sábado, octubre 30, 2010
EL OCASO, OTRA DISTANCIA...
*Ilustración: Ray Respall Rojas.
La Habana. Cuba.
MORADA DE LA NOCHE*
NOCTURNO I
Tejió la noche mis fibras
en su rueca de aventuras,
cubrió mi sangre caliente
tiniéndola de claroscuro.
Le dio forma de gaviota
a mi búsqueda del día,
contrajo mi expectativa,
borró el amanecer.
El retorno inapelable
fue volver al punto de partida.
Los engendros de la noche
se tiñen de oscuridad.
NOCTURNO II
El ocaso, otra distancia.
Guiños azules filtró el firmamento
en un lento goteo de hojarasca.
Las lágrimas lavaron el camino,
imagen le dejaron al recuerdo...
Otro adiós en la mañana...
Revoloteo de tiempo.
NOCTURNO III
Pueden mis manos
clamar contra la muralla
con lacerantes alaridos.
Pueden mis horizontes retorcerse
en rebeldes remolinos.
Llega la noche y me promete el día;
secuencia en ciclos
que alimentan mis espejismos
y solo pregunto: ¿por qué?
NOCTURNO IV
Es la oscuridad
la única compañera,
tú apenas dibujas recuerdos.
Solo la noche
es la envoltura solidaria
que neutraliza el sueño...
Es equidad prolongada
de un permanente
delinear fantasmas
sobre una calle
que se ha quedado sola...
NOCTURNO V
Sobre el altar de la noche
el tributo impuesto
es la golondrina muerta
o el silencio hueco
del viejo aldeano.
Mi mente sedienta
crea el desafío,
mi clamor el viento
que copió mi sombra...
*De Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar
LA VISITANTE*
No era horario de visita, pero la urgencia de la llamada recibida a altas horas de la noche, “fue el único teléfono que se le encontró encima, no sabemos si tiene familiares que respondan por ella”… le hizo sortear los obstáculos y llegar a la habitación donde estaba ingresada su amiga.
Había devorado la carretera, intentando contener las lágrimas que le impedían ver con claridad, pidiendo a Dios: “Todavía no, te lo suplico, todavía no es tiempo de que se marche”, mientras los recuerdos le asaltaban la memoria.
Al llegar a la puerta, vio dos camas, separadas por una cortina verde. En una había una mujer, pálida como la cera, conectada a un respirador artificial, con una acompañante que le sostenía la mano, en actitud de absoluta devoción. La otra cama… estaba vacía.
Entró, para apurar a solas el amargo cáliz… Ni siquiera le fue concedido tiempo para despedirla, para una caricia, para desearle suerte en su último viaje, ¡quedaron tantas cosas por decir!
La ropa de cama, aún arrugada, guardaba la huella de su presencia.
En medio de tanta desdicha, sintió al otro lado de la cortina alzarse las notas de una canción de cuna. La acompañante le cantaba una nana a aquella enferma que no podía escucharla. Sin poder impedir la indiscreción, corrió la cortina verde, conmovido por aquel acto de amor.
La mujer que yacía y la que sostenía su mano… ¡eran casi idénticas! Evidentemente eran hermanas gemelas. La pálida delgadez, las ojeras y la nariz afilada que denotan la proximidad a la muerte no lograban borrar la similitud de los rasgos de la enferma con los de la otra, que con una resignación más allá de la tristeza, la arrullaba y le acariciaba dulcemente los dedos. “Debe ser muy triste la muerte de alguien tan cercano”, pensó y el dolor volvió a atenazarle.
Al sentirse observada, la mujer alzó la vista y lo miró profundamente… Tristeza compartida que los hermanó por un instante.
- No te aflijas – le dijo -. La han trasladado a terapia intermedia, está viva y saldrá de este lugar, con algunas cicatrices en el cuerpo y en el alma, pero se repondrá.
- ¡Gracias! – dijo emocionado y, al comprender que su alegría estaba fuera de lugar en aquel sitio, le comentó señalando con la punta de los labios a la paciente – Lo siento mucho, de veras.
- Ella es Nereida - le respondió, mirando a su gemela con una ternura sin límites -, está muy mal, ¿sabes? Dentro de unas horas vienen a desconectar el sistema que la mantiene con vida artificialmente, ya no tiene caso seguir esperando un milagro.
- ¡Qué triste ha de ser para usted! – exclamó, llevándose ambas manos al pecho en gesto involuntario.
