jueves, septiembre 29, 2011
COMO TRIUNFAR EN LA VIDA....
*Ilustración: Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu
POEMA COTIDIANO*
“¡Oh! Yo no sé, dijo la noche, amado, yo no sé tu secreto
Aunque he visto vagar ese que dices desolado fantasma, por tus sueños.”
ANTONIO MACHADO
Si buscas en este poema una metáfora, da vuelta la página. No la
encontrarás. La mejor metáfora es la vida y la mejor metáfora de la vida es
el amor.
Y la mejor metáfora del amor eres tú
Si te sobresalta un aguijón de ausencia. Una duda. Un desaliento.
Piensa, amor. Mañana es otro día.
Te has enredado en esta maraña. En este no sé que.
“Un desolado fantasma” que vaga por tus sueños-
Que es tonto, cursi, este amor. Casi humano.
Si, lo es. Es cotidiano. Usual.
Como lo es el pan con mantequilla.
El mate, el vino, el lavarse los dientes.
Raro, quizás, peligroso como subirse a la azotea cuando nieva.
Como pegar carteles, o leer el “Che” en los 70
Pero esto nos basta, es suficiente.
Como un techo de chapa en un villorrio.
De todas las batallas es la mejor ganada.
La más bella de todas las demencias.
La mejor inversión de nuestra infancia.
La mejor burla a los dioses apócrifos.
La peor excomunión. La absolución mayor.
La más pura virtud, este pecado
La vida, entre tanta muerte, amor.
La vida.
*Por Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar
Punto de lectura*
Angélica Gorodischer
Estoy leyendo en la librería sobre un diván. Casi sin darme cuenta me voy quedando sola. Sé que se acerca el momento del cierre, cuento las hojas que faltan para terminar el cuento de la Gorodisher. No sé si llego y el alma se acelera. Es una hermosa sensación de suspenso, disfrutar antes que den las doce o antes de la muerte, disfrutar el placer clandestino del libro. Ahora se ha dado vuelta todo, se revuelve la narración y el personaje sometido triunfa. La justicia poética llega cuando me avisan que se termina, el tiempo, pago la cuenta, junto los libros y me voy. El poder, las mujeres, los oprimidos, la justicia, el deseo de saber, de saltar los encierros, revivido en esa lectura. Vuelvo al patio de mi infancia cuando, con los ojos brillantes del voyeur, penetraba esa colección, todos los libros iguales vestidos de verde, todos me llevaban lejos de lo permitido, todos me hacían pensar, imaginar, rebelar de la sujeción a tantas fórmulas no compartidas. Como triunfar en la vida ese era el nombre del cuento de Angélica. Ahora lo sé triunfar en la vida es escaparse por una rendija del destino prometido..
*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com
PEQUEÑA CARTONERA*
*Por Celso Agretti. celsoagr@trcnet.com.ar
Hacía rato que la noche fría y oscura se había cerrado sobre el barrio. Las calles estaban desiertas, sumidas en el mayor silencio, y no se escuchaba siquiera un ladrido lejano. Parecía que todos hubieran decidido refugiarse en el calor dulce y cómodo de sus hogares.
Así y todo mi mujer y yo salimos por un momento a la calle, y nos cobijamos bajo el pequeño alero del porch de casa, dejando por un momento la cálida compañía del fuego encendido. que crepitaba suavemente entre una masa de brasas incandescentes; para sentir la mordedura de ese frío nocturno de un invierno cruel como pocos, sabiendo que a dos pasos entrábamos y estábamos nuevamente abrigados y confortables.
La luz callejera de las altas farolas de la vereda, se perdía en nubes de nieblas que las envolvían, e iluminaban escasamente el suelo mojado; ambas, la luz y la niebla, flotaban envueltas, colgando de un cielo mudo y quieto, en jirones algodonosos tan bajos, que rozaban el pavimento.
Una pequeña forma difusa y rápida se movió en la vereda, enfrente de la farmacia de la esquina. Me costó reconocer a una pequeña en una bicicleta, grande para ella, que arrimó al cordón, y dejó parada apoyándola en el pedal, el que giró trancándola, con agilidad y gracia. Era menuda, aún para sus ocho o nueve años y se movía presta y decidida. Acarreó rápidamente una docena de grandes cajas vacías, enteras y rotas, y comenzó a cargarlas tratando de aplastarlas, acomodarlas y asegurarlas sobre su bicicleta, en una tarea desmesurada para la niña. La tarea la superaba, aunque la acometía con ahínco.
Mi mujer conmovida, me pidió que la ayudara.
-¡Ayudala, pobrecita! ¡No puede con esas cajas!-
Así que crucé la calle, me agaché junto a ella, y comencé a ayudarla acomodando la carga y sosteniéndole la bicicleta, mientras ella iba aplastando cajas y haciendo una parva grande de cartones; Yo sin decir nada me preguntaba si pretendía cargar todo eso. Apenas me miró y ví su mirada chispeante y renegrida, mientras movía sus pequeñas manitos, afanosa en acomodar todo en un enorme bulto detrás del asiento, y otro tanto en una gran caja que fue llenando con cartones doblados, que con mi ayuda cargamos sobre el manubrio, y la sostenía sujetándola con una mano. Subió la pequeña, casi perdida entre los dos tremendos bultos. Perplejo me planteé: ¿Cómo manejaría la bicicleta, si ni siquiera podía ver adelante?
-Yo puedo.- dijo tranquila. Aproveché para preguntarle donde vivía, si era lejos.
-En el barrio Cooperación norte.- Evalué que distaba a unas quince o veinte cuadras.
-Pero mi tío está acá cerquita con el carro.- Y elevó su cuerpito subiéndose al pedal, haciendo que la bicicleta empezara a moverse, titubeante. La acompañé unos metros hasta que comenzó a sostenerse sola, en un andar lento, zigzagueando, guiándose por lo que alcanzaba a ver a uno u otro costado. La seguí con la mirada mientras, despacito, llegaba a la esquina y doblando a la izquierda; pasito a paso, se perdió detrás del corralón de la vuelta.
Volví lento a mi sitio del porch, silencioso. Algo había cambiado en mí.
Tampoco yo sentía el frío de la calle ahora; solidarizado con esa pequeña cartonera, que no tenía derecho a estar en su casa, calentita, o jugando con sus juguetes. Ella debía juntar cartones en una noche tan cruda, y en calles tristes y solitarias; mientras medio mundo indiferente, encerrados en sus casas, ni siquiera se percataba de lo que la vida de algunos era capaz de exigirle, ya desde niños.
Entramos, mi mujer y yo, sin hacer comentarios, y sentí que el calor del fuego, aún disminuido, me quemaba.
Cuando me acosté aún pensaba si la pequeña habría encontrado el carro del tío, como dijo, y si ya estaría en su casa, cobijadita en su cama...
*Texto incluido en el libro "Pintando mi aldea" de Celso H. Agretti.
Avellaneda, Santa Fe. -18 de diciembre de 2008-
Un mal amor*
*Por Elsa Hufschmid. elsahuf@yahoo.com.ar
¡Cuanta ferocidad en el sentimiento que surgió de ese fuego! Nos arraso la sangre.
Las cenizas ensucian nuestros corazones, todavía llagados de aquel incendio que nos envolvió cuando nos conocimos.
Fue mirarnos, tocarnos, y todo el alrededor se esfumo. La llama que creció desde nuestros pies fue torneando los cuerpos hasta convertirlos en ardientes brasas.
Inconscientes, egoístas, nos olvidamos del mundo. Nos abocamos a regodearnos con nuestra pasión.
Durante meses no existieron las familias, las obligaciones éticas. Solo ese fuego loco que danzaba en mis ojos, tu boca, mis manos, tu cuerpo. Todo ardía y nos consumía. Nada alimentaba ese fuego, ni un soplo de ternura, ni un leño de cordura. Nada.
Se fue apagando, muy lento, inexorable.
Cuando nos dimos cuenta que ya ni tibieza había en las cenizas, supimos con dolor, que no hubo amor, que equivocamos ese sublime sentimiento.
Ese fuego había sido alimentado con el dolor de tu mujer, de mi hombre. Con la vergüenza de nuestros hijos y la pena de nuestros amigos.
Y nos hallamos apagados, mortalmente vacíos. Solos.
Solos.
Presentación del Libro:
Desarraigo y depresión en Comodoro Rivadavia (y otros textos), de Miguel Angel de Boer*
*Por Silvia Coicaud
Des-arraigo: sin arraigo. Miguel dice que el arraigo “consiste en un profundo sentido de pertenencia, sin menoscabo de la propia identidad. El sujeto debe poder discriminar lo malo, lo penoso, lo triste, lo injusto que lo impulsó a tomar la decisión de partir (que es morir un poco) para poder establecerse creativamente, sanamente, en su nuevo lugar de existencia”, apunta en su libro.
Esta apuesta por la creatividad como un modo de arraigarse a un nuevo entorno y lograr apropiárselo y pertenecerle nos lleva a pensar que no hay un único mundo real, preexistente a la actividad mental humana y al lenguaje simbólico humano. Y cada sistema de símbolos tiene sus propiedades referenciales, en las cosas que imaginamos, en las figuraciones, en las creaciones literarias, en nuestras metáforas, las cuales median entre un símbolo y lo que representa.
Lo que nosotros llamamos “mundo” es siempre el producto de alguna mente. El mundo de las apariencias, el mundo mismo en el que vivimos, es el que creamos con la mente. El mundo humano se hace desde la actividad cognitiva del artista (y aquí tenemos, por ejemplo, la prolífica obra narrativa de Miguel), desde las ciencias o de la vida ordinaria (como el mundo de la casa y la familia, donde reina el sentido común). El saber es una ilusión de certeza, pero es provisional, porque a un paradigma le sucede otro, por sus inconsistencias, por los olvidos, por las mejores explicaciones.
Todos estos mundos –ciencia, arte, política, juego, cotidianeidad….- han sido construidos, pero siempre a partir de otros mundos, creados por otros. Ningún mundo es más real que los demás, ninguno es ontológicamente privilegiado como el único mundo real. Los materiales con los que trabaja el ingeniero no son más reales que los procesos psicológicos que los produjeron. Borges, Mozart y Van Gogh no encontraron hechos los mundos que produjeron, ellos los crearon.
Nosotros, los hijos y nietos, y ellos, los padres y abuelos inmigrantes que llegaron a Comodoro Rivadavia, tampoco encontraron la ciudad hecha, forjada, y contenedora de todos los sueños. Como dice Miguel: tuvieron un trabajo de duelo, una lucha laboriosa en la que afloraron la idealización, la negación o la disociación para resolver los conflictos que se producían en sus almas por el mundo que habían dejado atrás, y por el nuevo mundo que les tocaba construir en estas tierras. Y apuesta Miguel: “ es posible que les competa a las generaciones actuales recuperar la historia de Comodoro, de lograr la integración tomando la experiencia como un todo … condición indispensable para posibilitar un mayor compromiso con lo que acontece día a día, superando el deseo fantástico o la ilusión de estar de paso, o lo que es peor, de que todo seguirá irremediablemente igual” .
Pero la realidad en la que vivimos nos muestra que las identidades clásicas: naciones, clases, etnias, ciudadanía, ya no nos contienen como antes en este planeta globalizado en el que existe inconformismo. La crisis de los paradigmas y de las certidumbres provocan insatisfacción. Pero la identidad es un proceso de construcción permanente. Como dice Miguel: “no se logra de una vez y para siempre, sino que se va estructurando continuamente en una ardua tarea de elaboración”. Nuestra ciudad tenía -según el censo del año 1944- ciudadanos provenientes de 42 países diferentes. Constitución de catalejo de identidades étnicas, nacionales y extranjeras que generó una interdependencia asimétrica y desigual. Esta diversidad es analizada por Miguel a través de varios relatos en su libro. En el capítulo “Desarraigo y depresión en Comodoro Rivadavia” explica que, a pesar de que las migraciones parecían voluntarias, en realidad fueron forzadas, y aquí aparece crudamente el problema del exilio. Miguel ilustra con anécdotas las dificultades que tuvieron los grupos oriundos de otros países para adaptarse a un clima inhóspito, a la distancia, al aislamiento y a otro idioma. En la estancia de los Visser, por ejemplo, él, el director, hablaba afrikaans, su mujer inglés y el maestro de la escuela español.
