*Obra de Walkala. Luis Alfredo Duarte Herrera
(1958-2010).
-En Aurora Boreal. Walkala: un homenaje in memoriam
http://www.auroraboreal.net/index.php?option=com_content&view=article&id=1367%3Awalkala&catid=94%3Apintura&Itemid=160
Por si mañana no amanece*
(Poemas pertenecientes al libro aún
inédito Por si mañana no amanece)
*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
CONTRACORRIENTE
El poeta siempre escupe contra el
viento.
¿Qué sentido tendría
transitar a favor de la corriente?
¿Qué sentido tendría
ponerse de rodillas
implorando el amparo de los dioses?
¿Qué sentido tendría
fatigar los senderos ya trillados
cuando es tan grande el bosque,
tan seductor el susurro que se
escucha
en el tibio corazón de la espesura?
PERTENEZCO A ESTAS CALLES
A Kafka
Pertenezco a estas calles.
Sin embargo
a veces siento como si estas calles
y yo mismo
también formásemos parte del
rechazo.
NAVIDAD
¡Qué buenos somos todos al llegar la navidad!
Parece entonces que ni marzo ni octubre,
ni abril (con su crueldad denunciada por Eliot)
hubieran sucedido. Pareciera
que los asesinatos fueron malentendidos,
las traiciones, descuidos; las mentiras,
un lapsus pasajero, un hecho intrascendente.
Ya no importan entonces los feroces balazos,
ni la sangre vertida por puñales impíos,
ni tantas violaciones vilmente ejecutadas
ni el tiempo cancelado en las agendas rotas
de tantos peregrinos que transitan la vida
ajenos a las bífidas conciencias de los hombres.
¡Qué fácil es entonces meter bajo la alfombra
de las hipocresías las heces cotidianas!
¡Qué fácil olvidar los crímenes que apestan
de norte a sur los mapas desangrados!
¡Bebamos y olvidemos!
¡Que los belenes y árboles de plástico
nos devuelvan (solo por un instante)
ese espíritu puro, esa alegre inocencia!
¡Bebamos y olvidemos!
No dejemos que enturbie nuestra fiesta
el recuerdo de aquellos que padecen
los terribles hachazos del olvido.
Pero al doblar el año nuevo los espejos,
esos insobornables confidentes,
otra vez acusarán con sus reflejos
como afilados dedos delatores,
volverán a brillar las navajas de la envidia
volverán a ser las cosas como siempre
fueron en esta tierra invertebrada:
hijos abandonados, amigos postergados,
ancianos desahuciados, rostros indiferentes...
¡Aparta de mí este cáliz! Padre, no permitas
que mi perdón alcance a los verdugos,
ni a aquellos otros que la mano esconden
después del lanzamiento de las piedras
que lapidan esperanzas de muchachos.
¡Aparta de mí este cáliz! Padre, no permitas
que se olviden los nombres de los muertos.
No me dejes callar aunque los labios
se nieguen al esfuerzo de moverse.
No beberé la sangre de sus venas,
no cobraré monedas irredentas.
No permitas que la memoria me traicione,
que nada borre las iniquidades,
las lágrimas, el miedo, las infamias...
TRAGEDY
Algunos días
esta ciudad me asusta.
Hoy, por ejemplo: Era mediodía
y en la basílica sonaba el ángelus
con un descontrolado estruendo
capaz de alborotar a las palomas.
El sol estaba oculto tras las nubes
-en mi recuerdo, luce antes del ruido-
y el cielo era un presagio tormentoso.
Por el puente de piedra circulaban
-sordos, ajenos, maquinales-
lentos fantasmas con su cuerpo a cuestas.
Después
cesó el estrépito;
todo quedó en silencio
(el silencio aparente que sucede al tumulto).
En el puente de piedra
seguían caminando los fantasmas
y el sol permanecía
oculto tras las nubes
grisáceas de un ocaso prematuro.
CAMOUFLAGE
Cuando el poeta es niño aún
se le cincela a golpes de martillo
para que vaya asimilando los conceptos:
trabajar, consumir, asumir, imitar.
Como a todo niño se le sienta
durante horas frente al televisor
esperando tal vez que esas imágenes
le hagan abandonar sus flamígeros bosques
y sus vastas estepas de nenúfares y ámbar.
Pero el poeta niño atrapa las imágenes
y las transforma, las retuerce y desgarra,
las convierte en ideas y metáforas
y de ese modo va aprendiendo
que todo es simplemente un decorado
y le rodean figurantes dóciles
incapaces del grito o de la lágrima.
Así, con disimulo, el poeta-niño sonríe dulcemente
finge interés, parece embelesarse
hasta el momento en que le creen ya curado.
