jueves, mayo 21, 2009
INVENTREN: DE CARHUE A PUENTE ALSINA...
ILUSTRACIÓN: EL PUENTE DE LA VÍA DE CELSO AGRETTI. celsoagr@trcnet.com.ar
A Don Mario*
En mis versos
hay mujeres,
y perdóneme maestro
si le robo ideas
y arrebato su prosa,
su palabra.
Si ignoro el (c) copirái
y tomo sus derechos de autor
como derechos de tutor.
Es que hacía rato
que no tenía un maestro, ¿¡sabe!?
y, a esta altura de la vida,
que se desvive de a ratos,
uno necesita no estar tan solo
en las ideas
y en las noches tristes,
como ésta.
Y necesita decir cosas,
que usted ¡ha dicho tan bien!,
y que la prosa la obligue
a olvidar su tren.
Hice acaso, caso de sus consejos
y no pulí demasiado
mis pobres palabras,
no me esmeré con los verbos,
ni reparé en adjetivos;
pero si usted las conociera
(A las mujeres digo)
sabría que merecen sus poemas,
no los míos.
A Don Mario /2*
Vuelvo a insistirle, maestro,
que no se asombre
si encuentra que le falta un verbo,
que un gerundio suyo
asoma entre los míos.
Me tomo la licencia
de nombrarlo por decreto
-tal lo acostumbrado en estos días-
maestro mío,
y de disculparme
por el hurto apasionado
y sin segundas intenciones;
pero cuando el hambre apremia,
-de palabras, digo-
no hay decencia ni castigo
que acobarde a los ladrones.
*de Sergio Velovich. savelovich@yahoo.com.ar
Bahía Blanca, julio del 2001
Inventren
-Capítulo 0: Las estaciones de Carhué a Puente Alsina.
CARHUÉ.
J. V. CILLEY.
ROLITO.
SATURNO.
SAN FERMÍN.
CASBAS.
EDUARDO CASEY.
ANDANT.
CORONEL M. FREYRE.
ENRIQUE LAVALLE.
CORACEROS.
HENDERSON.
MARÍA LUCILA.
HERRERA VEGA.
HORTENSIA.
ORDOQUI.
CORBETT.
SANTOS UNZUÉ.
MOREA.
ORTIZ DE ROSAS.
ARAUJO.
BAUDRIX.
EMITA.
INDACOCHEA.
LA RICA.
SAN SEBASTIÁN.
J.J. ALMEYRA.
INGENIERO WILLIAMS.
GONZÁLEZ RISOS.
PARADA KM 79.
ENRIQUE FYNN.
PLOMER.
KM. 55.
ELÍAS ROMERO.
KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.
MERLO GÓMEZ.
RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA.
JUSTO VILLEGAS.
JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.
ALDO BONZI.
KM 12.
LA SALADA.
INGENIERO BUDGE.
VILLA FIORITO.
VILLA CARAZA.
VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA.
INTERCAMBIO MIDLAND.
¿Por qué el "Midland"?*
Si el tren existiera en su extensión original, un trabajador del Gran Buenos Aires, podría ir a pasar un fin de semana a Carhué. Un abuelo disfrutar de las aguas termales. Un niño de Ingeniero Budge conocer el campo. Pequeños productores acercar sus productos o simplemente venderlos en cada una de sus estaciones. Algunas que hoy son sólo fantasmas rodeadas de campo podrían volver a ser habitadas.
Parecen ejemplos obvios y a la vez pobres, de la multiplicación de beneficios de un retorno que fuese pensado y proyectado para un bien común.
Este recorrido es también un desafío a la imaginación. Alguien que conozca a los actuales trenes
-precarios y con fama de peligrosos que corren desde Puente Alsina hasta Marinos del crucero General Belgrano- podría ver que hay "otro tren" posible.
Por diferentes caminos he llegado a la idea de la literatura como el modo de reparación más efectivo de la realidad. Los invito a compartir esta nueva aventura.
*Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@yahoo.com.ar
DE PUENTE ALSINA A CARHUE, IDA Y VUELTA*
*Por Alfredo Armando Aguirre. choloar@rocketmail.com
http://choloar.tripod.com/choloar.html
No llevo diario personal, pero recuerdo, recuerdo que fue en el atardecer del 23 de marzo de este año 2009 de calendario gregoriano. Recuerdo la fecha porque iba a saludar en su cumpleaños a una persona que quiero mucho. Venia en el colectivo 85 rumbo a Bernal, cuando, casi instintivamente, hago cada vez que cruzo al puente Uriburu, miro para el lado de la estación Puente Alsina del Ex ferrocarril Midland, y a lo que era su contigua playa de cargas. Y recuerdo cuando con mi hijo de pocos años, iba a recorrer por los galpones de carga, a lo que quedaba de aquellos coches motores Ganz, que se trajeran a la Argentina allá por 1936.