Desde estas historias que nos aporta el autor, descubrimos escenarios de tensión, de conflicto y de lucha por acomodarse a otra vida, pero también a la necesidad emocional de no perder lo propio. Es entonces que desde los intersticios podemos reflexionar sobre estas realidades de nuestra historia reciente, intersticios donde las narrativas se cruzan o se oponen, donde hay encuentros y desencuentros, grupos de elite que deciden las reglas de juego del vivir y del trabajar, sectores subalternos que obedecen, posturas colonialistas y fronteras fuertemente marcadas entre los poseedores del saber técnico para extraer la riqueza minera, y los desposeídos total o parcialmente del capital simbólico de los conocimientos que otorgan los años de escuela.
Miguel nos dice que las personas “van conformando su psiquismo en base a sucesivas identificaciones… nos vamos constituyendo en relación al modo en que son nuestros padres (o quienes cumplen las funciones de tales) …tanto en lo que representan como modelos en sus conductas externas, como lo que nos transmiten por sus características internas…. Y esto no sólo remitiéndonos sus vivencias individuales, sino también las pautas culturales (la cultura misma) de la que son producto y en las cuales se hallan insertos”. Este énfasis en la cultura como propiciadora de las identificaciones del psiquismo humano nos lleva a pensar en la obra de Jerome Bruner: “La educación, puerta de la cultura”. Aquí se nos plantea que en los años noventa coexistieron dos hipótesis fuertes acerca de los modos de funcionamiento de la mente humana. Una era que la mente podía concebirse como un mecanismo computacional, procesando información, almacenándola, organizándola, distribuyéndola y recuperándola de manera similar a como lo hacen las computadoras. La otra hipótesis se aleja de esta analogía con las máquinas, y explica que la mente se constituye por y se materializa desde el uso mismo de la cultura humana. La evolución de la mente no podría darse si no fuera por la cultura, porque está ligada al desarrollo de una forma de vida en la cual la realidad está representada por un simbolismo que es compartido por los integrantes de una comunidad.
Si bien los significados están en la mente, sus orígenes y sentidos radican en la cultura misma en que se crean. Y es este rasgo situado de los significados lo que asegura su negociabilidad y su comunicabilidad. Son la base del intercambio cultural. Por eso, el conocer y el comunicar son interdependientes, pues por mucho que el sujeto parezca actuar por su cuenta, nadie puede hacerlo sin la ayuda de los sistemas simbólicos de la cultura. Vivimos en una sociedad con escombros. Cuando propiciamos un nuevo orden simbólico, lo hacemos sobre otro pre-existente. Construimos sobre los escombros que ya están, y esto permite que no se derrumbe lo nuevo. Desde esta concepción, el aprendizaje y el pensamiento se sitúan siempre en un contexto cultural, y dependen de la utilización de recursos culturales diversos.
La función cultural colectiva más importante consiste en externalizar el pensamiento a través de obras. Obras que casi llegan a alcanzar una existencia propia, y que pueden manifestarse en la ciencia y en el arte, o en producciones más modestas pero que otorgan identidad a sus creadores. El “inventor de la Nostalgia de este siglo”, como lo llama Miguel a John Lennon, fue un ejemplo de esta apuesta por los sueños plasmada en música y poesía gestadas para ser compartidas. Dice Miguel que revolucionó el mundo de aquella época, “en un planeta que sangraba por los cuatro costados con guerras inmorales…. Lennon trampeaba –casi con ingenuidad- tanta locura. Un joven de origen humilde, huérfano e inculto –un chilote de Liverpool- se transformó en un creador irreverente que testimonió lo válido de la vida”.
Las obras del mundo de la cultura posibilitan, a través del trabajo mental, liberarnos de la ardua tarea de volver a pensar en nuestros propios pensamientos, rescatando la actividad cognitiva y emocional de su estado latente, para hacerla pública, negociable y accesible a otros. El proceso de pensamiento y sus productos se van amasando, pasan de ser ideas vagas y borradores a adquirir formas que estimulan las reflexiones colectivas. El cine, nos dice Miguel, ha sido desde sus comienzos “un sorprendente y formidable anticipador de la realidad”. Su magia consiste en que “nuestros conflictos y sentimientos más íntimos se `proyecten` en la pantalla, donde los tiempos y los espacios transcurren y se despliegan –como en los sueños- libremente”. Miguel comparte con nosotros un pedazo de su infancia y adolescencia, cuando en Comodoro teníamos varios cines en distintos barrios, y aún con mucho frío o tormentas de viento íbamos a disfrutar del encanto de las películas, que tironeaban de nuestra imaginación y nos metían en historias inolvidables.
Sin embargo, esta apuesta por las obras de la cultura, por la creación de mundos posibles del pensamiento en la literatura, en la música, en la pintura, en la ciencia sólo será posible si logramos educarnos. Y para ello tenemos que comprometernos en la construcción de culturas escolares que funcionen como comunidades mutuas de aprendices. Miguel en su libro cita un diálogo mantenido entre un chico y su padre, en el que le pide en forma urgente dinero para pagar la cooperadora de la escuela, porque si no la señorita los reta, y les dice que “…pobre el que no venga mañana con la plata de la cooperadora”. Porque el autoritarismo se puede manifestar en todos los ámbitos, y la educación no es inmune. La persona autoritaria vive al otro como una amenaza, confunde sitio con atribución y autoridad con mando. Clasifica en buenos y malos, vigila y controla, hace del sufrimiento una virtud elogiable, ritualiza las formas y desconoce las necesidades ajenas, porque en realidad, dice Miguel, le angustia pensar. No puede hacerlo creativamente. En nuestras instituciones educativas persisten situaciones de autoritarismo, en todos los niveles. A veces se manifiesta desde fenómenos bruscos y evidentes. Otras veces, desde
dispositivos sutiles y solapados, pero con efectividad real. El prejuicio etiquetador de los que enseñan, expresado en la clasificación de “chicos inteligentes y chicos no inteligentes con problemas” implica un destino implacable para muchos jóvenes. Alguien dijo que educar es aquello que hacemos para impedir que el origen se convierta en una condena, pues la pedagogía consiste en hacer amable la violencia simbólica que siempre existe en las escuelas. Los docentes que apuestan por enseñar para acortar la distancia entre sus verdaderas aspiraciones educativas y las condiciones de la realidad se comprometen con propósitos emancipadores, pues confían en el principio de la igualdad de las inteligencias. Los contenidos nunca emancipan. Lo que emancipa es la propia relación educativa, cuando los que enseñan se asumen como sujetos de la palabra y sujetos sociales. Porque como dice Miguel, el poder está en todas partes, y “…todos buscamos, deseamos igualdad de oportunidades….en pos de un pleno desarrollo afectivo e intelectual…. Quienquiera que ocupe un lugar o un rol de responsabilidad respecto a los demás, que ejerza su poder –el que le cedimos- para beneficio de todos”.
Al final de su libro, Miguel nos narra el cuento “Somnolencia”, en el que a Comodoro le roban su minita, que le daba todo, pero se las banca. Esta narración representa la preocupación que el autor expresa en la Introducción de su obra, cuando dice que Comodoro, que el sur, que la Patagonia deben tomar conciencia de su propia existencia, renunciando a su inercia. Porque como dice Borges: “El Palacio no es infinito…. A nadie le está dado recorrer más que una parte infinitesimal del palacio. Alguno no conoce sino los sótanos. Podemos percibir unas caras, unas voces, unas palabras, pero lo que percibimos es ínfimo y precioso a la vez. La fecha que el acero graba en la lápida y que los libros parroquiales registran es posterior a nuestra muerte; ya estamos muertos cuando nada nos toca, ni una palabra, ni un anhelo, ni una memoria. Yo sé que no estoy muerto”.
-Enviado para compartir por Miguel Angel de Boer. deboer_miguel@uolsinectis.com.ar
SOY*
“Dios dijo: Ama a tu prójimo, como a ti mismo.
En mi país el que ama a su prójimo se juega la vida.”
GIOCONDA BELLI -Nicaragua
Soy mi Dios.
El que decide los tiempos de mi lengua.
Tiempos de bonanza. Tiempos de sequía.
El que permite mi preñez de oveja negra.
El que ve más allá de los silencios.
El que rompe los breteles de la silueta ingrávida.
El que todo lo puedes cuando no puedes nada.
El que enciende, implacable, los cirios de la aurora.
El que da vuelta el rostro cuando tu miedo implora.
El que corta cabezas.
Sandías que quedan recostadas a la vera del sueño.
El que tira cenizas donde duerme la lluvia.
El que corta la mano y el anillo.
El que lo engarza en un muñón de jade.
El que patea el último perro, en su última noche de agonía.
El que copula con la extranjera muerte.
Y la besa y la ensalza y la vuelve ventisca.
El que tira el tarot con los santos evangelios.
El que sabe que soy bruja, prostituta y madre bendecida.
El que deletrea los signos de mis secretos nombres.
Soy mi Dios. Mi único Díos...y mi único Demonio
*Por Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar
*
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miércoles, septiembre 28, 2011
NADA ES LO QUE PARECE EN ESTE LABERINTO DE DUDAS...
*Dibujo: Ray Respall Rojas.
-La Habana. Cuba.
PALOMO BLANCO **
*Por Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar
Hay un árbol en mi casa, que llegó hace años.
No se su nombre.
Una planta rara, "con ramas tremendas"
"florece en blanco, en los veranos"
Yo la llamo, hey!
Y acude con mansedumbre de paloma.
Y me angustia no saber su nombre.
Y me angustia y me inquieta y me zozobra.
Si en la calle me chiflan o me dicen hey! No respondo.
Ella, en cambio, siempre llega y ronronea, como un gato.
A veces cuando el cansancio de vivir me agobia.
Hablo con sus brotes, y ella me responde.
Comparo.
Ella brota en vida y esplendor sin mengua.
Yo, a veces, broto en números, extenuados.
La sombra de su frente me cobija.
Vuelvo los ojos a mi antigua llanura.
No lo desconozco ni lo niego.
Recuerdo el zumo cálido, descarnada inocencia.
Aquellas cabalgatas, ardiendo siempre.
Su sonrisa fresca, mis pómulos amargos.
Y la ausencia de sus ojos, fantaseados, lo sé.
Y mí asumida pena, y la congoja de ser, el que no soy.
Y un olvido forastero de lluvia.
Y otros anhelos.
De ramas. De flores blancas.
De hablar sin lengua y de volar si ramas.
Y el verano ha llegado como un tren crujiente.
Y la llamo y me llama.
Es mi paloma blanca, mensajera de vida.
Y no soy menos hombre porque lloro.
Y escapan de mis ojos pétalos de inocencia.
Y soy rama, y soy árbol y soy pájaro.
Y aunque, aun, no sepa de mi nombre.
He de librar la cruel batalla que es la vida.
Y he de llamarme riel, esperanza, anhelo.
Quizás palomo blanco.
** Un guía le cuenta a Simón Bolívar, que su esposa; Casilda, sueña que le regalan al libertador un caballo blanco y con él gana cien batallas. Tiempo después, en medio de la batalla del pantano de Vargas, recibió Bolívar el potro prometido en sueños por Casilda y le dio el nombre de "PALOMO" por su color característico. Siendo éste uno de los incentivos para su triunfo en esta batalla, cuando Bolívar regresó a Venezuela se detuvo en Santa Rosa y visitó a Casilda, dándole las gracias por aquel "Palomo".
MORADA DE LA NOCHE*
NOCTURNO I
Tejió la noche mis fibras
en su rueca de aventuras,
cubrió mi sangre caliente
tiñiéndola en claroscuro.
Le dio forma de gaviota
a mi búsqueda del día,
contrajo mi expectativa,
borró el amanecer.
El retorno inapelable
fue volver al punto de partida.
Los engendros de la noche
me tiñen de oscuridad.
NOCTURNO II
El ocaso, otra distancia.,
Guiños azules filtró el firmamento
en un lento goteo de hojarasca.
