*Foto de Belén Dezzi.
*
Una nevada sutil de láminas de hielo crujiendo al caer.
Una lluvia de cenizas blancas y negras bajo el zumbido de los
aviones hidrantes yendo de acá para allá.
Una brisa suave que desparrama los pétalos blancos del ciruelo
emprimaverado al ritmo constante del bisbiseo de las abejas.
Todo esto se vive en sólo una semana con la espalda fundida en la
tierra y la cara al cielo.
Un mundo de sensaciones.
Sepan.
*Belén Dezzi
La Cumbre
¿Viste el humo en nuestro
cielo?*
Además de la pandemia, allá afuera están incendiando el mundo. Aún
entre estas paredes, en el centro de manzana del centro de Santa Fe, llegan las
cenizas a rodar por el patio, y la casa se llena de un olor acre. El humo de
las quemas trae su angustia hasta los gorriones ciudadanos, las torcazas
alimentadas con arroz.
Se entiende que los ganaderos quieran limpiar los campos y recurran
a los incendios para acabar con la vegetación que les resulta inútil, aunque
esté prohibido, aunque arrasen con los nidos de las perdices, las vidas de
todos los animalitos que no pueden escapar a tiempo.
Puedo entender que los que hacen grandes negocios inmobiliarios
deseen destruir el ecosistema para que esas hectáreas no sean ya más grandes reservas
y ellos puedan plantar allí sus countrys o canchas de tenis.
No lo justifico ni creo que pueda ser tolerado, pero lo comprendo
porque tiene lógica. El delito debe traer beneficio económico a quien lo comete
para ser comprensible; pero además del tema de los humedales, están incendiando
terrenos cercanos a la ciudad, en zonas de recreo, y hasta patios de personas
que tienen rejas, y eso permite acercarle un papel encendido a las ramas secas.
Entonces, mientras muere gente y se pasea el fantasma del virus por
las calles, las llamas forman también un cerco a nuestro alrededor, aumentando
el horror de los días.
No quiero ver las imágenes de los animales arrojándose al río, los
cuerpitos calcinados. Es un desastre tanto más aterrador cuanto que no puedo
explicarme las causas. Quizás sea todo cierto, sea verdad que los ganaderos
aprovechan para limpiar los campos, que las inmobiliarias destruyen las
reservas, que la gente replica las llamas porque sí, por agregar más caos a este
mundo que se ha desacomodado, que nos muestra las entrañas.
Y mientras tanto, el humo sigue enturbiando el cielo.
XIII*
En el cielo
rugían los aviones
sin pájaros
sin nubes.
Sólo esos pájaros
de acero refulgente
que obstruían el sol
y enceguecían
rostros
asombros
miserias
pajaritos.
-De El vuelo de la abeja. Ciudad
Gótica. 2008
EL BOSQUE DE LOS CEREZOS
HA PARTIDO*
Me desperté asustada por el estruendo leve del silencio.
El bosque de los cerezos ha partido.
Ha partido. Ay sin despedirse.
También se ha ido el hombre del sombrero roto.
Se lleva, Ay se lleva la huella de la última nevada.
Los viñedos, inútilmente extendieron sus brazos.
Ay no pudieron, no.
Reclusos crepitan en la pasión dorada del otoño.
El sol, indeciso muerde una manzana de oro.
Ay una manzana de oro.
La esclavitud sonríe en la pausa fresca.
El bosque de los cerezos ha partido.
Ha partido. Ay sin despedirse.
El amor y el olvido, mustios
Caminan aferrados al hombre del sombrero roto
Y se llevan, Ay se llevan la huella de la última nevada.
FRESNOS DE OTOÑO*
A mi hermano y a su pasión por los árboles.
Los fresnos- me dice mi hermano- en este tiempo, tienen las hojas
doradas.
Y yo me imagino a los que están frente a la casa y que plantó mi
padre.
Hay dos o tres más, en el terreno, que plantó mi hermano, aunque
son muy chicos, pero un día serán señores árboles.
Pero hoy, cuando escribo fresnos, pienso de inmediato en esos
otros, muy añosos.
Dos, que antes fueron tres, pero –siempre según mi hermano- que
entiende de árboles, el del medio no crecía lo suficiente y molestaba los
espacios a los otros dos, por lo cual en un momento lo que hizo fue arrancarlo,
no sin dolor.
Mi padre no tenía mucha noción del futuro, al menos con los
árboles. Cerca de la parrilla plantó los sauces, que hoy están inmensos, pero
se molestan entre sí, con sus ramas. Con los sauces no se pude hacer nada, pero
con los fresnos que crecen más lentos, sí.
