*Obra de
Walkala. Luis Alfredo Duarte Herrera (1958-2010).
-En Aurora
Boreal. Walkala: un homenaje in memoriam
NI FLORES NI
VERDURAS*
Este es el
otrora campo fértil,
donde vuelan
todos los días
desmesuras y
piedras por el aire.
No es que me
distraiga, no es
que me demore;
estoy tomando
mate y rondando
a paso lento.
No es sencillo
comenzar o seguir
cuando el
horizonte no se ve y el
extraño
presente está hundido.
Lo demás,
pueden leerlo en el aire.
Ahí también
está, sin ir más lejos,
el mapa
ilustrado de esta historia.
*De Eduardo
Dalter. eduardodalter@yahoo.com.ar
A CEBOLLA Y AJO Y A UN TARRITO DE AGUA DE LLUVIA…
LAS NUBES*
Para Toto
Míguez y Roberto Vega
Las nubes en
aquel tiempo viajaban como algodones sobre el alto cielo al capricho del
viento.
A veces eran
muy blancas y a veces iban como sucias y anunciaban las lluvias. Si mirábamos a
lo alto, inevitablemente encontrábamos caprichosas figuras sobre las cuales no
siempre coincidíamos.
Si nos
acostábamos sobre la gramilla que era rala en invierno y muy profusa en los
veranos, podíamos ver otras cosas. Los pájaros, sobre todo o la luz del sol que
las hojas y los gajos de los fresnos o los paraísos filtraban dándonos al
rostro una coloratura extraña y que podíamos calificar también de
fantasmagórica.
Si lo hacíamos
a pleno aire y sol, es decir sin otro obstáculo entre nuestra mirada y esa
lámina chata veíamos el vuelo de los pájaros. Algunos volando muy bajo, como
las calandrias, los gorriones o los tordos, pero había otros como las tijeretas
o las golondrinas que comenzaban sus vuelos muy bajo, pero que iban
espaciándose de a poco, en forma tal que su alejamiento de la tierra era
percibido luego, cuando formaban puntitos negros, apenas móviles, hasta
desaparecer en esa distancia que era razonable pensar como “la inmensidad”,
según alentó en versos sublimes aquel poeta inolvidable que fue Jaime Dávalos.
Esto tuvo que
ver en otro tiempo, no creo que la infancia de hoy en los pequeños pueblos se
viva de ese modo tan íntimamente con la naturaleza relativamente domesticada
que nos tocó.
De aquella
barrita desmañada sólo quedan en el pueblo dos firmes y queridos exponentes.
Porque “los otros vinieron luego”, como certeramente escribió Héctor Negro.
Lo bueno es que
a veces nos solemos juntar; todavía tenemos ganas de vernos, y cuando eso
sucede, es decir estar ante un asado y un tinto, fluyen las anécdotas como si
el tiempo no hubiera pasado, y estuviera detenido en la sierra penetrante de
las cigarras que seccionaban el verano sin siquiera hacerse ver entre las ramas
y las hojas increíblemente verdes de los fresnos. Cualquier motivo entonces es
bueno para seguir con los recuerdos o alguna anécdota compartida que cada cual
cuenta según su recuerdo o la percepción que le quedó de aquel suceso tan
remoto que sale cálido de las cenizas que albergaron brasas rojas y que son en
las manos como gemas guardando su fulgor. Ese fulgor que nos ponía alertas en
los amaneceres de verano, cuando el sol asomaba ya casi quemando en ese cielo
limpio y nosotros nos juntábamos con nuestras tramperas para cazar pájaros,
listos y de pronto en caravana hacia el campo, donde los pechitos colorados se
tiraban en la banda amarilla de los trigales que pronto sería hollado por las
“fauces hambrientas de las trilladoras” con sus perros y su carrito aguatero.
Esas mañanas
que desde la retina niña nos aparece como la huella más indeleble que guarda la
memoria.
*De Jorge
Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
Pastillas de
Amor*
*Por Cabeza
de Apio.
En la
adolescencia me prestaron un libro de Lobsang Rampa, y me gustó…tanto que
compré los seis libros publicados incluyendo el que había leído…
Y hasta logré
hacer los viajes astrales, que eran tan seguidos que mi cordón de plata era uno
de los más brillantes…
En el barrio
había muerto una pareja de viejitos, con diferencia de poco tiempo, primero le
tocó a la señora y al mes él, no mucho después de cumplir los 60 años de
casados…
Los comentarios
de vecinos en general mencionaban, que don Raúl había muerto de pena, de amor,
al no poder superar la terrible pérdida…
Tenía que hacer
un viaje para hablar con ellos…y fue mi primer viaje al cielo.
