miércoles, febrero 12, 2025

EDICIÓN FEBRERO 2025

 


*Foto de Paula Novoa.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

FIN DE SEMANA EN SOLARIS*

 

No habrá más mundos que éste

que para ti convoco;

materia otra que la que aquí conjuro.

Atravieso espejismos,

me hundo en alucinaciones

que con tu rostro se disfrazan.

Incorpóreos engaños que simulan tu aroma.

Y contra mí conspiran odiosas estadísticas,

antagónicas leyes prohíben nuestro

encuentro.

¿Cuántas vidas debería vivir

hasta que esta pompa de jabón

asuma nuestras formas?

Nada guardo de ti sino tu ausencia

 

*De Gerardo Lewin.  gerardo.lewin@gmail.com

(Buenos Aires, 1955)

-Del libro Nombre impropio.

Editorial Deacá.

Villa Mercedes, 2015.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ESTACIÓN DE LOS SOLES*

 

 

ESTACION DE LAS LUNAS ABSORTAS

 

Sobrecogido. El niño mira las absortas lluvias.

Se pregunta porqué llora Dios. Se pregunta.

Tan serio. Tan niño. Tan hombre. Tan de amor sublevado.

Habla aquí y allá Tan lejos. Tan espera

 

 

ESTACION DE LAS FLORES

 

 El niño mira el corazón de dios y le habla.

-Dios le contesta, siempre-

Nada le sobra al niño, nada le falta.

Sabe, de las calaveras nacen flores.

 

 

ESTACION DE LOS SOLES

 

Desde los pies le sube una virtud unida al polvo.

Un mundo donde la profecía no decae.

Sonámbulo trazaba contornos indecibles.

Rizos de oro. Soles. Trenzas rojas.

 

 

ESTACION DE LAS LUCES

 

Y le sube una llama. Mitad mujer, mitad niña.

Por los cuatro costados, de sur a norte, sube.

Real. Extraña. Idéntica. Distinta. El sol no es una estrella.

Y son torso de zarza. Luz. Maraña. Silencio.

El niño mira las absortas lluvias y musita.

Al oído del viento, musita. No solo de dolor se llora.

 

 

*De Amelia Arellano.

San Luis.

 

 

 




 

 

 

 

 

 

La órbita de la materia*

  

Cae una hoja y ese vuelo final, impreciso o no,

nos conmueve de manera desmesurada,

por el presagio de su disolución horizontal.

Nos preguntamos si es por desidia del árbol

o por la ferocidad de la tierra que lo sostiene.

En cierta medida vertical todo vuela o camina

o eso se cree entre otras cosas ilusorias y leves.

Un día el árbol caerá y caeremos también sin rastros

de la sombra y sin memoria alguna de existencia,

de viento, de lluvia, de pájaros, de tormentas,

de nidos, de cantos, de hijos, de frágiles certezas,

de dudas abismales, de memorias de sangres y linajes,

del sentido de las palabras de este lenguaje inexacto,

heridos por ciclos de florecimiento e intemperie.

Caídos igual a cada hoja en su última contingencia

previsible, de muchas precedentes iguales o peores,

que nos amarillearon la fuerza, y, a la vez,

nos concedieron la cabal conciencia de lo absurdo,

de lo aleatorio del caos, del azar extravagante,

y, todo eso junto con la apatía y el cansancio

acumulados que, sin avisar, un día se adueñan.

No es lo perecedero ni lo subjetivo de la hoja,

el árbol, el pájaro y lo humano ni la dura piedra

ni la candente lava; es la tierra y su voracidad

la que vuela y sobrevive atemporal en el vacío

sujeta a un orden cerrado que se nos niega.

 

*De Horacio Rodio. horaciorodio@hotmail.com

 

-Horacio Rodio nació en Llavallol, provincia de Buenos Aires, en 1954. Realizó talleres con Laura Massolo y Liliana Díaz Mindurry. Obtuvo más de cien premios nacionales e internacionales en cuento, poesía y novela, con publicaciones en Argentina, España, Colombia y Chile. Es autor de los libros de cuentos Palabras de piedra (Baobab, 1999), Media baja (Dunken, 2012) y La insistencia de la desdicha (Ruinas Circulares, 2018), y de los poemarios El cinturón de Orión (primer premio del 15° Concurso “Adolfo Bioy Casares”, Ediciones Municipalidad de Las Flores, 2022) y El libro de Hopper (Pierre Turcotte Éditeur, Canadá, 2023). Ese mismo año, el sello español Avant Editorial publicó su novela Ausencia y error.

