sábado, diciembre 25, 2010
ME HAN SACADO DEL MUNDO...
*Ilustración: Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu
Happy Christmas*
Me atenaza aquello
con lo que no cumplo
al sentirme feliz
Me recriminan los vahos desasosegantes
-después que sucede-
e interrumpen
Creen que les pertenezco:
en mí, creen que les pertenezco:
creo que les pertenezco:
los creo para pertenecerles
aun cuando mofándome
"¡Feliz Crispación!"
en castellano o en inglés
les grito.
*De Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar
ARMADO DE UN DOLOR CASI PERFECTO.*
Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡yo no sé!
César Vallejo.
Trato de que bajes la mirada,
de que pongas los pies sobre la tierra,
para hacerte más suave la caída
y te olvidas
de que el tiempo gira y gira
y sigues empeñado en descubrir nuevas estrellas.
Te invito a escoger las utopías,
a abrir de par en par las puertas y ventanas;
a disfrutar el sol, aun con eclipse
y sigues empeñado en lagrimear bajo la luna.
Trato de consolarte y no hay consuelo
que te lance de nuevo a los caminos.
Tú te empeñas, amigo,
en continuar paseando las veredas
armado de un dolor casi perfecto.
Sé que hay dolores tan fuertes en la vida,
que la fe se pierde así, así de golpe.
*De Miguel Crispín Sotomayor. arcomar@cubarte.cult.cu
-Tomado del poemario “En la redondez del tiempo” (2010)
Editorial Alebrijes, Argentina. redondezdeltiempo.blogspot.com/.../en-la-redondez-del-tiempo.html
El sacado del mundo*
*Por Juan Forn
Si algo me hace pensar en él es el sol pleno del verano. Y sin embargo lo conocí en invierno y de noche: una noche de invierno de 1976, una noche entre semana, porque yo estaba con uniforme del colegio y ella también. Ella era un par de años más chica que yo, se llamaba Verónica y era una de las hijas del poeta Héctor Viel Temperley. Estábamos ahí, en la puerta del BarBaro, porque ella quería que yo conociera a un poeta de verdad, un tipo que había dejado a su mujer y a sus hijos, además de su cómodo trabajo y su
clase social, para dedicarse a escribir poesía. Había poca gente adentro, Hetomín (así lo llamaban sus amigos, así lo llamaban sus hijos) no había llegado, pero igual preferimos esperar adentro, porque uno no se quedaba parado esperando en la calle, de noche, en esos años -era algo que se sabía aunque no se supiera ni el diez por ciento de lo que estaba pasando-. Un rato después, ella vio venir a su padre, nos presentó y, por lo menos en mi recuerdo, nos dejó a solas. Durante la hora que siguió, por primera vez en mi vida yo pude escuchar cómo pensaba un poeta de verdad. En mi recuerdo, Viel fue el primer adulto que me habló como un igual. No fue culpa de él que yo no entendiera nada, que creyera que me estaba hablando sólo de poesía cuando él repetía la palabra riesgo.
Seis años después, a seis cuadras de distancia, volví a encontrarme con él.
Su nueva base de operaciones era un bar con mesas en la calle sobre Carlos Pellegrini, a metros de Santa Fe, al lado del edificio donde estaban las oficinas de la Editorial Emecé, donde yo trabajaba de cadete. A las ocho menos cuarto de la mañana, el único otro habitué de aquellas mesas en la vereda era el Coco Basile, que desembocaba ahí con sus amigotes cuando cerraban el cabaret Karim, en la otra cuadra. Viel iba por el sol: con tal de aprovechar los primeros rayos de sol, a veces llegaba adelantado y se
cruzaba con el Coco y su pandilla, que odiaban el sol pero odiaban más irse a dormir.
En una de esas mesas a la calle, a fines del '82, Viel me dio un ejemplar de Crawl que acababa de imprimirse (me lo regaló de pura chiripa, porque fui el primero con el que se cruzó cuando volvía con el paquete de la imprenta: estaba tomándose un cafecito al sol, con la pila de libros en la silla de al
lado, cuando yo bajé del colectivo a cinco metros de su mesa). En otra de esas mesas esperó mientras yo robaba para él, de la biblioteca de Emecé, un ejemplar de Humanae Vitae Mia, el único de sus libros de poemas cuya edición él no había tenido que pagar de su bolsillo, el único del que no le quedaba ningún ejemplar.
Para entonces yo ya había perdido lo mejor de la inocencia que tenía al entrar en el mundo de la literatura y creía que un poeta que se pagaba la edición de sus libros no era un poeta importante. Además, en esa época Viel hablaba de Dios todo el tiempo, un dios luminoso y panteísta y demasiado
cristiano para mi gusto, aunque él lo hiciera aparecer en sus monólogos interminables entre legionarios y marineros y cosacos y nadadores de aguas abiertas y domadores de caballos. La última vez que lo vi en la terraza de aquel bar fue cuatro años después: tenía la cabeza vendada como la famosa foto de Apollinaire cuando volvió de la guerra, me dijo que su madre había muerto, que él acababa de terminar un libro llamado Hospital Británico y que le habían trepanado el cerebro. Irradiaba luz, hablaba demasiado fuerte, yo creí que estaba medicado: era que se estaba muriendo, a su formidable manera.
Aunque fuese Enrique Molina el primero que tomó a Viel en serio, que lo vio literalmente como un igual (nómada, amante del mar, vitalista ciento uno por ciento), hay que reconocerle a Fogwill el inicio del culto. Es en gran medida gracias a él que hay hoy por lo menos dos generaciones de jóvenes que idolatran a Viel por Hospital Británico, ese libro agónico que según decía le dictó su madre muerta a la luz del quirófano donde un cirujano le estaba abriendo el cráneo con una sierra eléctrica (le habían dado anestesia local; estuvo consciente durante toda la operación). Hospital Británico es un libro que Viel armó casi por completo con frases de sus libros anteriores, aquellas en las cuales anticipaba lo que le iba a pasar en una sala de ese hospital en 1986, acompañado por el espíritu de su madre muerta.
Para sus fans, es un misterio cómo pasó Viel de la normalidad casi anodina de sus libros anteriores a la potencia fulgurante de Hospital Británico ("Tengo la cabeza vendada. Permanezco en el pecho de la Luz horas y horas. Me han sacado del mundo".) Para mí, el verdadero salto, la triple mortal sin red, la había hecho poco antes, en Crawl. Uno de los acápites de ese libro es de León Bloy y dice: "Escucho a los cosacos y al Santo Espíritu". Ese redoble sobrenatural de la tierra es lo que consiguió por fin escuchar Viel cuando estaba a punto de cumplir cincuenta años, y es lo que retumbó en su cabeza hasta hacérsela explotar, menos de cinco años después.
"Soy un hombre que nada", me dijo en una época de bajón, después de Crawl y antes de Hospital Británico. Eso pensaba a veces de sí mismo: tanto dedicarse a la poesía y nada, salvo nadar, y que lo leyeran cincuenta. Para los mozos de aquel bar con mesas a la calle en Pellegrini y Santa Fe, y para
el Coco Basile y su claque de putañeros after-Karim, será siempre el secreto mejor guardado de aquel refugio que ya no existe: el ocupante solitario de la mesita del sol, el sacado del mundo, el demente que parecía tener adentro el sol cuando pedía con voz de trueno su café y decía, a quien quisiera mirarlo, la frase que después inmortalizaría en Crawl: "Vengo de comulgar y estoy en éxtasis, aunque comulgué como un ahogado".
*FUENTE: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-159191-2010-12-23.html
Poemas del mismo barro*
*De MARTA GODDIO. martagt46@yahoo.com.ar
RUMOR DE RÍO
Dicen que de barro somos,
Yo, soy barro del Salado.
Un rumor de río vivo, salado y tibio
Se apodera de la brisa y llama. Atrae.
Convoca a descubrir amaneceres y crepúsculos
por las orillas verdes de sauzales
testigos de embalsados vegetales
lilas camalotales en flor besando las raíces
arrastrando leyendas de pueblos y gentes
historias nómades
memoria caudalosa que viaja
arrasando por rebelión natural
todos los obstáculos.
En las voces de las aves, los insectos, las hierbas
reverbera lo silenciado.
En la resurrección de las voces del agua
se hacer creciente el clamor y el reclamo
Se hace creciente la furia hacia los mercaderes
predadores de la vida, sus colores, sus movimientos,
sus cantos.
Una turba da aguaciles escolta la travesía
hacia el horizonte que cae en espejo
renaciente de vida, el río gravita sobre las bandadas
en los pescadores y sus rituales
de silencios habitados
Un rumor de río vivo, salado y tibio
acuna el sol en el ramaje de un aromito
aviva los trinos de todos sus pájaros
lanza los pensamientos hacia el fondo de sus remansos
librando al agua para que ella lleve
-o dejesólo
lo necesario.
***
Entre dos orillas blancas
por una ancha calle
desierta y azul
ella va
navegando la noche.
Busca mis ojos
y se encuentra luna.
SIGLO
El siglo avanza ciego entre la multitud
se abre paso entre los muros
se mezcla con la humanidad en eterno exilio
Millares de voces los aturden
millares de manos esculpen su abismo
le tienden trampas
pero el siglo avanza, buscador innato
de los signos místicos
de los saberes antiguos
de las huellas perdidas
El siglo avanza con las manos quemadas
herido de guerra vaga por las calles desoladas
mudando historias y personajes
atraviesa sigiloso los submundos ocultos
El siglo avanza reclamando
algo más que la lumbre transitoria de un verso.
Es un desterrado más
sin tiempo para su tiempo.
CONTRASTES
En esta tierra argenta /de barro, desiertos y fronda
de roca y agua
Al Sur de un continente deshollado
hay una Matria que cura llagas
entonando sus antiguos cantos
Memoria viva habitando el viento
abrazando esta tierra de contrastes
de contraluces que confunden
con ilusorias imágenes prefabricadas
Con ciudades saturadas de egoístas
y mendigos en los umbrales
Con niños despojados de infancias
malabareando incertidumbres en sus soledades.
En esta tierra argenta de pueblos fantasmas
de migraciones forzadas
de memorias fragmentadas
de amnesias provocadas
de guerras sucias
de infiernos colectivos sin puntos finales
sin perdones ni olvidos
hay una matria que clama por sus hijos:
por los naturales y los adoptivos
los visibles y los invisibilizados
por los exiliados y los expulsados.
A veces sale a la calle, ahoga el grito
Marcha en silencio y desde allí señala
Otras resiste a viva voz
las embestidas en las noches ciegas
en las madrugadas iluminadas a ráfaga de metralla
bajo los puentes que amparan
la miseria de los asentamientos.
Vidas sin nombrar
habitantes de los submundos
de los bordes inciertos
temblando de horror
por el fuego que mata
por la bala perdida que viene
y hace centro en la columna vertebral
de la humanidad.
En esta tierra argenta
de opulencias y mendicidades
de rostros ocultos tras el antifaz
que se dicen ser la "Ley"
en las horas que nadie ve
está la Matria de pie
resistiendo
al avance furioso y criminal
de las topadoras asesinando montes
a las explosiones que abren tajos mortales a los cerros
al saqueo sistemático y organizado
al despojo cruel
de nuestros ríos, nuestra tierra
nuestra sangre.
A los genocidios cotidianos.
En esta tierra argenta
pródiga y desvastada
de resistencias y obsecuencias
de discordancias y divergencias
de incongruencias y disparidades
de desigualdades infames
hay una Matria solidaria
que se hace polen, pan y palabra.
GRIS DE MAYO
Abrirá la noche una incógnita por cada silencio
cuando las mordazas del miedo desaparezcan
liberando todas las palabras necesarias
al otoño en gris de mayo interpretado por el viento.
Cuando lluevan las verdades sobre las manos
se desatarán los nudos de las infamias
y habremos de escribir los muros
con las consignas de los tiempos nuevos.
Por las injusticias nuevas germinarán nuevas rebeldías
y no será panfleto el signo claro de la herencia
Cuando en las aulas resuenen los nombres
negados por los sicarios de la historia,
cuando decir Che sea el sustantivo propio
de la patria activa y militante
de Castelli, Moreno y Paso
avanzaremos Pueblo
atendiendo lo sagrado impostergable.
CAMPO SAN PEDRO
Rayos huesos crujen amontonados nombres
los extraviados huesos en los tiempos malditos
Huecos rastros de eterno gesto
Perforados sueños sin santo que se apiade
Afiladas manos huesas señalando culpables.
La infame calma de los crueles
cae malherida en la boca del enigma.
Encendidas lluvias son los huesos gritos
Retumban truncas vidas en cada astilla
clavada en las tierras de San Pedro.
De los abismos del espanto emergen
ruidosos molestos inquietos urgentes
vagabundos huesos pesadilla
arrebatados huesos sin flores ni tumba
firmes huesos desenterrando
infamia y olvido.
