcajada de Oliver Reed, que ha muerto; la sonora carcajada de Oliver Reed que ha vuelto hacia atrás la cabeza, me mira con fijeza y súbitamente, bruscamente, brinda por mí bebiendo del pico de su eterna botella siempre llena.

 

*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

Tendremos que vaciarnos para comprender

nuestra capacidad de alacena de verano

Que la memoria es una droga selectiva como impune

Que nada somos sin la ropa con la que adornamos los recuerdos

Que no importa cuán lejos haya algo más que nuestros huesos

Solo somos el espacio que dejamos

Tras el movimiento articular de desnudarnos para elegir

Otro lugar donde abandonar

Una vez más

Las inútiles vestimentas

 

*De Marcela Lokdos.

 

 

 

 

 

 

 

 

Los invisibles*

 

 

El viejo guarda don Antonio los sorprendió con la noticia: el tren se queda en Apeadero km38.

-Acá!! en medio de la nada. -Fue el grito a coro estridente.

En aquel tren viajaban el equipo de futbol de Independiente de Araujo con su hinchada hasta la estación Libertad para jugar un amistoso con Midland.

Midland venía de perder 5 a 2 con el club Atlético Piraña en el que ya se destacaba el juvenil “chirola Yazalde”.

Jugar con Midland que estaba afiliado a los torneos de la asociación del futbol argentino era para el pequeño pueblo de Araujo un día épico irrepetible.

A Independiente de Araujo con su hinchada los llamaban “Los Invisibles”. Eran muy pocos, a veces no superaban al equipo de cancha con suplentes incluidos. Esa vez habían colmado la capacidad del tren.

 

-A pocos metros de aquí existe una estación del futuro llamada “Marinos del Crucero General Belgrano”. Deben bajarse ahora, con caminar algunos kilómetros llegarán a la cancha de Midland a tiempo para el partido. La explicación del guarda les pareció un imposible de aceptar.

-Y si nos quedamos? Dijo con tono desafiante Domingo, panadero del pueblo y presidente del pequeño club.

-Van a la nada. A la invisibilidad permanente con este tren que se desvanece antes de la próxima intermedia que no es Libertad donde quieren bajar.

 

*De Eduardo Francisco Coiro.

https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar

 

 

 

 

 

Próximas estaciones por antiguo ferrocarril Midland:

 

 

MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.  

 

 

LIBERTAD.

 

 

-Final del recorrido literario por el Ferrocarril Midland-

 

En Libertad, la antigua sede de los talleres ferroviarios estará terminada la aventura literaria del antiguo Midland. Desde Marinos –una estación relativamente joven- hay un tren real –el Belgrano Sur- que puede recorrerse hasta Aldo Bonzi en el tramo original del Midland para continuar por las vías que fueron alguna vez del Compañía General Buenos Aires para hasta la estación Sáenz con futura extensión hasta Plaza Constitución.

Desde km 12 hasta Puente Alsina el recorrido está suspendido y por tramos la vía ocupada.

 

Queda renovada la invitación a participar en las tres últimas estaciones del Midland. Que la utopía del tren literario no se detenga y haya fuerza demencial literaria para seguir adelante con el extenso recorrido del Provincial. El cierre del Midland se acompañará en sucesivas ediciones con escritos de los amigos que han participado en esta hermosa aventura.

 

 

 

InventivaSocial

Plaza virtual de escritura

-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.

Blog histórico & archivo: https://inventivasocial.blogspot.com/

https://twitter.com/INVENTIVASOCIAL

 

 


jueves, marzo 24, 2022

LA ILUSIÓN DE LA VIDA ES QUEBRADIZA Y TIEMBLA.

 


*Foto de Noelia Ceballos.

 

 

 



 

 

 

GRITOS*

  

Se pueden ver las carretillas que llevan los desperdicios

de la luz. Un mundo fuera de foco,

abstraído,

extraño.

Los perros fuera de foco que llaman a presas de otros mundos,

los cazadores que cazan

huecos para llevar

a sus casas.

Nada en su sitio.

O tal vez cada cosa conservando empecinadamente

la obstinación

del sueño.

La oscuridad verde sobre el blanco, los cristalizados

gritos. La historia impersonal de todos

y de cualquiera.

Hay un momento en la tarde, un exacto momento

en que las cosas se tuercen

y de a poco,

como si nada,

empiezan lentamente

a despeñarse.

