viernes, agosto 31, 2012

MI BARCO-CARTA HACE SUEÑO...

      
*Obra de Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu

      



*

Boca roja
brillando como peces,
una bélica presencia
en el mar donde flota la cama
cada vez que el zigzag de un sueño
abre curvas rabiosas
en la mándibula de los que duermen.


Yo vi al amor
con el ojo que dejo abierto
para vigilar los puentes
que se tejen entre sábanas


Traía la disciplina exacta de su mirada
y la longitud extrema de sus piernas.


Siempre supe
que aún dormida
podía soñar.


*De Marcela Lokdos.




MI BARCO-CARTA HACE SUEÑO...





EL VENDEDOR DE CIDÍS*


El vendedor de cidís (o compact
       disc,
como antes se decía) subió en la
       estación
Hospital Español, con su módico
       equipito
de sonido y con su surtido breve
       de música amorosa.
Y mientras el viejo tren avanzaba
entre basurales, rancherías y
       campo abierto,
él también avanzaba y le subía el
       volumen
a esos temas de amores furtivos
       e increíbles.
Dos pasajeros que estaban cerca
       de la puerta,
uno con una bicicleta oxidada y
       una gorra,
y otro enfundado en un poncho
       devastado,
escuchaban felices y lo llamaron
       con chistidos
cuando los vagones iban dejando
       los baldíos
que una muchacha sentada veía
       pasar
mientras movía graciosamente
       la cabeza,
como si estuviera enamorada o
       algo así,
o como si un poema encantado
       estuviera comenzando.


*De Eduardo Dalter eduardodalter@yahoo.com.ar






AMIGOS*


Reencontremos a Aníbal Jorge Sciorra, ese querido amigo que se nos ha perdido.


Es noche
y hay tiempo suficiente para rastrear caminos olvidados
o casi olvidados. Caminos
en los se perdieron aquellos amigos
que involuntariamente fertilizan la tierra
o se empinaron hasta alcanzar el cielo.
Pero si en una noche no se pueden encontrar
y regresar
definitivamente  hay que seguir rastreando
porque en estos tiempos los amigos
como la lealtad y la solidaridad, escasean.


*De Miguel Crispín Sotomayor. arcomar@cubarte.cult.cu
-Tomado del poemario “En la redondez del tiempo”





Sin ganas*


Qué dificil es cuando todo es gris-negro.
Tarde de domingo nublada y fría.
Sin ganas siquiera de mover un dedo
para accionar el teclado o con la lapicera formar palabras.
Embarcado en escribir hago bollos y más bollos de papel
sin ningún resultado.
Tengo los ojos mediocerrados y sólo fuerzas para dormirme.
¿Quién podrá comprender mi estado?
Quise embarcarme en una carta,
pero mi barco-carta hace sueño,
y me hago-ahogo en un bostezo
rodeado de bollos de papel
y me hago-ahogo en bollo
y me voy, me voy


*De Aníbal Jorge Sciorra.
(1952-2012)







Metanoia*



*Por Juan Forn


Si el tiburón se queda quieto, se hunde y se muere, así que hasta cuando duerme está en movimiento. ¿Sueña el tiburón cuando nada dormido? Nadie se anima a opinar. Lo único que se sabe es que el tiburón va haciendo descansar distintas partes de su cerebro mientras sigue nadando como en trance. Eso me hizo acordar una historia sobre Descartes, que tenía una tos que inquietaba tanto a su padre (la madre había muerto de la misma tos) que cuando lo mandó al prestigioso colegio de los jesuitas en La Flèche exigió para su hijo el privilegio de quedarse en la cama “en las mañanas inhóspitas de vahos y escarcha”, lo que permitió al pequeño René ejercitar el pensamiento en aquellas horas muertas y llegar a las conclusiones que todos conocemos. Uno de esos días, Descartes tuvo un sueño tan vívido que no pudo evitar la tentación de ponerse a pensar mientras soñaba, y como no quería perderse el resto del sueño, siguió soñando mientras interpretaba. En el sueño, alguien le mostraba un poema que comenzaba y terminaba con el mismo verso, “Sí y no”, que el joven René reconocía al instante como perteneciente a los Idilios de Ausonio, un libro que amaba tanto que siempre lo tenía sobre su mesa, así que manoteó el libro, en el sueño, y se puso a buscar el poema y descubrió con estupor lo mismo que comprobó al despertar e ir hasta su mesa y abrir su ajado ejemplar de los Idilios de Ausonio: el poema no estaba, pero al terminar de hojear el libro, uno tenía la certeza de haberlo leído, desparramado en tinta invisible a lo largo de sus páginas. Es asombroso que Descartes haya sacado de ahí el razonamiento cartesiano, en lugar de la teoría de la incertidumbre, pero ya lo dijo el gran Lichtenberg: “Toda nuestra historia es únicamente de hombres despiertos. No hay una historia de los hombres que duermen”.
En la misma época en que Mesmer fue acusado de farsante por la Academia de París, luego de que no lograra hipnotizar a sus miembros (“El tratamiento no tiene ningún efecto sobre los escépticos”), Harvey de Saint Denys juraba que no se podía dormir sin soñar: así como la sangre nunca deja de circular, el fluir del pensamiento jamás se detiene, estemos despiertos o dormidos. Y, de hecho, el pensamiento es más intenso cuando no estamos haciendo otra cosa, por ejemplo, cuando dormimos. “Creo en los sueños porque mi cerebro trabaja más rápido cuando estoy dormido”, decía Strindberg. En los hospitales psiquiátricos de Stalin atiborraban a los pacientes de fenotiazina para neutralizar su actividad onírica: habían descubierto que los que no soñaban se volvían más mansos, más apáticos. Según un libro llamado The Third Reich of Dreams, que reúne trescientos sueños de gente común en la Alemania nazi, entre 1933 y 1938, uno de los más repetidos era soñar que estaba prohibido soñar.
Hay hasta diccionarios de sueños, pero nadie nunca se sentó a escribir la historia de los hombres que duermen hasta que el loco Jacobo Siruela decidió hacerlo. Jacobo Siruela se llama en realidad Jacobo Fitz-James Stuart Martínez de Irujo, Conde de Siruela, y es hijo de la Duquesa de Alba, esa señora que, según el Libro Guinness, es la persona con más títulos nobiliarios en el mundo (cinco veces duquesa, dieciocho veces marquesa, veinte condesa o vizcondesa y catorce veces Grande de España) y también la que más cirugías estéticas se hizo: su cara podría perfectamente encarnar una historia de las pesadillas, pero su hijo Jacobo, piadosamente, no habla de ella en su libro. La realidad es, para Jacobo, una pesadilla de la que sabe cómo despertar: con libros, por lo general rarísimos, como el que acaba de escribir, después de pasarse la vida publicando libros de otros (en los ’70 inventó la editorial Siruela, cuando se volvió un éxito se la sacó de encima y abrió una editorial más chiquita, ahí fue publicando muy tranquilo cincuenta títulos y recién entonces se dio el gusto de sacar su libro, que se llama El mundo bajo los párpados).
Todos vamos más o menos distraídos por la vida hasta que un sueño nos acomoda la peluca, y aun así, al ratito nomás de esas revelaciones, volvemos a vivir como si los sueños no nos hablaran. Los generales de la antigüedad iban con sus intérpretes de sueños a la guerra. Voltaire escribió en su Diccionario filosófico: “He conocido abogados que han hecho alegatos en sueños, matemáticos que han resuelto problemas y músicos que han compuesto piezas, es indiscutible que en el sueño surgen ideas como cuando estamos despiertos”. Pero la mayoría de las veces nos olvidamos que soñamos. Soñar es algo tan privado que nos privamos hasta a nosotros mismos de nuestros sueños. Cuando uno sobrevive a un coma y va a los grupos de rehabilitación descubre que algo que le pasó la primera noche que durmió desentubado, sin suero ni sedantes, les pasó a todos los demás también: le dicen La Pesadilla. Su característica definitoria es que todos, no importa lo que sueñen, en cierto momento creen despertar y siguen adentro del sueño. Lo que se sueña en La Pesadilla explica el coma, siempre. No importa lo que se sueñe, básicamente es siempre una voz que dice al durmiente: no me escuchabas, yo te hablaba pero no me escuchabas.
Acababa de terminar el libro de Jacobo, el otro día, cuando arranqué en el auto a Gesell desde Buenos Aires. Había estado con unas líneas de fiebre, y mi auto no tiene ni música ni radio desde que me afanaron el stereo, y había llovido, y amenazaba volver a llover, pero en el medio clareó y se puso el sol con arcoiris incluido, y yo iba a dos por hora por la ruta, en ese estado algodonoso en que me habían dejado la fiebre y las voces del libro de Jacobo y el silencio dentro del auto, mientras afuera pasaban los kilómetros y las horas y se apagaban los últimos restos de luz. Era como en el poema de Quasimodo: “Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra / traspasado por un rayo de sol / y de pronto atardece”.
San Agustín tuvo una vez un sueño en el que alguien le preguntaba qué estaba haciendo en ese momento, y él contestaba que estaba durmiendo, y la voz le preguntaba dónde estaba su cuerpo, y él contestaba “en mi cama”, y la voz le decía: “Si tu cuerpo está en tu cama, si tus ojos están cerrados, dime entonces qué son estos ojos con los que me ves ahora”. Es la contracara perfecta de aquello que le dijo Kafka al padre de Max Brod, un día que pasó caminando sigilosamente delante de él cuando éste se despertaba de una cabeceada en un sillón: “Por favor, considéreme un sueño”. Jacobo dice que la puerta al sueño es una puerta rebatible: así como permite ir, permite que vengan. Jacobo dice que ver en la planicie del día la única realidad, someterse por entero a la lógica diurna, nos hace un poco irrisorios, esclavos de nuestra hiperconciencia, nuestro escepticismo. Jacobo dice que cada noche cruzan como bengalas en nuestra mente mensajes que desestimamos, porque no sabemos con qué ojos los estamos mirando. Jacobo dice que la transformación interior por efecto de un sueño se llama metanoia.


*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-202258-2012-08-31.html






EL KYBALIÓN*


Los maestros llegaron luego de la caída del sol. Solamente pidieron agua pero como buenos anfitriones le dimos cerveza nacional. Sobre un hornillo estaban las carnes milenarias y prohibidas. En la senda oblicua  las mujeres de la casa tejían el macramé de las bienvenidas.
Los cuerpos vibraban como pájaros en fuga. Eran los maestros. La tarde se asomaba.


*De Reynaldo García Blanco. centrosoler@cultstgo.cult.cu






Tortilla a la española*


Tengo miedo al lugar cómún, cuando pienso en ella, en esa fiesta nítida y suave del sabor.¿Ese lugar será el de la mesa de la infancia ?La alegría,  por el descubrimirnto del rojo  del chorizo, un abrazo  que  envuelve la boca por dentro.Placer de la lengua que cubre lo no dicho y lo mal dicho. Muchos años me abstuve de ese pecado de oro brillante con  hilos de cebolla atando la luz En Pontevedra lugar de mis abuelos de padre, volví a ella. Maravilla en una cena, un almuerzo, o hermoso bocado fuera de horario, convidado por Fernando.Perez Poza poeta, buscador como yo de los placeres del lenguaje ¿El silencio de esa gente,  en cuya tierra estaba yo después de tanto tiempo desde que ellos se habían ido, me habrá empujado a las búsquedas de la y con la lengua?.

Volví hace poco a ella, que  como si estuviera prohibida, aparece  cuando algo de un  orden desconocido abre la muralla. 
Compartida y jugosa como un río que va de la conversación, a la mirada  y abrillanta la boca.

Humedad  que alivia los ecos secos de esa cocina donde reinaba erguida y suave.
  Los que llegaron desde el mar deshilacharon sus historias en el camino. A lo mejor en la tortilla, secretos y palabras, tristezas y fuerza, se abren paso.


*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com







CAVILACIÓN AL CONTEMPLAR UN VIEJO HORARIO FERROVIARIO*


*Por Alfredo Armando Aguirre. choloar47@rocketmail.com


Casi al finalizar el mes de julio de este año 2012 del calendario gregoriano, pude cumplir con el deseo de visitar el Museo Ferroviario Provincial que está sito en la ciudad argentina de Avellaneda, en la provincia de Buenos Aires.
No obstante ser los museos y en particular los históricos repositorios de objetos tridimensionales, nuestras visitas asiduas a los mismos no han permitido descubrir objetos planos o documentos escritos, que albergan contenidos interesantes para el estudioso de algún tema específico.
En la recorrida, mi atención se detuvo ante un horario de los servicios ferroviarios de pasajeros de 1940 del Ferrocarril Provincial.
Resulta adecuado consignar que este museo reúne objetos del ferrocarril que la provincia de Buenos Aires, decidió erigir mediante una ley de 1907, funcionando a partir de 1913 y cesando toda actividad alrededor de 1976, aunque sus servicios de larga distancia habían sido desactivados hacia 1961.
El sitio del museo es el edificio de la estación Avellaneda que inaugurara el gobernador Cantilo allá por 1926 y que posee un llamativo estilo arquitectónico.

