sábado, julio 26, 2008
SI HACEMOS ALGO COMO HERMANOS...
Mundo Nuevo*
Vine acá porque creí que sería mejor
Extrañar los campos y los caminos enlodados,
Al igual que las casas hechas de palos y techos de cartón.
Vine, porque creí encontrar lo necesario para trabajar,
Porque creí en lo que se dice:
Que quien trabaja
Tiene para comer.
Y en las noches extraño a mis amigos,
Y a tu cara dulce y pálida,
Morena de entre el frío que hay en las mañanas.
Vine hacia acá porque creí
Que allá la cosa nunca iba a cambiar,
Pero encuentro aquí
Que la cosa anda igual,
Y que si seguimos como vamos,
Es seguro que esto va empeorar.
Que si hacemos algo como hermanos,
Y que si no seguimos esperando
A que alguien más lo haga,
Seguro que la cosa va a mejorar.
Vine acá porque creí lo que dijeron:
Que en este modelo económico
Se tiene libertad.
Pero nadie dijo que mi fuerza de trabajo
La tenía que dar a alguien más.
Que lo que ganas por un salario,
A penas te alcanza para tragar…
Y que si no encuentras a quien se adueñe de tu trabajo,
Que Dios te bendiga y a ver cómo le haces para comer.
*de Hugo Ivan Cruz-Rosas. quetzal.hi@gmail.com
SI HACEMOS ALGO COMO HERMANOS...
La cadenita*
Estaba recogiendo las últimas alhajas que había encontrado en el joyero de la mesita de noche cuando apareció una anciana en el dintel de la puerta que me sorprendió. Se había acercado sin hacer ruido y no me di cuenta de su presencia hasta que me dio las "buenas noches" con voz tranquila.
No sé si me sorprendió más la parición o el tono de voz de la señora, pero me quedé sin saber que hacer. La anciana me dijo con voz pausada y tranquila que la siguiera a la cocina, que parecía tener hambre y que me prepararía un tentempié.
Me encontré sentado en la mesa de la cocina, comiendo una tortilla e intentando esconder el botín debajo de mi suéter. La señora me contó que tenía un hijo que hacía tiempo que no veía, que el vecindario era muy agradable y que era amante del baloncesto. Sin darme cuenta entablamos una conversación tan distendida que no recordaba que había entrado en aquella casa para robar.
En un momento de la conversación miró lo que le había robado y sonriendo me dijo que todo aquello carecía de valor. Se desabrochó una cadenita de oro de su cuello y me insistió en que me la quedara. "Esto es lo único de valor que hay en la casa, además te ayudará a no seguir con este tipo de vida."
Le agradecí el obsequio y me comprometí a no delinquir nunca más. Puedo asegurar que en aquel momento era sincero, pero cuando traspasé la puerta de la calle y me enfrenté de nuevo a las necesidades cotidianas no fue tan fácil. Al cabo de dos días estaba atracando a una joven robándole el bolso y mientras corría alejándome del lugar noté un ahogo que hizo me detener. La joven me alcanzó y cuando le devolví el bolso, entre ahogos, inmediatamente pude volver a respirar.
Esta situación se repitió un par de veces más, hasta que me di cuenta que cada vez que cometía una fechoría la cadenita que me había regalado la anciana se estrechaba ahogándome. No hubo manera de quitármela por lo que decidí buscar un trabajo honrado antes de quedarme asmático crónico.
*de Joan Mateu. joan@cimat.es
GENTILICIO*
Subiré a lo alto
bien alto,
tomaré de brazos y bruces
todas las voces que cruzan
desmesuradamente
y las haré cumplir
que anden
despacio,
lentas,
cada palabra,
sin amontonamiento,
ni lengua dieléctrica,
solo con abrazos,
solo con abrazos.
*Ricardo d. mastrizzo. rdmastrizzo@yahoo.com.ar
Niño autista*
Niño que aplaude
Con ansiedad o agrado
¿Pero será lo que yo pienso?
El enigma está en sus silencios
En sus aleteos de temor
O alegría o comunicación
¿Una encrucijada indescifrable para otros?
No pretendes entrar en el universo
Del lenguaje,
En las convenciones o las señales
Estas en solamente vos,
O en tu mundo conjugado
No puedo ingresar en ese acertijo
aunque quiera, pero
Quizás no te interese
Invadirte de lo cotidiano.