Cuando el poeta deja de ser niño
y su sonrisa ya es tan solo el rictus
de quien ha visto demasiado y ni siquiera
tiene el don de la inercia o el olvido,
cuando llega la hora de esgrimir la palabra,
sus manos invisibles acuchillan
el rostro abominable de la farsa
y ya nadie sonríe, nadie aplaude,
nadie entiende esas palabras duras
que parecen surgidas de la entraña.
Y todos se preguntan, consternados
¿qué habrá sido de aquel niño-poeta?
mientras el rímel, el auto, la corbata...
LA CARA OCULTA DE LOS CUENTOS
A Eva L.L. que sembró la idea
y aportó alegría a mi vida
Ella quería ser princesa
pero, visto de cerca,
el palacio no era de cristal
sino de frío acero.
Y los invisibles barrotes
fueron deformando su rostro
-un rostro antaño dulce-
hasta transformarlo en una máscara,
una máscara de plástico
diseñada para un mundo de plástico
donde solo es real el desencanto.
DUELE GRITAR CUANDO LA VOZ ES PURA
Duele gritar cuando la voz es pura,
cuando aún no hemos bebido los amargos
licores que la vida nos reserva.
(Entonces aún creíamos
que el mundo era un susurro).
Duele entrar en el templo
donde los mercaderes vocean alimentos
ahítos de retórica y veneno.
Duele callar cuando la voz es cruda
cuando ya se han probado los brebajes
del infortunio y las traiciones.
Por eso, aunque tan solo
la mar y las arenas nos escuchen
es preciso cantar, hasta la madrugada
y mucho más allá, cantar como posesos
mientras el mundo arde en su vorágine
de iniquidad, perfidia, egolatría
y otras maquinaciones innombrables.
Es preciso cantar sin condiciones
hacia la inmensidad del horizonte.
ESPEJISMOS
Las ciudades, las sierras,
los aviones, los patos,
los parques y ambulancias,
las luces, los teléfonos,
los gatos, los tranvías,
las alocadas multitudes,
las carreteras grises,
las farolas y esquinas,
tus manos, los bolígrafos,
el vuelo de los pájaros
y el mar, el mar, el mar...
Todo desaparece tras la siguiente
duna.
Solo es real la sed.
PERPETUUM
Redacto historias
que no terminaré.
Bosquejo versos
que no hallarán poema que habitar.
Silbo melodías inconexas
que nunca formarán una canción.
Informes figuras de barro.
Lienzos donde siempre falta algún
color.
Vidas inconclusas.
¿Podemos concebir el absoluto
en el vasto universo
por siempre inacabado?
LOS ESPECTADORES AGRAVIADOS
Querido amigo Bertolt:
Hoy me atrevo a escribirte
nuevamente
desde esta atroz distancia que es el
tiempo.
Tal vez cuando me leas (si tal cosa
sucede)
estemos (tú o yo, los dos quizá, o
ninguno)
sirviendo naranjadas con vodka a los
arcángeles
o asfaltando con notas musicales
las torvas avenidas del desierto
(que otros llaman infierno o
despedida).
La cuestión es que he leído tu
poema,
ese que se refiere a los que luchan
contra el virus letal de la
injusticia
y a la apatía de los espectadores.
Y yo, en cambio, si creo que los
mansos
sienten su cobardía como un cáncer,
la dolorosa llaga de una ausencia.
Están avergonzados, sí, más de otro
modo:
Un lodo pestilente se abre paso en
sus venas,
un temible veneno que no conoce
antídotos
se va extendiendo por todos los
rincones
de la innoble quietud que los
gobierna.
Para enmascarar esa vergüenza
agitarán sus puños y sus voces
contra aquellos que allanaron sus
caminos
y ahuecaron sus cojines y murieron a
veces
tan sólo por enarbolar una palabra,
por dibujar a gritos una aldea
habitable.
No tienen cicatrices ni rasguños,
no fueron mutilados ni sufrieron
tortura,
siguen vivos, indemnes y callados.
Por eso cada herida del otro es una
afrenta.
Cada miembro amputado
una solemne bofetada, cada tumba
un grito retumbando en sus oídos.
Para acallar el grito
destilan su rencor en alambiques
de hipocresía, ruido y desmemoria.
Para acallar el grito se zambullen
en el anonimato de las masas
que agitan banderitas de colores
previsiblemente intercambiables.
BABEL
Babel con bordes azulados
-¿simulando el añorado cielo?-
¡Hay tantísimo ruido!
¿Cómo podemos entendernos
unos a otros? ¿Cómo
podríamos siquiera
entendernos a nosotros mismos?
