*Obra de Walkala.
Dr. Luis Alfredo
Duarte Herrera
(1958-2010).
-En Aurora
Boreal. Walkala: un homenaje in
memoriam
*
Quien recuerde la luz,
que se detenga
sencillo al borde de las cosas,
que encienda una manzana,
una tijera,
los restos de la noche en las ventanas,
que nos recuerde que aquí,
sobre la mesa,
debe aguardar un pan.
Quien recuerde,
quien sepa de la luz,
que nos entibie
el pecho,
que nos haga preguntarnos porqué
este frío en los huesos,
esta helada compasión donde hubo
una certeza viva,
transparente.
Quien aún recuerde la luz,
que ande de pie
con la mano tendida,
como la lámpara
que se dejó olvidada
antes de partir
y espera
nuestro regreso para iluminarnos.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
- Mariana
nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en
City Bell. Publicó: Cuadernos de la
breve ceguera (La Magdalena 2014). Jardines,
en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015) La hija del pescador (La Magdalena, 2016). Piedras
de colores (Proyecto Hybris 2018). El
orden del agua, GPU Ediciones (2019)
-Su libro MADURA, ha sido editado por Editorial Sudestada (2021)-
Ideas para un
debate real sobre la crisis climática *
*Por Alejandro
Badillo. badillo.alejandro@gmail.com
Desde hace tiempo hay en México un debate
sobre la energía y la contaminación. El debate debió haber ocurrido hace
décadas y solo las noticias cada vez más alarmantes de la crisis climática han
prendido las alarmas en los medios de comunicación. Lamentablemente, la mayor parte
de las críticas son, en realidad, propaganda de grandes grupos empresariales.
Las corporaciones han jugado un papel importante en la negación del cambio
climático y, también, en la creación de grupos de influencia que venden
soluciones empresariales a distintos gobiernos para que, en el discurso, los
políticos afirmen que están combatiendo la contaminación y cuidando los
recursos naturales. El gobierno de México ha tenido encontronazos con el sector
privado que insiste, a través de sus columnistas y las tribunas que controlan,
que se adopten sus soluciones para estar alineados con los planes de la ONU y
los distintos convenios que han suscrito muchos países a lo largo de los años.
En medio de la guerra mediática, el lector poco informado puede creer que México
está cometiendo un crimen ecológico al apostar, por ejemplo, por el petróleo y
no dar el impulso necesario a las mal llamadas energías limpias que venden los
empresarios. Sin embargo, el problema no es nada sencillo, así que habría que
puntualizar algunos elementos para hacer un debate que tenga como sustento la
realidad y no las medias verdades que vemos en los periódicos todos los días.
En primer lugar, habría que decir que
ningún país ha estado a la altura de los compromisos que se han firmado en los
últimos años como el Protocolo de Kioto. Las metas para no alcanzar o, al
menos, tener como límite los 1.5 grados centígrados de aumento en la
temperatura global han fracasado estrepitosamente y todo apunta a que la
historia no cambiará mucho en el corto plazo. De hecho, la Agencia
Internacional de Energía prevé que los niveles de CO2 tendrán números récord en
el 2023 y seguirán aumentando. ¿Cuál es la razón? La principal razón es que, a
nivel global, se sigue un modelo que contamina a través de la extracción de
materias primas, el consumo de productos y el desecho cada vez más veloz de
estos. Si no se rompe este ciclo no habrá manera de mitigar los efectos del
cambio climático. El problema es que la cultura de consumo es el motor del
sistema económico capitalista que, con algunas diferencias, rige a casi todos
los países del mundo. La fe en que el crecimiento económico –llevado al extremo
por las políticas neoliberales– solucionará la desigualdad y la consecuente
pobreza, es algo que ya ha quedado obsoleto. Como cualquier punto adicional en
el Producto Interno Bruto mundial implica consumo de energía y un proceso que
implica la generación de gases de efecto invernadero, la única manera de
incidir en esta ecuación es no crecer y redistribuir lo que se tiene.