Con ser el otoño la estación más bella, me enteré tarde de su
existencia.
Antes de entrar a la escuela primaria, casi con seguridad, me veo
conversando en la chacra de familia Milani, con un viejecito italiano que haría
las livianas tareas de quinta y gallinero, como era usual en esa época.
Me veo interrogado, tal vez de diversos temas, pero retengo esta
pregunta:
-¿Cuántas estaciones hay?
-Primavera, verano, invierno
Contesto tomándome los dedos de a uno hasta contar tres
- Te olvidaste de uno, me dijo, paciente.
Y ante mi insistencia, el mismo fue contando con sus dedos gastados
de trabajar la tierra y concluyó:
-Te falta el “outono”
Cuando volví a mi casa y pregunté a mi madre, me respondió:
-Otoño
Y siguió en el minuciosos zurcido de una media con la cual
precisamente había rodeado un mate calabacita en desuso..
Si bien yo tenía en ese tiempo el oído afinado para reconocer y aún
entender esos dialectos itálicos, de los más variados y entonces, aunque
predominaban abruzzeses en la zona, no pude reconocer esa palabra. Por una
simple razón: nunca la había escuchado antes.
De este remotísimo recuerdo, casi de mi prehistoria, infiero que me
enteré tardíamente de la existencia de las más bella estación, la que tanto le
gustaba a Neruda y a tantos grandes poetas y de entre ellos recuerdo al más
grande entre los nuestros, claro que nombro a Juan Laurentino Ortiz, a quien
sus amigos llamaban Juanele.
Entonces, cuando visito mi casa paterna, y piso ese espesor dorado
de fresnos que en el suelo se pone alfombra para recibirme, doy razón a mi
padre y celebro esos árboles, que como nunca enseñorean con sus hojas doradas
de otoño.
El fresno es el primero que pierde las hojas y las pierde
rápidamente, cosa que siempre enfatizaba mi padre.
Lo cierto es que cuando uno traspone la humilde puertita de tejido
esos fresnos lo reciben como a un Dios o un caballero, mientras el verdor
esplendente de sus hojas lo permita. Pero cuando los fresnos se nos muestran
sin hojas, en su elementalidad más vegetal, más excluyente de ternura, es “como
una mujer desnuda arrojada al camino”, dice Pedroni en un magnifico verso que
quiere expresar al desamparo más terrible. Eso es lo que son los fresnos hoy,
en este tiempo.
Ya dejó todo su ropaje vistoso en el suelo, ya nos ofrece ese piso
dorado como si fuéramos reyes, como para que uno se olvide la pobreza ritual de
esas ramas, de ese tronco ya indiferente a las hormigas, a las calandrias y a
las más humilde torcacita.
Esto en cuanto a los dos que plantó mi padre, hace décadas, pero
los otros que plantó mi hermano hace poco, son fresnos de hojas verdísimas.
¿Qué pasa entonces con esta naturaleza tan sabia que destruye el cartesianismo
grosero de uno? ¿Por qué los fresnos más jóvenes no muestran la amarillez de
sus hojas? ¿Por qué siguen tan verdes, como si fuera verano rabioso y no este
otoño tristón, que se arrastra por nuestros pies como una culebra de fuego
dorado?
Hay preguntas que uno se hace y que no encuentra respuestas, pero
importa poco porque en su lugar encuentra belleza.
Y es, en este mundo, más que suficiente.
Aunque no le encontremos razón, en este caso, da lo mismo.
Otro de los árboles que comparten ese espacio con fresnos, ceibos,
aromitos, siempreverdes, moras y lapachos, es este apaleado aguaribay
“juanelesco” y sobre todos ese palo borracho que se vino adulto muy pronto y
prominente, será un árbol machazo, por ahora protegido por esas tuyas que lo
salvan de los vientos del sur y ese tunal en que se convirtió la penca que hace
tres décadas puso mi madre, seguramente con amor, como siempre ella trataba la
cosas que la ataban a la tierra que amaba.
Muchas veces pensé, qué cosas diría si viera cómo le ganamos los
lugares donde estuvieron la quinta y el gallinero con árboles de distintas
variedad y espesura.
Seguramente aprobaría sin chistar, este berretín de sus hijos, con
una alegre sonrisa en su cara morena.
Manifiesto del verbo*
Debo cruzar el río de palabras a contracorriente
buscando la indulgencia de la orilla
donde la voz de la realidad no duela tanto.
Esta doliente realidad sobre mi tierra
en la presente morada de la Desesperanza.
