domingo, junio 16, 2024

LA RAZÓN CENTRÍFUGA

 



*Foto de Noelia Ceballos @noe_ce_arte

 

 

 

 






 

OLIVOS*

 

Anoche, en sueños, ha venido mi padre.

Tenía cara de carpintero.

Aunque sus manos, siempre, fueron de tinta.

Mi mirada nubla mi corazón al ver sus ojos.

Tristemente indescifrables ojos moros.

Le pide a mi madre 30 monedas.

Mi madre se las entrega.

Treinta monedas, una fábula de amor y un ramo de olivos

Mi padre, quita el papel plateado y la besa.

Ella saborea la fábula de chocolate.

Yo barro el lugar más sagrado de mi tierra.

Hay olivos y huesos de sus frutos.

Saboreo el mítico amor y las aceitunas.

Queda una hoja de olivo, una sola.

La levanto y la guardo.

Reverentemente.

Para noches de congojas claves y ángeles caídos.

 

*De Amelia Arellano.

San Luis.

 

 

 

 




 

 

*


No comprendo bien cómo hacen

-ciertas personas-

para sustraerse al entorno

elevar la mente

crear en medio de una casa

entre manchas de humedad

sin preocuparse por el devenir de las cucarachas

sin seguir

el trazo de las hormigas. Dejar caer la cara en la almohada

que se deshilacha a fondo

ir hacia el sueño profundo, sin pensar

en hilo y aguja.

La mano no agarra, el elemento reparador

no pica el ladrillo viejo

no lija la pintura ajada.

Me pregunto si será la lucha contra los materiales

la verdadera naturaleza de los hombres.

A veces, creo, son los sabios verdaderos

los que abrazan la decadencia.

¿Wilcock y Walser no eran así?

No me extraña nada no ser genial:

el cerebro no se conforma con reparaciones.

En cambio me llevaré de este mundo el contacto con la materia

el trabajo con los elementos

la reacción del metal a la pintura

el tornillo que hay que cambiar por deterioro

la tela gastada de los sillones retapizados

una vez y otra

la mano que sostiene la lija sobre la madera y alisa el cajón

que se pudrirá bajo tierra.

 

*De Mercedes Álvarez. alvamercedes@gmail.com

 

-Mercedes Álvarez nació en Tandil, provincia de Buenos Aires, en 1979. Vivió en Mar del Plata hasta los diecinueve años. Entre 1998 y 2006 residió en España, donde se licenció en Sociología por la Universidad Pública de Navarra. Realizó un máster en Gestión Cultural.

-En 2013 con el relato Grow a lover ganó el premio Edmundo Valadés de cuento latinoamericano.

-Publicó los libros Vecinos (Baile del Sol, España, 2010), Historia de un ladrón (Caballo de Troya, España, 2010), Imitación de los pájaros (Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2013), Ficciones súbitas (comp., Eds De aquí a la vuelta, Buenos Aires, 2013), Saigón (Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2015), El cuerpo intacto (2017, Penn Press), Grow a lover (2018, Pensamientos literarios). La gota en la piedra. (Mardulce, Buenos Aires 2021)

 

 

 

 

 


 

 

 

 

el carpintero*

 

a mi abuelo Genaro

 

Al compás de algunas canzonetas

le daba ritmo a la verdulera

hasta agotar los escorpiones

quién sabe si volvió a visitar un barco

o si coleccionaba botellitas en secreto

la unión de la madera

con los clavos y el martillo

eran su música cotidiana

la dualidad entre el plato de comida

y los rezongos

a veces ejercía la melancolía

mientras acariciaba un perro

sentado en sus faldas

y hablaba en silencio con las sombras

los espejos fueron sus discípulos

sus cartas de la ausencia

el legado no escrito en los cuadernos…

yo conservo de sus pertenencias

una boina color borravino

y un antiguo reloj de bolsillo

-con una aguja sola-

que cuelga de manera cómplice

en la pared opuesta a la biblioteca.

