*Dibujo de Erika Kuhn.
EL MIRADOR*
Eliot’s office
Desde esta alta
oficina, se pudo ver el
bombardeo
alemán
por la ventana,
como una desgarradora
noche
de cometas.
–Una ventana hacia las
nubes
o cielos de
Euston y algo más allá...
Ya sin fotos
de Virginia
Woolf en la pared lateral,
encima
de la repisa, y
sobre todo sin Mr. Eliot,
quien respiró
entre estas
paredes mientras avanzaba
por sus años.
Naturalmente,
tampoco está su viejo
escritorio,
ni alguna
perdida voluta del humo
que embebió
todo durante
cuatro décadas, poema
tras poema.
En verdad, es
como si nadie hubiera
estado aquí
escribiendo, fumando,
charlando, o
bostezando
–acaso
ausencias, voces, ecos, brillos
o fantasmas–,
y solamente el
devenir diario fuera
lo cierto,
lo más cierto,
además de la memoria
y su neblina.
Sin embargo,
voy escrutando cada
rincón,
cada signo
disperso, y otra vez su
ventana,
su pequeña
ventana al norte, como si
él estuviera
ahí, en algún
punto o envés del aire,
o en un
destello
olvidado de los
años penosos de
posguerra.
*De Eduardo
Dalter. eduardodalter@yahoo.com.ar
-Poema en
Afiche perteneciente al poemario “Dos cigarrillos para Eliot”.
-Escrito en Earl’s Court,
Londres, en mayo de 2013 y mayo de 2014.
Ediciones del Nuevo Cántaro.
Marzo 2015
ADEMÁS DE LA MEMORIA Y SU NEBLINA…
Viaje al pasado*
Coincidiendo
con la fecha de mi cumpleaños número cincuenta, hace exactamente cincuenta
años, los científicos de la N.A.S.A. de cuya existencia ya no tengo noticias,
consiguieron hacer funcionar el diseño de la máquina en la que viajo hacia el
pasado.
Ha sido
emocionante al comenzar el viaje, tener la inmensidad del planeta a un disparo
de cámara fotográfica, a la simple distancia de, en caso de poder abrir una
ventanilla y, según parecía, poder tocarla con los dedos.
-¿Cómo se vive
en el espacio tanto tiempo?- Es la pregunta obligada que supongo deberé
responder a mi regreso.
Al principio,
como cualquier astronauta, uno tiene que aprender a realizar tareas como si
nunca las hubiese hecho. Comer, descansar, leer, bañarse. Todo es diferente
porque en el espacio las cosas flotan libremente. Si se escapa de la mano el
cepillo de dientes, el mismo podría actuar como un bumerang y golpearnos la
cabeza.
Dormir, por
ejemplo, es complicado mientras se orbita alrededor de nuestro planeta, porque
el sol nace dieciséis veces cada veinticuatro horas. Aparece como un suspiro y
se esconde igual de veloz, empeñándose en despertarnos pero, cuando nos
alejamos, el viaje transcurre en total oscuridad, lo cual, también suele
resultar traumático.
El universo es
un lugar insondable. Los colores se ven brillantes y cuando se observa de cerca
cualquier planeta, se pueden distinguir las montañas y las profundas hendiduras
de los cañones. No existen las fronteras ni tampoco los límites. Uno siente que
está inmerso en un imponente misterio, mucho más grande e indescifrable que
viéndolo desde la tierra.
Es
verdaderamente sobrecogedor. A veces me he llegado a sentir al borde de la
locura. No ahora que paso el tiempo gravitando y no pienso como antes con tanta
seriedad en el asunto, por sobrecogedor que parezca.
Puede resultar
turbador y extraño al principio, pero luego de cincuenta años, es algo tan
común como lo es, entretenerse en un parque de juegos en nuestra tierra, para
una persona de cualquier edad.
