sábado, mayo 30, 2009
DE MISTERIOS E INCERTIDUMBRES...
ILUSTRACIÓN DE RAY RESPALL ROJAS.
La soñada claridad*
El silencio se hizo cómplice
En esta noche clara
Con el resplandor de tu aliento
Las volutas de humo de tu calor
Hacen de mi piel
Un nido de sensibles pétalos
Regados por el licor del rocío.
Son momentos de exquisito placer
Donde la incertidumbre del amor
Hace de nosotros la diferencia
Y la ambigua cercanía.
*de Azul. azulaki@hotmail.com
MISTERIOS E INCERTIDUMBRES...
LANGOSTAS, LUZ MALA, Y AHORRO VANO*
(El inmigrante vencido)
I
Así como algunos pájaros construyen sus nidos con todo lo que encuentran, así él había hecho su casa, o mejor dicho su rancho, con pedazos de tablas, chapas, palos; y los agujeros más grandes los tapó con barro. La hizo en un pequeño claro del monte, bajo los algarrobos y chañares del borde, por lo que estaba un poco en el monte y un poco en la limpiada. Adentro no tenía casi nada,. Dormía en un camastro hecho con palos cortados del monte, y en principio diría que no he visto otra cosa. Media docena de perros lo rondaban, lánguidos y flacos como él mismo.
Menudo de cuerpo, de mediana edad aunque con marcadas y largas arrugas en su cara curtida, de tez oscura, ojos pequeños negros y escurridizos, bajo sus cejas pobladas e hirsutas, de escaso cabello lacio que tiraba hacia atrás; armonizaba todo con una boca generosa de gruesos labios, aún más oscuros, que formaban a causa de su grosor una división al medio, a lo largo de cada uno, que llamaban la atención cuando en su confusa tartamudez, trataba de explicarse en ese idioma nuevo y tan difícil para él, de esa patria extraña a la que recién llegaba.
Labraba un pequeño pedazo de campo, un abra entre el monte, que un vecino le había cedido; con un viejo arado mancera y dos caballos de tiro, que así como los arreos y hasta la ropa, eran aportes de los colonos de los alrededores, que habían sentido pena de la miseria de este recién llegado de la guerra, y viendo sus ganas de trabajar coincidieron todos en ayudarlo. Al comienzo le daban incluso de comer, hoy aquí, mañana en la casa de otro colono.
Todos estaban bastante retirados unos de otros, porque allí en el norte de Santa Fe, en ese entonces, los campos eran grandes extensiones que los colonos sembraban parcialmente. Eran tierras cubiertas y circundadas en gran parte por montes e isletas, que poco a poco, y cada vez más, fueron ganadas para el cultivo.
Mis tíos, que también eran colonos, eran los más cercanos. Todas las mañanas temprano, antes de comenzar sus tareas de la chacra, venía a buscar leche recién ordeñada y un pan casero, que era parte de su alimentación, y a veces la única de todo el día; otras sentía ganas de conversar y llegaba ya anochecido, se agregaba, prendiéndose al mate que adoptó pronto, mientras iba venciendo su timidez y mejoraba lenta, muy lentamente, su lenguaje, y comenzaba a animarse, y entonces poco a poco hablaba de la guerra…
Era polaco, llegó tras la segunda gran guerra, escapado, como decíamos entonces. Había sufrido mucho, eso se veía y se conocía luego por sus relatos. Trabajador riguroso, derecho, simple, humilde y agradecido, se fue adaptando y luego pasó a ser un legendario personaje de la zona, conocido y querido por todos. Generó anécdotas y circunstancias que los mayores aún mencionan, especialmente por su característica apariencia que llamaba tanto la atención, su lenguaje que lo hacía tan pintoresco e incluso lo aguerrido y encarador que resultó luego, cuando su situación material comenzó a cambiar, fruto indudable de su incansable trabajo.
II
Yo tendría seis años y mi hermano mayor once.
