*Foto de Paula Novoa.
FIN DE SEMANA EN SOLARIS*
No habrá más mundos que éste
que para ti convoco;
materia otra que la que aquí conjuro.
Atravieso espejismos,
me hundo en alucinaciones
que con tu rostro se disfrazan.
Incorpóreos engaños que simulan tu aroma.
Y contra mí conspiran odiosas estadísticas,
antagónicas leyes prohíben nuestro
encuentro.
¿Cuántas vidas debería vivir
hasta que esta pompa de jabón
asuma nuestras formas?
Nada guardo de ti sino tu ausencia
*De Gerardo
Lewin. gerardo.lewin@gmail.com
(Buenos Aires, 1955)
-Del libro Nombre impropio.
Editorial Deacá.
Villa Mercedes, 2015.
ESTACIÓN
DE LOS SOLES*
ESTACION DE LAS LUNAS
ABSORTAS
Sobrecogido. El niño
mira las absortas lluvias.
Se pregunta porqué
llora Dios. Se pregunta.
Tan serio. Tan niño.
Tan hombre. Tan de amor sublevado.
Habla aquí y allá Tan
lejos. Tan espera
ESTACION DE LAS FLORES
El niño mira el corazón de dios y le habla.
-Dios le contesta,
siempre-
Nada le sobra al niño,
nada le falta.
Sabe, de las calaveras
nacen flores.
ESTACION DE LOS SOLES
Desde los pies le sube
una virtud unida al polvo.
Un mundo donde la
profecía no decae.
Sonámbulo trazaba
contornos indecibles.
Rizos de oro. Soles.
Trenzas rojas.
ESTACION DE LAS LUCES
Y le sube una llama.
Mitad mujer, mitad niña.
Por los cuatro
costados, de sur a norte, sube.
Real. Extraña.
Idéntica. Distinta. El sol no es una estrella.
Y son torso de zarza.
Luz. Maraña. Silencio.
El niño mira las
absortas lluvias y musita.
Al oído del viento,
musita. No solo de dolor se llora.
*De Amelia
Arellano.
San Luis.
La órbita de la materia*
Cae una hoja y ese
vuelo final, impreciso o no,
nos conmueve de manera
desmesurada,
por el presagio de su
disolución horizontal.
Nos preguntamos si es
por desidia del árbol
o por la ferocidad de
la tierra que lo sostiene.
En cierta medida
vertical todo vuela o camina
o eso se cree entre
otras cosas ilusorias y leves.
Un día el árbol caerá
y caeremos también sin rastros
de la sombra y sin
memoria alguna de existencia,
de viento, de lluvia,
de pájaros, de tormentas,
de nidos, de cantos,
de hijos, de frágiles certezas,
de dudas abismales, de
memorias de sangres y linajes,
del sentido de las
palabras de este lenguaje inexacto,
heridos por ciclos de
florecimiento e intemperie.
Caídos igual a cada
hoja en su última contingencia
previsible, de muchas
precedentes iguales o peores,
que nos amarillearon
la fuerza, y, a la vez,
nos concedieron la
cabal conciencia de lo absurdo,
de lo aleatorio del
caos, del azar extravagante,
y, todo eso junto con la
apatía y el cansancio
acumulados que, sin
avisar, un día se adueñan.
No es lo perecedero ni
lo subjetivo de la hoja,
el árbol, el pájaro y
lo humano ni la dura piedra
ni la candente lava;
es la tierra y su voracidad
la que vuela y
sobrevive atemporal en el vacío
sujeta a un orden
cerrado que se nos niega.
*De Horacio
Rodio. horaciorodio@hotmail.com
-Horacio
Rodio nació en Llavallol, provincia de Buenos Aires, en 1954. Realizó
talleres con Laura Massolo y Liliana Díaz Mindurry. Obtuvo más de cien premios
nacionales e internacionales en cuento, poesía y novela, con publicaciones en
Argentina, España, Colombia y Chile. Es autor de los libros de cuentos Palabras de piedra (Baobab, 1999), Media baja (Dunken, 2012) y La insistencia de la desdicha (Ruinas
Circulares, 2018), y de los poemarios El
cinturón de Orión (primer premio del 15° Concurso “Adolfo Bioy Casares”,
Ediciones Municipalidad de Las Flores, 2022) y El libro de Hopper (Pierre Turcotte Éditeur, Canadá, 2023). Ese
mismo año, el sello español Avant Editorial publicó su novela Ausencia y error.