(La ilusión de la vida es quebradiza y tiembla).

 

*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com

-De su libro CAZADORES EN LA NIEVE, Letra Eme, Buenos Aires, 2014-

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

Esa planta*

 

Esa planta salvada por mí apenas antes de morir

seca detrás de un vidrio sin agua y desfallecida

por la luz de un sol que le llegaba con la potencia

de una lupa, produce brotes de seis o siete hojas,

nunca cinco y jamás ocho, yo me pregunto qué es

lo que decide que la cantidad sea de seis o siete,

es evidente que la planta no sabe de conjuntos

pares e impares, y por qué hojas verdes claras 

y por qué verdes amarillas, por qué ocurre que,

de un conjunto y sin motivos alguna siempre

se seca de manera parcial o completa, y por qué

las hermanas vecinas persisten rozagantes, qué

no alcanza para todas, cuál actúa con egoísmo,

por qué claudican unas, por qué resisten otras.

Trato de ser con ella un Dios prescindente

y la planta no me implora ni me maldice

y no hay, que yo sepa, ninguna deuda

ni pecado ni conducta punible,

y, sin embargo, la injusticia

persiste y no se extingue.

  

*De Horacio Rodio. horaciorodio@hotmail.com

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

CANCION DE ADIOS*

 

Toda la noche ha silbado y no es el viento.

Ha recorrido en silbos circulares tu cuerpo.

Sé que vienes del miedo.

 

El zorro te ha orinado y atacada has sido por los cuervos.

No temas, tu pelambre de hembra está a salvo.

 

En mi sangre hay un oscuro navío escondido

Creí que tu sangre crecía como savia

Cada púa tuya me confirma que eres solo carne.

Ya es tiempo de dejar la estación del apenas.

-No debería, no; no debería existir el apenas-

- La mentira no debería tener patas cortas-

 

Los brotes ya borran la plenitud del rastro.

Es tiempo. Tiempo que se va y no vuelve.

De enterrar la locura. Dejar crecer la hierba.

Cerrar de nuevo, la Caja de Pandora.

 

No obstante el payaso llora y ríe.

Es la hora del verbo, del temblor y del adiós.

Falacia. Invención. Humo de hierba. No importa ya.

 

Salivaré, de tus flancos, las púas.

Mordisquearé. Una a una hasta morir.

Hincaré los dientes en tus hombros.

Lameré la humedad de tus diversos rostros.

Beberé de tus clepsidras plenas.

Treinta esperas y ciento ochenta estaciones.

Consecutivamente. Una vez, otra vez más.

Luego, amor, te dejaré partir.

Vos y yo seguiremos jugando al camino solitario.

Mas, lo sé.

En tus oídos, ámbito del ultrasonido de mi pena.

Esta canción de amor, no morirá. Lo sé.

 

*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@gmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EN LA TIERRA DE LOS HOMBRES Y LAS MAQUINAS*

 

Mi casa ya no tiene memoria

pero habita debajo de mi piel,

donde el aire tibio del verano

avanza, apagando los jazmines

porque llega la navidad.

“Son piedras” – dice el demoledor,

ordenando a la cuadrilla

la desmantelación total

de la historia familiar,

el genocidio de todas las fiestas,

la deportación absoluta

de cada azulejo, destinado

ahora a engrosar

los depósitos gigantescos

de la empresa de demoliciones.

“Son piedras” – dice el capataz,

mientras todos los deudos

al unísono, tiramos

desde la vereda de enfrente

los claveles más blancos

que encontramos

en la tierra de los hombres

y las máquinas.

 

*De Jorge Palma. jpalma@adinet.com.uy

 

 






*

 

Es este

breve tránsito

la vida.

Pasos

huyendo

hacia la eternidad.

Extraviarse

una

y mil veces,

con la brújula inútil

como un talismán.

Ay, qué sabios

somos

cuando somos soledad.

El horizonte es ancho

cuando,

perdido el rumbo,

se elige una estrella.

Y se comienza a andar.

 

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

 

- Mariana nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City Bell. Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena 2014). Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015) La hija del pescador (La Magdalena, 2016).  Piedras de colores (Proyecto Hybris 2018). El orden del agua, GPU Ediciones (2019)

-Su libro MADURA, ha sido editado por Editorial Sudestada (2021)

-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El en sí de las cosas*

 

Vuelvo de una noche aniquilada de sentido,

y me siento en la cama como un autómata

sin un control que me guíe. Caen mis pies

y encuentran las pantuflas por su cuenta.