Las lágrimas lavaron el camino,
imagen le dejaron al recuerdo...
Otro adiós en la mañana...
Revoloteo de tiempo.
NOCTURNO III
Pueden mis manos
clamar contra la muralla
con lacerantes alaridos.
Pueden mis horizontes retorcerse
en rebeldes remolinos.
Llega la noche y me promete el día,
secuencia en ciclos
que alimentan mis espejismos
y sólo pregunto ¿por qué?
*De Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar
LA RISTRA DE CHORIZOS Y EL PAN CASERO.*
*Por Celso Agretti. celsoagr@trcnet.com.ar
Audino tiró con fuerzas el freno de mano y el pequeño camión hizo sus dos o tres últimos pasos y quedó murmurando al costado derecho del recto camino de tierra, al borde de la cuneta.
-Vamos a esperar que se enfríe un poco.-; se refería al motor, que venía bufando como si estuviera enojado, amenazando romperse en alguna parte, mientras de la tapa del radiador empezaba a emanar blancuzcas nubes de vapor reverberante. Por un momento hubo un siseo sibilante, que fue mermando poco a poco, como si el motor se fuera calmando, acariciado por un soplo de brisa tibia que venía del norte.
Era una tarde calurosa de verano, cercana a la Navidad, y yo con mis ocho años vivía esos días anhelante como cualquier niño, pensando que muy pronto veríamos qué nos deparaba la mañana navideña, imaginando los juguetes que seguramente tendríamos entonces para jugar con mis hermanas y hermano menor.
Con Audino no, porque él ya era "grande", tendría trece o catorce. El ya manejaba el camión, era capaz de hacerlo como un adulto; además era desarrollado y alto como un hombre.
Hacía casi dos horas que viajábamos, y teníamos por delante un buen trecho.
Mamá hubiera querido que saliéramos de casa más temprano, porque temía que se nos hiciera de noche para regresar; pero papá dijo que no, que hacía demasiado calor y que el camión podría recalentarse. Y tenía razón, si no fuera por la cautela de mi hermano, que sabía cuando el motor necesitaba descanso, quizás el noble artefacto se hubiera rebelado, y nos hubiera dejado de a pie en alguna parte.
A ese costado, pasando el alambrado, había un grupo de paraísos umbrosos y un molino de altísimo esqueleto metálico, coronado por una rueda alabeada que allá arriba, donde la brisa le daba de lleno, giraba rauda y mansamente; y abajo un caño donde vertía un grueso chorro de agua cristalina a un
inmenso estanque "australiano", un poco elevado del nivel del suelo, rodeado por el verdor del pasto, que algunas vacas y terneros comían indiferentes.
-Vamos a tomar agua fresca.- dijo mi hermano adelantándose, trepando al alambrado de púas, y saltando ágilmente del otro lado. Un momento después estábamos sintiendo la frescura del agua en el chorro que salía vigorosamente del caño, y al caer al agua que ya desbordaba el estanque, se zambullía mezclándose en un profundo borboteo, rumoroso y cautivante.
Alrededor flotaba una pequeña lluvia que la brisa esparcía acrecentando la sensación de frescor y bienestar. Con las manos juntas en cuenco, tomamos y nos refrescamos una y otra vez la cara, el cabello, el cuello, los brazos.
hasta que mi hermano se sacó la ropa y me invitó a hacer lo mismo: -No es hondo, - me dijo,- ¡Vamos a bañarnos, que hace mucho calor!
¡Dale!...- Y alzando su larga pierna pasó dentro dando un grito estremecido por el frío del estanque y la alegría de la aventura. El agua le daba a la cintura y me convenció ayudándome a pasar sobre el borde acanalado, y sentí lo que me pareció por un momento que me atrapaba un mar helado. Al poco tiempo estábamos a nuestras anchas, chapaleando, salpicándonos, nadando de una orilla a la otra, zambulléndonos y jugando despreocupados; mientras el sol, lento, declinaba imperceptible pero sin pausas hacia el poniente.
Cuando advertimos el tiempo que habíamos estado distraídos en el refrescante recreo, reaccionamos tratando de remediarlo, pero el sol nos mostraba que por más que nos apuráramos el día estaba terminando. Volvimos presurosos queriendo recuperar lo perdido, subimos al camión y arrancamos bruscamente en silencio. Hasta el motor, ya frío desde hacía largo rato, parecía sentirse culpable y marchaba casi imperceptible y sin protestas, pese a que mi hermano pisaba el acelerador a fondo.
Llegamos con las últimas luces del atardecer, que moría envuelto en un manto granate, azulado primero, y ennegrecido luego, a medida que iba aproximándose la noche. No recuerdo si descargamos alguna carga que llevábamos o cargamos alguna que fuimos a buscar. Sé que terminamos cuando estaba bien oscuro, y nos disponíamos a volver prontamente, con un nudo en la garganta por la hora en que íbamos a llegar a casa. Imaginábamos la angustia de los demás, especialmente de mamá que era proclive a ver tragedias por doquier, si no estábamos a la vista, o como ahora; lejos, de noche y quizás expuestos a "algún peligro", como ella decía.
La gente de la casa donde fuimos, nos trajo un envoltorio, con algunos productos como una atención, y además saludos y recuerdos cariñosos para toda nuestra familia. Mi hermano decía a todo que sí, apurado por iniciar el regreso. Apenas transpusimos la tranquera nos enfrentamos como dos pequeños
titanes, en plena noche, y en pleno campo, a la soledad de aquellos caminos de entonces. La pobre luz del pequeño camión temblorosa y amarillenta, parecía la de una luciérnaga en aquella vastedad tan oscura y silenciosa.
Sólo el estridente chillido de los grillos, el croar de las ranas y el bochinche del bicherío de las cunetas, se levantaban como un coro cacofónico a los costados del camino, haciéndonos una monótona y ruidosa compañía. Si teníamos miedo no lo decíamos.
De pronto Audino se acordó del paquete que traíamos.
-Debe haber chorizos allí en ese cartón, por el aroma que siento.- El "cartón" era una bolsa que en los almacenes de entonces ponían cinco o más kilos de azúcar, o harina, fideos, o arroz; que se expendían "sueltos". En medidas menores se usaban bolsas y bolsitas de papel marrón.
Al abrirlo vimos y me apuré a levantar, una larga ristra; como de veinte chorizos secos, lozanos y rechonchos, de grueso picado y de factura casera; que emanaban un agradable aroma a especias, picante y apetitoso. Debajo; un gigantesco pan casero esponjoso y tibio, ligeramente tostado en su corteza
superior, de forma redonda y abovedada, mezclaba sus aromas a los cárneos, llenando la cabina de una presencia irresistible, que hacía agua la boca. El ruidito de nuestras tripas nos recordaba que hacía horas que no comíamos nada. Pero como dijo mi hermano, eso era para llevar a casa.
Claro que el camino era largo, al menos para el tranco que llevábamos, lento y cansino, ya que de noche, en esos caminos, con aquella dirección agarrotada, y esos frenos tan poco efectivos, había que tener paciencia y prenderse bien al volante sin quitar los ojos de la huella, en partes zigzagueante.
-Podríamos probar uno- y señalé el primer chorizo de la larga ristra. -total no saben en casa cuántos nos dieron.-
Audino cayó en el lazo, pero no dijo nada, por un rato; luego sonrió y un poco más serio consideró sabiamente:
-Sí, pero tendríamos que cortar un trozo de pan; y allí sí que se va a notar.
-Bueno, vos tenés tu cortaplumas, ¿no? Si cortamos una tajada bien prolija, podría ser que nos dieron un pan cortado.
-¡Dale!- dijo él, y aminoró aún más la marcha, como para que yo pudiera cortar el pan con toda pulcritud. Corté como pude la tajada con la pequeña hoja, apurado más en la urgencia del apetito despertado de golpe, que cuidando la estética prometida, y le di la mitad a mi hermano, junto al medio chorizo, desgarrado más que cortado, que ahora emanaba más que nunca sus sabrosos olores.
Comimos en silencio, disfrutando aquellos bocados, que para nuestros estómagos hambrientos, eran migajas, sólo un aperitivo; y ahora las ganas se sumaban en tropel al apetito insatisfecho. Nadie dijo nada por un buen rato.
Los dos teníamos miedo de mostrar la debilidad y la tentación de comer otro poco. Aún faltaba un buen trecho para la mitad del camino. Otro medio chorizo y una tajada de pan, tal vez un poquito más grande esta vez, ya que si el pan estaba empezado, daban lo mismo un trozo más chico o más grande.
Así que volvimos a comer. Y con el mismo razonamiento al rato, a medida que avanzábamos, volvíamos a cortar un nuevo chorizo y otra buena tajada, y así una y otra vez, hasta que estuvimos más que satisfechos; sin medir en ningún momento la magnitud de nuestro voraz apetito.
Sólo cuando apaciguados miramos el pan y la ristra de chorizos sobrantes, caímos en ver nuestro descontrol, rendidos ante la gula; uno de los pecados capitales, según mamá que siempre nos explicaba el catecismo. Los gestos que intercambiábamos en silencio y en la semi oscuridad de la traqueteante
cabina, no eran precisamente de orgullo; y no acabábamos de entender porque no conseguíamos restarle importancia, al fin y al cabo eran sólo unos chorizos y unas rodajas de pan.
Tampoco entendíamos por qué al bajar del camión en casa, ya muy tarde, con la menguada bolsa de cartón, con poco más de medio pan, y con la mitad de los chorizos; sentíamos los dos la cara ardiente, colorados como pimientos.
*Texto incluido en el libro "Pintando mi aldea" de Celso H. Agretti.
Avellaneda, Santa Fe.
Porque una tarde reventé los muros*
Porque una tarde reventé los muros de mi encierro
dispuesto a devorar el horizonte.
Porque bebí del cáliz celosamente oculto
que entreabre las puertas de la dicha.
Porque cerré los ojos y me lancé al vacío
de otros ojos que incitaban a la vida.
Porque violé los estatutos de los presos
y prendí fuego a los viejos pergaminos
que cercenan los sueños.
Porque ungí sagradamente mis alas oxidadas
con el verbo balsámico de otro labio lejano.
Porque corrí, dancé, canté sobre el asfalto,
porque amé, deliré, caminé junto a ríos
y habité otras ciudades y atravesé fronteras,
y dejé que mi piel ardiera entre las brasas
de una incierta quimera
mientras Kronos devoraba los segundos
que conducen al valle desolado
que los ángeles llaman Despedida.
(Mi último dios espera entre las sombras
del rincón oriental; no dice nada.
No queda nadie más, sólo nosotros:
su sombra y mi delirio.
Sólo uno
podrá salir con vida)
*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
http://sergioborao2011.blogspot.com/
EL ÚLTIMO CARRERO*
*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
Los callejones que en aquellos años lejanos eran recorridos por los carros de ruedas gigantescos, con su lanza que tiraban doce caballos sólo quedan en el recuerdo del recuerdo de los que nos contaron los mayores.
Antes que los camiones se popularizaran, el cereal de las chacras a las casas acopiadoras del pueblo las llevaban estos vehículos pintorescos, casi copia de las antiguas carretas, esas cerealeras , que siempre tenían acceso a las vías donde paraban los trenes de carga. Los carros se cansaban de levantar polvareda, con su paso lentísimo. Iban en largas caravanas, con sus peones, su enjambre de perros ladrones, amaestrados para robar algunas gallinas que engrosaban en los guisos que se llamaban precisamente, “carreros”. Mi abuela me supo contar que eran el terror de las chacras donde iban a cargar el cereal en bolsa o a granel. Que no había tropelía menor que no hicieran, todo giraba alrededor de los animales domésticos que corrían peligro si había un descuido. Al parecer las mujeres de las chacras no veían la hora de que se fueran. Entre los tantos carreros del pueblo, nosotros conocimos, al portugués Teixeira, porque fue el último resistente que competía aún con desventaja con los pequeños camiones de entonces:-Chevrolet, Ford, Diamond- que ya los habían largamente desplazado en sus trabajos de traslado de mercaderías El carro del portugués era una auténtica rémora del pasado. Demasiado grande y pesado para repartir mercadería por el pueblo, quedaba como último recurso para cuando todos los demás estaban ocupados y amenazaba lluvia y había que sacar el cereal del campo o cuando los caminos estaban intransitables para los camiones, esas ruedas pesadas, a duras penas y cavando zanjas en los caminos traían los granos a tiempo para llevarlos al tren y al embarque en Rosario.