-En el 2024 publicó su libro de cuentos La oscuridad de los hechos. -Editorial
Esa luna tiene agua.
El
discurso oculto: la historia con minúscula*
*Por Alejandro
Badillo. badillo.alejandro@gmail.com
La información también tiene su historia y
está profundamente ligada a los círculos de poder, ya sea en la Antigüedad mediante
la escritura, a la que la mayoría no tenía acceso, y luego en las bibliotecas
y, en nuestro tiempo, en enormes centros de datos de todo y sobre todos. Este
ensayo señala algunos de los momentos esenciales de la política del
conocimiento y la información en la historia.
Para
muchos pasó desapercibido el ensayo El
infinito no cabe en un junco (Altamarea Ediciones, 2021) de Carlos Clavería
Laguarda, doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona y
especialista en la historia del libro y de las bibliotecas. El texto es una
respuesta al bestseller de Irene Vallejo El
infinito en un junco: la invención de los libros en el mundo antiguo. Este
volumen describe, como muchos lectores recuerdan, la historia de las primeras
bibliotecas y la preservación del conocimiento que ha moldeado a la humanidad
hasta nuestros tiempos. Esta historia ha encandilado a miles de lectores.
Clavería Laguarda, sin embargo, pone un reparo en este escenario idílico: por
supuesto, el mundo antiguo del libro es un cuento de hadas poblado de imágenes
seductoras. La biblioteca es atractiva, incluso, como objeto estético. La otra
parte de esta historia es la que involucra el poder y el conocimiento. Clavería
Laguarda recuerda que las maravillosas bibliotecas antiguas que narra Vallejo
eran, también, instrumentos de control. Como sucede ahora, la información
siempre ha sido clave para protegerse del enemigo o, por el contrario, para
usarla como herramienta de dominación y conquista. Esto lo sabía muy bien la
dinastía Ptolemaica que gobernó el antiguo Egipto desde el 323 aC hasta el 30
aC, pues incautaba, a manera de cuota de peaje, los textos que llevaban las
embarcaciones que viajaban a Alejandría, cuna de la famosa biblioteca del mismo
nombre. La pregunta que propone Clavería Laguarda es la siguiente: ¿qué ocurrió
con todo el conocimiento que se consideró inservible o, incluso, peligroso para
las élites de aquella época? ¿Qué ocurrió con las culturas y las lenguas que
fueron desplazadas por el mundo helenístico? ¿Qué pasó con los libros que no
fueron preservados en las bibliotecas antiguas? Quizás se perdieron para
siempre o acaso están en un lugar a la espera de ser descubiertos.
La idea de un archivo perdido en el tiempo
o la posibilidad de encontrar información silenciada por siglos ha generado
muchas especulaciones a lo largo de toda la historia humana. Las razones por
las cuales se invisibiliza o se intenta borrar esa información tienen que ver,
como he explicado, con el poder y la necesidad de conservarlo a toda costa. También,
por supuesto, cuenta el hecho de la interpretación oficial que se le da a la
información o la mutilación que se le hace a un archivo para crear una sola
posibilidad de lectura, aquella que legitima un sistema social o la clase
dirigente. Una ficción que lleva el tema a extremos metafísicos la recopilación
de información para eliminar cualquier amenaza al status quo es la que relata
el autor albanés Ismail Kadaré en su novela El
palacio de los sueños. El escritor, fallecido en 2024, describe una empresa
kafkiana: el rey de un imperio dedica muchos esfuerzos para recopilar los
sueños de sus súbditos. Una vez que llegan al llamado Palacio de los Sueños,
todas las historias son sometidas a un arduo proceso burocrático en el que se
escogen sólo aquellos sueños que pueden ser una amenaza para el poder
establecido. La idea es acabar con una posible rebelión antes de que se
materialice, al igual que imaginó el autor estadunidense Philip K. Dick en su
relato “The Minority Report”–llevado al cine en 2002–, en el cual tres mutantes
pueden predecir delitos antes de que ocurran.