Estábamos pasando unos días en el campo durante las vacaciones, nos divertíamos y también ayudábamos en algunas tareas. Acompañábamos a alguno de mis dos tíos en sus faenas: arar, sembrar, arrear los bueyes o las vacas. Todavía usaban una yunta de bueyes para tirar el arado. Yo iba en el asiento de hierro dominando toda la acción, mientras uno de mis tíos caminaba con las riendas en la mano, y las rejas volteaban las lotas de tierra casi virgen, y un vaho, como un aliento de las entrañas, con olor a tierra húmeda y cálida, se levantaba entre el crujiente romperse del suelo. Detrás venían y alborotaban palomas, gaviotines; alguna perdiz y un revoloteo de otros pájaros diversos que hacían su suculento almuerzo de isocas y gusanos. Alguna vez la reja cortaba víboras que sorprendía en sus nidos, y por un momento ambas mitades quedaban revolviéndose entre los terrones removidos…
Una tarde desde ese trono chacarero que era mi asiento del arado, vi a uno de los perros, un manto negro, el más inteligente que tenían; peleando contra algo que no podía distinguir al principio, luego supimos que era una víbora y a la tardecita llegó extraño, silencioso y la cara hinchada, la boca babeante; la “yarará” lo había picado, y el magnífico “boyero” murió unas horas después, de un modo tan lastimero que no voy a olvidar nunca. Se llamaba Prince, era manso y obediente, él sólo a un único silbo de mi tío, se ponía en marcha y buscaba hasta el último de los animales que estaban pastando, vacas, bueyes, terneros, a todos iba juntando entre las isletas del monte y los reunía en un claro para arrearlos hasta el corral donde uno de mis tíos los encerraba, Si uno o más de ellos, por mañeros se retrasaban o se perdían en lo más enmarañado, no sé cómo lo llevaba en cuenta, si los contaba o algo así, pero se las arreglaba para que todos sin excepción volvieran en el grupo. Después se arrimaba feliz a buscar el premio de una caricia.
Esa noche el polaco, como decíamos entre nosotros, llegó más temprano, apenas oscurecía, y se sumó a nuestra pesadumbre al vernos a todos tan afectados por lo que había pasado con el perro pastor. Traía puesta su infaltable gorra de cuero y calzaba botas altas con fuelle, también de cuero, y colgando de la muñeca derecha un talero de lonja corta, que usaba siempre que venía a caballo.
Entre mate y mate, recuerdo como hoy, se puso a contar historias de su tierra; y motivado por la picadura de la víbora al “Prince”, citó un hecho acaecido en su pueblo, muchísimo tiempo atrás:
“-Una víbora venenosa había picado a un vecino en una pierna, pese a que llevaba puesta unas botas altas, como las de él. Y se señalaba las botas con el talero. Los colmillos quedaron clavados en la bota y alcanzaron a lastimarlo y el hombre murió en poco tiempo. Un hermano heredó las botas y un día se las puso sin advertir que los colmillos envenenados de la víbora estaban clavados aún en el cuero de la caña, y también murió como el otro con el mismo veneno de aquella víbora…”
Esa y otras historias contaba, aparte de la guerra y sus miserias, haciéndose entender tanto o más por las expresiones, que por sus palabras atravesadas y esquivas.-
III
En ese tiempo habían llegado las langostas.
Cubrieron el cielo con una nube color violeta, parecía una terrible tormenta que se levantaba por el sureste, luego el cielo se fue oscureciendo y a medida que la extraña nube tomaba color, se empezaron a ver movedizos puntos oscuros que pronto se agrandaban y se convertían en las primeras langostas que llegaban, y se hacían miles y millones revoloteando y aterrizando tambaleantes, y cuando se asentaron en las plantas y en el suelo, taparon los montes y las chacras. Las ramas se quebraban al no soportar la pesada carga de las langostas encimadas que las engrosaban.
Revoloteaban en nutridos y desordenados enjambres por todas partes, llenaban el patio, entraban en la casa. No había como pararlas, y se comían todo, hasta pelaban la corteza de las plantas. Los cultivos desaparecían. Dejaban a cambio una cubierta de bostitas como pequeños y cortos palitos verdes.
Cuando comieron todo, al cabo de unos días, comenzaban a levantarse e iban volando otra vez rumbo al norte como tras una misteriosa orden de partida, y en medio día no quedaba casi ninguna…
En las chacras se defendían los cultivos tratando de espantarlas para no dejarlas asentar, y desplegando grandes banderas y banderolas, hechas con sábanas, toallas, bolsas, y hasta con alguna escoba; o lo que hubiera a mano, y también haciendo ruidos infernales con latas y palos. En esto marchaba un pequeño ejército de familiares y vecinos que trataban de hacerlas volar y que fueran a saciar su voraz apetito en los montes o más adelante, donde se volvía a repetir la lucha interminable…
Don Milosz luchaba bravío, siempre al frente, incansable, agregándole sus gritos, como si arengara una tropa en plena batalla. Así compenetrado y luchador quizás libraba su guerra pensando en su patria, combatiendo un enemigo que hacía peligrar su tierra o su hogar… convertido en un feroz capitán al mando de un valiente regimiento…
De todos modos era admirable ver su abnegación y sacrificio, brindado solidariamente, sin reparar que los sembrados salvados podían ser de él o de sus vecinos, indistintamente…
Pero antes de partir las langostas habían desovado. Perforaban pequeños agujeros en el suelo, millones, que llenaban de huevos, y tapaban. Sólo había que esperar unos días… y los agricultores tenían una nueva amenaza:
Las langostas saltonas.