Hace un tiempo he incorporado a mi batería conceptual, la noción jungiana de “sincronía”,por eso ya no me parece ni azar ni causalidad, que una vez mas haya recibido el estimulo de contar algo sobre mi “rollo “ con el Midland, que ahora caigo porque que se llama así el club, con que participaba en el torneo de Primera “C” de la AFA, el club de mis amores Defensores de Cambaceres, allá por 1959( Se cumplirá medio siglo de la obtención de ese campeonato por los “bichos colorados” de Ensenada).
Esta algo difusa la circunstancia en que me entere que el Midland llegaba hasta Carhue. Pero me acuerdo muy bien, cuando vi al pasar por la estación Carhue , rumbo a Darregueira ,aquella nublada parte del 8 de julio de 1972, vi al galpón de los coches motores, cuyas ruinas volví a visitar, esta vez de paseo por Carhue, en Agosto del año pasado(2008).
Toda vez que puede, desde hace décadas, recorro los pueblos de la Pampa Húmeda (Incluido el sector conocido como “Pampa Gringa”).La visita al mueso local, forma parte de aquellos recorridos. Es curioso pero en el Museo de Carhue, no hay casi referencias al Midland, pero si hay como en la mayoría de estos pueblos, vestigios documentales, fotográficos y objetos tridimensionales, de esa suerte de esplendor que surge de aquella argentina de las dos ultimas décadas del siglo XIX, hasta la guerra del 14.Y El Midland es un componente de esa etapa, que nos provoca extrañas sensaciones, y que nos lleva a sacar conclusiones muy distintas, a las que surgen de los libros donde se intenta interpretar esa época.
Hacia 1910, en medio de la euforia que generaron los festejos del Primer Centenario Argentino( ¿Se creara un clima similar en el Segundo Centenario, ya próximo?),llegaban los ferrocarriles Sud, Oeste y Midland; los dos primeros de trocha ancha y de trocha angosta el último. Eso aun se percibe en el amplio cuadro de la estación ferroviaria, en trance de devenir en Terminal de ómnibus.
Atento la importancia del ferrocarril por esos tiempos, se colige que las empresas propietarias ,no lo hacían por filantropía, sino porque se pensaba en un centro turístico de nivel internacional, aprovechando las propiedades curativas de la laguna Epecuén, ya conocidas por los que estaban allí desde el origen, y fueron desalojados compulsivamente por la “conquista del Desierto”.
Panoramas similares, he observado, casi en ruinas, en Sierra de la Ventana, en el hotel Edén de la Falda, en Alta Gracia.
Pero volviendo a aquel 1972, del que tenemos recuerdos precisos en cuanto a las fechas, porque estaban ligadas a nuestra entonces condición de corredor de carreras pedestres, vuelvo a mi “rollo” con el Midland, a raíz de una vez que por los motivos apuntados fui a Henderson, población erigida como consecuencia del paso del Midland por allí. Después de la carrera, el 19 de noviembre de 1972, me fui para la estación para esperar el coche motor procedente de Carhue, que me llevaría a la estación Tapiales donde tenía horario de llegada a las 2150. Mientras esperaba, comiendo un sanguche, se me acercó un peón del ferrocarril, sugiriéndome me subiera al tren de carga que se aproximaba, así al menos iba ganando tiempo del viaje. Le agradecí y le dije que esperaría el tren. Al rato aparecieron oros colegas del deporte, que habían sido invitados a un asado y nos aprestamos a esperar el tren, que llego en horario. Me quedó la imagen del empleado de correos (El tren hacía de vagón postal) que tenia un gorro muy pintoresco con el escudo de la empresa de Correos y Telecomunicaciones. El coche motor (de los viejos húngaros, ya que luego vendría una versión posterior fabricada por la Hungría comunista), tenía compartimentos como los que se ven en las películas de los trenes europeos.