Ahora bien, como ningún gobierno del mundo
quiere absorber los costos del decrecimiento o la desaceleración económica
necesarios para contribuir de verdad a la reducción de contaminantes, han
recurrido a lo que los expertos llaman “Ecoblanqueo”
o “Greenwashing”. Esta práctica
empresarial consiste en vender soluciones falsas o a medias para que los
consumidores piensen que, para “salvar al planeta”, no es necesario cambiar de
fondo el sistema económico y, sobre todo, su estilo de vida. De esta manera
hemos sido bombardeados en los últimos años por propaganda de celdas solares,
turbinas eólicas, autos eléctricos, y proyectos surrealistas como enterrar el
CO2 en pozos excavados a gran profundidad. El consenso, con este tipo de
discursos, es que sólo falta voluntad política y una visión de futuro para
echar a andar las energías “limpias” vendidas por los corporativos. No dicen
que para que esas energías funcionen masivamente se necesita una extracción
colosal de recursos. Tampoco dicen que las renovables sólo producen
electricidad y esto representa, aproximadamente, el 20 por ciento del consumo
mundial de energía. La misma Agencia Internacional de Energía ha comunicado que
sólo se ha invertido el 2 % de los recursos que, en el papel, se necesitan para
que las energías no fósiles sean un asunto del pasado. El mundo no ha dado
pasos a esa meta porque no es redituable financieramente y las alternativas a
los combustibles tradicionales no tienen el rendimiento suficiente para
sostener la planta productiva impulsada, como nunca antes, por el libre
mercado. A pesar de eso, los propagandistas empresariales, profetas del greenwashing, siguen atacando a
gobiernos que no compran sus productos y difundiendo ideas que nunca se harán
realidad. Nunca aceptarán que una sociedad de consumo perpetuo no tiene cabida
en un mundo de recursos finitos.
Hay otro elemento en el dilema ecológico
que ya está cobrando factura: la escasez de materias primas y de energía. En
este año hemos visto cómo la inflación se ha disparado en muchos países de
Europa y, particularmente, en Estados Unidos que ha visto los mayores niveles
en 13 años. Los analistas han hecho un diagnóstico superficial: la culpa de
este fenómeno macroeconómico es que la industria no ha podido ponerse al parejo
de la demanda de mercancías y sus componentes que, supuestamente, ha aumentado
después del colapso en el consumo provocado por la pandemia. También le achacan
la culpa a la guerra en Ucrania. Dicen que sólo hay que arreglar o poner al día
la cadena de producción y de suministros o que, una vez que se resuelva la
inestabilidad en Europa, todo volverá a la normalidad. Sin embargo, hay algo
que no dicen: la escasez de materias primas está ligada, según muchos
científicos, a un agotamiento de las reservas de petróleo, agua, tierras raras
para mercancías electrónicas, entre otros recursos. Si un productor no puede
generar los números de antes, sus manufacturas subirán de precio. Mucha gente
minimiza este problema porque en nuestra vida diaria, con todo y el aumento de
precios, seguimos viendo los aparadores razonablemente llenos. Hay que decir
que la llave de los recursos se está agotando gradualmente y no de un día para
otro. El petróleo, sin ir más lejos, está sufriendo algo que los especialistas
y geólogos llaman el “peak oil”, un modelo presentado en 1956 por el geofísico
Marion King Hubbert que trabajaba, en ese entonces, para Shell Oil Company. El
científico afirmó que se llegaría a un límite en la extracción de crudo y, por
lo tanto, la producción industrial no podría mantener el ritmo de las promesas
de crecimiento de los líderes mundiales. Desestimada en su momento, la “Teoría
del Pico de Hubbert” ha sido confirmada por los hechos. Cada vez que ha
escaseado el petróleo –muchas veces por cuestiones políticas o guerras– el capitalismo
mundial entra en crisis. Este panorama agudizará muchos problemas que ya
existen y nos enfrentará a tensiones inéditas en la historia por la enorme
dependencia que tenemos a los combustibles fósiles.