Las recién nacidas, que a su vez tenían que comer hasta estar en condiciones de volar y marcharse en nuevas y gigantescas mangas, ya que todas y paulatinamente, se iban juntando y emprendiendo su interminable viaje…
Las pérdidas en las cosechas eran cuantiosas. La desolación y la amargura eran totales.
En aquel entonces el Gobierno aún cumplía su parte, quizás porqué su economía era directamente perjudicada. Movilizó el ejército y los cuerpos especiales del ministerio de agricultura, con una parafernalia de elementos en la lucha contra la plaga; helicópteros, aviones, flotas de camiones “guerreros”, lo que hoy serían todo terreno, jeeps, y agentes con equipos especiales, pulverizó los campos, los montes, cubrió el territorio afectado con los últimos productos químicos disponibles y en pocos años logró exterminarla. Pero entretanto en cada chacra había que librar una lucha propia. Para eso los colonos recibían todo tipo de ayuda.
Recibían unas chapas galvanizadas lisas, con las que armaban barreras para atajar la langosta saltona. Cientos y miles de chapas se unían unas con otras, cercando cientos y miles de metros en todo tipo de terreno. Disponían también un lanzallamas y combustible. Las pequeñas recién nacidas saltaban y marchaban e iban avanzando y convergiendo por millones. Parecía el repiquetear de un aguacero, cuando las gotas repetidamente caen unas sobre otras, en un silencioso, continuo, y tembloroso tableteo…
Salían de todas partes, pero las barreras las detenían y contra ellas topaban y se iban amontonando a todo lo largo de las chapas, en un montón continuo, que los lanzallamas repasaban sin darles tregua, haciéndolas brasas a medida que seguían llegando. Así decenas de colonos se reunían para acabarlas en los lugares de desove, día tras día en larguísimas jornadas, sin respiro; porqué no debían dejar que traspasaran las líneas defensivas.
Un verdadero trabajo solidario.
También allí Don Milosz se sumaba y sobresalía con su capacidad de lucha, su valiente sacrificio, incansable, prestando su valerosa ayuda.
Fue por eso que uno de los tíos le pidió a mi hermano que a una hora de sol nos fuéramos a lo del polaco a decirle no sé bien qué cosa que trajera a la mañana siguiente, algo del lanzallamas, quizás un bidón con kerosén… Pero mi hermano se acordó cuando el sol estaba casi entrando, y salimos corriendo antes que mis tíos advirtieran que nos habíamos olvidado. Esa fue la vez que visitamos su casa, medio metida en el monte.
El polaco nos hizo ver que se venía la noche, que porqué habíamos ido tan tarde… y en su media lengua nos insistía: Que debíamos haber salido al menos cuando el sol estaba…-“A DOS METROS DE ALTO…”
Cuando volvíamos se fue cerrando la noche y había un buen trecho para hacerlo en la oscuridad y con bastante miedo, asustándonos de nosotros mismos. Se hacía largo el regreso, además era evidente que se hizo de noche por habernos olvidado de salir más temprano. Más adelante mis tíos venían a buscarnos con un buen farol y algunos perros…, pero no nos regañaron como tal vez pensamos; al contrario, se alegraron de que estuviéramos bien.
Los acompañábamos también cuando repasaban las barreras o íbamos a llevarles un refrigerio. Cruzando por encima me hice un corte considerable en la pierna con el canto de una chapa. Yo veía a los demás pasar sin esfuerzo, pero mis piernas eran cortas entonces, y mis pantalones también cortos no me resguardaron para nada. Con pañuelos me fueron parando la sangre y me llevaron a upa hasta la casa, donde me atendieron con métodos caseros, hasta que la herida terminó sanándose, como todas las cosas, con el tiempo y el cuidado suficiente. Lo que sí guardo de aquella vez es una imborrable cicatriz en la pierna izquierda, un poco debajo de la rodilla…
Con el tiempo la langosta, la plaga, fue quedando atrás; si bien el temor a que volvieran perduró muchísimo tiempo. Primero porque se decía que volverían cada siete años; luego porque nadie creía que se hubieran terminado así como así…- Hoy parece mentira que esa pesadilla hubiera existido; y también lo parece que nunca hayan regresado…
IV
Los colonos aprendieron a acanalar las chapas en desuso y se fueron utilizando para techar galpones y hasta las casas en el campo, en un uso similar a las chapas de cinc, que ya eran tan comunes; tanto en techos como en cerramientos, silos pequeños y otras instalaciones agrícolas.