Pero detengámonos en el horario. Cualquiera que haya estado en una estación ferroviaria recordara esas amplias tablas impresas en papel donde se consignan las frecuencias de los servicios de pasajeros, es decir los horarios de llegada y partida de cada servicio y las estaciones donde se presta cada servicio. Contenían otras informaciones y en la actualidad hasta se los puede consultar por Internet, aunque conjeturo que eso todavía no es algo habitual.
Al considerar la posibilidad de escribir una comunicación sobre lo que suscitaba a  mi sensibilidad dicho horario, vino a mi mente otro horario que consultara en lo que quedaba de la Dirección Nacional de Ferrocarriles, en el verano austral de 1972. Dicha repartición funcionaba en el edificio de la avenida 9 de julio de la ciudad de Buenos Aires que durante la presidencia de Justo hiciera erigir el Ministro Alvarado. Tenía el propósito de viajar a Villa Cañás y allí un viejo empleado me contó que muchos servicios como ese que  averiguaba habían existido en épocas anteriores y habían sido suprimidos.
Entre esa averiguación del verano austral de 1972 y esta visita del invierno austral de 2012, he cavilado y estudiado sobre las implicancias de lo que reflejaban esos horarios. No puedo determinar la fecha cuando en la vieja sala de la Biblioteca Nacional, en la calle Méjico tuve la oportunidad de leer una Guía Azul de las Comunicaciones Sudamericanas recopiladas por Braco de 1925.A partir de esa toma de conocimiento, he incorporado a mis comunicaciones sobre el tema de los transportes a esa compilación de Braco, porque la misma albergaba los horarios existentes de todos los servicios ferroviarios de pasajeros y también los de los servicios de cabotaje fluvial y creo que hasta de cabotaje marítimo(aunque al momento de la redacción tengo dudas sobre ello).
Nuevos marcos conceptuales incorporados a nuestro bagaje nos han permitido renovar consideraciones sobre el fenómeno que venimos estudiando como componente del acontecer argentino, inescindible del acontecer planetario y en particular del de los países limítrofes. Entre esos conceptos está el de holograma el cual en una gruesa aproximación, reza que: así como es la parte, así es el todo.
Según esta perspectiva el transporte (considerado como desplazamiento físico de personas, cargas y correspondencia) no se limita a ser considerado como una de las etapas de la actividad económica (la circulación física no necesariamente jurídica), sino que pasa a ser una manifestación de la cultura de un determinado conjunto de asentamientos humanos, como sería un país en este caso la Argentina.
Los horarios reflejados en la compilación de 1925, constituyen una fotografía (un cuadro, una frame en términos cinematográficos) de una dinámica que se había consolidado y donde había una complementación, escasamente señaladas en otros autores, entre el sistema ferro tranviario y el cabotaje fluvial- marítimo. Vale acotar que el sistema de transportes interno estaba integrado con los transportes internacionales sea a los países fronterizos como a los países del resto del planeta particularmente Europa.
El gran salto en el despliegue de la red ferroviaria argentina se operó entre 1880 y 1914.En ese lapso la red trepó de los 2500 kilómetros a los 33.000.Hacia 1945 la red ferro tranviaria rozó los 50.000kilometros.
A 1925 ya comenzaba a sentírse la presencia, bien que minoritaria del transporte automotor. A ese despliegue, que no preocupaba por entonces, había contribuido la llamada Ley Mitre de 1907.Esa norma (todo sugiere favorable a las empresas ferroviarias de capitales extranjeros en su mayoría) estableció un impuesto único así como una renovación de las concesiones por 40 años. El impuesto generado por las ganancias de las empresas, estaría destinado en parte a la construcción de caminos de accesos a las estaciones. Era claro que en sus orígenes estaba destinado a incrementar las cargas (y por ende las ganancias) de las empresas ferroviarias. No se previó entonces que también se estaba financiando al desarrollo de un medio que en el largo plazo resultaría causante de la minimización traumática de la red ferro tranviaria y sus proyecciones sobre la navegación de cabotaje.
Tratándose el presente de un abordaje sistémico debe consignarse que al momento escogido para referenciarse sobre el acontecer pasado y futuro ya se había dictado la primera reglamentación sobre el transporte aéreo y la Marina de Guerra utilizaba la tecnología de los dirigibles. El medio aéreo se apoyaba en una medida relevante en el empleo de los hidroaviones, lo que comportaba el uso de las vías fluviales, el litoral marítimo y la variada dotación de espejos de agua que alberga la geografía argentina. Hay documentos que esta posibilidad era harto conocida por el Estado Argentino.
Debe recordarse que para la fecha había líneas de navegación en el rio Negro hasta Neuquén y en el rio Bermejo hasta 600 kilómetros de su desembocadura.
Completan el panorama de 1925 por un lado como resabio del pasado la utilización de la tracción a sangre animal, incluido los arreos de hacienda.
Un factor que facilitaría el desarrollo de la tecnología automotriz, fue la del establecimiento de un precio artificial para el petróleo, basada en la apropiación de los yacimientos existentes en Medio Oriente por parte de Inglaterra. No es ocioso recordar que esta artificialidad sobre la que se basó en gran parte el desarrollo económico de al menos el mundo “Occidental” se prolongó hasta 1973. Ese factor fue uno de los aceleradores de la sustitución traumática del sistema ferro tranviario vinculado con la navegación de cabotaje por el complejo automotor-camino pavimentado.
Por ese entonces no se había divulgado aquel canon por el cual un caballo de fuerza (H.P) arrastra 150 kilos en el camino pavimentado, 450 Kilogramos en la vía férrea y cuatro mil (4.000) kilogramos) en el medio acuático.
Hacia 1925, ni tampoco hacia 1940(que vale recordar es la fecha del testimonio desencadenante de el presente desarrollo), no había esclarecimiento teórico acerca de que la actividad del transporte no es cuantitativamente rentable, aunque cualitativamente indispensable. De ese modo su costo debe ser parcial o totalmente enjugado sea por el lucro generado por las  mercaderías o personas  que transporta. La otra modalidad de financiamiento serian   las distintas variantes de subsidios de los gobiernos, incluidas las explotaciones directas por esos gobiernos de los servicios de transportes, allí donde la posibilidad de recupero era hasta imposible.
Pero volvamos a 1940.Hace pocos años una mano amiga nos hizo llegar un mapa de la red ferroviaria de 1939.Hasta ese momento habíamos tomado como referencia el último mapa que se hizo de esa red en 1950, cuando era Ministro de Transportes el coronel Juan Castro.
Pero mucho tiempo atrás hacia 1973, habíamos tomado contacto con un libro de más de un volumen que era el “Plan de Mediano plazo de los Transportes Argentinos”, fechado en 1962.Esta publicación de la que mucho se habla pero que  poca gente  la ha leído, es lo que se habría de conocer como “Plan Larkin”. Independiente del papel que ha jugado ese documento para la sustitución traumática de la red ferro tranviaria y de transporte de cabotaje por agua, su voluminoso contenido es una cantera de valiosos datos, para ver lo que ese plan(que con el tiempo habría de comprenderse era la continuidad lógica de la ley 11658 de 1932,organizadora de la dirección Nacional de Vialidad)habría de  servir de fundamento a la desarticulación que se operaria con algunos altibajos hasta el comienzo del siglo que corre.
Dicho de otra manera el Plan Larkin fue la culminación conceptual del plan bidecenal de Caminos 1934-1954, que formaba parte del Decreto Reglamentario de la ley mencionada de 1932.Dicho plan ha sido una de las ahora conocidas como “políticas públicas” que atravesó todos los avatares institucionales que caracterizaron la vida argentina. Algo similar de lo que habría de acontecer con el “plan Larkin”. Y resulta patético verificar en medio de esos avatares la presencia continua de algunos operadores para llevar a cabo esa sustitución que desde hace mucho tiempo no vacilamos en calificar como unos de los factores desestructuradores de las posibilidades del país comportando un costo que todavía no ha merecido ponderación y que recién en los últimos tiempos merece severas críticas por algunos grupos políticos e intelectuales.
No sin antes explicitar que adoptamos un procedimiento recursivo (en “bucles”), retornamos a aquel horario de los servicios de pasajeros del Ferrocarril Provincial de Buenos Aires de 1940. Intentemos compartir(al modo de los test Rostchard) lo que vemos o lo que nos dice este paquete de informaciones.
Estábamos todavía en un tiempo en que los trenes de pasajeros eran a su vez postales y de encomiendas. Algunos hasta tenían la denominación de “tren mixto” por la proporción ostensible de carga que llevaban. Diríamos que el límite de la carga eran los animales de corral. Aunque  hacia 1940, los camiones y algunas líneas de ómnibus de larga distancia comenzaban a “descremar” los tráficos, los mismos en su amplia mayoría se hacían por tren. Se podría decir que los trenes donde no existía la alternativa del transporte por agua de cabotaje tenían un monopolio de hecho. Por las modalidades especificas del medio ferroviario, y atento las restricciones que comporta el uso de la vía, los horarios eran un componente estructurador de la vida ferroviaria y por extensión de una parte significativa de la vida de sus usuarios.
La prestación de servicios ferroviarios, exigía la existencia de una compleja organización empresarial. Exigiría un largo desarrollo describir el sistema operativo de una empresa ferroviaria a nivel de algoritmo o procedimientos. Espigando los libros de Contabilidad o los manuales de procedimiento u otra documentación que por suerte se ha conservado en diversos repositorios de información, no puede uno dejar de asombrarse del   volúmen de información que era necesario procesar para la prestación de los servicios. Y ese procesamiento en la época de auge del sistema era manual. Alguna que otra máquina de escribir o calcular y se podría decir que el único auxilio tecnológico que acompañó al ferrocarril prácticamente desde su instalación, fue el telégrafo. Con el advenimiento de las Tecnologías de  la Comunicación y la Información (Tics) se ha comenzado a revaluar el rol de telégrafo, ya que posibilitaba la comunicación en lo que ahora se denomina “tiempo real” cuando ese concepto no había sido acuñado.  El telégrafo era un componente inescindible del quehacer ferroviario que se proyectaba sobre la cotidianidad de miles de asentamientos humanos, que como se ha expresado más adelante vivían en cierto modo pendiente de lo que generaba el sistema.
Nos sin antes dejar en claro que las actividades internas del ferrocarril son inescindibles de los servicios que brindaban a los usuarios (incluidos los mismos empleados del ferrocarril y sus familias), nuestro desarrollo pone énfasis en los servicios que brindaba esa compleja organización. Somos más precisos en expresar que no era una organización sino tantas como empresas ferroviarias existentes, aun en el caso de que tuvieran ciertas fusiones en sus grupos propietarios. Por eso al  historiar cada ferrocarril nos encontramos con realidades que presentan matices diferenciales.
Dijimos más arriba que el horario que tuvimos a la vista, reflejo hologramatico de los de las restantes empresas en el mismo “instante”, expresaba momentos de la cotidianidad de las personas. Esa acumulación de instantes comportaba trayectorias familiares, laborales, políticas y culturales. La literatura ha reflejado esas cotidianidades, habiéndose reflejado en la cinematografía y en la radiodifusión.
Y a propósito de cinematografía uno no puede dejar de mencionar al filme argentino “k
Kilómetro 11”, donde del mismo modo que en la obra teatral “Mateo”, de Armando Discepolo, esta reflejaba el reemplazo de los carros de pasajeros traccionados a sangre animal por los automóviles; el filme plasmaba también la sustitución del ferrocarril por el automotor.
No obstante estos anticipos  formulados desde al área estética, no deja de llamarnos la atención por la escasa resistencia que los usuarios ofrecieron cuando los servicios comenzaron a suprimirse. Uno puede conjeturar que no creían que algo ya instalado en sus respectivas culturas pudiera suprimirse.Nos estamos refiriendo a la población en general y no a los cenáculos que por un lado dejaron sentir su protesta (aunque no tanto) y a los que consciente o inconscientemente le hacían el juego al transporte automotor y su aliado imprescindible el camino pavimentado.
En términos conceptuales (y sin omitir el papel jugado aunque no deliberadamente por el “auxilio” brindado al complejo caminero automotor por la ley de 1907) el proceso de traumática sustitución se inicio en 1932, sufrió un envión en 1962, retomó sus bríos durante el autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional” y tuvo su culminaciones en las administraciones Menem y de la Rúa.
Desde que comenzamos la formulación de comunicaciones hacia 1977, el tema de la sustitución del ferrocarril por el complejo caminero automotriz ha sido un tema recurrente.
Si algo hemos incrementado a lo largo de este ya dilatado periodo de tiempo son los argumentos a favor de este medio de transporte y del transporte por agua.
Creímos en su momento que el sinceramiento del precio del petróleo en 1973, indicaría una reversión del proceso. Ello no ocurrió en Argentina ni en Sudamérica. La defensa de los ferrocarriles por parte de núcleos intelectuales mas o menos extendidas es – lo reiteramos-  algo relativamente reciente. La dirigencia política pareciera seguir todavía los cánones impuestos por el complejo caminero automotriz. Las sucesivas leyes de presupuesto así lo indican. Se sigue tomando como un indicador de buen gobierno la inauguración de autopistas y las producciones automotrices. Que el 1,75 % del Producto Bruto sea el costo de los accidentes de tránsito, no parece un guarismo preocupante. Ni tampoco la emisión de dióxido de carbono. No es un mal argentino. A veces uno no entiende el caso uruguayo; un país que supo tener un sistema ferroviario muy llamativo y sin petróleo propio, que desmantelo sus ferrocarriles. Los casos   en  otros países sudamericanos pueden multiplicarse. La Argentina,  pavimentando rutas paralelas a sus grandes vías navegables y al litoral atlántico.
Insistimos en que debe ponderarse el daño ocasionado.
Y sobre la base de esa ponderación ver que puede hacerse tomando como referencia conceptual aquel esquema de 1925, al que consideramos que sólo necesita una adecuación tecnológica.
La presente constituye una suerte de upgrade de nuestras comunicaciones sobre el particular.
Tan solo hemos intentado en la misma plasmar nuevos conceptos, nuevas informaciones recogidas y la constante meditación sobre un tema que en nuestro caso viene siendo  la vía de acceso a la problemática argentina y sus eventuales soluciones.

(29 de Agosto de 2012)



***


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jueves, agosto 30, 2012

UN PUENTE QUE UNA LO LEJANO, LO TRISTE, LO DIARIO Y LO MÁS CIERTO...

*Obra de Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu





TIEMPO TORMENTOSO*


Hay un maremágnum color
       malvón
bajo el viento en los jardines
       de la cuadra
que semeja un movimiento
       humano
que no interrumpe su fuerza
       y su deseo.
Ayer llovió una especie de
       tristeza
y no hubo forma de barrerla
       ni quitarla.
Hasta que llegó la extraña
       hora
en que los árboles parecían
       desesperarse
bajo el viento, mientras la
       gente
sola regresaba por la
       estación
de siempre a sus hogares,
       después
de un largo día distinto
       a cualquier
otro, y así fue, pero el
       viento
continúa silbando una
       canción
sin nombre aquí y en los
       alrededores
como obligando a abrir un
       interrogante
o a tender un puente que
       una lo lejano,
lo triste, lo diario y lo más
       cierto.


                 *De Eduardo Dalter eduardodalter@yahoo.com.ar





UN PUENTE QUE UNA LO LEJANO, LO TRISTE, LO DIARIO Y LO MÁS CIERTO...





PROTESTA*


A Yordán Rey Oliva


Sentía un inmenso placer por sorber el agua de la esponja del baño. No valían regaños, amenazas, advertencias sobre microbios. Le gustaba empaparla hasta que se hiciera muy pesada y exprimirla sobre su rostro, con la boca bien abierta. No entendía qué podía haber de malo en ello.
Un día, sin previo aviso, desterraron del baño su querida esponja y colocaron en su lugar un guante de felpa que sabía a artificio plástico.
A modo de protesta, intentó suicidarse. Cuando llegaran sus padres a secarlo, lo encontrarían tendido sobre las losas... Probó el jabón, pero le dio náuseas, el talco le provocó tos y casi lo descubren, sorber la tubería le supo a algo viejo y oxidado, como el sombrero del vendedor de periódicos. Los perfumes y cremas de afeitar estaban algo lejos. Golpeó su cabeza varias veces contra la pared y solo logró un enrojecimiento en la frente... Comprendió que desear morir era una cosa, y llevarlo a efecto otra muy distinta. La vida, al arrancarle el talismán que le permitía sentirse el Rey Tritón sorbiendo el océano, acababa de darle su primera lección.

Cuando la madre entró al baño con la toalla encontró a un duende de seis años, acurrucado contra una esquina de la bañera, llorando entre lo que reconoció como los restos de un guante de felpa.




*De Marié Rojas
-Del libro “De príncipes y princesas”, editorial El Far, Mallorca, 2006





DESPERTARES **

“… Cuando la llama
sin aire se ahogue
¡Despiértala. Sirena!...”

ERNESTO KAHAN


No se de cual exilio llega la voz de mi amado.
Fortifica y guía los soplos de mi cuerpo.
Canción de cuna y de sepulcro. Plegaria.
Fervor de fuego. Esa, esa, precisamente.
Yace,  casi apagada. Lágrimas de ceniza.
¡Despiértala. Sirena!

Este enero, no se de donde viene.
Mundo de lagartijas, salmos y arenales.
El viento zonda desgarra el esqueleto de la nubes.
Piel de hambre y vinagre, el rostro de mi niño.
Lluvia de enero  ¿Cuándo llegarás?
¡Despiértala .Sirena!

No se de donde mana esta memoria antigua:
Había un niño aquí, casi un hombre, un ángel casi.
¿Qué fue de él ¿ ¿Qué fue de mi?
¿Qué fue de nuestra geografía de obsidianas?
¿Acaso es tanta la nostalgia del mar, que no me escucha?
Sonríen las calles empedradas de su rostro.
Un sueño de una patria de  malvones y amapolas.
Déjalo que  duerma
¡No lo despiertes. Sirena!




**De la Serie: Tiempo de las estaciones.

*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar





Río  amigo*
                           


El cielo parece más cercano.
De un azulnegro sin brumas.
Las estrellas se multiplican,
apretujadas en torno a las de más brillo.
Los árboles pierden sus contornos,
solo son manchas oscuras,
el río, apenas en movimiento,
arrastra estrellas espejadas
como si también ellas estuvieran allí,
meciéndose.
Toda esa magia espera la luna, que iluminará la fronda
entrará en el río, mojará sus encajes, saciará su sed,
y seguirá su ronda hacia el desierto.
Hay un silencio que se escucha.
Estoy acompañando tu sueño río amigo.
Estas llenando mi pecho con tu paz,
Calmando mis angustias con tu música.
Estas disolviendo mi soledad, río compañero


*de Elsa Hufschmid. elsifumi@yahoo.com.ar


                        




¿ME LEES EL I CHING ?*


En el 78 tuve una cardiopatía
y en los 90
las líneas de mi mano izquierda
parecían banderitas desplegadas

Ahora bebo café bajo prescripción médica
extraño las cebollitas búlgaras
los discos de 45 revoluciones por minutos

Confundo el Eclesiastés con la metafísica
y  cuando escucho ópera
me da por la meditación trascendental

¿Me lees el I Ching
o nos tomamos otra cerveza?


*De Reynaldo García Blanco. centrosoler@cultstgo.cult.cu






La isla a mediodía*



*De Julio Cortázar.