-En el 2024 publicó su libro de cuentos La oscuridad de los hechos. -Editorial Esa luna tiene agua.

 

 

 

 


 

 

 

 

 

El discurso oculto: la historia con minúscula*

 

*Por Alejandro Badillo. badillo.alejandro@gmail.com

 

La información también tiene su historia y está profundamente ligada a los círculos de poder, ya sea en la Antigüedad mediante la escritura, a la que la mayoría no tenía acceso, y luego en las bibliotecas y, en nuestro tiempo, en enormes centros de datos de todo y sobre todos. Este ensayo señala algunos de los momentos esenciales de la política del conocimiento y la información en la historia.

 Para muchos pasó desapercibido el ensayo El infinito no cabe en un junco (Altamarea Ediciones, 2021) de Carlos Clavería Laguarda, doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona y especialista en la historia del libro y de las bibliotecas. El texto es una respuesta al bestseller de Irene Vallejo El infinito en un junco: la invención de los libros en el mundo antiguo. Este volumen describe, como muchos lectores recuerdan, la historia de las primeras bibliotecas y la preservación del conocimiento que ha moldeado a la humanidad hasta nuestros tiempos. Esta historia ha encandilado a miles de lectores. Clavería Laguarda, sin embargo, pone un reparo en este escenario idílico: por supuesto, el mundo antiguo del libro es un cuento de hadas poblado de imágenes seductoras. La biblioteca es atractiva, incluso, como objeto estético. La otra parte de esta historia es la que involucra el poder y el conocimiento. Clavería Laguarda recuerda que las maravillosas bibliotecas antiguas que narra Vallejo eran, también, instrumentos de control. Como sucede ahora, la información siempre ha sido clave para protegerse del enemigo o, por el contrario, para usarla como herramienta de dominación y conquista. Esto lo sabía muy bien la dinastía Ptolemaica que gobernó el antiguo Egipto desde el 323 aC hasta el 30 aC, pues incautaba, a manera de cuota de peaje, los textos que llevaban las embarcaciones que viajaban a Alejandría, cuna de la famosa biblioteca del mismo nombre. La pregunta que propone Clavería Laguarda es la siguiente: ¿qué ocurrió con todo el conocimiento que se consideró inservible o, incluso, peligroso para las élites de aquella época? ¿Qué ocurrió con las culturas y las lenguas que fueron desplazadas por el mundo helenístico? ¿Qué pasó con los libros que no fueron preservados en las bibliotecas antiguas? Quizás se perdieron para siempre o acaso están en un lugar a la espera de ser descubiertos.

La idea de un archivo perdido en el tiempo o la posibilidad de encontrar información silenciada por siglos ha generado muchas especulaciones a lo largo de toda la historia humana. Las razones por las cuales se invisibiliza o se intenta borrar esa información tienen que ver, como he explicado, con el poder y la necesidad de conservarlo a toda costa. También, por supuesto, cuenta el hecho de la interpretación oficial que se le da a la información o la mutilación que se le hace a un archivo para crear una sola posibilidad de lectura, aquella que legitima un sistema social o la clase dirigente. Una ficción que lleva el tema a extremos metafísicos la recopilación de información para eliminar cualquier amenaza al status quo es la que relata el autor albanés Ismail Kadaré en su novela El palacio de los sueños. El escritor, fallecido en 2024, describe una empresa kafkiana: el rey de un imperio dedica muchos esfuerzos para recopilar los sueños de sus súbditos. Una vez que llegan al llamado Palacio de los Sueños, todas las historias son sometidas a un arduo proceso burocrático en el que se escogen sólo aquellos sueños que pueden ser una amenaza para el poder establecido. La idea es acabar con una posible rebelión antes de que se materialice, al igual que imaginó el autor estadunidense Philip K. Dick en su relato “The Minority Report”–llevado al cine en 2002–, en el cual tres mutantes pueden predecir delitos antes de que ocurran.