El portugués era un tipo odiado por todo el mundo y no sólo por los que habían tenido un problema con él.
Yo lo conocí. Yo lo recuerdo. Vivía calle de por medio frente a la casa de mi tío Berto y mi tía María, hermana de mi padre. ¡La dulce e inolvidable “Tía Ita”!. Quien sacaba de su delantal tan hondo esas inmensas peras de agua, las únicas por otra parte que había en el pueblo. También supo hacer para mis años breves alguna torta de naranjas, como regalo de cumpleaños.
El portugués entonces tenía los ojos chicos, huidizos y mezquinos, nunca miraba de frente. Vestía eternamente con unas bombachas grises y una chaqueta del mismo color, enteramente de brin resistente, unas alpargatas blancas y la gorra de cuero que nunca se sacaba. Hablaba muy mal el castellano, lo hacía en un portuñol cerrado que casi nadie entendía y los chicos lo mirábamos con miedo, tantas historias se contaban de él, de sus crueldades.
El inmenso carro siempre en la calle, y en las esquina un gran corral con sus numerosos caballos que maltrataba con saña y discreción:
-Os manso os matus- les gritaba fuera de sí mientras le pegaba con el cabo del rebenque en la boca y la frente.
Una vez pasó un criollo de a caballo y se bajó cuchillo en mano. El portugués ganó los patios interiores de su casa como alma que se lleva el diablo.
-Yo te voy a dar salvaje para que aprendas a tratar a los animales- le gritó con contenida advertencia de hombre que amaba los caballos. El portugués se cuidó un tiempo, pero volvió pronto a las andadas.
Al lado del portugués vivía su sobrina, cuyo nombre olvidé, lo único que recuerdo es que estaba casada con un panadero alto, rubio y de inmensos bigotes que respondía al nombre de Juan Pedrol, muerto muy joven.
Esta mujer había sembrado unas enredaderas, y unas arvejillas que se trepaban por ese tejido romboidal que separaba el jardín de la calle, en un hermoso tapiz multicolor. La recuerdo siempre vestida de luto riguroso, de pelo muy negro y ojos muy obscuros, grandes y que miraban siempre como azorados, seguramente ante tanta pena.
Si yo seguía esa vereda hacia el centro, a cien metros estaba el almacén de mi abuelo. Quiero decir con esto que era la cuadra en que jugábamos con mi amigo Valentín, arrastrando con un hilo esos autitos “justicialistas” (tal se llamaban los originales) que nos regalaban en el correo a los chicos más pobres previo canje por una tarjetita que había que retirar antes de Reyes.
Era el jefe de correo Juan Tosini, a quien llamaban Juancito, para distinguirlo de su papá de quien era homónimo. Los otros hijos de Juan eran Santina, Lorenzo y Guillermo a quien llamaban “Mito”, una hermana, a quien le decían Blanquita, estaba casada con don Ricardo Laureano Juárez.
Mientras voy con lentitud y sumo cuidado tirando de a una las hilachas de la memoria porque a mí se me hace cuento que esos minuciosos carreros bordaron los caminos de la colonia, con una símil de caravana como las que cruzaron por la pampa en época de los ranqueles, o las largas hileras de vehículos orientales que exalta Sarmiento en su Facundo, como si todo –el tiempo, el espacio y la historia- se hubiese confabulado para que yo escriba estas palabras, porque es cierto que conocí al último de estos especímenes extraños con un oficio ya perdido para siempre, porque ya era anacrónico cuando yo pasaba por la vereda del portugués y miraba azorado ese enjambre de caballos, con el fuerte olor a orín del corral, sus largas colas espantadoras de moscas, sus crines donde se adherían los abrojos como ahora este recuerdo que se prende, obsesivo, en mi memoria.
Dos corazones*
*Por Elsa Hufschmid. elsahuf@yahoo.com.ar
Taza de té de por medio se miraron, el murmullo de las otras mesas les llegaba apagado. Cada grupo con sus voces, palabras sueltas, risas. Se sentían dentro de una campana de cristal.
Nada les tocaba ni distraía. Los ojos de él recorrían cada milímetro de esa cara amada. Se detenían en los ojos húmedos, grandes, marrones, donde las luces del bar se contoneaban produciendo chispas en cada parpadeo. Bajaban a extasiarse en la boca de labios carnosos, débilmente pintados con brillos rosados.
Había besado y mordido esa boca con pasión y deleite ¿cuánto hace? ¿Años, horas, segundos? No lo sabía.
Pero lo pensaba y un raro escozor le invadía el estómago.
Estiro su brazo por sobre la mesa buscando la tibieza de la mano femenina que no accedió al reclamo. Inquirió con una mirada y un toque de alarma le llega en esos ojos huidizos y en el leve temblor del labio inferior.
Creyó en una broma al escuchar tenemos que dejar de vernos pero se pasmo su sonrisa cuando advirtió dos gruesas lágrimas caer lento sobre el mantel.
_Vuelve de Europa mi esposo. No puedo deshacer mi hogar. Por mis hijos, por mis padres, por el lugar que ocupo en la sociedad. Perdóname, lo vengo pensando hace una semana y ya está decidido. Sos joven, no te faltaran oportunidades. Fui muy feliz con vos. No me odies.
La vio ir caminando entre las mesas. No pudo moverse. No pudo hablar.
Las palabras de ella penetraban lento, le costaba entenderlas, como si se hubieran dicho en otro idioma y tenia que descifrarlas con dificultad.
No sabe si pagó al mozo, como caminó hasta la calle ni de donde salió ese camión y de donde esas luces enceguedoras que se apagaban lentamente... Lentamente... Hasta llegar la oscuridad densa... Suave... Suave.
PUPILAS CIEGAS*
Sólo la luz mortecina de una linterna alumbra
corredores viejos, quebradizas escaleras y pasadizos secretos,
el viejo caserón infectado de rencores
dispersa locura en sus grietas.
Desesperada atmósfera
asfixia pulmones nuevos
y confunde, confunde...
La confianza depositada en cajones huecos
y la razón confinada al iris de mis pupilas ciegas.
Nada es lo que parece en este laberinto de dudas.
*De Ruth Ana López Calderón© anilopez20032000@yahoo.es
11-09-2011
Habla más bajo que no te oigo*
*Por Juan Forn
El pintor suizo Karl Walser invita a su hermanito menor Robert desde Berlín.
"Ven a triunfar conmigo", le dice. Karl es un pintor de éxito, se encarga de los decorados de las celebradas puestas de Max Reinhardt en los teatros de la ciudad, las mujeres lo adoran. Berlín es el centro de Europa y Karl ha hecho circular lo que escribe su hermanito entre varios editores, que han
mostrado sumo interés. Todos los signos son auspiciosos. El hermanito menor llega a Berlín como un enfant terrible, aunque ya tiene 37 años. Lo primero que hace deja atónito al hermano mayor: se inscribe en una escuela de criados. Mientras Karl logra que se publiquen dos libros de su hermano
(cuyas portadas él mismo ilustra), el menor de los Walser aprende a lustrar zapatos y platería, a servir la mesa y preparar la toilette vespertina de los grandes señores. Dura sólo un mes en la escuela de criados y tres como ayuda de cámara en un castillo de la Alta Silesia. A su regreso, en otros tres meses, escribe una novela sobre el tema, titulada Jakob von Gunten, que el hermano Karl una vez más logra publicar. Hasta Praga llega la curiosidad por el extraño personaje. Franz Kafka le dice a su amigo Max Brod: "¿No has leído aún el Jakob von Gunten de Robert Walser?". Los manuales de literatura dirán un siglo después: "En el año 1910, tres años antes de publicar por primera vez, Kafka lee a Walser".
Pero estábamos en Berlín, y el menor de los Walser bebe demasiado, aunque, ¿quién no bebe en Berlín en esos tiempos? También sus gustos son un poco extraños, pero, ¿quién no tiene gustos extraños en el Berlín de entonces? El pequeño Robert prefiere el sonido que hacen los discos de pasta al romperse
entre sus manos que al sonar en un fonógrafo, y nada le fascina más que calzar o descalzar a una mujer, en lo posible desconocida, en lo posible rolliza, en lo posible en público, y si ella no repara en lo que sucede con su pie, tanto mejor. Hace ambas cosas (romper discos en casas ajenas, ganarse patadas a desgano en tabernas de mala muerte) con la discreción del que se cree invisible, durante cuatro años, hasta que su hermano le anuncia que va a casarse y que ya no podrá alojarlo. Walser escribe a la Asociación de Escritores Suizos para que lo repatrien y descubre, estupefacto, que no saben quién es: ignoran que abandonó asqueado la patria, ignoran que está ofreciéndoles que recuperen al hijo descarriado.
La Primera Guerra completa el trabajo de invisibilizarlo. Vive en pensiones de mala muerte en Berna y en Biel. Karl le escribe desde Berlín: "No tienes el menor talento para dejar recuerdos detrás de ti. Brillas sólo hacia adentro. Debes cambiar". No produce ningún efecto. Desde el momento en que acepta un trabajo, sólo piensa en abandonarlo. Dice que carece de tiempo para trabajar porque está buscando trabajo. Dice que le gustaría enfermarse, pero no puede. Dice que hay que convertir la humillación en una profesión.
También camina distancias absurdas: de su habitación en Berna hasta la cima del Niesen, desde Biel hasta Lausana o Friburgo, ocho, diez horas de marcha que le dejan los zapatos a la miseria, pero el alma menos atormentada.
Mientras Kafka muere en Alemania, él contesta a un periodista del Berliner Tagblatt que le ofrece publicar algo en sus páginas: "Estimado señor, le ruego que deje de creer en mí". En 1929 se interna en el manicomio de Herisau. No publica hace años. Desde que perdió la voz, lo persiguen otras voces. Pero ahí está mejor. "Me agrada que aquí no me comprenda prácticamente nadie. Los que comprenden acceden a nuestro interior y nos hacen daño con su comprensión." Dice que su estado es incurable, pero que está sano. Dice que puede comer perfectamente. Que puede, y necesita, caminar. Logra que los médicos le autoricen sus proverbiales caminatas de 50 o 60 kilómetros diarios. Durante treinta y cinco hará continuamente los mismos trayectos cotidianos, con nieve o con sol. Allí lo encontrará Carl Seelig, un callado admirador que logró convertirse en su albacea y lo acompañó en esas caminatas durante años y dejó en un libro las conversaciones que tuvo con él durante esas travesías.
También le sacó fotos. Walser iba de traje y chaleco y corbata y sombrero en sus caminatas, pero parecía que hubiese dormido vestido. La camisa arrugada, la corbata raída, el pantalón demasiado corto, los toscos zapatos llenos de barro, con un prado en flor al fondo o un paisaje nevado. La foto más
impresionante del libro es del 25 de diciembre de 1956 y no la sacó Seelig. Walser había salido solo a caminar; Seelig se había quedado en Zürich ese día porque su perro Ajax amaneció enfermo. Walser está caído en la nieve, boca arriba, muerto, una mano a medio camino del corazón, el sombrero a unos
metros, las huellas de sus propias pisadas hasta allí son las únicas manchas oscuras en el manto blanco de nieve. Así murió Robert Walser.
Pero hay otra escena, de la que no hay foto, que debería acompañar el final en todo relato de su vida. Ocurre unos años antes de internarse en Herisau.