 

*De Hernán Alberto Melfi. impresentable14@yahoo.com.ar

-Hernán Alberto Melfi: CABA 1970. Escribió los libros Juguetes Malditos (2013) y Los Titeres Punk (2014) ambos por El Encuentro Editorial. Reside en EEUU

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LA CASA SOBRE LA NOCHE*

 

 “El patio es el declive

por el cual se derrama el cielo en la casa.”

Jorge Luís Borges

 

 

Las nubes se posicionan

contra el hambre de las estrellas

sobre el techo frígido de la vieja casa

que con su patio de ladrillos

reparte miradas paródicas

hacia el inhóspito hábitat de lo absoluto

que busca extenderse

con el trasiego sucedáneo del ojo agraz

y desde allí erguirse vertical,

como árbol destinado a crecer

sobre la corteza del asombro,

desafiante a los incrédulos,

candados colgados en sus puertas huidizas

sin importar el que las llaves del cielo

sean sólo palabras ciegas.

 

*De Daniel Montoly.

Columbus. Ohio

https://sanatoriodelaslagartijas.blogspot.com

 

 

 

 

 


Otros fuegos* 

 

 Los dolores comenzaron por la mañana, poco antes del mediodía. Después, habitación en el primer piso de la clínica, ventana que da al jardín, casas dispersas, techos de tejas en la neblina. Esperar las contracciones, controlar el reloj y mirar a través del vidrio. Aquel perro que corre sin parar de un extremo al otro de la terraza, yendo y viniendo, yendo y viniendo.

Toda la tarde oigo sin alterarme sus quejidos de dolor o de placer.

Tal vez sufra, pero maneja el asunto bastante bien. Para eso hizo el curso de parto sin dolor.

Salgo al pasillo. Fumo. Fumo bien, con todo el cuerpo.

Tratar de descubrirse ante la inminencia de un hecho trascendental.

El perro no cesa de trotar. Oscurece sobre las tejas mojadas. Aparece la enfermera, controla. Aparece la partera, controla. Dice: "Vamos".

Sigo la camilla. Recorro el pasillo como si fuera otro. "No soy yo, es otro." Una puerta que se abre, una puerta que se cierra. Ya estamos, adelante, llegó la hora.

Ella no se sentaba ni se acostaba: se agazapaba.

Hay buen ambiente. Se bromea. Me alcanzan un saco blanco, me lo pongo. Administro el oxígeno, le seco el sudor de la frente, hago lo que me ordenan. Ella, anestesiada, delira. Dice cosas graciosas. La partera, la enfermera y yo reímos. También desde esta ventana puedo ver al perro loco.

Cierta vez me asaltó un olor al cruzar una plaza. Un olor a hojas húmedas, a vegetales fermentados, a sombras, a cosas lejanas. Jamás pude olvidarlo.

En aquella época me había convertido en una especie de mudo, pero no en un tonto. Estaba más lúcido que un pez.

Pujar. La partera incita, alienta: "Vamos, fuerza, ahora, vamos muchacha".

"Ya viene." La partera me llama a los pies de la camilla para que vea la cabeza que comienza a asomar. Ultimo esfuerzo, sale. Gran suspiro. "Varón." La partera me alcanza las tijeras. "Tome, corte usted." Está bien, soy el padre. Corto el cordón donde me indican. Ahí está, berrea, tiene la nariz achatada. Lo arropan, me lo dan.

Soy mis manos y mi lengua.

Me dicen: "Vaya a dar una vuelta, coma algo". Anocheció. Camino por una calle vacía: un galpón, un vivero, un gato, un baldío, restos humeantes de una fogata. Alimento el fuego y lo veo crecer.

El fuego arde en la noche de la ciudad, en el invierno de la ciudad, a pocos metros de donde alguien acaba de nacer. El fuego vive de cosas abandonadas: ramas, trapos, restos de cajones, desechos. Ilumina el terreno, pone sonidos secos y precisos en la quietud de los faroles y las casas ciegas rodeadas por jardines.

Bajo el cielo sin estrellas vuelvo a ser lo que he sido tantas veces: un tipo inmóvil y sin pensamientos espiando el movimiento de las llamas.

A poca altura, cruza una sombra, un pájaro nocturno.