Así el torrente pasa
veloz como las horas
llevándose en su azul
llantos y exaltaciones.
Hacia el mar, que es la nada.
TRES COLORES
ROJO
Delfina está llorando.
Otra vez la noche se ha teñido
del estallido de su voz en llamas.
Y los vecinos contienen el aliento
como si así pudiera disiparse
la música siniestra del horror.
Delfina está llorando. Crece
una flor carmesí sobre el opaco
lienzo de las baldosas ignorantes
que sólo atinan a impregnarse
de reflejos, olores, sonidos leves,
síntomas de vergüenza
para siempre acallados.
Y nadie habla. Nadie grita. Nadie se
estremece.
La noche es un silencio apenas
quebrantado
por ese llanto quedo
y acaso, en los tejados adyacentes
el eco de un maullido solidario.
GRIS.
Las he visto florecer en las
esquinas.
Brillar y arrebatarse
como una exaltación,
el centelleo de un relámpago.
Fugaces flores de una noche
que al amanecer se mustian
dejando tras de sí
el eco de un perfume, una resaca
de sal y desencanto.
Viven entre la niebla y la penumbra,
donde nunca penetra la esperanza
y el tiempo es el perfil de una
navaja
con el filo mellado.
PÚRPURA
Música. Luz. Conversaciones.
Un polvo blanco en la yema del
meñique.
Tacones. Rímel. Medias de rejilla.
Ella camina resuelta
atrayendo miradas, despertando
deseos
y palabras. A su alrededor vibra
un estruendo de arañas luminosas,
estrellas de interior,
constelaciones
de plata y oropel, oro, esmeraldas,
un éxtasis de brillo y dientes
blancos.
Pero este oasis es sólo un decorado.
Detrás del cartón-piedra huele a
azufre
y al final del corredor hay una
puerta
y tras la puerta un hombre, unos
billetes,
la sonrisa perversa del crupier
en cuya mano están todos los
triunfos.
Tiempo atrás le dijeron
que esa puerta se abría al paraíso.
Ahora sólo espera
-entre lágrima y golpe-
que algún día se cierre para siempre
o ángeles jornaleros
derriben estos muros
y excaven galerías
hacia el cielo secreto de Boudin.
PUENTES
En la distancia
todos los puentes se parecen.
Pero hay puentes
que no cruza nadie.
LLUEVE
Llueve.
Y soy un hombre atrapado
En la mortalidad
Un ente permeable
Una soledad acuosa
Infinitamente repetida.
Un ejército de diminutas gotas
Cayendo, imperturbables,
Sobre la gris fachada
De las construcciones terrenas.
SIEMPRE ES OTOÑO EN ESTAS CALLES
Una vez conocí a una mujer;
una mujer sin nombre, endurecida
por la vida en las calles, por los
golpes,
por el miedo y la rabia, los gritos,
las ausencias...
Entre lágrima y lágrima,
escuchaba a Sarah Brightman y Emma
Shapplin
y fumaba lentamente
al compás de la música
como si el tiempo no existiera
y la realidad fuese tan sólo
el contenido de un mal sueño recurrente.
Se prostituía para huir;
huía para no encontrarse,
para no ver reflejada en el espejo
la dureza de sus propios ojos
reprochándole tardes de amargura,
noches sin esperanza y sin consuelo.
Se prostituía para huir
y en medio de esa huida
a menudo se encontraba a sí misma
flotando a la deriva
en medio de una mar tenebrosa,
una mar enemiga y temible.
Ilimitada.
Se prostituía para no prostituirse
en brazos de una sociedad corrupta
y decadente.
Escuchaba a Sarah Brightman y Emma
Shapplin.
Con el pómulo morado sonreía;
decía que su cielo
era esa música. Lo otro
sólo eran pedacitos del infierno
salpicando un desierto sin oasis.
Una tarde se fue sin despedidas.
Hoy quisiera pensar que en esa huida
encontró por fin las puertas hacia
el cielo;
que consiguió escapar a su destino
escapar a sus ojos maquillados
como una delación insoportable.
Nunca supe su nombre.
Tan sólo me fue dado abandonarme
a su tibia caricia, su incendio
incomprensible,
su canto desangrándose en mi oído.
Una tarde se fue.
Sin despedidas.
Dejándome tan solo
el eco de su voz tarareando
canciones de Emma Shapplin
y Sarah Brightman; un éxtasis de música
habitando el ocaso interminable.
CÍRCULO
¿Hacia dónde tus pasos?
¿Es un dónde o un cuándo?
¿Odisea o quimera?
Y llegar...
¿Llegar o eternizarse
transitando caminos de Moebius?