Partió raudo el coche motor, con ese peculiar ruido que hacían sus motores. Creo que alcanzó a pasar por la estación Herrera Vegas. Y al llegar a Ordoqui, se “plantó” el motor. Y nos avisaron, que teníamos que esperar que venga, una locomotora para remolcarnos. Ya pasa ese entonces, la línea era de pocas frecuencias, así que vaya a saber que donde vendría la locomotora. Así las cosas, nos bajamos el tren y fuimos a comprar lo que se podía, en el bufet del club Sportivo Ordoqui, algunos de sus simpatizantes, regresaban de un partido de fútbol disputado en algún otro pueblo de la liga regional.
Al largo rato llegó la locomotora, e inicio el lento remolque del coche motor con nosotros arriba. Fue aquella una noche muy fría, y todos estábamos arrinconados en el compartimiento dándonos calor con nuestros cuerpos. Así arribamos a otro día a Tápiales alrededor de las 11 de la mañana…
El Midland, del que ya había sugerencias para lo, antes de la nacionalización de 1948, fue obviamente incluido en el malhadado plan Larkin de 1962, y clausurado y levantado entre 19786 y 1977.
En la travesía a pie que hicimos en el veranos austral de 1986, pasamos por la estación Baudrix, cuyas instalaciones se veían ocupadas, pero en muy mal estado de conservación, y se veían todavía unos galpones para cereal, donde todavía se podía leer la inscripción “Apoya al Segundo Plan Quinquenal”, refiriéndose al plan de gobierno 1953 -1957, abortado en 1955 por la "Revolución Libertadora".
Con el tiempo nos fuimos enterando que el origen de esta línea fue una concesión otorgada por la legislatura de la provincia de Buenos Aires en 1904.En esa época era común que el que obtuviera la concesión se la terminara vendiendo a inversores extranjeros, por lo general ingleses, los que le dieron el nombre de conservaría hasta 1948, es decir Midland. Hoy resulta claro, que el Midland tenia instalaciones portuarias sobre el Riachuelo, en una época que se lo navegaba comercialmente( Actualmente hay proyecto para darle ese uso hasta el Mercado Central, situado aguas arriba), además tenia un ramal (aun existente) que lo vinculaba al entonces Mercado Nacional de Lanares,(Que existía donde hoy hay monobloques enfrente a la estación del ex ferrocarril Provincial de Avellaneda), y por allí donde hoy esta la cancha de Independiente y la de Racing, se conectaba con los frigoríficos del riachuelo, y hasta tenia alguna entrada al puerto de Buenos aires.
Este ferrocarril corría muy cercano a otros y en un punto hasta se cruzaban con los ferrocarriles Compañía General y provincial (ambos de trocha angosta) y también con el Ferrocarril Oeste y aun con el Roca. No se podía decir que las zonas que surcaban estaban desconectadas. Pero a partir de la inexorable aplicación de la ley nacional de vialidad de 1932, era evidente que los intereses del automotor y del camino pavimentado sustituirían tarde o temprano a estos ferrocarriles, que eran de tráficos débiles. EN 1947 se nacionalizó el Compañía general Buenos aires. En 1948 el Midland y en 1951, el provincial fue “nacionalizado”, seguramente aprovechando la caída en desgracia del gobernador Mercante. En 1954, alcanzaron a fusionar al Provincial, el Midland y el Compañía General, en Ferrocarril Nacional de la Provincia de Buenos Aires, pero su resultado fue efímero.
Pareciera que recién en estos tiempos se esta comenzado a asumir la tropelía de haber levantado estos ferrocarriles de trocha angosta. Nos sigue quedando la perplejidad de lo que implicaba su puesta en marcha, y lo que se fue apagando como consecuencia de la finalización de la Gran Guerra.
-Buenos Aires 18 de mayo de 2009
EL PUENTE DE LA VIA*
Si no tuviéramos recuerdos,
no tendríamos conocimientos.