Este problema multifactorial no tiene una salida
fácil y eso hace que los ciudadanos lo descalifiquen. Lo que ya estamos viendo
es que los países protegerán aún más los recursos estratégicos para sus
poblaciones. ¿Qué significa esto? Que limitarán o vigilarán el papel de la
iniciativa privada en la producción de energía y se enfrascarán en guerras de
baja intensidad para extraer recursos de otras naciones. La sobrevivencia de
los Estados depende de proteger, hasta donde se pueda, la sobrevivencia de sus
ciudadanos. En caso contrario aparece, aún más, la ingobernabilidad y la
inestabilidad política. En 1783 el volcán Laki en Islandia hizo erupción y
provocó una crisis ambiental que causó hambrunas en Europa ya que se perdieron
las cosechas. Algunos investigadores vinculan este desastre natural como uno de
los factores que detonó la Revolución Francesa.
Para finalizar y volviendo al papel del
gobierno mexicano, me parece que está haciendo lo correcto al defender al país
de los profetas de las energías renovables que sólo buscan ganancias en medio
de la crisis y aprovechar el consenso de que hay que hacer algo para enfrentar
el colapso climático sin disminuir el consumo. El petróleo, tan denostado por
estos sectores, es la base para que podamos comunicarnos, tener medicinas e,
incluso, producir cosechas a gran escala para alimentar a miles de millones de
personas. El asunto va más allá de usar bicicleta y no llenar de gasolina un
auto particular. Pero se abre una gran interrogante para el futuro próximo:
¿qué pasará cuando sea aún más perceptible el agotamiento de los recursos
naturales o que los desastres climáticos aceleren la desigualdad que sufren los
países, sobre todo los pertenecientes al Sur Global? En ese aspecto se
necesita, primero, un discurso de izquierda que tenga al clima, al
decrecimiento y la redistribución como focos principales. Es lamentable que
este tema esté ausente en la narrativa de un gran sector de la izquierda
mexicana que, parece, se ha quedado en los años del desarrollismo
latinoamericano del siglo XX. El propio presidente López Obrador ha dicho que,
para dar vuelta atrás a la inflación, “hay que producir más”. Habría que ver de
dónde se sacarán recursos naturales para concretar esa fantasía propia del
siglo XX y no de los tiempos que nos esperan.
La crisis climática sólo se puede enfrentar
desde un cambio radical de paradigma. Hay que replantear, como muchos
académicos ya lo están haciendo, el concepto de “desarrollo” y, desde ahí,
hacer propuestas que deben, forzosamente, retomar lo que ya se hace en la
sociedad civil. Sólo así se podrá influir en el gobierno, combatir las ideas
caducas de los intelectuales de derecha –o liberales como les gusta llamarse–
patrocinados por las corporaciones y comenzar a ver, sin distorsiones, sin
falsas esperanzas, el mundo que tendremos en unos años.
*Fuente:
https://www.ladobe.com.mx/2022/08/ideas-para-un-debate-real-sobre-la-crisis-climatica/
-Alejandro
Badillo. (Ciudad de México, 1977)
-Es autor de los libros de cuento Ella sigue dormida (Tierra Adentro), La herrumbre y las huellas (Eeyc), Vidas volátiles (BUAP), Tolvaneras (SC Puebla), El clan de los estetas (Universidad
Veracruzana. Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela) y las novelas La mujer de los macacos (Libros
Magenta) y Por una cabeza (Premio
Nacional de Novela Breve Amado Nervo).
Recientemente ha publicado:
“La Habitación Amarilla” (cuentos) por
Editorial BUAP. -2021-
“Reconstrucción” (novela) Ediciones EyC. -2021-
Faltan piedras*
Salíamos a la calle a jugar a fútbol con
una piedra como pelota y los agujeros de las alcantarillas como porterías. Con
cada gol se perdía una piedra, pero no había problema, en la misma calle
encontrábamos fácilmente otra.
Mediante un cordel cualquiera, trenzándolo
hábilmente y añadiéndole un trozo de tela, o en su versión de lujo, un pedazo
de cuero, construíamos una honda y con otra piedra disfrutábamos dándole a todo
aquello que no apuntábamos. Con una rama debidamente pulida con la navaja y
machacando con una piedra la varilla de un paraguas hacíamos un arco terrible
con el que disparábamos a los enemigos de la otra banda del pueblo.