Allí empieza mi batalla diaria por existir

para que lo real solidifique el vacío ciego

de la oscuridad. En el medio de la cual doy

cuatro pasos vacilantes sobre un piso que

nunca es la causa del titubeo que me tira.

Caigo en un mueble que surge del recuerdo

con esa fidelidad de objeto exento de duda.

Estiro la mano tanteando y siento la arista

siempre firme y leal del marco de la puerta,

suavizado en sus repetidas capas de pintura.

Vería manos de color marrón sobre marón,

si encendiera una luz artificial y repentina

que revele el mundo que estoy regresando

desde el pasado al presente y proyectando

a un mañana posible. Soy en ese momento

el náufrago que besa la arena de la isla.

 

*De Horacio Rodio. horaciorodio@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

*

 

La locura enreda los pensamientos como en el sueño. La odiamos porque cuestiona nuestras verdades, mandatos, convicciones. Porque odiamos cualquier enfermedad y más la del centro del cuerpo que es el cerebro y porque tememos volvernos ajenos, otros. La odiamos como hacían los griegos porque es "hybris", desmesura, barbarie. La expulsamos como si fuera materia de endemoniados, como si hiciera peligrar nuestra vida. La escondemos como algunos animales ocultan sus deyecciones. No queremos ni oír sobre ella, ni mirar a quienes la padecen o gozan. Los poetas, sin embargo, prestan un oído más fino y descubren otro mundo irreconocible, un excedente de sentido. Y porque poesía, arte, música es delirio, perturbación, aguja sobre la piel del mundo.

 

*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com

 

 

 

 

 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 

 

 

 

 

Estación Riachuelo*

 

A Martín Rébora

 

*Por Alberto Di Matteo. licaldima@gmail.com

  

La madrugada se hacía sentir fría y ventosa dentro de los sucios talleres ferroviarios. Marcos Reed, camarógrafo free-lance, sabía que resultaría inusual aquella incursión planeada por Luis Quintana, un singular productor televisivo que ya le consiguiera varias “changuitas” en el pasado. Aunque nada le permitía presagiar esa noche, a bordo de esa vetusta locomotora diésel, lo que acechaba desconocido, más allá del faro frontal que horadaría la noche.

A Luis Quintana, sus amigos le decían Droopy, aquel personaje animado que solían proyectar junto con Tom & Jerry, porque siempre aparecía de improviso en todos lados; además, era un loco de la guerra. Mucho más que Marcos, lo cual ya era mucho decir… Recién un par de días antes, y vaya a saber dónde, Droopy había conseguido el contacto para realizar aquella travesía: filmar las villas miseria cercanas al Dock Sud, únicamente de noche, a fin de rodar las tomas iniciales para una serie de documentales referidos a la marginalidad urbana.

El asunto olía un tanto turbio. Droopy trabajaba cual mercenario para quien pagase, sin importar el producto obtenido, por lo que las condiciones de trabajo podían ser harto azarosas. Tampoco quedaba claro a nombre de quién operaba tal ramal, escondido y casi clandestino. Sin embargo, Marcos no se acobardó. Muy por el contrario, el detalle le daba a dicha incursión un sabor muy excitante. Además, necesitaba cobrar cuanto antes. Las deudas se agrupaban a su alrededor al riesgo del infarto.

Gastón Robles era el nombre del maquinista. Al momento de partir, desde algún impreciso punto geográfico situado entre los talleres de Lanús y Gerli, les puso un par de condiciones ineludibles: que jamás lo enfocara la cámara, y que su identidad nunca fuese revelada en los títulos de la nueva producción.

—Me juego el laburo, ¿viste? —fue su único argumento.

Eran pasadas las dos cuando la ruidosa locomotora se puso en marcha, rumbeando hacia las antiguas refinerías del Dock, rechinando aguda sobre los rieles, cuyo mantenimiento se adivinaba casi nulo. Remolcaba tres vagones, uno cargado y dos vacíos; Marcos y Droopy hicieron silencio al respecto. Pero al acercarse a los cambios de vías cercanos al Riachuelo, Robles les pidió que se agacharan dentro de la cabina de la locomotora, para impedir que alguien los viera.