La máquina en
la que viajo fue creada con la capacidad técnica de provocar una curvatura en
el espacio, con un campo de gravedad local en su interior, suficientemente
poderoso y necesario como para permitir realizar este viaje. Lo demás fue
rutina pues ni siquiera se necesitó para su construcción, utilizar materia
exótica. Se construyó a partir, únicamente, de materia ordinaria y densidad de
energía positiva.
No sé si a esta
altura no será una obviedad tratar de explicar qué significa materia exótica.
Por las dudas, aquí va una pequeña referencia:
El significado
más estricto, se refiere a la materia que es más estable que la materia
nuclear, que está constituida por seis tipos de quarks, pero no creo que sea el
momento de extenderme en explicaciones que en la actualidad terráquea, deben de
comprender hasta los niños de primaria.
Simplemente, se
aprovechó un agujero de gusano como túnel espacio-temporal. Este tipo de
agujero conocido por los físicos (de quienes tampoco he tenido más noticias
desde mi partida) como puente de Einstein – Rosen, tiene la capacidad de
conectar un instante de tiempo con otro, hecho que se desprendió de la
resolución de las ecuaciones de relatividad general. La decisión de iniciar
este camino fue un largo y dificultoso proceso científico, que además debió
superar todas las contradicciones filosóficas de la época.
Para hacerlo
más simple y tal vez risorio, fue como si desconectaran un televisor de la
corriente eléctrica, aunque no estoy seguro de que ustedes sepan hoy qué era un
televisor. En el momento de mi partida de la dimensión “presente”, como le
llamábamos al momento que estábamos viviendo, un televisor era una máquina
capaz de permitir ver imágenes, a la vez que se podían oír los sonidos de lo
que sucedía en la escena. De todas maneras, ya estaba prácticamente suplantado
por modernos ordenadores y se lo consideraba obsoleto. Pues bien, yo sentí como
si me hubieren desconectado de la energía eléctrica y que un impulso
irresistible me absorbiera, haciendo que mi cuerpo y mi mente se fueran
transformando con lentitud, permitiéndome regresar en el tiempo, a través del
agujero gusano y de mí mismo.
Las primeras
especulaciones acerca de dichos agujeros, suponían que se trataba de túneles
espaciales demasiado pequeños para el paso de una nave pero luego, los
matemáticos demostraron sobradamente que eran perfectamente transitables.
Tanto es así
que se obtuvo, basándose en las teorías de Einstein, que el espacio se curva
artificial o naturalmente, hasta crear un campo de gravedad interno, capaz de
arrastrar consigo el espacio (valga la repetición) y el tiempo próximo. Lo
demás insisto, fue rutina. Una vez que los agujeros negros, unidos entre sí por
agujeros de gusano, absorbieron a la nave, no fue necesario ningún otro
esfuerzo humano para que se franqueara la puerta hacia el pasado.
Comencé a vivir
hacia atrás cada minuto de mi vida: El estruendo que provocó el encendido de
motores, el último apretón de manos del jefe de la misión en tierra, la
tristeza de la separación de Eleanor, mi adorada esposa, los ojos llorosos de
mi familia. El día que aprobé todos los exámenes y me consideraron apto para
ser el tripulante de la nave- experimento. La muerte de mi madre, el día que
egresé de la escuela secundaria y me despidieron con honores. Los juegos de la
infancia, mis primeros pasos. Los mimos de mis padres, la avidez con que me
prendía a los pezones en busca de alimento. Cada etapa fue vuelta a vivir en
detalle, en mi camino hacia el pasado.
Mi viaje como
dije, lleva exactamente cincuenta años, ocho meses y días. Pronto llegaré al
límite en que deberé regresar. Según lo previsto, ya me he trasladado al
módulo-útero- desde donde, en pocas horas, seré expulsado nuevamente hacia el
futuro por un angostísimo canal. Deberé hacer el camino inverso, hasta aquél
lejano presente que dejé tras mi partida. No estoy seguro si las generaciones
que me siguieron, habrán dado importancia a mi viaje, probablemente a esta
altura de los acontecimientos (he perdido por completo la comunicación con el
–ahora- futuro) se me haya dado por extraviado o sencillamente disuelto en el
espacio-tiempo. Tampoco descarto que me espere la gloria. No lo sé.