En cada patio, cerca de algún galpón, o de los corrales, solía haber una pilas de cientos de chapas de barreras apiladas, aún lisas, sin plegar, como remanente de guerra, depositadas en el suelo, horizontalmente, apoyadas sobre dos o tres durmientes de quebracho, que las separaba un tanto del piso, como de tres o cuatro dedos. Formaban un verdadero bloque de metal laminado de cientos y cientos de kilos , o de varios “quintales”, como decían …
Creo que en esa etapa en que los colonos iban de casa en casa luchando todos juntos en esa descomunal tarea comunitaria es cuando “Don Milo” como comenzaron a llamarlo, deja de ser “el polaco” y se fue convirtiendo en personaje. Tras la tarea era frecuente que apareciera una damajuana de vino tinto, y él estimulado, comenzaba a contar historias de miserias y privaciones, de sufrimiento, crueldad y hasta de heroísmo; cosas de la guerra. Pero contadas por él, en su media lengua, con sus gestos ampulosos que exageraba quizás para hacerse entender, su cara desdibujada con sus labios anchos y ojos entrecerrados ya un tanto por el vino mismo, tenían una carga propia que era tomada más por el lado burlesco que por el drama que contenía en realidad, y terminaba provocando hilaridad, mientras él se enjugaba una lágrima… Tan poco lo entendían…
En una de esas un vecino que recién lo conocía, divertido, y entre risotadas le dice a mí tío, codeándolo con el jarro de vino en la mano…:
”- Viodi tu, al’ â cuatri labris chel càn dal osti…”- una expresión en dialecto del norte italiano; que es como decir: -“¡Mirá vos!, ¡tiene cuatro labios este desgraciado!”.- Y si bien una mayoría era tan extranjero como él, nadie lo hubiera admitido, Don Milo era el polaco, el extranjero, no como ellos que se sentían poco menos que criollos…
A veces venía con alguno de mis tíos a nuestra casa, y quedaba a cenar, y tras vaso y más vasos de tinto, comenzaba a contar de la guerra… ¡pobre hombre tuvo que huir de su patria! Contaba que dejó su familia, y un hijo pequeño. Contaba tantas cosas, terribles… Pero nosotros, los más pequeños junto con mis hermanas, nos tentábamos de risa, porque no entendíamos nada. Nada de nada. Alguna palabra o frase suelta que más aún nos tentaba. No podíamos aguantar la risa porqué nos parecía todo muy cómico. ¡Éramos mas bien crueles!... El no nos prestaba atención, se excitaba, se posesionaba, gesticulaba, imitaba las explosiones, los tiros; Se agachaba como si se protegiera, o esquivara balazos, hacía ademanes a falta de palabras, y sólo entendíamos:
-“BRINM…, BRAMM…, BRONM.., BRINNNG…!!!,- A viva voz en cuello, y eran tantos los aspavientos que el pobre hacía que terminaran todos riéndose, porqué era imposible no reírse. Pienso que él no lo advertía, o necesitaba transmitirlo sea como fuera… ¡Pobre!
El caballo lo volteó una vez por el alambrado de púas haciéndose un feo corte en la pierna. Se levantaba la bombacha campera y mostraba la herida, comentando en su media lengua; y queriendo decir que temía le diese el tétanos, recuerdo:
-“Dotor decir que vacunar, sino gararme la teta”-, era tan sorpresivo su accidentado lenguaje que era imposible comportarse sin terminar riéndose, máxime si uno ya se tentaba de entrada.
V
Con el tiempo fue disponiendo de algún dinero. Era cuando se lo escuchó alguna vez hablar de regresar a su patria.