Estaba claro que nuestra base para
construir juguetes eran las piedras. Pero hoy en día las piedras han
desaparecido de las calles y los niños deben ingeniárselas con otro tipo de
juguetes. No es que no tengan imaginación es que les hemos quitado la materia
prima.
Pongamos piedras en las calles y así
evitaremos los chats, las aburridas play stations, los robots de tercera
generación y los aburrimientos supinos de nuestros hijos.
*De Joan
Mateu.
CERRO LEONES*
Está Cerca de Bariloche el cerro, y más que
un león yacente parece un cachorro de San Bernardo, y nunca hubo leones sino
pumas, pero el sacerdote que lo descubrió para los que acabarían con los
tehuelches vio un león. Así ocurrieron las cosas en esta extensa y bella
América, renombrada y transformada por los recién venidos, que daban en
descubrir lo que fue ocupado siglos por razas morenas, y en nombrar las cosas
según lo que sus europeos ojos podían hallar en semejanza. Fue un cerro
entonces una campana, otro una catedral, y las palabras nativas se enterraron
debajo de vocablos lejanos, así como en el litoral contó el poeta que los ojos marrones
retrocedieron expulsados por el lino, que multiplicaba en flores celestes los
ojos azules de los que bajaban de los barcos.
Pero allá arriba, en el cerro donde moran
las águilas y sobrevuelan los jotes, podemos asomarnos con el espíritu
sobrecogido a las cuevas que fueron taller de fabricación de armas para la caza
del guanaco y de los pequeños ciervos que alimentaban a hombres de dos metros
de altura, y mujeres de un metro setenta. Envueltos en pieles los tehuelches,
con obsidiana tallaban la piedra para sus flechas. Nunca condescendieron a la
sedentaria agricultura ni a la cría de ganado. Lo harían los mapuches, llegados
porque el hombre blanco los empujaba desde arriba, desde el norte que iban
ocupando sin resquicio pese a los inmensos campos vacíos.
Allí arriba están las cuevas, allá desde
donde se puede ver el amplio horizonte y el cielo más amplio aún, dos
infinitudes inabarcables. Las montañas lejanas, los lagos espejando el alma y
calmando el viento en azul.
Podemos admirar las plantitas empeñosas en
florecer entre las piedras, esas piedras que se rompen como papel, como
hojaldre colorido, con sus vetas rojas de hierro y amarillas de azufre, y ese
piso impalpable de polvo volcánico.
Y podemos tratar de hallar las pinturas
rupestres, apenas una huella imperceptible, como imperceptible es la huella de
los antiguos moradores, muertos ya, desaparecidos de esta Patagonia que los vio
retroceder a las sombras de un tiempo que se confunde con el Tiempo, con la
Historia, con la vergüenza de las masacres, la sífilis, el alcohol que les
destrozó lo sagrado que habitaba en ellos. No entendían lo que propiedad
privada significa, y cuando los blancos les mermaron el guanaco, cazaron
entonces esos bichitos blancos que también servían para comer. Eran ovejas, no pertenecían
a la tierra como todos los animales le pertenecen, tenían dueños de extraña
lengua y extraña vestimenta, y más extraña aún concepción de lo que el mundo es
y de cómo está ordenado el universo. Los blancos los cazaron a ellos como
ladrones.
Podemos entonces mirar las cuevas. Somos
intrusos, lo sabemos. No nos llevamos nada. Quizás, con suerte, aprendemos
algo.
Y después nos internamos en el volcán.
Porque así nació esta elevación, con fuego, con el encrespamiento de la tierra
que escribe sin letras pero deja los signos que narran una saga de milenios
sobre el lomo del planeta.
Nos metemos en el volcán como quien nace.
Volvemos al útero de la madre Tierra por una abertura estrecha que nos obliga a
acuclillarnos primero y a reptar después, cuerpo extendido hacia la obscuridad
profunda de las profundas entrañas de lo obscuro.