La primera vez que vio la isla, Marini estaba cortésmente inclinado sobre los asientos de la izquierda, ajustando la mesa de plástico antes de instalar la bandeja del almuerzo. La pasajera lo había mirado varias veces mientras él iba y venía con revistas o vasos de whisky; Marini se demoraba ajustando la mesa, preguntándose aburridamente si valdría la pena responder a la mirada insistente de la pasajera, una americana de las muchas, cuando en el óvalo azul de la ventanilla entró el litoral de la isla, la franja
dorada de la playa, las colinas que subían hacia la meseta desolada.
Corrigiendo la posición defectuosa del vaso de cerveza, Marini sonrió a la pasajera. «Las islas griegas», dijo. «Oh, yes, Greece», repuso la americana con un falso interés. Sonaba brevemente un timbre y el steward se enderezó sin que la sonrisa profesional se borrara de su boca de labios finos. Empezó
a ocuparse de un matrimonio sirio que quería jugo de tomate, pero en la cola del avión se concedió unos segundos para mirar otra vez hacia abajo; la isla era pequeña y solitaria, y el Egeo la rodeaba con un intenso azul que exaltaba la orla de un blanco deslumbrante y como petrificado, que allá abajo sería espuma rompiendo en los arrecifes y las caletas. Marini vio que las playas desiertas corrían hacia el norte y el oeste, lo demás era la montaña entrando a pique en el mar. Una isla rocosa y desierta, aunque la mancha plomiza cerca de la playa del norte podía ser una casa, quizá un grupo de casas primitivas. Empezó a abrir la lata de jugo, y al enderezarse la isla se borró de la ventanilla; no quedó más que el mar, un verde horizonte interminable. Miró su reloj pulsera sin saber por qué; era exactamente mediodía.
A Marini le gustó que lo hubieran destinado a la línea Roma-Teherán, porque el paisaje era menos lúgubre que en las líneas del norte y las muchachas parecían siempre felices de ir a Oriente o de conocer Italia. Cuatro días después, mientras ayudaba a un niño que había perdido la cuchara y mostraba desconsolado el plato del postre, descubrió otra vez el borde de la isla.
Había una diferencia de ocho minutos pero cuando se inclinó sobre una ventanilla de la cola no le quedaron dudas; la isla tenía una forma inconfundible, como una tortuga que sacara apenas las patas del agua. La miró hasta que lo llamaron, esta vez con la seguridad de que la mancha plomiza era un grupo de casas; alcanzó a distinguir el dibujo de unos pocos campos cultivados que llegaban hasta la playa. Durante la escala de Beirut miró el atlas de la stewardess, y se preguntó si la isla no sería Horos. El
radiotelegrafista, un francés indiferente, se sorprendió de su interés.
«Todas esas islas se parecen, hace dos años que hago la línea y me importan muy poco. Sí, muéstremela la próxima vez.» No era Horos sino Xiros, una de las muchas islas al margen de los circuitos turísticos. «No durará ni cinco años», le dijo la stewardess mientras bebían una copa en Roma. «Apúrate si
piensas ir, las hordas estarán allí en cualquier momento, Gengis Cook vela.»
Pero Marini siguió pensando en la isla, mirándola cuando se acordaba o había una ventanilla cerca, casi siempre encogiéndose de hombros al final. Nada de eso tenía sentido, volar tres veces por semana a mediodía sobre Xiros era tan irreal como soñar tres veces por semana que volaba a mediodía sobre
Xiros. Todo estaba falseado en la visión inútil y recurrente; salvo, quizá, el deseo de repetirla, la consulta al reloj pulsera antes de mediodía, el breve, punzante contacto con la deslumbradora franja blanca al borde de un azul casi negro, y las casas donde los pescadores alzarían apenas los ojos
para seguir el paso de esa otra irrealidad.
Ocho o nueve semanas después, cuando le propusieron la línea de Nueva York con todas sus ventajas, Marini se dijo que era la oportunidad de acabar con esa manía inocente y fastidiosa. Tenía en el bolsillo el libro donde un vago geógrafo de nombre levantino daba sobre Xiros más detalles que los habituales en las guías. Contestó negativamente, oyéndose como desde lejos, y después de sortear la sorpresa escandalizada de un jefe y dos secretarias se fue a comer a la cantina de la compañía donde lo esperaba Carla. La desconcertada decepción de Carla no lo inquietó; la costa sur de Xiros era inhabitable pero hacia el oeste quedaban huellas de una colonia lidia o quizá cretomicénica, y el profesor Goldmann había encontrado dos piedras talladas con jeroglíficos que los pescadores empleaban como pilotes del
pequeño muelle. A Carla le dolía la cabeza y se marchó casi enseguida; los pulpos eran el recurso principal del puñado de habitantes, cada cinco días llegaba un barco para cargar la pesca y dejar algunas provisiones y géneros.
En la agencia de viajes le dijeron que habría que fletar un barco especial desde Rynos, o quizá se pudiera viajar en la falúa que recogía los pulpos, pero esto último sólo lo sabría Marini en Rynos donde la agencia no tenía corresponsal. De todas maneras la idea de pasar unos días en la isla no era
más que un plan para las vacaciones de junio; en las semanas que siguieron hubo que reemplazar a White en la línea de Túnez, y después empezó una huelga y Carla se volvió a casa de sus hermanas en Palermo. Marini fue a vivir a un hotel cerca de Piazza Navona, donde había librerías de viejo; se entretenía sin muchas ganas en buscar libros sobre Grecia, hojeaba de a ratos un manual de conversación. Le hizo gracia la palabra kalimera y la ensayó en un cabaret con una chica pelirroja, se acostó con ella, supo de su abuelo en Odos y de unos dolores de garganta inexplicables. En Roma empezó a llover, en Beirut lo esperaba siempre Tania, había otras historias, siempre parientes o dolores; un día fue otra vez a la línea de Teherán, la isla a mediodía. Marini se quedó tanto tiempo pegado a la ventanilla que la nueva
stewardess lo trató de mal compañero y le hizo la cuenta de las bandejas que llevaba servidas. Esa noche Marini invitó a la stewardess a comer en el Firouz y no le costó que le perdonaran la distracción de la mañana. Lucía le aconsejó que se hiciera cortar el pelo a la americana; él le habló un rato de Xiros, pero después comprendió que ella prefería el vodka-lime del Hilton. El tiempo se iba en cosas así, en infinitas bandejas de comida, cada una con la sonrisa a la que tenía derecho el pasajero. En los viajes de
vuelta el avión sobrevolaba Xiros a las ocho de la mañana; el sol daba contra las ventanillas de babor y dejaba apenas entrever la tortuga dorada; Marini prefería esperar los mediodías del vuelo de ida, sabiendo que entonces podía quedarse un largo minuto contra la ventanilla mientras Lucía
(y después Felisa) se ocupaba un poco irónicamente del trabajo. Una vez sacó una foto de Xiros pero le salió borrosa; ya sabía algunas cosas de la isla, había subrayado las raras menciones en un par de libros. Felisa le contó que los pilotos lo llamaban el loco de la isla, y no le molestó. Carla acababa de escribirle que había decidido no tener el niño, y Marini le envió dos sueldos y pensó que el resto no le alcanzaría para las vacaciones. Carla aceptó el dinero y le hizo saber por una amiga que probablemente se casaría
con el dentista de Treviso. Todo tenía tan poca importancia a mediodía, los lunes y los jueves y los sábados (dos veces por mes, el domingo).
Con el tiempo fue dándose cuenta de que Felisa era la única que lo comprendía un poco; había un acuerdo tácito para que ella se ocupara del pasaje a mediodía, apenas él se instalaba junto a la ventanilla de la cola.
La isla era visible unos pocos minutos, pero el aire estaba siempre tan limpio y el mar la recortaba con una crueldad tan minuciosa que los más pequeños detalles se iban ajustando implacables al recuerdo del pasaje anterior: la mancha verde del promontorio del norte, las casas plomizas, las redes secándose en la arena. Cuando faltaban las redes Marini lo sentía como un empobrecimiento, casi un insulto. Pensó en filmar el paso de la isla, para repetir la imagen en el hotel, pero prefirió ahorrar el dinero de la
cámara ya que apenas le faltaba un mes para las vacaciones. No llevaba demasiado la cuenta de los días; a veces era Tania en Beirut, a veces Felisa en Teherán, casi siempre su hermano menor en Roma, todo un poco borroso, amablemente fácil y cordial y como reemplazando otra cosa, llenando las horas antes o después del vuelo, y en el vuelo todo era también borroso y fácil y estúpido hasta la hora de ir a inclinarse sobre la ventanilla de la cola, sentir el frío cristal como un límite del acuario donde lentamente se movía la tortuga dorada en el espeso azul.
Ese día las redes se dibujaban precisas en la arena, y Marini hubiera jurado que el punto negro a la izquierda, al borde del mar, era un pescador que debía estar mirando el avión. «Kalimera», pensó absurdamente. Ya no tenía sentido esperar más, Mario Merolis le prestaría el dinero que le faltaba
para el viaje, en menos de tres días estaría en Xiros. Con los labios pegados al vidrio, sonrió pensando que treparía hasta la mancha verde, que entraría desnudo en el mar de las caletas del norte, que pescaría pulpos con los hombres, entendiéndose por señas y por risas. Nada era difícil una vez
decidido, un tren nocturno, un primer barco, otro barco viejo y sucio, la escala en Rynos, la negociación interminable con el capitán de la falúa, la noche en el puente, pegado a las estrellas, el sabor del anís y del carnero, el amanecer entre las islas. Desembarcó con las primeras luces, y el capitán lo presentó a un viejo que debía ser el patriarca. Klaios le tomó la mano izquierda y habló lentamente, mirándolo en los ojos. Vinieron dos muchachos y Marini entendió que eran los hijos de Klaios. El capitán de la falúa
agotaba su inglés: veinte habitantes, pulpos, pesca, cinco casas, italiano visitante pagaría alojamiento Klaios. Los muchachos rieron cuando Klaios discutió dracmas; también Marini, ya amigo de los más jóvenes, mirando salir el sol sobre un mar menos oscuro que desde el aire, una habitación pobre y
limpia, un jarro de agua, olor a salvia y a piel curtida.
Lo dejaron solo para irse a cargar la falúa, y después de quitarse a manotazos la ropa de viaje y ponerse un pantalón de baño y unas sandalias, echó a andar por la isla. Aún no se veía a nadie, el sol cobraba lentamente impulso y de los matorrales crecía un olor sutil, un poco ácido mezclado con
el yodo del viento. Debían ser las diez cuando llegó al promontorio del norte y reconoció la mayor de las caletas. Prefería estar solo aunque le hubiera gustado más bañarse en la playa de arena; la isla lo invadía y lo gozaba con una tal intimidad que no era capaz de pensar o de elegir. La piel le quemaba de sol y de viento cuando se desnudó para tirarse al mar desde una roca; el agua estaba fría y le hizo bien; se dejó llevar por corrientes insidiosas hasta la entrada de una gruta, volvió mar afuera, se abandonó de espaldas, lo aceptó todo en un solo acto de conciliación que era también un nombre para el futuro. Supo sin la menor duda que no se iría de la isla, que de alguna manera iba a quedarse para siempre en la isla. Alcanzó a imaginar a su hermano, a Felisa, sus caras cuando supieran que se había quedado a vivir de la pesca en un peñón solitario. Ya los había olvidado cuando giró sobre sí mismo para nadar hacia la orilla.
El sol lo secó enseguida, bajó hacia las casas donde dos mujeres lo miraron asombradas antes de correr a encerrarse. Hizo un saludo en el vacío y bajó hacia las redes. Uno de los hijos de Klaios lo esperaba en la playa, y Marini le señaló el mar, invitándolo. El muchacho vaciló, mostrando sus pantalones de tela y su camisa roja. Después fue corriendo hacia una de las casas, y volvió casi desnudo; se tiraron juntos a un mar ya tibio, deslumbrante bajo el sol de las once.
Secándose en la arena, Ionas empezó a nombrar las cosas. «Kalimera», dijo Marini, y el muchacho rió hasta doblarse en dos. Después Marini repitió las frases nuevas, enseñó palabras italianas a Ionas. Casi en el horizonte, la falúa se iba empequeñeciendo; Marini sintió que ahora estaba realmente solo
en la isla con Klaios y los suyos. Dejaría pasar unos días, pagaría su habitación y aprendería a pescar; alguna tarde, cuando ya lo conocieran bien, les hablaría de quedarse y de trabajar con ellos. Levantándose, tendió la mano a Ionas y echó a andar lentamente hacia la colina. La cuesta era
escarpada y trepó saboreando cada alto, volviéndose una y otra vez para mirar las redes en la playa, las siluetas de las mujeres que hablaban animadamente con Ionas y con Klaios y lo miraban de reojo, riendo. Cuando llegó a la mancha verde entró en un mundo donde el olor del tomillo y de la salvia era una misma materia con el fuego del sol y la brisa del mar. Marini miró su reloj pulsera y después, con un gesto de impaciencia, lo arrancó de la muñeca y lo guardó en el bolsillo del pantalón de baño. No sería fácil
matar al hombre viejo, pero allí en lo alto, tenso de sol y de espacio, sintió que la empresa era posible. Estaba en Xiros, estaba allí donde tantas veces había dudado que pudiera llegar alguna vez. Se dejó caer de espaldas entre las piedras calientes, resistió sus aristas y sus lomos encendidos, y miró verticalmente el cielo; lejanamente le llegó el zumbido de un motor.
Cerrando los ojos se dijo que no miraría el avión, que no se dejaría contaminar por lo peor de sí mismo, que una vez más iba a pasar sobre la isla. Pero en la penumbra de los párpados imaginó a Felisa con las bandejas, en ese mismo instante distribuyendo las bandejas, y su reemplazante, tal vez Giorgio o alguno nuevo de otra línea, alguien que también estaría sonriendo mientras alcanzaba las botellas de vino o el café. Incapaz de luchar contra tanto pasado abrió los ojos y se enderezó, y en el mismo momento vio el ala derecha del avión, casi sobre su cabeza, inclinándose inexplicablemente, el cambio de sonido de las turbinas, la caída casi vertical sobre el mar. Bajó a toda carrera por la colina, golpeándose en las rocas y desgarrándose un brazo entre las espinas. La isla le ocultaba el lugar de la caída, pero torció antes de llegar a la playa y por un atajo previsible franqueó la primera estribación de la colina y salió a la playa más pequeña. La cola del avión se hundía a unos cien metros, en un silencio total. Marini tomó
impulso y se lanzó al agua, esperando todavía que el avión volviera a flotar; pero no se veía más que la blanda línea de las olas, una caja de cartón oscilando absurdamente cerca del lugar de la caída, y casi al final, cuando ya no tenía sentido seguir nadando, una mano fuera del agua, apenas un instante, el tiempo para que Marini cambiara de rumbo y se zambullera hasta atrapar por el pelo al hombre que luchó por aferrarse a él y tragó roncamente el aire que Marini le dejaba respirar sin acercarse demasiado.
Remolcándolo poco a poco lo trajo hasta la orilla, tomó en brazos el cuerpo vestido de blanco, y tendiéndolo en la arena miró la cara llena de espuma donde la muerte estaba ya instalada, sangrando por una enorme herida en la garganta. De qué podía servir la respiración artificial si con cada
convulsión la herida parecía abrirse un poco más y era como una boca repugnante que llamaba a Marini, lo arrancaba a su pequeña felicidad de tan pocas horas en la isla, le gritaba entre borbotones algo que él ya no era capaz de oír. A toda carrera venían los hijos de Klaios y más atrás las mujeres. Cuando llegó Klaios, los muchachos rodeaban el cuerpo tendido en la arena, sin comprender cómo había tenido fuerzas para nadar a la orilla y arrastrarse desangrándose hasta ahí. «Ciérrale los ojos», pidió llorando una
de las mujeres. Klaios miró hacia el mar, buscando algún otro sobreviviente.
Pero como siempre estaban solos en la isla, y el cadáver de ojos abiertos era lo único nuevo entre ellos y el mar.


*FUENTE: http://www.juliocortazar.com.ar/cuentos/laisla.htm








En un bosque sin juegos*


Como Caperucita les pareció demasiado Roja los militares la secuestraron. Con ellos, todos  los juegos, y todas las  preguntas, estaban prohibidas. Odiaban las formas de la inteligencia y de la creación. Por eso imposibles en esta historia, el humor y el erotismo que suscita el lobo amimal. Eran  más feroces que todos los lobos. Caperucita no apareció nunca más. También  se robaron la comida  solidaria de su canasta y el niño o niña, que cobijaba amorosa debajo del delantal.

Nosotros la recordamos en el aire con olor a flores. 


*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com





Correo:


*

Septiembre 2012
“Museo de la Memoria”
Córdoba 2019, 2000 Rosario (SF), Argentina
54 0341 4802060/62
Ciclo: "Del derecho y del reves de memorias de genero”
Declarado de interes Municipal por el Honorable Concejo Deliberante


…después de haber sido jurídicamente intimado para que abandonase la falsa opinión
 de que el Sol es el centro del mundo y que no se mueve y
 que la Tierra no es el centro del mundo y se mueve…
Fragmento del texto de abjuración de Galileo Galilei,
22 de junio de 1633


Se ruega puntualidad. Llegar desde 19,45 hasta 20,15 hs.
 Luego las puertas del Museo estan cerradas por cuestiones de seguridad.



Lunes 03/20:00

"Genero, violencia y dictadura en las narradoras argentinas del 70" 

Graciela Aletta de Sylvas. Dra. en Letras por la Universidad de Valencia y  Profesora Facultad de Humanidades y Artes  UNR. Coordinadora del "Espacio para la Memoria" en la misma Facultad. Tiene numerosas publicaciones en medios internacionales y ha participado en Congresos y Jornadas en America, Europa y Argentina. Tiene dos libros publicados: "Itinerarios de lectura. La narrativa de Maria Elvira Sagarzazu", (compartida) y "La aventura de escribir. La narrativa de Angelica Gorodischer" .Primer Premio del Concurso de Ensayo Mujeres Rev/beladas 2010 y Primera Mencion Concurso Ensayo Juan Alvarez  2005, ambos del Ministerio de Cultura de la Pcia. de Santa Fe. Y otros premios. Ejes de investigacion actuales: Memoria y Escritura de Mujeres
          La construccion de la memoria es una tarea ardua que ha sido emprendida desde distintos enfoques. La literatura da cuenta desde la ficcion de sucesos traumaticos del pasado. Sus expresiones se erigen como versiones subjetivas producto de distintos modos de ver y concebir la realidad. Muchas escritoras argentinas se han concentrado en la memoria para ficcionalizarla y repensarla desde la subjetividad de genero. Noemi Ulla, Angelica Gorodischer Luisa Valenzuela y Griselda Gambaro escribieron durante el transcurso de la dictadura militar y algunas debieron recluir sus textos en la clandestinidad y otras fueron victimas de censuras y persecuciones que las llevaron al exilio. Sus textos nos enfrentan a personajes femeninos cuya condición de mujeres las convierte en victimas de maltrato y ensañamiento y expresan la crueldad de la represion dando voz a la resistencia y a la opresion sexual estatal desde distintos recursos y estrategias que no necesariamente son realistas sino que recurren al desplazamiento, la parodia, y el absurdo



Lunes 10/20:00

“La ‘naturaleza’ humana”

Laura Capella
          La disertante desplegara la respuesta que escribio a un articulo de un abogado de nuestro medio en el cual desde un paradigma ius naturalista criticaba la ley de identidad de genero. La creadora y coordinadora del ciclo se referira a las persecuciones que la iglesia hizo entre otros a Galileo Galilei, hablara de fragmentos biblicos en los que ya tan antiguamente se puso de manifiesto que era mas importante el deseo que lo biologico y tambien evocara la trágica historia de los gemelos canadienses Reimers, “conejitos de indias” del conductismo.