- La han abandonado – continuó ella -, todos… menos yo. Demasiado tiempo una junto a la otra para aceptar que ya no seremos una sola. Estaré a su lado hasta que haya concluido, por duro que sea.
- Es usted muy valiente… y la ama mucho.
- ¿Tú también lo crees, verdad? – miró de nuevo a la que parecía dormir – Nadie la ha conocido como yo… Ahora vete, anda, ve en busca de ella y tómale también la mano. Va a regresar, créeme.
Y como si él no estuviera presente, volvió a acariciar la mano inerte y a entonar la suave canción de cuna. Por un momento se sintió regresar a la infancia, cuando su madre le cantaba “duérmete mi niño, duérmete mi amor, duérmete pedazo de mi corazón”… y sus miedos y fantasmas parecían evaporarse.
Abrió la puerta. Una enfermera con aspecto de haber dormido poco se le encaró:
- ¿Es usted familiar de Nereida?
- No, soy amigo de la paciente que estaba en la cama de al lado… Sé que no se permiten visitas, sólo entré a preguntarle a la hermana si sabía algo de ella, ¡tuve tanto miedo cuando vi la cama vacía!
- ¿La hermana de Nereida? – la enfermera parecía más enojada que al principio.
- La gemela, la que está con ella – y señaló a sus espaldas.
- Señor – le dijo ceñuda la enfermera -, vaya a buscar a su paciente en Cuidados Intermedios y no juegue con la desgracia ajena… ¿No sabe que a Nereida la vamos a desconectar porque su familia así lo solicitó… por teléfono? ¿No sabe que en el tiempo que lleva aquí no ha tenido una sola visita?
Sin poder creer lo que escuchaba se volvió y vio de nuevo a la otra, tan semejante y tan llena de energía, arrullando a la moribunda. Miró a la enfermera… era evidente que ella no la veía. No supo qué decir.
La enfermera se arregló la toca y echó a andar, refunfuñando.
- Decir que hay alguien al lado de Nereida - suspiró -… A esta infeliz, ¡hasta su alma la ha abandonado hace tiempo!
Sólo entonces cobraron sentido las palabras “Demasiado tiempo una junto a la otra para aceptar que ya no seremos una sola… Nadie la ha conocido como yo”, la certeza con que le decía que su amiga iba a regresar “con algunas cicatrices en el cuerpo y en el alma”.
Recordó la voz de su abuelita: “En determinados momentos nuestro padre celestial nos envía señales que solo vemos nosotros, no pueden alterar el curso de los acontecimientos, pero nos dejan saber que no estamos solos, que nuestras oraciones están siendo escuchadas, en eso radica el milagro”.
Miró adonde dos figuras idénticas se abrazaban antes de la despedida.
- La han abandonado todos, menos su alma – dijo.
Y comenzó a buscar la habitación donde alguien lo esperaba.
*De Marié Rojas.
-La Habana. Cuba.
Habla Gloria*
En bombacha hace flexiones en la barra (un metro y setenta y siete centímetros de muy buena madera) engrampada en la pared lila. Hoy es viernes feriado nacional y nuestra kinesióloga no trabaja ni concurre al seminario de post-grado. Pudo haber ido a un pic-nic con gente del hospital, en Virreyes. No se suspendía por lluvia y garúa desde el amanecer. Pudo haber presenciado el ensayo de "Los Húsares" en el Centro Dramático Buenos Aires. Hoy es viernes y Ernesto no apareció a las diez de la mañana, feriado el día completo desaprovechándose. Hace flexiones con ímpetu admirable. Nuestra tromba se llama Gloria y desde el martes el zócalo de frente a la puerta del baño, ha quedado salpicado con gotas de su sangre menstrual. ¡Gozó tanto con Ernesto durante las escandalosas cuatro horas en que la sangre parecía no importar!... Había sido desnudada a manotazos, todo convenido, sólo "por las malas". La alfombrita añil también quedó manchada. La primera embestida incluyó a esa alfombra. Fantástico fue cuando él le rescató bucalmente el clítoris con tamaña dulzura. Si no recordaba mal, Ernesto fue el único que tras merodear en la zona en esas condiciones, además se instaló. ¡La pucha! Así le gustaba a Gloria, la ráfaga del Cono Sur. Será por tanta emoción y gratitud que otro "clinch", meduloso y vehemente, culminó con la felatio más exhaustiva de su trayectoria, tolerando con naturalidad aquel precioso semen en su boca. Lo escupió en el inodoro, un par de buches con la pasta dental y retornó a Ernesto. El prometía "redactar un poema que le haga justicia a tus labios". Labios. Todos reparaban en sus labios. Tomaron whisky en la cama (él, con hielo) antes de renovar el frenesí. Ella encima de él acababa como una locomotora, el vapor (de la locomotora) los aureolaba, lo estaba haciendo bolsa al flaco, ¡ay! si se pudiera circular con este pedazo hirviente, con este irredento entre las piernas, así aferradas las tetas, insistentes y malévolas las yemas de bibliotecario hundiéndome los febricitantes pezones, pensaba huija pero no lo exclamaba, y Ernesto sucumbió en la cumbre, aunque siguieron, había con qué, un rato.