Otra caverna. La luz del guía, un reflector
conectado endeblemente a una batería, que recorre las paredes de ángulos
geométricos, picos y quebradas, y muestra un lago de agua helada y limpia,
absolutamente calmo, ajeno al afuera, ignorante del viento, abrazado a sí
mismo; un lago transparente, frío, un ojo de agua que nos devuelve la mirada,
indiferente.
Y es la experiencia de lo subterráneo, de
la semilla que aguarda, de las raíces, de las ciudades de los muertos. Apagar
la luz, sentir la obscuridad y el silencio sin atenuantes. Cada uno de nosotros
está solo, es pequeño. Cada uno de nosotros es un punto de frágil sangre, de
mínima carne dentro de las entrañas de la tierra que crece a nuestro alrededor
con forma de animal yacente.
Estamos solos allí. Cada uno. Por un
momento los sentidos nos cortan los puentes con el afuera. Dentro del volcán.
Dentro de nuestros cuerpos. Estamos solos allí, como siempre, pero ahora lo
notamos.
Cuando bajo sorteando piedras recupero el
cielo, veo las águilas, los jotes, siento el viento. Ellos se quedan. Los
tehuelches se quedan también. Aunque no los haya visto también se quedan.
Sigue acostado el león, el puma. Sigue
dormido el animal yacente. Pero escucho el rugido, todavía escucho el rugido.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
Nacimiento*
Nacimiento
o la nostalgia de
cráteres desnudos.
Actuar en teatros
vacíos.
Beber
gastadas bocas que ya
no esperan nada
salvo el sabor amargo
de la muerte
en copas que hasta la
noche rechaza.
Caer en simas de
desolación
implorando la
clemencia del olvido
y contemplarse en el
alba tenebrosa
de un incierto futuro
con el rostro fatal de
un desdibujado doble
imitando risas falsas,
actitudes
de prosaico espectador
sin añoranzas.
Desde el fondo cruel
de los espejos
te contemplan unos
ojos apagados
y una voz pronuncia la
implacable sentencia:
Los tranvías no se
detienen para nadie.
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
https://sergioborao2011.blogspot.com/2015/09/nacimiento.html
Cuestión
de ojo*
*Por Juan
Forn.
En 1958, John Huston le ofreció a Jean-Paul
Sartre 25 mil dólares para que le escribiera un guión sobre Freud. Huston ya
había dirigido en Broadway una obra de Sartre (A puerta cerrada) y mostrado
interés en filmar otra (El diablo y Dios) y le importaba poco que Sartre
tuviera poco respeto por el psicoanálisis. Lo suyo era un típico pálpito de
director de cine: Sartre era el candidato ideal para escribir ese guión porque
lo que Huston quería filmar era la historia de cómo Freud se había convertido
en Freud (es decir, esos siete años de fracasos sistemáticos desde que empezó
con la hipnosis hasta que se internó en la interpretación de los sueños propios
y ajenos), y pocas personas, según Huston, encarnaban mejor la máxima sartreana
"El infierno son los otros" que Freud tratando a sus primeros
pacientes ante la mirada hostil de la parentela de esos pacientes, de sus
colegas médicos y de toda la sociedad vienesa de su tiempo.
La idea de Huston era bien norteamericana
(Freud como detective de la psique, superando mil obstáculos hasta la triunfal
develación del enigma).
Sartre mordió el anzuelo por el motivo
inverso: el desvelo excluyente de su Freud no era curar las neurosis, sino
exponer a la luz del día los secretos y miserias de la burguesía vienesa.
Sartre envió una sinopsis de 95 páginas que a Huston le fascinó (aunque las
sinopsis de guión no superan nunca las quince páginas). Tres meses después llegó
la primera versión del guión y Huston empezó a preocuparse: "La copia
mecanografiada era más gruesa que mi muslo". Así que invitó a Sartre a su
castillo en Irlanda para trabajar juntos y de esa manera empezó la amarga
comedia que deberían haber escrito y filmado en lugar de la vida de Freud.