Lunes 17/20:00

“Historia y hegemonia de genero”

Ps. Alberto Ascolani
          El disertante revisará investigaciones que se vienen realizando que abarcan un periodo de unos 30 mil años, que van desde el paleolitico superior al neolitico, en cuyas estructuras sociales se observa una hegemonia del matriarcado, hegemonia que luego ira cambiando a la patriarcal.


Lunes 24/20:00

"La función paterna en nuestros dias. Diferentes formas de ser padre, de la proteccion que potencia a hijos e hijas,  al avasallamiento que los mutila"
  
  Nora Nelida DasBiaggio. Licenciada en Trabajo Social- Magister en Poder y Sociedad desde el Enfoque de Género. UNR. Docente e Investigadora. Facultad de Trabajo Social-UNER
     Maria del Carmen Marini. Psicologa- Magister en Poder y Sociedad desde el enfoque de Genero. UNR. Integrante del C.E.I.M. Facultad de Humanidades y Artes. UNR
          La experiencia de la paternidad como constituyente de la identidad masculina. Diferentes modalidades: 1-Padres que no tienen presencia, 2-padres que guian y funcionan como referentes y soportes, 3- padres que violentan desde un autoritarismo despotico.
           Dichos vinculos violentos son los que en sus formas mas lesivas  llevan al avasallamiento subjetivo de hijos e hijas. El silenciamiento de estas realidades hace a una deuda pendiente para quienes trabajamos en salud mental.
           Introducir una mirada a la complejidad de las relaciones de poder al interior de los vinculos nos permite  llegar a un fenomeno que acaso constituye "un innombrable social", es el incesto que resiste a ser nombrado como tal y asi invisibilizar las formas de opresion que entrampan los vinculos paterno-filiales.

Creacion y coordinacion del ciclo: Ps. Laura Capella, psicoanalista

Lunes 20 hs. Salon Auditorio. Museo de La memoria.
 Córdoba 2019 (Cordoba y Moreno)
Entrada libre y gratuita
Se entregan certificados con el 75% de asistencia
Consultas: delderechoreves@yahoo.com.ar
Blog: http://delderechoreves.com.ar/
Cuenta facebook: Ciclo Delderechorevés

Auspician:
• Facultad de Psicologia, UNR
• Colegio de Psicologos de la Prov. de Santa Fe, 2da Circ. y su Foro en Defensa de los Derechos Humanos (FODEHUPSI)
• CEIDH (Centro de Estudios e Investigación en Derechos Humanos-Facultad de Derecho. UNR)
• IPF (Instituto de Investigaciones en Cs. Sociales, Etica y Practicas alternativas "Paulo Freire" - Facultad  de Derecho. UNR.)




***


Inventren Próximas estaciones:

ARAUJO.
-Por Ferrocarril Midland-


BLAS DURAÑONA.
-Por Ferrocarril Provincial-

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lunes, agosto 27, 2012

VIAJE A IR...

*Obra de Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu





BARES Y LIBRERÍAS*



Y cuentan que el viajero
sin sacudirse el polvo del camino
no preguntaba donde se comía o bebía
sino dónde estaban
los bares
donde estaban las librerías.



*De Reynaldo García Blanco. centrosoler@cultstgo.cult.cu






VIAJE A IR...




LOS HERMANOS LAVARI*
           
          
 Desde Canadá me escribe Tago Sánchez y me tira temas que reposan en sus recuerdos y tratan de encontrarse con los míos.
Y me pregunta si recuerdo los circos que paraban en el pueblo en esos tiempos al lado de la Escuela Provincial, la primaria Nº 212. Allí donde hoy hay una cortada que se llama Gil Ferreira Sosa, de una familia que fue la primera que pobló los campos de la zona, muy cerca de  Colonia Hansen.
También lleva  en sus recuerdos las visitas de las compañías de actores y actrices de radionovelas que luego visitaban los pueblos aprovechando su gran popularidad. Y no era raro que acosaran al que representaba un  personaje malvado el que a veces recibía algunos golpes. Era muy proclive en esos tiempos ingenuos  confundir fácilmente la ficción con la realidad.
También las anécdotas del gran Felipe Lavari, conspicuo tambero de nuestro pueblo que había venido de Buenos Aires escapado del trabajo y del ruido.
La leyenda dice que Felipe conducía un ómnibus de línea y que un día de calor insoportable, en enero para más datos, paró en una esquina para que descendieran los pasajeros y vio justo allí una cervecería, en la esquina que cruzaba todos los días. Pero ese día le pareció distinto, con los parroquianos que plácidamente se tomaban sus tranquilos lisos o sus porrones suculentos. A él le pareció muy bien que esa gente reposara bajo los toldos de colores vivos, pero le pareció muy mal que él mismo no pudiera disfrutar a las dos de la tarde del mismo placer, de ese placer hondo de sentir cómo la espirituosa bebida caía por su garganta  sedienta, mientras el asfalto se derretía bajo su vista que se le iba nublando. Entonces le pareció muy natural parar el motor y bajarse para refrescar el garguero, y como tardaba tanto los pasajeros se fueron bajando y cuando se dignó salir el colectivo estaba absolutamente vacío y sólo un grupo de mariposas rondaba el motor ya frío.
De la empresa debieron mandar a un compañero para que lo llevara adonde dormían  estos seguramente destartalados escarabajos verdes con el número 60 en la frente. Así que como Felipe se arrimó a los campos de la zona donde lo había precedido su hermano menor, Juan Lavari,  quien andaba escapando de la represión de la Libertadora, como correspondía a un peronista de esos tiempos. Así fue como esos hechos fortuitos en la vida de los dos hermanos produjo el exilio en nuestro pueblo que no se cansa de repetir sus mil anécdotas –a cual más picante- porque en verdad rivalizaban  en picardías y en  la afición por los caballos y la timba con los naipes y otras inclinaciones que incluía  el sexo opuesto. Tago me cuenta cómo se divertía Felipe molestando a los magos y prestidigitadores que pasaban ganándose su pan por los pueblos polvorientos de la pampa y las apuestas que ganaba cuando se salía con la suya y partía el aire con sus sonoras carcajadas.
Y su hermano Juan o el Pato, quien era ducho por cascotearle el rancho al prójimo como se decía entonces al que seducía mujeres ajenas, no sin escándalo algunas veces. Y era notable verlos juntos haciendo apuestas en la carreras y como para pagar entrada al observarlos de parejas en un partido de truco, porque a las picardías del pago le agregaban sus años de porteños y esa mezcla era imbatible para que todos, aún  los más chicos fuéramos sus incondicionales admiradores.
Todas estas cuestiones me vienen a la memoria cuando alguien tan querido como mi amigo Tago,  cantor y tanguero me escribe desde su exilio en Montreal, como para que yo haga de cronista de aquellas anécdotas que la historia oral del pueblo ya la tuvo en cuenta  y los más jóvenes la repiten pero con la eventualidad en contra del desconocimiento de estos personajes que hicieron la historia chica de mi pueblo, con sus sacrificios, sus trabajos, sus sudores y sus picardías que nunca pasaron de eso, como para arrancar una sonrisa a los azorados copoblanos que festejaban sus chanzas, que ritualmente repetían porque sabían que un público fiel los estaban esperando y cuando se iban por las noches después de haber jugado un par de partidas de truco y haber tomado un poco, lo hacían a sabiendas que esa madrugada los esperaba su trabajo de tamberos, muy sacrificado y muy duro, sólo para guapos en esos tiempos donde se hacía el ordeñe manual, bajo la simple estrella que los miraba, mientras los grillos barrenaban nuevamente la delicada capa de cebolla oscura que la noche extendía sobre los hombres y las cosas.






DE PEÑA*



*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com

  
  Estuve de peña hoy a la noche. Antes, la peña era ese lugar donde había gente con guitarras, quizás unas empanadas, seguramente vino de la casa, esto es vino tinto en latas o a lo sumo unos vasos de vidrio grueso.
     Aquí en Santa Fe las peñas son ahora reuniones de género, chicas con chicas o chicos con chicos y cerveza y algo para comer. Las hay reuniones de vino caro y asado, las hoy reuniones de cerveza y pizza, o como en esta ocasión, matambre a la leche con cebollas y cerveza negra.
     En las peñas se habla. Y se habla desde ese lugar, convengamos en que es una frase que me incomoda porque se usa en otros ámbitos, y el “desde ese lugar desde el que hablás” tiene una connotación desagradable porque pertenece a todo un discurso. Pero ahora y aquí, en la computadora y después de que se fue Myriam, debo aclarar que sabemos desde qué lugar hablamos, y hablamos sin temor y en serio y en broma, y tomándonos un poco el pelo, y desde treinta años de amistad que un poco hace para que esa persona sea para nosotros única y fundamentalmente importante, y una parte esencial de la vida.
     Y hablamos para qué, para conocernos a nosotros mismos, para saber qué pensamos, para expresar nuestras pocas seguridades y nuestro sinfín de perplejidades. Hablamos porque estamos contentos con la felicidad del otro, tristes con la ajena infelicidad que nos toca y mucho aunque sea aquí en presencia y después se nos diluya con la vida cotidiana y todo eso que nos requiere pero no es ni con mucho importante, que lo que quedará en mi bitácora, en mi pobre bitácora, será esta noche y las noches de antes y de después más, mucho más que todo el trajín laboral que me aguarda cuando mañana abra los ojos y como en “all that jazz” deba decir “the show must go on”.
     Se fue Myriam y me deja con ganas de seguir acá con el cigarrillo y la cerveza oscura en las copas, se fue a buscarlo al Pablo al que vi cuando era una cosita colorada y recién nacida, y ahora es un joven del que Myriam me dice “está tan lindo el Pablo” con ese orgullo deslumbrado y también y de nuevo perplejo, como un chico que creció de golpe y se da cuenta de que el mundo adulto ahora lo absorbe y lo rodea.
     Peña de chicas. De chicas que debaten sobre la muerte y la vejez, las parejas, las creencias que se descubren creencias. Nosotras, que éramos las dubitativas, las incrédulas por convicción y razonamiento. Y ahora y en contra de nuestros principios tenemos una roca donde hicimos campamento. ¿Cuándo, en qué momento desliamos los bártulos y pusimos la carpa, si nosotras éramos nómades?
     Peña de chicas que se derraparon hacia la cincuentena, Dios, el medio siglo en la esquina, casi allí, casi a la vista cuando antes, cuando la última vez que hablamos, cuando te acordás y era escuchar a Elvis Presley en el tocadiscos y la ropa oscura y esa sensación de que moriríamos jóvenes.
     Y nos morimos jóvenes Myriam. Seguimos en la misma conversación que interrumpimos a los veinte, en las peñas y no es que seamos pelotudas pero seguimos la misma charla y sin maquillaje, tan agradablemente sin la vestimenta impuesta por las buenas costumbres. Seguimos la amistad y a pesar de que la vida pasó y los años, y el cuerpo que acompaña pero acusa, a pesar de todo en la peña que agradezco y necesito, yo, que no necesito a nadie y que tengo todo tan claro pero que cuando sonó el timbre y por el portero sonó “Myriam” me dije que el día estaba salvado.
     Y hablamos de nuestros hombres y de nuestras madres y de los jóvenes que al fin y al cabo no me merecen mención especial porque son jóvenes cuando escribo esto, pero la cosa es vertiginosa cuando los días se acumulan, y los jóvenes tienen hijos y convergen con nosotras y podemos charlar ya con el espíritu medianamente aquietado y contemplativo.
     Y los hombres hablarán del fútbol para poder decir la palabra amigo, y comentarán de política para escuchar la voz que los acompaña desde hace tanto, y finalmente no importará demasiado quién diga qué o sobre qué discutan, si lo que queda son voces en la oscuridad, un gesto, la cara con arrugas y el pelo encanecido pero siempre el mismo gesto, ese otro que por suerte sigue estando y es necesario.
      Y Myriam que dice “me tengo que irrrr a buscarlo al Pablo” y se va nomás en el autito crema destartalado lleno de bichitos de peluche y me deja con media botella oscura y la noche, también oscura, y la vida que mañana se reinicia pero tuvo un descanso y una justificación. 






 Lágrimas para no olvidar*


La lluvia nos envuelve con  una dulce tristeza, como si todas las lágrimas se juntaran en una caricia. La tristeza es viva, es necesaria en la vida  que nos somete a tantas despedidas. La tristeza no es desesperante, no es sin esperanza. Hay algo terrible en no poder llorar, algo de lo siniestro que no nos permite el consuelo, el abrazo, la mullida ceremonia con otros.
Para ese dolor-miedo-odio, frente a lo perverso, no había lágrimas, ni interiores, ni cobijo, casi no había palabras.  

Recuerdo que esa vez, nos juntamos frente al río que no fue protector. Ese río en el que caían los cuerpos sin ritual,  no recuerdo si llovía, creo que no. Fuimos a intentar alivianar el horror. Tiramos flores, de a uno. El que volvía se abrazaba con el que con la mano crecida de flores, se asomaba a la ventana  del agua para humanizar lo indecible. LLoré, todos lloramos, formamos una lluvia  de lágrimas para acompañarlos.   

Por eso la lluvia que conforta con su tristeza suave, puede ser un tibio collar de lágrimas que se han unido a través de los tiempos y  las geografías, para acompañar a los que en soledad sufrieron o sufren "lo innombrable" , para tratar con la música de lluvia-lágrima, de desarmar lo mudo. 


*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com






*


Ella no está aquí.
Dicen que se fue.
Que su sombra espía
ahí, donde ayer crecían
los jardines.

...

No tiene documentos
ni un sueño cierto
que le permitan entrar
al país de las maravillas.

La tristeza es el lugar
por donde ella pasa a diario.

Dicen que se cayó del asombro,
pero yo la he visto
descalza algunas noches.

Ella espera.

Se sienta en el filo de su sangre
y sonríe.

Ella espera todavía...
esa boca,
aquellos ojos
las manos esas que la recorrían
como un rumor de lluvia
como una lluvia de dedos-alas

Sonríe con mariposas
como si un jardín naciera
de su estomago. Y espera.

Dicen que es la prisionera,
que desde sus huesos y su sangre crecen rejas,
pero yo la escucho cantar entre los muros.

Dicen que es Alicia
exilada para siempre
en el país de nunca jamás.

Solo que ella no conoce
esas palabras.
Se despierta hoy,
ahora.
Estamos vivas


*De Alejandra Morales.