Concluye la sesión de flexiones, al tiempo que un largo tema del Gato Barbieri, del que abundan pequeñas láminas y pósters en su bulín, aun en los armaritos de la cocina. Suena el teléfono, baja el volumen del equipo, se arroja al tubo. Oye y especifica:
- Habla Gloria.
Su prima tienta: hay dos tipos bárbaros y a uno de ellos la prima se lo quiere presentar. Gloria se juega por Ernesto, renuncia, se abstiene de conocer hombres nuevos por ahora, que no le enturbien el sortilegio del martes, ya sin menstruación lo aguarda, si no fue a las diez será a las veinte, pero será, será, ella lo sabe, gracias, que los disfrutes y chau.
A todo Gato otra vez, fundas y cubiertas de discos por aquí y por allá y los auriculares sobre un bafle. También Beatles y Rolling Stones y Kiss. And Joe Cocker and James Taylor and Bee Gees. Discos en las estanterías junto a los libros de la profesión, apuntes y agendas de los últimos años y un retrato de Gloria adolescente, óptima potra incabalgada. Tiempos de resaltar las pestañas y pronunciar el escote para fastidio de su papá (atemorizado): toda esta potra, digo, esta hija para mi; digo, no es para mí: es mi hija. Tiempos de vigilar la expansión de las pantorrillas, la tersura del abdomen, la consistencia de los muslos. Tiempos de evaluar apetencias a la salida del Normal, de dejar con las ganas, tiempos de acalorada soledad. Nunca hacía frío en su alma. En otro retrato, Gloria miraría a cámara, inmarcesible, mordisqueándole una oreja a un felino bicolor. Y en otro, en una toma posterior, una Gloria baqueteada durante su tránsito por la facultad: orgías al paso con compañeros o auxiliares de cátedra.
El teléfono, sobre una mesita rodante conseguida en Emaús, al lado de la cama de una plaza, de caña, descuarejingada, con la almohada sin funda, suena.
-Habla Gloria.
... al muchacho supuestamente bárbaro. Y lo cita para el lunes. Cuenta las chinches que en la pared coral sujetan su espléndido vestido bahiano, cual si fuera un tapiz. De su estadía en San Pablo viene memorando con insidiosa frecuencia los dólares que se agenciara sin proponérselo, devenidos de una desleída cogida con un hotelero. Recién en vuelo al norte descubrió en el estuche de cosméticos los billetes que le posibilitaron alquilar automóvil, comer langosta a la Termidor y adquirir alguna pilcha cara. Posponía encarar ese episodio, maremágnum de sensaciones displacenteras al principio, en su análisis.
Al dorso de una tarjeta de su depiladora, asienta con un marcador: "Estoy Lavándome El Pelo". La incrusta en la mirilla de la puerta del departamento. Lava su violenta cabellera con champú de huevo en la pileta del lavadero. Se enjuaga, se seca, y se mira en el espejo circular y estropeado que aprisiona un fierrito sobre la pileta. Retira la tarjeta de la mirilla. La guarda en una cigarrera. Teclea en plena siesta, a doble espacio en papel tamaño oficio y con dos copias, la versión nunca se sabe si definitiva de "La Demanda de Atención Kinésica en un Instituto de Día Geriátrico", que urdiera con Carmelita Pizzurno, terapista ocupacional. La presentarán en el congreso de paramédicos de la ciudad de Córdoba. Irá con Carmela. Ernesto examinará la versión por si hubiera incorrecciones de estilo. Estilo el suyo de mecanógrafa. Mucha Pitman y Academias Orbe, pero ataca el maquinón con fogosidad digna de causas menos preciosistas. La Underwood negra salió a prueba de Glorias desmañadas. El escritorio en el que está, herencia de un abuelo abogado y ex-senador, ya temblequea.
Rodolfo Mederos se desgrana desde un casette que Gloria grabara en vivo, cuando ella llama a casa de Ernesto:
-Habla Gloria.