I
El puente estaba a una docena de cuadras, no más, de dónde vivíamos cuándo éramos niños, pero a nosotros nos parecía que la distancia era enorrrme, y siempre tentaba con su sabor de aventura.-
Teníamos necesariamente que hacer un tramo caminando por las vías, después de andar las últimas tres o cuatro cuadras del pueblo hasta el paso a nivel donde ahora estoy parado; contemplando y recordando esas vivencias infantiles, que pasaron hace ya varias y largas décadas.-
Estoy justamente en el cruce de la vieja vía con el camino.- El que saliendo del pueblo va recto al norte, pasando por las chacras sembradas.- El lugar está en parte casi igual; los grandes eucaliptos viejos, enormes y retorcidos siguen allí adelante, al borde, a mi izquierda.-
Claro que están más viejos que entonces, y faltan algunos, tumbados poco a poco por los vientos de tantas tormentas y algunos talados sin mayor conciencia. También falta enfrente un gigantesco Ombú, pero allí ahora fue avanzando el borde urbano, por lo que lo que era campo, hoy son calles vestidas de casas.-
Incluso desde aquí vislumbro a través de los rugosos troncos y altos pastos la vieja casona donde entonces íbamos los domingos con Audino, mi hermano mayor, a escuchar los partidos del campeonato por la Radio, cosa que nosotros aún no teníamos, y allí vivían varios chicos de la edad de él, primos entre sí, que eran compañeros en el Colegio.-
Ellos no eran ni amigos míos, ni compañeros, y hasta les tenía algo de temor, o recelo. Incluso los mayores, que se sumaban al grupo, eran para mí extraños. Uno tenía largos bigotes como ya no se veían, de otra época, retorcidos y puntiagudos. En esos años tuvo un trágico final este hombre imponente. Una noche lluviosa murió de un tiro de revólver en la ladrillería que tenían cerca de la amplia casona; un peón ebrio, de turno en el horno, puso fin a su vida, parece que por problemas pasionales o tal vez sólo por el vino.
Otro era tullido y usaba muletas, y era muy apacible y amistoso y a él sí le agarré mucho cariño. Siempre tocaba las conexiones de los cables con la batería, cuando la radio chirriaba o enmudecía.
Yo trataba de tener claro en qué constituía el equipo y cuál era su magia. El receptor, que en sí era todo un mueble, los cables con sus bornes, la batería o acumulador, el molinillo de viento que proveía la recarga, y la antena aérea, de altas picanas como mástiles, con sus riendas y blancos aisladores y el oscilante hilo de cobre con su bajada. Toda una instalación. Y... , las estaciones estaban a gran distancia. Se escuchaban pocas y eran casi todas de Buenos Aires, pero todavía no eran muchas las casas que podían tener una.
Pero no era sólo la pasión del fútbol ni las tardes de radio, sino recorrer este camino y su entorno, salir de nuestro pequeño mundo, y alejarnos de las últimas casas del pueblo, cruzar la vía, y adentrarnos en lo que había más allá. Cruzar la vía era el comienzo de la aventura. Más allá era otra cosa, el camino era largo, infinito, y hablaba de otros lugares que conocíamos sí, pero que estaban cargados de encanto. Hasta ese pequeño tramo era un viaje, un verdadero viaje, donde pasaban tantas cosas lindas: las llamativas alas pintadas del pájaro que nos rozó volando, el otro que estaba cerquita en un arbusto del alambrado, o la liebre que descubríamos en su carrera por las puntas de las largas orejas que asomaban zigzagueando en los pastos, o de pronto, una perdiz que nos mató de susto al alzar vuelo casi debajo del pie.- ¡ PPPPRRRR rrrrrr ...!
O la forma de aquel Tala, con su copa ahuecada y tupida como una techumbre, o aquella rama perfecta para una honda, o el ulular del viento, la frescura de una sombra, el flamear de los pastos; o los vertiginosos y traviesos remolinos de verano, levantando polvo, pastos, y papeles que quedaban girando, y se descolgaban lentamente del cielo, revoloteando como desilusionados, mientras que del remolino no quedaba ni rastros...
II
O sea: contemplo lo que queda y me transporto en el tiempo; mientras piso los rieles enterrados, soñando. Pero si bien detrás de mí el pueblo se convirtió en ciudad y el pavimento llega precisamente hasta la vía, hacia el norte el camino sigue polvoriento; pero en la vía el tren no pasa desde hace muchos años, veinte al menos.
Aquí el polvo del camino le puso una capa ya permanente y cada vez más compacta, dura como una lápida, y triste como una mortaja. A un lado y otro del camino los rieles abandonados duermen entre el pasto que los ha ido tapando casi por completo, y por momentos se dejan entrever entre la fronda de la gramilla por el pálido brillo que reflejan del sol de la tarde en el dorso casi opaco, y más adelante se adivina la vía y la curva que aquí comienza, redondeada y suave, más por la memoria que por la evidencia.-
Antes, ese brillo nos cegaba cuando caminábamos contra el sol, ya que el tren al pasar una y otra vez los mantenía pulidos como espejos, y la gramilla y otros pastos se mantenían prolijamente fuera de la franja que formaba la vía con el ancho de los durmientes a flor de tierra. A cada lado del cruce, en la línea del alambrado, los guarda-ganados impedían que los caballos, vacunos u otros animales grandes, ingresaran a las vías por obvias razones de seguridad.