Hubo varios cambios en él…
Entonces los sábados y domingo solía emborracharse con vino tinto de su ya tan familiar damajuana.- Compró un revólver y una escopeta. La escopeta era para cazar, perdices, palomas, liebres, que abundaban; o tirarle a los zorros que llegaban vuelta a vuelta a comerle algunas gallinas. Pero el revólver lo llevaba al cinto y cuando se emborrachaba llegaba al pueblo, un pueblo rural muy pequeño, y daba vueltas con su carro a todo el galope de sus caballos, tirando tiros en plena noche y desafiando a los gritos…
Hasta que el comisario comenzó a apresarlo y tenerlo encerrado hasta el día siguiente. Pasada la borrachera volvía a ser el mismo Don Milo de siempre y en paz saludaba sin rencores al comisario y a todo el mundo y volvía a su semana de trabajo. Pero ese fin de semana, o a lo sumo al siguiente, Don Milo volvía a sus andanzas: Galopes y carreras, gritos, tiros, amenazas… y de nuevo a dormir en la comisaría. El comisario, Don Sindo, y él, iban siendo casi como viejos conocidos; lo encerraba y se iba a dormir, al lado, en su casa, pegada a la comisaría, y a la mañana lo soltaba…, y amigos como siempre.
Una noche el vino fue demasiado y el polaco se descompuso… Tenía que ir al baño. Llamaba pero el comisario dormía bastante lejos, no lo oía, y Don Milo se retorcía gritando cada vez más fuerte… Despertó a todo el vecindario con su letanía:
-“¡Don Sindo…!, ¡DON SIIINDOOO!...¡Abra porta!...¡Mira que sinó lo cago qui drento …!-
También lo tentó el amor.
Conoció una compañera de la cual no se supo origen o procedencia, de allí no era, apareció un día y se afincó en el rancho. Mis tíos quisieron saber qué proyectos tenía, sobre todo mis tías que pensaban en qué debía casarse, -“¡y no vivir en pecado!”-; pero Don Milo tenía ideas propias…:
-“Mira “Yaco”, mira vos “Tito”, a mujer lo traje…: “¡DE PRUEBA!”.- Aquella vez una respuesta así escandalizaba al más prevenido o hasta al más libertino. Pero evidentemente la mujer no pasó la prueba, o tal vez fue él quien no la pasó, porqué dos semanas después el polaco volvió a quedar sólo en su rancho, como había sido siempre.
VI
Algunos rumoreaban que en su casa guardaba fuertes ahorros y había quienes pensaban que era una fortuna. Eso le dio cierto halo de prestigio, como cierta fama que inspiraba algo que iba más allá del familiar respeto que le tenían, pero por otra parte lo exponía riesgosamente. Era una fama que pasó a ser peligrosa. Viviendo como vivía, solo en la soledad del monte, no dejaba de provocar en algunos ciertas tentaciones. Gente de mala entraña, nunca se supo quienes, lo asaltaron una noche sorprendiéndolo dormido. Lo golpearon, revolvieron sus cosas, buscaron la fortuna como quién va en busca de un tesoro legendario; pero no había tal, entonces le quitaron hasta la ropa, lo ataron al camastro con alambres apretados, y escaparon dejándolo allí desguarnecido y lastimado, sólo en medio de la nada…
Cuando lo encontraron, muchos días después, con heridas infectadas, medio muerto; de milagro pudieron salvarle apenas la vida, y le llevó un buen tiempo sanar y superar tan feo trance…
Pero era hombre duro, la vida lo había curtido de cuerpo y alma. Al cabo de un tiempo volvía a ser el Don Milo de siempre.
La idea de volver a Polonia fue haciéndose carne, quizás lo comenzó a empujar el temor, o quizás la tremenda nostalgia, y sobretodo porque el ahorro hacía posible costearse el regreso. Le confesó a mis tíos que había ido guardando dinero durante muchísimo tiempo. De cada cosecha consiguió guardar el importe de una, o a veces, dos toneladas del algodón vendido cada año… así que tenía ahorrado más que suficiente.
-“¿Pero cómo?,- decían mis tíos, -Revolcaron toda la casa, te desarmaron hasta la cama, buscaron hasta dentro del pozo, y no encontraron nada para robarte…-¿Dónde lo tenías guardado?-
Don Milo los llevó cerca del pequeño corral donde tenía dos vacas y un ternerito, les mostró la pila plomiza de chapas de barrera abandonadas aparentemente en la intemperie, como todo el mundo, y les mostró que debajo, entre el suelo y las chapas, en ese pequeño espacio escondido, había mantenido ocultos recipientes como tarros y frascos de todo tipo, con miles de billetes de todos los colores…
VII
Una noche cerrada, de nubes bajas, volvía del pueblo en su carro, sosteniendo las riendas con una mano, rumiando recuerdos de su patria, de lo que dejó en Polonia, de su nueva tierra, abrazando su damajuana; cuando de pronto vio algo espantoso, y sintió miedo por lo desconocido y por la pavorosa soledad que lo envolvía, rodeado de una profunda y obscura picada entre el monte.
