La Habana. Cuba
LA CASITA DE FUSCO*
*De JORGE ISAÍAS. jisaias46@yahoo.com.ar
Esa casita precaria llamaba mi atención, aunque no tuviera nada distintivo.
Estaba en el cruce de dos caminos polvorientos, bajo unas acacias flacas y un par de paraísos umbrosos y casi centenarios.
Allí vivía la viejita Fusco, toda rama aterida, con su luto eterno en su campito que no sé si le daba de comer. Con ella vivía un hijo, a quien su apodo había eliminado el nombre, era como es de suponer, el famoso Gordo Fusco, que dejó el Domingo bautismal atrás, muy lejos, para celebrar la vida sentado en su postura de eterna contemplación, que siempre me hizo suponer un plus de sabiduría sobre el resto del pueblo que habitaba gente sacrificada y laboriosa.
Su camiseta de frisa en todas las estaciones, un par de chancletas casi tan sucias como el pie, el abdomen que rebasaba el cinto y esa boina majestuosa que cubría una calva alguna vez prematura, pero al tiempo de la narración era premio a los años y un pago a una herencia que vendría de alguna aldea de la tierra italiana.
Cuando pienso en la casita de los Fusco nunca la pienso en invierno, porque casi con seguridad la imagen me vendría con las hojas peladas, el campito más pobre que las arañas y ese humito lento, ascendiendo de la chimenea ennegrecida sería para ponerse a llorar.
Entonces yo elijo una estación más óptima para el recuerdo, es decir el claro y luminosos verano.
En ese tiempo mi abuela Elisa vivía con mis tíos en el pueblo todavía y la vecindad con los Fusco hacia más intensa mi curiosidad por ese par de seres solitarios y pacíficos, cuyo habitante masculino tenía un invicto difícil de superar: nunca había trabajado. Y en tiempos de la trilla cuando los cosecheros pasaban por la casita y lo invitaban entre bromas al Gordo para ese trabajo duro pero tal vez jubiloso, él ni siquiera se inmutaba. De vez en cuando condescendía levantando una mano a modo de saludo. También de vez en cuando metía sus dedos regordetes en el bolsillo de la camisa y sacaba un atado de Fontanares negros, (sin filtro venían entonces) y lo encendía. El humo esperaba un poco para ascender hacia las espinas de las acacias, tal vez el aire tiraba hacia el suelo todo el plomo del sol cavador de cabezas que enero regalaba junto al vuelo de las mariposas y el zumbar persistente de las abejas.
Don Fusco también mateaba, generalmente solo, ya que su madre venida joven de Calabria nunca había aceptado esa costumbre tan nuestra, pero reponía el agua caliente para que su hijo tomara. En una pequeña pava toda llena de hollín, ese hombre silencioso pasaba sus horas chupando una bombilla y mirando el campo en una contemplación estática mientras su madre se perdía en el hueco de esas habitaciones mal iluminadas y peor ventiladas.
No creo muy necesario aclarar que ese hombre era blanco de la crítica de mi laboriosa abuela quien con la ayuda de sus brazos mantenía una quinta soberana en media hectárea donde reinaba a sus anchas, mientras mis tíos hacían sus trabajos de albañilería, oficio que poco después los traería a Rosario. Como ella era viuda mis tíos la chanceaban diciéndole que la iban a casar con su vecino, cosa que la ponía furiosa. Cuando yo la acompañaba hasta la punta del terreno, donde sólo un alambrado y una calle lo separaban de la casa de los Fusco es que podía mirarlo a mi gusto. Mientras mi abuela desmalezaba los tomatales llenos de rojo esplendor, y me entretenía observando a ese hombre que parecía dormido, sino fuera porque de vez en cuando levantaba sus manos para encender un cigarrillo o levantar con pachorra esa pavita con el hollín severo de los años sucesivos.
En esos años en que la ruta asfaltada no existía, una de esas calles llevaba a Cañada del Ucle, no sin pasar ante por el matadero municipal donde el cuidador era Yaco Ortali y más allá estaba el campo de los Hechen y los paraísos del gringo Ruggeri con su casita pintada de blanco. Por esa calle pasaban los hermanos Villarreal, muy numerosos, con sus gomeras para matar cuises, sus cañas de pesca hacia el Puente de la vía como se lo llamaba y se lo llama aún a ese puente de hierro que sostiene los rieles y deja pasar lentamente las aguas tranquilas que a veces se dignan a arrimar unos bagres por esa zona donde la agricultura tiraniza sin piedad el paisaje.