La experiencia
en sí, ha resultado de total éxito, mucho más allá de las especulaciones que se
barajaban antes de mi partida.
Tampoco puedo
asegurar de que, para cuando llegue a aquél presente que abandoné con fines
científicos, la ciencia haya conseguido superar el lapso de amnesia, que ocurre
en los niños, que va desde el útero hasta temprana infancia. De no estar ello
resuelto, lamentablemente, mi viaje como todos los de los viajeros al pasado
que me precedieron, habrá sido de nuevo en vano. No podré recordar para
contarlo y todo habrá quedado como entonces.
*De Ana
María Broglio. anamariabroglio@gmail.com
Villa Gesell
LUIS GUDIÑO
KRAMER NOS HABLA DE CAMINOS*
Mi amigo, el
poeta Carlos Piccioni, me acaba de confiar su pensamiento: nosotros “ya somos
bichos urbanos”. Dicho a manera de conclusión es como para no insistir
con una respuesta.
Él, mi amigo
Carlos Piccioni, no deja de ser, por eso, como yo, un hombre de los pueblos, lo
que en algún momento se llamó la tierra adentro y ahora se nomina “el país del
interior”. Yo me pregunto entonces, ¿cuál es el país del exterior? Tal vez la
gran metrópoli que le ha hecho escribir a otro poeta amigo, en este caso de la
provincia de Entre Ríos, Miguel Ángel Federik convencido que los únicos con
derecho al gentilicio “argentino” son los porteños. Los demás somos
simplemente mendocinos, salteños, correntinos, entrerrianos, santafesinos
o rosarinos, etc.
En la fresca
deriva de esta mañana en que arañamos ya el Otoño, recordé algunos textos que
son casi la sangre de uno, porque aquello que nos produce placer, conocimiento
o un momento agradable que agrega algo a su vida y “le viene como agua de
mayo” , suelen decir en España y lo incorpora a ese fluir vital. Y me sucede en
este momento en que acabo de recibir, gracias a la gentil bondad de mis amigos
de la Universidad Nacional del Litoral, un libro de don Luis Gudiño Kramer, en
impecable edición como ellos nos tienen acostumbrados y con el plus de un
excelente, concienzudo prólogo de María Eugenia De Zan. Celebrada esta
selección que reinstala uno de los autores fundamentales de nuestra
cultura, pero yo quiero exaltar su figura desde otro lugar. El de haberse dado
a la tarea, encomiable por cierto, de fundar una región.
Gudiño Kramer
es un hombre que quiso saber cómo somos, qué somos en esta región, en esta
llanura, y sobre todo nos habla de caminos. Pero no se queda en el
paisaje. Si bien escribe, para decirlo en el discurso de los entendidos, o
describe “el camino de la costa y su collar de pueblos perdidos en aquel su
tiempo. Algún crítico lo adscribió como cultor del “realismo crítico”, otros al
“realismo pedagógico”. Es probable que estas indicaciones tengan formas de
probarse “fundar una región”, aludida certeramente en el prólogo. Diseñar una
topografía literaria, justo él, que era topógrafo de profesión, y que la
ejerció sumado a otras tareas muy diversas que hizo en su vida, hasta recalar
en el trabajo de periodista del diario El Litoral, de Santa Fe, donde dio
sobradas pruebas de eficiencia y rigor. Lo interesante es que no se queda en lo
meramente descriptivo, sino que indaga en la psicología de esos hombres, de
esas mujeres, de esos seres angustiosamente solitarios que intentan ponerle
algo más a sus vidas que un mero transcurrir. Hugo Gola ha escrito: ”ni para
gozar ni para sufrir estamos aquí. La vida tiene el sentido que nosotros
logremos añadirle, no tiene otro”. Los personajes de Gudiño Kramer nunca logran
ese cometido porque en el lugar histórico donde ellos transitan no encuentran
otro norte que la subsistencia. Pescadores, puesteros, gente de las hondas
y antiguas estancias de entonces, son puestos de relieve, tratados con
infinito respeto por este escritor que sin embargo marca constantemente ese
estado de injusticia y postergación. Sus personajes tienen carnadura, casi
siempre los pone de relieve con su habla particular, con sus tics, y esa
inmediatez que produce el uso de la lengua privada. No son los grandes temas
los que aparecen, sino los de todos los días rodeados de esas tremendas
soledades y del hosco aislamiento de esos seres de aquellos tiempos
históricos, él los rescata sin estridencias y se pone amorosamente a
disposición de sus criaturas y deplora de los escritores que los explotan como
si ya no los explotaran sus patrones reales.