No más llegar, Sartre le escribe a Simone
de Beauvoir: "No puedo decir que me aburra, Castor, hay que vivirlo todo
al menos una vez. No he salido desde que llegué. La ciudad más cercana está a
medio día de viaje. Miro los kilómetros y kilómetros de nada que nos rodean y,
si no fuera por el pasto, diría que tiraron la bomba atómica. En cuanto al
castillo, cada habitación rebalsa de objetos incongruentes: Cristos mexicanos,
lámparas japonesas, el Monet más feo que he visto en mi vida... H dice que vive
aquí por la naturaleza, pero lo hace para evadir impuestos".
Huston, por su parte, escribió en su
autobiografía: "Al principio admiré su habilidad para tomar notas mientras
hablaba, pero después entendí que era imposible interrumpirlo. No paraba ni
siquiera para tomar aire. Más lo miraba y más me convencía de que era el hombre
más feo que había visto en mi vida. A veces me agotaba tanto, que tenía que
salir de la habitación, y el murmullo de su voz me seguía por los pasillos, y
cuando volvía a entrar él ni se había dado cuenta de mi ausencia". Todo el
equipo reunido por Huston entendía y hablaba francés, pero después de cada
jornada de trabajo salían del salón con los ojos vidriosos y la mente en
blanco. En determinado momento, Huston trató de hipnotizar a Sartre (técnica
que había aprendido en el psiquiátrico donde filmó en 1945 el documental Let
there Be Light, sobre las secuelas de la guerra en los soldados que volvían del
frente). Le fue imposible. Sartre, por su parte, trató de que el cineasta le
confesara qué cosas creía tener en su inconsciente. Le fue imposible
("Ayer H confesó que en su inconsciente no hay nada, ni siquiera viejos
deseos inconfesables. No logro entenderlo. No me habla. No me mira. Huye del
pensamiento, dice que le entristece").
Un día, Sartre amaneció con un terrible
dolor de muelas. Huston ofreció trasladarlo a la civilización (léase Nueva
York: ni en Dublín ni en el Londres de posguerra había odontología decente,
según Huston). Sartre dijo que le bastaba un dentista del pueblo. Como Huston
no conocía ninguno, Sartre encontró uno por las suyas, se hizo sacar la muela
en cuestión de minutos y volvió aliviado al castillo. Cosa que llevó a Huston a
comentar a su equipo: "Un diente de más o de menos es una cuestión
intrascendente en el universo de un existencialista".
Finalmente, Sartre volvió a París y
prometió enviar una nueva versión del guión. La que había llevado al castillo
de Huston tenía cerca de cuatrocientas páginas (está publicada, es una gloria,
se llama Freud, a secas). La que envió dos meses después era más larga aún,
Huston optó por encerrarse con Wolfgang Reinhardt y Charles Kaufman (sus dos
colaboradores en el documental de 1945) y le mandó a Sartre el guión
convenientemente reducido. Este contestó una carta más larga que todo el guión,
exigiendo queretiraran su nombre de los créditos, aunque buena parte del guión
siguiera utilizando material suyo, por ejemplo el personaje de Cecily, que
Sartre había compuesto basándose en tres de las pacientes iniciales de Freud y
que quería que interpretase Marilyn Monroe. La idea era brillante. Pero Anna
Freud, que supervisaba el tratamiento psicológico de Marilyn, le prohibió
aceptar (además, desacreditó la película cuando se estrenó, razón por la cual, cuando
Marilyn murió pocos meses después, Huston declaró: "No la mató Hollywood:
la mataron sus psiquiatras").
El papel de Cecily cayó en manos de la
inglesa Susannah York y el de Freud fue para Montgomery Clift. Huston creyó que
sería útil para la película que ambos actores tuvieran experiencia como
pacientes de psicoanálisis. Fue al revés: tanto la York como Monty pretendieron
reescribir sus escenas. Con la York no fue tan grave (Huston la prefería
contrariada y se limitó a reducirle al máximo sus parlamentos). Con Monty el
problema fue mayor: después del rodaje de The Misfits había tenido un accidente
automovilístico que lo había dejado con severas limitaciones corporales y
faciales.