Un paisaje que tal vez fue más grato cuando sostenía los soles durísimos y la parsimonia de un hombre que parecía sentado en el centro del mundo para que no perdiera su precario equilibrio.
UN RECTÁNGULO DE SOLEDAD BAJO EL PERFECTO AZUL...
ESTOY SOLA CON MIS TRISTES PENSAMIENTOS.*
I
Quiero descansar.
Pon tu mano sobre mi corazón y no la retires hasta que adviertas que él también duerme.
Luego transfórmate en esencia que se diluya en un rayo de luna y sin ruidos penetra en el universo, desde allí podrás poseerme.
II
Las estrellas fugaces son intentos de libertad que caen al vacío, desfallecen en el silencio que nos habla de fracasos, se adormecen en el infinito sin amas nodrizas ni cobertores tibios.
La libertad perdió su madre el día que abrió sus ojos a la realidad.
III
Me tiendo sobre un páramo de ruidos para invocar los sonidos del silencio.
Me descubro fragmentada, sin rumbo y no escucho mi voz interior porque perdí el camino del reencuentro.
Tal vez duendes maliciosos dibujan su negrura en mis oídos, destruyan el canto de los pájaros, amordacen el violonchelo del mar, conviertan el seseo de la brisa en zumbido despiadado
*De Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar
Tormenta*
La tormenta viene a pasos presurosos...
El viento cerró una ventana donde alguien cantaba.
Saco a la lluvia las plantas, los helechos,
para que calmen su sed de cielo...
Para que después entiendan
cuando les hable de mí.
*De Miryam Seia miryamseia@cablenet.com.ar
Poemario para Inventiva Social
-De María Beatriz Bolsi
ESPACIOS
Ellos me ignoran.
Con prepotencia de cielo
crean su propia ruta
en la perturbadora inmensidad.
Tendida
en el último aliento
de la tarde
la quietud en derredor
conmueve.
Sólo en lo alto
juglaría en movimiento.
Majestad de planeos
vuelos rasantes
arabescos en círculo
provocan el candil de la primera estrella.
Se transparentan de altura
de espacio abierto
de libertad
en desbandado vuelo.
Adormecida
la luz
y la mirada
veo
mi limitado cielo urbano.
Precario transitar
por mínimos espacios.
Cruzo
el brillo de la hierba
el aire verde una luna temprana.
Y en el crepúsculo de nácar
a sus alas me entrego.
A sus ingrávidas alas
de infinito.
RADIO EN LA NOCHE
A veces
me acerca voces
queridas
olvidadas
de otro lado del tiempo
en la misma huella de la nostalgia
encarceladas de memoria
hablándome
en la noche.
Hablándome de esquinas sin ochava
de los tranvías
traqueteantes
sobre el empedrado
de un policía y su silbato
los niños en rayuela
los caramelos de goma
la desteñida ilusión
en calesita.
Y me sonrío.
Vaya si me sonrío
con un poco de miel
y otro poco de lágrima
atrapada en el dial.
Hoy
el aire es otro.
De nada vale socorrerse en las sombras
pedir que no desgrane el tiempo
su cuenta de naufragios
no haber dilapidado los incendios.
El secreto está en la magia.
Beber
sin prisa
la diminuta poción
de voces intangibles
y poder regresar
indemne
sin fisuras
a la fragua del día.
ABUELO INMIGRANTE
No te conocieron
mis ojos de niña.
Quedó suspendido en mitad del tiempo
mi ademán de mano
buscando tu mano.
Y aún retiene el aire
que viene del norte
recuerdos de un cuento
que hubiese querido oír de tus labios.
Pero soy lo mismo
nieta de tu sangre.
Siembra de ese sueño
que tuvo por cuna la proa de un barco
y en lento camino hacia raíces hondas
extravió los mares, resumió distancias
y ahogó soledades
bajo la ancha sombra
de los paraísos.
Fue la nueva tierra
de aquel inmigrante.
Asombro de un mundo de vastos albores
y campos de lino
que bebió sin pausa
tus ansias de muchacho gringo.
Y esta geografía
supo de tus sueños
de noches de insomnio
del llanto de un hijo
de andar horizontes
-polvo, pueblos, campos-
y cielos iguales.
Y un día cualquiera,
tiempo de calandrias,
con el mate amargo en las manos fuertes
de algún viejo amigo
la esencia del sauce, del ceibo y el río
te entibió la tarde
mitigó el recuerdo
y fuiste, nono gringo,
un poco argentino.
No te conocieron
mis ojos de niña.
Por eso mi marcha por la misma senda
por las mismas calles de veredas altas
del que fue tu pueblo
rescató el recuerdo del cuento perdido.