Indefectiblemente
don Luis Gudiño Kramer termina produciendo con sus recursos de estilo
incomparable una gran sinfonía de sentidos.
“Nuevamente el
camino y otros textos” se llama esta esperada reaparición tan bienvenida, para
que las nuevas generaciones disfruten de la felicidad que nos ha producido este
hombre con sus cuentos y relatos.
*De JORGE
ISAIAS. jisaias46@yahoo.com.ar
*
Todo
se llevó el
viento:
las puertas,
las ventanas,
nuestros
nombres unidos
en las voces
del agua.
(ando,
descalza y sola
sobre lo que
fue
una casa)
Una tarde el
viento
trajo en el
aire palabras
donde dormían
adioses
ardientes
como brasas.
(mis pasos
abren surcos
en la tierra
arrasada)
*De MARIANA
FINOCHIETTO. mares.finochietto@gmail.com
El polígamo*
*Por Alejandro
Segura. alejandro1segura@gmail.com
El polígamo era
mi abuelo. Lo digo casi con orgullo. “Porque el hombre sí que revolucionó
nuestra conciencia”. Como se imaginará usted, era un loco, aunque los
historiadores argentinos han querido ponerlo como el modelo de nuestra
racionalidad, como el espíritu de lo que somos los argentinos, válgame Dios.
Mi madre siempre
me decía: “a tu abuelo le faltaba un tornillo y le sobraban mujeres”. Siete,
para ser más precisos, que fue la causa por la que fue preso allá por el año
2016, hace exactamente cincuenta años. Yo no lo conocí, fíjese usted, pero me
sé muchísimas cosas de él, debido a las historias que contaba mi madre, su
nuera, es decir la esposa del hijo de mi abuelo, que era un hombre muy
silencioso. Mi padre nunca decía nada de su familia, ni de otras personas, ni
de nada. Nada de nada. Así que eran el complemento perfecto, mi vieja contaba
todo, y el pobre de mi viejo, todo lo callaba. Sé que le daba mucha vergüenza
tener un padre polígamo. En fin, cosas de la existencia, porque el polígono,
como lo llamaba mi tía la Pirucha, fue un hombre que humilló a la familia
original.
Como le digo,
el polígono inició una nueva historia para la argentina. Esto es cierto, hasta
yo me doy cuenta, que soy un simple taxista. Es más cierto que la sal y el
azúcar. Como también es cierto que los historiadores han dicho infinidad de
zonceras sobre él, poniéndolo en un lugar, que, la verdad-la verdad, el
polígamo, nunca tuvo, ni quiso alcanzar.
Así que esta
historia que le envío, estimado doctor, es sólo para que sienta usted más cerca
al polígamo y para que complete los estudios que está realizando. Para que vea
que fue un hombre de carne y hueso, como cualquiera, y que si llegó a lo que
llegó, fue más que nada debido a que fue un hombre común y corriente que vivió,
nada más, que vivió. Lo otro lo armaron los machistas, las feministas, los
jueces que lo encarcelaron, las mujeres que lo amaron y los políticos que
cambiaron las leyes hasta convertir a la poligamia en una opción más entre las
múltiples elecciones familiares que hay en nuestro país.