*de Azul. azulaki@hotmail.com
Viernes, 25 de Julio de 2008
ENTREVISTA A LA ESCRITORA PERLA SUEZ
"No tener identidad es la tragedia de los argentinos"
En su último libro, La pasajera, la autora apuesta a la ficcionalización, por un camino oblicuo y sugerente, del clima asfixiante de la última dictadura. "¡Cuántas veces en la vida no podemos ponerle palabras al dolor!", señala Suez.
*Por Silvina Friera
A la escritora cordobesa Perla Suez le gusta "mariposear" por Buenos Aires cada vez que llega para visitar a amigos, pasear o promocionar un nuevo libro. "Soy muy nómada, me gusta mucho viajar, pero cuando escribo una historia, soy una ermitaña", cuenta la autora de La pasajera (Norma), novela
que atraviesa y surca la vida de una vieja y resentida sirvienta, Tránsito, que ha trabajado durante más de cuarenta años, junto a su hermana Lucía, en la casona de un almirante, en las barrancas del río Paraná; un patrón que supo decir, entre otras cosas, "vamos a aplastar a esos hijos de puta", "no
paramos nunca: cuando no hay que limpiar adentro, hay que limpiar afuera". A principios de abril de 1979 y a los 67 años, su patrón ha muerto y Tránsito no se conforma, "quiero otra cosa para mí", dice, y busca escapar de ese encierro, de la aspereza de una existencia que, a pesar de la cercanía con el río, nunca supo lo que es "nadar en la abundancia". Tanta rabia contenida, tanto "negra roñosa" acumulado en el alhajero polvoriento de su cabeza, provoca un estallido. Una ruptura. Tránsito mata a la señora. Pero el crimen es apenas una escena más, quizá, incluso, la de menor importancia en esta narración que fluye por las complejas aguas de la identidad.
En un bar del barrio de Palermo, la escritora acaricia de tanto en tanto un ejemplar de La pasajera, que puso sobre la mesa para que Página/12 la reconociera. "Escribir es un acto íntimo, pero no creo que sea tan aislado.
Cuando el escritor se mete en ese acto tan subjetivo y personal, se está metiendo en un mundo que le pertenece porque hay un compromiso fundamental con la realidad en la que vive. El punto de vista del escritor no es el de mostrar la realidad como aparece porque la literatura no es historia -aclara
Suez-. La ficción es un mundo de alquimias, de exploración, que nos permite navegar por aguas profundas o no, equivocarnos, salir a flote de nuevo y pelearla desde adentro de la palabra. Creo mucho en el lenguaje, en la necesidad de luchar contra las banalidades de la lengua y poder siempre posicionarse en otro lugar. Para escribir una novela o un cuento no podría decir cuál es el camino. Yo parto del no sé. Yo no sé adónde voy ni qué quiero contar; tengo apenas algunos atisbos o indicios con los que voy
trabajando. Y me equivoco y tropiezo."
Tan elíptica como potente, la escritura de Suez cala muy hondo en su apuesta por ficcionalizar, oblicuamente, el clima ominoso y asfixiante de la última dictadura militar con pequeñas escenas domésticas, con frases tan austeras como sugerentes. Como cuando Tránsito le dice a la patrona: "mejor que no aceptó adoptar ese gurisito que le había conseguido", una alusión que sobrevuela, en pocas palabras, el tópico de la apropiación de menores. "Soy larguera para hablar y cortita para escribir", bromea la autora de la Trilogía de Entre Ríos, integrada por las novelas Letargo, El arresto y Complot, por la que acaba de obtener el Premio Grinzane Cavour. La escritora señala que el disparador de La pasajera proviene de sus lecturas. "Estaba releyendo a Juan L. Ortiz, gran poeta del río. Siempre voy a él como voy a los clásicos. No hay una preceptiva para llegar a la escritura de una novela, pero lo que sí manda en mi caso es la lectura de los buenos libros.
La imagen primera que tengo es el río. Siempre me encuentro entre ríos; me crié en Entre Ríos, en Basavilbaso, y creo que en la ficción nunca he podido salir de eso que en la época en que yo era una niña era una isla. Ando siempre entre Oriente y Occidente, porque también en la escritura me muevo así."