 

 

El riesgo de saberlo todo

 

Vivimos una época en la que se producen cantidades ingentes de información. Sin embargo, hay un problema: el hambre de los sistemas de extracción de datos está creando un vasto archivo, una especie de registro casi total de las huellas que deja la sociedad tecnológica en la que vivimos. Sin embargo, este universo construido segundo a segundo ya no puede ser explorado por la inteligencia humana sino sólo por oscuros filtros y algoritmos que, muchas veces, tienen fallas o sesgos. Hay algo peor: la llamada Inteligencia Artificial generativa crea información nueva a partir de la mezcla sin supervisión humana de lo que encuentra en la red. El resultado es la generación de contenidos de baja calidad. No estamos hablando sólo de lenguaje verbal defectuoso sino de imágenes que se suman a Google –el motor de búsqueda monopólico en el mercado– para mezclar ficción y realidad. De tal manera, un historiador futuro encontrará fuentes de información contaminadas con basura. Existe, además, una contradicción en la monstruosa recolección de datos que se integran en este archivo casi infinito: mientras más recopilamos información más nos atamos al pasado. Los hechos que ocurrieron –banales o no– forman una inmensa losa que debe arrastrar la humanidad. Esta idea la explora el ensayista español Xavier Nueno en su libro El arte del saber ligero. Una breve historia del exceso de información. Saber más no es, por definición, algo que nos convenga. En la distopía relatada por Ray Bradbury en su novela Fahrenheit 451 se emprende, como política social, la incineración de libros; ahora no existe esa censura explícita, pues en apariencia todo está disponible en internet. Sin embargo, la abundancia de información gestionada por plataformas tecnológicas que fragmentan la atención de los consumidores, quienes son sometidos constantemente a estímulos emocionales, genera nuevas formas de ignorancia y disonancias cognitivas. Si en la Antigüedad sólo se preservaba el conocimiento sagrado o las historias de los poderosos, ahora, por medio de los sistemas del capitalismo de vigilancia que nos miden todo el tiempo, vivimos en un ruido de fondo que se almacena, sin importar el costo energético de los inmensos centros de datos repartidos en el mundo. Hay un problema adicional: la obsolescencia programada, es decir, el cambio tecnológico constante, hace necesaria una actualización constante y cada vez más costosa de todo lo que intentamos preservar. La conservación de material fílmico, por ejemplo, es un reto material y, además, representa un riesgo y un dilema: ¿qué películas se preservarán y cuáles se perderán en formatos que nadie querrá o podrá rescatar por la complejidad y costo de la tarea? ¿Cuál será el criterio de selección?

 

Entre lo que se muestra y lo que se esconde

 

La humanidad, envanecida por su dominio de la tecnología, supone que ha examinado casi todos los registros de nuestro pasado, incluso cuando el hombre aún no caminaba sobre el planeta. Sin embargo, hay muchas cosas que no se saben porque fueron erosionadas por el paso del tiempo. Este archivo oculto ha espoleado la imaginación de algunos escritores. Lovecraft especuló con ello por medio del concepto de “tiempo profundo”, una era habitada por dioses primigenios, criaturas monstruosas que abandonaron la Tierra pero pueden regresar por medio de conjuros o descubrimientos hechos en lugares casi inaccesibles para nosotros. Lovecraft imaginaba que esa amenaza estaba latente no sólo en las entrañas de nuestro mundo, sino en la psique de algunos seres humanos. Es interesante que el creador del terror cósmico haya explorado lo que permanece oculto en la mente –en este caso las voces y deseos de antiguas criaturas que dominaron nuestro planeta–, mientras Sigmund Freud experimentaba con el subconsciente, una especie de información oculta en nuestro cerebro que, si se reprime todo el tiempo, puede generar episodios de neurosis, entre otros problemas.