QUE NO SE TE OLVIDE
Que no se te olvide
Que no te gane el hábito,
la inercia, el ya pasó
Que no se arraigue en la costumbre
Que no te resulte natural escuchar que fue una guerra
Que no la fue.
Que no te parezca ajeno, ni lejano
Que no se te pierda en los tortuosos laberintos
de palabras vacías,. el sentido profundo
del por qué marchamos cada veinticuatro de marzo
y somos pañuelos blancos multiplicados en la calle
Que no se te olviden esos rostros en las pancartas
Que no dejes de preguntar
Que no te conformes con argumentos triviales
Que no se te olviden los nombres
Porque son más de treinta mil
las historias por escribir
Que no se te olviden sus banderas
que aún están caídas y esperándote.
PÁJAROS
En memoria de Maximiliano Kosteki
y Darío Santillán
De pronto la estampida.
Sorpresa negra cubriéndolo todo
Las hormigas huyendo del hormiguero
indiferentes al gorrión en su caída.
Último vuelo sostenido apenas
por otros pájaros asustados procurando refugio
Cazadores de pájaros en la estación
Solidaridad de pájaros bajo los puentes
Solidaridad de pájaros el último aliento al vuelo
La insistencia por la resistencia
La negación al abandono
Las alas alzadas a la furia de los cobardes.
No hay quien detenga el silbato de la negra sombra
anunciando la partida del último tren
No hay perdón para los cazadores
que incendian por la espalda a un pájaro.
No hay quien silencie a los gorriones
en las estaciones
ni en los puentes.
MEMORIA DEL BARRO
Por la memoria que viaja estrepitosa
desde las cimas vírgenes
en torrente inabarcable al entendimiento
el indómito espíritu de la estirpe india
Con tenacidad milenaria viene horadando la roca madre.
Perseverante, socava sus entrañas
comprometiendo la pétrea y natural esencia
con los sedimentos ceremoniales, colectivos
de los pueblos colectores de raíces y frutos
labriegos de las artes nómadas y sus herencias.
Hoy sus huellas son barro profanado
versátil materia para los alfareros de esclavos
mano de obra barata mientras sirva
es el trabajo de sus manos hilanderas
pescadoras, hortelanas.
Ya no hay lenguas talladoras de leyendas
en los arenales encendidos de fuego y luna.
de tanto nombrar silencios enmudecieron los tambores
Sus ritmos mensajeros de historias y trabajos
quedaron atrapados en los raigones de la noche.
Como el río, el espíritu indio
No se resigna a su destino de llanura y mansedumbre
por los errantes recodos que invita el paisaje
ni a sus distracciones seductoras.
Trabaja con paciencia los silencios
la palabra, los sonidos
en cada una de sus criaturas
Hasta que llegue la creciente
y la memoria del barro se desborde.
***
Entre dos orillas
el paisaje se esfuma
en un afuera de sombras
En la íntima región
resplandece el dije natural
joya brillante y blanca.
lágrima del cielo
tallada a luz
precipitando en el río.
AL FIN DE CUENTAS
Al fin de cuentas,
no es tan poderosa la adversidad como aparenta
se debilita pronto su estrategia
al vernos reunidos
otra vez en bandada, enjambre,
tribu, clan, cardumen
a pesar de ella y todas ellas
felices de andar juntos
en paz con nuestras incertidumbres
indeterminados, inacabados,
pero juntos.
En causa común, a pesar de ella y todas ellas
desenmascarando a los traficantes de miedos
o de efímeros deseos
que consumen a mordiscones nuestro discernimiento.
Al fin de cuentas,
no es tan poderosa la adversidad como simula.
Se espanta fácilmente con nuestras risas,
nuestros cantos, a pesar de ella y todas ellas.
Se confunde al ver nuestras manos y sus sombras
labrando una y otra vez
con hilachitas de constancia
la red que nos ampara, nos fortalece y nos anima.
Queda atónita ante nuestra hospitalidad
Nuestro agradecimiento constante
por ofrecernos la oportunidad
de conquistar nuevas y mejores libertades:
cambiar de opinión, por ejemplo,
y de ser necesario
mudar el pensamiento como ella sus disfraces.
No es tan poderosa la adversidad después de todo
si no logra cautivarnos con la aparente seguridad
de preceptos y templos vacíos
No es tan poderosa, al fin de cuentas
si no es capaz de convencernos
de nuestra incapacidad de transformar y transformarnos
De cerrar filas, coco a codo
Corazón a corazón
A pesar de ella y todas ellas.
***
Cantera de estos versos
es cada sol multiplicado
en la fronda luminosa de las moras.
Por ellas trepa el alma viajera
buscadora incansable del asombro
anidando en lo alto de la copa.
Con las alforjas vacías deambula
la existencia azul peregrina
hacia el destino común
donde están todos ustedes
hermanos de lo infinito.
TROVADORA
A Belén Ramet, flor de Santa Lucía
Que ha dejado el perfume de San Juan
Encendido en los olmos de mi patio.
De los orígenes le llega el nombre
de las regiones de los nacimientos viene
de roca huarpe, corazón cordillerano
es la vertiente del canto que trae.
De los albores de sus ríos impetuosos
ella se revela trovadora de la luz
Se derrama en transparencias
desde los desiertos a las pampas.
Con la fuerza impetuosa del Zonda
atraviesa todas las murallas
Areniscas se me hace el alma
remolino vertical que en su voz viaja.
Ella es la trovadora del Sol y de la Luna
de Huarac Hua de los cerros mutilados
torrente de agua clara incitando a las piedras
tornarse poesía, cueca, memoria, tonada.
SUCEDERÁ EL TIEMPO
Sucederá el tiempo
Las mares embravecidas
serenarán su oleaje
Sus lenguas saladas penetrarán
el terciopelo espeso de un cielo diáfano.
Será el tiempo en que la luna
parirá inmaculadas áuras
infranqueables armaduras
luminosas corazas
protegerán a los que aman.
Sucederá el tiempo
donde risa y trino
armonizarán en himnos
Sucederá el tiempo
en que los buscadores
hallarán al fin desnuda a la belleza
y la abrazarán definitivamente
sin pudores.
ESTO DE PARTIR
Esto de partir, este irse hacia cualquier parte
partir cada siempre y cada tanto
abandonar el ropaje inútil, rutinario de lo que obliga
te deshace, te desdice, te desmadra
Abandonarlo todo por la búsqueda imprecisa
de lo que jamás se nombra y sin embargo se pronuncia
en cada mueca de la aurora.
Esto de asumir el riesgo, la aventura sublime
de aceptar sin titubeos la invitación de la vida
a explorarlo todo estrenando sentidos
Esto de partir siempre, sin amuletos, con la maleta vacía
atentos a las señales de la inocencia
Esto de partir hacia la búsqueda
siempre en fuga de los ruidos por los andenes vacíos
con la dicha plena por tu única presencia
y en tu compañía
retomar el rumbo hacia la sagrada y abundante mesa
aquella que nos congrega hermanos de la roca
el agua, el fuego, el aire y sus semblanzas
En unidad con la profunda sabiduría de los árboles
En comunión con la armoniosa danza natural de la cascada,
el mensaje silencioso de los aleteos
las huellas suaves de los escarabajos
los ecos de las antiguas voces que nos nombran
Esto de partir, silenciosos,
¡Maravillosa aventura!
Partir en cada siempre y en cada tanto
naciendo cada vez en la mudanza
De territorios y paisajes deshabitados de fantasmas
esto de partir en un silencio
en un abrazo hondo que ahoga despedida
esto de partir en una palabra que crece verso desde el barro
Partir hacia lo inconcluso
con el asombro prendido en la solapa
y la fuerza del rayo atrapada en la esfera de una lágrima
Esto de partir,
y sin embargo quedarse..
¡Cuánto misterio..!
Marta Goddio
A modo de breve curriculum
Nací en San Jerónimo Norte en 1.962 y desde hace quince años vivo en Llambi Campbell.
Profesora de Nivel Primario. Coordinadora del Taller Literario "La Valija" en el Centro Cultural de Llambi Campbell ( 1.998 - 2000), Promotora de propuestas culturales desde el año 1.998 a la fecha en
Llambi Campbell y Candioti donde ejerzo la docencia .
Producción y Conducción del programa "Nuestras Voces" en FM Llambi desde el año 2.006 a la fecha.
Producción y edición de la revista literaria "Vereda Sur".
Preparo desde hace varios años el "Chocolate Literario" en Llambi Campbell y participo de cuanto encuentro sea posible con los amigos de la palabra, la música y la vida
-Fuente: Cuadernos y Palabras nº 5
*Cuadernos y Palabras. -Colección LuzAzul- es una Edición Cooperativa de los Autores
-Coordina: Oscar A. Agú. oscarcachoagu@yahoo.com.ar
Destino de poste*
*De Ignacio Giancaspro
Tu destino final será el fuego
Crucifixión repetida por las calles
Fraternal esclavitud encadenada
de esquina a esquina
Un manojo de yuyos te acompaña
Nunca una flor...?
Destino amargo
Las manos atadas
por telarañas de cobre electrificado
destino de poste de alumbrado
Recuerdas?
Fuiste selva
erguías tu hermosura guaraní
florecida en cantos
Dialogabas con la seta
que habitó
la humedad de tus raíces
la mariposa que visitó tus ramas
el pájaro que cobijó tu sombra
la hormiga que te contó sus penas
Generoso de murmullos
fuiste sombra agitada por el viento
¿Y aquella enredadera loca
que se enamoró de tí
y envolvió tu gallardía
en abrazos y besos de lianas
donde está?
Ahora, obrero y viejo
proletario agrisado
quieres descansar
y no te dejan
No tienes sindicato
Un día vendrán
hombres
vestidos de amarillo
a cumplir
la sentencia de exterminio
Un día vendrán
cuando apuntalarte cueste más
que dejarte caer
Solo entonces dejarás
la estación penitente del vía crucis
bajaran tu cruz
y hallarás descanso
*Ignacio Giancaspro - poeta porteño.
-Enviado para compartir por ELSA HUFSCHMID. elsahuf@yahoo.com.ar
*
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miércoles, diciembre 22, 2010
EDICIÓN DICIEMBRE 2010
*Ilustración: Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu
La espera*
Para Viola Cárdenas, en su cumpleaños.
En su llama mortal la luz te envuelve.
Absorta, pálida doliente, así situada
contra las viejas hélices del crepúsculo
que en torno a ti da vueltas.
Veinte Poemas de Amor y una Canción Desesperada
Pablo Neruda
La tarde de verano la sorprendió sentada en el portón. El sillón iba y venía, sin saber que era parte de la realidad. Estaba sumida en sus pensamientos, mordida de abandono, añoranza e incomunicación.
¿Cómo se puede estar solo en compañía?
¿Cómo se puede estar, cual ahora, acompañado en medio de la soledad?
De entre los árboles emerge la silueta de un caballo que se acerca en suave trote. El jinete desmonta y se planta frente a sus visiones, obligándola a regresar. Su rostro evoca algo perdido en la nostalgia, como la imagen desfigurada que nos queda minutos después de recobrarnos de un sueño. Le cuesta trabajo reconocerlo, han pasado más de veinte años.
“He venido a buscarla”, le dice.
“Pero yo... Yo no le esperé”, balbucea, sin creer aún que el minuto tan soñado esté corriendo y lo esté dejando ir. “Me agoté de anhelar su llegada, tuve miedo a secarme, tomé esposo, tuve hijos... He envejecido, no soy la misma que usted amó”.
“No le pedí que me esperara”, responde el hombre, “sino que viniera conmigo llegado el momento. Estoy cumpliendo mi palabra de venir en su busca. No pude hasta ahora, todos somos culpables de algo”.
Ella voltea el rostro cubierto de lágrimas, quiere pestañear, como tantas veces antes, dejar que la visión se desvanezca.
Él toma su mano y la ayuda a levantarse, con mano recia la alza y la monta en el caballo. Clava espuelas.
No vuelven la vista atrás.
*De Marié Rojas Tamayo.
La Habana. Cuba.
MORADA DE LA NOCHE*
NOCTURNO I
Tejió la noche mis fibras
en su rueca de aventuras,
cubrió mi sangre caliente
tiniéndola de claroscuro.
Le dio forma de gaviota
a mi búsqueda del día,
contrajo mi expectativa,
borró el amanecer.
El retorno inapelable
fue volver al punto de partida.
Los engendros de la noche
se tiñen de oscuridad.
NOCTURNO II
El ocaso, otra distancia.
Guiños azules filtró el firmamento
en un lento goteo de hojarasca.
Las lágrimas lavaron el camino,
imagen le dejaron al recuerdo...
Otro adiós en la mañana...
Revoloteo de tiempo.
NOCTURNO III
Pueden mis manos
clamar contra la muralla
con lacerantes alaridos.
Pueden mis horizontes retorcerse
en rebeldes remolinos.
Llega la noche y me promete el día;
secuencia en ciclos
que alimentan mis espejismos
y solo pregunto: ¿por qué?