No eran profundos, pero a nosotros nos atraían y nos demorábamos en pasar pisando, una y otra vez sobre las rejas, como demostrando el valor que teníamos, especialmente cuando los domingos estábamos acompañados por los demás chicos, con los que solíamos ir a jugar. Hoy están tapados en tierra, o quizás ni estén allí, porque no se ven ni rastros, al menos a simple vista.
III
Hacia el este del paso a nivel, la Estación quedaba a unas veinte cuadras, y la vía terminaba de hacer la curva y seguía recta unas diez cuadras hasta otro paso a nivel; pero aquello estaba fuera de nuestro alcance, al menos en esa etapa. Aquí teníamos suficiente. Aquí mismo a la derecha están todavía los galpones de una fundición de hierro, y enfrente una ruidosa desmotadora de algodón, que nos tapaba en polvo y humo, además de un constante zumbido de sus extractores, ventiladores y ciclones, que nos arrullaba y nos despertaba, una u otra.-
Al costado de la vía, formaban montones los residuos de borra y metal fundido, entre los que encontrábamos enorme cantidad de municiones de hierro, más o menos redondeadas, especiales para tirar con las gomeras, que justamente por su peso y su redondez, aseguraban una trayectoria de verdaderas balas; hoy diría que hasta sumamente peligrosas… Ese montón de desecho tenía incontables buscadores de proyectiles, que nosotros almacenábamos para nuestras correrías.-
También era campo de pruebas, porque la tentación era ver como se tiraba con estos o con aquellos, y los blancos predilectos eran los aislantes de porcelana del telégrafo, que bordeaba la vía junto al alambrado. Algunos chicos de nuestra edad, o un poco mayores eran unos verdaderos inadaptados, capaces de cualquier maldad, por lo que eso, era una nadería.-
Eso, o matar inofensivas palomitas, horneros, cuises, etc., que hoy horrorizaría a cualquiera, aquella vez pasaba desapercibido. Aún no se hablaba de ecología ni de especies protegidas, y casi, casi, ni de amor a los animales; al menos, no con la conciencia conque hoy se está asumiendo, y menos a los niños, y menos que menos a esos niños...
IV
A una calle de la vía vivíamos nosotros, y ver pasar el tren era una diversión que no menguaba por más que lo hacíamos todos los días, mañana y tarde. El más interesante era el tren de carga. No tenía un horario, como el de pasajeros, pero pasaba después de media tarde y en el invierno, durante la temporada de la caña de azúcar, íbamos al borde a esperar su paso, y nos solían arrojar cañas enteras o trozos, y para nosotros eran trofeos tan valiosos, que volver con cierta carga nos llenaba de gloria.
Recuerdo las emociones de la espera. Ver al maquinista o al foguista esconder o balancear las cañas que nos arrojarían, tras elegirnos; porqué a veces éramos varios los chicos que esperábamos junto al alambrado. Era todo un juego, para ellos seguramente divertido, para nosotros, angustioso. Si el tren era largo siempre había más gente en los vagones o en las chatas, que hacían otro tanto.
Pero no era necesariamente pareja la cosecha, era más bien cosa del azar. Todos guardábamos una estratégica distancia uno de otro, asignándonos en el momento un territorio; y desde nuestra posición aguardábamos expectantes. Ver que se fijaban en uno y revoleaban el trofeo en nuestra dirección, y caía más o menos cerca, pero entre las matas de paja brava, y había que encontrarla, a veces disputándola fieramente con el chico vecino; y otras veces con la poca luz del ocaso, se terminaban perdiendo y proseguíamos la búsqueda al día siguiente. No era seguro que la caña nos esperara, quizás el ocasional vecino nos habría madrugado.
V
Justo enfrente, cruzando la vía, había una pequeña franja de monte. Un montecito. No tendría más de media cuadra de ancho, y una cuadra de largo. Pero tenía todos los tonos de verde, y bastaba para que a nosotros nos pareciera una selva virgen, inhóspita, y cuajada de peligros...