Una luz, un resplandor, grande como diez lunas, surgió de pronto entre las nubes, pasó una, y al tiempo otra vez sobre su cabeza, bajo el cielo negro y encapotado. Y esa luz, esa mancha luminosa surgía del horizonte y enseguida daba vueltas encima ,sobre él y volvía haciendo un círculo hasta perderse de nuevo en el horizonte; pero al momento volvía y hasta juró que la luz le silbaba cada vez que pasaba. Temblando se tumbó en el carro y le tiró los dos tiros de su escopeta cuando pasaba arriba, recargó a tientas y volvió a tirar hasta que terminó los cartuchos y luego vació el cargador de su revolver y al final se puso a rezar temblando… Así lo contaba días después.
En verdad no era el único asustado. El que estuvo afuera aquella noche seguro que no quedó indiferente… Nadie había visto cosa así que se tuviera memoria, ni los más viejos, ni los más sabios. Se habló de luces malas, de una señal divina, del fin del mundo, de ánimas, de avisos…
La base aérea, instalada en aquellos años había utilizado un poderoso reflector que rastreaba aviones en la noche, con un alcance de decenas de kilómetros. Estarían haciendo un ejercicio nocturno, o localizando un avión extraviado.
El efecto de que el rayo de luz no se divisara pero sí se veía cuando alumbraba la capa de nubes tan compacta y obscura. Una mancha luminosa en una noche negrísima, que surgía de la nada y giraba pasando por encima, era para asustar a cualquiera.
Pasaron decenas de años y otras veces se vio el reflector de la base, pero nunca se dieron las condiciones de esa noche, ni volvió a verse un efecto semejante.
¡Cómo no se iba a asustar el polaco, Don Milo, sólo con su damajuana y perdido en un picada obscura del monte norteño!
VIII
Don Milo arregló sus cosas, como para estar mucho tiempo fuera de su casa, de su tierra y del país. La idea era ir un tiempo y volver, o quizás no. Había escuchado que ya Europa había cambiado, que las cosas estaban mejor, que en tantos años de paz, la prosperidad estaba volviendo.
En cambio aquí con los gobiernos peronistas él no compartía, se sentía enfrentado, porqué al ir mejorando su posición se sentía casi empresario y no obrero, y decía que Perón sólo protegía y valoraba a los peones y no a los patrones, que estos más trabajaban y más le sacaban… y hasta vaticinaba que así las cosas, a la corta o a la larga iban a terminar mal…
“-Bueno pero a Ud. No le fue tan mal, Don Milo…”- les decían mis tíos, sumándolo como siempre a la rueda del mate; sintiendo la ausencia que tendrían por delante, al irse este polaco que tanto había luchado y acriollado en estos años de trabajo en la tierra argentina.
“-No Minuth, -como a veces le decía a mi tío Yaco- Yo querer mucho a ustedes, a todos, estar agradecido, querer este lugar…, yo querer volver…”- y luego más decidido afirmaba:
“-¡Yo querer volver!, país va a salir adelante, ¡si señor!...”
Y así partió un día para embarcarse para Europa, detrás de sus sueños, de su nostalgia por su patria natal, su vieja tierra… empujado por sus recuerdos, reclamado por su sangre…
Su rancho quedó sólo, abandonado bajo los árboles del borde del claro. La ausencia de Don Milo se sentía en el aire. Pero todo volvió a ser casi como antes, el trabajo, los días, las noches, y las anécdotas que empezaban a rescatarse…
Sin embargo no pasó mucho tiempo. Apenas semanas.
Una siesta, en plena mateada, previa a la continuidad de las faenas cotidianas, tras un rumor de caballos y pertrechos, el carro del polaco apareció por la entrada doblando detrás de la quinta de frutales y la cancha de bochas, paró casi debajo de la sombra de los paraísos, cerca de mis tíos, pero no se bajó, se quedó en silencio, cabizbajo… casi ni levantó la vista para saludar, se quedó allí callado.- Todos quedaron callados…
Nadie sabía qué decir…
“-¿No pudo viajar?, Don Milo, ¿Qué pasó? …- No volaba una mosca…
Pasó un largo momento…
“-No…- No poder…- Plata no alcanzar…, decir que ni para viaje de ida, ni barco, ni nada…”-
Mis tíos habían visto sus ahorros de años, todo allí en efectivo…
“-¿Pero qué pasó..?, ¿Lo volvieron a robar…? Lo perdió? …
“-No…-“Suspiró hondamente…
“-Decir que inflación, que no sé, que plata ser vieja, que no valer nada…“, - y allí se deshizo, se desmoronó, y comenzó a moquear…, sus hombros se sacudían imperceptiblemente…
Y rompió a llorar.