*


Donde  abriga  el silencio
De los que sufren por el frío
Ellos que no tienen un techo
Ni un sueño tranquilo
Donde  clama el sufrimiento
De los excluidos
Donde están las frazadas
Y los ensueños contenidos
Cuando no alcanza el pan
Ni una taza candente
Para evitar un resfrío

Donde está la salud
Si el cuerpo está entumecido
Con los dientes rechinando
Y frotando las manos hasta el hastío,-



*De Azul. azulaki@hotmail.com
 9/6/12








Cicatrices de la historia*


*Por Nechi Dorado. nechi.dorado@gmail.com

http://textosnechidorado.blogspot.com/


Un día de tormenta, uno de esos  cuando la tarde parece debilucha pues no se atreve a cruzar las fronteras de la noche, la joven esperaba el colectivo que la llevaría a su hogar luego de un día de trabajo desgastante.
A veces el viento suele convertirse en sepulturero de mañanas, cuando descarga sus ataques de ira y comienza a arrojar escombros que parecen guardados para un momento especial. Y fue ese, justamente, cuando la joven cerró sus ojos de prepo y  para siempre, enceguecida por la polvareda desprendida de un paredón enclenque, que no tuvo la fuerza para resistir el embate de un Eolo enardecido.
Sucedió a pocas cuadras de donde un riacho pastoso, abandonado a su suerte, yace anquilosado entre kilos de excrementos, residuos químicos, calaveras de chatarra y perros muertos que nadie llora, porque nadie fue su dueño. Junto a vagones de algún tren también asesinado cuando el ferrocidio tuvo fuerza de ciclón agregando una palabra más al diccionario.
En el centro geográfico del  barrio Buenashebras,  donde no hace muchos años miles de trabajadores y trabajadoras tejían los hilos multicolores que darían forma al pan en el centro de las mesas familiares, sobrevive estoica la osamenta de la fábrica abandonada en el centro de las seis hectáreas, donde ya no hay telares que acunen la siesta de los niños mientras las madres trabajan.
El tiempo corre veloz, tanto, que uno casi piensa que fue ayer nomás, cuando el país crecía y el trabajo era parte de la cultura proletaria.
Ayer que pasó a ser historia cercenada.
Ayer de ayeres sin visos de mañana.
 Frente a  la enorme mole enflaquecida a disgusto, por el tic tac del reloj y por un vaciamiento, tres cuadras de casas despintadas dejan al descubierto su edad. Llenas de arrugas, óxido y moho, unas de chapa y otras de mampostería, son un retazo vivo de lo que fue el entorno donde se erguía Grantelar, la enorme fábrica textil, orgullo del barrio que crecía.
La furia de Eolo, abusador de cosas carcomidas por la desidia, fue causante del estampido del nuevo derrumbe, entre tantos otros previos. El rugido de su furia sacudió a los habitantes del lugar, que conmovidos, cruzaron la gris avenida mientras los bomberos extendían cintas de plástico impidiendo el paso.
Acudió también doña Teresa cuando escuchó el desmoronamiento  y las frenadas de los vehículos de paso.
Doña Teresa que fue parte de las hilanderas de pan, en ese sitio.
Doña Teresa, “la Loca”, la llaman. Y así lo hacen los mismos que tiempo atrás creyeron volverse tan locos como ella.
-¡Son ellos! gritaba desesperada la mujer caminando entre la calle y la vereda, tomándose los cabellos como queriendo arrancarlos.
-¡Son sus gritos los que empujaron el paredón! seguía gritando.
-¡Ellos avisan que ahí están y nadie escucha! Sentenciaba, mientras los vecinos trataban de hacerla callar y no podían.
-¡Ahí viene el helicóptero! Decía dirigiendo sus ojos hacia un cielo que comenzaba a llorar gotas pequeñas.
-¡Los camiones y las sombras, vendrán de nuevo y gritarán todos, como antes! seguía diciendo la mujer en esa tarde sacudida, en Buenashebras.
Tiempo atrás, espectros como salidos de un infierno de repente, sombras dantescas que danzaban en las noches sus ritos de locura tallando el sepulcro del trabajo y de los sueños, irrumpieron por el barrio amparándose en la espesura de las noches sin custodias. Noches en que jóvenes y adultos empachados de vida, sacaban punta al lápiz con el que habrían de esbozar la obra inconmensurable de las nuevas mañanas.
Las sombras tantas veces maldecidas, se abalanzaron sobre ellos, con el encarnizamiento de la fiera que espera agazapada el paso de la sangre roja que fluye por las venas.
Los vecinos se encerraban en sus casas muy temprano, por entonces y, el silencio fue el personaje central en ese teatro de operaciones que hasta el momento, nadie pudo confirmar.  O nadie quiere, para ser justos y precisos. ¡Nadie quire!
No quieren ni siquiera saber si acaso allí podrían haber estado sus propios hijos y los hijos de sus hijos antes de ser devorados por el Zeus emergente de los agujeros donde antaño se atornillaron los telares.
Tronaban en las noches calmas de Buenashebras, helicópteros salidos quien sabe de qué pozo de espanto.
Camiones y sirenas rompían en pedazos la negrura y el silencio mientras bocas inmundas escupían  ráfagas de fuego que entonaban los acordes del preludio de  sinfonías de pánico que erizaba la piel. Era el canto fúnebre del odio entre los hierros y la mampostería abandonada en ese ayer sin visos de mañana.
Teresa enloqueció en aquel entonces, otros, más fuertes, hicieron del silencio un culto persuadido por el miedo.
Allí, entre la mampostería que fue tumba de la joven y del porvenir de tantos, un poco más allá en el tiempo.
Allí, entre recuerdos de ayes que los años amuraron entre nuevos ladrillos ajenos al esqueleto central que nadie sabe que cosa tapan.
Hoy hablan de esperanza futura en Buenashebras, entre las casas descascaradas y la promesa de nuevas viviendas que harán del lugar un sitio promisorio.
Y lo será, sin dudas, para bolsillos devoradores de moral y sentimientos.
Dicen que la memoria de una historia convulsa y despiadada, quedará clavada entre los maderos  del pozo que parirá nuevos cimientos. ¡A quién importa la memoria cuando ya está fallecida!
¡A quién importa si hay que asesinarla de nuevo las veces que haga falta para erigir otros proyectos!
Todo es desconcierto en Buenashebras, sólo Teresa “la Loca” se atreve a recordar lo inolvidable, en medio de la locura que se vuelve cuerda exonerando al terror, pretenden hacerla callar, pero no pueden.
Sigue diciendo, “la Loca”. Su voz trae a remolque los ayes que no nacieron en su pobre mente disociada.
Y sigue hablando por entre el nuevo paredón que reemplazó al caído sobre el cuerpito frágil de la muchacha que regresaba al hogar, aquella tarde debilucha, que no se atrevía a cruzar las fronteras de la noche.
Paredón donde con parejas letras azules hoy puede leerse “Buenashebras crece”.
Sólo el esqueleto de Grantelar, que muestra su osamenta abandonada a un costado de las seis hectáreas, podría ser el testigo fundamental si alguien quisiera saber de qué color era la ropa de aquella historia, que están a punto de asesinar de nuevo.
Atrapados por la ilusión del complejo que vendrá, arrastrada por cheques millonarios y acuerdos bajo la mesa, los amantes de la esperanza en un sistema donde el dinero es rey y la corrupción princesa, celebran la nueva muerte por asesinato de la memoria colectiva.
Buenashebras crece, reza el cartel y ya sabemos. Podrán pintar con brillos y promesas  las márgenes del parque transitable y el ensanchamiento de la avenida gris, como el recuerdo.
Sobre la memoria colectiva se agolpan otras sombras, llegan echando  sal sobre las cicatrices de la historia que seguirá sangrando, como siempre.





A partir de poemarios de Jorge Leónidas Escudero



“LE DIJE Y ME DIJO” *


Socorrémelo al tiempo, este
insobornable, señalado con mi pulgar
¿O no ves que después de todo algo
grogui quedó con la puntería de mi cimitarra
justito en uno de sus plexos cayéndole
cuando ya me iba a dañar cayéndome de golpe?




“LOS GRANDES JUGADORES” *


Los junto a James Caan y Amelia Bence
actores cada uno emigrado
o extirpado
o resucitado
de ese par de filmes tormentosos donde ellos
se gastaron dispendiosamente

Uno por aquí y otra por allá
con ambos especté un pingüe veneno
Como un millonario periclité
como un beodo, como un moralista
a esos poseídos perdularios
odié con media lágrima
A James en colores
A Amelia en grises y ya bastante en la lejanía

Con tacañería los odié
y con noción de consumismo

Los jugadores personajes
que ahora caso en altar de lector

se tocan.





“UMBRAL DE SALIDA” *


¿Será el compañerismo provocarte
y ser provocado?
¿Será el trenzarse en este encuentro
    [de búsquedas?
¿Será el compañerismo entrar
y quedarse?

¿Será el proceder a justificar
las lágrimas que viste en la mujer de-
    [jada?
¿Será una sensación acompañante
propia de la búsqueda de salidas?
¿Será el compañerismo silenciarse
para la nostalgia?

¿Será rescatar esas cartas?
¿Será tanto ver en declive a la inmen-
    [sidad?
¿Será el compañerismo el estar de paso
de las aves?






“VIAJE A IR” *


Cuando le digo “te quiero tanto”
yo me percibo abarrotado

“Te quiero tanto” es el excipiente
de lo incalculable
Es la fórmula imprecisa que afirma que
    [amo
“hasta el cielo”
Es el modo de traspasar el cielo con mi
    [felicidad
cuando fustiga

Es en grumos que me fustiga la felici-
    [dad
Engastado en mi humanidad soy disparado
hacia mi objeto de pasión
No filtro
no decoro las declaraciones

Soy más
el inconsciente.




“CANTOS DEL  ACECHANTE” *


Desde los que ando siendo
desde los jóvenes y viejos que ando
    [siendo
cuando los miro de frente march

Desde los que ando siendo cuando canto
sobre las noticias de los jóvenes
y viejos que ando siendo cuando los miro
    [de costado

Desde justipreciar qué laya de mirada
es la mía posándose cuando canto
sobre sucedidos de los que derivo
transversalmente

Desde los sucesivos jóvenes
hasta los precedidos viejos.



*Poemas de Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar






***


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domingo, agosto 26, 2012

UN CARACOL PARA HACERLE FRENTE AL OLVIDO...

*Foto: Aníbal Sciorra con Cristina Villanueva.




A  Anibal Sciorra *


Asoma tu sonrisa desde la ausencia  y se agranda.. Tan sin despedirnos con el café último que no tomamos y las charlas calladas. Ahora de todos los recuerdos avanza uno, una manifestación en Congreso y la felicidad clandestina. Desayunamos y participamos todo al mismo hermoso tiempo. Un bar chiquito de Rivadavia , los cantos y nosotros en un día resplandeciente,  en la calle, al lado otra mesa con cineastas y escritores. Nos reiamos, vos tenías una cierta inocencia, quedamos en que sería nuestro secreto. La comodidad de ese momento alegre parecía imposible. Es como que siempre hay que pagar un precio por todo y ese día no... Nos volcamos después en la muchedumbre pero el placer de sentir que la marcha pasaba por nuestra mesa y se fundía con los bocados, era nuestro secreto. A lo mejor los dos habíamos pagado ya en la vida... El acto tenía que ver con un resurgimiento, una resurrección después de un momento dificil. Lo que pasaba en la calle, te alegraba, te gustaba enlazarte con los otros, romper la soledad de los cuerpos anónimos. Ahora quizas la vida breve nos da ideas. En verdad siempre nos dijimos las palabras cariñosas que a veces se reprimen. Casi nunca un enojo, salvo ahora, porque estuviste mal en irte Anibal, nos dejaste muy solos y vos del que nunca recibí nada malo, te negas así. Por suerte los recuerdos, las palabras, los poemas adornan el vacío.



*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com







UN CARACOL PARA HACERLE FRENTE AL OLVIDO...

-Textos de Aníbal Jorge Sciorra (1952-2012)
- Para leer: http://sciorra52.blogspot.com/







RETROSPECTIVA EN PAPELITOS SUELTOS (1994/2004)



tan imposible es encontrarte
cuando desapareces...
que aunque supiera donde estás
tampoco te hallaría...
(1994)



me desespera no saber de vos:
es una muerte cansina
que no acaba jamás
hasta que reapareces
y entonces creo en la resurrección
(1996)



Me encontraron un día para unos días
y yo quise para siempre,
busqué para unos días
y me encontraron un día para siempre
(1999)


Apesadumbradamente
buscaba las agujas
pero ya era tarde:
no había mas horas.
Caminé la ciudad dormida,
amanecía,
todo estaba cerrado,
nada ni nadie que apareciera,
solo el sonido de mis malos pasos,
y el tintinear de las pocas monedas
que en mi bolsillo
ya no estaban
(2000)


Pero ya era tarde para entrar,
la puerta se había cerrado,
y la llave del cerrojo
la tenía el tiempo, ese desgraciado.
(2001)


La esperanza abrió un ojo,
vos hecha tango me recibías,
ay mi amor entre tus lolas,
de madrugada, sediento de amor,
me entregaba.
(2002)



de patitas en la calle
buscando un taxi,
perdido en el barrio conocido
de repente un resplandor,
un estallido,
y ya todo muerto,
o lo que es peor: todo herido.
(2003)



Servilleta de papel
con patitos azules dibujados,
terrón de azúcar méndez,
cucharita retorcida,
la tacita de café gastada,
y ese sabor a mancha de humedad,
buenos aires ¿qué me has dado?
(2004)






SOY



Soy un niño desventurado
criatura de los patios
con chirriante triciclo
y rulos de calesita

caballito de madera
sube y baja
tobogán de sueños
¡quién tendrá presente
mis notas de conducta!

hamaca acercame al cielo
que quiero soplar una nube
para ver más azul
y abrazarme a ese sol redondo





AQUELLOS FUERON LOS DIAS


Por ese entonces el tiempo transcurría de otra manera. El correr por los patios era quizás la más agitada de las tareas.


Dibujitos que hice en lápiz (Uso Oficial Exclusivo), en la infancia cobran vida y se trascienden en mi agonía, no puedo distinguir si es un sueñoo una alucinación; lo cierto es que estoy en una ciudad donde todo es como lo dibujaba, cuando ocho tan solo ocho años mamaba: las ventanitas de las casas, los autitos, los trolebuses, los tranways del lacroze, las señoras de pies gordos y deformados, las narices puntiagudas de los hombres con sombrero, como la de José Luis Picón, la puertita de la casa de la Nieves, allá en la calle Lemos, la fachada de la escuela primera, los colegiales con sus guardapolvos tableados, sus carteras de cuero, sus galetitas manón, y las primeras cartucheras de plástico que yo no tenía que yo no tenía, ay de mí, que yo no tenía, como no tenía tampocola avivada, yo no estaba avivado, sólo podía ver al caballo muerto tirado en la esquina del corralón, y al colectivito treinta y nueve todo de diferentes tonos de marrón, la calesita con sortija y todo, y yo con rulitos, orgullo de madre y tías y vecinas, estudiá para médico, me decían, estudiá para médico, y me acariciaban los rulos, me acariciaban, mientras yo dibujaba, ellas decían -escribía-, dibujaba un cabildo todo deformado, una escarpela, sí escarpela, de azul y blanco y del sol del veinticinco que viene asomando y que de aquel caballo que levantó la cola y salió un zapayo, y el sol con rayos desprolijos pintados de amariyo, y yo en cuadro de honor, con jopito y gomina, seriecito, pensativo, luego me daría cuenta aquello de qué serviría, solo recuerdo una cosa: el extremo inferior derecho de las imágenes que hoy veo tienen un último renglón y una oreja: como la de aquel, aquel cuaderno "Lanceros", cuaderno de clase "Lanceros","Lanceros de 1810".








El coleccionista de palabras



Lo que son las cosas, hace años que soy coleccionista de palabras y todavía no pude conseguir la palabra "cuento". Una palabra tan fácil y todavía no la tengo. No me avergüenza decirlo. Se lo comenté a otros coleccionistas de palabras el domingo pasado en el parque Rivadavia y se echaron a reír. "¿Cómo no vas a tener la palabra "cuento"?, me preguntaban como si estuviera bromeando. Uno de ellos se jactó de tener como cinco palabras "cuento", pero eso sí, muy valiosas, ya que una de ellas databa de 1615 y era francesa y las otras pertenecían a los siglos XVII y XVIII y provenían de Alemania, Grecia y Estambul, y una más pero de 1901, aunque sin demasiado valor porque había sido hallada en Buenos Aires, para ser más preciso, me dijo cabizbajo, en la apestosa Plaza Miserere. Otro viejo coleccionista fue un poco más humilde: tenía una sola pero se sentía satisfecho igual porque la había encontrado junto a unos restos fósiles hallados en 1961 debajo del empedrado de la avenida Triunvirato, allá por Villa Urquiza, cuando Obras Sanitarias había tenido que cambiar unas cañerías.
Yo no quería tener cualquier palabra "cuento". La mía tenía que ser muy valiosa también. Parece mentira, pensar que tengo la palabra "agüero" que la encontré en una estación del subterráneo y que me la quisieron comprar unos españoles por tres mil dólares y yo no acepté. Si la hubiera vendido ya tendría la palabra "cuento" del año 1312 y de origen cartaginés que me la dejaba un ciego de la estación Constitución por mil quinientos dólares y por sólo quinientos hubiera podido volver a tener "agüero" que ahora la vendían en el Abasto porque todo el mundo ahora andaba en busca de "gardel", que había dejado de ser apellido para transformarse en palabra común. Encima me hubiera sobrado algo de dinero para poder comprar palabras difíciles de hallar hoy en día en el mercado y totalmente pasadas de moda como lo son "humano", "bondad" u "honestidad", que había puesto a la venta en oferta un funcionario corrupto del gobierno en la casa de gobierno sobre la entrada que da por Paseo Colón.
Dicen que al ciego de Constitución ya no le interesaba demasiado tener en su colección palabras como "cuento" porque ahora estaba fervientemente entusiasmado por palabras místicas, pero que de tanto buscarlas, se metió no se sabe como adentro de una de ellas y nunca más se lo vio. Nadie supo explicar bien acerca de que palabra se trataba. Algunos que lo conocieron muy de cerca aseguran que el ciego veía. Dicen que jamás compró una sola palabra en alfabeto braille.







NOMEOLVIDO



"La memoria estalla hasta vencer
a los pueblos que la aplastan
y que no la dejan ser
libre como el viento."