“¿Quién podría vernos, a esta hora y con tan poca luz, en este lugar de mierda?”, pensó Marcos, intuyendo también que el solo hecho de opinar de manera diferente al maquinista podía llegar a ser peligroso. 

En la semipenumbra, Quintana y Reed alcanzaron a divisar las sombras irregulares que identificaban a los emplazamientos del caserío, levantado a la vera misma de la vía, donde entre las precarias paredes de cartón y chapa apenas existían unos centímetros de distancia respecto del paso de la locomotora. Aunque disminuyese la velocidad, la máquina atravesaba aquel corredor conteniendo el aliento. A pesar de la estrechez, Reed pensó que aquel detalle también hablaba de la persistencia de aquel servicio ferroviario en la zona; de no ser así, la vía hubiese sido ocupada también por dicha precariedad.

—¿Cómo pueden vivir así? —llegó a decir Droopy, incapaz de creer dónde se encontraban.

—¿Cómo quiere que vivan? —respondió Robles, como si la respuesta fuese obvia. —Empezaron a llegar en tandas, sin importarles si había lugar acá para ellos, o no. Y así fueron levantando estas casuchas, como pudieron. Mire, mire: a veces las ponen tan cerca de la vía, que cuando vuelvo cargado y los vagones se bambolean, más de una vez me llevé puesta una pared y arrastré todo lo que venía detrás…

—¿Gente también? —bromeó Marcos, ahogado por la impresión.

—No. Cuando arrastro casillas, no. Pero me pasó que de pronto se abra una puerta que da a la vía, y aparezca alguien delante de mí. Imagínese: un viejo, anciano, que ya no puede orientarse, ni siquiera dentro de su propia casa, se levanta de noche para salir al baño, tantea a oscuras las paredes, llega hasta la puerta, abre. Y resulta que se equivocó… Que la puerta que daba a la letrina común era la otra. Y sale a la vía, a ese pasillito que se forma ahí al costado, justo en el momento en que paso yo. Entonces, las luces lo encandilan, la sorpresa es tan grande, y todo pasa tan rápido, que no llega a reaccionar, ni amaga a tirarse dentro de la casilla. ¡Y “me lo llevo puesto” …!

—No me joda… —sonrió Marcos, incrédulo.

—¡Es la pura verdad! —afirmó Robles, mirándolo de costado, casi ofendido. —Si quiere le cuento pelotudeces que se cuentan por acá para que pongan en el programa. Pero me parece más justo que les diga lo que vivo cada vez que vengo, ¿no?

—Seguro, amigazo, seguro —terció Droopy, palmeándole el hombro a Marcos para que se calle y escuche, sin arruinarle semejante fuente de información.

—Ni le cuento lo que siento cada vez que la locomotora tritura los huesos… —acotó Robles, con un susurro sombrío.

La visión del pasillo a través del parabrisas o las pequeñas ventanillas de la locomotora, encajonando la vía, parecía de una película de terror. La sola posibilidad de que se abriese alguna puerta y alguien apareciera delante de ellos de improviso, a Marcos lo llenaba de espanto. Supuso que podría sentir algo de adrenalina al estar inmerso dentro de algo “clandestino”, pero esto superaba cualquier clase de expectativa.

De pronto, le pareció que aquel tren nocturno aparecía en medio de la noche como una irrupción infernal, casi de otro mundo, que quizá sirviera como “cuento del Cuco” que narraban los adultos para asustar a los críos que vivían en aquel lugar y mandarlos a la cama, sin que salgan de la casa. La idea le hizo sentir escalofríos, pero no por eso dejó de filmar algunas escenas de aquella vía encajonada, ajustando al máximo posible el lente de la cámara para utilizar hasta el último resto de luz, material que quizá sirviera para ilustrar los títulos del documental.

Una vez que traspusieron aquel villorrio, continuaron la marcha hacia el Dock. Los contraluces de la madrugada resultaban siniestros. Y el viento, cada vez más helado, no ayudaba a que pudiesen sentirse a resguardo del paisaje. El silencio se materializó entre ellos, apenas fragmentado por los sorbidos sobre la bombilla del mate amargo, que circulaba de mano en mano, cebado con una sola mano e inusual destreza por Robles, mientras continuaba operando con su mano restante la palanca del acelerador de la locomotora.