PATRIA
Mi patria es ese río
sin nombre, esa ribera,
avatar de todas las riberas
del dilatado mundo.
ANVERSO
Cuando se ve el anverso
uno empieza a comprender y mira
horrorizado
esos rostros idénticos
que alberga la memoria.
Perversos clones de nosotros mismos
amanecemos cada día
sin saber si la noche
ha vendido los cuerpos y las
máscaras
o entregó nuestra risa a los
demonios.
Todo espejo refleja los rasgos de un
extraño
con espuma en la cara
y una navaja de afeitar fulgurando
en su mano.
INVISIBLES LLAGAS
Las veo caminar cada mañana
entre la bruma de las calles.
Cansancio y rímel sobre sus
pestañas,
maquillaje en sus conversaciones,
en sus bocas heridas, en sus caras
gastadas como la piedra roma
que cada noche lapida
y lapida
una y otra vez
una y otra vez
el ajado lienzo del recuerdo.
Como la pétrea mano que golpea,
noche a noche,
la blanda carne amoratada,
la consciencia que se torna niebla.
Una lágrima escapa.
Sombra de un grito insinuado
que un día escucharemos.
Tal vez
cuando ya sea demasiado tarde.
ELLAS
Cada tarde al volver de ningún
sitio,
cansado, paso junto a ellas.
Ellas siempre me miran
como esperando algo
que yo no puedo darles.
Me miran con el aire
de quien guarda en su pecho una
esperanza
pero esos ojos secos
están cansados ya de tanta lágrima.
Me miran y no ven
que lo que están mirando es un
fantasma
incapaz de brindarles el calor
que esas miradas necesitan.
Yo paso junto a ellas sin mirarlas
no sea que una de estas tardes
una tarde cualquiera de noviembre
me convierta en la estatua
de sus almas en pena.
MONÓLOGO EN UNA BOTELLA
Hablar. Mirar los ojos
de nuestros contertulios; darse
cuenta:
Ninguno está escuchando, las
palabras
se pierden en el humo. En los
rincones
el polvo se amontona. Dados vuelta
hacia adentro, los hombres,
abstraídos,
su universo contemplan: simetría del
ego.
Y entonces:
Iniciar una conversación trivial;
que nada sea, pues nada permanece.
Multiplicar lo intrascendente,
convertir
la nada en un catálogo de nadas
infinitas.
De tanto darle vueltas,
tal vez en el reverso
de esa triste moneda
quede algo que importe:
el minúsculo poso de una idea.
CIUDAD VIEJA
Y volveré a cruzar
una vez más el puente.
Mientras miro las torres
de enmudecidas cúpulas,
me tragarán las calles,
esas calles angostas
en las que todo cabe;
esas calles antiguas
donde todo es silencio
y las almas en pena
vagan sobre la piedra
sin que nadie perciba su presencia
allí bajo la niebla de los siglos
donde toda presencia es un olvido.
LOS PASOS EN LAS HUELLAS
¡Cuántas veces he puesto
los pasos en las huellas!
Pero nada regresa:
Las huellas son tan sOlo
indefinidos fósiles
y los pasos avanzan
por un suelo de arena
que siempre se parece
a la infinita arena.
PENÉLOPE
A RALC
Ella teje
sentada en un rincón.
Los hombres la contemplan
mientras beben sus copas,
preguntándose...
Algunos se le acercan,
se apoyan a su lado, la interrogan.
Ella plácidamente niega
sin dejar de tejer.
Penélope la llaman.
Y en secreto temen que algún día
aparezca el Ulises esperado
y ella se vaya para siempre
dejando un rastro diminuto
de hilos entrecortados tras de sí.
Pero esta Penélope no espera a
ningún héroe.
Ni hombre ni dios ni salvador
espera.
Tan sólo teje para sobrevivir
como tantas Penélopes anónimas
que fueron, son, serán, en esta
tierra.
No entienden su destino, pero tejen
la invisible estructura
que determina el censo de los días.
COMO SI FUÉSEMOS INMUNES
A veces sé que tiene frío, que
sufre, que le pegan.
(Lejana. Julio Cortázar)
Como si fuésemos inmunes
miramos el entorno y nada vemos.
Vivimos encerrados
en nuestro mundo invulnerable
nuestra pequeña burbuja de cristal
donde no llega el eco
de los lamentos desgarrados
(como si todo ello no formara
parte de nosotros mismos,
como si esos rostros famélicos o
atroces
no fuesen un reflejo abominable
de nuestros propios rostros
impasibles)
Encerrados en el cuadro que pintamos
para obviar los colores imperfectos.
Y nos olvidamos.
Irreparablemente.