Aromos, chañares, espinacoronas, arbustos y enredaderas, tunas con sus tentadoras frutas, pero erizadas de púas, cardos con sus varas floridas, insectos que zumbaban, diversos pájaros que anidaban allí, y un sendero bastante sinuoso que lo atravesaba; en una punta una lagunita, donde solíamos sentarnos por horas, con mi hermanito menor, Reinaldo, y a veces algún vecinito, a la sombra de los algarrobos que la bordeaban y hacíamos que pescábamos tirando los "bogueritos" entre los juncos , mientras observábamos las ranas o los sapitos, y los caracoles y los rojos racimos de huevos pegados a las pajas sobre la línea del agua.
Nunca la he visto seca a la pequeña laguna, ni en tiempos de sequías, y eso que no era más que un charco. Hoy me parece increíble, pero entonces hasta contemplaba hipnotizado las larvas de los mosquitos que tras la lluvia pululaban en la superficie, y minúsculas arañas que tejían redes entre las ramitas de la orilla.
Llegar al montecito, entrar en él bastaba para convertirnos en legendarios exploradores, arrojados cazadores, o valientes e intrépidos personajes como el mismísimo Tarzán de los monos... Como tenía inventiva fabriqué una pequeña ballesta, con su travesa, su tensor, su gatillo; y con unas afiladas varillitas metálicas como flechas.
Eufórico, tras comprobar su funcionamiento y su eficacia, me fui al monte, a la jungla, en busca de aventuras... Buscaba una pequeña pieza de caza, quizás algo peligroso, algo que valiera un tiro de mi portentosa ballesta... Tras moverme con cautela , despacio y sin ruido, al acecho, por más que estuve quieto largo rato, no he visto nada que se moviera; a no ser una rana verde que saltó entre las ramas de un árbol bajo y no dudé, casi diría que fue sin querer, disparé la flecha-varilla y la rana quedó atravesada, ensartada entre las ramas.-
Me quedé duro.
Si le tenía repugnancia a las ranas y a los sapos, al menos vivos los veía sólo un instante y a cierta distancia; pero ahora tendría que arrimarme y recuperar la flecha, pese a todo no estaba dispuesto a perder una de mis valiosas varillas de metal con un filo tan trabajado, no; para nada. Así que formé de tripas corazón y lo hice, me sobrepuse al asco, tomé al pobre batracio muerto y le saqué la flecha, y allí terminó la cacería, y con el estómago revuelto volví a casa. Nunca volví a tirar ni al blanco con el artefacto, y no supe decir en casa, porque no probé bocado en la mesa, ese día al menos.-
VI
El puente de la vía me queda al oeste. Solíamos venir por varios motivos. Indudablemente tenía su magia. Uno era la pesca. Y de tanto en tanto sacábamos alguna pequeña tararira, tanto para dejarnos con ganas. Si bien bajo el puente siempre había agua, y era bastante honda, no era más que un zanjón, que provenía de una cañada de las cercanías y que solo traía agua cuando llovía, que a su vez volvía a formarse cañada más adelante en el bajo, antes del puente del camino, y así sucesivamente.
Una vez, estando en primer o segundo grado, un compañero, más grande y muy corajudo ya de pequeño, porqué después estando él siempre era el líder de nuestro grupo; me convenció que lo acompañara a la casa de uno de nuestros compañeritos de la escuela que vivía en la zona rural. De ida fuimos por el camino, pero de regreso dispuso que regresáramos cruzando el bajo, a campo traviesa.-
El asunto es que había llovido hacía poco y la cañada tenía agua y si bien corría bastante no parecía honda. Además era como una maraña cruzada de pequeños zanjones y se podían pasar pisando los islotes que formaban. Todo a pequeña escala. Pero a poco era más ancha de lo esperado y más correntosa. Los pequeños canales se hacían difíciles de sortear, y un par de veces caímos y trepamos. Además yo era más chico y se me hacía difícil.
El no hablaba de volver.
Era aguerrido.
Pero sentí realmente miedo y tuvimos momentos difíciles, hasta que finalmente pasamos lo peor, terminamos volviendo a casa, mojados y temblando. No sé a él, porque era muy corajudo, pero a mí no se me borró nunca el miedo que pasamos aquel día.
VII
Ir por la vía hacia el puente era de por sí un paseo.
Tratábamos de caminar haciendo equilibrio por los rieles y pisar sólo de tanto en tanto el suelo para mantenerse, ya que los durmientes hacían desparejo el piso, además llevaba una zanja de desagüe cada dos durmientes a un lado y a otro alternativamente. Por lo que caminar requería atención y un paso coordinado.
Aunque para nosotros era un juego.