Después de la imagen inicial del río, Suez vio una canoa y a una mujer, la vieja Tránsito, llegando de las islas del Delta sin nombre. "No quería contar la época de la dictadura militar porque siempre la historia es mucho más fuerte que lo que se pueda llevar a la ficción. Querer ficcionalizar un hecho tan duro y cruel que nos ha pasado a los argentinos es difícil, pero tampoco quería evitarlo", admite. "La escritura es un desafío: uno nunca sabe hacia dónde va, pero lo que vale es arremeter. El escritor está siempre
luchando contra las banalidades de la lengua, contra los lugares comunes, contra los clichés. Aunque me encasillan dentro de una escritura minimalista, yo misma me sorprendo. A veces con pocas palabras puedo decir algo más sensato y sugerente. Me interesa que lo que escribo sea sugerente y permita al lector meterse en la narración desde su propia mirada."
-¿Cómo fue ese trabajo de ficcionalizar la dictadura?
-Además de lo que nos pasó, que es lo más terrible que le puede pasar a un pueblo, tener una dictadura que mató, que hizo desaparecer a gente, a mí me preocupa saber qué podía haber dentro de las familias donde se cocinaban las cosas más terribles y sucias, qué pasaba en esta familia con dos criadas y un chofer, qué cosas asimiló de esta tragedia una mujer que calló durante tanto tiempo que estalló de una manera brutal. ¿Por qué la mata a la señora?
Es lo menos importante de la novela, porque en realidad ése podría ser el fin. Me parece que con ese crimen se abre la historia. Quizá esta novela, así corta como la ves, me dio mucho más trabajo que la Trilogía. Los espacios que dejé en blanco invitan al lector a hacer dibujos, a garabatear, a completar; es como si el blanco empezara a morder las palabras, cosa que ocurre al revés en la Trilogía, que pareciera que las palabras son las que muerden y dejan para la evocación el espacio en blanco. El chofer del
almirante, un personaje secundario que participó en las horas sucias de la dictadura, dice que ha hecho de todo. Hay otro indicio de la dictadura en la novela, cuando Tránsito le reprocha a la muerta y le dice que menos mal que no tuvo un hijo, qué suerte que no aceptó el gurisito que le ofrecieron. Ahí está la apropiación de los niños, en dos palabras. No quise decir más nada.
-¿Por qué cuando se evoca la escena en que la madre habla con Lucía en voz baja y le cuenta el secreto sobre el origen de Tránsito, que es testigo de esa escena, ella no intenta averiguar?
-Tránsito no quiere saber, ni la hermana se lo quiso decir ni ella quiso averiguar. ¡Cuántas veces en la vida no podemos ponerle palabras al dolor!, es como si intuyéramos que nos ha pasado algo. Tránsito todo el tiempo habla de la madre y recuerda que la madre le dijo que la parió en una canoa. ¿Pero ese recuerdo es real o a veces en los recuerdos mezclamos la ficción? Luis Buñuel dice en su autobiografía que la memoria es muy relativa, que cuando recordamos algo siempre estamos ficcionalizando, que nunca recordamos cómo fue sino cómo quisiéramos que fuera. La exploración que permite la literatura es el privilegio más grande que puede tener un escritor. Lo que uno puede hacer, ese granito de arena que se puede aportar, es subir un escaloncito más en esa búsqueda. La literatura no está separada de lo
social, por eso me niego a creer que el escritor es un ser que está aislado.
Aunque necesito del silencio, cuando trabajo estoy muy bien acompañada de todo este mundo que me pertenece, pero que a su vez deja de pertenecerme una vez que los personajes empiezan a andar y establecen su propia autonomía.
-¿Por qué la novela tiene una estructura teatral, separada en dos actos?
-Quise jugar al teatro con la novela bien plantada. ¿Qué pasaba si entrecruzaba sutilmente géneros? Y fui más allá porque si hubiera sido planteada sólo como una estructura teatral, hubiera puesto el reparto al comienzo, pero yo lo puse al final, como en el cine. También tengo una formación cinematográfica; yo aprendí mucho con los cineastas de Santa Fe, que me enseñaron a leer las imágenes de otro modo. Trato de que la escritura se visualice, tengo que ver las escenas, los puntos de vista, en qué profundidad de campo estoy, dónde estoy situada en relación con el personaje. Si viene caminando Tránsito, a qué distancia como narradora estoy de ella, desde dónde la miro.
-¿En esta historia aparece más subrayado que en la Trilogía el componente trágico?