Nos olvidamos del otro:
ese que sin siquiera percatarse vive
el reverso de nuestra existencia
mientras reímos y jugamos y nos
emborrachamos
como si fuésemos inmunes.
ENCUENTRO EN PRAGA O CUALQUIER PARTE
A Franz, in memoriam.
Leo a mi hermano muerto
ese hermano de distinta sangre
que murió tantos años
antes de nacer yo
y que vivió tan lejos
de esta tierra que habito
y nunca habló mi idioma
como no hablé yo el suyo.
Leo a mi hermano muerto
y me pregunto si algún día
y en qué dimensión extraña
podríamos por fin
establecer un diálogo...
reír tal vez, beber unas cervezas,
charlar sin disimulos
ni fórmulas caducas
como buenos camaradas
que tienen tanto que decirse
aunque en el fondo sepan
que todo está ya dicho
desde el instante mismo del
encuentro.
HOY ME MIRÉ AL ESPEJO
Hoy me miré al espejo.
Los años han pasado muy deprisa.
He visto arrugas, una sombra
bajo mis párpados, un deje
de tristeza en mis ojos.
Fue tan solo un instante.
Un hombre viejo me miraba,
confundido.
Alguno de estos días
enterrarán mi cuerpo,
pero esos ojos grises
-esos ojos que miran desde el fondo
del turbulento espejo-
seguirán preguntando
y no estarán escritas las
respuestas.
ROCÍO
Estrecho manos que se perderán
en las encrucijadas del olvido.
Beso labios efímeros,
destellos en la niebla.
Persigo sombras vagas,
ecos quizá, reflejos.
¿Dónde está el Horizonte
que alguna vez soñamos?
- No hay Horizonte: Solo
la inasible caricia de la brisa
en su tránsito ciego; solamente
el roce de la vida, insinuado.
MUJER MIRANDO AL VACÍO
Parada frente al mar
con un reflejo gris en su mirada.
(Se diría perdida en la nostalgia,
la nostalgia del mar, que no se
agota)
Parada frente al mar.
La ciudad a su espalda
(esa ciudad que antaño fue promesa
y hoy es sólo glacial encrucijada)
y una muda tempestad de arena
bajo sus pies descalzos.
Ante ella hay un mar incomparable
que sus ojos no ven, un cielo
transparente,
una distancia,
la levedad impronunciable de la
brisa.
PARA NO REGRESAR
Para no regresar
quemé los calendarios
como si fueran puentes.
¡Inútil ejercicio! Las cenizas
impregnaron mis ropas; me dejaron
un olor a nostálgicos licores,
una canción dormida entre los
labios,
el lacerante poso de una ausencia.
BAJO LA ALFOMBRA
Todo el mundo sabe
que a los poetas los carga el
diablo.
Por eso todo el mundo
mete a sus poetas bajo la alfombra
cuando vienen visitas
o los encierra con llave
en una habitación sin fondo
a ver si hay suerte y al abrir la
puerta
han desaparecido para siempre
tragados por los bosques de arena
o bifurcados en las intersecciones
de los puentes heptagonales.
Pero toda precaución es poca:
A través de alfombras y paredes,
de océanos y siglos, de barrotes,
la palabra se expande, primavera
de voces desgajadas por el valle,
río de aguas voraces que se acerca,
feraz enredadera trepándose a los
muros,
penetrando ventanas, expandiéndose
por el aire de todas las estancias
y estallando en rotundas espirales
que estremecen lámparas y muebles
en nombre del poeta sepultado
bajo perversas lápidas de olvido.
**
-Poemas pertenecientes al libro aún inédito Por
si mañana no amanece-
-Sergio Borao Llop. Narrador y poeta. Nacido en Mallén (Zaragoza,
España) en 1960.
Miembro de Poetas del Mundo, del directorio REMES, del
movimiento internacional Los Puños de la Paloma y del Club de Cronopios
(Literatuya).
Colaborador habitual o esporádico en varias revistas y boletines
electrónicos (Letralia, EOM, Almiar-Margen Cero, Inventiva social, Gaceta
Virtual, NGC3660, El Cronista de la Red, ELFOS, Narrativas). Presente en
diversas webs de contenido literario (Poesi.as, Literatuya, Cayo Mecenas,
Proyecto Patrimonio, Artepoética).
Finalista en los certámenes de poesía y relatos Ciudad de
Zaragoza (1990).
Seleccionado en algunas antologías de poesía y prosa en español
(Versos sin bandera, El club de los relatores, Haikus desde casa, Poemas
quietos, etc.).
-Obra publicada: EL ALBA
SIN ESPEJOS (relatos) (Literatúrame, 2013)
LA MANO EN LA PALABRA (selección y prólogo)
(MediaIsla, 2015)
DESDE LAS PROFUNDIDADES (prólogo) (Black Diamond Ed.