NOCTURNO IV
Es la oscuridad
la única compañera,
tú apenas dibujas recuerdos.
Solo la noche
es la envoltura solidaria
que neutraliza el sueño...
Es equidad prolongada
de un permanente
delinear fantasmas
sobre una calle
que se ha quedado sola...
NOCTURNO V
Sobre el altar de la noche
el tributo impuesto
es la golondrina muerta
o el silencio hueco
del viejo aldeano.
Mi mente sedienta
crea el desafío,
mi clamor el viento
que copió mi sombra...
*De Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar
LA ESQUINA DE LOS VIENTOS*
De cuando en cuando una ráfaga de viento se arremolinaba, en la esquina que daba a ambas calles del frente del solitario edificio de departamentos, haciendo girar nubes de polvo que solían durar poco más que un suspiro. Quizás ocurría tan frecuentemente por la forma del edificio, o tal vez por lo sólo que estaba en medio de un barrio de casas bajas, con la monotonía de sus frentes conservadores, llanos y sencillos; o por la orientación de sus calles, o vaya a saberse bien por qué…
Los remolinos, aunque fugaces, a veces molestaban por el polvo y la suciedad que levantaban, a veces despeinaban o jugaban picarescamente con alguna pollera desprevenida; que hacía recordar aquellos versos del cancionero criollo : …”con su pollerita al viento, que linda va…” Parecía que el viento fuera en verdad un duende travieso, que lo hacía para divertirse, en el momento menos esperado, molestando sagazmente a sus dueñas, y su silenciosa carcajada burlona se perdería seguramente, en las susurrantes volteretas de hojas y papeles, que tras un súbito giro tornaban a posarse ligeros, tras su breve y revoltoso devaneo.
Veloces e inconscientes, quienes eran atrapadas por el juguetón diablillo, malvado y etéreo, invariablemente se apresuraban a sujetar los volátiles pliegos, bajándolos veloces con sus manos, y doblando ligeramente ambas rodillas, en una lucha graciosa y sutil, por recomponer su donaire, y tratar de seguir como si nada hubiera afectado su gallardía femenina.
Juliana, que pasaba por la vereda de la esquina de los vientos, se vio súbitamente envuelta en uno de esos inesperados revuelos, y no fue lo suficientemente rápida en sus reflejos, o su amplia y primaveral pollera era tal vez demasiado liviana e inestable; y antes que pudiera reaccionar, se había levantado tanto que le cubrió la cara con el ruedo, y le pareció que transcurría una eternidad entre suspiros y manotones, para conseguir que bajara flotando alegremente…
Paralizada, miró instintivamente a su alrededor, con sus ojazos verdes muy abiertos, y sus brazos bajos ahora sí, sujetando su díscola pollera, con la secreta esperanza de que nadie lo hubiera reparado, o que nadie estuviera mirándola.
Todo su campo visual permanecía inmutable. La gente entraba y salía del banco en la planta baja, toda vidriada, sin signos de cambio alguno, como si nadie absolutamente, lo hubiera advertido en lo más mínimo.
Se relajó como un resorte soltado de repente, con marcado alivio, exhalando un suspiro tan profundo, que casi podría haber competido con la ráfaga de viento que terminaba de envolverla. Tan sensible era que se sintió culpable sin saber de qué, como si por un instante se hubiera enredado en un grave delito.
Todo había durado un instante, y pasado antes de darse cuenta; pero se le ocurrió la sensación, de que habría podido ser algo asi como un bochorno, un papelón, si alguien cercano la hubiera visto, tan expuesta, en desmedro de su grácil y casi arrogante caminar de gacela, tan prolija y elegantemente bella y delicada.
Un leve temblor en sus labios pretendía delatarla…
Al final, el rubor le agregó hermosura…
*De Celso H Agretti, celsoagr@trcnet.com.ar
5 Octubre 2010. AVELLANEDA, Santa Fe.
EL VENDEDOR DE HELADOS*
El viento, agradecido, comienza a cantar.
Yordán Rey
Aunque se había instalado el invierno en el barrio, trayendo a sus compañeros la lluvia y el frío, el heladero insistía en pasar todos los días por la desolada calle que llevaba al parque.
A sus pregones de “¡Paletas de frutas, paletas recubiertas de chocolate, conos, vasitos!” no había respuesta alguna. Entonces seguía con su carrito hasta el parque y se colocaba en el centro.
A pesar de que insistía “¡Deliciosas paletas, conos, vasitos, corran, que se acaban!” Nadie creía que fuera posible que se agotase lo que no comenzaba siquiera a mermar. Ni un niño bajaba, solo o de la mano de su abuelito, a buscar los helados con que se habían deleitado durante el verano.
Los vecinos lo miraban desde el cristal de sus ventanas, en sus casas abrigadas, a salvo de la lluvia y del viento, sin entender cómo podía insistir en vender su mercancía en tiempo tan inadecuado. Tal vez el vendedor no sabía hacer otra cosa, o tenía necesidad urgente de aquel dinero…
“¿Por qué insiste, mamá?” Preguntaban los niños, y ellas les explicaban que quizás estuviera un poco loco: Si alguien vive todo el tiempo entre sabores de chocolate, mandarina, fresa, mantecado, vainilla, cereza y almendras, puede perder la noción de la realidad.
Al caer la tarde, el vendedor recogía su carrito y se marchaba cabizbajo, agotado de pregonar en vano, con cansancio de siglos en sus pasos.
Ese atardecer pasó por debajo de un árbol que se le antojó único en el mundo: era un árbol de pájaros. Había perdido todas sus hojas, dejado ir sus flores, sus ramas estaban cubiertas de pájaros negros, que se hallaban como aguardando un gran acontecimiento. Lo rodeó con el carrito, contando pájaros, pero al pasar la veintena perdió la cuenta.
Entonces descubrió la flor.
Una flor solitaria, como él, se había negado a abandonar el árbol. Tal vez estaba también a la espera de algo… ¿Por qué no de él? ¿Puede haber espectáculo más triste que una flor solitaria o un heladero que no logre vender sus helados?
¿Qué puede suceder cuando dos soledades deciden hacerse compañía?
Se paró debajo de ella, abrió los brazos y, a pesar de la fina llovizna y el viento helado que se colaba por cada rincón de su cuerpo, le mostró su pecho.
La flor se desprendió y voló a su encuentro, leve como un alma.
Los pájaros alzaron el vuelo, para ellos también la espera había concluido.
Al día siguiente, el vendedor se paró en medio del parque y entonó un pregón muy distinto. Los vecinos no podían dar crédito a lo que escuchaban:
“¡Vengan a comprar mis helados hechos de Maravilla, cubiertos de Sueños! Paletas de tardes de lluvia, paletas de hojas de otoño, paletas de cuentos de hadas, paletas de poemas, paletas de cartas anónimas, paletas de risas infantiles, paletas de recuerdos agradables, paletas de besos, paletas de deseos hechos realidad, paletas de encuentros memorables, paletas recubiertas de luz de luna, conos de rayos de sol, conos de eclipses, conos de cometas de papel, vasitos de vuelo de pájaros, vasitos de estrellas fugaces, vasitos de arco iris… conos, vasitos y paletas de música!”
Una vecina que siempre quería ser la primera en probar cada novedad, salió a comprar una de aquellas últimas. La seguía, cautelosa, su hija de nueve años.
"¿Qué desea, señora, esta paleta de Chopin o esta, recubierta de sinfonías de Beethoven? ¡Tenemos un cono rizado de fugas de Bach que es una delicia! ¡Y para los niños hay un vasito especial de Melodías de Cajas de Música, que no embarran la ropa, ni gotean sobre los muebles, ni se pegan a las manos!”
La señora compró uno de cada uno y se fue a la casa, mientras la niña la seguía, contenta, dando saltitos.
La tentación fue demasiado fuerte. A pesar de que se había ocultado de nuevo el sol, perezoso, tras su sábana gris y regresaba la llovizna, las gentes comenzaron a tomar capas, sombreros, sombrillas, abrigos, hasta la tapa de cartón de una vieja caja, y fueron al parque a probar tales maravillas.
Un anciano compró un cono con el sabor del Día de Reyes, su esposa el vaso que contenía el recuerdo del primer beso de amor; una niña compró paletas cubiertas con la emoción de las cartas que deseaba recibir de su hermano el marinero; un niño el cono con olor y sabor de Navidades. Una señora compró todo lo que encontró con sabores de otoño, lluvia, pájaros, estrellas, arco iris, eclipses, sol, luna – por suerte el carrito estaba bien lleno -. Un abuelo compró diez vasitos de Caja de Música para sus nietos, así no se ensuciaban los abrigos, ni dejaban huellas de deditos pegajosos en las teclas de su piano. Un inventor compró un vaso con sabor a Descubrimiento. ¡Había para todos!
Un vecino solterón, refunfuñón y malhumorado, que se fingía cojo para despertar la compasión ajena, compró una paleta recubierta por El Himno a la Alegría, probó una gotita que se escurría por la envoltura, soltó el bastón y marchó a casa ensayando pasitos de baile.
Se cuenta que una pareja de recién casados compró vasitos de vuelo de pájaros y conos de cometas de papel y estuvo toda la noche revoloteando por el tejado del edificio… Se hubieran hecho famosos, pero nadie tomó fotos del acontecimiento, estaban absortos en su propia dicha.
Pronto el carrito estuvo vacío. El vendedor, mientras se alejaba con paso ligero, sonreía, daba las gracias y mostraba orgulloso una florcilla color naranja que tenía prendida en la solapa… Los vecinos no entendían qué tenía que ver la flor con todo aquello, pero como el heladero tenía fama de chiflado, le devolvían la sonrisa y le decían que había sido un placer comprar aquellos helados de Maravilla y Sueños.
Al llegar a las casas, bien a resguardo de la lluvia y el frío, comenzaron a probar los helados… Y aunque seguían teniendo sabor a mandarina, almendra, cereza, fresa, vainilla, mantecado o chocolate, sintieron los arcanos que forman la primera risa de un niño, los olores de la Navidad, la emoción del Día de Reyes, el éxtasis de los cuentos de hadas, la exaltación de recibir noticias desde lejos, el palpitar del primer beso, la felicidad de los sueños realizados…
Las paredes se vistieron de sol, de luna, de estrellas, de eclipses, de otoños, de arco iris… La música llenó cada habitación, escapando por cada ventana, cada puerta, volando en brazos del viento agradecido, hasta posarse en el árbol, que supo llegado el momento de preparar un nuevo ajuar, para celebrar el haber sido parte de esa mágica conjunción que ayudó al heladero a vender sus helados y a los vecinos a ser felices.
Porque para ser felices solo hace falta un toque de magia, y para llegar a la magia, solo hay que creer en ella.
*De Marié Rojas Tamayo.
La Habana. Cuba.
OJOS VERDES CON REFLEJOS DORADOS*
*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
A Tita, Carmen y Ricardo
Menuda, simpática, no carente de una electricidad natural, eso era la vecina que llamábamos "tía" aunque todos sabíamos que no nos unía ningún lazo de parentesco pero sí del cariño, que trasciende siempre los vínculos casuales de la sangre. Ejercía no sé qué arte de birlibirloque o magia para esgrimir
las escasas monedas que ganaba don Francisco, su marido, en la peluquería de magros ingresos y poner una mesa decente a su familia que completaban sus hijas "Tita" y Carmen y el inefable Ricardo, el menor.
La casa de los Spina era la entrada también a ese campo lleno de yuyos -nunca supe quién era el dueño que separaba la calle del caserón de la familia Gallardo. Se accedía hasta su patio rodeado de añosos paraísos, por un caminito angosto que los integrantes de la familia -don Cayetano y doña Fermina compuesta además por seis hijos (tres varones y tres mujeres) transitaban para ingresar al pueblo. Tenían otra salida que quedaba casi en la casa de los Vélez y constaba de una gran tranquera de madera que a veces se cerraba con un gran candado. Por esa calle salía don Cayetano montado en un moro enjaezado con pericia criolla. Eran sus faenas habituales en la estancia de Maldonado, que quedaba a cinco kilómetros exactos de esa enorme tranquera. Pero era habitual que a pie salieran por el patio de los Spina, por lo que Ricardito llama "el camino de los Gallardo", con ese hilo de alambre que se ataba a un añoso paraíso y era como el límite de las dos familias.
En ese tiempo -sin ruta y sin calle asfaltada era casi el campo ese sector del pueblo. La calle -mi calle que festoneaban de un lado el "campito" de Gallardo y del otro, el maizal de don Clemente Gerlo sólo está viva en mi memoria feroz y persistente. Tenía gramilla a los costados, antes del tejido o alambrado. Algunos árboles y una huella sola que producía el carro de don Antonio Compañy o la jardinera olorosa a pan crocante que guiaba don Juan Cristóforo Galli, de la panadería tan refinada que se llamaba "La Flor".