Le cuento,
estimado amigo, que en nada me voy a referir a las intimidades del polígamo. No
me interesa contarlas, aunque algunas las sé, porque mi madre las contaba con
pelos y señales. Simplemente a mí no me interesan, y no creo que le interesen a
un destacado sociólogo como usted. Lo que yo espero es que tenga la otra
historia del Juan “el Bautista el Argerich”, una historia revisionista, que
cuenta las verdades que nadie dijo, sepultando la infinidad de boberías que se
armaron sobre este hombre. Que fue uno como cualquiera, que vivió, como pudo,
que anduvo como lo llevó el viento, y que terminó siendo un héroe por la más
pura casualidad. Al fin y al cabo, fue un argentino más: no hay que
idolatrarlo, ni tampoco tener vergüenza de él.
El relato épico
de su vida y los análisis más atravesados sobre su existencia y lo que esa
existencia causó en la vida de nuestro país, lo va a encontrar en los libros de
historia. Con las más sesudas inferencias, y con todas las yerbas que los
historiadores son capaces de inventar. Yo, simplemente, quiero que se acerque
un poco más al hombre de carne y hueso, al hombre que no medía más de un metro
cincuenta, que era feo como la pu que lo pa, y que simplemente quería ser
feliz, algo que probablemente nunca logró en su vida, hasta que tuvo sus siete
mujeres. He tratado de escribirle estos apuntes de una manera directa, así
nomás, como van saliendo. No soy escritor, así que usted perdonará los errores
que encuentre. Verá también que en algunos tramos he tratado de meter algo de
literatura; también sabrá disculparme por eso. Por lo demás, la historia que le
narro es absolutamente verdadera, se sorprenderá de lo distinta que es, si la
compara con las boberías que escribieron Halperín y otros como él.
Lo que usted
advertirá, a medida que vaya leyendo estos papeles, es que todo se le dio mal
al pobre. A lo mejor por eso me animo a responder a su pedido, para mostrarle
que no fue un hombre afortunado, salvo por unos años. Pero también, esta
historia que ahora le narro, es para reivindicarlo a mi manera, simplemente
para empezar una saga, la de mi familia, la familia del polígamo, la verdadera
familia del polígamo, don Juan Bautista Argerich. Estimado amigo, me ha hecho
un gran favor: usted ha sido la excusa para que yo me animara a contar esta
verdad.
Un saludo
cordial.
Firmado: José
Pedro Argerich
***
EL VIAJE Y EL
ESPEJO*
Vienen pasos de
luz. Marcan un nuevo día.
Me digo: será
hoy, hoy me decido.
Se inicia la
danza de rumores y a su orden
se alzan /
manos / cuerpos / lazos
de rutina. Como
sutil veneno, el vértigo.
Desenrosca
instintos hasta ser fijación
de horas
obsesivas. Me nace el grito.
Lo arrojo
invertido, hacia adentro.
Partida,
descentrada, me desprendo
del avance
inexorable de mi tiempo.
Rechazo el
escándalo de ritmos prefijados.
Destruyo
relojes de mecanismos perfectos.
En un mundo
ajeno al pulso de mi pulso.
(Desde un punto
Omega
crearé bandadas
que me presten
su aire y su
donaire
para saber los
cielos)
Crecen los
pasos de luz.
Me fijan
horarios y emociones.
Salen a
buscarme y no hallan
sino el grito
metido en el silencio
exterior de mi
cuerpo.
Parto hoy.
Lleno una
maleta de recuerdos
me visto de
aromas olvidados
enfundo muebles
y prejuicios…
Antes de echar
llave me acuerdo del espejo,
nigromante sin
piedad, me da la imagen real:
Marca un rostro
surcado de ansiedades
y en un juego
de luz y sombras, en la frente
una cruz de
ceniza me coloca. Es el signo
que deshace el
viaje…
Al volverme,
ingreso
bajo el mando
de la luz,
al vértigo.
*De Miryam
Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
-Del libro RAÍZ
AL AIRE.