León Gieco ("La memoria")




Botas


Sobre las baldosas del patio,
Gendarmes.
Botas que patean los sentimientos,
Triciclos oxidados,
El sillón de mimbre desarmado,
Macetas con tierra reseca derribadas,
La pava y el mate olvidados.
Cortaron el tránsito de la vida,
Las risas de los pibes,
La música de los pendejos,
Los sueños de los viejos.
Y ya no mas ropa blanca tendida.
Sólo vidrios rotos y cosas tiradas.
Libros quemados.
Papeles y fotos.
Todo desparramado.
Cascos verdes, eso sí.
Seguridad Nacional, El País.

Sobre las baldosas del patio, Gendarmes.
Botas que pisotean malvones,
Un canario asesinado,
(tenía el pechito rojo, pobrecito),
Y al fondo, contra la parra,
Cadáveres apilados.
Manos quietas, brazos duros,
Puños cerrados, ojos en blanco,
Bocas entreabiertas, pechos lastimados,
Ropas desgarradas, uñas levantadas,
Cabellos arrancados.
Y el pubis de las niñas...
Oh!, El pubis de las niñas...

Y ya no mas mesa en el patio.
Sólo pasos y mas pasos,
Prolijos y ordenados,
Precisos y disciplinados,
De punta a punta,
De noche y de día,
Pasos que aplastan hormigas.

A modo de luna, en el cielo,
una boca dolorida se abre,
Y de ella solo se escucha el lamento.
Lamento de madres y abuelas,
De hijos y nietos.
Mientras que sobre las baldosas rotas,
Las botas no cesan su marcha,
Inquietas buscan,
Siguen buscando,
A ver si todavía se encuentra algo.





En la terraza


Juan no sabía porqué llegó a la terraza esa tarde. Estaba nublado y frío y soplaba mucho viento ahí arriba. Sin embargo, Juan estaba. Parado, apoyado contra la parecita que daba a la fábrica de resortes, fumando y mirando como el humo que largaba desaparecía casi mágicamente por el viento. Juan pensaba, recordaba, se le aparecían imágenes sueltas, épocas sueltas, mientras fijaba su vista en la ropa tendida, en cómo se embolsaba esa sábana blanca de dos plazas con un agujerito en el medio. Juan abría sus oídos a los ruidos del viento, a las chapas del techo de la fábrica de resortes que sonaban quejosas. Más allá el galponcito de las cosas viejas, una botella de ginebra vacía y perdida rodando por las baldosas, yendo y viniendo bajo los caprichos del viento. Y Juan tratando de capturarla, sabía que en ella se ocultaba algún recuerdo. La tomó en sus manos y la acarició suavemente mientras le quitaba la tierra que el tiempo le había impregnado. Volvió a recordar, a reconstruir escenas sueltas, a pensar en aquellos rostros frescos, felices, en aquella noche estrellada de verano. Se agachó frente a una lata oxidada que hacía de maceta de un raquítico malvón. Lo vio durante un instante lleno de flores rojas, se vio a él mismo, arrancando una de sus flores para entregársela a Lucía que estaba sentada aquella noche en esa silla que ahora estaba tirada toda rota y resquebrajada en ese rincón.Y arriba el cielo seguía blanco, gris, gris oscuro. Del otro lado la casa que había sido de los Ferraroti vacía y sola. Mas acá la calle ya sin los gritos de los pibes jugando a la pelota, de vez en cuando un colectivo 7 pasaba como aburrido y bostezando cortando el sonido del viento. Los recuerdos se le seguían apareciendo en esa terraza que desde muy pibe conocía muy bien baldosa por baldosa. La terraza de la casa de los viejos, la misma donde quince años atrás aquella noche estrellada de verano y de amigos habían preparado un asado. Trató de ubicar exactamente dónde habían puesto la mesa. Y se acercó a ella. Vio los platos aún sin servir y los vasos vacíos, las dos abundantes fuentes de ensalada criolla que habían hecho las chicas: Lily, la Negra, Patricia y Lucía. Mientras ellas seguían abajo, en la cocina preparando algo para el postre, Juan se acercó a la mesa tomó uno de los vasos vacíos y lo llenó de vino tinto de la damajuana recién abierta por Juanca, uno de sus amigos. El resto de los muchachos estaban junto a la parrilla charlando y contando cosas que los hacían reír. El Bocha era el asador y tanto Juanca como Luis lo acompañaban mientras cada uno sorbía su copa de tinto. Sin embargo Juan prefirió permanecer alejado del grupo, mientras recorría la terraza. Se detuvo junto al viejo Wincofón justo cuando en ese momento estaba sonando "Help!", de Los Beatles. Pudo ver también que aparte de sus discos favoritos, tanto las chicas como sus amigos habían traído otros, de pronto se detuvo en un long-play de Salvatore Adamo: "Con mis manos en tu cintura" era uno de los temas que contenía y que a él más le gustaba. El sobre del disco en su contratapa estaba firmado en birome: "Lucía".¿Porqué dejé a los muchachos solos? ¿Qué van a pensar de mí esta noche? Encendió otro cigarrillo y se encontró de nuevo en la terraza desolada en esa tarde de frío y viento. La sábana blanca con un aguerito en el medio flameaba furiosamente tapando en parte la casa de los Ferraroti. Se asomó por la tapia y vio la piecita de arriba con la puerta semiabierta, abajo el patio vacío y sucio, y más atrás el jardín ahora tapado de yuyales.
Se comentaba que a los Ferraroti se los habían llevado una noche y nunca más se había sabido de ellos. La casa parecía totalmente vacía pero nadie sabía quién la habìa vaciado. Se quedó un rato pensando hasta dar la última pitada al cigarrillo y volvió a aquella noche donde Lucía lo miraba mientras comían el asado y se reían de cualquier boludez , mientras vaciaban la damajuana de tinto y el Wincofón les hacía vibrar ahora con Sandro. Juan sugería escuchar a Viglietti. A Lucía también le gustaba. Sin embargo Adamo... también te gusta , pensó. "Con mis manos en tu cintura" me gusta, te gusta. En realidad quisiera con mis manos en tu cintura tenerte junto a mí. Después vinieron los postres. El Bocha se apareció con una ginebra, tomó un trago del pico de la botella y se la pasó a Juan. Ahora la botella seguía su danza sin fin vacía y sucia dejándose llevar por el viento sobre las baldosas de la terraza junto al ruido que hacían las chapas del techo de la vieja fábrica de resortes y otro colectivo 7 cruzaba la esquina acelerando sin levantar un solo pasajero. Esa noche habían colgado varias lamparitas de un cable improvisado por el mismo Juan para iluminar la terraza, sin embargo no hubieran hecho falta ya que tanta estrella en el cielo y la luz de los ojos de Lucía iluminaban tanto... le pudo decir después, después que le entregó la flor del malvón, después que bailaron con Adamo "Con mis manos en tu cintura" aunque Viglietti les gustaba a los dos, después que se tomaron todo el vino y toda la ginebra, después que se fueron todos, después que ellos dos solos también se fueron caminando por el barrio en medio de tanta noche y tanto encanto...

En la vieja y desinfectada habitación del único telo del barrio pudieron declararlo todo, desde sus sexos deseosos y jugosos, hasta sus ideas y proyectos. Nunca Juan había coincidido tanto con una mina, ni Lucía con un tipo... Pasaron los años y ninguno de los dos jamás se hubiera imaginado que él iba a tener que irse a España y allí laburar de lavacopas mientras le escribía cartas a Lucía que nunca fueron contestadas y ella aquí secuestrada, violada y destrozada después de tanta tortura... Cuando Juan volvió a Buenos Aires alguien se le acercó para avisarle que habían encontrado los restos de ella. Que no cabía ninguna duda que eran los restos de ella. Estaban enterrados en los fondos de un cementerio bonaerense junto a tantos otros. Pero él no lo creyó. Lucía seguía viva ahí, en esa terraza con la música de Adamo, riéndose mientras saboreaba su vaso de tinto y lo miraba con interés o cuando se sentó en esa silla que ahora estaba tirada toda rota y resquebrajada en ese rincón. Seguía viva como la flor del malvón, la botella de ginebra, aquella noche estrellada de verano, pese a que no sabía porqué llegó a la terraza esa tarde. Estaba nublado y frío y soplaba mucho viento ahí arriba.


Diana que canta

Canta que te canta/lo que se te canta/sin ser escuchada./Con tu guitarrita vieja y desafinada,/tratas inútilmente de decirles cosas,/para que se den cuenta./Y ellas-ellos pasan a tu lado con las orejas cerradas./Con las mentes cerradas./Hacen así,/así las grandes señoras,/con sus carritos llenos de envases,/hacen así,/así los grandes señores,/con sus carritos llenos de botellas,/hacen así,/así no me gusta a mí./Canta a la vida,/canta a la muerte./Un canto de eternidad. Y un envase descartable,/ya vacío pateado y sucio sin eternidad/como esos mismos ellas-ellos/para ser empujados por el viento,/como tantos otros./Canta que te canta/lo que se te canta/sin ser escuchada./Y arriba tuyo las luces de neón,/con su prende y apaga/que nunca se acaba./Quizás con menos vida que tu canto./Canta Diana tu canción/aunque no les llegues al corazón/y crean que estás loca,/canta tu canción./Aunque las grandes señoras te aplasten con sus caparazones./Sin permiso municipal ni empresarial,/con lo que tienes puesto nomás, así de sencillita,/con tu guitarrita vieja y desafinada./Aunque de pronto veas pasar corriendo descalzo y pálido y asustado señor/ladrón de un par de zapatos,/cantale una canción./Y a esos todo-todo-poderosos/arrasando muñecos con sus máquinas voladoras/con anteojos oscuros y bigotitos/metiendo ruido infernal/cantales también./Canta que te canta/lo que se te canta/sin ser escuchada./En tu rincón,/debajo del neón,/pasando frío-hambre-lluvia/pero siempre con una canción./Canta, Diana, canta./Hasta que esas luces malditas se apaguen de verguenza./Canta que enfrente te escuchan./Los albañiles de la obra en escena te aplauden.Y te piden que les hagas un paquetito con tus canciones,/para llevárselo a la casa y escucharte junto a la patrona y a los pibes./"Piden queso no les dan,/piden pan tampoco les dan,/en cambio les tiran huesos/y les cortan el pescuezo"/Canta, Diana, canta, que tu canto no va en vano./Aunque un buen día te vengan a buscar y los a tirones te lleven./Aunque destrocen tu guitarrita a golpes./Aunque no se te vuelva a ver jamás./Canta, Diana, canta sin miedo,/que tu canto vive, trasciende,/aún sin ser escuchado,/aunque a las grandes señoras les moleste tu presencia,/debajo del prende y apaga del neón.


Para añadir a "Diana que canta":

Testimonio de un albañil que no quiso dar su nombre: "Nos cantaba todo el tiempo mientras nosotros trabajábamos. Y la escuchábamos también mientras morfábamos nuestros sánguches de salame y queso con vino tinto en los mediodías. Muchas veces le convidávamos pero ella no quería, nos seguía cantando nomás. Nos alegraba la vida. Hasta que un día no la vimos más. Hay quien dice que una noche se la llevó la cana porque parece que andaba metida en política. Pero yo no creo, no creo que esa chica anduviera en eso... Nosotros la extrañamos mucho, ¿sabe?, era la única que se acordaba de nosotros ¿sabe?..."

(circa 1978, Buenos Aires, Argentina)





SENTIRES


Fotografía desdibujándose

Comenzar a desdibujarse desde una foto.
Primero la sonrisa.
La línea de la boca se convierte en un fino hilo tembloroso
que se arruga y cae al vacío blanco.
Los labios se han esfumado.
Del rostro solo quedan los ojos, la nariz y parte de la frente.
Ahora los ojos se abren.
Impresiona verlos tan abiertos.
Parece que van a estallar.
Sin embargo quedan en blanco,
e inmediatamente párpados y pestañas desaparecen.
La nariz se parte por el medio y cae fuera de la foto.
Hace un pequeño ruido al chocar contra el piso.
Parece de yeso.
Quedan pedacitos desparramados
que al pisarlos se convierten en polvillo blanco.
De la frente, la cabeza y orejas casi no quedan rastros,
solo un sombreado muy confuso.
Y sobre el borde inferior se nota claramente el comienzo del cuello.
En él ha quedado un agujero negro,
a través del cual se ve asomar la tristeza.







Aquellos fueron los días


Como siempre ocurre
llegó el momento de partir.
Te llevás en el equipaje
algunas mariposas muertas
entre las hojas de un libro
y las bolitas que dejaban caer
los eucaliptus.
En tus manos quedaron
la rugosidad del viejo árbol
y la humedad del pasto,
cuando en las mañanas,
seguías las rutas de las hormigas.
Me dejaste el trompo de lata,
las figuritas del Billiken.
Extrañaremos correr por el patio,
cuando se nos venían encima
las estrellas,
y aquellas meriendas de leche
con pan y manteca.
Te despido en el andén
de una estación
donde sopla mucho el viento
y vuelan los panaderos.
Y te alejás en el trencito de madera
que inventamos juntos una tarde
sobre el hule de la cocina.
No me quedo solo,
me acompaña la inocencia.





Fin del mundo


Invierno en la casa de la calle Olleros. Una de las piezas del fondo. "Alito" está tocando su acordeón. La gallina vieja se nos asoma por la ventana y nos contempla somnolienta. Estamos aguardando el fin del mundo que ya ha sido anunciado con grandes letras negras y gruesas por los diarios de la víspera.
Son como las doce y pico. A la una de la tarde se acaba. La vieja ha desparramado hojas de diarios por todos los pisos del caserón. Las paredes están algo mojadas. Un intenso olor a humedad envuelve al día. El cielo se ha nublado por completo y amenaza lluvias. "Alito" ensaya una nueva pieza con su acordeón. Toca "Cuando los santos vienen marchando" y se confunde con las campanadas que vienen del cementerio. El viejo llega de trabajar trayendo un paquetito de la fiambrería. Queso fresco, dulce de batata, y un mantecol. Se va a cambiar los zapatos y se pone las chinelas de abrigo. La vieja le pide que se apure y vaya para la cocina que ya está servida la sopa bien caliente.
"Alito" ahora toca "Desde el alma" y yo lo miro hamacándome al compás de la música y dando vueltas en círculo. Ya es la una de la tarde, suenan algunos truenos y se desata un chaparrón, siento que poco a poco va empezando a girar todo a mi alrededor. Escucho aún el acordeón de "Alito" y llamo asustado a la vieja. Después resulta que no es el fin del mundo: soy yo mismo girando sobre mi propio eje.





*


Me sumerjo en la oscuridad
observo el paisaje escondido
breves hojas revolotean sobre mi piel
lúgubres ramas
patas de hierro detenidas por el tiempo
la humedad del pasto exhala verde
hajas secas se confunden entre ellas
verde que veo en lo negro
y acaricio

Mi piel ronronea por caprichosas nervaduras
nubes de hierbas revuelven mi cabellera
hojalata de límites me detiene:
un cuadrado perfecto
una pared
no avanzo
una mano me devuelve el paso lento
piernas pesadas
pies inseguros
arrastrándose
se aferran a la tierra
brazos que abren camino
aire
estallidos de verde, azul, amarillo, naranja
y finalmente rojo,
rojo que se enciende desde lo negro,
rojo fuego, rojo pasión,
rojo sangre, rojo anárquico,
y me entrego.

Quizás un suicidio al vacío
aire de verano me apantalla suavemente
y el rojo se hace noche
se empequeñece,
luna transparente
estrella fugaz
parpadeo
la luz de mi vida
se hace milagro
me rescata.


*Realizado en el Taller del Jardín Secreto de Cristina Villanueva el 25/11/05








A Cristina Villanueva


Jardín de pasos distendidos
descalzo mis sensaciones
en tu pastito,
me dejo acariciar por las hojas
que despliegan de tus árboles
mientras sus ramas arañan
mi piel, mi alma,
dejando brotar sensaciones
y recuerdos no acaecidos
para luego derramarme en papel
con tinta fresca en sentires
y conpartir el festín
de la palabra
alrededor de la mesa que nos une.

Jardín de pasos distendidos
despojado de carteles de prohibir,
sentir nuevas manos amigas
que me invitan a viajar,
a sentir la fresca brisa del sur,
el verde fulgor de fértiles valles,
el delicado sabor del vino,
el casquido acompasado
sobre los viejos adoquines,
lejos del feroz ruido urbano,
aquí brilla la calma,
la estrella de la creación,
la sonrisa de unos cálidos labios,
la ternura de un abrazo.