-Sí, lo trágico aparece de otra manera. Lo único que tenía claro es que detrás de Tránsito había una tragedia que está implícita en su propio nombre. El nombre no tiene género porque puede ser un hombre o una mujer.
Empecé a jugar con el tema de la identidad y ese vaivén de la canoa en el río me acompañó todo el tiempo; la ambivalencia del personaje, quién soy, de dónde vengo... Esta pregunta filosófica de los primeros tiempos del hombre, de la condición humana, es trágica porque sabemos que tenemos un límite y que estamos de paso. Pero no quería hacer una lectura tan directa, ¡ah la pasajera, claro, Tránsito!, por eso me interesó complejizarla. En un momento de la novela hay una pasajera que sube a un ómnibus y se va la frontera. Probablemente es su madre que la dejó abandonada en los baños de la terminal. Ese es el secreto que sabe el lector, pero no sabe ella. No saber quién sos, no tener tu identidad, es una tragedia que nos involucra a todos los argentinos. En toda la historia de la literatura estuvo siempre la
problemática de la identidad. Y la seguimos buscando.
-Y en su caso, como escritora, ¿también sigue buscando su identidad?
-Los escritores estamos siempre en tránsito, buscándonos. El día que dejemos de buscarnos, que creamos que nos encontramos, estamos perdidos. Si creo que escribo bien, para qué voy a seguir escribiendo. Lo más apasionante, lo que sostiene a la escritura como oficio, es cierta inquietud que te mueve a buscar, a pararte en un lugar que no sea seguro. La escritura es un lugar muy inseguro y me parece maravilloso que así sea. Esa inquietud tiene que ver con la realidad social y el compromiso que uno tiene con esa realidad. No existe el escritor descomprometido. El compromiso está en lo que contás.
Pero esto no quiere decir que haya una preceptiva. Me cuesta aceptar las recetas en cuanto a cómo se escribe un cuento o una novela, que es propio de los talleres literarios. Yo le temo a eso. Es tan maravilloso el campo de la lengua... Yo estoy en una búsqueda constante, y a pesar de que tengo unos
cuantos años, aunque no se noten, lo interesante de la escritura es la experimentación, poder explorar, arriesgar. El día que tenga la cosa sabida, me parece, no voy a escribir más.
LA FICHA
Perla Suez nació en Córdoba, pero toda su infancia transcurrió en Basavilbaso, provincia de Entre Ríos, lugar próximo a las tierras donde se radicaron sus abuelos cuando llegaron, a finales del siglo XIX, con la primera corriente de inmigrantes judíos que escaparon de la Rusia zarista.
"Tuve un abuelo rabino y padres lectores, especialmente mi padre, en quien vi por primera vez el gesto caviloso y distante que denotaba el hábito de meditar, con el libro en las manos, sobre el contradictorio corazón del hombre. Por él supe que las palabras no podían corromperse, no eran cosas.
El mundo real era para vivirlo y la ficción para contarlo todo", dice la escritora en su página web www.perlasuez.com.ar
Es licenciada en Letras Modernas y autora de libros infantiles y juveniles como Memorias de
Vladimir, El árbol de los flecos, Dimitri en la tormenta y Los tres pajaritos, y de las novelas para adultos Letargo, El arresto y Complot, reunidas en la Trilogía de Entre Ríos, que fue traducida al inglés y que actualmente está siendo traducida al italiano, alemán y francés. En 2007, la escritora ganó la beca Guggenheim con cuyo apoyo escribió La pasajera. "Yo soy una alondra, me levanto temprano a la mañana, desayuno, preparo el mate, voy dando vueltas por la computadora, acomodo los libros y me siento a escribir", confiesa Suez. "Si no tengo libros alrededor, no puedo escribir.
Incluso arriba de mi escritorio apilo libros de Conrad, de Melville, de Christa Wolf, de Katherine Mansfield, de Carson McCullers, de Flannery O'Connor. Los tengo para decir: 'Si ellos pudieron, yo lo voy a intentar'."
Textual
¡Qué quiere de mí ahora, vieja! ¿Para qué me necesita? ¿Para que le mire esa jeta que me sé de memoria? Jeta de oler mierda. ¿Todavía quiere ver algo? No hay más nada que ver. No hay más tiempo que perder cosiendo o viendo figurines de moda.