Y es dulce saber
que esta tierra mía,
-toda pampa y cielo-
te brindó una cuna
para que descanses del largo camino…
Abuelo lejano,
mitad italiano
y tan argentino.
-MARÍA BEATRIZ BOLSI DE PINO
Nací un 15 de junio (Día del Libro) de 1945, en Ceres, pequeño pueblo del noroeste santafesino, en donde viví hasta los tres años. Me recibió, en tiempo de lapachos florecidos, la ciudad de Santa Fe.
Con la poesía nos tomamos de la mano desde mi infancia. Ella estaba conmigo en las clases de Declamación, en los actos escolares-de la escuela primaria y secundaria-, en las lecturas que elegía, en los borradores de los primeros poemas.
Años más tarde, los caminos me llevaron a estudiar Inglés y el Profesorado de Letras en la U.N.L. Después vinieron los años de docencia universitaria y terciaria.
La poesía siempre siguió acompañándome. Así formé parte de grupos literarios y publiqué mis poemas en muchas Antologías. Surgieron también los libros individuales: “Los caminos del aire” (1991), “El trazo infinito” (1999), “Imprevistas criaturas” (2005), “La vida por delante.Vivencias y reflexiones de un tiempo sin relojes”.(2012) Centro de Publicaciones de la U.N.L.
Desde hace años me desempeño como Presidenta de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) Santa Fe, y desde esta Institución procuro estimular y difundir la obra de nuestros escritores, a través de Cafés Literarios, Encuentro de Escritores, Paneles en Ferias del Libro, organización de Certámenes Literarios y de la Biblioteca de SADE.
Pueden encontrarme en Francia 3565- Santa –Fe o en mi correo: mariabeatrizpino@arnet.com.ar
La muerte y J. V. Cilley*
La muerte de las personas es como la muerte de los objetos, o quizás debiese haberlo dicho al revés. Pero la muerte de los objetos, esos seres inanimados que portan cierta alma que aflora, también es reconocible.
Cómo no decir en la estación "esta estación, que estaba viva, ha muerto". Cómo, frente al patio borrado por la Pampa que devora las construcciones humanas, frente al andén inexistente, los rieles levantados, las paredes apenas esbozadas por una línea de ladrillos ancha y baja, cómo, entonces, no decir "esta estación, que tuvo vida, ha muerto".
Dicen que a la estación la derrubaron, que a los rieles los levantaron, que dejaron que los yuyos tapen el pozo cegado, y que permitieron que el patio apenas se dibuje brevemente por el perímetro de árboles desolados.
Pero a la casa del guarda no la tiraron las manos de las gentes que mataron la vida del ferrocarril. La casa se derrumbó de tristeza, sola por el peso de la pena de ya no ser, de haber quedado despoblada. La vivienda del guarda sin guarda se derrumbó por el peso del vacío, sin ayuda.
La casa se cayó sobre sí misma, como un árbol, como un farol que se apaga, como un amor que desvanece su anhelo y se repliega en el olvido.
Es una tumba la estación J. V. Cilley. Si las personas mueren, si la historia tritura y demuele y desaparece, entonces esta estación, que ya no está, que es apenas un rastro bajo los cielos enormes y definitivos, esta estación es una tumba como la de los gringos, una tumba en tierra fundida en
la tierra, un rectángulo de soledad bajo el perfecto azul.
*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
-Texto incluido en el Inventren, Estación J. V. Cilley.
http://inventren.blogspot.com.ar/2009/07/estacion-j-v-cilley.html
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Colección LuzAzul Nº17
JORGE RAÚL MUÑOZ
La flauta de caña
Te elevo en la música triste
de mi flauta de caña
y el cielo en el crepúsculo
se ausente llevándote. lejana.
En el presagio de las flores
que perfuman las horas
tus manos tocan mi soledad callada.
En tus ojos nacen violetas encantadas.
Te pienso en los jardines
donde la noche vaga,
con tus pechos desnudos
húmedos de fragancias;
y la música leve de mi flauta de caña
se transmuta en un beso
sobre tu piel dorada.
Cenizas
En este jarrón de porcelana azul
guardo mis gastados pensamientos;
lejanos pétalos de lluvia y arco iris
en vago gris melancólico se esfuman.
Sobre el viejo mantel
una rosa roja
devana su fragancia de embeleso
junto a la copa cristalina y trasparente
donde el rojo vino
aquieta su violencia de amapolas.
Sabemos que allí
en la finitud de un cabello
la línea nos separa de la Sombra.