Hay una permanente tensión entre la historia oficial y la historia oculta, entre lo que se muestra y lo que se esconde. La historia oficial es fuente de legitimidad del poder y toda crítica debe encontrar formas clandestinas para sobrevivir y comunicarse. Conocemos las vidas de los reyes y élites de antaño porque dedicaron muchos recursos para inmortalizarse en vida. No sólo hablan los libros sino los monumentos y edificios que les rinden homenaje. Las vidas de los otros permanecen ocultas y sus huellas, si es que las hay, desaparecen rápidamente. Hasta el siglo XX, con la llegada de nuevos historiadores críticos como E.P. Thompson, se emprendió el rescate de la historia obrera, sus costumbres, identidad y sus luchas. Sin embargo, los investigadores siempre se enfrentan a la escasez de fuentes, pues la vida de los de abajo muchas veces es anónima. Por otro lado, para los trabajadores y el pueblo siempre ha sido peligroso expresar abiertamente su experiencia de vida, sus deseos o frustraciones. Los miembros de la clase popular tuvieron que echar mano de algo que el politólogo James C. Scott llamó “el discurso oculto”, una serie de estrategias discursivas que utiliza la gente para resistir e interpelar a la élite. Esta suerte de narrativa es, como se puede suponer, codificada para no poner en riesgo a quienes la practican. Muchas veces los creadores de estos mensajes son conscientes de su inutilidad inmediata, pero los crean para preservar –acaso de una manera desesperada– su humanidad. Esto lo hizo el herrero polaco Jan Liwacz, preso en el campo de concentración de Auschwitz, quien tuvo la tarea de forjar el famoso letrero “Arbeit macht frei” (“El trabajo te libera”) en una de las entradas del lugar. La “B” fue colocada al revés no por un error del preso sino para hacer visible su inconformidad y, por supuesto, contradecir el lema que se haría famoso cuando se comenzó a conocer la maquinaria de exterminio ideada por los nazis.

 

*Fuente: https://semanal.jornada.com.mx/2025/02/09/el-discurso-oculto-la-historia-con-minuscula-9070.html?

 

 *Alejandro Badillo. (Ciudad de México, 1977)

-Es autor de los libros de cuento: Ella sigue dormida

 (Tierra Adentro), La herrumbre y las huellas (Eeyc), Vidas volátiles

(BUAP), Tolvaneras (SC Puebla), El clan de los estetas (Universidad

Veracruzana. Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela)

 “La Habitación Amarilla” por Editorial BUAP.

-Las novelas: La mujer de los macacos (Libros Magenta),

Por una cabeza (Premio Nacional de Novela Breve Amado Nervo). Y

 “Reconstrucción” Ediciones EyC.

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

UNA MIRADA*

 

He observado los bosques para ver únicamente los árboles de corteza caduca y hojas desnaturalizadas por las babosas. He visto los hongos comiéndose la oscuridad de la tierra, pájaros parasitados y animales moribundos en la maleza. He visto tormentas destructivas en la espesura, y no me es ajena la cicatriz del rayo en los troncos torturados. No me es ajeno el dolor de los bosques, no comprendo cuando dices "mira" y sonríes a tal espectáculo de muerte y sufrimiento. No me es ajeno el espanto de la espesura.

Me muestras los mares, y las olas de sucia espuma rompen en playas formadas por millones de cadáveres calcáreos. Cómo mirar el mar, me pregunto, cómo admirarlo. Cómo evitar en él el naufragio, el llanto de las viudas, la extinción de los roncos mugidos de los cetáceos. No me son ajenos, te digo, los espantos oceánicos.

Diriges mi vista hacia las humanas multitudes. Señalas un niño, veo en él presentes y futuras crueldades, veo la lenta degradación de los órganos, el velo enquistado de los saberes falsos, de la dureza que hará de él soldado de inquisiciones, verdugo y juez de sus semejantes.

Alumbras para mí a un par de enamorados. Se devorarán, te digo, no hay forma alguna de que no acaben tironeando de sus propios despojos. Acabará la caricia en garra, el beso en colmillo, la ternura en cuchilla afilada. No me es ajeno, tampoco, el amor. Que ya lo he visto. No me es ajeno el amor, y no conozco donativo más oneroso.

Meneas la cabeza tristemente. Me dices que tu paisaje es bello, que hay ternura en tu universo, que las sombras están, pero debajo de los claros objetos.