Esa calle, ese caminito, esa casi huella única fue testigo una madrugada lloviznosa de junio, del urgido traquetear de un sulky, con mi padre nervioso, lleno de miedo y de ansias, cuando fue a buscar a doña Agustina Pezzoni, partera egregia de mi pueblo. "Partera con diploma", decía mi abuelita Laura.
Una vez que iba con ella nos cruzamos a doña Agustina y al inquirirle por su identidad me dijo con toda la naturalidad de la que ella era capaz: Es la mujer que te tiró de las patas.
Es obvio que esa frase fue entendida por mí muchos años después.
Esa callecita que poblaban los gorriones y el pesado vuelo de la torcaza cenicienta. Esa callecita que no era tratada por nosotros como tal, fue escenario y testigo hoy mudo y muerto de las primeras incursiones con las boleadoras de plomo que me fabricaba mi padre, y que me enseñó a usar contra
las bandadas distraídas y lánguidas que iban a castigar el almácigo de don Eufrasio Campos.
De vez en cuando -pero fue más adelante hacía puntería contra las bandadas que iban por el aire. Pero el sistema tuvo que ser abandonado porque se extraviaban o perdían con frecuencia. Con sólo atarle un trapo colorado junto al plomo no era suficiente, el yuyal era hirsuto y escondedor, como se sabe.
Más adelante, ya acompañado de aquella barrita haríamos incursiones hasta la cañada del "gordo" Compañy, no sin dejar de lado el saqueo de la tapera de don Way, en ese campo de los Ortali, que yo siempre pensé de los Pozzi, pero Roberto Escudero me dice que fue de la firma Sáenz de Arregui y Cía.
Pero me fui muy lejos, yo quería rendir un homenaje tibio, sentido, a la tía Anécdota Rojas de Spina, muy importante en los afectos de mi niñez primera.
Era, por lo que recuerdo, menuda, el cabello tirando a rojizo en alguna parte, unos grandes ojos verdes, que tenía según la luz del sol unos breves reflejos dorados. Una enérgica alegría que tenía para regalar, porque las pocas cosas materiales que tuvo en su vida tan exigente las compartía con todos.
Sus hijas "Tita", Carmen y Ricardo, su único hijo varón, fueron como hermanos míos. Yo me crié en su patio que cruzaban un par de patos lánguidos y mansos y un gallito pequeño a quien ella cariñosamente llamaba "Pinino".
Lo poco que tuvo me lo dio y cuando ya no le quedaba nada -tortas, bizcochos, buñuelos, empanadas asomaba su rostro alegre por sobre el tejido que la separaba de la calle: Nene me decía vení que tengo algo rico para vos y cuando yo, interesado y rápido, entraba como un tromba en su pequeña cocina, ella me alcanzaba en un plato unas rodajas de pan con una gota de aceite y una cucharadita de azúcar.
Mi paladar no conoció manjar tan rico, porque en ese gesto -yo creo que lo entendía entonces estaba todo su inmenso amor, y a propósito, ¿que pasó con ese plato donde me ofrecía su manjar preciado? ¿Y de quién era el sulky con el cual mi padre transportó a la partera, que en su premura casi tumba en
ese viaje un poco alocado la madrugada en que yo vine a este mundo, un quince de junio que se quedó en la llovizna?
VÍA 17*
*Por Silvia Milos milossilvia@yahoo.com.ar
El tren estaba por parar. Ya había tocado la bocina estremecedora anunciando su llegada a la estación de Castelar. Antes del cruce de las vías se detuvo, a la espera de que el otro tren, salido de Moreno, libere el paso. La gente estaba muy apretujada, y el calor del verano hacia de ese vagón un horno. Abriéndose paso, el guarda caminó picando los boletos hasta que llegó a nosotros. Una mujer chilló, porque alguien la había pellizcado, mientras un oportunista arrasó con tres carteras en esos cinco minutos infernales. Todos queríamos que de veras arranque, sí, de una maldita vez y poder bajar para respirar aire puro. En Enero del 1993 la temperatura rondaba los 40ª, pero ahí arriba la superaba. Habría dado cualquier cosa con tal de que refresque, de tener algún escalofrío que me libere. Maldecía y maldecía, mientras cabeceaba cerraba los ojos. Después de diez horas de trabajo, estaba extenuada.
El guarda dio una media vuelta, y con esfuerzo, empujando y pisando a más de uno llegó hasta donde estaba el maquinista. Nadie sabe como, pero el tren avanzó sin la señal debida. Horrorizados vimos pasar la luz roja ante nuestras narices, y el estupor de la gente adentro de sus autos enfrentados hacia la barrera, desconocíamos adonde íbamos, porque nos alejábamos cada vez más de la estación.
De inmediato el sopor reinante se diluyó, y enfrió el ambiente. Un viento helado comenzó a sisear por las chapas del tren, colándose entre las juntas del piso, desafortunadamente abierto bajo mis pies.
Celeste me miró y yo miré hacia afuera, apoyando mis manos contra los vidrios para tratar de darle una explicación, que ni ella me había pedido, ni yo se la podría dar. Estaba demasiado oscuro, y las ventanillas tenían barrotes adosados. Poco se podía distinguir ante la inminente noche. Todos, los 688 pasajeros, habíamos perdido la noción del tiempo.
Solo sé que el paisaje era totalmente ajeno. Un campo inhóspito bajo el cielo gris se multiplicaba como en una diapositiva. Poniendo atención pude distinguir algunos carteles escritos en alemán. Al costado del camino desfilaban horcas dispuestas para los partisanos. Un gitano comentó que estábamos en Abril, de 1943. La punzada en el abdomen me hizo notar que hacía dos días que estábamos viajando, yendo hacia una parte del mundo que el resto del mundo desconocía como propia. Los pasajeros amontonados como ratas en vagones de ganado, la nieve que empezaba a formar copitos sobre el techo, mis ojos rojos ya sin lágrimas. Notamos ruidos sobre nuestras cabezas, eran pisadas sobre el techo, un soldado ucraniano apuntando hacia la nada gatilló agujereando la chapa y mató a una pasajera. Parecía divertirse.
Y el guarda desaparecido con su máquina de picar boletos fue reemplazado por otro con metralleta. No sea que alguno quisiera escapar. Cosa que de hecho sucedió. En la desesperación rompieron el piso a patadas y se tiraron bajo las vías, esos fueron arrollados. Otros perecieron de hambre y de sed, no soportaron los seis días de viaje.
Formaba parte de una pesadilla ajena. Casi sin hablar nos consolamos, dudando hasta el extremo cual sería el fin. Pero la incógnita fue develada, sólo para nosotros, los que permanecimos de pie. Para los que abrir los ojos significaría algo peor, y negar la realidad, podía ser la diferencia: sobrevivir.
De golpe una sacudida. La frenada hizo que tambaleara, y sacara mi cabeza doblada hacia delante. Celeste me apuró para bajar, el tren había llegado a la estación. Seguro estuve dormida, parada, sostenida de la manivela, y ajustada sin espacio por los demás a mi alrededor.
En estos tiempos esas cosas no pasan, no se secuestra a la gente adentro del tren, si está lleno de ausentes estudiantes o trabajadores asalariados. A quién le podría interesar, personas comunes con sueños comunes, gente que vota y que quiere a sus mascotas.
Que toma el desayuno a las apuradas, porque pierde el último tren.
*Nota de la autora: El último tren con destino al campo de concentración en Auschwitz partió desde Berlín llevando 688 pasajeros, entre ellos gitanos, judíos, polacos y checoslovacos que estaban todavía en Alemania. Salió desde la vía 17 de la estación de Grunewald en Abril de 1943.
DUELO*
“¿Tendrá por fin tu cuerpo, sustentar
Al gusano que herede tu derroche”
WILLIAM SHAKESPEARE
Yo, Yocasta. Tengo dos piedras en mi mano.
Una, lengua cortada. Otra, oráculo de miedo.
He de evadir este puñal que me cercena el pecho.
Esta profecía, esta condena.
Ciega mis caderas. Enmudece mis muslos.
Como una cabra loca escalaré las cimas.
Me dejaré llevar por el viento del oeste.
Mi sexo, bífido. Mi ánima, salvaje.
Salvaje polen. Amapolas secretas.
Oscuridad y luz. Aire y jadeo.
Y sed. Sobre todo, sed.
El páramo necesita de la lluvia.
¿La lluvia necesita del páramo?
Yo, Yocasta. Tengo dos piedras en mis manos.
Dos piedras en mis pechos. En mis pies, dos piedras.
El rey de espadas tiene un falo en la mano.
Un as de bastos, un báculo.
Y ríe...solo ríe.
*de Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar
Mi viejo y los ojos*
Para mi papá
Esos ojos grises leían y leían los tomos pesados de leyes.
En las estanterías estaban los protocolos encuadernados de blanco, de cada año que se despedía.
Su vida era el trabajo, examinaba atentamente con una lupa las firmas, antes de certificarlas.
Los domingos, cuando casi todos descansaban. Algún vecino tocaba el timbre. Y preguntaba: - ¿Esta el Doctor?: Le tengo que hacer una consulta. Entonces mi viejo salía con su portafolio de cuero, los anteojos y el libro de actas.
El quería que fuese escribana, pero yo de chica odiaba tanto los biblioratos, los certificados, los dominios y los "libre deudas". No me gustaba estar rodeada de tantos papeles y lapiceras.
Pretendía ser distinta, no ansiaba hacerme tanta mala sangre como él.
Cuando murió, paso algo muy paradójico.
Comencé a escribir.
De sus ojos me jacto de tenerlos parecidos.
De su puño y letra aprendí a amar mi trabajo.
*De Azul. azulaki@hotmail.com
EN NOCHE DE LUNA LLENA*
Para Ray
Comenzó con la llegada de la luna llena. A partir de ese momento, en cada plenilunio las escenas se repetían en su horror ancestral. El aumento de los aullidos, los rastros de sangre en la nieve, las noticias de avistamientos corriendo como fuego... Era evidente, el antiguo enemigo volvía a las andadas.
Cuesta trabajo creer en lo que no se ha visto. La simple visión de los insondables enigmas de la naturaleza no basta para desarraigar la creencia de que son frutos de la superstición. Pero esta vez el intruso se había cobrado demasiadas víctimas sin preocuparse siquiera por borrar sus huellas. El consejo de ancianos se reunió para tomar una determinación: Era cuestión de creer o no en lo inevitable.
Al final del ciclo astral, antes del advenimiento de la luna llena, habían decidido tomar las necesarias precauciones, evitar a toda costa la muerte de la mermada población. Mas, para ello, era imprescindible convencer a los demás del peligro que los acechaba a cada salida de sus hogares. La voz corrió de hocico en hocico de los miembros de la tribu de licántropos:
Hay hombres en el bosque, y son reales.
*De Marié Rojas.
La Habana. Cuba.
EL café escondido*
En el fondo de todo siempre hay un jardín
Olga Orozco
El mantel parece la pollera de una bailarina con tules y puntillas, hay flores en los ángulos de la mesa y unas ramas caen acariciando el lugar. La luz con su costumbre de envolver el vacío y el sonido del agua anticipa la fuente. Ella sabe que su café - bosque -urbano, es casi un secreto que se despliega en la parte de atrás de un negocio de muebles antiguos. Por eso en ese desayuno no hay nadie en el jardín o porque cierto frescor primaveral ha hecho entrar a la gente a otras habitaciones del café, por lo que sea, estaban solos. Pienso que es una escena de una pintura preciosista, le dijo él. Ella se sentía tan viva, él la había desnudado con la mirada, la hacía crecer, se hubiera dejado tomar en pedacitos con el café, ofrecerse en capas suaves, dulces, para ser saboreadas por la boca del hombre
Sos tan intensa, le susurró él al oido, apenas se rozaron.
Cuando se fueron ella perdió, no el zapato, los anteojos. El príncipe no la buscó para probar un calzado perdido. Ella lo encontró para ensayar una mirada nueva.
*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar
No es la misma lluvia*
Por qué?
El amor de enamorados se va
Lo que fue calido e intenso
Se convierte en mísero y distante
El compartir la risa…
Luego de un tiempo
La compañía se trasmuta en intolerancia.
Por qué la carcajada seductora y tierna
Cómplice de nuestros defectos
Hace trizas el compartir.
En una impronta de malos entendidos
Lo dicho se escucha hiriente,
ajeno y sin motivo aparente
son las mismas palabras de antaño
las que antes saborizadas de sorpresa
ingenuidad y alegría
se vuelven disparatadas, agresivas
e indiferentes.
Será que el amor no dura eternamente?
Seré yo o serás tú
El que comenzó a caminar
Por distintos senderos?
Quizás no quiera darme cuenta
Que la lluvia cambia su semblante
Su sabor, su temperatura
Y su destino.