Atiende el amigo de Ernesto, a quien ella conociera también el martes. No había llegado, le dice; él creía que Ernesto estaría con ella. Escueto y amable.
Manduca en la cocina un racimo exuberante de uvas rosadas: una mordida y glup, una mordida y glup. Efectúa insignificantes enmiendas en el trabajo de investigación. Larguito. Y no meramente descriptivo. Ernesto se olvidó los Parisiennes. Enciende con el Magiclic una hornalla y con la hornalla un cigarrillo. De la mesa de luz extrae el pote (dado vuelta) de quitaesmalte Miss Blue, el quitacutículas, dos limas y un neceser de plástico rosa Dior. Introduce el meñique de la mano izquierda en la abertura de la inflamable esponjita y gira el pote. Y así con los siguientes nueve largos dedos. Lava sus manos con agua fría y sin jabón. Se seca. Empuja las cutículas con el aplicador del quitacutículas y las recorta con el alicate. Da forma a las uñas con la lima de acero y luego con la de esmeril, y además, suprime los rebordes. Se lava ahora las manos con agua tibia y jabón La Toja. Esmalta sus uñas, agita las manos y sopla.
Abraza a la almohada, transversal en el lecho, durante media hora se permite el desfile de buenos mozos y ... ¿ qué hace en la pasarela el amigo de Ernesto? Errabunda, considera: La ranura del pote me mambea, me deja... ¿ así serán las de las muñecas inflables?... Y luego: No lavé los corpiños, ni el toallón, ni el vaquero, ni cosí la blusa. Y hasta yo me doy cuenta de que el placard está hecho un quilombo. Ernesto no llama. Ya me veo a la medianoche: lavar, coser, ordenar y meta sublimar. Y se nos queda dormida la que sueña con teléfonos tornasoles afirmados al cielorraso:
-Habla Gloria.
Susurra: -Habla Gloria.
Canturrea: -Habla Gloriaaa....
Grita: -¡Habla Gloria!
Ni aunque vocifere. Verdes ojos abiertos. Ha ido demasiado lejos. Transida saca, saca, saca pullóveres, camisolas, medias, pañuelos de seda, saca del placard bolsas de celofán, remeras, un mantón de Manila, cinturones, cuatro polleras y dos túnicas saca y apila, perchas, carteras en el piso, y la dormidera se va, se va, viene lo tangible, con humor ya que no con pasión, música, falta música.
Percibe la inefabilidad melodiosa del timbre del departamento, oprimido varias veces: Gloria se entera de que Ernesto llegó. Abre la puerta, ríen y se le cuelga haciendo pinzas con las piernas. Festeja, besándolo. El patea la puerta, la cierra y traslada a Gloria, la pasea, la acaricia, la zarandea. Todo es confuso y divertido y ella no inquiere ni reprocha. Son las veinte.
*De Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar
Los cuentos de Rita*
Cuadernos y Palabras nº 10
*De RITA BONFANTI.
TRAGEDIA FELIZ
“Dicen que los abuelos recordamos fielmente nuestra niñez, pero olvidamos las hornallas encendidas y
las llaves del cancel”.
La niña de la casa tenía cuatro años y era muy querida, la más mimada de la familia.
La mujer era su cuidadora por las mañanas, porque papá y mamá trabajaban y los hermanos estaban en la escuela. Jugaba sola inventando historias o acompañaba a la mujer en la limpieza, frotando con un trapito de lana las sillas y repisas bajas. Hablaban poco, casi nada. Esto había pasado por años. Un día, quizás de los llamados de “ruleta rusa”, la niña ve una cuchilla feroz avanzando esgrimida por la mujer que hablaba muy fuerte.
La pequeña salta despavorida y corre, corre y corre del patio a la terraza, de arriba a abajo como un torbellino, al interior de la casa por las escaleras de la sala y la de afuera. Así muchas, muchas
y muchas vueltas; sube y baja y sube y baja. Siempre, detrás, la cuchilla de picar carne y Robustiana embravecida. La niña escapa gritando y manoteando con sus bracitos en alto al cruzar la terraza; mira las casas vecinas porque, quizás, alguien se dará cuenta del peligro que corre.
En esa vorágine interminable, flaqueándole sus piernas, escucha una voz:
_ ¡Entren, es ella! Dos hombres de guardapolvos blancos con una cuerda flotando al aire persiguen a la mujer enloquecida.
La niña se desploma en el abrazo nervioso de su padre.