En su guión, Sartre había hecho obsesivo
hincapié en la mirada penetrante del creador del psicoanálisis, y Monty le
aseguró a Huston que podía hacer a Freud casi enteramente con los ojos. Huston
pidió a su director de fotografía que hiciera la mayor cantidad posible de
primeros planos, cosa que permitió disimular no sólo la torpeza motriz de
Clift, sino también los cartelitos con textos auxiliares que sembraban por
todos lados, ya que los cócteles de tranquilizantes y alcohol que tomaba Monty
para paliar sus dolores corporales le impedían aprenderse sus parlamentos.
El rodaje fue un calvario. La mitad del
equipo técnico culpaba a Huston por torturar a sus actores; la otra mitad decía
que Monty boicoteaba la película por tener que actuar con la York en lugar de
Marilyn. En lo único que coincidían todos era en el extraordinario efecto que
tenían aquellos
primeros planos de Clift, y allí
depositaron todas sus esperanzas. "Era imposible no admirar el talento de
Monty cuando se le encendían los ojos", escribió Huston en su
autobiografía. La película se estrenó por fin en 1962 y las críticas no fueron
tan malas de entrada... hasta que la prensa amarilla de Los Angeles se hizo un
festín anunciando que Montgomery Clift se operaba de cataratas: a eso se debía
en realidad la mirada alucinada que le había dado a su Freud.
*Fuente: https://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-131946-2009-09-18.html
*
Adentrarse en la
densidad de los objetos, paradojalmente aliviana el esfuerzo de vivir, y por momentos
la vida adquiere una inédita transparencia.
*De Liliana
Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
CASBAS*
En una historia de Ray Bradbury, un hombre
de joven no había abordado un tren. Por alguna razón que no recuerdo o quizás
no conste en el relato, este hombre con el pasaje pago y el ticket en el
bolsillo, había dejado pasar ese tren que se descarriló. Todos murieron.
En la historia de Ray Bradbury, el hombre
vive una vida ordinaria trabajando, forma una familia, pero siempre está atento
a ese tren fantasmal que finalmente vendrá a buscarlo. La muerte es, para él
como para tantos, un expreso de medianoche.
Esto ocurre en un cuento, por lo tanto
ocurre lo esperado y la muerte viene a buscarlo sobre vías de niebla; se ve el
faro delantero iluminando oscuras arboledas, se escucha el imposible traqueteo,
la imagen final es la del tren repleto de pasajeros que aparece en la noche
para que se cumpla el destino aplazado del protagonista.
Aquí, lejos de Illinois, en la estación
Casbas una mujer espera en el andén. La estación es ahora un museo, pero la
mujer se obstina en ese andén sin trenes.
Me dirán que la mujer espera el amor que
partió, que espera la muerte que ha de venir. No lo sabemos aún. Todavía hace
falta mirarla un poco, descifrar las arrugas en la frente, descorrer algunos
velos.
En un banco de madera y hierro la mujer se
mece, se arrulla, se va desatando de la familia y la ciudad. Se desvanece de a
poco esta mujer que ahora sé que no espera un tren que venga a llevársela. Se
desdibuja en tonos sepia, en rosados y mancha de agua sobre papel.
La mujer no espera la muerte, ni el amor.
Ha venido a la estación sin trenes para saber que nadie la vendrá a buscar.
Sola, solita, la mujer se va despidiendo de sí.
No necesita transporte para escapar hacia
adentro.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
Próxima estación por
antiguo ferrocarril Midland:
LIBERTAD.
-Final del recorrido
literario por el Ferrocarril Midland-
En Libertad,
la antigua sede de los talleres ferroviarios estará terminada la aventura
literaria del antiguo Midland. Desde Marinos –una estación relativamente joven-
hay un tren real –el Belgrano Sur- que puede recorrerse hasta Aldo Bonzi en el
tramo original del Midland para continuar por las vías que fueron alguna vez
del Compañía General Buenos Aires hasta la estación Sáenz.
Queda renovada la invitación a participar
en la última estación del Midland literario. Que la utopía del tren literario
no se detenga y haya fuerza demencial literaria para seguir adelante con el
extenso recorrido del Provincial.
InventivaSocial
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-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.
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