Al fin, luego de atravesar un ralo descampado, y oliendo el característico aroma putrefacto del Riachuelo, ingresaron en un ámbito de mayor pesadilla que el anterior. Las construcciones ya no eran desiguales, sino que parecían armadas por opacos bloques de material, aunque éstos no parecieran ser muy sólidos. Apenas se recortaba alguna torre, último vestigio de las refinerías que solía haber desperdigadas por la zona, antiguo reducto industrial de un extinto proyecto de país. Las borrosas siluetas estremecían gradualmente a Marcos –dudoso respecto de lo que continuaba filmando, a raíz de la escasa luz imperante-, aunque ni él ni su productor se animasen a decir nada.

—¿Dónde estamos? —consiguió decir Droopy, venciendo sus recientes temores.

—Supongo que para los planos del Municipio esta zona ni siquiera está urbanizada —comentó Robles. —Los vecinos la llaman “Villa Batería”, porque la construyeron como todas, con materiales en desuso. Y como acá hubo una fábrica de baterías eléctricas, los bloques de las casillas son eso: baterías en desuso.

Marcos y Droopy se miraron con espanto.

—¿Y la contaminación? —preguntaron al unísono.

—¿Qué contaminación? —repreguntó el maquinista. —Los que viven en este lugar ni siquiera saben que esa palabra exista.

“¿Sabrán que ellos mismos existen?”, se estremeció Marcos. Y la sola idea de imaginar la clase de gente que pudiese vivir en un lugar así, expuesta a los venenos y las radiaciones, desarrollando quizá hasta mutaciones inconcebibles, le generó náuseas. “¿Se sentirán desahuciados, respirando apenas mientras aguardan que les llegue la muerte, sin proyecto alguno a futuro, o tampoco sabrán lo que ese concepto signifique?”.

El panorama resultaba desolador, aunque quizá estuviese potenciado por la desbordante imaginación de aquellos hombres, temerosos de ver aparecer entre las montañas de baterías corroídas y apiladas cualquier silueta que pareciese deforme, incluso teñida de verde y con algún ojo de más…

Robles avanzó otro centenar de metros y detuvo la formación, haciendo chirriar los frenos y resoplar el motor. Delante de ellos se extendían las oscuras y aceitosas aguas del Riachuelo, abundantes en petróleo, carentes de vida alguna. Se hallaban cercanos a la desembocadura en el Río de la Plata; aquella zona debería estar custodiada por la Prefectura Naval. Aquel era el destino final de Robles.

—Pueden bajar y trabajar tranquilos —les informó. —Yo tengo que esperar a que dentro de un rato llegue un cargamento, hacemos el intercambio de mercadería, y nos volvemos por donde vinimos.

—¿Cómo lo traen? —preguntó Marcos, aunque al terminar la frase sabía que había dicho una obviedad.

—Navegando —masculló Robles, mirándolo de costado, casi apenado ante su ignorancia o ingenuidad.

Indagar acerca de la legalidad de aquel cargamento resultaba casi una broma de mal gusto, por no decir una falta de respeto. Droopy le hizo una seña, y ambos descendieron de la cabina, transportando el equipo de filmación, mientras Robles encendía un Particulares.

—Estamos en pedo si pensamos hacer alguna toma en este lugar —le advirtió Droopy. —Y más en pedo por haber venido sin chequear en detalle las características del lugar. Que nos afanen todo sería lo más suave que nos pudiera pasar.

—Ese es tu trabajo —se atajó Marcos.

—Sí, ya sé. Pero el Gordo me repudrió con que tenía que traerle algo pronto para armar el programa piloto. Ni se me ocurrió que nos íbamos a encontrar con esto.

—¿Y por qué no se lo vendemos a alguno de estos tipos que hacen periodismo de investigación?

—Porque necesitamos algo más que esto para hacer una denuncia, boludo. Y porque con esa VHS del año del pedo no vamos muy lejos con la calidad de imagen.

Marcos miró la cámara que transportaba en la diestra y volvió a preguntarse qué clase de tomas podrían hacer con esa luz, sin quitarle “naturalidad” al paisaje cuando proyectaran los flashes de los focos que cargaba en la mochila.

—Vos quisiste venir hasta el Infierno a como diera lugar —le señaló a Droopy.

“¿Qué estarán contrabandeando?”, se preguntó. Aunque la respuesta tenía el mismo grado de certeza que preguntarse acerca del origen y destino final del alma humana: cualquier opinión era válida, y carecía de importancia.