Lo invitan inesperadamente a leer en público en Zürich, en una sociedad literaria de pacotilla. El decide hacer el trayecto a pie, para pensar qué leer, mientras se repite: "Los poetas tímidos son cosa del pasado. El que aspira al éxito debe bajarse los pantalones delante de la multitud y prostituirse hasta devenir un vendedor de su propia mercancía". Llega a Zürich sólo un par de horas antes de la lectura. El atribulado director de la velada le pide que al menos hagan una prueba en voz alta en el auditorio
vacío. Walser consiente desvaídamente. No se puede leer así, dice el director. "Si no leo en voz muy baja, no va a oírse lo que digo", argumenta Walser. El director mira el aspecto de Walser y decide contratar a un actor para que lea. Walser consiente desvaídamente. Entra el público. El autor que
la audiencia ha acudido a escuchar y cuya inasistencia por enfermedad se anuncia desde el estrado está sentado en primera fila, sobre el costado, escuchándose a sí mismo. El actor lee mal. Nadie se da cuenta. Hay tímidos aplausos al final y desbande. Walser, que aplaudió desvaídamente, es el último en retirarse de la sala en penumbras. El actor se lleva casi la totalidad de sus honorarios. No queda ni para pagar una noche de pensión.
Walser abandona la ciudad a pie. Pueden poner nieve en la escena, si quieren, para que así se noten más las huellas de sus pisadas alejándose para siempre de nosotros.
*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-177359-2011-09-23.html
Yo no sigo con esto*
Yo no sigo con esto
Jamás imaginé
que te amaría
Así que
¡basta!
*De Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar
Correo:
EL BARRIO DE LA ESTACIÓN Y LA CONFRATERNIDAD FERROVIARIA A MEDIADOS DEL SIGLO XX*
Estimado/a vecino/a:
El sábado 1º de octubre a las 17 hs. nos reuniremos con la comunidad ferroviaria y otros vecinos de Tandil en el Centro Cultural "La Compañía" (Alsina 1242-Tandil) para rememorar anécdotas e historias del Barrio de la Estación (clubes, bailes, orquestas típicas, concursos de cantores, militantes sociales y políticos, entre otros temas).
Dalma Bardelli interpretará la canción proletaria "Hijo del Pueblo", como lo hacía de niña en los años 30 con los trabajadores y sus familias en el Salón de la Confraternidad Ferroviaria.
Entrada libre y gratuita
Se puede llevar equipo de mate
*Fraternalmente, Hugo Mengascini. hugomengascini@gmail.com
*
Inventren Próxima estación: DUDIGNAC.
-Colaboraciones a inventivasocial@yahoo.com.ar
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martes, septiembre 27, 2011
DE LOS CURIOSOS ESCRITOS DE COIRO & URBANO...
-Foto: Coiro concursando como niño indio para la serie Bonanza.
*
Había una vez un hombre que perdió el coraje para escribir como le saliera.
Con faltas de ortografía o, lo que le parecía peor aun: sin coherencia.
Así lo había soñado tres años atrás.
"Me quede sin palabras"
Y desde aquel momento temió el efecto, la pesada materialidad que la humanidad le otorga a los sueños y sus mensajes encriptados.
En algún lugar leyó la frase de Alejandra Pizarnik. "escribo para que no suceda lo que temo"
La hizo suya. Se forzó, una y otra vez a seguir con garabatos en cuadernos y anotadores, se repitió en sus temas, siguió luchando para que no lo ahogara el silencio.
El invisible*
Cuando Silvia, la mamá de Matías, dijo en la puerta de la escuela:
-Mi hijo puede ver seres invisibles.
Escuche asombrado. Quede en silencio.
Pasaron días. Seguimos esperando cada cual a sus hijos.
Volví a preguntar. Ella me invito a que lo comprobara con mis propios ojos. Así que los seguí con mi hija de la mano rumbo a la estación de tren.
Antes de cruzar la calle que separa del acceso a la estación hay muro alto blanqueado, luego una carnicería situada por debajo de la escalera que eleva los pasos para poder cruzar sobre las vías y acceder a los andenes. Por allí muchas personas desconocidas se entrecruzan a toda hora.
Matías, señalo al hombre sentado sobre un cajón de madera.
Era evidentemente visible. Podía verlo, aunque siendo este mi camino habitual de retorno a casa nunca antes lo había visto. Observe a la gente que pasaba apurada; que como en un hormiguero entra o sale de la estación. Era invisible. O la muchedumbre fingía no verlo.
Estuvimos un rato haciendo comentarios. Los chicos con una paciencia inusual.
Al final cruzamos.
El hombre parecía un ejecutivo u oficinista caído en desgracia de los que se podía ver durmiendo en las plazas de Barrio Norte o Recoleta. Unos ojos muy claros en un rostro que podría ser galés, escosés, o irlandés. Portaba una mirada perdida en lejanías, como buscando un horizonte inexistente.
Sólo le habló a Matías.
El niño y ese hombre casi anciano parecían conocerse desde siempre y no por saludos de minutos a la salida de la escuela.
-Viste que hermoso es Eduardo. -Dijo Matías a su madre.
Sólo la mirada de un niño de 8 años podía transformar a ese hombre arruinado, sucio y maloliente en alguien hermoso.
En el invierno, Matías le llevo un gorro rojo de lana tejida.
Un día, cuando pasaba por la estación pude verlo por una vez del otro lado del muro. El hombre estaba al costado de la vía de maniobras y saludaba inclinando el cuerpo, quitándose la gorra con una reverencia de caballero antiguo al paso majestuoso de una locomotora. El maquinista le respondió con un toque de sirena de cortesía.
Cada tanto me llegaron noticias. Un día me contaron que llevaba el apellido Casey.
El hombre les había contado que un antepasado suyo pasó de amasar una fortuna con buenos negocios a la miseria. Toda su familia había quedado marcada por ese destino. El mismo lo había perdido todo en la crisis del 2001. Desde entonces eran él y su sombra sobre el muro blanco.
Cómo suele ocurrir a cada paso que se da en la vida, esta historia quedo inconclusa, solo queda imaginar un después.
Creo que fue en noviembre. Llegaron unos vendedores de películas piratas, pusieron su puesto allí donde se sentaba el viejo Eduardo Casey, y de un día para otro lo echaron del único lugar que él había elegido para compartir con su sombra a la intemperie.
Matías preguntó, lo busco por estación y aledaños. Volvió a ser invisible.
Finalizó el año escolar, a Matías lo cambiaron de escuela. Cerca de su casa, sin tanto viaje, sin estación de tren. Estoy seguro que Matías mantendrá por donde vaya su sorprendente sensibilidad para descubrir seres invisibles.
*De Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com
Una pequeña historia de trenes y hielos*
Fue entonces, después del escándalo, cuando el gringo se fue a vivir allí. En medio del campo, aunque no era campo sino una franja de tierra rodeada de agua. Su fiel asesor comercial Graham compró lo que pudo o lo que le vendieron. Cualquier persona sensata se hubiera sentido estafada: comprar 15.000 hectáreas de las cuales más de 10.000 son de lagunas permanentes no parece un negocio razonable. Pero él ya lo había dicho en su fugaz visita al gobernador de la provincia de Buenos Aires:
“El futuro está en el sur”.
Tenía la intención de vivir alejado del mundo, dispuesto a vivir de la caza y la pesca. Con la tranquilidad de los Apalaches, pero en Argentina.
El inventario incluía la antigua estación de tren Rolito, con un edificio habitado por una familia. La laguna “del Venado” y parte de la “Paraguaya”.
Aprendió español. Mando construir una vivienda pequeña, y ya instalado, dedicaba sus días a tallar frases que le gustaran en durmientes de quebracho que se hacia traer para ese fin.
“No hay mal que por bien no venga” era una de sus favoritas en aquella época.
En ese invierno cayo nieve después de 42 años. El campo venía con meses y meses de seca.
Eran señales débiles. Lo había anunciado un científico ruso unos años antes pero la advertencia pasó de largo. O no se comprendió bien la complejidad de la relación entre efecto invernadero y el ciclo de declinación de la energía solar. Khabibulló Addusamatov. No fue él único, pero si el más conocido de los científicos que anunciaron la cercanía de una pequeña edad de hielo en el siglo XXI.
El gringo Mark, mientras tanto seguía tallando frases, pescando y según decía –aunque nadie encontró ni una línea en un anotador: escribiendo un libro. Más o menos por esa época encargo un proyecto a Glenn, su amigo arquitecto de Carolina del Sur.
El arquitecto le contesto estaba chiflado o algo por el estilo, pero el gringo insistió: Esas tierras y ese proyecto eran el resultado del diálogo a solas –sin asesores espirituales- con su Dios. La noticia de la construcción de un complejo hotelero de cinco estrellas frente a la estación Rolito corrió rápido entre los pueblos vecinos, más aún cuando la obra –un complejo hotelero para pasajeros y albergue transitorio- se hacía en medio de la nada o casi al borde de una laguna sólo frecuentada por pescadores de pejerrey.
El ex gobernador se ganó la fama de millonario excéntrico, de loco demente, o similares.
Fue años después, cuando el complejo ya estaba construido cuando ocurrieron acontecimientos imprevistos, o los milagros, según como quiera verse.
En la primavera del 2012 volvió el tren.
El gringo seguía tallando, de esa época es la frase que tomó de Frida Khalo “Nunca seremos dos sin lastimarnos” y que dedicó a su ex mujer, a la que seguía amando, aunque detestara esos símbolos comunes que la acercaban a la estética de las mujeres republicanas como Condoleeza Rice, que llevan collar de perlas en el cuello.
La llegada del tren empezó a generar las condiciones para abrir el complejo hotelero.
El gringo Mark se había hecho devoto de la imagen de la Virgen de Lujan que encontró bajo el alero de la estación. Los paisanos le explicaron que era la patrona de los ferrocarriles y “muy milagrosa”. El ex gobernador hacia gestos visibles de orar y tocaba la base del pequeño oratorio. Nuestra señora del amor a distancia, como la llamaba delante de los paisanos de Guaminí que oraban como él antes de subir al tren, le devolvería lo perdido y más.
Al hombre quizá no le pasaba desapercibido la esencia egoísta del rezar, pero no le parecía del todo mal ese individualismo de las personas que ruegan por sus seres queridos y por sí mismos y no tanto por el buen destino de la humanidad.
Durante el más crudo invierno del que se tenga noticia. Al promediar el tercer mandato del presidente Menem. Mientras en el parlamento se discutía el cierre de los ferrocarriles comunitarios y de fomento por el gasto excesivo que generaban al Estado.
Fue cuando la virgen de la estación lloró perlas de hielo.
Los caminos se congelaron y los camiones se quedaban varados en la nieve. El tren mixto de Carhué a Puente Alsina circulaba sin problemas. Un conjunto de locomotoras provistas de un vagón barre nieve aseguraban que las vías estuvieran despejadas y confiables. A meses de una nueva clausura, el tren se volvió imprescindible. La humanidad había dilapidado gran parte de sus reservas de combustible fósil y la imprevista llegada de una pequeña edad de hielo que duraría varias décadas obligaba a que el consumo de energía del transporte colectivo tuviera la tecnología más apropiada para afrontar el duro racionamiento que permitía abastecer al consumo industrial y doméstico.
Mientras tanto el complejo de hoteles del gringo prosperaba. Los turistas llegaban en tren para hospedarse, disfrutar y aprender patinaje sobre hielo en las lagunas.
Las parejas venían también en tren para hacer el amor en el albergue por horas.
El gringo, además de manejar la caja, atornillaba sus maderas con dichos populares y frases por todas partes. En los jardines se hacían concursos de tallado de obras de arte en hielo y los premios convocaban a artistas de todo el mundo.
Al llegar en el tren desde la oscuridad de la noche, impresiona ver a lo lejos las luces que los hoteles proyectan al cielo. De cerca asombran sus torres y murallas de aspecto medieval recubiertas en hielo.
Sólo hay que cruzar una calle para hospedarse en el Stanford Palace Rolito.
Y allí, arriba del dintel, sobre la mesa de recepción del conserje, quien preste atención podía leer uno de los dichos favoritos del viejo y solitario Mark:
“Un pelo de concha tira más que una yunta de bueyes”
*De Urbano Powell. urbanopowell@yahoo.com.ar
UNAS PALABRAS PARA CELSO AGRETTI.*
¿Que se hace con los recuerdos?
Que se hace con su presencia inquietante. ¿Cómo hacer de la imagen actual de ruinas un relato sobre la casa de los tíos en la infancia?