(Envíese, publíquese y no archívese nunca)







La estrella


Había llegado el año nuevo y, como ya era costumbre, salimos al centro exacto del patio para contemplar el cielo. Titilaban las estrellas que daba miedo, mientras que unas nubes como de algodón se alejaban, dejando ver perfectamente al año recién llegado.
De pronto, la tía Amanda gritó espantada y salió corriendo rumbo a una de las piezas, donde se refugió detrás de una persiana. Todos salimos del patio con pánico sin saber en realidad porqué, y nos metimos también dentro de las piezas. La tía Porota atribuyó todo esto a alguna alucinación de la tía Amanda, que se la pasaba delirando. Pero no, no era así. La tía Amanda había advertido el peligro. El abuelo Agustín muy pronto lo confirmó: una estrella se había desprendido de alguno de esos cablecitos que las sostienen en el espacio, y venía a ochenta y la comida a incrustarse en nuestro patio. Estábamos todos llenos de asombro esperando el gran encontronazo. Mi viejo pensaba en los daños que iba a provocar semejante caída y en lo caro que le iba a salir efectuar las reparaciones. Pero tendríamos una estrella, agregó mi hermano Alito. Seríamos la única casa del barrio con estrella propia, y con su luz podríamos iluminar toda la terraza y organizar bailes y partidos de truco hasta que saliera el sol. El abuelo Agustín se había llevado el banquito a la terraza y, subido a éste, nos transmitía entusiasmado todas las alternativas del descenso de la estrella, la cual se acercaba cada vez más a nuestro patio. Los vecinos asomaban sus caras de envidia desde los tapiales, a la vez que mi hermano Alito tocaba con su acordeón "Desde el alma".La tía Amanda seguía detrás de la persiana temblando y con los ojos bien abiertos. El tío Armando le pedía a mi vieja que le cebara unos mates, pero luego se acordó de que para ir hasta la cocina había que cruzar el patio donde ya estaba por caer la estrella y se dejó de escorchar. La tía Virginia, mientras tanto, pensaba en todo lo que iba a tener que limpiar después que, cayera la estrella. La abuela Teresa había cargado con todos los nietos y les contaba que todas esas cosas en su época no sucedían, que los piolines que sostenían a las estrellas eran de mejor calidad que los de ahora porque se importaban de Inglaterra, en cambio ahora los hacían de material plástico cortándose enseguida y produciendo la caída de estrellas cada dos por tres. Entretanto mi vieja había sacado todas las estampitas de los roperos poniéndoles sobre la mesa del comedor, alrededor de la cual todas mis tías se arrodillaban y rezaban.En una de ésas sonó el timbre. Era don Salvador que venía con una silla para acompañarlo al abuelo Agustín, pero no lo dejamos entrar. Queríamos tener la exclusividad de la estrella para nosotros solos, y desconectamos el timbre para que no molestara más. Sin embargo don Salvador siguió insistiendo dando fuertes golpes a la puerta queriéndola tirar abajo; entonces salió mi viejo y le dijo que no molestara más porque sino lo iba a denunciar. Dicho esto, mi viejo volvió corriendo a su puesto de observación, pues la estrella ya estaba muy próxima a aterrizar; don Salvador se quedó igual ante la puerta cerrada y empezó a estudiar cómo trepar el frente de la casa para poder llegar hasta la terraza; luego se subió a su silla, y poco a poco fue escalando el alto paredón hasta llegar al abuelo Agustín que seguía parado sobre el banquito.Por fin la estrella cayó. Hizo un ruido bárbaro. Parecía que la casa se venía abajo. Se sacudieron las paredes hasta hacer caer cuadros y espejos, platitos y almanaques. La araña del comedor se movía más que cuando fue el terremoto aquel en San Juan que siempre cuenta la abuela. Todo se llenó de humo, color y luz. Mucha luz. Empezamos todos juntos a transpirar. Un poco por el calor, otro poco por los nervios. El humo nos dificultaba la visión. Las tías casadas se abrazaban a sus correspondientes maridos, mientras que las solteras, a excepción de la tía Amanda que continuaba detrás de la persiana, se abrazaban llorando a la abuela Teresa. Lentamente fue desapareciendo el humo, el calor y la luz. Entonces salimos todos al patio. Nadie se animaba a acercarse a la estrella pese a que ya se había apagado y yacía en toda la superficie del patio como una fina y mullida alfombra amarilla. Imprevistamente apareció mi prima Yiya con una escoba y, ante la mirada espantada de todos nosotros, quiso barrerla para despejar el patio, ya que era indispensable para cruzar hasta la cocina y poder cebar unos mates que tanta falta hacían; pero en cuanto tocó a la estrella con la escoba, ésta emitió una poderosa descarga luminosa (pensamos que tal vez eléctrica) que los dejó a la Yiya a su escoba petrificados. Nos acercamos a ella lentamente y la tocamos: parecía una fría y blanca estatua. Ante la desesperación de la madre de la Yiya que gritaba como loca, mi viejo le daba fuertes cachetazos y hasta trompadas para ver si se ablandaba. Pero la Yiya seguía dura, no reaccionaba. Todos hablaban. Todos discutían. Pero nadie entendía nada. La abuela Teresa siguió insistiendo con aquello de que "esas cosas antes no pasaban". El tío Armando no daba más de las ganas de tomar unos mates. El abuelo Agustín se había quedado dormido en su banquito en la terraza, y junto a él roncaba satisfecho don Salvador. La tía Porota quería llamar a los bomberos. Todos -los tíos- todos se habían quedado paralizados alrededor de la Yiya contemplándola como unos bobos. Mi hermano Alito había vuelto al acordeón y tocaba "La cumparsita" con variaciones y todo, mientras que los primitos más chiquitos se habían sentado a su alrededor para escucharlo, meciendo sus cabecitas al compás de la música.Todo parecía irremediable hasta que la tía Virginia apareció con un balde lleno de agua, un trapo y jabón. Nos preguntamos qué pretendía hacer con todo eso. Se acercó a la pobre Yiya, tomó el trapo, lo introdujoen el agua con jabón y empezó a pasárselo por todo el petrificado cuerpo. Dale que dale con el trapito, tía Virginia, experta en fregar, pasó largas horas tratando de ablandar a Yiya sin parar. Gastó unos cuantos trapos que le íbamos llevando a medida que los iba gastando, hasta que al fin Yiya comenzó a recobrar sus movimientos y hasta a hablar preguntando qué había pasado. En ese preciso instante el tío Armando estaba llamando al cielo para que tiraran un guinche y levantaran a la maldita estrella cuanto antes, pues por culpa de ella no podíamos tomar mate. Desde el cielo le contestaron que como era feriado no trabajaban, pero que de todos modos tratándose de una emergencia iban a hacer todo lo posible. Esto produjo serias discrepancias entre los primos y el tío Armando, ya que todos querían que la estrella permaneciera allí para tener la exclusividad en todo el barrio. Casi lo matan al tío Armando por haber pedido el guinche. Menos mal que la tía Virginia salió a defenderlo. Se subió a una maceta y agitando su plumero que sostenía con su mano derecha destacó la desgracia de la Yiya, y convenció rápidamente a todos para que la estrella fuera sacada de allí cuanto antes, pues ése no era su lugar. Al terminar con el sermón, los primos la aplaudieron, y le sirvieron un mate que gentilmente nos había ofrecido la Gilda, vecina de al lado.Ya era de día y estábamos mucho más tranquilos. Algunos dormían, agotados por la larga y agitada noche. Volvimos a las piezas a tomar los mates que nos servía desinteresadamente la Gilda, mientras aguardábamos la llegada del guinche. La tía Amanda, sin que nadie la viera, salió de donde había pasado toda la noche y se fue acercando a la estrella, ahora silenciosa y apagada. Se quitó el batón y después la enagua. En el más absoluto silencio se zambulló en la estrella hundiéndose para siempre. Quedaron sólo unas chispitas flotando en el aire...




*


Me pregunto:

¿dónde quedarán guardados
aquellos momentos?
¿en qué misterioso cajón
reposarán nuestras cartas,
nuestros recuerdos,
nuestros poemas,
nuestros dibujitos trazados
sobre servilletas de papel?
¿por dónde se irán nuestros
sueños no cumplidos?
¿en qué álbum de fotografías
se habrán de congelar nuestros
rostros de inocentes aventureros?
¿a dónde irá a parar tanto fuego,
tanto humo?
¿en qué lugar se quedarán todas
nuestras palabras?





TUS PECHOS ME HABLAN



Mi boca va en ascenso
sube hasta tus tobillos
aminora en tus rodillas
se estremece al recorrer tus muslos
busca en tu sexo
carnalidad que endiablada de excesos
profundiza panza luego ombligo
da una vuelta en la esquina de la cadera
husmea redondeces en la carnada del atrás
y no se conforma con tu cintura
vuelve a girar loca
hasta encontrar reposo
en los edredones
que conforman tus pechos
traslamiendo los sentidos
se pone a susurrar con ellos
y se hace charla desolvidándose






DE LA ESQUINA



El bar ya no está

tampoco vos
que me esperabas siempre
con tu sabor a menta

El olvido nos tendió una trampa
también el cartero ha desaparecido
y sin embargo sigo leyendo tu letra
tu "TE AMO" en servilleta de papel

Ay mi amor, ¡cuánto dolor!
a esta altura de la vida
tener que aceptar que el tiempo nos ha arrastrado
y algo acecha a la vuelta de la esquina.





PEZ NEGRO



Soy pez negro en tu mesa para que me devores con tu boca llena de luz y transformes mi anatomía en suaves caricias dentro de tu alma y así establecerme en el lugar más íntimo de tu cuerpo que prefieras sujeto a cambios pues en cada lugar que me destines será para mí una verdadera fiesta de la vida y celebraré con vino previo de tu lengua que me llevará a navegar por tus deseos más caprichosos y no me detendrá ni una sola piedra ni una sola roca porque sé muy bien que todo dentro tuyo es armonía y de armonía viviré y desterraré a todo lo que se apropie se adueñe porque es así la libertad porque es así la verdadera forma de estar vivo y viviré dentro tuyo todas tus vidas futuras y me dormiré cuando quieras y estaré despierto cuando me necesites y tragaré todas tus lágrimas y me alimentaré de tus flujos tus perfumes y tus dudas porque sólo será posible estar de pez negro en tu mesa pero de colores que elijas se vestirá mi cuerpo una vez que me mastiques e iré a parar en felices pedacitos que recorrerán tu sangre tu corazón tu magia de mujer superior y hasta permitiré que transformes una minúscula parte mía en palabra escrita aunque ésa no me sea destinada








CORRESPONDENCIA



LA CARTA QUE LE DEJO SERGIO A LAURA


Querida Laura:
Cuando llegues a leer esta carta yo ya estaré en un recinto lejano donde se recibe solamente a los seres divinos, porque, te debo confesar, he dejado de ser un tipo. Ahora soy un Santo. Con barba blanca y todo. Con túnica y aureola dorada. Llevo en mi mano derecha una lanza para luchar contra el mal y siempre voy pisando víboras, renacuajos y todo tipo de bichos molestos, monstruosos, feos y malos. Ya he posado para un pintor frustrado, el que me retrató bastante bien para que su pintura sea reproducida para las estampitas. Vieras que lindo luzco con fondo azul, estrellitas y angelitos revoloteando alrededor de mi imagen irradiando luz y paz divina. Una vez que las estampitas salgan de la imprenta te enviaré algunas para que tengas y repartas entre la gente querida. Seguramente ya te darán alguna cuando viajes en el tren o en el subte alguno de esos chicos ricos de pobreza y pobres de limpieza que nos promocionan tanto a nosotros, a los que aparecemos en imágenes religiosas.
No me preguntes cómo llegué a esto. Ni yo lo sé. Lo importante es que me siento bien por varios motivos: primero, porque ya no dependo de ninguna oficina, ni de ningún teléfono celular, ni de ninguna computadora, ni de ninguna tarjeta de crédito, ni de ningún banco, ni de ningún préstamo personal o hipotecario. Segundo, porque hago lo que realmente se me canta sin culpas, no le tengo que pedir permiso a nadie ni tengo que andar todo el Santo día dando explicaciones de porque así esto o aquello. Ya no veo más televisión ni escucho radio. No leo más los diarios ni las revistas de actualidad que tanto me preocupaban cuando no las conseguía a tiempo. Ahora me doy el gusto de escuchar la música que más me gusta y sin tener que andar con el molesto discman. Me doy todos los gustos viendo todas las películas que yo quería ver y que por razones de tiempo o, porque no eran de tu agrado, nunca podía ver. También tengo todo el tiempo para leer a mis autores favoritos y sus obras completas. Y como si todo esto fuera poco me doy el lujo de tener las mejores amantes, los mejores bocados y las mejores bebidas. Tengo que reconocer que ya no necesito del dinero. Aquí hay de todo y nadie roba ni se vuelve loco por que no le cierran los números. Realmente reina la paz . Además me hace bien para la autoestima porque de pronto veo gente que se me arrodilla cuando me ven caminando por ahí. Los bendigo y se van contentos y con alegría. Ni que hablar cuando tenga las estampitas; me emociona el solo pensar mi imágen adentro de una billetera o portadocumentos en la cartera de la dama o en el bolsillo del caballero, o sobre la mesita de luz de alguna abuela.
Seguramente querrás venir a visitarme. Todavía no te puedo prometer nada, pero cuando me beatifiquen ya te voy a mandar la dirección de la iglesia que tendrá en algún altarcito mi imagen. Mientras tanto seguí creyendo en mí. Y si tenés algún pecado difícil de borrar veremos después como lo podremos blanquear. Desde aquí se puede arreglar todo. No te preocupes. Tené fe. Yo te voy a ayudar. Te bendigo. Hasta muy pronto.


Por ahora, Sergio.


Ah, me olvidaba: la semana que viene empiezan a distribuir en todas las iglesias botellas con agua bendecida por mí, como te darás cuenta es imposible que yo haya podido bendecir miles y miles de botellas de agua mineral, pero es un buen negocio para los que nos representan allí en la Tierra. Ellos también tienen que comer. Por favor no se te ocurra comentar nada de esto a nadie y menos al ciertos periodistas de la izquierda que siempre nos tiran a matar.






DE LA NOCHE A LA MAÑANA



Esas noches sin tiempo
de relojes descogotados
de papeles sueltos en la mesa
y tu pelo en mi tinta
y tu cuerpo en mi letra y tu saliva en tantas hojas
y vos que dormís sin saberlo
Ya no hay fósforos
en la fría noche que se pianta
se agotó gota a gota la pirada
y es tiempo de mates
Acuesto la estufa en el piso
y sobre su calor
apoyo la pava,
agua caliente,
vos hecha poesía,
mates amargos.
Junio de no sé qué día.





PASADOS



alguna vez me sentí así, como esa silla,
arrumbado, en un vértice enmohecido,
mientras los relojes seguían su rítmica costumbre
y el óxido se deslizaba por mi osamenta.

sólo una gota perforaba el silencio.

baldosas cubiertas de polvo que el recuerdo ya no abraza.

quise dibujar con mis dedos en la pared descascarada
y sólo logré hacer caer pedacitos de tu lila tan soñado.

hoy solo sombras se han apoderado de nuestras camas.
y esa puerta no se abre hacia ningún retorno.





MI CHE


Mi Che.
Recuerdo ese día.
Yo tenía 15 años.
Era muy pendejo todavía.
Pero esa foto en primera plana de los diarios.
Esa foto.
Ese cadáver.
Esos ojos abiertos.
Esa mirada muerta pero viva.
En el 73 pude comprarme su "Diario en Bolivia"
Jamás me despegué de él.
Ni la dictadura pudo sacármelo.
Me pregunté cuantos Che necesitaríamos.
Esa mirada sigue viva.
"No nos vimos nunca", dijo Cortázar,
Yo lo sigo viendo todos los días.
Su mirada muerta pero viva
me dice tántas cosas.
Mi Che.






MIS COMPAÑEROS DE TRABAJO



Mis compañeros de trabajo no hicieron ningún comentario sobre los 40 años de la muerte del "Che", tampoco dijeron nada acerca de la condena perpetua a Von Wernich ni jamás se pronunciaron sobre la desaparición de Julio López.
En cambio sí mis compañeros de trabajo se la pasaron hablando del pete que hace Wanda Nara en un video por Internet, de si Boca va a desplazar a Independiente de la punta, de quien va a ser el próximo en abandonar la casa de Gran Hermano o como anduvo patinando por un sueño la noche anterior con Tinelli. También dedicaron como siempre el espacio al mercado de las zapatillas más caras, los televisores más caros, los celulares más caros y de cómo hacer guita sin laburar. Se comentaron además entre ellos los números ganadores de las quinielas matutina, vespertina y nocturna. El momento político-social se lo consagraron, como ya es habitual, a como eliminar a los bolivianos, peruanos y paraguayos de una buena vez por todas no dejando de hacer la diaria invocación de que aquí hace falta mano dura matando a cuanto cartonero, piquetero, linyera, gay, puta o mocoso drogado que aparezca por las calles de Buenos Aires.

Evidentemente mis compañeros de trabajo tienen muchos más motivos de preocupación que yo.






¿DÍA DE LA RAZA? ¿FESTEJO?



¿Qué día?
¿Qué raza?
¿Qué festejo?

La fiesta de los depredadores.
Los comienzos de la devastación y el genocidio en estas tierras.
Hasta que llegaron ellos el paraíso quedaba aquí.