A la izquierda había un viejo aserradero, con una playa llena de grandes troncos, o piezas de madera, que llegaba hasta el borde de la vía. A la derecha había una excavación profunda, de donde sacaban tierra arcillosa para la ladrillería. Esta era la misma que correspondía a la casona de los grandes eucaliptos. Era frecuente que aquí viniéramos a bañarnos en los días de calor, especialmente a la siesta.
Todos sentíamos temor a que llegara la gente de la ladrillería, aunque estaba la cava al borde de la vía y además no hacíamos ningún daño. Nos bañábamos desnudos, y sabiendo lo vulnerables que quedábamos, dejábamos la ropa muy a mano, aunque salir del agua no era fácil ya que era barrancoso y la arcilla de por sí resbalosa.
En una de esas, en lo mejor del baño refrescante, sentimos el galopar de caballos y un griterío que asustaba. Verlos y tenerlos encima fue todo uno. Cada cual salió como pudo manoteando la ropa y cruzando el alambrado, y por las dudas correr a más no poder...
Nos vestíamos mientras corríamos. Tampoco era para tanto. Ellos no habrían estado más que divirtiéndose, pero nadie se quedó a averiguarlo. Había un chico nuevo en el grupo. Siempre estaba muy bien vestido.
Cuando todos nos juntamos en el paso a nivel él aún estaba desnudo con las ropas en la mano, temblaba de miedo, además había dejado el sombrero al borde del agua, y decía llorando que no podía volver a la casa sin el preciado sombrero. ¿Volver a buscarlo?... - ¡Ni locos!,- y el grupo se disolvió mientras él aún no lograba vestirse...
Quedé con él, y él allí firme, temblando; encima yo lo había invitado...
- ¡Bueno, vamos! – dije en un arrebato cargado de súbito coraje…
Y nos volvimos los dos solos. ¡Además los ladrilleros no iban a estar allí esperándonos! La verdad es que no podíamos estar seguros si se habían ido, porque el borde de la cava tenía una zona de arbustos, que nos impedía ver hasta que la trasponíamos, y ahí ya estaríamos adentro...
Pero sí, media docena de chicos y no tan chicos, estaban con sus caballos aún allí. Nos quedamos un momento duros, luego usé mi salvoconducto, que esperaba me sirviera: Yo era conocido de ellos, al menos de algunos. Así que me animé y les mostré el sombrero en el suelo, y le dije que era de mi amigo, y que veníamos a buscarlo.
No hicieron gran cosa, así que alcé el sombrero, los saludé con el sombrero mismo, y rápidamente me volví alcanzando a mi compañero, que ya se me había adelantado bastante, y estaba en medio de la vía; y aliviado, me vine riendo porqué yo creía, que no teníamos que haber disparado de ese modo.-
Al fin me había portado como un pequeño y valiente quijote.
VIII
Más adelante había sendas ladrillerías a ambos lados, y aún más adelante el puente. El puente era de hierro, y ladrillos, de cuando hicieron el ferrocarril. A veces veníamos a bañarnos, aunque yo siempre conseguí zafar porqué me daba miedo. Otras a pescar. O solamente a divertirnos. Pero el lugar era fascinante. El terraplén bajaba en un declive abrupto, con tortuosos caminitos que bajábamos a trompicones, entre tupidas matas y verdes plantas de ombúes nudosos.
A los costados había chacras sembradas.
Una siesta de domingo, muy calurosa, mientras el pueblo quieto y somnoliento, descansaba de los sudorosos días de la semana; nosotros, media docena de compañeros, llegábamos una vez más de excursión al puente. A lo lejos, un horizonte azulado y difuso, que el calor hacía reverberar, se veía como a través de un cristal ondulado y movedizo; mientras el silencio que nos envolvía contenía un mundo de pequeños zumbidos, chirridos y silbidos, propios del verano y de la hora, en que imperaban las chicharras y los pequeños insectos.
Nos sentíamos felices por estar allí; libres, aventureros, ansiosos…
Unos bajaron del terraplén antes del puente, y otros lo traspasamos, bajando al otro lado de la ancha y lagunosa poza, repartiéndonos así las orillas de pesca.
El más corajudo lideraba como siempre las acciones. Atento por encontrar en qué demostrar su liderazgo, además de tener una inclinación a vencer obstáculos o pequeños peligros.