Sus gotas aunque parezcan del mismo cristal
No desean esclavizarse en el mismo otoño
Su intenso afán de libertad
Las hacen más pesadas y dañinas
Buscan otro seno que las albergue
Necesitan de su propio espacio
Y yo, inocente y romántica
Creía que era la misma lluvia.-
*de Azul. azulaki@hotmail.com
EL PERRO DE PUCHO*
-Para empezar -repuso el Gato-, los perros no están locos. ¿De acuerdo?
-Supongo que sí -concedió Alicia.
Alicia en el País de las Maravillas
Lewis Carroll
Se encontraba disfrutando de un almuerzo en El Floridita, sintiéndose Hemingway, cuando algo le rozó la pierna. No puede decirse que la culpa fue del hueso que le arrojó, porque Pucho había ordenado filete de pargo.
El perro chino no se le despegó a partir de ese momento. Los bromistas aseveran que se habían conocido en una vida anterior.
Pucho regresó al Taller de Gráfica con el perro detrás. Todo el día, mientras entintaba las piedras y daba vuelta a las prensas, fue el hazmerreír de sus colegas, porque aquel animal gris y pelado era lo más feo que pueda imaginarse.
Hubiera quedado ahí, si al final de la jornada el chucho hubiera tomado su rumbo; pero lo siguió a casa de La Cantante, que lo recibió con el grito de: “¡Para animales contigo me alcanza!”.
Así comenzó el desandar de Pucho con el perro: Abandonó su bicicleta por taxis lujosos, con olor a gente famosa; por autobuses repletos, malolientes a sudores de jornadas laborales; se internó en el Palacio de los Capitanes Generales, con la esperanza de que el aroma de las antigüedades opacara el sentido del perro, pero fue llamado por el altavoz porque el animalito se plantó en la puerta y no dejaba pasar a la directora.
Finalmente, un amigo le sugirió que abandonara la ciudad. Si pedaleaba hasta Caimito del Guayabal - el Caimito lorquiano -, pueblo de las afueras donde vivía su prima, y se internaba allá por el fin de semana, de seguro al regreso el can había encontrado otro entretenimiento...
A la mañana siguiente, estaba Pucho dispuesto a recorrer los kilómetros necesarios para no perder a La Cantante.
Al cabo de dos horas de darle a los pies se sintió libre – ese sentimiento de libertad fue lo más importante -, suspiró y, al mirar al frente, distinguió al perro, esperándolo mientras meneaba la cola sin pelos.
No sabemos si la culpa fue de aquella visión, si de todas maneras la bicicleta iba a volcarse: El caso es que ahora no se nos borra la imagen del perro junto a la lápida de Pucho.
Hay quien dice que el perro es la Muerte y está esperando su próxima víctima; otro anda tarareando aquello de “Cuando salí de La Habana, de nadie me despedí, sólo de un perrito chino, que venía tras de mí...”; yo digo que a lo mejor quedárselo le hubiera dado suerte, porque La Cantante tiene otro marido y pensaba botarlo, con perro o sin él; alguien me responde que cuando viene tu momento, con perro o sin perro, te vas para el “reparto boca arriba”...
La verdad nada más la saben Pucho, y el perro.
*De Marié Rojas Tamayo.
-DEL LIBRO “TONOS DE VERDE”, editorial Drac, Mallorca. (2004 y 2005)
LAS VIUDAS DEL NO OLVIDO*
Hijos míos, he cerrado la puerta y la noche está abierta.
Vuestro padre ha partido, pero no se ha ido.
Las viudas del no olvido, se han vestido de rojo.
Llevan, en el pecho una viudez de insomnio.
Niños enflaquecidos por la fiebre.
No tienen pupilas, las viudas del no olvido.
Cuencas vacías. Tenues parpadeos de limones.
Quedan los amorosos diálogos.
Tambien los tristísimos adioses.
El aljibe, sin agua. El horno sin pan. Mis niños sin zapatos.
Y beben, las penas, el barro y los latidos.
Insaciables.
Caminan por los andrajos de la luna.
Final de golondrina y de verano.
Bajo la plácida sombra del nogal.
Rescriben la fábula. Hijos cebollas y racimos.
Han apagado el padre, amor.
Pero vuele en crepúsculos morados.
Fidelidad de árbol.
Primeras hojas de la tarde.
Leve tropel.
Tatuadas.
Llevamos en el vientre.
Manzana carmesí grana memoria.
Manos que amasan y toman la metralla.
Boca que canta y grita.
Por eso, las viudas del no olvido
Nos vestimos
De rojo
*de Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar
Vigilia*
Salpicada
de barro
Estiro las piernas
Absorta
contemplo
el revoloteo de un colibrí
que se detiene
al lado del jacarandá en flor
Sin estigmas
sin rencores
Escabullo el dolor
Y es así
como prosigo.
*De Ana Romano romano.ana2010@gmail.com
EL HIJO*
A Josefina Díaz
Oscuros cauces donde la sed eterna sigue,
y la fatiga sigue, y el dolor infinito.
XX Poemas de Amor y Una Canción Desesperada
Pablo Neruda
Le abrió la puerta del taxi, la ayudó a bajarse.
- ¿Quieres que entre contigo?
- No, mejor hacemos como siempre – respondió, alcanzándole la pequeña cartera -, cuídame esto, sabes que tengo la manía de dejar los documentos y el monedero en donde quiera que me siento.
Él sonrió y guardó la cartera en su mochila.
- En especial, no quieres perder la foto de tu nieta… me has hecho sacarla repetida a pesar de que el álbum está sobre la mesa de la sala.
- Gracias por acompañarme – se alzó en puntas para besarle la frente -, nos vemos a la salida.
- Doy una vuelta por ahí y nos encontramos en la esquina – le señaló un café al aire libre -, no me gustan las salas de espera.
Entró, siguió el ritual de dar el nombre en la recepción, esperar a ser llamada, el saludo, las preguntas, la renovación de las recetas… el médico era un viejo amigo.
- Y eso es todo, nos vemos en la próxima consulta… ¿Has venido sola?
- No, de ningún modo: me trajo mi hijo Felipe.
- Elisa – suspiró -, ¿debo recordarte lo que sucedió hace más de veinte años? Pensé que estábamos haciendo progresos…
- Tuve un accidente. Mi esposo estaba al timón y no sobrevivió.
- Estabas embarazada…
- Casi a punto de dar a luz, con el impacto me comenzaron las contracciones, logré arrastrarme a un costado de la carretera a pesar de tener dos costillas fracturadas. Ahí me encontraron, con Felipe en brazos, ¿crees que es posible olvidarlo?
- Estabas inconsciente, perdiste la criatura, un varón, al que enterraste junto a tu esposo.
- Siempre dices lo mismo, y vengo a esta consulta cada mes…
- Te pido, cada vez, que lo dejes ir por tu propio bien, es hora de parar de pretender lo imposible y vivir la vida. No valen de nada los medicamentos, la terapia, si no pones de tu parte. ¿Prometes intentarlo, una vez más?
- Claro, mi buen amigo, sé lo que es real y lo que no lo es. Solo que hay cosas que nunca entenderás – se levantó y se alisó la falda.
- Bueno, nos vemos el próximo mes, cuídate, Elisa.
Caminó hasta el café. Allí estaba, cada vez más parecido al padre, pero con ese “algo” en la sonrisa que le recordaba su propia juventud. En cuanto la vio, dobló la prensa y fue a su encuentro.
- ¿Me acompañas a un café?
Ella negó con la cabeza
- ¿Te busco un taxi?
- No, mejor vamos andando, así llegamos cuando despierte la niña y la saco al jardín un ratito en lo que Maité le prepara la papilla.
- La estás malcriando – se rió - ¿Y qué te dijo el médico?
- Lo mismo de siempre, hijito… La medicina sigue detenida, como si no lograra alcanzar determinadas soluciones, como si le fueran negadas ciertas verdades... ¿Me devuelves la cartera?
Rieron, tomando el camino a casa. Había un fresco muy agradable si se iba por la acera que los árboles dibujaban con su sombra, y andar era un buen pretexto para seguir conversando.
*De Marié Rojas.
-La Habana. Cuba.
Musicales*
Y después pareció como si ella asumiera el control de repente: con las paredes del coño se convirtió en un exprime limones por dentro, extrayendo y apretando a voluntad, casi como si le hubiese crecido una mano invisible.
¿De quién sería inevitable que me acordara cuando leí esto? (Henry Miller, Sexus”, Seis Barral, pág. 183): de Fortuna.
Más en su departamento de dos ambientes que en el mío de tres y a pocas cuadras de distancia el uno del otro, más sin planearlo que determinándolo por anticipado, más comenzando en desmayadas trasnoches que en horarios “convencionales”, extensas encamadas.
Ambos, músicos: Fortuna, teclados; yo, cuerdas.
Me sorprendo ahora alucinando tu vibradora jugosa. Te invoco, incorregible Fortuna, al borde del suicidio o de la inercia, con tus mismos aires de siempre de princesa desasosegada.
Me casé con una cantante. No me quiere. Me hostiga, me acompleja. Iniciose en fase adúltera con un barítono, ornamentándome con tentaculitos, con cuernecillos de caracol. Hasta que otros conocí: de cabra de los Alpes, de búfalo, de jirafa, cuernos de gamo, de ciervo, de gamuza, de reno, protuberancias puntiagudas o imponentes de yack, de órix, de verraco del Pamir, de cabra del Tíbet, de toro de lidia, de rinoceronte: a cambio de sus trapisondas con exponentes líricos y pentagramáticos. Mientras, decido cómo concluir con ella, próximo al límite de dificultad. Con la música a otra parte me iré, apenas logre seducir, desentrenado como estoy, a una bailarina.
*De Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar
Es mejor ahora*
Es mejor ahora
que los molinos del alma se aquietaron
y puedo diferenciar todavía
entre el color de las células y el olvido.
Mejor ahora
antes de hablar de alguna utopía
de complicarnos en abrazos que no damos
de sentir que hay puertas en todas las esquinas
y que volver no cuesta porque no existen las cadenas.
Mejor ahora
que no hay besos blindados alrededor de tu risa
que la sangre invertida de todos los pájaros huele a setiembre
y los secretos, a moho.
Mejor ahora
antes de sentarse a la mesa con los vinos agrios
con esas lluvias que se escuchan por los ojos,
antes de que se cuelguen las esperas
y queden pendientes las penumbras y el ocaso.
Antes de que el café se enfríe
y las copas estallen como jadeos en pleno combate.
Mejor ahora
amor
ahora que podemos recuperar el remanso
ahora que todo es lejos de tu cuello
y todo es cerca de ese abrazo que gotea en el pasillo.
Mejor ahora
aunque duela la lágrima que se cuela en mi viento
aunque el barro se meta entre la carne
y la morfina no atempere
a esta poquita muerte que acecha tan obscena.
Mejor ahora
porque los cerezos aún te nombran
y no se mide con escuadra la peligrosa osadía de la ausencia.
Antes de que el pacto provisorio se hunda como pedazos de vidrios
en los sueños o en la planicie de tu pecho.
Antes de que las preguntas no me alcancen
que me arrebate el delirio
que mi costumbre se dé contra la pared,
antes de que se vistan de luto todas las despedidas,
que soslaye placeres sin bostezos
y otra música oxigene a esta piel.
*De MARIA MANETTI. dulcemariam6@hotmail.com
LA NOVELA DE NORMA*
A Yordán y Yohanna Rey Oliva
Era la conserje más antigua del museo. Por espacio de ocho horas, pasaba el paño por los adornos, escuchando su radio. Sólo a la hora del almuerzo se guardaba los audífonos en el bolsillo del delantal, donde siempre tenía el receptor.
“Hola, Norma, ¿qué tal la novela?”, solíamos preguntarle.
Si no era a esta pregunta, respondía con un encogimiento de hombros.
Pero cuando se le tocaba el tema, Norma, tan tímida que se diría algo retardada, se transmutaba. Nos ponía al día de las desventuras de la hija del Duque, embarazada de un enmascarado, amando a su hijo nonato. Subíamos con ella a las cimas del mundo con un grupo de escaladores, navegábamos en una nave amenazada por corsarios, participábamos en el asedio a una fortaleza o nos embarcábamos en una aventura futurista. Como en cada novela que se precie, surgía, maduraba y florecía un romance. Era increíble como memorizaba los pormenores...
Resultaba agradable comer con la narración del capítulo del día. Ninguno de nosotros escuchaba la radio, apenas teníamos tiempo de actualizarnos con las noticias del televisor y alquilar alguna película los fines de semana.
Pero llegó el cambio de administración. A la nueva jefa, no más hacer su aparición, le molestó el radiecito de Norma. Ante su negativa a dejarlo en la taquilla, la amenazó con una sanción laboral, con la expulsión y, al ver que sus palabras caían en el vacío, le arrebató de un tirón los audífonos. El pequeño receptor siguió al cable y cayó al suelo.
Atónitos, comprobamos que se trataba sólo de una caja vacía, ausente de mecanismo, circuitos, o baterías.
Norma la recogió en silencio, se colocó los audífonos y se marchó sin atreverse a cruzar nuestras miradas.