2013)
https://sergioborao2011.blogspot.com/
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
DE LA FUERZA DEL NOMBRE*
I
El Coiro me manda un
enigmático y brevísimo correo donde dice: "¿Podés escribirme algo sobre
Casbas?". El nombre no me suena de nada, por lo que abro el Firefox y
busco en Internet. El primer enlace conduce hasta un pueblo de Huesca cuya
existencia ni siquiera conocía (Huesca es la provincia limítrofe por el norte
con Zaragoza, donde vivo), un pueblo pequeño hacia el este, cerca de Abiego y
Bierge, nombres que sí reconozco. Y puesto que nunca antes he estado allí, me
digo: "¿Por qué no?", pensando que lo que mi amigo argentino quiere
es información de primera mano sobre este pueblecito, y nada más natural, por
otra parte, que me pida el favor viviendo yo tan cerca del sitio en cuestión.
Así que al otro día
meto unas cuantas cosas en una bolsa de deporte y me echo a la carretera.
Camino durante un buen rato, hasta que un auto negro, un Renault 5 con más de
veinte años, se detiene junto a mí. El conductor, casi un adolescente, me
pregunta: "¿Te llevo?". Por supuesto, acepto. Él tampoco conoce el
sitio. Su acento le delata: es gallego. Con una sonrisa franca, confirma mi
sospecha. Dice que va al norte, a los Pirineos, sólo por ver la cordillera. Le
han hablado de parajes extraordinariamente bellos, aunque no recuerda bien los
nombres o los mezcla o los confunde. Para no resultar redundante, le menciono
sólo cuatro lugares (también escribo en un papel los nombres y la forma de
llegar hasta allí) que en mi recuerdo crecen más y más conforme se aleja el
tiempo en que me fue dado visitarlos. El primero es el Forau d´Aigualluts, en
el Valle de Benasque, una pequeña explanada rodeada de montañas donde, a veces,
se tiene la sensación de que llueve hacia arriba. Es lo más lindo que yo vi
nunca. El segundo, un pueblo llamado Aínsa. El tercero, aunque he de confesar
que no me impresionó cuando estuve allí, es el Monasterio de San Juan de la Peña.
No sé que es, pero hay algo desconcertante en la montaña donde está situado,
algo feo y sin embargo inolvidable; tal vez -pienso confusamente- hago mal en
recomendarle esa visita. Por último, escribo: Selva de Oza. "¿Qué
es?", me pregunta. Es un valle hacia el oeste, por donde discurre el río
llamado Aragón-Subordán. La vegetación tiene un color oscuro que produce
sensaciones difíciles de describir, pero allí uno siente que está vivo, que de
verdad pueden ocurrir cosas que te hagan sentir vivo, cosas maravillosas o
atroces, pero en cualquier caso reales. El tipo asiente, acaso sin comprender
del todo el sentido de mis palabras, y promete que irá a todos esos sitios.
Luego se pone a hablar de su coche y, más tarde, de los grupos musicales que le
gustan, cuyos nombres casi siempre me resultan extraños. No obstante, reconozco
algunos, lo cual es motivo de alegría para ambos. Le recomiendo otros, que él
no oyó jamás. “Te gustarán”, le digo.
Al llegar a Huesca,
tomamos la carretera hacia Lleida. Unos kilómetros más adelante, nos despedimos
con un apretón de manos. No tardaré en darme cuenta de que ni siquiera nos
habíamos presentado. Somos dos extraños caminando en un túnel o en un
insondable laberinto, que sólo por casualidad han compartido un brevísimo trecho
del camino. Tal vez ninguno de los dos encuentre lo que busca, o como sucede
tantas veces, lo encuentre y no lo reconozca.
Por la estrecha
carretera que conduce a Casbas apenas hay tráfico. Atravieso una población y
sigo adelante. Según el mapa, ya casi estoy. Es entonces cuando, de pronto, me
asalta una extraña idea: ¿Y si no es esto lo que quería el Coiro?, pienso. ¿Qué
interés puede tener para Inventiva un minúsculo pueblo aquí en mi tierra? Un
sitio del que, por otra parte, ni siquiera yo tenía noticia hasta este momento.