***
INVENTRENhttp://inventren.blogspot.com/
Rumbo a San
Fermín*
(De la estación
San Fermín – Ferrocarril Midland)
Diez de la
mañana sobre la pampa húmeda. El primer sol primaveral reverdece en las copas
de los árboles, el trino de los pájaros adormece la visión del caminante, y la
llanura es cortada por la mitad por una tenue línea irregular. Son los restos
del antiguo ramal de trocha angosta del ex Ferrocarril Midland, desmantelado
desde hace décadas, descomponiéndose en medio del paisaje como el atroz cadáver
de un pordiosero sin nombre.
De pronto,
sobre la monotonía del horizonte comienza a distinguirse una silueta que se
acerca, sin prisa pero sin pausa. Al comienzo se asemeja a una aparición
espectral, difusa, intangible. Pero a poco de avanzar, se concretiza, sólida,
oscura, con una vaga oscilación que recuerda al rítmico sube y baja de los
pistones de un motor de combustión. Sobre aquel paisaje desolado se materializa
una zorra ferroviaria manual, impulsada por un par de siluetas, esforzadas y
persistentes.
Poco a poco van
delineándose las figuras: son un par de hombres, vestidos con deslucidos
mamelucos grises, moviéndose con una monotonía tan decidida como sudorosa. De
espaldas a la vía, con la vista fija en el ayer, Eduardo Coiro –alias
“Educoiro”- mueve la palanca arriba y abajo, con un brillo alucinado en la
mirada y un peso inimaginable sobre ambos brazos, ya casi acalambrados. De cara
al futuro, dejando atrás un pasado que ya no volverá, Alberto Di Matteo –alias
“Aldima”- reproduce el movimiento alternado de su compañero, resoplando mientras
hombros y espalda se le contracturan, y deja vagar la imaginación como una
sutil manera de que el impulso cobre mayor fuerza.
-¡Vamos, Di
Matteo, no me afloje! -, exclama Coiro. -¡Hay que volver a fundar estos ramales
ferroviarios, olvidados por la desidia de los prostitutos de siempre!
-No sé cómo
vamos a llegar hasta el final -, replica Di Matteo, con un quejoso murmullo y
la vista fija en la palanca. -¿Quién más va a sumarse en esta patriada?
-¡Eso no
importa, compañero! ¡Hay que trazar un camino, crear con sentimiento, desplegar
el sueño y la fantasía sobre este bendito país!-. Y de pronto, suelta la mano
derecha, eleva la vista al cielo, y apunta hacia arriba con el dedo índice,
cual si pontificara sobre una tribuna política: -¡Hagamos el esfuerzo, carajo!
¡Claro que vale la pena! ¡Nos cansaremos de triunfar!
Di Matteo
también suelta su mano derecha, pero para tomar un marcador que lleva sobre el
bolsillo superior izquierdo, y con él comenzar a garabatear las inspiradas
frases de su amigo sobre la manga izquierda de su mameluco, que luego
transcribirá oportunamente, elaborando inspirados textos que los movilicen a
soñar a ambos –y a sus lectores- con estar dando los primeros pasos para el
lanzamiento de una revolución cultural que rescate aquellas antiguas glorias de
un país que quizá ya no exista, pero que bien vale la pena homenajear. Resopla
agotado, guarda el marcador en el bolsillo, y continúa impulsando la zorra
hacia delante, inclinando la cabeza.
Sólo entonces
descubre el singular detalle, incrédulo por no haber reparado en ello antes. Lo
que se extiende a espaldas de Coiro, en esa porción de llanura que aún no han
recorrido pero que se les avecina a gran velocidad, son las carcomidas ruinas
de lo que otrora fuese una vía: fragmentos de rieles oxidados, tacos de
durmientes comidos por las termitas, pajonales por doquier… ¿Cómo es posible
que se lancen hacia semejante incertidumbre, sin sucumbir en el intento? Sin
embargo, al hundir la cabeza entre los hombros y espiar a través de sus piernas
flexionadas, advierte que debajo del paso de la zorra, por detrás del impulso
que van desgranando sobre la pampa húmeda, los rieles brillan con una
intensidad inusual, como si los hubiesen acabado de fijar al suelo, aunque
relucientes por el uso continuo.