Nunca más volvimos a verla, su presencia casi fantasmal, bayeta en mano, no era parte de la vida activa del museo.
Pero a la hora del almuerzo no sabemos hacer otra cosa que mirarnos en silencio: Norma... ¿quién lo diría?
Aquel mundo interior que afloraba ante la pregunta, la perfección de los diálogos y las descripciones, lo que creímos su memoria excepcional, para volver a caer en la expresión vacía, en el mutismo, como si se interrumpiera una conexión que no logramos adivinar con quién o con qué establecía.
*De Marié Rojas Tamayo.
La Habana. Cuba.
L Í M I T E S *
uno tiene límites
todos tenemos un último borde
el miedo tiene límites
el amor tiene límites
el dolor
la filosofía tiene límites
la locura la risa
la poesía
el silencio del hombre tiene límites
lo que no tiene límites
es la muerte
*Rubén Vedovaldi. rubenvedovaldi@netcoop.com.ar
SENDEROS*
Llora el cielo
el dolor del humano
que no redime.
La esperanza
en las alas del viento
busca un puerto.
Sin velas de fe
deambula el hombre
por el infierno.
La sangre muerta
deja huellas sombrías
en los rincones.
No serás árbol,
no madurarás frutos.
Serás estéril.
La vida es río,
solo una vez pasa
por la rivera.
*De Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar
MUJER EN LA TERMINAL*
(Joaquina)
A paso lento
sin importarle su propia traza
la mirada fija a ningún lugar,
la mujer, en la terminal, avanza.
Joaquina, tal vez su antiguo nombre,
pasa atravesando las miradas sin dejar un gesto.
Ya los ha usado a todos.
Avanza con su rastra de olvidos
su memoria ida
con esa manera tan callada de decir:
aún estoy.
Y Joaquina se sienta.
¿Joaquina se sienta?
Su mirada parte en cada coche
y de cada uno que llega, espera.
¿Tal vez un rostro que se fue?
¿Tal vez un rostro que reconozca su rostro?
¿Tal vez mi propio rostro para que la dibuje?
A paso lento, Joaquina sigue su andar
su cíclico andar la terminal
esa que cambia en cada viandante
esa desde donde, Joaquina, espera partir.
*De Cacho Agú. oscarcachoagu@yahoo.com.ar
EPITAFIO*
“...El ciervo reposa, sin herida, apoyada su cabeza,
sobre una piedra, flor azul...”
MARÍA ZAMBRANO (MADRID)
No reconoce otra ley que la vida.
Ley de epitafio de niña corriendo a media noche.
Ley de ver crecer brotes, lentos, sobre tumbas.
Ley del sigilo de la iguana y de la leona.
Ley de intuitiva huída.
Ley del vino en la punta de la lengua.
Ley de sollozos ante fútiles ruegos.
Ley de barro, ángeles de piedra.
Ley de la urgente geografía de los cuerpos.
Ley de almendros y de suspiros de agua.
Ley de fuego incinerando santos.
Ley de profundas persuasiones de papel.
Ley de elegir, vara de zahorí o péndulo.
Ley de girasol o mariposa.
Ley de tropel que reparan duelos.
Ley de corazón sin bridas.
Ardoroso. Vehemente.
No reconoce otra ley que el abrazo de árbol.
(Reposo de vuelos y de ayeres)
Ramas y raíces en la palma de su mano.
Epitafio de niña corriendo a media noche.
*de Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar
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martes, diciembre 21, 2010
Y SI NADIE LO NOTA...
*Ilustración: Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu
TONOS DE VERDE*
Para mi hermano Freddy
Cierta vez, una amiga venida de Europa, mirando el paisaje que admiraba desde mi balcón, dijo: "Lo más sorprendente son los tonos de verde. Es increíble cuántas tonalidades se dan en este clima". Yo nunca he viajado para poder comprobar las diferencias tonales entre el acá y el allá, pero no dejó de sorprenderme su observación, pues para mí era tan normal la visión de las copas de aquellos disímiles géneros vegetales, que estuve a punto de perderme la maravilla que encerraban. La vida es así, el deslumbramiento depende de los ojos del que mira.
Cuando Aida logró, tras meses visitando posibles viviendas, encontrar el refugio ideal para sus lienzos, no cabía en sí de gozo. Había sumado sus ahorros vendiendo cuadros de catedrales y Cristos de la Habana, al apartamento que le dejó su madre al morir, pequeño, pero muy bien situado en el centro de la ciudad, a la casita en las afueras de la tía Berenice, para obtener, finalmente, su soñada casona de impecable arquitectura colonial, gracias, entre otras cosas, a las prisas de un matrimonio que se acababa de separar y andaban desesperados por reinstalarse lo más lejos posible uno del otro.
La casa, un poco abandonada - bastante, si no la hubiera visto con sus ojos de artista - era una mansión de dos plantas, con patio de frutales y jardín delantero. Un enorme garaje, a falta de auto propio, le serviría para instalar su estudio, donde al fin disfrutaría de la tranquilidad para emprender su obra, no aquella que había estado obligada a hacer por requerimientos de un mercado poco amante del verdadero arte, en busca de un souvenir apurado que colgar en sus paredes como prueba de su visita a la isla.
Fue la tía Berenice, la que con el sentido práctico de siempre, dijo al segundo día: "El calentador de agua no funciona", al tercero: "Las losas de la cocina están levantadas, en las rajaduras se meten los ratones", al cuarto: "La columna de la sala tiene grietas", al quinto: "El techo del comedor tiene filtraciones, parece que el baño que le queda encima tiene alguna tubería reventada", y al sexto: "Creo que necesitamos reparaciones generales"...
A la semana estaban buscando un albañil, un plomero y un maestro de obras.
Les apareció todo en uno. Un señor de piel oscura, delgado y alto como caña de bambú, que caminaba semi inclinado para no tropezar con los marcos de las puertas. Dijo ser especialista en la materia, resultó que no cobraba un presupuesto muy elevado y se encargaba de traer los materiales - cuyo origen y legalidad, por discreción, decidieron no averiguar -.
Quedaron en que empezaría cuando lo tuviera todo listo.
Pocos días después, se detenía un camión frente al bello portal de columnas barrocas llenas de enredaderas. Las escaleras de mármol vieron como sobre ellas se dibujaba un surquillo de restos de arena, recebo y cemento, materiales destinados a resanar los efectos del tiempo y el abandono.
Le siguieron cajas con azulejos, color rosa para el baño de la tía, púrpura para cumplir el sueño de Aida de tener un baño semejante al que vio en casa de los amigos diplomáticos que le compraron el último lote de óleos con vistas capitalinas, verdes con cenefa para la cocina... Tras ellas llegaron más cajas con tuberías, codos, llaves y otros artilugios que servirían para que el agua, detenida en el piso bajo desde hacía veinticuatro horas, subiera de nuevo a las duchas y sanitarios. Cuando terminaron de bajar la última caja y colocarla en el amplio recibidor, Aida aplaudió.
A la mañana siguiente, con un enorme maletín bajo el brazo, llegaba el maestro de obras. "¿Sus herramientas?", preguntó Berenice, tal vez deseosa de iniciar una conversación y sentirse más a tono con la intromisión de un desconocido en su vida, ya de por sí cambiada cuando decidió apoyar a la sobrina - ausente porque era el día que tenía asignado en la Asociación para comprar pinturas -, en su deseo de mejorar de vivienda. Hasta el momento no había pasado de ser una amable solterona, querida por todos en su rinconcito alejado del bullicio. Este salto al "mundo de afuera y la vida en común", la tenía un poco desajustada.
- No, señora, es que no puedo trabajar si no me inspiro con la música.
Justo cuando la tía iba a decir que ella amaba la ópera y los clásicos, que tenía una buena colección y que tal vez se los podía mostrar cuando terminara su jornada, el señor Junco - así le llamaremos, pues no podía ser otro su apellido con tal apariencia - extrajo una reproductora de casetes del bolso, marchó a grandes trancos tambaleantes hacia la cocina, la enchufó a la corriente y apretó una tecla. El sonido emitido fue suficiente para acallar a la anciana, que se retiró a su cuarto con el pretexto de tomar una aspirina, frase solo escuchada por sus pobres oídos, pues ya el maestro cantaba a toda voz mientras preparaba su mezcla.
Cuando llegó Aida cargada de tintas y lienzos en blanco, la sorprendió una música ensordecedora y un albañil ceniciento de puro embarre que le espetó: "Por algún motivo la mezcla no cuaja". Corrió a ver a la tía y la encontró casi llorando, con una bolsa de hielo en la cabeza. De algún modo logró convencerla de que, si ese era el único modo de que el hombre se inspirara a trabajar, más valía dejarlo, pues ya se le había dado la mitad del dinero por adelantado, “además, tía, dónde conseguimos otro antes de que se eche a perder el cemento, al menos él es una persona honrada, porque en toda la mañana no se ha movido de la cocina, las huellas andarían delatándolo por la casa".
- No te preocupes, mi hijita - le respondió Berenice entre sollozos - yo me acostumbro. Si Dios quiere esto acaba pronto.
Se equivocaba.
Primero fue la mezcla que no tomaba consistencia, luego las lozas no se fijaban al piso; más tarde las tuberías, cuidadosamente armadas en compleja maraña, comenzaban a caer en el momento preciso en que recomenzaba a correr por ellas el agua; el tomacorriente de la cocina explotaba y el concierto de Paulito FG, La Charanga Habanera, NG la Banda y Bamboleo no tenía para cuando acabar – en el momento de la explosión, la reproductora se encontraba trabajando con baterías -.
Cuando las puertas comenzaron a cerrarse y a abrirse solas, los objetos a caer de las mesas a pesar de las ventanas cerradas y la gravilla a derramarse de los sacos cerrados, la tía y la sobrina comenzaron a prestar atención a los comentarios del albañil-plomero acerca de que no era su falta de pericia, ni la calidad de la materia prima la causante de tanto desatino: La casa tenía un fantasma.
- Yo tengo un padrino muy bueno - dijo el señor Junco sacándose del bolsillo un montón de collares de cuentas multicolores -. No piensen que escondo la religión, es para que no se me manchen, pero siempre van conmigo.
Berenice trató de balbucear algo ininteligible acerca de la iglesia única del señor, el paganismo, los falsos ídolos y la herejía, mientras Aida sonreía desde el escepticismo inculcado en las clases de comunismo científico. Un Buda de porcelana se derrumbó aparatosamente de su repisa sobre el cubo de mezcla, aunque no corría la más mínima brisa; la puerta de uno de los cuartos superiores se cerró y las tuberías vueltas a colocar en correcta armazón comenzaron a zafarse, casi al compás de las tumbadoras de los Papines, que atronaban desde el cuarto contiguo.
- Decía - carraspeó el maestro de obras -, que si quieren lo llamo. Para asesoría...
Dos cabezas asintieron al unísono.
No más romper el sol, ya estaba llegando el señor Junco con su Padrino, que resultó ser un joven rubio, de ojos claros, con muy poca o ninguna sangre africana en sus venas - en estos lados del mundo nunca se sabe qué ocultan los genes -. El Padrino comenzó por preguntar si no habrían sido los ratones, luego sugirió registrar la casa por si había algún gatito, ratón o pájaro que hubiera quedado atrapado desde el día en que se cerraron las ventanas para evitar que el aire tumbaba los objetos. Un cenicero voló en perfecta trayectoria para estrellarse contra su sombrero, que acaba de colgar en un gancho de la puerta.
- En fin, empecemos - masculló - solo quería estar seguro.
Pidió el teléfono y llamó a una amiga espiritista. Se necesitaba alguien que identificara la identidad del causante de tanto destrozo, él solamente administraba la cura.
La médium, una muchachita de apenas dieciocho años, con un vestidito hecho con medio metro de tela estampada, llegó al mediodía y fue recibida en el portal por una andanada de arena lavada, que se elevó de uno de los sacos en señal de protesta.
- Es un muerto oscuro - fue la frase con que hizo entrada.
Para reponer fuerzas, pues les esperaba un trabajo duro, comieron arroz a la milanesa, cocinado por el Padrino, que resultó ser un experto en cocina internacional. La comida fue servida festivamente en el patio, a la sombra de unas palmas muy simpáticas y seguras - la mata de mangos y la de aguacates fueron desechadas por razones obvias -. Mientras comía a cuatro carrillos, la pitonisa contó que había descubierto sus poderes desde la primera infancia, cuando se dio cuenta que llevaba horas jugando con el espíritu de unos hermanitos gemelos, y no con dos niños vivitos y coleantes. Una vez terminado el almuerzo, que Aida elogió casi excesivamente, pusieron manos a la obra.