Celso tiene el coraje para escribir desde los recuerdos; Y esa magia de pintor para que sean visibles; para que quien lea pueda representarse "ese" lugar, "esos" personajes a los que el paso del tiempo no ha desgastado. Están allí, tan vivos y presentes, tan iguales antes del tiempo.
Siempre tuve la creencia -surgida de mi propia experiencia- que es mucho más difícil escribir desde los recuerdos personales que escribir ficción. Hay algo, quizás la fuerza terrible de "lo pasado pisado" como supo decirme alguna vez mi padre.
Porque lo pasado sigue hasta en los poros. Memoria narrable e inconsciente a la vez, el cuerpo tiene una lucha permanente con los recuerdos, bellos, atroces, nunca indiferentes a lo que -lábilmente- otorgamos la creencia de ser "el presente".
Y allí, en ese espacio donde las palabras hacen retroceder la devastación de lo perdido, anda Celso con su escritura que logra imágenes fotográficas. Con la curiosidad perenne de la mirada de niño.
Pinta su aldea; sigue escribiendo de sus días irreversiblemente felices.
Con afecto y admiración.
*Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com
-Prólogo para "Pintando mi aldea" de Celso Agretti.
Desvelado*
*De Urbano Powell. urbanopowell@yahoo.com.ar
Ahí esta el hombre. Tratando de volver al sueño. Ese sueño de película de acción donde se veía como un héroe en medio de una misión entre una balacera que no lo afectaba. Balas que lo atravesaban sin dejar huella como a un fantasma. Hasta que vio prenderse la luz de la habitación de su madre, una y otra vez. Y escucho la queja o la expresión de un malestar difuso de la anciana.
A partir de allí no pudo volver a dormir. Plena madrugada, a lo lejos se escuchaba el sonido de locomotoras haciendo maniobras traído por el viento Sud.
Desde la cama. Acosado por temores y preguntas sin respuesta una vez más, el hombre repasa como llego a ser el único hijo vivo. Como se llego al presente dedicado al cuidado a su madre octogenaria.
Aparece una vez más la imagen de la placita enfrente de la estación Henderson del Midland. Él, un niño aprendiendo a andar en bicicleta y Reynaldo su hermano mayor corriendo a la par de su bicicleta para prevenir que no perdiera el equilibrio.
Cada tanto veían llegar al tren.
Fue en 1977 el último tren. En septiembre porque fue días antes de su cumpleaños.
El que se ve corriendo al costado del último tren que se va a Buenos Aires.
La gente que agita las manos por la ventanilla, sopla besos.
Se cerraba el tren. Se llevaron hasta los rieles. Había sido testigo en una tarde a la salida de la escuela del paso de esa máquina levanta vías que a su paso solo dejaba marcas de ausencia en el terraplén.
Tarde o temprano hay mucho pasado en la vida de cualquier persona.
De la universidad le quedo aquella enseñanza que decía "la vida de las personas transcurre entre lo imprevisible y lo irreversible".
Y la ciudad de Henderson que se llama así en honor a Frank Henderson, el ciudadano inglés que desde su cargo en el ferrocarril completo las obras para que el Midland llegara a Carhué.
Frank Henderson que además jugaba al golf, al ajedrez y hasta tuvo tiempo en su vida para la fundación del club de golf en Mar Del Plata -El mismo que pudieron conocer en aquellas vacaciones de familia en 1979-.
Después ocurrió lo irreversible, aunque aun hoy le cueste aceptarlo. Reynaldo fue sorteado para
hacer el servicio militar en la Armada. Reynaldo destinado arriba del Phoenix CL 46.
El hombre se niega por un momento a llamarlo por su nombre. ¿Porque no lo hundieron los japoneses en Pearl Harbor? Todo hubiera sido distinto, se ilusiona en vano, jamás hubiera llegado a ser el Crucero General Belgrano.
En algún limbo Frank Henderson golpea su palo de golf una y otra vez. Las pelotas se pierden al infinito cielo. Como en el azar, son un misil sin blanco.
Reynaldo sigue allí. En el barco, presintiendo lo que vendrá y sin poder cambiar el curso de las cosas.
El hombre preferiría que nada de eso hubiera ocurrido. Que la estación siga siendo estación de trenes. Que su padre no hubiera muerto de tristeza hace 10 años.
Que a nadie se le hubiera ocurrido poner en la estación -ya sin vías- una terminal de ómnibus. Tampoco que a esa terminal la bautizaran con nombre de su hermano mayor, un héroe nacido en el pueblo que murió al ser hundido el crucero.
Y que ahora, el hombre no sea el único ser a quien su madre tiene para llamar en la noche cuando se siente mal.
Ráfagas*
*De Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com
El tío Nicolás que me llama y me cuenta un sueño, me dice que es tan vivaz que le parece una iluminación. Que alguna vez se cumplirá en el futuro.
El tío me recuerda que él sigue tratando de caminar con el bastón, los 120 kilos de peso a cuestas y los 84 casi 85 años de edad. Llega hasta la feria, tres cuadras de su casa.
A veces no va a comprar, o compra después de estar un rato en la esquina del sol. Viendo pasar mujeres, diciéndoles cosas, a veces riéndose solo a carcajadas.
Sabes, son feas pero más que feas son malhumoradas.
Casi siempre les digo "que linda que sos" -Y miento, yo se que no son ni remotamente lindas-
Y lo menos que me dicen es "viejo verde".
Me lo han dicho tantas veces que ya me crecen ramitas... -y recuerdo la voz del tío riéndose a carcajadas de su ocurrencia-.
Entonces, pasó lo del sueño, aunque a veces me parece que fue todo real.
Mi amá, me lo había avisado. "No desees demasiado algo, porque se te cumple".
Esa noche me quede largo rato mirando la noche y las estrellas. De golpe una esfera de luz brillante había empezado a crecer, a inundarlo todo con su luz. Sentí que mi cuerpo ya no me pertenecía, que se hacia liviano y se elevaba.
Es la muerte y yo no creo tener la originalidad de Víctor Sueiro para volver, -pensé-.
Días más tarde saque la conclusión de que había sido transportado por un O.V.N.I.
Pero en ese momento no vi nada que se parezca a una nave espacial. Para nada, esa nube intensa de luminosidad fue decayendo lentamente hasta que al fin la luz del día me permitió ver que estaba en una esquina de una ciudad desconocida.
Las mujeres -jóvenes o viejas- eran bellas y educadas.
El cielo límpido y celeste. El sol era tibio a pesar del mes de julio.
Cuando yo les decía algo todas agradecían. Con una sonrisa, con unas gracias, algunas me preguntaban si necesitaba algo o si me había perdido:
Yo les respondía: "Nunca me sentí más encontrado a mi mismo que ahora."
O, "Lo único que necesito es un poco de amor".
Allí fue cuando pasó esa mujer. Una joven de unos 60 años. Hermosa como un hada, que me dio un beso en la mejilla y un abrazo. Me dijo que volviera una tarde de estas con tiempo para tomar un te con ella.
Fue maravilloso, ni siquiera me sentí un patético mendigo de cariño como te hace sentir la gente en Buenos Aires, donde la crueldad se respira en el aire.
Y después que hiciste?
Pensé en la patrona que ya no se levanta de la cama se iba a preocupar, así que pregunte donde quedaba la estación, unos chicos que estaban ahí me ayudaron a subir los escalones. Tome el tren hasta Puente Alsina y camine hasta casa.
¿Y como se llamaba el pueblo?
No se. El nombre se desvaneció en mi cabeza de 84 años, pero puedo decirte que más adelante venía Coraceros, y luego recuerdo otros nombres como María Lucila, Hortensia, La Rica, Isidro Casanova, Aldo Bonzi...
¿Y vos sobrino, no vas a salir esta tarde con alguna mujercita?
Lo debo haber entristecido con la respuesta.
Pero enseguida, casi sin tomar aliento respondió:"Vamos, vamos, tenés 53 años no 86".
"Aprovecha cada día. La gente no sabe vivir. Y que mal se vive en Buenos aires". Concluyó.
Luego de los buenos deseos y saludos cortamos el teléfono.
La vida siguió su curso implacable. Con los acontecimientos imponiendo más desdichas que alegrías.
De esto que intento contarles han pasado muchos años.
Ahora he llegado como pude a la estación del tren. Estoy seguro que alguien me ayudara a subir. Todavía queda gente amable que puede ver más allá de sus anteojeras. Logre averiguar que el pueblo que visitó el tío Nicolás se llama Enrique Lavalle y allá voy, pleno de deseo por vivir una ráfaga de felicidad a mi avanzada edad.
A un solo golpe del destino*
*de Urbano Powell. urbanopowell@yahoo.com.ar
Ellos cada tanto huyen a una vida anónima.
Viajan en trenes comunes, con ropa sencilla y anteojos oscuros.
Ella oculta pudorosamente sus múltiples tatuajes.
Ahora cumplen el deseo de viajar en un tren de época recientemente reciclado.
Viajan en un tren tirado por una locomotora Garrat -fabricada originalmente por Beyer Peacock- que tiene 116 toneladas. La más pesada de la dotación original del Midland.
El tren corta la llanura pampeana rumbo a Carhue. A los dos les gusta hacer el amor en ese camarote estrecho que los obliga a dormir acurrucados. En ese tren cuyo traqueteo se convierte por momentos en un suave vaivén de barco.
Van al pequeño pueblo de San Fermín.
Donde se anuncia una corrida de toros, sin toro.
Muchachos y muchachas vestidos con sus ropas blancas correrán por las vías.
El toro será un gigante negro y humeante que ha sido caracterizado a partir de una locomotora North British recientemente puesta a nuevo.
En una de las fotos que les enviaron puede verse al toro que tiene una boca gigante de utilería que raspa los durmientes de madera y debe devorar a varios de los corredores en los casi 1000 metros que dura la carrera.
El tren llega a San Fermín envuelto en sus nubes de humo y atravesando una densa niebla.
Bajan. Ven partir presurosos a los recién llegados que son recibidos por parientes o amigos. A los solitarios que corren a ponerse en la fila de espera para tomar alguno de los pocos taxis disponibles en ese pequeño pueblo.
No tienen apuro. Caminan el andén. Se acercan a observar de cerca a una locomotora que no quiere partir. Ni hundirse en la densa niebla que no deja ver mucha más allá del final de la estación.
Es un amanecer. Ese es el primer tren del día que llega antes de que los rayos del sol se impongan a la niebla.
El tren se va. Los envuelve la soledad. Son una pareja de turistas que no tiene demasiado interés en salir de ese espacio mágico del andén de un pueblo perdido en la llanura.
Del tren queda apenas un sonido que se aleja irremediable.
Ellos siguen allí viendo las fotos que revisten las paredes del andén. Un pueblo viejo que se extinguió y volvió a refundarse con la vuelta del tren.
Están las fotos de las celebraciones previas del San Fermín hechas allí.
Caminan de la mano. Mano derecha de él a mano izquierda de ella.
Están, como cuando están juntos y paseando, bastante ajenos al mundo.
Hasta que la tensión en el brazo de ella los puso en guardia. Son esos peligros inminentes que se perciben en la piel antes que en la conciencia.
Esa voz les hablaba en inglés norteamericano.
La voz era de una gitana que se acercaba.
-Hola Brad Pitt.
-Hola Angelina Jolie.
Ahora ambos se sobresaltaron por igual.
-Quiero que se cuiden, hay mucha envidia alrededor de ustedes.
-hay gente mala que asedia la dicha.
Angelina giro bruscamente y le dio la espalda por completo a esa voz a la que no quería unir con el cuerpo que se acercaba.
Brad se quedo enfrentando con su mirada fija en los ojos de la gitana.
Su presencia era la actualización de una antigua pregunta: ¿Hasta que punto lo real esta construido por los malos sueños? ¿Cual es el día en que las pesadillas alcanzan a lo real presente?
Fueron instantes. Apenas instantes.
La gitana siguió hablándole a ella, como si él fuese apenas una sombra.
-No te vayas. No te escapes.
-Que no te voy a violar.
Angelina volvió a estremecerse.
-A vos ya te violaron hace rato… -Remató la gitana.
-Porque no te cortas la lengua.
-Grito Brad con furia, mientras vio la imagen de la espada de Aquiles en el aire. Su espada que buscaba la cabeza de la gitana.