El riesgo de saberlo
todo
Vivimos una época en la que se producen
cantidades ingentes de información. Sin embargo, hay un problema: el hambre de
los sistemas de extracción de datos está creando un vasto archivo, una especie
de registro casi total de las huellas que deja la sociedad tecnológica en la
que vivimos. Sin embargo, este universo construido segundo a segundo ya no
puede ser explorado por la inteligencia humana sino sólo por oscuros filtros y
algoritmos que, muchas veces, tienen fallas o sesgos. Hay algo peor: la llamada
Inteligencia Artificial generativa crea información nueva a partir de la mezcla
sin supervisión humana de lo que encuentra en la red. El resultado es la
generación de contenidos de baja calidad. No estamos hablando sólo de lenguaje
verbal defectuoso sino de imágenes que se suman a Google –el motor de búsqueda
monopólico en el mercado– para mezclar ficción y realidad. De tal manera, un
historiador futuro encontrará fuentes de información contaminadas con basura.
Existe, además, una contradicción en la monstruosa recolección de datos que se
integran en este archivo casi infinito: mientras más recopilamos información
más nos atamos al pasado. Los hechos que ocurrieron –banales o no– forman una
inmensa losa que debe arrastrar la humanidad. Esta idea la explora el ensayista
español Xavier Nueno en su libro El arte
del saber ligero. Una breve historia del exceso de información. Saber más
no es, por definición, algo que nos convenga. En la distopía relatada por Ray
Bradbury en su novela Fahrenheit 451
se emprende, como política social, la incineración de libros; ahora no existe
esa censura explícita, pues en apariencia todo está disponible en internet. Sin
embargo, la abundancia de información gestionada por plataformas tecnológicas
que fragmentan la atención de los consumidores, quienes son sometidos
constantemente a estímulos emocionales, genera nuevas formas de ignorancia y
disonancias cognitivas. Si en la Antigüedad sólo se preservaba el conocimiento
sagrado o las historias de los poderosos, ahora, por medio de los sistemas del
capitalismo de vigilancia que nos miden todo el tiempo, vivimos en un ruido de
fondo que se almacena, sin importar el costo energético de los inmensos centros
de datos repartidos en el mundo. Hay un problema adicional: la obsolescencia
programada, es decir, el cambio tecnológico constante, hace necesaria una
actualización constante y cada vez más costosa de todo lo que intentamos
preservar. La conservación de material fílmico, por ejemplo, es un reto
material y, además, representa un riesgo y un dilema: ¿qué películas se
preservarán y cuáles se perderán en formatos que nadie querrá o podrá rescatar
por la complejidad y costo de la tarea? ¿Cuál será el criterio de selección?
Entre lo que se
muestra y lo que se esconde
La humanidad, envanecida por su dominio de
la tecnología, supone que ha examinado casi todos los registros de nuestro
pasado, incluso cuando el hombre aún no caminaba sobre el planeta. Sin embargo,
hay muchas cosas que no se saben porque fueron erosionadas por el paso del
tiempo. Este archivo oculto ha espoleado la imaginación de algunos escritores.
Lovecraft especuló con ello por medio del concepto de “tiempo profundo”, una
era habitada por dioses primigenios, criaturas monstruosas que abandonaron la
Tierra pero pueden regresar por medio de conjuros o descubrimientos hechos en
lugares casi inaccesibles para nosotros. Lovecraft imaginaba que esa amenaza
estaba latente no sólo en las entrañas de nuestro mundo, sino en la psique de
algunos seres humanos. Es interesante que el creador del terror cósmico haya
explorado lo que permanece oculto en la mente –en este caso las voces y deseos
de antiguas criaturas que dominaron nuestro planeta–, mientras Sigmund Freud
experimentaba con el subconsciente, una especie de información oculta en nuestro
cerebro que, si se reprime todo el tiempo, puede generar episodios de neurosis,
entre otros problemas.