-¡Refundemos un
proyecto ferroviario, aunque sólo sea en el plano de nuestros sueños, con la
mágica potencia de la literatura!-, vocifera Coiro por delante suyo, a espaldas
del mañana.
Entonces Di
Matteo fija la mirada sobre la oscilante palanca y cree estar viendo algo muy
distinto al acero habitual con el que ignotos ingenieros europeos han
construido estos vehículos. La barra parece estar conformada por un material
extraño, parecido a una red, un tejido, un entramado de elementos misteriosos.
Presta mayor atención, entrecerrando los párpados que le arden a causa de las
densas gotas de sudor, y sorpresivamente cae en la cuenta de su propio delirio:
aquello no es una red de filamentos metálicos, ni siquiera la fragmentación
atómica de los elementos, sino un macizo conglomerado de frases, letras y
palabras, unidas entre sí…
Inmediatamente,
ambos escuchan un estridente silbato, imposible de confundir, proveniente del
lugar que acaban de abandonar.
-¡ES EL (Inven)
TREN!-, aúlla Coiro, agotado pero inmensamente feliz, espiando hacia atrás por
sobre el hombro de su compañero. -¡LO HEMOS CONSEGUIDO, DI MATTEO! ¡EL (Inven)
TREN VUELVE A CORRER CON INDUDABLE DIGNIDAD SOBRE ESTAS VÍAS!
Di Matteo vuelve
la cabeza y contempla en pleno día el nítido faro de una locomotora diesel a
unos trescientos metros de distancia, que se acerca a una velocidad mucho más
intensa que la que ellos desarrollan manualmente, sin intención alguna de
detenerse al alcanzarlos, en una suerte de criollo remedo de la horrible
criatura generada por el Profesor Víctor Frankenstein.
-¡Va a pasarnos
por arriba!-, exclama, con un último aliento.
-¡Por eso
mismo, Di Matteo: ponga huevo y siga adelante! ¡Hay que llegar a San Fermín antes
de que nos aplaste! ¡El (Inven) tren se ha convertido en una fuerza imposible
de parar!!! ¡Síííííííííííi!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
“¿Quién me
obligó a meter en este quilombo?”, piensa Di Matteo, bufando y sin dejar de
agilizar esa barra manual que ya casi parece moverse sola, aunque todavía
necesite del impulso humano para darle impulso.
Coiro comienza
a reírse de felicidad, con genuina satisfacción. El cuerpo le estalla en una
dolorosa contractura, el sudor se le adhiere sobre la piel, y el aire le quema
los pulmones. Pero a pesar de todo, se siente tan contento como si volviese a
tener siete u ocho años, y su padre le hubiese regalado un lujoso tren Lima,
con decenas de vagones y tres modelos de locomotoras diferentes, acompañados
por maquetas de estaciones y demás construcciones aledañas, todo ello dispuesto
para establecer sobre una amplia mesa y dejarla allí, para jugar hasta muy
tarde por las noches, o alegrar una borrascosa tarde de lluvia con el
cautivante hechizo de un circuito ferroviario de juguete.
El sudor les
chorrea a mares desde las frentes, descendiendo por los cuellos, creando
enormes aureolas oscuras bajo las axilas, afincándose en las palmas, asidas con
obstinada firmeza a la barra de la palanca, mientras la locomotora Werkspoor
4613 se les abalanza voraz, cada vez más cercana. Y aunque cada uno resopla por
causas diferentes, aunque las motivaciones sean tan variadas para cada uno de
los dos, algo los une en una misma empresa: el placer por inventar, por divertirse,
por delirar juntos de manera creativa…
-¡No afloje, Di
Matteo, no afloje!!!