Tengo que acordarme de todos los fuegos que vi arder. Aquella fogata de la noche de San Juan, el calor en las piernas desnudas, la muchacha que me tomó la mano. Recordar, ahora que es invierno y que a veces el presentimiento de estar al borde de un instante de felicidad se convierte en una tensión insoportable. (La muchacha del brazo de su compañero dio un paso adelante, se me puso al lado, tomó mi mano y la retuvo en la suya.)

Podría decir lo siguiente: todas mis horas presentes en este momento. Podría, ante el vértigo de los años que me preceden, ponerme a gritar que este abandono me es perfectamente familiar, no hay de qué extrañarse, mi vida dictándome una vieja canción, una vieja tonada invernal, que no es portadora de emociones o asombros, sino la evidencia de una ley, cosas sabidas desde antiguo, lucidez que al fin y al cabo es sólo conciencia de ceguera, nada más que eso en mi tonada invernal, y tal vez, escondido, medido, regulado como con cuentagotas, un fondo de nostalgias, un velo agitándose sobre los ojos y las ideas.

Todos los desórdenes.

El fuego se extingue, es hora de volver. Vuelvo. La madre duerme, el hijo duerme. ¿Y aquel olor? Aquel olor era como un fuego. Algo vivo. Tan vivo como la llama subiendo en la noche. La llama que hipnotiza.

¿En ese fuego había cambio y había permanencia? ¿Era algo íntimo o algo que me trascendía? ¿Vivía en mí o me era ajeno? ¿Estaba ahí, sobre la tierra, o en otra parte? ¿Se ocultaba arriba o abajo? ¿Moría, renacía o se mantenía latente? ¿No era una representación del silencio, de la duda, del acecho, del ojo atento, del ojo ávido? ¿No se anulaba a sí misma esa llama? ¿No había también en ella una precariedad, una espera, un control, un pudor? ¿No se contradecía?

Y hoy que estás solo en la noche, lejos de la infancia, igualmente lejos de la madurez, habiendo perdido tanto la capacidad de amor como de odio, ¿qué te queda por hacer?

El dolor reemplaza al dolor y así se va robusteciendo.

¿A quién hablarle si no a él? Esbozos de mensajes, atisbos, manotazos, sondas lanzadas al vacío. Para quién este monólogo, este temblor. Y los ojos cansados a la espera de una revelación.

Pienso: cosa increíble los ojos.

Tal vez afuera, en el frío, el perro siga corriendo sobre la terraza, yendo y viniendo, yendo y viniendo.

También el perro podría entrar en esa carta que nunca logré escribir.

Estar ahí, mirando dormir y vivir al sin nombre, no es motivo de paz, sino el regreso de una sospecha. Frente a su cuerpo sin defensa, a las penas que lo esperan, no siento piedad por él.

Débil y feo.

Los faros de un coche iluminan la ventana y se van. De esta insistencia mía, de esta pelea contra el silencio, no queda sino una llamarada fugaz en los vidrios, menos que eso.

Rumores, llamados dispersos bajo el cielo en ruinas. Señales que alarman.

Lo dijeron todos: fue un buen parto.

Ahora, permanecer quieto en la oscuridad, recordar la fogata en la noche, velar el sueño de la madre, velar el sueño del hijo.

 

 

*De Antonio Dal Masetto.

-Contratapa en Página/12 del 5 de febrero de 1992.

-Antonio Dal Masetto (Intra, Verbania, 14 de febrero de 1938 - Buenos Aires, 2 de noviembre de 2015)

https://es.wikipedia.org/wiki/Antonio_Dal_Masetto

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

*

 

Hay gente que construyó su casa en un pueblo

una gran mansión

rodeada de decadencia y perros.

Se trata de cerrar la puerta e ignorar

lo que hay del otro lado:

una casa es un refugio

un lugar donde asentarse y prender el fuego

un muro que contiene

el hambre del exterior.

Otros eligieron austeridad

casas mínimas

rodeadas de lagos y playas.

"Amo la naturaleza", dicen sus poseedores

luego ven un barco en lontananza

y sueñan con alfombras y sofás.

Unos y otros envejecen, trabajan

tienen hijos.