Me costó un
poco pero pude encontrarlos entre tanta gente a Doña María y Don Raúl, lucían
unas túnicas blancas de terciopelo y unos aros suspendido sobre sus cabezas de
unos veinte centímetros de diámetro, al verme se lamentaron mucho, hasta que
les explique que estaba de paso.
Hablamos un
poco de chismes de barrio y fui puntualmente al tema, de la muerte de Raúl…
No podían para
de reírse, cuando se calmaron un poco, María me contó que cada mañana ella le
preparaba los medicamentos y controlaba los horarios de las tomas de Raúl, y
que como ella se fue primero, él los tomaba cuando se acordaba o directamente
no los tomaba, eran para la circulación, presión, diabetes, corazón, ácido
úrico y para la memoria…
Me mandaron
saludos para sus ex vecinos y me pidieron que los dejara pensar que la pasión
existe...
Pero María fue
terminante… "el amor no mata, la dependencia si"…
*Cabeza de Apio
2015
Desencuentros*
Esa que vuela,
nada y anida en mi caudal
busca su doble,
la que tiene manos y pies.
Quiere comer
con su sabor los frutos que ella elija.
Palpar los
plumajes / la corteza / la fría piedra...
Saber el aroma
de la tierra cuando la lluvia comienza.
Quedarse con su
lágrima indecisa.
Ser líquida y
correr por sus arterias.
Tal vez se
equivocaron en su especie
y pueda darse
un día ese encuentro
de quien ha
soñado ser de agua,
con este otro
ser
que no sabe por
qué
ni para qué, le
regalaron una nostalgia
que no ha sido
elegida
y no encuentra
su lugar.
*De Miryam
Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
MATERIALISTAS*
He de reconocer
que últimamente descubrí que soy una mujer apegada a lo material. Lejos de
bastarme el disfrute de las palabras dichas y escuchadas, el placer de las
imágenes únicas que se recogen en los atestados ómnibus o las veredas
transitadas. Lejos, digo, de bastarme el placer de ser testigo de estas
magnificencias del espectáculo de la vida, intento obcecadamente llevar estas
impresiones efímeras al papel, la madera tallada, incluso a la humildad de un
postre a tres colores armado en una copa de vidrio.
Porque no me
basta ser testigo del transcurrir del mundo, he descubierto que deseo hacer
muescas en él, detenerlo un momento, añadir algún signo sobre la roca muda.
Y he
descubierto que recelosa de los abrazos y las efusiones notorias, debo
construir un alhajero para Ross, empanadas dulces para Gabriela, un postre
suculento para Alfredo, un posapavas de intrincado mosaico para Mandy.
Tengo que urdir
una cazuela para Rodolfo y Guillermo, un texto convergente para mi madre. Y
tengo que, necesito, construir una mesita junto a Myriam, martillándonos los
dedos llenitos de torpezas.
Hacer y hacer
para otros, esa es la encontrada felicidad de estos días. Cortar las cerámicas
halladas en la calle con mi pinza anaranjada, resonar a la noche con mi
martillo guiando a la gubia contra la veta de la madera.
He descubierto
en este tiempo mi gran propensión a los objetos, mi eterna necesidad de belleza
en ellos. Como los hombres del Paleolítico, que con necesidades, con cortas
vidas, con innumerables trabajos y luchas en sus jornadas, tallaban un
pajarillo innecesario en el mango de su arma de hueso. Como los aborígenes que
no solamente se resignaban a modelar utilitarias tinajas de barro, sino que las
fabricaban maravillosamente armónicas y exquisitamente decoradas.
He descubierto
en estos días que tengo tanto por hacer, tan poco tiempo, y que los días se
escurren entre los dedos.
Veo a Gaby
amasando la harina con la levadura fragante, ocupación que remite a los siglos
y la historia, a la otra Gaby regalándonos un banquete de verduras sabrosas
sabiamente asadas a la chapa sobre brasas, veo a Silvia pintando un mandala que
girará en el aire, a Alfredo en soledad escribiendo para todos nosotros un
cuento.
Madera, tinta,
pinceles, ingredientes. Palabras que no me remiten al trabajo obligado sino a
poesía. Ni mariposas ni alondras ni rosas en los versos de mi vida hoy.
Cinceles, cedro, vidrios estallados en pequeños fragmentos de luz, cebollas y
manzanas verdes.