-Sos un
dictador, Coiro… Siempre decidís por tu cuenta…
Así es como la
zorra parece adquirir una velocidad autónoma al impulso manual que ejercen
sobre ella, aunque ello no impida que el parachoques a rayas rojas y blancas de
la locomotora les dé un topetazo por detrás, sólo para impulsarlos unos metros
más, hasta llegar a destino.
Irrumpen de
manera tan vertiginosa en los terrenos aledaños a la Estación San Fermín, que hasta
por un segundo les parece que allí no existía nada hasta ese preciso instante.
La zorra se desmaterializa en forma inmediata, mientras ambos caen rodando
sobre un andén muy pulcro, y a su alrededor se esparce una caótica lluvia de
fragmentos de frases sin utilizar, ideas sin desarrollar y comentarios al
margen. La locomotora a vapor ensordece el espacio con un silbido en extremo
estridente, como el primer chillido emitido por un recién nacido, urgido de
alimento, y avanza desbocada hacia el horizonte sobre unos rieles recién
estrenados, dejando a su paso un ardiente halo de carbón quemado que les inunda
la nariz.
Coiro incorpora
a medias el tronco sobre el andén, mientras Di Matteo aún intenta recuperar el
aliento del último impulso, con la mente agotada de tanto delinear frases
dignas y coherentes, cuando contemplan azorados algo que jamás hubieran podido
imaginar por cuenta propia.
Al otro extremo
del andén ven surgir, como otra aparición fantasmal, la solitaria silueta de un
ciclista, ataviado por colores absurdos y chillones, como es la costumbre, y un
oblongo casco azul con antiparras, quien sin frenar siquiera al ingresar en la
Estación, incorpora el torso, alza los brazos y mantiene el equilibrio en los
últimos metros del recorrido, mientras exclama:
-¡Sí,
señores!!! ¡Treinta y cuatro kilómetros después, he creado la Bicisenda
Ferroviaria!!!
Se desliza a su
lado como una díscola irrupción “sorianesca”, y desaparece en la primer curva,
sin que ellos consigan llamarle la atención y preguntarle siquiera cuál es su
nombre.
Ambos se ayudan
mutuamente para incorporarse, sucios y maltrechos, y avanzan a los tropezones y
en silencio, apoyados uno contra el otro, rodeándose los hombros en un
fraternal abrazo, resoplando agitados, hasta salir de la Estación, como un par
de ignorados espectros, sin cruzarse con nadie. Al llegar a la calle de tierra,
divisan en la vereda de enfrente un boliche de campo. Y hacia allí van, aún con
ciertas frases colgándoles del overol, a la espera de tomar algo que los reconforte.
Acodados en la
barra, por detrás de la reja que los separa del dependiente a la manera de una
pulpería, ambos piden una ginebra “dalmasettiana”. Como el hombre no tiene idea
de qué le están hablando, se conforman con un breve vaso de caña. Y una vez servidos,
mientras recuperan el aliento y observan el paisaje que los rodea con ojos
curiosos, dignos de lingüísticos exploradores, se miran el uno al otro, con un
extraño brillo de complicidad, como si se adivinasen el pensamiento.
-Che -,
alcanzan a decirse, al mismo tiempo-: ¿Y si proponemos un “InvenTren” en zorra?
*De Alberto
Di Matteo. licaldima@yahoo.com.ar
***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:
INGENIERO WILLIAMS.
GONZÁLEZ RISOS. PARADA KM 79. ENRIQUE FYNN.
PLOMER. KM. 55. ELÍAS ROMERO.
KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD. MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO VILLEGAS. JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
KM 12. LA SALADA. INGENIERO BUDGE.
VILLA FIORITO. VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:
GOBERNADOR ORTIZ DE ROZAS
JOSE RAMÓN SOJO. ÁLVAREZ DE TOLEDO.
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JUAN ATUCHA. JUAN TRONCONI. CARLOS
BEGUERIE.
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FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR
UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO. ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ. J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS. INGENIERO
VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA. LA PLATA.
InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
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