Se le ocurrió venir a nuestra orilla, atravesando el estrecho pero profundo curso de agua que bajaba a la cañada; sosteniéndose sobre el alambrado, aunque faltaba algún poste, y los hilos sólo unidos por las varillas, se balanceaban peligrosamente a medida que avanzaba. Llegado a la mitad, el alambrado se volcó aún más, haciéndole casi tocar la espalda en el agua, lo que lo obligó a apoyarse pisando un trozo de tronco medio podrido, que flotaba junto a camalotes y deshechos, y la correntada empujaba, manteniéndolo contra lo que quedaba del inestable tendido…
El tronco, que era en parte hueco, se hundió en la punta que pisaba, y de la otra comenzaron a salir víboras en cantidad, tan asustadas como él, subiendo a los camalotes y palos, y otras nadaron zigzagueantes buscando la costa más cercana.
Gritamos o saltamos, y corrimos, no recuerdo bien. Sé que después nos organizamos y entre todos lo ayudamos a salir.
Era el precio que a veces le tocaba pagar.
IX
A veces cuando no tenía clases y en casa me permitían, llevaba a mi hermano menor a que me acompañara. Una mañana de sol pero con mucho viento, volvíamos a casa ya cerca del mediodía, embelesados con el ondular de las cañas y el silbido de las ramas, con los mechones de hojas flameando hacia el sur, por efectos del fuerte viento norte.
Un silbido me pareció más fuerte y me volví, justo a tiempo para ver casi encima nuestro, la tremenda mole de la locomotora del tren de pasajeros, que nos pitaba seguramente desde hacía rato, resoplando vapor y humo negro. Empujé a mi hermano violentamente a un costado, y yo alcancé a saltar al otro, y desde el suelo vimos pasar a un metro, semejante monstruo, con su diabólico movimiento de cigüeñales y de bielas, entre quejidos y bufidos de horrenda bestia metálica.- Sentados vimos como se alejaba el último vagón, en una humareda y pitidos anunciando como siempre, que estaba llegando una vez más.
No hablamos en todo el camino, y el susto no se nos iba por mucho tiempo. No podíamos creer de lo que nos habíamos salvado. De esto ni una palabra en casa, no sea que nos merme el permiso para volver otro día.
X
De todo esto me voy acordando mientras camino lentamente por la vía, o lo que queda de ella, mirando absorto el piso, los desagües borrados, los rieles semiocultos en el yuyo, los durmientes que sólo asoman alguna esquina de tanto en tanto, me paro antes de llegar al puente, me acuerdo de la excavación y me cuesta encontrar el lugar donde estaría; una irregularidad del terreno, con las barrancas borradas y cubierta de chañares, todo el terreno aledaño cubierto de ramas, en un verdadero abandono. Por aquí más o menos habrá sido, cuando el tren casi nos atropella.
Me siento un rato y sueño.
Cuando me incorporo veo semi-enterrada contra el borde de un durmiente, una bolita de vidrio de colores, un "bochón", como le decíamos entonces..., y no sé si en serio o en broma, me parece igual al que mi hermano siempre llevada, en el bolsillo de su pequeño "jardinero". - ¿Puede ser? ¡Claro que no! ¡A quién se le ocurre! - Encontrar una bolita así de aquel tiempo, así sin más...
Pero no sé, me quedo pensando en eso, y por las dudas, guardo muy bien el bochón colorido de vidrio, y me pregunto: - Pero; ¿Y ahora, habrá bolitas así?-
Un poco más y llego al puente.
Sigue estando, incluso tiene agua, pero no están los ombúes y un ramerío de espinas cubre los costados del terraplén.- Espinas y cardos y rameríos enmarañados, después de dos o más décadas de abandono.-
No es más que una ruina, nada que ver con aquello.
*de CELSO H. AGRETTI. celsoagr@trcnet.com.ar
Avellaneda S.Fe
19 /12 /02
-NOTA: Escrito en una tarde calurosa.-
Del libro "Los días felices", edición del autor; 2005.
*
Un gallo invisible hechiza
el alba inconclusa.
Los sueños aún
hilan la gracia
de la noche.
Es la hora
en que tú aliento
roza mi sueño
y lo multiplica
en una avenida
de espejos.
*de SANTIAGO BAO. santinebao@gesell.com.ar
-Selección de "Cantos del río del Este"
Editorial La luna que..., Bs.As., abril de 2009.-
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1 comentario:
Hermoso!
Me encanto este blog!
Y eso que me lo encontre de casualidad! jaja buscando por la web, info sobre un tal hotel Viento Norte donde mi jefe me va a mandar la semana proxima
y me encontre con eso, gracias por sacarme una sonrisa :)
"la magia de internet" jejeje
saludoss
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