Los hijos de los de las mansiones van a la playa en verano

conocen gente

se hacen amigos

de los amantes de la naturaleza.

Cada uno

añora la vida del otro

los padres hacen

intercambio de casas.

La naturaleza es un equivoco

-concluyen-

como el dinero

como el confort.

 

*De Mercedes Álvarez. alvamercedes@gmail.com

 

 

 

 

 



 

 

 

 

FICCIÓN ELECTORAL*

 

¿Qué representa el voto en las democracias liberales? O mejor, ¿qué es un elector en un entorno moldeado por la economía de la atención?

 

*Por Alejandro Badillo. badillo.alejandro@gmail.com

 

En un relato publicado en 1955, “Sufragio universal”, el escritor estadounidense de ciencia ficción Isaac Asimov imaginó que las elecciones serían decididas por una sola persona escogida por Multivac, una computadora con la capacidad para determinar las preferencias de todo un país a partir de un individuo. El texto especula con el entonces lejano 2008 y el proceso electoral presidencial que recaería en Norman Muller, cuyo mérito era, por así decirlo, ser suficientemente común. Por supuesto, Muller vive una auténtica pesadilla al enterarse de que es el elegido. Asimov no explica a detalle el funcionamiento de la computadora, pero ahora podemos atribuirle un poder profético, si pensamos en los algoritmos que dominan nuestra vida diaria y la extracción de datos del ciudadano global. Con ese insumo –inexistente a mediados del siglo XX– se podría ensayar una suerte de experimento electoral como el que se describe en el cuento.

En la narrativa literaria y cinematográfica, al menos la preponderante en la gran industria, a menudo la democracia y, en particular, la llamada democracia electoral, no tiene mucho encanto. El poder del pueblo, atendiendo el origen etimológico del término, es visto como una caja de Pandora que es mejor limitar antes de que se salga de control y destruya el mundo moderno. Incluso en las historias fantásticas y de ciencia ficción –una oportunidad para imaginar sociedades distintas– es común encontrar réplicas exactas de monarquías, ubicadas en el espacio o universos alternos en los que la jerarquía se idealiza más allá de los problemas que genera. Por el contrario, cualquier alteración del statu quo es caricaturizado o descrito como una utopía que no vale la pena intentar. En uno de sus libros más famosos, La retórica reaccionaria, el economista Albert O. Hirschman habla del discurso mediático que demoniza cualquier intento de regular el mercado o el capital y abrir el juego democrático a toda la población, pues estas iniciativas podrían hacer mucho daño a pesar de sus buenas intenciones. En su momento fueron atacados el voto universal y el Estado de bienestar, por mencionar los ejemplos más representativos.  

La democracia electoral es, de muchas maneras, una historia que intenta vender una idea de cambio a través de la publicidad y, claro está, del poder mágico del voto. Christian Salmon, periodista y miembro del Centro de Investigaciones sobre las Artes y el Lenguaje (CNRS), describió muy bien en su ensayo Storytelling. La máquina de fabricar historias y formatear las mentes (2007) la estrategia narrativa de Barack Obama para encender los ánimos del electorado a través de su historia personal. El cuento de superación ya había sido usado antes como estrategia de venta, pero con la administración del primer presidente afroamericano de Estados Unidos se volvió dominante, pues la globalización supuso que el llamado homo economicus sería un emprendedor de sí mismo. Sin embargo, la crisis hipotecaria de la primera década del nuevo siglo –a juicio de muchos especialistas el inicio del largo fin del capitalismo– llevó a un vaciamiento del relato que fue sustituido por un mensaje cada vez más volátil, fragmentario e incendiario.

En 2019 Salmon publicó La era del enfrentamiento. Del storytelling a la ausencia de relato. En esta nueva aproximación se analiza el fenómeno representado por Donald Trump y su ascenso al poder un par de años antes. La gesta vendida por los liberales demócratas desde la época de Bill Clinton se alejó tanto de la realidad de los votantes pauperizados por el libre mercado que estos desecharon el cuento de hadas meritocrático en pos del mundo incoherente y desarticulado de Trump.