Saber que sólo queda un tragaluz cerca del cielo
por donde no se ve aún la luz que me permita
entender el lado oculto de las verdades que creí
y que dejaron de ser.
Necesario sería revivir la historia desde el vamos:
y abrir jaulas -cerrar fosas de odio- respirar un aire
que jamás volviera a tener vestigios de napalm
ni acostumbramientos de pólvora.
Necesario sería no tener recuerdos de guerras.
O sí, para no repetir el oprobio de ser
humanidad transitada por el constante error...
¿Es posible pedirle a la historia que detenga su marcha?
Este es el lugar y estoy aquí. Soy esta y soy aquel
con mi hambre y con su hambre, compartiendo
el pan duro de las promesas hechas. Y queriendo saber
si puede la letra contra el acero, hacerse visible, audible, real.
Con este manifiesto del verbo declaro:
Se necesita urgente un territorio abarcativo
que ampare las diversas orfandades
donde nadie venga a prometernos nada,
donde se haga; se cante, se incluya, y se trabaje.
Y no sea el hombre animal sin esperanza.
El banquete*
Después de la gran hecatombe nuclear los Plumkier, aristócratas de
cuna, se reúnen cada tercer viernes de mes alrededor de una mesa, tal como
venían haciendo desde el principio de los siglos. Cubertería de plata, copas de
cristal de Murano y vajilla de porcelana de Sèvres. Etiqueta y traje largo.
Una enorme bandeja de plata con un asado de carne en el centro de
la mesa.
Intentan que las cosas sigan como siempre y que las tradiciones se
mantengan. Únicamente hay tres cambios que no pueden obviar: No hay pan, la
carne no es de ternera sino de animales más pequeños y se ha instaurado un rezo
antes de comenzar las comidas:
"Te damos las gracias señor por los alimentos que vamos a
tomar y te rogamos que no sean tan radioactivos como el mes pasado",
recitan mientras se contemplan las terribles quemaduras, las pústulas y la
perdida de dientes.
*De Joan Mateu.
ORFANDAD*
Llegaste como un árbol gigantesco
antes de la anaconda y del caimán.
Te amparaba la noche, la penumbra y la sed de padre.
No lo sabía aún, pero venías de la idílica raza de la infancia.
Un soplo tembloroso
me arrojó a la umbría sombra de tus ojos.
Traías la fuerza del cardón y la obsidiana.
La pasión del monte enardecido.
Remolinos sedientos encendieron en vino
un circulo de sangre olvidado,
la música de antaño, el canto mas antiguo.
Quedaron estaciones en blanco.
Un país de aguas turbias, rojos ríos de llanto.
Esa región ignota ¿Dónde estaba?
¿Quién encendía el vino?
¿Quién bebía en al aire los musicales sorbos?
¿Quién soplaba la consumida brasa de la piel de mi madre?
¿Quién eras cuando no eras?
Hechizo, incendio huracanado, quemazón en la roca
insólito esplendor de la rosa mosqueta.
Amanecer,
insaciable sed de gorriones morunos trasnochados.
¡Ah, tus ráfagas! Dionisio. Violento y apacible.
Atropella ciegamente la noche.
Su grito de orfandad es un cuchillo
que degüella los pájaros nocturnos.
Y estremecidamente, entiendo:
No tenemos arraigo,
ni padre,
ni madre.
*
Practicó infinidad de veces. Y lo logró. Se
trasladaba en el espacio con sólo pensarlo. Pensaba: Ascochinga y ya estaba
caminando en una de las calles de las serranías cordobesas. Pensaba: Niágara y
estaba contemplando las cataratas.
Lo que no había desarrollado era la clarividencia.
Esa tarde pensó: Luna. El aerolito, diminuto pero contundente, fue certero.
Inventren
-Próxima estación.
En el recorrido del tren literario por el
Ferrocarril Midland:
ELÍAS ROMERO.
KM. 38. MARINOS DEL
CRUCERO GENERAL BELGRANO. LIBERTAD.
MERLO GÓMEZ. RAFAEL
CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO VILLEGAS.
JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI. KM
12.
LA SALADA. INGENIERO
BUDGE. VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.
VILLA DIAMANTE. PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
**
-Siguiente estación.
En el recorrido del tren literario por el
Ferrocarril Provincial:
CARLOS BEGUERIE.
FUNKE. LOS
EUCALIPTOS. FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN
GOYENECHE. GOBERNADOR UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR
DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA. D. SÁEZ. J. R.
MORENO. EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.
LISANDRO OLMOS. INGENIERO VILLANUEVA. ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
InventivaSocial
Plaza virtual de escritura