¿Qué fue de Robustiana?
Diagnóstico: Demencia por Diabetes y sanó.
¿Y la niña?
Sigue rindiendo culto a su ángel protector y hoy les narra sus cuentos.
EL PATRONCITO
Ña Rosa era curandera. Ducha pal “empacho”. Te hacía acostar, te bajaba el calzón, te pasaba la mano por la espalda y llegando a la última parte “te tiraba el cuerito” y escuchabas “ái se quebró”.
Otras veces decía “no se quiere quebrar”, preparaba un emplasto y te lo ponía sobre la barriga. Después rezaba un Dios te Salve María y al terminar decía “tenís que hacer una promesa”
- ¿Cuál?
- Visitar la Virgen de Itatí entrando de “rodiya”, pero pronto, porque se enoja si no le pagá enseguida y tenís que prenderle una vela y hacerte la Cruz con los dedo y el agua bendita que te dá el padrecito.
Casi siempre era un “milagro” que se salvaran los “cunumí”.
Ña Rosa vivía cerca “d´el” estero donde estaba “escuendido” su viejo marido, por una deuda con la “polesía”. Ni ella sabía por qué estaba prófugo.
Fuerte y dura, criaba dos nietos ya grandes. Ramonita llena de mañas pero modosita y Liendre, aprendiz de pescador bastante “pachorriento”.
- Ramonita, ya es hora de tener tu “pior es nada” sinó te vay a quedar “pa vestir santo”.
- No agüela. Usté no la vide, anda por “ái” con el milico ese, prendido a su enagua como la garrapata al perro lanudo - contestó Liendre
- ¡Agüela! No le haiga escucha, habla al pe... el milico es más guaso “que no se qué”. Ayer oscurito ¡me quiso faltar! gritó Ramonita.
- ¿Y qué?... Ya es hora “dei” tener marido.
- ¡Pero a mí no me gusta! Yo “lei” eché l´ojo al hijo del patrón.
¡D´el quiero tener un cunumí!..
Muchos habían naufragado en la profundidad de sus ojos, pero ella era muy “esigente” con los candidato. Sólo al “patroncito” le aceptó los juegos. A los otros los “sacaba carpiendo”.
- No se “haiga mala sangre” agüela. “Pa vestir santo” - no me voi a quedar. Si no me junto con el “patroncito”, me voy al rancho del milico o de algún “pión” - dice mientras sigue ensillando el mate en una calabacita. Bien cebado debía tener buena espuma.
Mientras, atizaba la leña del brasero esperando escuchar el silbido de la pava.
- M´ija, abrí la puerta pa que dentre la lu!... y… ¿te jue bien con el patroncito?
- ¡Y de nó! Me regaló una “ponchada de biyete” endipué que no apretamo en el pasto “a la que te criaste nomá”.
- Mirá m´ija, el patroncito es muy “léido” y rico y dejuro que no se vai a casar con vó.
- No importa mama, a mí me quedará un cunumí “d´el”. Dispué si no me junto con el milico, será con uno de la pionada.
La vieja se quedó por largo rato vichando el camino.
Hace días no se tienen noticias del patroncito. Y comenzó su búsqueda.
Los baquianos lo encontraron “achurao”. La sospecha del Comisario cayó en el milico, un peón de la Estancia y un viejo, que ha desaparecido de su rancho.
Hasta hoy no se encontró el asesino.
La modosita se juntó con el milico.
- M´ija é el mejor partido pa vó - le dijo Ña Rosa.
- Tá bien agüela, aunque me gusta poco porque siempre está hediendo fiero con la calor. ¡El patroncito sí q´ era limpito! se bañaba tupido y “olía Agua de Colonia”.
LA LUJ MALA
Recuerdos de Naré.
Estancia Los Paraísos
Dame unos segundos, le dije a mi nieta, para hilvanar la memoria y te contaré este recuerdo. El Capataz de la Estancia conducía la chata; atrás iban las señoritas de Los Paraísos y nosotras, mi hermana Beba y yo. Cuidando las riendas y el látigo, el hombre continuaba hablando todo el camino en una oscuridad densa; creo que la luna era menguante.
- Ese puestero no sabe lo que dice “habla por hablar”- dijo el Capataz. En este lugar, pudo haber cáido el dijunto Lisandro.
Seguramente Tata Dios no lo perdonó. Por eso no termina de dirse y queda su osamenta quemándose. Hizo de la suya, pero yo no creo en la luj mala.
Liandro no juè tan malo, pero Dios no perdona. Era mi compadre.