Como cualquier narrativa en crisis, la democracia electoral exportada por Estados Unidos se mantiene solamente por una propaganda cada vez más difícil de vender a las nuevas generaciones, que han dejado de creer en la política a través de las elecciones y los partidos. Las encuestas de opinión muestran que un sector cada vez más importante de ciudadanos prefiere regímenes autoritarios que les garanticen una vida digna, en lugar de la democracia liberal en la cual tienen, en apariencia, el poder de elegir, aunque lo que elijan no cambiará el darwinismo social en el que malviven todos los días.

En abril de este año la editorial española Errata Naturae publicó Menuda papeleta. Cómo entretenerse durante un domingo electoral. El libelo, haciendo honor a la mejor tradición del género, es del escritor y cineasta francés François Bégaudeau. A través de la sátira y, sobre todo, gracias al ojo crítico con el que se mira el dogma del voto, nos invita a cuestionar un sistema que se nos vende no sólo como el único posible sino como la forma ideal de hacer política. Bégaudeau desmenuza al votante –el héroe de la jornada electoral– y nos lo presenta en su justa dimensión: un espectador inmóvil, cautivo permanente de la élite que se legitima periódicamente a través de las elecciones. No lo menciona, pero el elector del siglo XXI es un complemento perfecto de la economía de la atención que requiere de una intervención mínima para funcionar, una suerte de ciudadano ideal que delega su capacidad de acción a través de un acto, el voto, mientras la historia es protagonizada por otros, la minoría.

Hay una idea interesante en el libelo del cineasta y militante de izquierda francés: la democracia que funciona sólo en tiempo de elecciones es, justamente, una ficción que simula integrar al votante en una suerte de futuro que nunca llega. La interacción del ciudadano con este tipo de democracia es un relato lleno de estereotipos que antes se identificaban con el eje ideológico izquierda-derecha, pero que ahora se diluye en un discurso ambiguo que, en el peor de los casos, explota la ira de la población olvidada por el progreso del capitalismo tardío. En este caso, siguiendo la argumentación de Bégaudeau, los intentos por recuperar la democracia no electoral –organización sindical, referéndums, comunidades fuera del control gubernamental, defensa de los bienes comunes, entre otros– son desafíos a una ficción que naufraga de diferentes formas. Cruzar esa línea, por supuesto, implica muchos riesgos por el estado global policial que se endurece en muchos países. Sin embargo, en años recientes la necesidad de romper el relato único –y todas sus implicaciones para incidir en el mundo real– es más urgente.

 

-Fuente: La Tempestad.


-Alejandro Badillo. (Ciudad de México, 1977)

-Es autor de los libros de cuento: Ella sigue dormida

 (Tierra Adentro), La herrumbre y las huellas (Eeyc), Vidas volátiles

(BUAP), Tolvaneras (SC Puebla), El clan de los estetas (Universidad

Veracruzana. Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela) y las

novelas La mujer de los macacos (Libros Magenta) y Por una cabeza

 (Premio Nacional de Novela Breve Amado Nervo).

Recientemente ha publicado:

“La Habitación Amarilla” (cuentos) por Editorial BUAP. -2021-

“Reconstrucción” (novela) Ediciones EyC. -2021-

 

 

 

 




 

 

Postales en la calle*

 

Caminando sin destino, encontré cuatro postales tiradas en la calle:

El faro de dos luces de Hopper era una, un retrato de la Madre Teresa

de Calcuta dedicada a una profesora era la segunda, la tercera era el

escritorio de Neruda en Selva Negra, Chile y la última reproducía una

foto de pisos de madera, una propaganda del 67 de una fábrica que la

devoró la historia.

Muy viejas y frágiles todas. Las levanté y me senté en un banco de la

plaza 1º de Mayo, me sentí un ángel caído.

Cerca de mí, una viejita que parecía mi madre leía sola en el banco

vecino. Me levanté para irme y se puso a llover.