Dando un salto
acrobático, una voltereta en el aire, puedo decir de mis amigos que sí, que no
hay dudas, que estamos transidos de materialismo.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
*
La lluvia es un
prolegómeno de la memoria.
andan bajo el
día pares de enamorados que son el
epílogo
sustancial de la alegría.
y qué lindo
verlos ocupar con sus raquíticos cuerpos
el largo y
ancho de todas las plazas.
no pueden
aunque quisieran dejar
espacio para el
vendedor de pochoclos
que tiene que
estar empujándolos para pasar con
su carrito
porque vencen los impuestos y hay que
pagar en
efectivo y todas esas cosas del mundo y
sus containers.
pero qué importa piensan los enamorados
que viven a
cebolla y ajo y un tarrito de agua
de lluvia. y
qué lindo, pienso, verlos devorando el paisaje
como si fueran
jabalíes que desconocen las
palabras arrivederci y hasta pronto. una
hoja de
árbol puede ser
más trascendente que un tratado de
cetología. y
ahí, como toda prueba, los enamorados
que hacen nido
en cada palabra, que contestan pío pío
cuando uno les
pregunta la hora/
*De León
Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar
Canción sin
empleo*
*Por Miriam
Cairo. cairo367@yahoo.com.ar
Me pregunto si
los hombres del alto horno,
si las
cosmetólogas,
si el muchacho
de la tintorería,
si el médico
pediatra,
tienen tiempo
de pensar en todo lo que yo pienso
mientras llevo
mi carta de presentación para pedir empleo.
Me pregunto si
ellos escriben las imágenes
que construyen
los miedos y las asombros.
Si tienen
madrigueras,
o casilleros
personales,
o taco
calendario donde guardar metáforas.
Me pregunto con
qué dos conceptos fundamentales
construirán sus
pensamientos metonímicos.
Me pregunto
cómo hacen los contadores nacionales,
los tesoreros,
para sofocar su
generosidad.
Cómo harán las
azafatas
para no
apropiarse de los sueños ajenos
mientras
vuelan.
Cómo harán las
extraordinarias luminarias del fútbol
para
sobreponerse al deseo de despojarse
de tan
desaforadas fortunas,
cómo harán los
editores
para no alzar
la rosa contra la fría noche que se atreve.
Me pregunto si
cada mañana el alcalde de la penitenciaría
tendrá que
luchar contra sus tristes pensamientos.
Si el boxeador
expulsará a golpes
la actividad
constante de su conciencia.
Me pregunto
cómo hacen para hablar los periodistas
y los
locutores,
sin sucumbir
ante el deseo de permanecer en silencio.
Me pregunto de
dónde sacan ánimo los tenistas
para no
vencerse a sí mismos.
Me pregunto
cómo acomodan todos ellos sus pies en el mundo
y cuáles son
las razones que los hacen sentirse parte de él.
Me pregunto a
qué pruebas extremas se habrán sometido,
de qué
interrogatorio despiadado habrán salido indemnes,
qué
conocimientos superiores habrán desarrollado,
a qué horas tan
tempranas abrirán los ojos
para merecer la
recompensa de un puesto de trabajo.
Me pregunto
cómo han hecho los farmacéuticos para vender
y no regalar
remedios.
¿Reconocerá el
operador de mercado
a los otros
seres que habitan su pensamiento?
¿El computista
estará en sintonía con sus misterios?
Me pregunto si
los trabajadores
tienen que
esperar la hora del refrigerio
para pensar que
su estar en el mundo
no es un hecho
meramente topográfico
ni productivo,
sino que es
fundamentalmente
un estar
humano.
¿Cómo harán
para acallar sus asaltos cenestésicos
en medio de las
tareas cotidianas?
¿Serán
compatibles el pragmatismo
y la inanición
del pensamiento continuo?
¿Sabrá el
soldador que nunca está sólo en su pellejo?
Me pregunto si
todos tienen un horario para ser ellos mismos
y un horario
para ser lo que les indican otros.
¿Podrá el jefe
de personal ser lo mejor de sí sin perder autoridad?
¿Podrá el
estibador cargar la noche sobre los hombros?
¿Habrá un modo
de hablar
que no se
confunda con la dulce voz de las camelias?
¿Será posible
ser una misma y ser otra y otra, bajo el mismo nombre,
sin que esto
cause sospechas al empleador?
Me pregunto si
hay tiempo de pensar qué diferencias separan
al hombre del
hombre,
a la mujer de
la mujer,
a la mujer del
hombre,
y si ese tiempo
de pensar es un trabajo,
y si ese
trabajo puede dar de comer.
*
Pobre de aquel
que niega la
certeza del abismo,
del que no teme
otra cosa
que al llegar
la mañana
lo encuentre
despierto.
Pobre de aquel
que no ha visto
en los espejos,
las máscaras
de sus
monstruos
habitar piel
adentro.
Pobre de aquel
que no ha
caminado
en sus
infiernos.