Vivió setenta y cinco años, no se puede quejar; no todo el mundo tiene esa suerte. Vivió setenta y cinco años hablando y ahora yo la hice callar. Usted ha nacido en medio de la abundancia y eso la salvó del sufrimiento. Piense en qué ocupó su tiempo, señora, y va a ver que tengo razón. No le importó un cuerno que él tuviera otra mujer en Oro Verde. Le digo más: usted es fría, un hielo por dentro. Tanto, que se casó con el patrón por su dinero. ¿Para qué quiere tanta plata, eh?
Fragmento de La pasajera
(Norma).
*Fuente: Página/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/4-10726-2008-07-25.html
La yegua y el montañista*
*Por Sandra Russo
En el banco, frente a las ventanillas, había tres colas y ninguna era muy larga, pero la de la izquierda estaba casi desierta. Era la que estaba disponible para los clientes VIP. Llegué y leí los tres letreros: VIP, Personas y Empresas. Hice un rápido repaso mental sobre mi propia condición y me paré en la de Personas. Delante de mí, último en esa fila, acababa de ubicarse un hombre alto, apenas canoso pero de aspecto juvenil, vestido con jeans y campera de montañista. Colgaba de su espalda una mochila de una
marca muy cara, que le daba un aire de turista o extranjero; supuse que era un hombre de paso por ese microcentro atestado de mediodía. Ni tuve tiempo de pararme con todo el peso en una de mis piernas, que es lo que uno hace cuando se autoacomoda en una cola de banco atrás de una docena de personas.
Llegó otro hombre, más viejo y trajeado, que sobre mi oído preguntó:
-¿Las tres colas son iguales? ¿Por qué en ésta no hay nadie?
El hombre alto con campera de montañista se dio vuelta y le dijo:
-Esa es para los giles que pagan quince pesos más por mes para que los atiendan más rápido.
-No me digas -le dijo el viejo trajeado, ubicándose en mi fila. Quedé hecha un sandwich entre ambos, lo cual no habría sido grave si los dos se hubiesen quedado callados como corresponde en una cola de banco, caray, que uno va al banco a hacer un trámite que siempre prefiere obviar, y en todo caso cualquier persona normal comenta o bien que el clima de Buenos Aires está tremendo, o bien que es una vergüenza que haya tan pocos cajeros en todos los bancos. ¿O hay acaso alguien en este mundo que se sienta a sus anchas en una cola de banco? Yo pensaba que no, pero me equivocaba. El montañista era un hombre que se sentía a sus anchas en todas partes, se diría que el mundo era suyo por la seguridad con la que hablaba, y también por el tono de voz elevado que hacía que todos escucháramos lo que decía. Sobre todo yo, que estaba hecha un jamón entre el montañista y el viejo trajeado. El montañista era una de esas personas que no pueden controlar su incontinencia verbal y cerebral. Y su flujo mental era tremendo.
-En Chile esto no pasa -le dijo el montañista al viejo trajeado. Era tan alto y yo soy tan petisa que el tipo ni siquiera tenía que hacer un mínimo gesto para mirar al viejo. Sencillamente, me salteaba.
-¿En Chile? ¡No! ¡Qué va a pasar! -dijo el viejo.
-¿Conocés Chile? -le preguntó el montañista, que debía tener unos treinta años menos que el viejo, pero que como se sentía tan seguro de sí mismo y era tan comunicativo, tuteó al viejo durante toda esa conversación, dándole incluso ánimo, con el tuteo, para que el viejo desenrollara la lengua.
-Sí, estuve muchas veces en Chile. Tengo dos grandes amigos. Viven en Las Condes.
-Yo tengo mi oficina en Las Condes, mirá qué casualidad. ¿A qué se dedican tus amigos? Conozco mucha gente por ahí.
-Son generales. De carabineros.
-¡Ah, qué bien! ¡Generales! -dijo el montañista. Yo ya empezaba a mirar para el costado, a la fila que decía Empresas. Había menos gente. Un jovencito también trajeado y con una escarapela en la solapa revisaba unas boletas. Un cadete, seguro.
-Sí, son dos grandes amigos. Dos caballeros -dijo el viejo-. Si los paran con el auto, ¿vos te creés que sacan la credencial para presentarse como generales? Eso haría un milico de acá. ¡No! Primero escuchan si estuvieron en falta, escuchan con todo respeto y ojo, que los carabineros que los paran también son muy respetuosos. Por favor, señor, si es tan amable, tenga usted la amabilidad, ¿viste? Mucha educación.