Lo inundo el deseo de verla decapitada. De llevarse esa cabeza. Que jamás sería la de un martir como Fermín de Amiens.
Pero la gitana eludió el corte y salió corriendo hacia el umbral de la estación.
Después, se desvaneció en la niebla.
Ellos se miraron, por un momento se desconocieron. Descubrieron que fácil es ser desconocidos desde siempre y empezar a darse cuenta a un solo golpe del destino.
El no quiso decirle que ella habita en sus sueños desde niño, pero que la ha visto una y otra vez -Hasta ese día a prudencial distancia- en distintos lugares del mundo.
Angelina sintió el corte en su propia memoria de piel.
Se preguntó si aquel suceso tan encapsulado en olvidos, había ocurrido un séptimo día del séptimo mes.
De la gitana misma quedaron dudas.
Hasta que vieron ese goteo de sangre, que se espaciaba y desaparecía al atravesar el umbral de la estación.
Sin pies ni cabeza*
*De Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com
Es 4 de abril. Fecha del cumpleaños de mi padre.
Lo recuerdo bajo el nogal que él planto hace muchos años. Hoy comienzo a cosechar las nueces que el árbol da todos los años durante los días cercanos a su cumpleaños.
Me parece escuchar su voz cuando decía a quien quisiera oírlo:
"Hombre avisado, medio salvado".
Sin embargo tengo la certeza de haber desoído advertencias una y otra vez durante mi vida.
*
El que no tiene cabeza tiene pies -decía mi abuela materna.
Fue con la fractura de tobillo cuando me di cuenta que antes no tenía cabeza para pensar mis cuestiones y que -por largos meses- tampoco tendría pies para andar.
Sin ninguna ocurrencia razonable para mejorar las cosas intentaba leer.
Había tenido el libro de Felisberto Hernández en un estante durante 30 ó más años.
Al comenzar la lectura de Las Hortensias -que tiene prólogo de Julio Cortázar- sentí agotamiento.
El cuento era demasiado terrible para mi situación de fragilidad física y anímica.
Quise distraerme con la televisión, pero me parece que el resultado fue peor aun.
Puse el canal Crónica TV. Era la hora del programa de Anabela Ascar: "Hechos y protagonistas" no estaban ni el "Hombre hormiga" ni un cantante de baladas perdido en el túnel del tiempo.
Ese día llevaba a su programa a un imitador de López Rega.
Había colocado un ataúd en una larga mesa armada con caballetes. Luego presentó a una mujer que a su vez imitaba a Isabel Martínez. (Era idéntica con el pelo tirado hacia atrás y elevado en un frontón).
El falso López Rega hizo que la falsa Isabel se acueste sobre la mesa para hacer su representación. La cabeza estaba tocando a la cabeza oculta en el ataúd. Se apagan las luces. Un par de reflectores iluminabann el rostro de la Isabelita.
El falso brujo hizo maniobras con sus manos en el aire. Hablaba con un lenguaje que nadie podría traducir.
Anabela puso la cara de Anabela, con mueca de incredulidad incluida.
López Rega dijo que había logrado trasferir a su Isabel el alma de Evita.
Anabela le pidío al falso Lopecito que abra el ataúd, este ensayó una fingida resistencia pero enseguida la cámara mostro una muñeca de tamaño humano con el rostro de lejanamente parecido a la Evita de la foto que luce esa sonrisa enorme y su pelo atado con rodete.
Me sobresalté. Son rostros de Hortensias. -Pensé.
Iluminación o delirio bien propio, pude ver que López Rega era un digno protagonista del cuento de Felisberto cuando detrás de un cortinado le soplaba palabras que la Isabel - Hortensia debía decir al aire en sus discursos televisados.
Me extraño un poco que la imagen de Crónica TV fuese en blanco y negro.
Recordé mi mano sujetando el crayón rojo -era madrugada y la neblina no dejaba ver demasiado- cuando escribí sobre un paredón blanco "Isabel títere fascista".
*
Deje pasar varios días e intente con otro cuento, pero la primera frase también me llevo lejos: "Úrsula era callada como una vaca"
Esto me impulso a leer el folleto que me había traído el tío Lito desde un establecimiento rural. Se lo dieron en uno de sus paseos en tren para derrotar la soledad de los domingos (cuando no haya lluvia que lo detenga en su casa).
Establecimiento "Las Hortensias"
Huerta orgánica. Granja ecológica. Espacio de reflexión.
Estación Hortensia. Provincia de Buenos Aires. Argentina
Somos un espacio ecléctico que reúne en un ambiente rural:
Una huerta orgánica. Una granja modelo. Un hostal para visitantes con actividades al aire libre y ciclos de intercambio. Un espacio natural donde se programan encuentros para la reflexión de las cuestiones humanas. En su programa 2011 las reuniones se orientaran al pensamiento sobre la histeria. En una época donde lo lábil domina los afectos.
-Que bien me vendrían uno días de recreación y pensamiento, bien lejos de mis problemas.
-Me dije con una sonrisa, antes de seguir leyendo:
Elegimos la producción ecológica para cultivar vegetales, frutas y aromáticas. Con métodos de “agricultura orgánica” mantenemos la fertilidad del suelo y su diversidad biológica. No utilizamos sustancias artificiales, químicos, pesticidas o elementos contaminantes.
En nuestros eventos no se permite la utilización de celulares ni existe la contaminación generada por televisores (....)
*
Entonces pude verme con Eleonora leyendo en fotocopia un texto de Pitirim Sorokin, nos reímos como niños con el nombre y apellido del intelectual ruso. Eleonora dejo su legado en mi memoria con una advertencia dicha como al pasar en una única frase. "vos sos pasto para la histéricas".
En el momento me pareció una rareza surgida de una desconocida con la que no tendría otra relación que la de estudiar una materia para la facultad.
Pero, con el tiempo esas palabras fueron madurando y creciendo, ganando espacio como una verdad revelada tardíamente.
Años después intente ubicarla. Tenía el teléfono de la casa de sus padres y ellos me contaron que al tiempo de recibirse dejo de militar en el Partido Obrero y abrazo una causa distinta: decidió quedarse a vivir en Tailandia trabajando en un programa que intenta preservar y rescatar a los orangutanes de la brutalidad de la sociedad. Podría haber intentado pedir una dirección postal para escribirle, pero enseguida desistí, supuse que no solo no recordaría su frase genial ni a quien estaba destinada sino que mi actitud de comunicarme con el objetivo de preguntar sobre esto seria francamente ridícula.
Pensé en los espejos a los que teme el protagonista de las Hortensias. En espejo del tiempo que se refleja en uno y en cada cual. En el espejo de los otros pueden dar -hasta involuntariamente- al patetismo propio.
*
Estación Hortensia. 315 Km. de Puente Alsina.
Vuelvo una y otra vez a intentar sin éxito concluir la lectura de "Las Hortensias".
Sigo siendo una persona que busca su lugar en el mundo; que necesita escribir pero debe vencer en cada palabra la inmovilidad. La parálisis de la angustia.
Sin encontrar las respuestas que necesito, al menos me distraigo unos días en este club de campo que brinda a quien lo necesite un buen "pastoreo" reflexivo sobre el tema de la histeria.
La reinvención*
*Por Urbano Powell. urbanopowell@yahoo.com.ar
El hombre camina por su barrio con su mochila de frustraciones antiguas.
Al dar vuelta la esquina reconoce a un compañero de la -ahora lejana- escuela secundaria. No lo ha visto en décadas.
Alejandro esta tirado en el piso debajo de un antiguo camión que parece haber sido fabricado durante la segunda guerra mundial.
"Lo compre por unos pocos pesos". -Explica. "Lo estoy reparando para que sea casa rodante. Voy a recorrer la argentina con el".
El hombre mira a su amigo con una expresión intraducible. El camión es una ruina con su chasis sostenido por troncos de madera.
El amigo debe haber percibido una mirada escepticismo, o esa piedad que se tiene ante un delirio impracticable.
-"Si no tenés sueños, estas muerto". Dijo con un sentido justificatorio.
Al hombre la frase le pareció un flechazo en el pecho de su propia existencia.
Cambiaron de tema. Que sabían de los compañeros de entonces.
¿Sabes algo de Huber? -Preguntó el hombre-
Con Huber eran un trío inseparable en el primer año del industrial.
-Se fue a trabajar a un pueblo de campo en un centro de investigación. Le cambio la vida. Acá no tenia nada y a los 50 años nadie te da un trabajo estable. Hay que trabajar 12 horas arriba de un remis completo el hombre el cuadro de situación.
Antes de despedirse el hombre pide las direcciones de correo de Huber, y la de Alejandro el portador de ese sueño de acercar distancias que ha intuido como inalcanzable.
El hombre siguió su camino acunado en angustias. Son años de sentirse fracasado y por más que haga enormes esfuerzos mentales no logra ver la mitad del vaso lleno. Solo gotas. Y se evaporan.
Esa misma noche le escribió a Huber.
Le contó su situación. Una vida horrible. El trabajo un espanto. Ni hablar de la soledad.
Huber le contesto rápido. Leyó su correo en la mañana siguiente.
-"Negrito, que alegría me das, salvo de Alejandro hace años que no se nada de los compañeros de la escuela.
-"Lamento que no estés del lado de los integrados al modelo. Esta sociedad casi no da segundas oportunidades a nuestra edad. He tenido un golpe de suerte después de años de golpear puertas.
Esta noche, cuando vuelva a casa te cuento la historia de como llegue aquí."
El hombre responde: Dale, contame. Quiero saber una buena entre tantas calamidades que escucho en el día.
Al amanecer, cuando el calor insoportable apenas ha aflojado durante la noche, el hombre lee la carta Huber. Es una historia larga y no parece sencilla.
Había tenido un año peor que malo. Le extirparon un testículo, cuando salió de esa se quebró una pierna.
Su hija lo dibujaba: "Es papá en su burbuja" y lo representaba: La angustia lo aislaba cada vez más. Imposible ver futuro. El futuro era el día siguiente o la semana a lo sumo.
Un día recibió un llamado de un primo que vive en el campo, justo en el límite de los partidos de Yrigoyen y Bolívar.
"Se viene el ferrocarril de nuevo y va a haber trabajo en cada pueblo. Hasta posibilidad de radicar industrias y empleados"
Huber hizo un bolsito y se fue a ver a su primo. Fue por un par de días y volvió a la semana con otra cara.
Ese título que le dieron a leer era más que prometedor: "La reinvención del ferrocarril. Un proyecto comunitario de articulación social"
El tren volvía, pero cada pueblo debía formular proyectos que se respalden en el tren y den sustentabilidad a largo plazo.
Ahí tomo contacto con la gente de Herrera Vegas, 150 habitantes que tuvieron el criterio de no aceptar cualquier cosa.
Tomaron el asunto del proyecto para refundar su pueblo con el ferrocarril en serio. Armaron un concurso de ideas internacional y lograron el respaldo de la UNESCO.
En asambleas descartaron alternativas: ni planes de vivienda sin trabajo para quien llegue a vivir, ni la instalación de una cárcel -el Estado vive buscando lugares para ampliar su capacidad de encerrar en celdas-.
Tampoco industrias que contaminen más aún el agua.
Fue unánime. El proyecto ganador fue la radicación de un centro de investigación avanzada, al que se bautizo como "Alfonso Luis Herrera" en homenaje a un destacado científico mexicano. Un segundo proyecto también fue aprobado: un polo de microempresas que fabriquen alimentos.
Huber consiguió empleo en el centro de investigación como administrativo, a la espera de que lo asignen a un proyecto de investigación específico. Se levantaba bien temprano, caminaba hasta la estación Libertad y se subía al tren hasta Herrera Vegas. Trabajaba 8 horas y tenia casi 6 de viaje entre ida y vuelta.
Cuando lo designaron como empleado contable en el proyecto NOGXA. Huber se animo a llevar a su familia a vivir a Herrera Vegas. "Ahora los chicos pueden jugar en la calle" (....) "dejas la bicicleta o la motito o lo que sea en la puerta de calle y nadie toca nada". (....) "No se si es el paraíso pero se le parece bastante..."