Apadrinó a mi gurisa, la menor. Tenía debilidad por el vino, un vicio que le dicen. Pero el no era culpable. Su mama le supo poner vino en la mamadera pa` dormirlo una noche que estaba muy yorón y la había sacao e la casiya. Así corrían las menta.
Más grandecito se tomaba de un saque los fondo de caña y otra bebida que dejaban los parroquiano del bolicho. Era pioncito pa` andar entre las mesa, retirar los resto y llevarse los vaso pa`lavarlo, pero... se mamaba. Y así siguió y de mozo era un borracho, pero no un matrero.
Seguimos un trecho en silencio, hasta que una vocecita dijo:
- ¿Es de verdad la luz mala?
- Mire niña, yo no sé bien qué e`, porque yo no soy léido. Algunos dicen que los cuatrero achuran la vaquilla y los ternero que afanan y la sangre nunca termina de quemarse.
Recordé que mi maestra, la señorita Victorina, había enseñado que los huesos tenían fósforo e imaginé que por eso ardían. Pero no sabía si la sangre tenía fósforo, entonces si no tenía... ¿Por qué ardía? También pensé que las vacas son tan estúpidas porque no tienen fósforo en la sangre ¿Será que el fósforo nos da a nosotros la inteligencia? Por eso mi Doctor Garcilazo le había dicho a mamá que me diera “Fosfina”, porque ella me notaba muchas veces “en Babia” y además, agregaba que me pasaba el día leyendo, estudiando y estaba tan flaquita. Me parece tener a mi madre conversando con el Doctor. “Déle algo por favor, para que no gaste toda la energía del cerebro y se quede así, tan chupadita, que da lástima”.
¿Qué tendría la sangre de las vacas? ¿Qué sería lo que ardía?
¿No sería “gualicho”? como me decía Robustiana, la criada, cuando charlábamos mientras ella picaba cebolla a puro cuchilla y chaira.
Recordaba ésto en el largo trayecto que recorría la chata con las señoritas, que habían ido a bailar al pueblo. El miedo era grande, no hablábamos entre nosotras y solo el Capataz irrumpía de vez en cuando.
- Dicen los paisano que a veces la luj mala sale del arroyito y por eso naide pasa por ái de noche, porque sale del agua y los corre.
Un hombre léido que anduvo por estos pago, dijo que es algo así como forecencia por los animale o cristiano muerto que se descomponen.
Pa` nojotro son alma de finao sea cristiano o animal.
A veces, los que regresan del bolicho achispao, ven la “doble luj mala”.
Pensé que serían almas mellizas. El capataz siguió hablando:
-Alguno del cagaso se disgracian y llegan jediendo fiero a la querencia.
Otro, por correr se caen hasta encima de las tuna y llegan todo espinao. Alguno disparan pa` cualquier lao y al otro día, fresco, amanecen en otro poblao más pal` norte o más pal` sur y si la corrida jue muy entrancao y lo persigue la luj mala, se quedan áhi nomá pa` siempre, porque del susto se le borra la mimoria y no saben nada de su vida de ahí pa` atrá. Es como si esa luj jodida le oscurece el seso pa` siempre. ¿Uste me dira entonce, que luj mala hay miyone porque sinseso que le dicen “opa” o que
se hacen los opa, hay mucho en el pueblo?
En medio de este monólogo yo pensaba. - ¿Para qué ponen kilómetros de cables cruzando los campos de pueblo a pueblo si las luces malas iluminan sin gasto? ¿Habrá luces buenas que nunca corren a los paisanos buenos y luces malas que persiguen a los taimados? ¿Dios es capaz de hacer las luces malas? Le pregunté al Capataz.
- No niña son cosa e` mandinga que anda abajo, en los pago donde estamo los hijos de p... digo, los torcido, malandra y los cuatrero, que son mucho, porque güenos hay poco y cada vez meno.
Al final del recorrido nos esperaban en La Estancia. Al otro día cuando desayunábamos en la gran cocina, me puse a escribir la historia de la “luz mala” y se la leí a las chicas; pero el Capataz
que andaba entre nosotras se acercó y dijo:
- Güeno niña, deme la papeleta que le vua` a firmá, es lo único que sé, poner mi nombre Rito Juárez, pa` que sepan que yo soy autor de su cuento, porque usté solamente lo escribió porque yo no sé escribir.
Por muchos sábados las chicas dejaron de ir al baile del pueblo.