-Típico de Chile, claro. Una educación increíble.
-Recién si les están por hacer una boleta o es muy necesario, ahí sí se dan a conocer. Pero no como acá, que todo el mundo saca chapa antes de tiempo.
-Es que este país es el peor del mundo, hermano -le dijo el montañista-. Y que me perdone si hay algún peronista presente, pero el cáncer de este país se llamó Juan Domingo Perón. No sé si estás de acuerdo -dijo, chequeando, aunque era evidente que su "que me perdone" era equivalente a un "me cago en
que haya un peronista en esta fila".
El montañista era, definitivamente, un camorrero. Y yo, que agarro no sólo los guantes que me tiran sino también los que se caen, me empecé a morder la lengua. Y eso que no soy peronista.
-¡Pero sí! -dijo el viejo, creo que sin haber prestado mucha atención a aquello con lo que estaba de acuerdo, incluso más allá de estar de acuerdo, porque estaba perdido en sus evocaciones-. Mis amigos son dos tipos de primera. Qué bien la hemos pasado cada vez que los fui a visitar. Fuimos a Valparaíso un verano.
-Las Condes es el barrio más fashion, diríamos -dijo el montañista, que estaba atrapado a su vez en su propio relato y al que era evidente que el hermoso verano del que amenazaba hablarle el viejo le importaba tres pitos.
-Las Condes. Muy lindo barrio. Fuimos una vez a Reñaca también.
-Yo tengo mi oficina en Las Condes -repitió el montañista-, la abrimos hace poco. Un lujo. En Chile nadie le tiene miedo al lujo, como acá, que hay que pedir disculpas si uno es más capaz que los demás para hacer guita. ¿Vos qué hacés?
-Soy jubilado. Hago trámites -dijo el viejo. Yo pensé que su lugar estaba entonces en la fila de al lado, pero a esa altura no iba a meterme en esa conversación ni aunque bajara Dios en persona a ofrecerme crecer quince centímetros de golpe. Y eso que para mí sería importante.
-Te voy a decir una cosa -le dijo el montañista-. La culpa de cómo nos van las cosas la tenemos todos, todos, todos, todos, todos.
-Todos -sintetizó el viejo.
-Porque no nos ponemos los pantalones largos -agregó el montañista-. Mirá: yo soy sanjuanino, mi familia tiene una calera y estamos trabajando en Chile pero, qué te puedo decir, de maravillas. Vendemos a lo loco. Los chilenos no miran para arriba. Miran todos para abajo. Es un país que tiene mucho que
agradecerle a un señor, a un verdadero señor que se llamó Augusto Pinochet.
A esa altura yo quería ser más petisa de lo que soy. Hundirme en la junta de las baldosas de porcelanato, hacerme engrudo, evaporarme, porque me venían unas ganas feroces de ser varón y de decirle vamos afuera, macho, que te cago a trompadas. Pero últimamente, con todo esto del campo, estoy muy
irritable. Y no sé si ustedes lo advirtieron, pero salvo la gente muy descarada, la gente muy jodida o la gente muy de mierda, en general, hasta en los taxis, reina un silencio de radio para no herir susceptibilidades ajenas o acaso para evitar irse a las manos. Ese clima de distensión que hemos logrado gracias al voto no positivo de Cobos (y del que hablan sobre todo los radicales y Chiche Duhalde) es una escenografía a la que en cualquier momento se le cae el techo o una puerta. Lo que hay es discreción
y hartazgo de estar tan enemistados. Pero queda gente como este montañista, al que me tuve que seguir aguantando. Ya me pasó de levantarme precipitadamente de la mesa de un bar, después de pedirle a un mozo:
-Cobrame pronto porque si esta vieja de la mesa de al lado sigue hablando le parto un sifón en la cabeza.
Vuelvo al banco. Yo estaba haciendo ejercicios de respiración que nunca aprendí en yoga, porque yoga no hice, pero bueno, me imagino cómo serán: uno respira profundo, profundo, con el diafragma, y se concentra en el aire que inspira, y después lo va soltando despacio, tratando de concentrarse sólo en
el aire, tratando de no escuchar a un montañista que dice:
-Tenemos a esta yegua gobernando, ¿te das cuenta? ¡Una yegua! ¿Y no hacemos nada? ¿Por qué aguantamos? -parecía estar interpelando a todo ser viviente que lo escuchara en el banco.