Así como el proceso que lo llevo a conseguir trabajo estable e irse a vivir a ese pequeño pueblo revoluciono su existencia. Huber habla maravillas del proyecto donde trabaja. Aunque el no entiende demasiado de lo que hace ese equipo de científicos, sostiene que el fin es noble, que van a terminar de dar vuelta el modo de pensar la relación entre mente y cuerpo.
"Negrito, no se lo digas a nadie pero esta gente esta experimentando con una máquina que puede grabar todo lo que la mente de un sujeto almacena durante su vida. (....) todo, absolutamente todo: imágenes, frases propias y de la gente querida. Lo políticamente correcto y lo traumático fijado en la memoria. (...) Además y esto es lo mas decisivo: puede registrar el efecto de emociones y recuerdos pasados sobre el cuerpo en el aquí y ahora..."
Una vez hablo fuera del horario laboral con el director de NOGXA.
Huber se despreocupo por hablar un lenguaje de códigos y conceptos. Simplemente pregunto: Che, Javi, ¿como se te ocurrió todo esto?
Gracias a Carl Kolchak, por el capítulo del hombre obligado a dormir en un laboratorio. Ese hombre que en sus sueños materializa al hombre musgo, el "Peremalfait", un cuco mítico de su infancia que mata a quienes quieran despertar a su creador.
Era un niño y ese capítulo me impresiono y dejo su huella en el tiempo. Desde ahí, para decirlo mal y breve me obstine por hacer visible, materializar de alguna forma los recuerdos y la actividad cerebral del ser humano.
¿Viste, negrito? Que asombrosas suelen ser las cosas...
-Te felicito hermano, le contestó el hombre. Era hora que te tocara un trabajo decente.
(...) No lo voy a pensar ni un día más. Voy a visitarte a Herrera Vegas. Buscare un trabajo. No importa en que oficio. Sino estar allí y vivir en un pueblo que se recrea. Que brinda la ilusión de reinventar la vida de quien pise su suelo.
Allá va el hombre a sacar su pasaje para viajar desde Merlo Gómez, la estación más cercana a su casa. En el camino ve un cartel de publicidad que dice: "Es hora de ser quién queres ser"
No es mala idea, -piensa el hombre-, quizás fuese tarde para ser el que hubiera querido ser a los 25 años. Pero el intento bien va a valer para demostrarse a si mismo que no esta derrotado.
Un hombre y su obra*
*Por Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com
De pronto me había inventado un oficio, es probable que mi ocurrencia fuese algo común. Pero preferí imaginarme fundando una praxis, la antropología de las subjetividades ó dicho de otro modo de la persona y su obra. La vida, o un encuentro casual con su prima Sofía, me permitió acceder al fantástico mundo del arquitecto Jerome Ricardo Klepka.
Sofía es la hija Slawek Klepka, el inventor al que conocí durante una internación de mi padre.
Fue un encuentro casual en el tren, ella que subió en Aldo Bonzi y se sentó justo enfrente mío.
Tardamos unos momentos, la circunstancia había sido dolorosa y pasaron muchos años.
Ella, antes de bajar en Libertad, dejó la idea: "Quiero que escribas de mi primo Jerome y su obra".
A los pocos días fui a visitarla, tomé un te rojo con miel y pase mucho tiempo observando el museo casero que Sofía tiene sobre las invenciones de su padre Slawek.
Ella no me dijo demasiado de su primo, era el hijo de su tío tan polaco como su padre. Había estudiado arquitectura pero su pasión era el arte y la escultura. Había preparado una caja con planos, dibujos de esculturas y cuadernos donde anotaba frases o explicaba el significado de sus obras.
-No dejes de ir a Corbett, es su gran obra. Sugirió cuando ya estaba en la puerta a punto de irme.
Mientras viajaba en el tren hasta Corbett me daba cuenta que el arquitecto Klepka tenia curiosidad por culturas lejanas. Decidió colocar 109 esculturas u obras de arte en el predio reciclado de la estación y aledaños. "Como los 109 trofeos que debía cazar un Maharajá". Había anotaciones en un cuaderno que ligaban esta ocurrencia con lecturas de Salgari.
Pero esta es una cacería de recuerdos propios a los que debo darles una materialidad. -escribió.
La estación de Corbett es realmente impresionante. Habría que tener conocimientos de arquitectura para poder describirla bien, pero no tiene nada que ver con la sencillez de las otras estaciones del ferrocarril. La única vía del Midland se abre en cuatro a unos cien metros antes de ingresar a la estación.
La sorpresa es mayor cuando uno pone el pie en el andén. La cartelera indica que la estación anterior es Ramnagar y que la estación de origen de la línea es "Old Delhi Railway Station".
La ventanilla donde se compran los pasajes indica que las tarifas están en Rupias y que esa es la moneda en la que deben abonarse.
El hotel se llama "Edward James Corbett Resort" y queda a metros de la estación. Es un hotel de tres estrellas con baño privado y cuesta 1050 Rupias por noche. Agradecí que tuvieran la gentileza de cambiar mis pesos por Rupias y pedí una habitación por una noche, casi seguro de que con un día completo podría recorrer el parque natural y las obras de arte que Jerome había dejado allí plantadas para que sean vistas e interpretadas por los visitantes.
Ni bien entré pude escuchar del conserje una historia que habla de la personalidad del arquitecto. Durante la obra del reciclado del hotel, el hombre había tenido una fuerte discusión con el contratista que colocaba el parquet. La discusión había llegado al punto de la furia y los hombres iban a arreglar sus diferencias a trompadas. Hasta que el parquetista lo insulto en ruso y Klepka le contesto con otro insulto similar también en idioma ruso. -Sofía me había contado que Jerome había aprendido ruso porque su padre lo hablaba como segundo idioma; ya en su adolescencia había decidido estudiarlo bien para leer a grandes escritores como Gorki en su idioma madre.-
La cosa es que el conocimiento común de un idioma y de cultura eslava los hermanó. El contratista y el arquitecto comenzaron a cantar juntos canciones tradicionales. Para festejar el descubrimiento, Jerome fue hasta su auto, trajo una botella de Grappa Chizzotti y brindaron con los obreros presentes en la obra.
-Como Ud. mismo podrá observar, el parquet de pinotea ha quedado impecable. -Remató el conserje.
Me di cuenta durante un buen rato antes de lograr dormir en una cama desconocida que la idea de escribir sobre un hombre y su obra no es tarea sencilla -al menos con Klepka- . Una segunda idea que había tenido durante el viaje en tren estaba en cuestión, ¿Podría escribir sobre lo visto en Corbett un artículo en Wikipedia? No quería -como muchas otras veces- plantearme objetivos demasiados alejados, tenía certeza sobre las limitaciones de mi escritura. Sin respuesta, lo mejor fue dormirme y esperar que el día siguiente aclarara con su luz las cosas.
Desayune mirando al verde del parque un cielo amplio y celeste hasta el horizonte. El día se mostraba como una promesa esplendida. Como muchas otras veces sentía incomodidad con la soledad. Casi siempre mi trabajo me llevaba a llegar y permanecer solo en diferentes hoteles, la soledad me convertía en un observador o en un cazador de imágenes más precisamente. Me llamó la atención la remera que usaba un hombre con la pelada artificial en su cabeza. Tenía menos de cuarenta años, y el aspecto de un cuerpo trabajado en horas y horas de gimnasio. Parecía estar en una gira de negocios con socios o clientes. La remera decía: "Y si la mujer del prójimo me desea a mí".
No quise distraerme más. Llevaba en un bolso un par de cuadernos donde Jerome Klepka describía el origen de las obras que iba a ver ni bien me animara a salir al afuera del hotel.
En el pequeño parque lindero al que miran los ventanales del comedor esta el monumento a Edward J. Corbett. Es una escultura de hierro negro donde una figura con cuerpo humano y cabeza de Tigre. Arriba de la cabeza, esa figura lleva el sombrero clásico que hemos visto en las películas llevar a los cazadores. Esa figura lucha con una enorme víbora que se enrosca por su cuerpo desde su pie izquierdo. La serpiente termina en una cabeza humana -como las que pintaban en el renacimiento con una cabellera bien densa- esa cabeza humanizado mantenía colmillos y lengua de serpiente.
La estatua tiene el subtítulo de "Metamorfosis".
En el cuaderno dice -textual- : "Metamorfosis". Fue con la infección del colmillo izquierdo. Tenía la mitad del rostro con aspecto felino. Sentía que la fiebre era una enorme serpiente que se enroscaba. Deliraba. Lo más lógico es que la serpiente tuviera en su rostro el aspecto de la serpiente a la que llamamos, afiebrados de autoengaño, "ser humano".
La estatua tiene en su base enorme de cemento la inscripción de autoría: JEROME RICARDO KLEPKA. ESTATUARIO. ARQUITECTO. CLONADOR PAISAJISTA.
Alejándose de la estación y el hotel -a menos de un Km.- hacia el norte esta la entrada al Parque Natural, situado en las tierras de la antigua estancia de los Corbett. Allí quedaron al aire libre las obras de arte de Klepka. La entrada al parque cuesta 250 rupias, el equivalente aproximado a 5 Euros.
La primera obra que pude observar se titula: "El rollo del tiempo".
Escribe: "Después de la salud, el tiempo es lo más valioso que posee una persona. (...) Pensé en las manos de mi padre, en los objetos que había dejado abandonados en el galpón de la casa. Había dos lavarropas oxidados, una heladera Siam. Los alambres que sostenían la antigua parra habían quedado formando un rollo, una nebulosa galaxia que ya no podría volver a extenderse. Fue mi hijo quien lo bautizó como rollo del tiempo"
Unos metros más adelante pude observar que una de las vías del ferrocarril ingresa en la antigua estancia y lleva al tren hasta un apeadero sencillo situado en el costado soleado del casco.
Me gusto mucho la obra dedicada a Kurt Vonnegut. "Insectos atrapados en ámbar" Son piedras traslucidas apiladas como un muro adentro hay cuerpos de insectos con cabeza humana. Arriba del muro desfila un soldado con un uniforme alemán de la segunda guerra.
Jerome anotó: "Están mi padre y mi tío en la guerra, nunca saldrán del todo. En el oído les quedara el zumbido de los proyectiles que reventaban el tímpano. Una y otra vez puedo volver a ver los ojos vivaces de mi padre cuando recordaba la noche iluminada por explosiones en la batalla de Montecassino."
Cuando retorné del parque estaba bastante cansado y era de noche, había comido algo en un pequeño restaurante ubicado en el casco de la antigua estancia. Recordé que el último tren hacia Old Delhi ya había partido. Decidí quedarme otra noche en el hotel y partir en la mañana luego del desayuno. Volví a la habitación, me bañe con una ducha que no logre regular bien, asi que con el agua casi fría afloje el cansancio y me dispuse a dormir. La cercanía al campo convertía al hotel en un espacio de resonancia de lo lejano y lo inmediato a la vez. En la habitación contigua una pareja había comenzado a hacer el amor. Se escuchaba como la mujer jadeaba. Dije: este Jerome, ha sido un gran artista, pero como puede ser que haya construido estas paredes con paneles de yeso que no aíslan nada.
Desde el campo empezó a ganar espacio el sonido de un tren acercándose. Es el tren que va a Moradabad y retornara mañana para llevarme a Old Delhi. Por momentos el sonido del tren se mezclaba con los jadeos de la pareja de la habitación lindera. Cuando llego a la estación se escucharon los sonidos del vapor de la locomotora. Ese ruido inconfundible de las vaporeras. ¿Será una North British o una Vulcan Iron Works? El tren partió, su sonido se alejaba mientras el de la pareja que hacía el amor sin agotarse se mantenía constante.
En cualquier lugar, una locomotora atraviesa la noche. Otra mujer, se enciende, hecha vapor, jadea. Hay viajes que crean la vida y otros que la llevan de un sitio a otro.
Antes de entrar en el sueño arrullado por los sonidos del amor. Se impone la necesidad de crear una frase, alguna enseñanza sea útil para mi vida. Pensé, en lo apropiado que era el título de una de las obras de Jerome Ricardo Klepka: "Lo erótico es la vida".
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