¿Habrá algo que se me escape en todo este asunto? Perdido en esa confusión y en
esa carretera solitaria, unas palabras aparecen en mi mente, fosforescentes
como un letrero luminoso en medio de la noche: Próxima estación Casbas. Me doy
cuenta de que he metido la pata (el Casbas sobre el que debería escribir es
otro, y está en Argentina y no sé absolutamente nada de él. Mi maldito despiste
crónico me impidió recordar hasta ahora que es una de las próximas estaciones
del Inventren) y lo peor es que está anocheciendo (es otoño y los días
acortan). Por suerte, al fondo puedo ver las primeras casas. Advierto que estoy
cansado. Espero encontrar un sitio donde me dejen dormir, porque hace un poco
de frío y la manta que he traído es más bien fina. Pero no se ve un alma por
las calles.
Al fin, distingo un
vago destello al fondo de una calle lateral. Se trata de una puerta iluminada.
De no haber anochecido ya, no la hubiese visto, tan tenue es el resplandor que
de ella sale. Hacia allí me dirijo, con paso lento y el oído alerta. No es
natural este silencio. Sobre la puerta hay un letrero de madera. La inscripción
apenas puede leerse, pero se adivina que el lugar es una taberna. Cruzo el
umbral y me encuentro en un cuchitril mal iluminado donde parece no haber
nadie. Al oír mis pasos, un hombre sale por una puerta situada al fondo y, con
un perfecto acento argentino, me saluda y pregunta si deseo tomar algo.
II
Una sensación de
irrealidad me atenaza. No acierto a responder. Sólo le miro como se mira a un
aparecido o como se podría mirar el propio reflejo en un espejo diseñado por
Klein (el de la botella). Él repite la pregunta, más despacio, como si yo fuera
extranjero y no comprendiese bien el idioma. No sé qué decir, qué hacer. Me
siento como un actor de teatro esperando que el apuntador le sople el texto.
Por fin, con cierto embarazo, me atrevo a pedir una cerveza. Mientras me sirve,
el tipo explica que el pueblo está desierto porque hay un concierto en las
piscinas municipales, un grupo de pop, uno de esos que venden muchos discos
donde las diez o doce o quince canciones son, en realidad, la misma. Añade que
incluso ha venido gente de los otros pueblos cercanos y hasta algún autobús de
la ciudad. (Ese silencio ahí afuera, sin embargo, esa ausencia…). Al
preguntarle dónde estoy, él me mira de arriba abajo y dice con naturalidad el
nombre del pueblo. La siguiente pregunta no es fácil de hacer. Si el mundo
sigue girando en su órbita normal y éste es, como parece, un hombre serio y
cabal, se va a acordar de mis muertos y suerte tendré si no me saca del
establecimiento a golpes; si por el contrario, el temor que me aprieta el
corazón resulta ser fundado, yo me volveré loco. Aun así, no queda otro
remedio: "Pero ¿Casbas de España o de Argentina?" digo en un susurro.
Al principio, pienso que no me ha entendido, y tal vez sea lo mejor; acaso en
el fondo conocer ese detalle no importe en realidad.
Pasado un instante,
levanta la vista del barreño en el que en ese momento estaba lavando unos
cubiertos y dice: "¿Acaso quieres tomarme el pelo?". Entonces me
atropello, intento explicarle lo ocurrido, nombro el Inventren y algunas otras
estaciones, le cuento que soy poeta. "¡Poeta!" dice él.
"¡Poeta!" repite. "No me lo creo. Nadie va por ahí en estos
tiempos diciendo que es poeta. Usted es un aprovechado. Un sinvergüenza".
Yo insisto. Mi sombra en el suelo gesticula como una marioneta de trapo, parece
la sombra de otra persona, idéntica a mí pero con otro ritmo. Con amargura
recuerdo que no he traído un solo libro; de haberlo hecho, mis argumentos quizá
tuviesen más peso. Entonces, sin explicación, hay por su parte como una sorda
aceptación, no ya de mis palabras o de lo que ellas pretenden comunicar, sino
de la remota posibilidad de que sean ciertas. Mirándome de reojo, con
desconfianza aún, se dirige hacia un extremo del mostrador, levanta un trapo
oscuro que cubre un ordenador portátil y sentencia: "Ahora lo
veremos". Abre el explorador, busca el Inventren, busca mi nombre,
encuentra resultados que le satisfacen, parece comprender que no le he mentido.
La expresión de su rostro es otra ahora; luego me indica una mesa y sale del
mostrador con una botella de vino en una mano y dos vasos en la otra. Nos
sentamos, sirve el vino, enciende un cigarrillo y se larga a hablar convulsiva
y nostálgicamente.