-Y... -dijo el viejo, que a pesar de tener amigos carabineros no había ido al banco a buscar roña. Hasta él se empezó a sentir incómodo. Eran varios los que daban vuelta las cabezas, y cada uno parecía calibrar su reacción, porque ninguno lo miraba asintiendo. Es que más allá de lo que decía el montañista, su prepotencia y su inadecuación lo hacían un blanco perfecto de hipotéticos escupitajos, que yo me imaginaba por millones. El pendejo de la cola de al lado, el de la escarapela, me puso cara de "qué pelotudo" y yo le hice cara de "impresionante".
Por suerte la cola había ido avanzando y le tocó a él. Fue hasta la ventanilla y dijo, fuerte, para que nadie se lo perdiera:
-Quiero retirar diez mil pesos de mi cuenta.
La cajera le dijo algo que no se escuchó. El montañista habló fuerte:
-¿Tanto problema por diez mil pesos? ¿Qué son diez mil pesos? Qué país de mierda.
La cajera acercó la boca a la ventanilla y dijo, también en tono alto:
-Tiene que esperar veinte minutos. Si no va a hacer el trámite déjele el turno al que sigue.
-Bueno, nena, dale. En este país...
-Lo de nena se lo guarda. Ponga el pin -le dijo ella.
El montañista puso el pin y lo mandaron a sentarse y a esperar veinte minutos. Me tocó a mí. Hice mi trámite. Salí de ahí y me fui a terapia.
Cuando llegué le dije a mi analista:
-Yo no sé qué me pasa. Ando con ganas de patear montañistas con la calle.
Mi analista se acomodó en su sillón y preguntó:
-¿En qué sentido?
*Fuente: Página/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-108476-2008-07-26.html
Por la ranura de la memoria*
-Escrito del año 2003-
En estos días me la he pasado echando monedas por la ranura de la memoria. Esperaba escuchar el sonido del tocar fondo. Pero no, abismo sin fin, no concluyen ni las imágenes de la caída ni el silbido del aire desplazado, que cosquillea la piel del tiempo.
El detonante puede haber sido la pregunta de mi hija, que se acerca a los 5 años y que desde los 3 no tiene al papá viviendo en la misma casa:
¿Papá, vos estabas cuando yo era bebe?
Allí esta la memoria cortada en pedacitos, colchón de espuma y nube, sonidos sin voz.
O puede haber sido esa foto, caída, arrugada y húmeda que encontré detrás del escritorio en la casa de los chicos. Estoy en una baranda de troncos casi saliendo de la foto, un perfil leve, viendo un lago quieto, espejo de montañas que descienden en colores de día nublado. Es el sur, la foto la tomo mi amigo Rubén, habíamos terminado una obra y nuestra sociedad laboral, y nos fuimos de viaje al sur, creo que la foto es cerca de San Martín de Los Andes. Compartíamos trabajo y una amistad estrecha, como un tiempo atrás habíamos compartido escuela secundaria, y una militancia que casi nos costo la vida. Todavía no imaginábamos que a poco de andar la amistad quedaría distante por cuestiones menores. Lo cierto es que hoy, me veo en su compañía, dentro del Dodge 1500, cortando el mundo con ironías salvajes, escuchando uno de los tres o cuatro casettes que siempre se llevaron en todos los viajes. Y hasta recuerdo el estribillo y la voz grave, solemne, del tema que siempre generaba mi risa. "...Porque siento que el culo me pesa...", Cantaba Jorge y nosotros reíamos atravesando distancias de Varela a Numancia, mientras sacábamos improvisando en el aire el número de durmientes que necesitábamos para revestir las paredes de la obra. De esa época, tengo borrada la imagen de la estación, pero a unos metros bajo un tinglado estaba la maderera que hacía lo que pidieras en quebracho. Que extrañas esas vías angostas, parecían de un tren de juguete, uno imaginaba un tren idealizado, sin conflictos ni miserias humanas circulando por allí. Son los fines del 81, y a los 21 años cualquier cosa podíamos elaborar con risas, casi un programa de radionovelas hacíamos en esos viajes donde mirábamos el entorno con el ojo indiferente que da la velocidad de un auto.
Pero si, recuerdo las vías, y tenía -y tengo- una extraña sensación cuando uno cruza una barrera en las rutas y ve las vías perderse, fugarse en un punto inalcanzable del horizonte.