Hicieron un breve rodeo, sin alejarse demasiado de la locomotora. El lugar les generaba bastante aprensión, casi como si hubiesen penetrado en una casa abandonada, famosa en el relato de los vecinos por encontrarse embrujada. Utilizaron la escasa luz de un foco de alumbrado para filmar apenas un rincón de esa lúgubre villa, sintiéndose vigilados por ojos insomnes. Sabían que debido a las pésimas condiciones de filmación cualquier material que llevasen sería descartado de plano en la “isla de edición”, pero preferían mantenerse ocupados antes que reconocerse transitando por aquel lugar. Y menos aún pensar que los acechaban los cuatreros…

La barcaza arribó a la media hora, piloteada por un marinero hosco y extranjero. Descendieron cuatro hombres, gruesos e inexpresivos, que los miraron con recelo. Marcos apagó la cámara de inmediato, intimidado por aquellas miradas. Pasaron junto a ellos y abrieron las puertas del único vagón cargado. Las cajas en su interior carecían de sellados o etiquetas, al igual que las que comenzaron a bajar de la barcaza. Robles se sumó a la tarea cuando terminaron de vaciar ese vagón; quizá también recibiese un porcentaje, aventuró Marcos. De a poco, los tres vagones de la formación se iban llenando con el transporte de la barcaza.

Y de pronto, la idea que tuvo fue tan clara que le resultó la mayor obviedad que se le pudiese ocurrir en toda la noche. Sólo faltaba que los misteriosos habitantes de aquel lugar les armaran un piquete con las ruinas de antiguos chasis de automóviles sobre los rieles, impidiendo la salida de la formación y “mejicaneando” el botín, para que toda la escena fuese el fiel reflejo de la cruel pauperización a la que los sucesivos gobiernos habían llevado al país. Un sistema carcomido por la corrupción, una población indigente y al borde de la muerte, un horizonte oscuro y sin atisbo alguno de futuro… Si no fuese por su constante y progresivo escepticismo, podía haber llegado hasta a sentir náuseas.

Entonces volvió a encender la cámara, sin que nadie lo notase –ni siquiera Droopy, absorto en el monótono ir y venir de los changarines-, y filmó como al descuido, sin llevarse la cámara al hombro, apenas enfocando con la lente desde la cadera, ignorando si alguna imagen nítida podría llegar a tomar la película, pero con el pecho oprimido a partes iguales entre la indignación y la naturalidad de una escena, que ocurría allí, más allá de toda descripción o análisis. Deseoso de testimoniar algo, de captar hasta el último detalle de una vivencia irrepetible, aunque supiera que tal vez no sirviese para nada, salvo para llegar a dormir tranquilo el resto de las noches por venir…

 

 

-Alberto Di Matteo. Escritor por vocación, y psicólogo de profesión.

Escribe desde principios de su escuela secundaria. Su papá le contaba cuentos (inventados por él) antes de dormir, y de allí Alberto intuye que le surgieron las ganas de contar. Ha participado en diversos certámenes literarios.

-Ha publicado en Inventiva Social cuentos para la serie InvenTren en recorridos literarios iniciados en el año 2002.

Hace suyas las palabras de John Cheever, "escribo para entenderme y entender el mundo".

 

 

 

Próximas estaciones por antiguo ferrocarril Midland:

 

Apeadero KM. 38. 

 

MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.  

 

 

LIBERTAD.

 

-Final del recorrido literario por el Ferrocarril Midland-

 

En Libertad, la antigua sede de los talleres ferroviarios estará terminada la aventura literaria del antiguo Midland. Desde Marinos –una estación relativamente joven- hay un tren real –el Belgrano Sur- que puede recorrerse hasta Aldo Bonzi en el tramo original del Midland para continuar por las vías que fueron alguna vez del Compañía General Buenos Aires para hasta la estación Sáenz con futura extensión hasta Plaza Constitución.

Desde km 12 hasta Puente Alsina el recorrido está suspendido y por tramos la vía ocupada.

 

Queda renovada la invitación a participar en las tres últimas estaciones del Midland. Que la utopía del tren literario no se detenga y haya fuerza demencial literaria para seguir adelante con el extenso recorrido del Provincial. El cierre del Midland se acompañará en sucesivas ediciones con escritos de los amigos que han participado en esta hermosa aventura.

 

 

 

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-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.

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