 

*De Andrés Bohoslavsky vladimirbeat@yahoo.com.ar

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO*

 

La laucha Gregoria se hizo la muerta y se escapó de la mesa de

experimentación. Nadie pensó que había sido capaz de tragarse la

información electrónica. Y cuando la memoria informática conectó con el

código de la especie, todos los bichos se liberaron de los zoológicos, de

los frigoríficos, de los panales, de los criaderos. En pocos minutos los

laboratorios se desarmaron como cajitas de cartón y escaparon millones

de ratones, perros, gatos, monos, bacterias, microbios. Las jaulas se

abrieron, los camiones que transportaban animales al matadero se

atascaron en la ruta, los novillos bajo el mazo del verdugo se rebelaron,

los cerdos mordieron a sus carniceros, leones, tigres y elefantes

derrumbaron el vallado de los zoológicos, los gallineros se convirtieron

en paraísos. ¡Patitas pa´ que te quiero! No hubo lugar para los humanos

ni grandes ni chiquitos, y los más belicosos quisieron arreglar todo con

las armas pero hasta las vacas de la India llegaron con su parsimonia

meditativa a bloquear las calles y los trenes aminoraron la marcha para

que ellas los miraran pasar y muchas cosas más.

Y así colorín colorado este mundo cruel se ha acabado.

Dijo la vieja laucha.

Entonces, los ratones felices se fueron a potrerear en el fresco de la noche.

 

*De Esther Andradi. esther@andradi.de

-Publicó recientemente "LA LENGUA DE VIAJE. Ensayos fronterizos y otros textos en tránsito" Editorial Buena Vista, 2023.

http://www.andradi.de/es/startseite/

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Correcciones*

 

La lluvia del tiempo arrecia sobre los recuerdos,

los desdibuja y los borra para que renazcan nuevos,

de acuerdo a los diferentes estados de la vida.

En eso consiste el arte de narrar:

distintas visiones sobre lo mismo,

distintos intentos con distintas miras

sobre el mismo blanco móvil,

hasta que una bala acierta

y lo rompe y ya no vuelve.

 

*De Horacio Rodio. horaciorodio@hotmail.com

 

-Horacio Rodio nació en Llavallol, provincia de Buenos Aires, en 1954. Realizó talleres con Laura Massolo y Liliana Díaz Mindurry. Obtuvo más de cien premios nacionales e internacionales en cuento, poesía y novela, con publicaciones en Argentina, España, Colombia y Chile. Es autor de los libros de cuentos Palabras de piedra (Baobab, 1999), Media baja (Dunken, 2012) y La insistencia de la desdicha (Ruinas Circulares, 2018), y de los poemarios El cinturón de Orión (primer premio del 15° Concurso “Adolfo Bioy Casares”, Ediciones Municipalidad de Las Flores, 2022) y El libro de Hopper (Pierre Turcotte Éditeur, Canadá, 2023). Ese mismo año, el sello español Avant Editorial publicó su novela Ausencia y error.

-Recientemente publicó el libro de cuentos

La oscuridad de los hechos

-Editorial Esa luna tiene agua.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

HARLEM NIGHT SONG*

 

Ven...

caminemos a oscuras

sin rumbo

    cantando.

Yo te amo.

En la altitud de los techos

de Harlem

la luna

brilla insomne.

El cielo nocturno

es azul, solitario.

Las maravillosas

estrellas

cuelgan como lágrimas

del dorado

rocío.

Abajo

en la calle

una orquesta de jazz

toca en solitario.

Yo te amo.

Ven...

acerca tu cuerpo

al mío

caminemos a oscuras

sin rumbo

   cantando.

 

*De Langston Hughes.

-Traducción de Daniel Montoly-

-Langston Hughes (Joplin, Misuri, 1902-Nueva York, Nueva York, 1967)

https://es.wikipedia.org/wiki/Langston_Hughes

 

 

 



 

 

*

 

Mi canto es como el canto de las chicharras. / Me tiro al pasto, justo

donde picotean las gallinas, y canto. / El sol me hace cantar/ la lluvia, la

tierra, la vaca, el potro. / Todo en fin lo que amo. / Y aunque son breves

estos momentos de canto y alegría/ breves y espaciados/ por esos solos

momentos no me gustaría morirme jamás.

 

*De Glauce Baldovin.