Hay una permanente tensión entre la
historia oficial y la historia oculta, entre lo que se muestra y lo que se
esconde. La historia oficial es fuente de legitimidad del poder y toda crítica
debe encontrar formas clandestinas para sobrevivir y comunicarse. Conocemos las
vidas de los reyes y élites de antaño porque dedicaron muchos recursos para
inmortalizarse en vida. No sólo hablan los libros sino los monumentos y
edificios que les rinden homenaje. Las vidas de los otros permanecen ocultas y
sus huellas, si es que las hay, desaparecen rápidamente. Hasta el siglo XX, con
la llegada de nuevos historiadores críticos como E.P. Thompson, se emprendió el
rescate de la historia obrera, sus costumbres, identidad y sus luchas. Sin
embargo, los investigadores siempre se enfrentan a la escasez de fuentes, pues
la vida de los de abajo muchas veces es anónima. Por otro lado, para los
trabajadores y el pueblo siempre ha sido peligroso expresar abiertamente su
experiencia de vida, sus deseos o frustraciones. Los miembros de la clase
popular tuvieron que echar mano de algo que el politólogo James C. Scott llamó
“el discurso oculto”, una serie de estrategias discursivas que utiliza la gente
para resistir e interpelar a la élite. Esta suerte de narrativa es, como se
puede suponer, codificada para no poner en riesgo a quienes la practican.
Muchas veces los creadores de estos mensajes son conscientes de su inutilidad
inmediata, pero los crean para preservar –acaso de una manera desesperada– su
humanidad. Esto lo hizo el herrero polaco Jan Liwacz, preso en el campo de
concentración de Auschwitz, quien tuvo la tarea de forjar el famoso letrero “Arbeit macht frei” (“El trabajo te
libera”) en una de las entradas del lugar. La “B” fue colocada al revés no por
un error del preso sino para hacer visible su inconformidad y, por supuesto,
contradecir el lema que se haría famoso cuando se comenzó a conocer la
maquinaria de exterminio ideada por los nazis.
*Fuente: https://semanal.jornada.com.mx/2025/02/09/el-discurso-oculto-la-historia-con-minuscula-9070.html?
*Alejandro Badillo. (Ciudad de México,
1977)
-Es autor de los libros de cuento: Ella
sigue dormida
(Tierra Adentro), La herrumbre y las huellas
(Eeyc), Vidas volátiles
(BUAP), Tolvaneras (SC Puebla), El clan de
los estetas (Universidad
Veracruzana. Premio Nacional de Narrativa
Mariano Azuela)
“La
Habitación Amarilla” por Editorial BUAP.
-Las novelas: La mujer de los macacos
(Libros Magenta),
Por una cabeza (Premio Nacional de Novela
Breve Amado Nervo). Y
“Reconstrucción” Ediciones EyC.
UNA MIRADA*
He observado los bosques para ver
únicamente los árboles de corteza caduca y hojas desnaturalizadas por las
babosas. He visto los hongos comiéndose la oscuridad de la tierra, pájaros
parasitados y animales moribundos en la maleza. He visto tormentas destructivas
en la espesura, y no me es ajena la cicatriz del rayo en los troncos torturados.
No me es ajeno el dolor de los bosques, no comprendo cuando dices
"mira" y sonríes a tal espectáculo de muerte y sufrimiento. No me es
ajeno el espanto de la espesura.
Me muestras los mares, y las olas de sucia
espuma rompen en playas formadas por millones de cadáveres calcáreos. Cómo
mirar el mar, me pregunto, cómo admirarlo. Cómo evitar en él el naufragio, el
llanto de las viudas, la extinción de los roncos mugidos de los cetáceos. No me
son ajenos, te digo, los espantos oceánicos.
Diriges mi vista hacia las humanas
multitudes. Señalas un niño, veo en él presentes y futuras crueldades, veo la
lenta degradación de los órganos, el velo enquistado de los saberes falsos, de
la dureza que hará de él soldado de inquisiciones, verdugo y juez de sus semejantes.
Alumbras para mí a un par de enamorados. Se
devorarán, te digo, no hay forma alguna de que no acaben tironeando de sus
propios despojos. Acabará la caricia en garra, el beso en colmillo, la ternura
en cuchilla afilada. No me es ajeno, tampoco, el amor. Que ya lo he visto. No
me es ajeno el amor, y no conozco donativo más oneroso.
Meneas la cabeza tristemente. Me dices que
tu paisaje es bello, que hay ternura en tu universo, que las sombras están,
pero debajo de los claros objetos.
Dichosa de ti, dichosos los dichosos.