Creo que hay algo muy profundo, en eso de atravesar vías viendo las vías achicarse hacia un punto lejano. Ese sobresalto previendo la cercanía de una locomotora que de inercia nos corte el tiempo de andar por nosotros mismos y en nuestras propias cuestiones. Tengo hoy sensaciones indefinibles, mientras escucho y veo la caída de las imágenes, con esa sensación extraña de haber perdido muchos trenes posibles para subirse. Aferrado al silencio y la inmovilidad, sin ver otros destinos posibles, más allá de mis pasos sin ver. Desde ese temor a tomar un tren equivocado. Me ronda la idea de una decisión oculta de aferrarme a lo existente, sin poder ver más allá de la propia estación-escenario.
Sintiendo, eso si, que al abrir de nuevo los ojos me habían cerrado el ferrocarril y las vías no llevaban a ningún lado.
En el 97, volví a la estación Villa Numancia con mi hijo de tres años de la mano, compartíamos una extraña obsesión por el tema de los trenes, y el me acompañaba por estaciones activas o abandonadas, veíamos el enganche de las locomotoras. El me decía -"ahí, baja el tito que engancha", dibujaba los trenes y esas extrañas conexiones de locomotora a vagones: "tubito, arito con cadena, los topes, falta algo...?". La estación estaba muy deteriorada, el reloj sin agujas, la Virgen de Lujan, el techo de tejas con huellas de pequeños meteoritos. Allí cerca una escuela, con niños que juegan y gritan, más cerca una casa con patos, gansos, gallinas, creo que nunca vimos tantas aves detrás de un alambrado.
Y allí mi hijo, hizo toda la fuerza de sus tres años con la palanca del cambio de vía, o de señales?, -Te acordás que lo moviste vos papá... ? -Me dijo hace unos días. Allí encontramos un clavo de riel contra durmiente, muy oxidado y lo trajimos de recuerdo desfondando mi bolsillo del vaquero.
Ya no había trenes, pero uno se sentía atravesado por todos los viajes de un pasado que lentamente se desvanece en la memoria.
Por un momento, imagino a mi padre tomando la letorina hacía el puerto de Nápoles, partiendo de Italia para no volver ni irse del todo.
O puedo verme con mi padre en el oscuro vagón de regreso de Quequén cuando él trataba de explicarme como jugaba a "la Murra" en Italia, (era algo así como piedra, papel y tijera pero más complicado). Del otro lado apenas recortada por la luz de luna llena que llegaba del campo, una anciana italiana empezó a contar las historias de su padre jugando a la Murra. Creo que me quede dormido, escuchando la media lengua de mi padre compartiendo sus recuerdos, agitando las manos en la oscuridad.
Cuando despierto, -y creo que he dormido muchos años sin registrar el paso del tiempo- muchas ausencias se han abierto ante mis ojos, la muerte de mi padre, la prematura partida de Rubén en España. El fin del matrimonio, y del compartir día a día el despertar de mis hijos, menos tiempo también para visitar estaciones abandonadas o tomar trenes reales de la mano cuidando a los chicos de tropezar en el peldaño.
En todo esto pensaba, mientras recordaba aquellas visitas a las estaciónes de tren con mi hijo mayor. Buscando el por qué estoy aquí escribiendo e imaginando vías de vida al futuro.
*De Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com
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Queridas amigas, apreciados amigos:
El domingo 27 de julio del 2008 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música del compositor argentino Pedro Ochoa. Las poesías que leeremos pertenecen a Marjorie Agosín (Chile) y la música de fondo será de Wankamaru (Andes). ¡Les deseamos una feliz audición!
ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at
(Link MP3 Live-Stream. Se requiere el programa Winamp, el cual se puede bajar gratis de internet)!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!!
REPETICIÓN: La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo! Cordial saludo!
YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
www.euroyage.com
Schießstattstr. 44 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel. + Fax: 0043 662 825067
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Que es Inventiva Social ?
Una publicación virtual editada con cooperación de escritores y lectores.
Cuales son sus contenidos ?
Inventiva Social relaciona en ediciones cotidianas contenidos literarios y noticias que se publican en los medios de comunicación.
Cuales son los ejes de la propuesta?
Proponer el intercambio sensible desde la literatura.
Sostener la difusión de ideas para pensar sin manipulación.
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