Se creó el ambiente propicio, en un cuarto que se despojó previamente de adornos y cuadros, para evitar lanzamientos. Fueron encendidas dos velas y colocado entre ellas un vaso de agua; la muchachita se retiró al baño y reapareció transfigurada, con un pañuelo de óvalos anudado en la cabeza y una mantilla sobre los hombros. "Así es como viene la gitanita", les explicó mientras encendía un tabaco. Poco después, con los ojos en blanco, entremezclando español y caló, comenzó a describirles al agresor: Era un hombre de mediana edad, trigueño, alto, de bigote poblado y complexión robusta.
- Es tu papá, Aidita - saltó Berenice, pero fue mandada a callar con una seña.
- Lleva una camisa de flores y un pantalón color marrón, calza mocasines... - siguió la otra desde su trance.
- ¡Tía, ni loco mi padre su hubiera vestido con una camisa de flores! - protestó Aida - Lo suyo eran trajes de color entero, camisas claras y zapatos de cordón.
- Pero entonces, ¿quién es? - preguntó el Padrino, aprovechando que se había roto la norma de no interrumpir a la vidente.
- Dice - dijo ésta tras una convulsión que obligó a persignarse a Berenice -, que es el arquitecto que construyó esta casa. No quiere que le sigan perturbando. ¡Que se vayan los intrusos! - y con una última contracción, que envidiaría cualquier bailarín de danza moderna, cayó al suelo.
Una vez recuperada, fue despedida entre frases de agradecimiento, tras abonársele un billete de veinte pesos, que tomó diciendo que ella no cobraba por su trabajo, pero necesitaba dinero para ponerle flores a la gitanita. De regreso a la sala, el Padrino se colocó la gorra de oficiante, el maestro de obras sus collares y, entre comentarios acerca de la urgencia de hacer la obra purificadora, pues ya el espíritu estaba sobre aviso y podía tomar medidas extremas, comenzaron a extraer una serie de ingredientes de una bolsa. Para cualquier iniciado serían elementos obvios, pero para la pobre Berenice fueron el motivo para ir a buscar su rosario.
- Necesito una botella - dijo el Padrino.
- ¿Una botella? - palideció la tía mientras pasaba las cuentas de una mano a otra.
- No se preocupe, señora, una botella vacía, cualquiera con tal de que tenga tapa: es para atrapar al muerto, para embotellarlo, si le gusta más así.
- ¿Usted dice, embotellar, como en los cuentos árabes del genio encerrado? - sonrió Aida.
- Pues aunque no lo crea, esas historias tienen mucho de verdad - aseveró el señor Junco, con tal expresión que a Aida se le congeló la sonrisa.
- Es que... - se hurgó nerviosamente la anciana una oreja con un hisopo, descubriendo que perdía audición cuando se lo introducía - con el lío de la mudanza botamos los trastos viejos, no tenemos botellas vacías de ningún tipo. No me atrevo a pedírsela a los vecinos, porque la fama de bruja no me la quita nadie, yo soy recién llegada, imagínese.
Por uno de esos enigmas del destino, todos los ojos se dirigieron a un botellón de cristal soplado, que misteriosamente había sobrevivido a los lanzamientos. Su hermosa tapa esférica brillaba a la luz, lanzando destellos verdosos.
- ¡Ah, no! - protestó ella sin necesidad de que se hiciera algún comentario - ¿La botella que mi abuela trajo de Italia? ¡No! Si tiene que ser así, que se quede el muerto suelto por la casa, porque a mí no me botan el único recuerdo que me queda de ella.
Por toda respuesta, Aida la tomó suavemente del brazo y la llevó al comedor, desde allí comenzaron a llegar dos voces cada vez más altas, una defendiendo el derecho a conservar su amada reliquia, otra recordando los percances de los últimos días, los materiales echados a perder, la cuenta de gastos que se elevaba, los adornos rotos, la obstinación de tenerse que bañar con un cubo en el reducido baño de servicio, la tranquilidad perdida, " y recuerda que hasta que no se terminen los arreglos no se acaba la música a todo volumen"...
Al parecer este último argumento fue más que convincente, porque regresaron a la sala, donde ya los esperaba el Padrino con la botella en la mano:
- Para evitar que el difunto nos la rompa
- Mi tía dice que presta la botella, con tal que después se la dejen donde estaba.
- Allá usted, señora, si se quiere quedar con el genio embotellado, como dice su sobrina... - se encogió de hombros el señor Junco con una sonrisa siniestra.
Lo que sucedió a partir de ese momento, es un secreto vedado a los profanos, sólo diré que la ceremonia fue todo un éxito. Ya está la mezcla fraguando y las tuberías esperan el momento en que el agua corra por ellas. El Padrino le da recetas de comida coreana a Aida, al tiempo que ésta le invita a ver sus pinturas "una noche, con calma, mi obra no es fácil, soy una pintora conceptual". La tía Berenice se abanica en su sillón, con dos taponcitos de algodón en los oídos, dando gracias al Señor por haberla ayudado a encontrar de formas misteriosas el modo de mitigar los sonidos...
Y yo, desde la botella - en mala hora la respeté; tengo debilidad por el vidrio soplado, máxime si es antiguo -, pienso que si no me hubiera dado por molestarlos, no estaría en esta ridícula situación. Cuando las vi llegar me cayeron tan bien, la pintora con sus meditaciones entre inciensos, la tía con sus conciertos de Bach, que pensé que íbamos a ser felices.
Fue la llegada del señor Junco con su polifonía ensordecedora la que me dio por echar a perder los materiales primero y romper las estructuras después - no sabré yo de esos menesteres -; al ver que no se iba, me fui enfureciendo, creo que hasta se me fue la mano con algunos adornos de la viejita, pero es que la música tan alta me exaspera...
Si hubiera tenido paciencia, ya estaríamos libres de él. Quién me iba a decir que el muy condenado era un iniciado en la Santería.
Entre tanto, es evidente que la pintora se ha enamorado del Padrino. Éste le está diciendo que le encanta el rock - a mí que las tumbadoras me daban migraña -. Ella, con tal de complacerlo, le dice que no puede vivir sin Pink Floyd, Queen, Black Sabath y sabe Dios cuántos grupos cuyos nombres no comprendo, pues su inglés no es muy bueno. Él le sonríe embobecido y la tía, gracias a sus algodoncitos, ignora la conspiración que se está fraguando a nuestras espaldas.
Por eso decía lo de los tonos de verde, aunque aquello parecía no tener que ver con el resto de la historia...
Ahora el único tono con el que veo el mundo es el del cristal de la botella.
*De Marié Rojas Tamayo.
-Del libro “Tonos de verde”, ed. Drac, Mallorca 2004 (reedición 2005)
-Adaptado para la televisión cubana, espacio “El cuento”, finalista del Festival de cine, radio y TV.
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*De ELSA HUFSCHMID. elsahuf@yahoo.com.ar
Ya falta poco
"Existo como soy, y con eso me basta,
y si nadie lo nota
me doy por satisfecho, y aunque todos o uno
lo noten, también me doy por satisfecho."
Walt Witman.
Solo días te faltan, algún minuto,
de algún 31, de algún diciembre,
parirás, remanido segundo milenio.
¿qué sangrante monstruo saldrá
de tu vientre?
Tu alarido desgarrador se multiplicará
en la intimidad del arenal,
en cada ínfimo átomo de aire.
Temblará la tierra de Sarajevo
recién fertilizada con huesos y sangre.
¿Parará un segundo la hambruna universal?
Los poderosos ¿buscaran en su interior,
con la secreta esperanza
de hallar una víscera útil?
O simplemente entraremos al 2001
con toda esta magra y sucia realidad.
Con esta profunda y guardada expectativa
de cambiar algo.
Algo, aunque sea muy pequeño, mínimo.
Le exijo a la vida me permita
participar de algunos de estos cambios.
Le ordeno a mi corazón salir indemne
de este parto cercano.
.................................................
Hace diez años que el milenio parió,
Que parió guerras, muertes, sangre, hambruna.
Mi corazón indemne, pero más viejo, todavía espera.
Los poderosos siguen escondidos, enviciados.
Los pueblos arrastran su dolor, y esperan.
¿Hasta cuando?
2009
La muerte inaugura el nuevo año.
Aquí los pájaros acunan mis oídos.
El tic-tac del reloj marca el silencio.
Amanece el primer día.
Debajo de mis pies la tierra se estremece,
del otro lado del mundo los misiles
vomitan sangre inocente.
La guerra no para su trajín de horror.
La muerte se pasea inmutable por los bosques,
las verdes llanuras se opacan,
las ciudades se derrumban,
los niños no ríen, los hombres no viven,
las madres desangran,
los poderosos se eclipsan.
Los jóvenes soldados piden perdón
y matan.
Mañana serán ellos los muertos.
Se encontraran con su Dios
preguntando ¿Por qué?
¿Por qué?
Abandono
El duende de los poemas
se fue.
Abandonó mi espíritu
huyeron las metáforas
sin aviso.
No encuentro el motivo del canto,
ni me conmueve el dolor,
ni el color.
Se agranda el gris vacío,
no se escucha mi grito,
mi decir.
qué de los árboles en flor
qué del anciano solitario
qué del amor.
Baladíes y tontos fraseos
acuden atropellados, inútiles,
lastimosos.
Sólo me queda esperar
inquieta, melancólica,
iracunda.
Volverá cuando me extrañe,
lo recibiré radiante
plena.
Y cantara mi lápiz
retozará mi corazón.
Hoy...
Mañana...
Angustias
Cansados de pobrezas
mis ojos luchan por mirar.
Extendidas y tibias
mis manos buscan amor.
La piel se eriza, palpita, se hiela,
el corazón repica, se aquieta.
De pronto la sangre corre loca,
ruge, se calienta.
La mente me insurrecta,
me traiciona,
me convence.
La vida me muestra sus dolores,
sus bellezas,
sus magníficos ritos
en cada milímetro del sol.
A veces me asfixia
para después llenar mis pulmones
de aire fresco y aromado.
El universo sigue sus giros
retumbando en mis oídos.
Trato de ser feliz,
A veces lo consigo.
Otras, el llanto lava mis intenciones.
Certeza
Un desafío a mis dudas,
amarte...
necesitarte...
Un desafío a mi corazón.
Reto a mis incertidumbres.
El raro desasosiego de los anocheceres,
mi espalda desnuda de tus abrazos,
desprotegida...
desangrada.
Un desafío a mis convicciones.
La soledad es buena compañía.
Sin amor se vive igual.
Palabras...
Palabras.
Falta la tibieza de una mirada,
las manos trasmitiendo calor
una palabra justa que llene un vacío
tu presencia, allí, al alcance de mis ojos.
El sutil, invisible, hilo que nos sujeta.
La distancia que trasparenta emociones,
sensaciones y pensamientos.
Y esas dudas se desvanecen
se van apagando una a una.
Incitan...
apuran...
exigen el regreso.
Decisión
Estoy al borde del precipicio de tus ojos
siento que balanceo el cuerpo.
Mis pies descalzos sufren las púas de las piedras,
mis manos sangran, apretadas, tensas.
Hay en mi pecho un golpeteo de tambor rojo.
Baña mi boca un sabor a flores, a vida, a miel.
Y me duele mirarte
y no quiero.
Pero el huracán me empuja.
Y me dejo caer blandamente.
Milagro
Quiero mirar la tierra embarazada,
que crezcan sus ubres generosas
y entregue sus frutos ya maduros
en su parto anual y prodigioso.
Quiero ser parte del milagro
de las vides y sus racimos,
del sol repitiendo trigo.
Sin apuro
Allí donde se frota el frío
Allí llegó, con agujeros en las manos.
Vacías de amor y todo intento.
También hasta allí llegué yo,
portadora de calor
broche de amor tapador de tajos.
Allí llegué y allí quedé.
Sin apuro.
Esperando.
Trono para el pan
El apabullante azul del cielo
quedó atrás.
El viento sur traía, a horcajadas
los distintos grises
de las nubes cargadas de agua.
La tierra sedienta y dura
esperaba.
En su vientre, las semillas
negaban su brote.
El rugido de un trueno
anunció la lluvia.
Se abrieron las compuertas
y el bendito torrente
llegó por fin.
Los surcos absorben golosos.
Ya vendrán los días de partos verdes.
Y llegará el amarillear de granos.
Y el mantel, será trono para el pan.
Bahía Bombihnas
Como hilachas de blancas manos
sobre un inmenso teclado,
las olas avanzan sobre la arena.
Un mudo allegro vivace de Schubert
se diluye lentamente en la orilla.
Pero ya vuelven.
sigue el concierto
y seguirá por siglos.
Algunas veces las manos hilachas
golpearan con bríos el teclado
otras en suaves y somnolientas
notas, se dejaran mecer entre caracolas.
En esta pequeña bahía, el mar,
invade los sentidos,
su continuo murmullo musical
aquieta la sangre, serena el corazón,
y la respiración marca el compás.
Lluvia
Trazos de relámpagos entre nubes negras
retumbar de truenos.
Montada en el viento llega la tormenta.
Presurosa busco refugio en la casa.
Aseguro puertas, cierro el ventanal.