ENCUENTROS CON VALERIA


Lo que más me gusta de Valeria cuando nos encontramos es cómo toma el café. Su particular forma de jugar con la cucharita, revolviéndolo varias veces mientras se mira a sí misma frente a un espejito y se restrega el pelo sin dejar de hacer comentarios sobre su tía Emma y sus amigas. Siempre busca sentarse cerca de algún lugar que le permita verse a sí misma para retocarse. Cuando llego al bar ella está esperándome. Elije justo la mesa que se encuentra en el medio del salón porque está ubicada al lado de una columna revestida de desgastados espejos por sus cuatro lados. Yo prefiero las mesas que se encuentran junto a los ventanales que dan a la calle, me parecen más espaciosas, más ventiladas. Sin embargo su obsesión por observarse a cada instante es más fuerte aunque no se sienta cómoda. La encuentro en plena ceremonia de revolver la tacita. Le traen dos sobrecitos de azúcar, pero ella no los usa, los detesta; prefiere los terrones, pero como éstos se encuentran en vías de extinción, prefiere tomar el café amargo. Una vez me confesó que le gustaban más los terrones pues gozaba chupándolos, como cuando de niña le daban la Sabín oral. Lo cierto es que disfruto de todas esas cosas que hace Valeria frente a mí, mientras me pone al tanto una vez más de las últimas andanzas de su tía y luego del panorama general de sus amigas y compañeras de trabajo, cosas que no me interesan, aprovechando ese espacio de tiempo de su monólogo para mirar de reojo hacia uno de los espejos de la columna donde veo una vez más reflejados aquellos días en que mi viejo me llevaba a los encuentros con sus amigos en el viejo café de la Avenida Forest y Jorge Newbery, allá por Chacarita.

Entonces me acuerdo de aquellas mesas de madera, a las cuales se sentaban Ricardo, Juan, el gallego Manolo, Raúl Truchuelo y junto a él mi viejo que, a la vez, me hacía sentar sobre una de sus piernas. Casi todos pedían café, salvo Raúl Truchuelo que ordenaba su Cinzano con troilet y todo. A mí me daban a elegir: Bidú o Coca, yo pedía Bidú, no porque me gustara sino porque me caía simpático el nombre y además me quedaba con la chapita que no era tan fácil de tener como las de la Coca una vez que el mozo la destapaba, sinó Truchuelo la agarraba con sus grandes manos y enfervorizado con lo que decía, la doblaba y la tiraba sobre la mesa mientras también tomaba algunos maníes sin pelar para acompañar el aperitivo. Después de tomarme la Bidú me bajaba de la pierna del viejo y me iba a jugar con el gato que deambulaba de mesa en mesa, al que a veces le daba algunos maníes que se le saltaban a Truchuelo, quien me guiñaba un ojo en señal de picardía.

Valeria, entretanto, termina de hablar y se toma el café ya frío, de un solo trago.
Ambos miramos nuestros respectivos relojes. Ya es hora de irnos. Entonces nos despedimos hasta el martes que viene, a las seis de la tarde, religiosamente. Llamo al mozo para pagarle y ella en ese instante como lo hace desde que iniciamos estos extraños encuentros, se da cuenta de que no consumí nada. El mozo ya ni se molesta en preguntarme si voy a tomar algo. Él ya sabe a qué vamos.

A Valeria le sirve para decir lo que a nadie le va a interesar escuchar, a mí para verla como toma el café y hace esos movimientos tan originales con la cucharita, con su pelo, con sus ojos y su cabeza toda y de paso puedo viajar hacia aquellos días de mi infancia que nunca olvidaré, nunca olvidaré. En el encuentro de la semana que viene tal vez me remonte a la casa de mi tía Alcira en Chivilcoy. El martes que viene. A las seis de la tarde.








AMORE


1


mi pluma se desliza por tu piel
cosquilleando poemas
tus piernas se abren apasionadas
y ante el trazo furtivo
te desbordo de goces



2


no me importan tus zapatos
pero sí me exportan tus encantos


3


gotitas de agua caen desde tu piel
y acorralada sobre los edredones
agoniza tu tierno arrepentimiento







LLUEVE BUENOS AIRES



llueve buenos aires

en la soporífera tarde de marzo

llueve las inundancias de siempre

lenguetea cordones y baldosas

se entretiene con mocasines baratos e imprevistos

llueve y navega inmiscuyéndose en cada junta, en cada agujero secreto

llora como un tango penas que no valen ni una sola pena

llena de miedo zócalos y escalinatas

apaga luces de semáforos indicadores de la nada

se derrama entre cabellos de muchachas impudentes

vuela paraguas de señores rectos, de trajes y corbatas

desarma peinados de señoras ofuscadas

juguetea con niños desprovistos de temores

llueve buenos aires y luego se detiene

para que todo siga igual






LO QUE NUNCA NADIE DIJO SOBRE ANDREI BORLOFF



La obra de Andrei Borloff es de una peculiar característica dentro de la literatura de la primera mitad del siglo XX. Ya se observa su estilo en su primer libro de cuentos: Dos patos y un camino (Ediciones del Ciervo, Buenos Aires, 1917), donde en el relato que le da nombre al mismo aparece un cazador que se lanza a la vera de una ruta de la Provincia de Buenos Aires en busca de rinocerontes, hipopótamos y ornitorrincos, en los polvorientos campos de una pampa ya no tan húmeda.
En 1922, luego de cinco años sin publicar, Borloff se vincula con diversos movimientos de escritores. Si bien disiente con todos ellos se destaca notablemente y deja perplejos a muchos intelectuales como Landòn, Hacchette y Molina Aguero. Su bajo perfil hace ahondar en sentimientos estrepitosos que da lugar a que su obra sea analizada en casas de Altos Estudios tanto de Argentina como de Uruguay. Pero Barloff va más allá: también llega a Paraguay.
A fines de 1923 logra finalmente publicar De todos los patios se asoman sapos (Ediciones Cagatintas, Buenos Aires, 1923), su primera novela basada en sus vínculos familiares.
En 1924 un prestigioso médico psiquiatra (del cual es paciente) lo invita a disertar en una de las cátedras de la Facultad de Ciencias Ocultas de Xalapa, México, ante una multitud de estudiantes de la carrera de ciencias económicas.
Con esta novela Borloff se consagra. A partir de ella se produce un antes y un después en su vida. En una de sus presentaciones, autografiando ejemplares en la librería Anacleta de la Av. Santa Fe y Riobamba de Buenos Aires, conoce a una mujer soltera mucho mayor que él, la cual lo adopta como hijo y que en 1925 se casa con ella, para que unos meses después decida por influencia de su obra, convertirse en la abuela que nunca tuvo.
Por ese entonces se lo veía a Borloff deambular solitario en las noches por las calles de Buenos Aires buscando empecinado temas de inspiración, pero lo único que terminaban obsecionándolo eran esas chapitas que servían de tapas para una bebida refrescante llamada Pamela y que quedaban tiradas en las veredas de los bares. El nombre de la bebida le inspira a escribir su segunda novela: Pamela, un amor envidiable, que logra publicar a través de un tío natural que dicen conoció en el puerto cuando llegó a Buenos Aires y que trabajaba como linotipista en la Honorable Imprenta de los Niños de Bien Ltda. (Buenos Aires - Barcelona, 1926).
A los cuarenta años Andrei Borloff se enamora perdidamente de una bella joven de quince años llamada Vladimira Nortrova recién llegada de Rusia. Si bien Borloff no habla el ruso ni Vladimira el castellano, ambos escriben a la perfección los dos idiomas, lo que hace que puedan entenderse sólo por escrito. Y es en esa época en que la obra de Borloff se bifurca.
A un año de vivir juntos Vladimira lo deja por un cantor de tangos, el coreano Lezama de la Orquesta Típica La Vitrola. Su confusión es muy grande y no logra terminar su nueva novela Casamiento sin hilos.
En medio de un estado de depresión Borloff decide suicidarse de una manera muy particular tragándose una por una todas las tapitas de Pamela que guardaba en una bolsa de arpillera.
Fue encontrado sin vida en la habitación que alquilaba en una pensión de la calle Chacabuco en el barrio de San Telmo justo un día después que Vladimira Nortrova presentara junto al coreano Lezama su primera novela Casamiento sin hilos, la misma que Borloff había empezado a escribir sin terminar y que había dejado sus borradores olvidados en la casa donde convivían. Si bien la novela no tenía final, fue un éxito rotundo: se vendieron más de 150.000 ejemplares en quince días.






EN LA TERMINAL DE MICROS DE RETIRO



Él sabía muy bien que ella no vendría.
Ella se lo había afirmado en un mensaje de texto.
Sin embargo fue igual a la terminal.
Y la vió bajar de un micro,
fue pronto a su encuentro,
y quedó abrazado fuertemente a una ilusión.






LA MÁS AGRACIADA


Es primavera, es Buenos Aires y es 1920. Filomena se contornea con su figurita delgada de adolescente pero seductora por la vereda angosta de la calle Piedras al 200. Va a lo de su tía Benicia a probarse el nuevo vestido. La tía es modista; sabe lo que es un canesú, un voladito, un encaje. Filomena no sabe siquiera lo que es una aguja. Pero el sábado próximo es la fiesta de los Andonaegui que cumplen cincuenta años de casados. Ella ha sido invitada porque es compañera en la academia de canto de una de las hijas del distinguido matrimonio.

Filomena sube con prisa la interminable escalera de la casa de la tía Benicia. Al llegar a la puerta da como siempre tres campanadas. La puerta "A", que es donde vive Benicia, se caracteriza por eso: en lugar de llamador tiene una campana de bronce.
- Ya va, ya va... -se la escucha decir a Benicia como si viniera de muy lejos a abrir la puerta.
- ¡Buen día, mi buena tía! -le saluda Filomena-. ¿Tiene usted ya listo mi vestido?
- ¡Ay, hija, todavía me queda terminar una parte, pero es poco, además esperaba que vinieras pues tengo que tomarte unas medidas.
- ¡Pero tía, mire que la fiesta es el sábado a la noche!
- ¡No tienes de qué preocuparte, para mañana mismo lo tendrás!
Entonces Filomena pasa a la sala que su tía tiene consagrada a la vestimenta.
Allí hay maniquíes, vestidos de distintos estilos colgados de un perchero, dos máquinas de coser, una mesa grande donde no faltan agujas, alfileres, una cinta métrica, un costurero gigante, hilos, madejas de lana, moldes y un montón de accesorios más.
Benicia le alcanza el vestido a Filomena y ésta se lo lleva ansiosa detrás del biombo para probárselo.
Luego de unos minutos que le lleva sacarse la ropa que tiene puesta y ponerse el vestido a medio terminar llama a su tía:
- ¡Venga, venga!... usted no me va a creer, pero me parece que así como está me queda muy bien. No sé que parte dice que le falta...
- ¡Ay, hija!, le observa Benicia, se ve que no sabes nada en absoluto como debe vestir una auténtica señorita.
- Tía, usted sabe que si me saca del canto...
- Sí, pero una buena cancionista debe lucir bien y ¡no solo con la voz!
La tía le toma varias medidas alrededor de los hombros y trae un accesorio aplicándoselo sobre el cuello.
- Ven, acompáñame hasta el espejo y mírate... me dirás si no está mucho mejor así.
Filomena se mira, una, dos, tres veces, de frente y perfil y se desconcierta:
- Ay, tía... usted me va a disculpar... pero ese coso que me cubre el pecho, la garganta... ¿qué quiere que le diga? ¡me ahoga!... No, mejor déjelo como estaba, me lo llevo así.
- ¡Oh, no, mi hija! ¡No voy a permitir que me haga quedar mal! ¿Cómo va a ir una sobrina de mí a una fiesta tan social así despechugada? ¡Y mucho menos que a la casa de los Andonaegui! ¿Es que no tienes vergüenza?
- ¡Tía, tía, yo me siento bien así, y eso es lo que me gusta! ¡ Me importa un pito lo que piensen los demás! -le contesta Filomena con total desparpajo.
- ¡Ay, hija, me parece que el canto te está corrompiendo! Y eso que haces música lírica, si no no quisiera pensar... ¡Dios mío! -responde indignada la tía mientras se persigna.
- ¿Música lírica?... ¡Eso era antes!... Ahora canto tangos. ¡Ah, el tango! ¡Qué maravilla!... ¡tiene sentimiento! Creo que no le conté, ahora voy también a la academia del Nicanor, a escondidas de papá y mamá, por supuesto. ¿Se acuerda del Nicanor, tía? -le comenta mientras se quita el vestido quedando casi desnuda frente a la tía que la mira azorada.
- Sí, me acuerdo. El tarambana ese que conociste en la misa de los domingos... A propósito, hace mucho que no te veo por la iglesia –aprovecha a reprocharle Benicia.
- No le permito, tía, que me diga eso, el Nicanor es todo un caballero. ¡Si lo viera! –suspira.-, ¿sabe una cosa, tía? Creo que el Nicanor está enamorado de mí. El sábado él también irá a la fiesta y quiero deslumbrarlo con el vestido. Así, ¡bien despechugada!


Y tomando rápidamente el vestido, riendo alocada, sale corriendo de la casa semidesnuda, apenas con su enagua blanca, pues no le interesó volverse a poner la ropa que traía puesta. Mientras baja la interminable escalera canturrea... "yo soy la morocha, la más agraciada... de esta población..."






AMANECE


amanece
y vos con los pies fríos
y yo preparando té con limón
preguntándome en qué lugar
ha quedado la noche


ahora que todos duermen
solo mi tos
es el indicio de que aquí
hay señales de vida

pero me gusta este silencio
que hasta la cucharita en la taza respeta

mientras me sigo preguntando
si no es mucho más encantadora
esta felicidad así
que la que aparentan ellos

yo, probrecito de mí,
con tus pies fríos
el té con limón
amaneciendo un domingo





A UNA CANTANTE DE TANGOS




Con tu voz
me has hecho brotar tangos en las venas

Clavaste tus ojos de puñal
en mi corazón y desangro en lágrimas
acordes abandoneonados

soy llevado en-canto hasta el más profundo confín
donde tengo archivado ese viejo y sagrado secreto
de la mujer tanguera
morocha
argentina

mujer del sur
de los buenos vientos
que oxigenan mi alma
sucia de penas





DESGARRANDO TU VIDA


El viento que sale de tu boca
desparrama hojas de papel en blanco
dentro de mi caverna torácica
y me ahoga en poesía no escrita.

Vertientes de tinta roja
pinchan una flor en un ojal sin saco
me desnuda de silencios
y hecho gritos te persigo.

Me aparezco en pájaro manso
para que me tomes con tus manos
y mi delirio te transpire.

Soy la tela de tu vestidito negro ajustado
te tajeo en esa pierna y te duelo
pero sin embargo
abrís tu púbica puerta
para que te habite.



 
 

TIEMPOS AQUELLOS


Tiempos aquellos
en que en un papelito
me escribías con letra de nena
"te extraño"


Tiempos aquellos
en que en una pieza de hotel barato
nos despojábamos las verguenzas
y con ímpetu te escribía con pasión de hombre temprano
"te entraño"







*


necesitamos:
un caracol para hacerle frente al olvido
una playa que haga de la libertad su antojo
un mar para devorar desgracias
algunas nubes para que tampoco sea todo tan nítido
varios abedules que cubran los secretos
y un grito
en lo posible desaforado
que no permita callarnos nunca







Biografia*


Aníbal Jorge Sciorra (Anisci) nació en la Ciudad de Buenos Aires el 26 de Agosto de 1952. Desde la adolescencia escribió cuentos y poesía. A fines de la década del '70 incursionó en el cine independiente realizando cortometrajes en paso reducido (Súper 8), siendo autor de guiones cinematográficos inéditos. Estudió guión cinematográfico e historia del cine argentino en el Museo del Cine con el Prof. Guillermo Fernández Jurado. En 1996 publicó su primer libro de poemas: "Sentires" (Ediciones Darse Cuenta, Buenos Aires). Entre 1996 y 1997 presentó su unipersonal "Digo, no sé". Durante 1998 y 2002 realizó diversos programas radiales de literatura en emisoras comunitarias de Buenos Aires y alrededores. Parte de su obra puede leerse a través de Internet en "Página Digital" www.paginadigital.com.ar . Colaboro en las publicaciones virtuales literarias "Isla Negra", "Inventiva Social", "Con Voz Propia", "Artesanías Literarias" y "La República de las Letras”. Fue fundador y director de la revista literaria virtual (e incluso un blog) "La Máquina de Escribir", que se edita periódicamente desde octubre de 2003.
Fue un hombre comprometido y consecuente con las causas sociales de su tiempo, defensor de lo Derechos Humanos, de Las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, su presencia en las marchas los 24 de marzo para expresar su enérgico Nunca Mas fue una constante. El 27 de Octubre de 2010 lo encontró en la Plaza de Mayo despidiendo a su admirado Néstor. Un grupo de jóvenes artistas plásticos integrantes de El Movimiento, a quienes acompaña en algunos murales realizados, lo bautiza El Tío Aníbal. Finalmente un 13 de abril de 2012 partió para siempre, no sin dejarnos un legado de letras que seguirán sonando y recordándonos que el estará allí, cada vez que hojeemos sus poemas, escuchemos sus programas de radio que nos dejo grabados. Imposible no extrañarlo.


*Por Flavio R. Gimenez. gimenezflavio@yahoo.com.ar



***


-Agradecimientos a:


Mariela Sciorra.

Cristina Villanueva.

 Flavio R. Gimenez.


Por sus aportes a esta edición especial de Inventiva Social.




***


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