Dichosa de ti, dichosos los dichosos. Cíclope soy. Esto veo.

 

*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

Qué tal si tu tetera fuera

un mar,

tu taza un barco

y este poco de tiempo

que hemos atrapado

un pez

que en nuestras quietas aguas,

libre y olvidado,

nada.

 

*De Gerardo Lewin. gerardo.lewin@gmail.com

 (Buenos Aires, 1955)

 

 

 

 

 

 

 

*

 

El agua del mar alcanza mi cintura. Miro hacia arriba y elevo el ombligo. Elevo el ombligo como si hubiera un hilo que me uniera con algo que desconozco. El verde de las olas mece mi espalda, mis brazos. Me entrego y me dejo llevar mar adentro. El calor sobre la línea del horizonte me acompaña con un anaranjado bramar que todavía me abraza. El agua es tibia cerca del pacífico. Mis orejas están hundidas en el agua, siento el pelo batirse. Mis manos dibujan ondas infinitas de luz centellante que atraviesan las olas y alcanzan al celeste marrón de la orilla del mar.

Si me vieran desde arriba sería el perfecto modo de la paz, del momento presente. No hay futuro, no hay dolor, no hay pasado. Soy de color rosa, una flor rosa durmiendo en el mar.

Me asomo levemente sobre esta horizontalidad esbelta, natural. Desde acá puedo verlos en el borde de la costa saludando, saludándome. Cierro los ojos. Me muevo. Empiezo a tocar el áspero azucarado de la arena suspendida en el agua, empiezo a saborear la sal en la boca. Me rozan algas, de las que curan. Me están llevando, me hacen cosquillas frescas. Mi ombligo empieza a descender. Me siento desorientada. Intento no pensar porque corro el riesgo de hundirme.

La nada, el mar y yo. Todo blanco.

Vuelvo a mirar el cielo, me entrego a él como si con el ombligo pudiera tocar a la luna dulce de la tarde. Me acuesto en el mar. Soy de color rosa, una flor rosa durmiendo en el mar.

El sonido del agua hace silencio. El sonido afelpado del agua está adentro de mi cabeza. Me duermo con las algas y sus caricias. Me duermo a pesar de la bandera roja. Yo puedo flotar hasta el infinito, hasta el fin de los mares. Soy una flor rosa durmiendo en el mar.

Mis dedos dibujan el paso amarillo del tiempo. Hago señas al cielo con las manos sumergidas. Sonrío de placer dorado. Estoy en la línea invisible entre el sueño y la vigilia. Y las algas, la bandera roja, los dedos bailando, la pequeña luna.

Mi pierna derecha rechaza la cercanía ácida de una medusa. Se entumece, quizá sea un calambre. Una fuerza agresiva me oprime la pierna, la enrosca. Empiezo a asustarme. Dios…o lo que sea que está ahí mirándome. Mirando mis manos, las flores, las algas. Dios. Una rama me arrastra. Al océano negro o a la orilla del mar. Me lastima. Lucho con fuerza, quiero elevarme, ponerme vertical, no puedo. Intento aquietarme, siento un ardor rojo en la pierna. El agua alrededor es agridulce ahora.

Si me mirara desde arriba podría ver a mis piernas entreabiertas, los pies hacia afuera, las manos hacia arriba, cabeza atrás, y las olas, los dibujos de mis dedos inconscientes, el pelo y las algas flotando, mis piernas moviéndose y naciendo desde el oleaje una rama verde oscura que se enrosca a mi pierna.

Flores rojas, violetas, negras crecen rápido, me enlazan las piernas, los brazos, mi cuerpo flotando en la caída del sol.

Es el nacimiento de la noche violeta.

Floto fluorescente al anochecer, con los ojos abiertos. Crecen, estrujan. Me entrego. Soy el corazón vivo de un jardín acuático.

Estoy de vuelta en la costa. Tengo marcas en las piernas. Mis huellas rebosan de flores.