Cíclope soy. Esto veo.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
*
Qué tal si tu tetera fuera
un mar,
tu taza un barco
y este poco de tiempo
que hemos atrapado
un pez
que en nuestras quietas aguas,
libre y olvidado,
nada.
*De Gerardo
Lewin. gerardo.lewin@gmail.com
(Buenos
Aires, 1955)
*
El agua del mar
alcanza mi cintura. Miro hacia arriba y elevo el ombligo. Elevo el ombligo como
si hubiera un hilo que me uniera con algo que desconozco. El verde de las olas
mece mi espalda, mis brazos. Me entrego y me dejo llevar mar adentro. El calor sobre
la línea del horizonte me acompaña con un anaranjado bramar que todavía me
abraza. El agua es tibia cerca del pacífico. Mis orejas están hundidas en el
agua, siento el pelo batirse. Mis manos dibujan ondas infinitas de luz
centellante que atraviesan las olas y alcanzan al celeste marrón de la orilla
del mar.
Si me vieran desde
arriba sería el perfecto modo de la paz, del momento presente. No hay futuro,
no hay dolor, no hay pasado. Soy de color rosa, una flor rosa durmiendo en el
mar.
Me asomo levemente
sobre esta horizontalidad esbelta, natural. Desde acá puedo verlos en el borde
de la costa saludando, saludándome. Cierro los ojos. Me muevo. Empiezo a tocar
el áspero azucarado de la arena suspendida en el agua, empiezo a saborear la
sal en la boca. Me rozan algas, de las que curan. Me están llevando, me hacen
cosquillas frescas. Mi ombligo empieza a descender. Me siento desorientada.
Intento no pensar porque corro el riesgo de hundirme.
La nada, el mar y yo.
Todo blanco.
Vuelvo a mirar el
cielo, me entrego a él como si con el ombligo pudiera tocar a la luna dulce de
la tarde. Me acuesto en el mar. Soy de color rosa, una flor rosa durmiendo en
el mar.
El sonido del agua
hace silencio. El sonido afelpado del agua está adentro de mi cabeza. Me duermo
con las algas y sus caricias. Me duermo a pesar de la bandera roja. Yo puedo
flotar hasta el infinito, hasta el fin de los mares. Soy una flor rosa
durmiendo en el mar.
Mis dedos dibujan el
paso amarillo del tiempo. Hago señas al cielo con las manos sumergidas. Sonrío
de placer dorado. Estoy en la línea invisible entre el sueño y la vigilia. Y
las algas, la bandera roja, los dedos bailando, la pequeña luna.
Mi pierna derecha
rechaza la cercanía ácida de una medusa. Se entumece, quizá sea un calambre.
Una fuerza agresiva me oprime la pierna, la enrosca. Empiezo a asustarme.
Dios…o lo que sea que está ahí mirándome. Mirando mis manos, las flores, las
algas. Dios. Una rama me arrastra. Al océano negro o a la orilla del mar. Me
lastima. Lucho con fuerza, quiero elevarme, ponerme vertical, no puedo. Intento
aquietarme, siento un ardor rojo en la pierna. El agua alrededor es agridulce
ahora.
Si me mirara desde
arriba podría ver a mis piernas entreabiertas, los pies hacia afuera, las manos
hacia arriba, cabeza atrás, y las olas, los dibujos de mis dedos inconscientes,
el pelo y las algas flotando, mis piernas moviéndose y naciendo desde el oleaje
una rama verde oscura que se enrosca a mi pierna.
Flores rojas,
violetas, negras crecen rápido, me enlazan las piernas, los brazos, mi cuerpo
flotando en la caída del sol.
Es el nacimiento de la
noche violeta.
Floto fluorescente al
anochecer, con los ojos abiertos. Crecen, estrujan. Me entrego. Soy el corazón
vivo de un jardín acuático.
Estoy de vuelta en la
costa. Tengo marcas en las piernas. Mis huellas rebosan de flores.
*De Lorena
Suez. suezlorena@gmail.com
-Mentoría de procesos creativos
-Taller de escritura y emociones
-Lic. en Ciencias de la Comunicación /
Psicóloga Social
Adivinos*
Al final, como mi madre, he aprendido
a entender el movimiento de las nubes
y a predecir el clima. Ella sabía, como yo,
detectar las mentiras y lloraba sin mentir,
duró bastante sin romperse, era creyente;
pero igual terminó internada, sola y
triste.