Por primera vez vieron lágrimas; ríos de lágrimas, en la cara fiera y curtida de aquel valiente vencido…
Vencido por algo contra lo que él no sabía luchar…
*de Celso H. Agretti. celsoagr@trcnet.com.ar
06/05/04 AVELLANEDA (S.Fe)
¿Quién mató a Benno Ohnesorg?
*Por Juan Forn
El 2 de junio de 1967 una multitud de estudiantes de la Universidad Libre de Berlín abucheó la llegada a la ciudad del sha de Irán, Reza Pahlevi, acusándolo de torturar opositores y de ser un títere de los Estados Unidos.
Por su delicada ubicación y status geopolítico, la población de Berlín estaba eximida del servicio militar obligatorio, razón por la cual habían convergido en la ciudad todos los estudiantes pacifistas y radicales de Alemania. Los lacayos del sha en la embajada (y algunos dicen que la CIA) enviaron infiltrados a la protesta. La manifestación degeneró pronto en una batalla campal en que la policía reprimió a palos a los estudiantes. A las ocho y media de la noche, un balazo policial en la nuca convirtió al estudiante de letras Benno Ohnesorg en el mártir de la jornada. Su entierro, al día siguiente, paralizó la ciudad. Su tumba se convertiría en lugar de peregrinaje y su nombre en bandera. Es opinión general entre los
historiadores de aquel período que la muerte de Ohnesorg fue decisiva tanto en la formación del movimiento estudiantil del '68 como en la violencia política de la década siguiente en Alemania.
El policía que había disparado el gatillo, Karl-Heinz Kurras, fue juzgado por la Justicia alemana, pero encontrado inocente del homicidio: Kurras alegó que había actuado en defensa propia y colegas suyos aseguraron haber oído en medio de la refriega que varios compañeros habían sido apuñalados por los manifestantes. El tribunal desoyó, en cambio, el testimonio de la joven viuda de Ohnesorg, embarazada de seis meses, quien alegó que la filiación pacifista de su marido era bien conocida en la universidad. Al día siguiente de que Kurras fuese exonerado, Ulrike Meinhof envió su famosa carta abierta a Der Spiegel anunciando la creación de un "ejército revolucionario" para derrocar "al establishment reaccionario culpable del asesinato de Benno Ohnesorg", y otro grupo radical que terminaría sumándose
a los Baader-Meinhof se bautizó Movimiento 2 de Junio, y la foto del estudiante baleado en brazos de una enfermera llegó a ser, en Alemania, el equivalente de lo que fue en el resto del mundo la foto del cadáver del Che.
Pues bien, esta semana explotó como una bomba en Berlín la noticia de que Karl-Heinz Kurras, el policía que mató a Ohneborg, el hombre que encarnó como ningún otro el aparato represivo estatal para los jóvenes del '68, era en realidad, debajo de su uniforme, un espía de la Stasi, la policía secreta de la Alemania comunista. El descubrimiento ocurrió por equivocación: los dos investigadores de la revista Deutschlandarchiv (Helmut Müller-Enbergs y Cornelia Jabs) que se toparon con el frondoso legajo de Kurras en la Stasi estaban buscando información sobre casos de fuga de Berlín Oriental en los años '60. Pero en cuanto se filtró la noticia (que debía aparecer dentro del número de fines de mayo de la más bien narcoléptica Deutschlandarchiv, ni siquiera en la tapa), los diarios y la televisión se pusieron como locos.
Los medios de derecha se preguntaron en letras catástrofe si habría existido "un '68 y una década de guerrilla urbana" si los estudiantes hubieran sabido en aquel momento que el asesino de Ohneborg no era de las filas reaccionarias, sino un service comunista. Y los medios de izquierda exigieron que se revele de una vez los verdaderos alcances del involucramiento de la Stasi con las fuerzas de seguridad de Alemania Occidental.