Ya la lluvia golpea con fuerza
ruge el viento arisco como animal salvaje.
El agua desborda los declives.
La tierra toda se abandona a sus caprichos.
Gozosa baña los árboles, penetra hasta sus raíces,
sabiéndose bienvenida.
Detrás de los vidrios la miro, envidiando
su fuerza, su desparpajo, su libertad.
Sabiéndose indispensable, juega,
se abandona blandamente al abrazo
de los pastos secos, del verde sembrado.
Sus ruidosos diques se alejan.
Ella corta sus juegos y los sigue sumisa.
Viajan hacia el norte.
Allá la esperan.
Con ansias, con sed, con bendiciones.
Seguiremos remando
Todo se volvía gris esa tarde de lluvia.
Caprichosamente las nubes se descargaban.
No había viento para llevarlas al norte.
El aburrido ritmo que las gotas inventaban
languidecía el jardín.
Los colores se apagaban.
Agotadas, las nubes cerraron sus grifos
y lentamente nos abandonaron.
Un amago de viento movió las hojas,
las gotitas de agua que las orlaban
cayeron en la tierra empapada.
Tenues hilos del sol insistían en asomar.
Como en la vida, el ciclo se repetía.
Después de la tormenta, que nos estruja,
siempre aparece el rayito de luz.
Y volvemos a hundir los remos
para avanzar en éste mar impetuoso
que es vivir.
Tengo miedo
Se va adentrando lentamente
entre mi piel erizada
y mi carne castigada.
Duele, quema.
Miedo es el nombre. Miedo.
Que no me quieras,
que no me nombres,
que se escondan tus manos,
que se apaguen tus ojos,
que se hiele tu boca.
Y siento el miedo rastrero
envolverse en mis piernas.
Gelatinoso y caliente
invadir mi vientre
apretarme el pecho
ahogar mi grito.
Ya es tarde.
La sombra del miedo tapó el sol.
Solo para canosos
¿Te acordas los jironcitos de algodón?
Marchaban con el viento norte.
Son babas del diablo,
decía la abuela.
Colgaban en los altos pinos
inventando cabelleras.
Se escapaban
de toscas manos cosechadoras.
Dejaban sus blancas y mullidas cunas
y partían
a formar bandera con el celeste del cielo norteño.
Perseguían las estelas de vapor
de los trenes
y se topaban, de golpe, en las ciudades
con edificios que intentaban espiar dentro de las nubes.
Nuestras fantasías infantiles se colgaban de sus colas
intentando saber donde posaban.
En cual nido entibiaban pichones.
En la gruta de qué ogro se reunían
con las brujas voladoras.
¿No se habrán quedado a vivir enredados en nuestros cabellos?
Elsa Hufschmid
Mi nombre es Elsa Hufschmid.
Nací y vivo en Santa Fe- Capital, un 8 de diciembre del milenio pasado.
Escribo por que me gusta, es una forma de comunicarme.
Participé en las antologías: "Los juegos del Tems" editada por la U.N. L. Año 2000;
"30 Aniversario" de S.A.D.E. Santa Fe, año 2006; "Letras Argentinas de Hoy" año 2006;
"Sueños y Magia del Colorin Colorado" editada por La Cámara de Diputados de la Provincia de Santa Fe, año 2006; "Arenas de nueve cantos" editada por escritores santafesinos, año 2008.
Coordino, desde hace 7 años, el taller literario "La Madeja", dependiente de la Biblioteca Popular del Centro Español.
-Fuente: Cuadernos y Palabras nº 6
*Cuadernos y Palabras. -Colección LuzAzul- es una Edición Cooperativa de los Autores
-Coordina: Oscar A. Agú. oscarcachoagu@yahoo.com.ar
Había otra vez...*
*Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO Wikileaks no ha filtrado aún cables top-secret entre J. K. Rowling y Stephenie Meyer pactando noche de amor entre el mágico Harry Potter y la crepuscular Bella Swan. Pero -falta poco, falta menos- todo llegará.
Mientras tanto, los suplementos culturales de ABC, El País y La Vanguardia de la semana pasada dedicaron tapas y abundantes páginas al boom de la "literatura infantil y juvenil", al libro como nuevo objeto de deseo juguetón y al crossover de novelas y relatos de moda que vuelan por los aires y muerden el cuello de ese lector fronterizo entre el moco y el acné, entre el hábil manejo del florete y el escote revelador y el beso apasionado. "A leer que se acaba el mundo" parece ser el mandato. Y abundan
por todas partes las voces conmovidas ante el paisaje de pequeñuelos entrando a librerías para comprar libros en los que el lobo feroz ha dado paso al atlético hombre lobo y de grandulones en busca de algo que los aleje del mundanal ruido y los devuelva a aquel tiempo en el que todo era tan fácil y el único castigo posible era el de irse a la cama sin postre sabiendo que el postre -como el dinosaurio- seguiría estando allí a la mañana siguiente.
DOS Pero la lectura de los suplementos antes mencionados revela -por debajo de tanta epifanía- la felicidad desesperada de los muy golpeados por la crisis de editores y libreros que se aferran, ahora, al madero que salió de ese árbol con el que se fabrican tanto libros como árboles de Navidad. Y, sí, Papá Noel y los Reyes Magos no existen, pero los números no mienten: en el 2009 el consumo de ficciones para pequeños y no tanto creció un 11,9 por ciento en volumen y un 11,4 en valor. Ni más ni menos que casi el triple que el total del sector del libro con respecto al año anterior. El asunto no es estrictamente español. Es mundial. Y, otra vez, "¡Campanas al vuelo! ¡Los niños vuelven a leer! ¡Felices fiestas!" Una explicación menos lírica del fenómeno y, me temo, más ajustada a la realidad, tiene que ver con el hecho
de que el objeto/máquina libro lleva el estigma de ser lo primero que se sacrifica en el nombre del ahorro pero, también, sigue siendo más económicamente unplugged que una Wii a la hora de cumpleaños mortales y divinos. Y otro detalle a tener en cuenta -y por el que todos los implicados parecen pasar de puntillas- es el de, ok, se lee más pero... ¿se lee mejor?
O para ser más claro: ¿se leen los mejores libros o, apenas, los mejores productos? Desconozco el volumen de ejemplares que siguen facturando nombres como los de Heathcliff, Holden Caulfield, Huckleberry Finn, Ahab o Padre Brown. Quiero imaginar que es una cifra saludable que se mantiene vigorosa y estable más allá de las modas. Y que, cuando el viento de la Historia y de las historias arrastre lejos a chupasangres de pómulos marcados y a niños con pijama a rajas, todos ellos seguirán allí: perdidos en New York, naufragando en el Pacífico o flotando por el Mississippi, corriendo entre
nieblas eternas aullando "¡Catherine!" o levantándose la sotana para correr más rápido tras Flambeau.
TRES Después, enseguida, está el tema de por qué los jóvenes lectores de hoy prefieren hechizar en castillo o beber sangre antes que salir al camino y comerse el mundo. Y hubo un tiempo en que uno abría sus primeros libros (en realidad los abrían los padres para leerlos, para que los memorizáramos,
para que pudiésemos recitarlos palabra a palabra) y de allí brotaban princesas y brujas y dragones. Después, la fantasía de los cuentos de hadas quedaba atrás para ser suplantada por jóvenes a los que se les abría la puerta para que salieran a jugar al juego de la realidad: Heidi y Tom Sawyer, las Mujercitas y los Hombrecitos, el tesoro de Long John Silver y el Nautilus del Capitán Nemo, y acaso las primeras grandes novelas inquietantes con la que nos cruzábamos: la desenfrenada Cumbres borrascosas de Emily Brontë, El conde de Montecristo de Alejandro Dumas y la muy irónicamente titulada Grandes esperanzas de Charles Dickens, donde ya se nos advertía de los inflamables riesgos del amor y de los dolores del crecimiento y de la sed de venganza como fuerza existencial. Y -con las tormentas de la pubertad y de la adolescencia- se accedía a la duda y el sentirse irreal ante la realidad. La voz insatisfecha del ya invocado Holden Caulfield en El guardián entre el centeno siendo expulsado de su colegio, casi enseguida, irse a cuestionar a todo y a todos con la ayuda de Hamlet, El extranjero, El
lobo estepario, los escolares náufragos de El señor de las moscas y los viajeros insomnes de En el camino, el nuevo rico en caída Jay Gatsby o el aristócrata que se iba por las ramas en El barón rampante. Gente complicada, gente como uno, gente que no creía en monstruos pero sí en la monstruosidad acechando en las sombras de sus propias almas.
Pero no hace mucho algo muy extraño ocurrió y los jóvenes -acaso necesitados de huir de los compromisos y demandas del mundo exterior- decidieron cambiar los términos de la ecuación y optar por el sentirse muy reales y tanto más seguros dentro de un contexto absolutamente irreal.
Bienvenidos a Hogwarths o a Bon Temps o a Forks y, sí, por si no lo sabían: la juventud es una edad terrorífica.
CUATRO No se culpe a J. K. Rowling. Ella no fue más que una madre en apuros que, sin imaginarlo, desencadenó uno de los éxitos editoriales más impresionantes de los últimos tiempos. Con la creación de Harry Potter, Rowling fue celebrada como la responsable de que los jóvenes volvieran a leer, pero también condenada como la culpable de que los jóvenes leyeran sólo a Harry Potter o a algún derivado de su receta. Y ahí seguimos. Harry Potter sigue facturando (siguen llegando niños a su fiestita), la camarera sureña Sookie sigue apretando con su novio no-muerto en True Blood pero, básicamente, lo que interesa y lo que se desea es descubrir al próximo alumno estrella de esa academia brujeril o a los siguientes colmillos afilados que salvarán a ese editor que se jugó por aquel manuscrito al que todos rechazaron. Y la historia suele contarse con la misma sonrisa de la nueva súper-modelo que recuerda frente a las cámaras lo fea y larguirucha que era en su adolescencia (es decir, anteayer) y lo mucho que se burlaban de ella las despiadadas cheerleaders de su secundario en un pueblo llamado Bad Vives o algo así.
CINCO Lo que nos devuelve a lo del principio: al tesoro enterrado y al retrato en el altillo. Lo del crossover y todo eso. La piedra filosofal y el vellocino de oro del mundo editorial. El arca perdida que todos buscan. El espécimen apto para todo público y que, además, resista el paso de las generaciones en el tiempo y de la degeneración de lo in y lo out. Y el puente entre lo infantil y lo adulto será siempre un puente sobre aguas turbulentas y aquellos que no se quedaron a mitad de cruce o se cayeron al agua y se ahogaron se cuentan con los dedos de una mano. ¿Salinger otra vez?
¿Matar a un ruiseñor? ¿Tolkien? ¿Fahrenheit 451? Hay más, seguro. Pero no hay muchos más... De ahí que algunos más o menos listos hagan trampa por atajos en botes inflables (John Grisham acaba de lanzar una serie de thrillers legales con héroe adolescente) o busquen refugio en fulgores del pasado reflotando personajes clásicos en contexto moderno. Y no olvidar nunca el neo-gótico hormonal de autoras como Anne Rice y V. C. Andrews bastante antes de que todo esto fuera milagro y de que las alucinaciones de Bret Easton Ellis devinieran en las consumiciones de novelitas basadas en la serie Gossip Girl.
Y, de acuerdo, hay y -de solidificarse el síntoma- siempre habrá algo de conmovedor en la postal de padres e hijos leyendo y compartiendo y comentando el mismo libro. El problema -editores del mundo- es qué pasará si ese chico nunca llega a leer Madame Bovary porque su heroína se aburre. Y si ese adulto decide que Anna Karenina tiene demasiadas páginas y mucha realidad y opta por su recién aparecida versión robótica, Android Karenina -que, me dijo alguien a quien respeto o a quien respetaba- "no está
nada mal".
Las fórmulas mágicas, las recetas perfectas, suelen venir escritas con letra pequeña y cláusula que todo lo altera. No olvidarlo nunca: los guapos vampiros diurnos de la saga Crepúsculo vivirán, siempre, habitando una eterna adolescencia. Es decir: se la van a pasar yendo al colegio por los siglos de los siglos y leyendo los mismos libros, obligados por un profesor de literatura que alguna vez -en otro planeta, cuando era tan real y realísticamente joven- soñaba con escribir esa Gran Novela Americana para Grandes Lectores, sin importar su edad.
*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-159034-2010-12-21.html
Se trata de*
O más irrisorio
o menos irrisorio
o tan irrisorio
como cualquier otro culto
este culto:
sólo se trata de
adorar.
*De Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar
Correo:
Walkala*
http://galeria.walkala.eu/v/bilder_fuer_komponisten/trio_expan_bruno_strobl.jpg.html
Anduve hurgando, recorriendo su mirada y a través de la misma, su pintura. Un regocijo de color, de locura por re inventar la vida, siempre -a pesar de todo-
Gracias por permitirnos conocerlo
*María barmaria@ciudad.com.ar
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