Yo aprendí a escuchar y a aislar las
palabras
ciertas que se cuelan en las dulces
mentiras,
y tengo la amabilidad de asentir y
pronunciar
lo que esperan escuchar de mí: yo nada
creo.
Riego el jardín antes del seguro chaparrón
siento que pasa gente sobradora sin saludar
y el cinismo contenido de los que saludan,
y yo contesto o no contesto sin mirarlos,
da lo mismo, la comedia no se suspende
por mal tiempo, llueva o truene.
*De Horacio
Martín Rodio. horaciorodio@hotmail.com
*
La palabra tiene
poderes oscuros que duermen en ella, ningún arma de fuego tiene más fuerza.
Lleva las señales de haber combatido por expresarse, de haber confundido y
malentendido.
*De Liliana
Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
LO QUE HACEMOS
EN LA OBSCURIDAD*
Cuánto Tiempo me digo, mientras espero en
el andén. Es la primera vez que subo al tren desde aquello, y todavía es todo
inseguridad y temor a no poder, a encontrar obstáculos infranqueables, a
caerme.
Cuando se acerca el tren me afirmo en las
muletas y no miro a mi alrededor, porque sé que todas las disimuladas miradas
están en el tutor de metal y plástico negro que llevo atornillado a los huesos
de la pierna izquierda. Me dejan pasar primero, un muchacho me ofrece ayuda
pero le digo que puedo sola con una sonrisa forzada, con esa terquedad de los
débiles.
Me siento primero al lado del pasillo y me
arrastro para quedar junto a la ventanilla, golpeándome la cara con una de las
muletas. Hago como si no lo hubiese notado, y la gente se acomoda en el vagón.
Nadie se sienta a mi lado, hay cierto horror por desfiguraciones, cegueras o
muletas.
Espero que estemos en movimiento, me
levanto y con extremo cuidado avanzo por los vagones buscando la seguridad del
coche cine club, la cálida obscuridad que me permita sustraerme a la curiosidad
de las personas que simulan no verme.
Me voy apoyando en los asientos con los
codos, camino afirmando la pierna sana, llego por fortuna al vagón cine club.
Al ingresar recibo la primera felicidad con el olor conocido a humedad, a polvo
y al whisky de Oliver Reed que está fumando, aunque supongo que está prohibido.
Me siento como antes, ya en mi butaca y en penumbras es como si todo estuviese
bien y en su sitio, como si hubiese llegado a algún lado en donde me estuviesen
esperando.
En la pantalla hay un documental sobre la
vida de cuatro vampiros. Veo cómo se despiertan en la última brizna de la
tarde, cómo se reúnen a discutir la asignación de las tareas hogareñas, las
salidas nocturnas, cómo los hombres lobo son un grupo opuesto con cual
intercambian burlas y amenazas.
Los vampiros son perfectamente reales y
posibles mientras la luz del proyector los hace aparecer en la pantalla. Les
creo, me encariño con uno, me río de los gestos con los cuales me familiarizo
de inmediato y me introducen en una complicidad gozosa. Sonrío todo el tiempo.
Qué bueno estar aquí y qué ganas de que vieses la película para después reírnos
de nuevo recordando una frase, una situación feliz, esas escenas que son
graciosas por ser tan comunes y cotidianas transformadas en mágicas porque los
protagonistas son vampiros.
La ilusión de ser un documental real es
perfecta. Ya quisiera volver a verlo antes de que termine. No quiero que
termine. No quiero despedirme de ellos. Viago, Deacon, Vladislav y Peter ya son
personas en mi imaginación y mi memoria. Vivimos juntos en la obscuridad, donde
todo puede ocurrir y todo es confuso. Donde no tenemos edad, el cuerpo se
disuelve a negro y las voces ocupan los espacios.
Me quedo sentada, por qué si es un film
cómico tengo está extendida tristeza. Por qué.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
-Próxima estación:
FRANCISCO A. BERRA.
-Continuidad literaria
por el Ferrocarril Provincial:
ESTACIÓN
GOYENECHE.
GOBERNADOR
UDAONDO.
LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.
GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN
DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA
VEGA.
D. SÁEZ.
J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL
ETCHEVERRY.
LISANDRO OLMOS.
INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
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