-Poema XX del Libro de Lucía.

https://latinta.com.ar/2019/08/15/invitadas-glauce-baldovin-senora-fuego/

 

 

 

 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 

 

 

 

 

LA RAZÓN CENTRÍFUGA*

 

Llegué a Roque Pérez. Desde aquí no me queda otra opción que hacer dedo. Pedir aventón traducen los españoles, pero aquí no aventamos las cosas, las tiramos, las revoleamos como quien dice que se saca algo de encima, lo agarra de una esquina, mueve el brazo en redondo por sobre la cabeza, suelta y la cosa sale disparada hacia una esquina del mundo, y se queda ahí donde ya no hace daño. No aventamos ni arrojamos, en nuestro tirar hay una desesperación de revoleo, y me pongo a discurrir sobre temas tangenciales para evadirme de este presente, de este haber llegado casi, de estar tan cerca aunque falte el último tramo.

No hago dedo entonces. Podría ponerme a la vera de la ruta y con el clásico gesto de los mochileros indicar mi deseo de que algún buen samaritano me recoja, pero en este lugar y en estos tiempos podría pasar días esperando que alguien me levante.

En un barcito pregunto si hay forma de viajar a la Estación Juan Tronconi. El hombre detrás de la barra lo piensa un momento mientras pasa la rejilla borrando las gotitas que ha dejado la bandeja de latón que se ha llevado el mozo. Dieciséis kilómetros, me informa. No me pregunta para qué quiero ir a una estación que ha dejado de recibir trenes desde hace más de cincuenta años, su orgullo masculino lo insta a resolverme el problema. Se nota que es uno de esos hombres acostumbrados a solucionar desperfectos, y lo veo dando vueltas un mapa mental de caminos rurales y alambradas, adornado con vagas referencias de tendidos eléctricos repletos de gigantescos nidos de loros.

La maestra. Me dice que la maestra de la escuela número ocho va hasta ahí cerquita de la estación. Que la escuela está a un tiro de piedra. Después sí, ahora que me dijo cómo llegar, me pregunta para qué voy. Quiere seguir demostrando eficacia, intenta adivinar, supone que hago un relevo fotográfico de sitios históricos, pero me advierte que la estación ha quedado en un campo privado, y sólo se ve de lejos, detrás de una alambrada.

Me dice que la maestra vive ahí a unos trescientos metros del bar, que si camino hacia la izquierda voy a encontrar una casa con una reja blanca y un ficus en la vereda. Me dice que no me puedo equivocar, que el árbol es enorme y las raíces están tirando la pared que sostiene la reja.

Tuve suerte, encontré la casa, la mujer se mostró amable y accedió a llevarme hasta la escuela. Eso sí, me dijo, tendría que compartir el automóvil con sus hijos y una enorme cantidad de cachivaches. Pilas de cuadernos, rollos de láminas, cajas de diferentes tamaños, un chico de unos nueve años y una nena de siete que fueron todo el camino disputando un celular con el que uno intentaba escuchar una música mientas la niña lo acusaba a la madre y viceversa.

No podíamos mantener la conversación sin gritar, por lo que tras vanos intentos de preguntar o responder superficialidades, pude mirar lo poco que había para ver mientras el auto traqueteaba en el camino de tierra. Vacas, postes, alambradas, pájaros, sembrados que para mi ignorancia podían ser cualquier cosa entre soja o alfalfa.

La escuela consta de dos edificios celestes, uno más grande y con una enorme puerta con arco de medio punto, de hierro, con grandes cuadrados de vidrio repartido. No pude evitar pensar que en la ciudad los vidrios ya estarían rotos, y por la noche habrían vandalizado la escuela aprovechando esos grandes espacios sin rejas. Pero estamos en el medio del campo, aquí se respetan los objetos construidos con esfuerzo humano.

Todavía no llegan los chicos ni las otras señoritas, la maestra abre la escuela media hora antes del inicio del turno para preparar los salones, abrir las ventanas, regar las plantas de las macetas. Me dice que está reemplazando a la directora, que tiene muchas ocupaciones, desaparece con los hijos ofreciéndose a llevarme de vuelta a la ciudad cuando finalice el horario escolar.