La insomne orquídea indiferente
nos trasmina de fósiles recuerdos.
Los días ausentes
Se pierden en la bruma intemporal de la vida,
sin acontecimientos, sin recuerdos,
igual que un espejo sin imágenes.
Una lasitud de crepúsculos quietos
los disuelve.
Nubes informes.
Desapercibidos pasajeros
de un invisible tren de lejanías.
No nos queda más
que una vaga luz indescriptible.
Conforman segmentos
del tiempo transcurrido.
Abstracto
Trashumante olvidado de los días ausentes
recorro el sortilegio de las divagaciones
por los páramos nocturnos del instinto.
Evoco mariposas azules
zigzagueando por las lámparas del
arco iris moribundo,
donde diciembre define rituales de amapolas
que tiñen al orujo de los vinos dormidos.
Un fumoso reloj de arena
desliza el silencio de las horas gastadas,
ritual donde la Nada
perpetúa su eternidad agónica.
Apocalipsis
Lejos mueren los hombres despedazados,
destruidos por bombas asesinas.
Vagan niños enfermos, mutilados;
continúa el hombre su destrucción,
contamina el aire, los ríos y las flores.
Dejarán un día de trinar los pájaros?
No habrá panales de oro en las colmenas?
Cae la selva ante el voraz desmonte,
el acero se transforma en pesadillas.
Natura horrorizada se revela;
tronarán los volcanes pavorosos
sumergiendo islas, eructando lava,
descenderán oscuridades de cenizas.
Huracanes arrasarán las costas,
el granizo y el rayo conjurados
devastarán sementeras y arboledas.
Derretirán sus hielos los glaciares
ahogando pueblos y ciudades.
¡Cuidemos este Cuerno de Abundancia
al borde de la Noche que se acerca!
Nocturno
Desando mis pensamientos
en nebulosas lejanías
donde arden amapolas
sobre acantilados de sueños
y dorados mascarones.
Lejanas ventanas
escudriñan tapias carcomidas
acuchilladas de agoreros plenilunios.
Se presienten copas de tintineante vino,
sobre remotas mesas olvidadas.
Ánforas de rocío
vuelcan su lechosa quietud
que empaña la desidia
misteriosa del camino.
Heridas de regresos
las estrellas mutilan
su insomnio rutilante.
Te busco en la perla
que aprisiona la ostra vengativa.
Tiempo de azucenas
Allí , bajo la fronda,
están con su blancura nívea,
resurrecciones de pasadas vidas
bebiendo el aura que las mece suave,
ofreciendo sus cálices
al vino espirituoso de inmemorables viñas.
Guardan misterios y ternuras
como aquella niña adolescente
que escondía sus primeros poemas
entre las ropas de su vieja muñeca.
Con su pluvial investidura
diciembre brinda su bautismal aroma.
bajo cielos violentos
de cristales solares y lejanías de trigos.
Ellas ofrecen al plenilunio
sus calladas oraciones de nocturnos hechizos.
En las calles
las alegrías infantiles
festejan risueñas vacaciones,
y próximas navideñas.
La acuarela verde
de los maizales robustos
colora el mediodía con sabor a romero.
La paloma
Manojo de plumas
consteladas de cielo.
Arrullo de altas ramazones
en un prisma de luces transparentes.
Te proyectas hacia el olvido
ante el dardo de la muerte cazadora.
Transportas la mensajería
en las alas del viento que te impele.
Simbólica en Picasso, tu inocencia,
es drama en el mensaje de Rubén Darío.
La flauta de pan
Primogénito de Hermes, en soledades
va su siringa en pastoril avena
en danza alucinante y luna llena
convocando silfos y deidades.
Los sones de tu mística envolvente
descienden del Olimpo misterioso
vivificando su ancestral reposo,
vagando en la campiña suavemente.
La égloga insistente de la caña
en el ambiente bucólico se ensaña
invocando górgonas sigilosas.
Y perdura intemporal e incierto
en magines de páramos abiertos
el vuelo de tus notas melodiosas.
Tormenta
Cruzan oscuros cúmulos
en procesión macabra
de contornos granizantes,
fantasmales veleros a la deriva
rayados por la espada del relámpago.
Poseidón celestial los encarama.
Lámparas violetas alumbran el paisaje
en la semioscuridad de la borrasca.
Zigzaguean pájaros del aire
y ululan silbatinas en las ramas.
Presiente el polvo su agonía
bajo el pluvial alud que se desgrana.
Después de los fragores del combate
se aleja el trueno.
en silencio escampa.
Invaden perfumes el ambiente
y cristalinos diamantes se devanan.