 

 

*De Lorena Suez. suezlorena@gmail.com

-Mentoría de procesos creativos

-Taller de escritura y emociones

-Lic. en Ciencias de la Comunicación / Psicóloga Social

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Adivinos*

 

Al final, como mi madre, he aprendido

a entender el movimiento de las nubes

y a predecir el clima. Ella sabía, como yo,

detectar las mentiras y lloraba sin mentir,

duró bastante sin romperse, era creyente;

pero igual terminó internada, sola y triste.

Yo aprendí a escuchar y a aislar las palabras

ciertas que se cuelan en las dulces mentiras,

y tengo la amabilidad de asentir y pronunciar

lo que esperan escuchar de mí: yo nada creo.

Riego el jardín antes del seguro chaparrón

siento que pasa gente sobradora sin saludar

y el cinismo contenido de los que saludan,

y yo contesto o no contesto sin mirarlos,

da lo mismo, la comedia no se suspende

por mal tiempo, llueva o truene.

 

*De Horacio Martín Rodio. horaciorodio@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

La palabra tiene poderes oscuros que duermen en ella, ningún arma de fuego tiene más fuerza. Lleva las señales de haber combatido por expresarse, de haber confundido y malentendido.

 

*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com

 

 

 

 

 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 

 

 

LO QUE HACEMOS EN LA OBSCURIDAD*

 

Cuánto Tiempo me digo, mientras espero en el andén. Es la primera vez que subo al tren desde aquello, y todavía es todo inseguridad y temor a no poder, a encontrar obstáculos infranqueables, a caerme.

Cuando se acerca el tren me afirmo en las muletas y no miro a mi alrededor, porque sé que todas las disimuladas miradas están en el tutor de metal y plástico negro que llevo atornillado a los huesos de la pierna izquierda. Me dejan pasar primero, un muchacho me ofrece ayuda pero le digo que puedo sola con una sonrisa forzada, con esa terquedad de los débiles.

 

Me siento primero al lado del pasillo y me arrastro para quedar junto a la ventanilla, golpeándome la cara con una de las muletas. Hago como si no lo hubiese notado, y la gente se acomoda en el vagón. Nadie se sienta a mi lado, hay cierto horror por desfiguraciones, cegueras o muletas.

Espero que estemos en movimiento, me levanto y con extremo cuidado avanzo por los vagones buscando la seguridad del coche cine club, la cálida obscuridad que me permita sustraerme a la curiosidad de las personas que simulan no verme.

Me voy apoyando en los asientos con los codos, camino afirmando la pierna sana, llego por fortuna al vagón cine club. Al ingresar recibo la primera felicidad con el olor conocido a humedad, a polvo y al whisky de Oliver Reed que está fumando, aunque supongo que está prohibido. Me siento como antes, ya en mi butaca y en penumbras es como si todo estuviese bien y en su sitio, como si hubiese llegado a algún lado en donde me estuviesen esperando.

En la pantalla hay un documental sobre la vida de cuatro vampiros. Veo cómo se despiertan en la última brizna de la tarde, cómo se reúnen a discutir la asignación de las tareas hogareñas, las salidas nocturnas, cómo los hombres lobo son un grupo opuesto con cual intercambian burlas y amenazas.

Los vampiros son perfectamente reales y posibles mientras la luz del proyector los hace aparecer en la pantalla. Les creo, me encariño con uno, me río de los gestos con los cuales me familiarizo de inmediato y me introducen en una complicidad gozosa. Sonrío todo el tiempo. Qué bueno estar aquí y qué ganas de que vieses la película para después reírnos de nuevo recordando una frase, una situación feliz, esas escenas que son graciosas por ser tan comunes y cotidianas transformadas en mágicas porque los protagonistas son vampiros.

La ilusión de ser un documental real es perfecta. Ya quisiera volver a verlo antes de que termine. No quiero que termine. No quiero despedirme de ellos. Viago, Deacon, Vladislav y Peter ya son personas en mi imaginación y mi memoria. Vivimos juntos en la obscuridad, donde todo puede ocurrir y todo es confuso. Donde no tenemos edad, el cuerpo se disuelve a negro y las voces ocupan los espacios.

 

Me quedo sentada, por qué si es un film cómico tengo está extendida tristeza. Por qué.

 

*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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LA PLATA.

 

 

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