Así, me entero por fin
de que nada extraño ha sucedido (si es que no es extraño encontrar de repente,
en medio de un desierto, a un hombre que creemos habitante de otro desierto
distante más de diez mil kilómetros). No hubo viajes astrales ni agujeros en el
espacio. Estamos en Huesca. Con la voz plena de emoción, Manu (ese es el nombre
de mi interlocutor) me habla de su niñez, de su adolescencia, se demora en
detalles que tal vez hayan dormido ahí durante años, esperando esta noche y
este vino; (afuera continúa el silencio, no hay ruido de pasos, ni de autos en
marcha, ni siquiera el eco lejano del concierto. Si yo fuese otro, si fuese un
tipo valiente, tal vez me asomaría un instante a la puerta, para mirar la luna,
sólo eso: mirar la luna y saber que todo está bien). Mientras, la voz ronca de
Manu me habla de la barra, de una novia que tuvo y perdió, “¡qué linda era!”,
exclama. Luego hay un silencio necesario. Un movimiento lento, la mano de Manu
buscando en su cartera y sacando de allí una foto cuarteada por el tiempo. La
miro y hago un gesto de admiración. En efecto, la muchacha es guapa. (no sé si
es entonces cuando comprendo que éste es cualquier lugar y cualquier momento,
un retazo arrancado a mordiscos de la eternidad; tal vez por eso el obstinado
silencio del exterior, la silueta en la pared de dos desconocidos conversando,
dos latinoamericanos perdidos en cualquier parte, lejos y cerca de la vez,
tenues fantasmas de sí mismos, sombras que se proyectan desde remotas noches
olvidadas, que viajan en la nada hacia un tiempo inconcebible). Después escucho
la descripción de un oscuro boliche que en su memoria se confunde con otros
muchos que habría de conocer más tarde; me habla de su trabajo en el campo, del
fatídico día en que se fue el último tren... Entonces algo parece romperse en
el pausado hilo del relato. Clavo mis ojos en los suyos. Sujeto el vaso que
viaja hacia sus labios. Lo insto a continuar, con el leve asomo de una sospecha
insinuándose en mi entendimiento. Él me mira gravemente y retoma la narración:
"...yo me fui en él. Aquel último tren que pasó por Casbas City, hace ya
más de treinta años, se me llevó consigo. Luego anduve haciendo un poco de todo
por todas partes. En Argentina, en Chile, en Colombia, en Bolivia y Ecuador,
que es decir casi lo mismo, o de forma más breve, más certera, en
Latinoamérica, que es mi patria... Nuestra patria" se corrige. Yo asiento.
Luego continúa narrando las peripecias de una vida, una vida errante, como lo
son todas. "Y, entonces, de pronto, llegué aquí" dice mientras vacía
en los vasos lo que queda de la segunda botella. "De alguna manera, sentí
que mi deriva había terminado. No es que la coincidencia del nombre y el
cansancio acumulado me llevasen a tomar la decisión de quedarme. Esa decisión
era anterior, fue ella quien guió mis pasos hacia estas tierras, ella quien me
llevó de pueblo en pueblo hasta terminar en éste. Cuando llegué era de noche,
como ahora. Dormí en unas ruinas a las afueras. No supe dónde estaba hasta la
mañana siguiente, pero durante el sueño supe que me quedaría aquí. No puedo
explicarlo mejor. Lo sentí. Sólo eso. Y aquí estoy desde entonces".
No hablamos más. Ambos
estábamos algo borrachos y era muy tarde. Dormí allí mismo, en una pequeña
habitación que servía de almacén y donde había sitio de sobra. Al otro día,
después de un abundante desayuno, Manu estrechó mi mano y nos despedimos como
dos viejos amigos. Ambos sabíamos que había muy pocas posibilidades de
volvernos a encontrar. Eché a andar por la carretera, en dirección al sur, no a
ese Sur que nunca vi y que mi corazón incansablemente anhela, sino al otro, al
de todos los días, al sur prosaico donde la vida sufre una combustión tan lenta
que ni combustión parece.
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
-Próxima estación.
En el recorrido del tren literario por el Ferrocarril Midland:
ELÍAS ROMERO.
KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL
BELGRANO. LIBERTAD.
MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO. ISIDRO
CASANOVA. JUSTO VILLEGAS.
JOSÉ INGENIEROS. MARÍA SÁNCHEZ DE
MENDEVILLE. ALDO BONZI. KM 12.
LA SALADA. INGENIERO BUDGE. VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.
VILLA DIAMANTE. PUENTE ALSINA.
INTERCAMBIO MIDLAND.
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-Siguiente estación.
En el recorrido del tren literario por el Ferrocarril Provincial:
CARLOS BEGUERIE.
FUNKE. LOS
EUCALIPTOS. FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR
UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD. ESTACIÓN GÓMEZ DE
LA VEGA. D. SÁEZ. J. R.
MORENO. EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO
OLMOS. INGENIERO VILLANUEVA. ARANA. GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
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-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.
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