No salíamos de noche. Ponían la vitrola y bailábamos en la Estancia entre nosotras o con los muchachos, si no salían. Había discos de D`arienzo y de Canaro medios rayados, pero así y todo, era mejor que andar de noche por el campo perseguidos por la “luz mala”.
EL ESCARABAJO
Habían vivido siempre
juntos hasta ese amanecer.
Se irguió en la cama; tuvo arcadas, vomitó sangre y dió manotazos.
Médico y ambulancia llegaron rápido. En el trayecto falleció y un gran misterio rodeó su muerte. ¿Por qué y de qué? La autopsia demoró. Las conclusiones... “todo normal”, sólo una advertencia:
“se encontró un escarabajo entre las heces”.
¿Cómo entró a su cuerpo? Siguió el misterio.
A él lo detuvieron por sospechoso. A Baldomero, el marido, que declaró todo lo que recordaba y entre sollozos contó que llevaban juntos “toda una Vida” y que se habían enamorado bailando ese bolero. Que la amaba como el primer día.
Siguiendo su declaración, no olvidó decir que ella le pidió esa noche que dejara en la mesa de luz un vaso con agua que siempre bebía a la madrugada.
La sospecha siguió recayendo en él.
Las vecinas pensaron que había embrujado el agua; la química reveló que no había tóxico; tampoco se encontraron metabolitos de veneno en la sangre ni en la vejiga, sólo el insecto en las heces.
El Juez tuvo una leve sospecha sobre el escarabajo. Pero no hay legislación para reglamentar cárcel para coleópteros.
Mientras tanto Baldomero estudia abogacía y el vecindario lo mira con recelo. El escarabajo flota en formol.
LA ESTAFA
Su asombro la consternaba. La decisión estaba tomada. Esperaba la mañana con ansiedad. Se lo diría a su abogado.
Su cerebro maquinaba vertiginoso; imágenes y gestos se mezclaban.
Desde ese momento no comprendía a su marido. No podía creer lo que había visto y recapitulaba sin cesar, confundida entre las conclusiones.
Él había llegado pasada la medianoche. Ella encendió la luz del velador al sentir el ronroneo de la llave y el chirrido del la puerta cancel.
- ¿Sos vos querido?
- Sí, vengo muerto de cansancio. Hoy fue una jornada muy larga, el Patrón estaba insaciable. Pidió rendiciones y ordenó disposiciones para mañana sin parar. Me doy un baño y me duermo.
¡Mañana será otro día!
Hacía tiempo que él no se arrimaba a darle un beso o sentarse a su lado. Muchas noches pensó que era por el cansancio laboral.
Ahora se le mezclaban los hechos anteriores.
Le preguntó si quería cenar algo; ella se levantaría a servirle un rico arrollado que tenía listo.
Él contestó que no tenía hambre y se empezó a desvestir fatigosamente. Terminó de bajar su pantalón y se encaminó al cuarto de baño.
Quedó estupefacta, su marido calzaba el culote de yersey blanco con puntillas que hacía tiempo le faltaba. Había ordenado su lado del placard y no estaba. Otras veces le habían faltado otras
prendas, un soutient rosado, las calzas de malla negra era lo más reciente. Había pensado en Rosaura su doméstica, a la que había preguntado si las había visto y ella dijo que no.
Pero lo que vio le abrió los ojos y el cerebro. Reteniendo la imagen del trasero de su cónyuge, quedó agarrotada.
Pensó que Rosaura sería amante de su marido y para que reaccionara le había dado esa prenda para que se la pusiera y su mujer se enterara. La otra hipótesis la paralizó de pies a cabeza.
Había sido estafada y no estaba casada con un hombre. ¿Su cónyuge tendría doble personalidad? Quedó muda.
Él regresó envuelto en la salida de baño rosada, se acostó a su lado y dijo: -Hasta mañana, sigo muy cansado!
Ana mordió sus labios para no gritar.
La estafa le martillaba la cabeza. Mañana, plantearía su divorcio.
ABUELA GORDA
Había una vez una anciana en condición física deplorable, con muchos quilogramos demás que decidió comprarse una bicicleta y comenzar con el pedaleo para recuperar su antigua silueta.
Mientras curioseaba en un negocio de “ofertas de contado” se le acercó un joven empleado.
- ¿Qué le podría recomendar a una vieja gorda con un trasero enorme que hace cincuenta años no ha montado una bicicleta?
El joven sin parpadear y esbozando una sonrisa, le contestó:
- Bueno... tráigamela usted y veremos que podemos hacer por ella.
Por supuesto, el excelente empleado logró la venta.