Antes de que se llegara a conocer el contenido del informe de Deutschlandarchiv, el diario sensacionalista Bild publicó un reportaje exclusivo al octogenario Kurras, que sigue vivo y haciendo paseos diarios en bicicleta por su barrio berlinés (así aparece en una de las fotos del reportaje). Kurras reconoce haber pertenecido al Partido Comunista de la RDA y haber contribuido también con su policía secreta, "pero a título exclusivamente personal y en asuntos ajenos a los episodios que derivaron en la muerte del estudiante Ohneborg". El informe de Deutschlandarchiv, por su parte, dice que Kurras empezó a trabajar para la Stasi en 1955 (al hacerlo, pidió autorización para mudarse a Berlín Oriental y ejercer allá como policía pero se le ordenó permanecer en la fuerza policial de Berlín Occidental). El legajo lo evalúa como un agente "eficaz", valorado "por su disponibilidad y temeridad para realizar la tarea que se le pida". Pero en referencia al tema Ohnesorg, lo único que dice es que Kurras pidió a la
Stasi dinero para un abogado y de Berlín Oriental le llegó la orden de destrozar todo documento comprometedor y evitar todo contacto con ellos hasta nuevo aviso. Eso es todo: no hay evidencia de que le hayan mandado dinero y las actas del proceso judicial dicen que Kurras tuvo un defensor de oficio.
La declaración que parece cerrar definitivamente el caso fue la del respetado Otto Schily, militante hasta el día de hoy por los derechos humanos y abogado de la Ohnesorg en el juicio a Karl-Heinz Kurras, que ayer dijo: "No hay manera de reabrir el caso sin una evidencia firme de que Kurras recibió la orden de matar a Ohnesorg o a otro manifestante. Pero si el Bild hubiera hecho en aquel entonces una tapa similar a la que hizo esta semana ('Espía de la Stasi mató a Ohnesorg'), quién sabe qué hubiese pasado.
Tiendo a pensar que si la policía berlinesa hubiese sabido que Kurras trabajaba para la Stasi, habría manejado de manera diferente el caso. Quizás hasta hubiéramos podido llegar a descubrir qué pasó realmente en aquel callejón la noche del 2 de junio de 1967".
El caso Kurras explota en el año en que deben celebrarse el 60º aniversario de la República Federal alemana y el 20º aniversario de la caída del Muro, y en la misma semana en que la mismísima Angela Merkel confesó que durante su juventud a ella también quisieron reclutarla como informante. Mientras el conservador Frankfurter Zeitung pide que no se exageren los alcances de la Stasi ni se tomen sus documentos y legajos como verdad revelada, Schily prefiere señalar que casi un quinto de esos infinitos archivos (se dice que uno de cada diez alemanes orientales tenía un legajo en la policía secreta, por sospechoso o por informante) no han sido leídos aún. Y a eso hay que sumarle los kilómetros de material microfilmado y las quince mil bolsas de consorcio de documentos triturados que aún quedan por reconstruir. Sin ellos, dijo, nunca podrá contarse la verdadera historia de las dos Alemanias en la segunda mitad del siglo XX.
*Fuente: Página/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-125727-2009-05-29.html
El Otro Yo*
*Mario Benedetti
Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos ala naríz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando Corriente en todo menosen una cosa: tenía Otro Yo.
El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente , se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse imcómodo frente a sus amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo.
Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo que hacer, pero después se rehizo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañama siguiente se habia suicidado.
Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.
Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió a la calle con el propósito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le lleno de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas.
Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: «Pobre Armando. Y pensar que parecía tan fuerte y saludable».
El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia.
Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.
*Fuente: http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/benedett/otroyo.htm
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Ella era tan profunda que en su casa en lugar de sala de estar tiene sala de ser.
*de Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar
Correo:
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Valga recordar una pregunta acerca del deber y derecho del sufragio, desde el lugar del votante y dirigida a la clase política, a cada uno de los candidatos aspirantes a concejales o legisladores:
¿Qué significa para usted el voto, un cheque en blanco,
una goma de mascar que se estira según su capricho y se pega a cualquier cosa,
o un mandato de los ciudadanos y ciudadanas???
*Rubén Vedovaldi
DNI 8.375.155
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Queridas amigas, apreciados amigos:
Este domingo 31 de mayo de 2009 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música del compositor español Tomás Garrido. Las poesías que leeremos pertenecen a Christiano Witaker (Brasil) y la música de fondo será de Marcelo García (Argentina).
¡Les deseamos una feliz audición!
ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at (Link MP3 Live-Stream. Se requiere el programa Winamp, el cual se puede bajar gratis de internet)!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!! (Recomendamos usar http://24timezones.com/ para conocer las diferencias horarias).
REPETICIÓN: La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!
Freundliche Grüße / Cordial saludo!
YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
www.euroyage.org
Schießstatt-Str. 37 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel: ++43 662 825067
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