*De MARIANA
FINOCHIETTO. mares.finochietto@gmail.com
Blues de un
dolor apaciguado*
Caen gotas de
noche sobre la soledad de los zapatos.
*De Cristina
Villanueva. libera@arnet.com.ar
***
INVENTRENhttp://inventren.blogspot.com/
PLUMAS EN LA
LUNA*
(De la
Estación Lucas Monteverde – Ferrocarril Provincial)
Vivía yo con mi
familia en un clásico barrio, cercano a las vías del tren.
Todas las
tardes, al volver de la escuela y después de la merienda, nos juntábamos los
chicos de la cuadra.
Todos
guardábamos en algún bolsillo un pedazo de torta, algún bizcocho, o simplemente
un pedazo de pan. Y para allá corríamos a la tapera de Pancho, debajo de un
árbol al lado de las vías.
Pancho era el
linyera, el “croto”, como le decíamos en mi infancia, que todos queríamos y
para él vaciábamos nuestros bolsillos.
Debajo de una
descuidada barba, que podría ser blanca, sus mandíbulas, con increíble y buena
dentadura, trituraban con fruición los dulces, mientras convidaba trocitos a
sus cinco compinches, cinco perros flacos y pulguientos que lo acompañaban en
sus aventuras por las calles de la ciudad y cuidaban de las estrafalarias
pertenencias de Pancho.
Alto, flaco,
algo encorvado, de caminar lento, ojos claros casi escondidos bajo las tupidas
cejas, de largos cabellos atados a la espalda con un piolín, Pancho tenía una
mágica atracción para nosotros. Sentados en rueda a su alrededor, escuchábamos
sus relatos y nuestra imaginación se regocijaba con las aventuras que nunca
pusimos en duda. Si el tema era estar frente a un león, en plena selva,
creíamos en sus poderes de hacerlo volver a su guarida sin chistar.
Antes que oscureciera,
nos despedíamos de Pancho, asintiendo a su orden de portarnos bien y hacer los
deberes.
Una tarde, lo
encontramos ocupado en raros artefactos de alambre que, nos dijo, serían alas
para volar hacia la luna. Nos pidió le lleváramos plumas, y al otro día, todos
los chicos aportamos una buena cantidad de ellas.
Las gallinas se
habían alarmado de nuestro ahínco en limpiar de plumas los rincones, y alguna
de las pasaban cerca, sintieron los manotazos.
En mi casa no
había gallinero, pero abuela Sofía, como buena idish, tenía un acolchado de
plumas que trajo de su país, que misteriosamente quedó menos abultado.
Durante una
semana asistimos y aportamos a la realización de las grandes alas que ya tenían
buenas formas.
Una fuerte
tormenta nos mantuvo en nuestra casa, y al otro día, cuando llegamos a la
tapera, sólo encontramos algunas plumitas embarradas y los perros, que nos
saludaron con alegres ladridos, mientras comían lo que había en nuestros
bolsillos. Pancho no estaba, tampoco las alas.
Volvimos durante
unos días, en especial llevando algo de comer a los perros, que ya no eran
cinco. Algunos también nos habían abandonado.
Mamá, notando
mi tristeza, una noche de luna llena me invitó a mirarla, y descubrimos las
barbas de Pancho. Me alegró mucho saber que había llegado.
Hoy, ya hombre,
intactas mis emociones infantiles, levanto mis ojos hacia la luna y mi corazón
se comunica con Pancho, alejando por unos minutos los ingratos sucesos de este
siglo XXI, cada vez más agobiante.
Comparto la
ilusión con mis dos hijos que olvidan sus guerreros y monstruos electrónicos y
apaciguan sus fantasías escuchando, por enésima vez, alguna de las aventuras de
Pancho, que ya incorporaron a sus recuerdos. Por supuesto que conocen de los
cráteres de la luna y su gaseoso entorno, pero nos entibiamos el espíritu y por
unos minutos vemos las barbas, y tal vez, algún guiño de Pancho, que todavía, a
pesar de los años, deja deslizar alguna plumita, que encuentro debajo de un
árbol o posada, etérea, sobre las violetas del jardín.
*De Elsa
Hufschmid. elsifumi@yahoo.com.ar
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INGENIERO WILLIAMS.
GONZÁLEZ RISOS. PARADA KM 79. ENRIQUE FYNN.
PLOMER. KM. 55. ELÍAS ROMERO.
KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD. MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO VILLEGAS. JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
KM 12. LA SALADA. INGENIERO BUDGE.
VILLA FIORITO. VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
***
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BEGUERIE.
FUNKE. LOS EUCALIPTOS.
FRANCISCO A. BERRA.
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UDAONDO. LOMA VERDE.
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