EL MISTERIO DEL ABANICO
“Procura ser como el
Sándalo que perfuma
el hacha que lo hiere”.
Pensamiento Hindú
La dama lucía su abanico con gracia y sensualidad. Era un recuerdo de su abuela. Se lo había regalado al cumplir quince años diciéndole “te traerá suerte como a mí. Los varones se rendirán a tus pies. Elegirás un amor y en la intimidad encenderá la pasión. Serás felíz. Cuando sientas el paso de los años casi al
final de este camino, deberás obsequiárselo a una nieta como Talismán de la dicha”.
La dama y su abanico, despertaban amor en las veladas del verano santafesino. Las impregnaba de un aroma de paz y dulzura.
A ellos, los embriagaba junto a su piel. Después de años de felicidad matrimonial se quedó sola y nunca dejó de abanicarse y soñar. Su ráfaga de aire fresco tenía un aroma misterioso. Recordaba su amor y volaba a las nubes para estrecharlo. Muchos veranos calurosos pensó en el misterio de su abanico. Se acercaba el día de regalárselo a su nieta, con el enigma revelado o silenciado. Pero no podía morir con su payé. Sabía que olía especial.
Decidió visitar al Anticuario de fama ¿Cuál era el secreto?
Él no pudo resistirse y le pidió matrimonio.
Debajo de su almohada aún está el abanico cada noche. El Anticuario guardó el secreto: “Cuando ya no esté querida mía, en el cajón de mi mesa de luz en sobre lacrado, encontrarás el misterio del abanico”.
Una noche, ya sola, la anciana rasgó el sobre y la nota decía:
“Mi amor, el abanico de tu abuela es de Sándalo de la India y allí está el misterio de tu seducción. Su madera tiene efectos sensual y relajante, aromatiza la piel y libera la mente”.
¿CAZADORES?
Varios amigos decidieron salir de cacería un fin de semana invernal. Cada uno se proveyó de la utilería: botas, medias de lana, guantes, saco de cuero, pantalón impermeabilizado, rifle, escopeta y otras menudencias, carpa y bolsa de dormir.
Dispuestos a pasarla bien, no olvidaron una buena provisión de botellas de vino tinto, ginebra, whisky y alguna que otra agua mineral.
Unos días antes, habían promocionado en el vecindario sus grandes dotes de cazadores.
Después de los dos días de cacería, al preparar nuevamente los bártulos para el regreso, se dieron cuenta de que pasarían tamaña vergüenza, porque no traían ninguna presa.
No salían de su asombro ¿Cómo les había fallado la puntería?
Resolvieron el honor pasando por el Mercado y adquirieron una buena cantidad de patos y otras aves...
La resaca de tremendo fin de semana de jolgorio, sin traer ninguna botella de vuelta, no les permitió darse cuenta de que “las aves adquiridas no eran silvestres”.
Rita Bonfanti
Rita Gladys Bonfanti, Santotomesina, hija de inmigrantes italianos vinculados industrial y socialmente con la Argentina, aprendiz de escritora desde siempre, poeta, narradora, autodidacta.
Concurrió a talleres literarios, generadora de cultura. Apasionada por las artes y la literatura, cultiva su intelecto cada día y pone su amor en cada obra que realiza. Lo que sus manos tocan, lo transforman.
En su larga trayectoria ha efectuado publicaciones en el Diario El Litoral y en Periódicos locales. Incursiona en audiciones radiales y participaciones en Escuelas con actividades culturales.
Egresada de la U.N.L. como Químico Analista Industrial y Bromatológico. Ex Docente de Nivel Medio, Terciario y Universitario.
Guía de Turismo. Prof. de Italiano y Danzas Nativas. Mediadora.
Primer Mujer Concejal en la ciudad de Santo Tomé (1973-76).
Fundadora y Directora del Mini Salón de la Mujer Casa de las Culturas, entidad sin fines de lucro, abierta a la comunidad. Pequeña Galería de Arte. Declarado de Interés Municipal por el
H.C.M. de Santo Tomé el 23 de Octubre de 2.001.
Premios a La Excelencia: En 1996; Por Abnegada Tarea; 2.004, al Mini Salón de la Mujer; 2006, por Excelencia Humana.
Declarado de interés provincial (Cámara de Diputados de la Pcia. de Santa Fe) 13/05/10
Ciudadana Ilustre H.C.M. Santo. Tomé.
En Bariloche concurre desde hace 9 años al Grupo de Lectura "POENAUTAS CONJURADOS".
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