Tiempo de golondrinas
Parábolas del aire
bajo el sol nuboso.
Beben la luz,
emigran a ignotas lejanías;
una sed de distancias
impulsa sus brújulas errantes.
La albahaca y el romero
le tiran sus aromas.
No saben de la muerte
ni de humanas miserias
que flagelan el mundo
donde el hombre debate
voraces ambiciones.
Vagabundas románticas
pulsan las cuerdas líricas del viento.
Destino
Estar con el tiempo
a cuestas
y un largo cansancio acumulado;
en el hastío
del cotidiano herrumbre
y la rutina.
La pobreza
medrando en los bolsillos.
Se acumulan los días
como una flor de huesos
entre marchitos pétalos
y una vieja lámpara apagada.
La lluvia tecleando
en los cristales
anuncia germinales nacimientos.
¿En que intemperie yacen los mendigos?
Otoño en San Genaro
Un aura fresca y suave
de tardes macilentas
deambula por las calles
donde huye la siesta.
Herrumbres y amarillos
los plátanos descuelgan
y el calendario rueda
con la hojarasca muerta.
Trashumantes de cielos
las bandadas se alejan
sobre el trajín del campo
de aromas cerealeros.
En la autumnal cantiga
del plomizo sudario
se adormilan la plaza
y el beato campanario.
La estación solitaria
añora lejanías
de rieles olvidados
y aroma a carbonillas.
La leña en los hogares
escapa en humaredas
anunciando el ocaso
de dorada acuarela.
Es la paz del otoño
de vino y de tristeza,
de lámparas y libros,
de noctámbula espera.
Radiografía del vino
Aureolado de dioses bacanales,
surge desde la vid
su proclamada lentitud inspiradora
adormecido de orujos
de bíblicas leyendas.
Desde un polvo cósmico
de estrellas
desciende el polen
que enturbia los racimos
cuando la lluvia
augura tu estación
de abejas y húmedos toneles
y las amapolas te imponen
las violencias de sus tintas
Entre adormecida arenas
los pámpanos nacientes
encienden la luminosidad del mediodía
Una sombra de agonizantes toros
merodean olvidadas cantinas
donde remotos bebedores
deambulan temulentas libaciones.
Te destacas en líricos anuncios
sobre guirnaldas
de pasiones tempestuosas.
cuando Baco ofrenda su colmada copa
a los labios sedientos de Medusa.
Victoreado por laureles de Anacreonte,
azuzado por cuchillos enconados,
regresaste a los cálices misales
perdurando en tu inmutable primavera.
Por las rosas que mueren
en las tardes
te desangras en soledad y olvidos
que el gran persa del Rubaiat
en los oráculos
encendía con pasión de rabdomante.
¡Hermano de nocturnas diapasones;
sensitivo secreto de la muerte!
El espejo
Mírase el humano ante el espejo,
que nos viene desde la infancia retratando
muestra en el transcurso de la vida
los distintos segmentos modelados.
Nos vemos, los ya hemos vividos
como una flor en libros olvidados,
las páginas del tiempo lentamente
fragancia y colores marchitaron.
No podemos evadirnos del espejo
que estuvo custodiando nuestro años,
filósofo imparcial del silogismo
que aprisiona belleza y desengaño.
No es el espejo de Borges ni el de Carrol,
es el espejo veraz y cotidiano
que muestra evolución y decadencia
manteniéndonos fiel en sus retratos.
-Jorge Raúl Muñoz
Jorge Muñoz nació en Rosario en 1940.
Lleva publicados 14 libros de poesía.
Figura en Antologías Poéticas Nacionales y en la Enciclopedia de la Provincia de Santa Fe, Un siglo de Literatura Santafesina.
Ha colaborado en diarios y revistas dentro y fuera del país (Cuba, Puerto Rico, Uruguay) Charlas y Encuentros en radioemisoras, escuelas, colegios y bibliotecas.
Obtuvo varios premios en su labor literaria.
Agradece la invitación de Oscar A. Agú a participar de la Colección LuzAzul y al Intendente Fernando Suarez, por su aporte para participar en la edición de estos poemas.
-Colección LuzAzul
Edición Cooperativa de los Autores
Coordina: Oscar A. Agú. oscarcachoagu@yahoo.com.ar
Para leer en Aurora Boreal:
El sueño de San Juan
-Por Paolo Tommasi
http://www.auroraboreal.net/index.php?option=com_content&view=article&id=1258:e-sueno-de-san-luan&catid=82:poesia&Itemid=199
*
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1 comentario:
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