Voy hasta la estación. Camino en un silencio maravilloso. Las retamas rojas salpican el pasto que a esta hora tiene un color precioso, brillante, favorecido por la lluvia de ayer. Claro que me detiene el alambrado. Cerca, a unos cincuenta metros quizás, el edificio de la estación con su techo rojo a dos aguas todavía parece vivo. Veo el andén, con las cenefas de madera, las paredes de ladrillo típicamente inglesas como el verde de las aberturas. Allá el galpón de carga, largo y tan hermoso acostado bajo su cielo perfectamente azul. La hilera de altos plátanos retorcidos, el molino dibujado finamente, haciendo contrapunto con el tanque de agua macizo. Todo igual. Faltan los Sosa en la carnicería, la gente llegando con paquetes en sus verduleras, el guarda y su silbato. Falta, claro, la gente. Pero la ilusión de realidad es tan fuerte que creo escuchar las voces entremezcladas con el grito de los teros y ladridos lejanos.

No pertenezco a este paisaje. Me lo contaron. A pesar de mi edad, que ya me funde con todos los paisajes en sepia, no conocí los acopios de cereales de los planes quinquenales cuando se nacionalizaron los ferrocarriles, ni tampoco vi pasar la última formación en 1961. No estuve cuando levantaron las vías, cuando desapareció el puente que unía Roque Pérez con Carlos Beguerie. No estaba yo sobre este andén borrado, cuando esto dejó de ser una estación de trenes para ser testimonio de fracaso.

Vengo a despedirme. Por qué aquí, bueno, porque en algún lugar se derrumbaron las ilusiones, y éste fue uno de esos lugares. Recóndito, centrado en su telaraña de caminos polvorientos, posesión inglesa primero, argentino luego, propiedad privada ahora, desaparecido, inútil, lugar de fantasmas, mancha de lo que no fue.

Recostada contra uno de los postes del alambrado, llorando sin mucha lágrima pero a corazón desollado. En soledad, pequeña, despeinada, con las piernas cansadas, consciente del polvo en los zapatos y de que empiezo a tener hambre. Con pena de tener hambre, porque las ocasiones solemnes no debiesen opacarse con estas cosas. Triste, triste, muy triste. Sintiendo el planeta esférico bajo mis pies, henchida de amor por esta Argentina que me defrauda hasta el vértigo, a punto de ahogarme por la bronca contra esta Argentina que me defrauda. Sabiendo que estoy haciendo un recuerdo, que estoy plantando una bandera en mi memoria, un momento iluminado por el relámpago, una quemadura desgarradora.

Mañana será Ezeiza, el vuelo, la partida.

Aquí, en el medio del campo, que es el medio de la nada o sea el centro del alma y el centro de mi Patria, mirando de lejos las ruinas de una promesa, viendo el puente que falta, las huellas de vías que se desvanecieron, la caída de un enorme toro que desapareció en su propia polvareda. Aquí, antes de volver a subir al automóvil de la maestra, me despido.

Una figura aparece en el andén. No distingo si es una mujer o un niño, la saludo con un amplio gesto de mi mano por sobre la cabeza. Permanece inmóvil un instante y luego, despacio, me devuelve el saludo con lentitud, dibujando un arco ampliamente con el brazo derecho.

¿Soy yo, de joven? Un escalofrío bajo el sol. Quien se va se deja, me digo. Aquí queda mi juventud. Me marcho.

 

*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com

 


-Próxima estación:

 

FRANCISCO A. BERRA.

 

-Continuidad literaria por el Ferrocarril Provincial:

 

ESTACIÓN GOYENECHE.   

 

GOBERNADOR UDAONDO. 

 

LOMA VERDE.  

 

ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.

 

GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.

 

GOBERNADOR OBLIGADO.

 

ESTACIÓN DOYHENARD.  

 

ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA. 

 

D. SÁEZ.   

 

J. R. MORENO.   

 

 EMPALME ETCHEVERRY.

 

ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  

 

LISANDRO OLMOS.

 

 INGENIERO VILLANUEVA.

 

 ARANA.

 

GOBERNADOR GARCIA.

 

 

LA PLATA.

 

 

 

 

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Plaza virtual de escritura

-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.

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