*Dibujo: Ray Respall Rojas.
La Habana. Cuba.
Perdido*
Perdido
en los laberintos de la niebla,
sueño,
y todas las cabezas
se me esfuman
al intentar acariciarlas.
Desaparecen, sí,
y todo lo que queda
es el roce insinuado,
el labio arrebatado,
el enorme vacío
tan sólo quebrantado
por esa llama,
por esa llaga,
por ese olvido adivinado,
por el cuchillo ensangrentado
de recuerdos
de recuerdos
de recuerdos
De El rostro prohibido
*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
http://sergioborao2011.blogspot.com/
EN LOS LABERINTOS DE LA NIEBLA...
HOMBRES SOLOS*
*De JORGE ISAÍAS. jisaias46@yahoo.com.ar
La casa todavía existe, aunque está reformada. Allí funcionó durante mi infancia el local del Sindicato de Obreros Rurales y pertenecía, como hoy, a la familia Correa.
En aquel tiempo estaba pintada de un rojo pálido, o era tal vez el color desvaído que le habían producido las lluvias y los soles sucesivos y el tiempo que impiadosamente la había castigado, porque justamente esta es una condición que lleva implícitamente su paso indiferente sobre las personas y las cosas.
La casa está frente a la cancha de futbol y la pileta del Club, que en ese tiempo no existía, pero sí hubo una cancha de paleta donde trasegamos parte de aquella infancia despreocupada. A la casa se le había tirado una pared para dejar una habitación grande que se usaba para las asambleas que solían ser tumultuosas. Como el agua de las instalaciones deportivas (también recuerdo dos canchas de tenis) no era apta para tomar, cruzábamos la calle a cada rato ya que el aljibe del Sindicato era nuestra más preciado elixir que mitigaba nuestro cansancio tras perseguir horas una pelota Nº 5, de cuero que me prestaba el canchero, o don Atilio Valvazón o don Toribio Aguirre, pudo ser algún otro que se tragó el olvido.
No era raro que fuéramos testigos involuntarios de aquellas sesiones que escapaba a nuestro precario entendimiento de entonces, pero nuestra percepción no escapaba que los temas que se trataban era muy importantes a juzgar por la pasión que ponían los oradores. Hubo dos que recuerdo dueños de una fascinante oratoria: un santiagueño, don Marcos Díaz, comunista, siempre con un diario (periódico, precisaba él) debajo del sobaco, o un libro, cosa muy insólita para nuestros ojos. El otro era nuestro amigo, don Ramón Fernández, anarquista, a quien llamaban “El oriental”, porque era de la zona de Canelones, Uruguay.
El primero venía de la cosecha de manzana en Río Negro y aprovechaba para hacer algo de cosecha gruesa en el pueblo. Don Ramón era nutriero, y andaba siempre en un carro con un par de caballos mansos y algunos perros fieles. Ambos transitoriamente paraban en las habitaciones que la casa tenía en el fondo, detrás de ese aljibe con su balde de cinc y su jarrito de aluminio en el brocal. En esas habitaciones también vivió Justito Pezzino con su padre, apenas fallecida su mamá.
Todos los obreros rurales de entonces estaban sindicalizados porque aprovechaban las leyes sociales del primer peronismo, que incluía el “Estatuto del Peón Rural”, por lo cual venían de otros lugares y tenían el trabajo asegurado porque no entraba ninguna mercadería al pueblo sin que los camioneros dejaran de solicitar brazos para la descarga al Sindicato, lo mismo pasaba con las cosechas que debían obligatoriamente ocupar hombres en las tareas de recolección si fuera el maíz, o trilla si de trigo se tratara.
Todos los obreros rurales que vivían con sus familias en el pueblo tenían el pan asegurado, pero había muchos hombres solos, que venían de otra parte y picaban mi curiosidad. Los casos de don Marcos y don Ramón eran evidentes porque eran dos militantes notorios, ¿pero y los otros?
El vasco Echarre, don Cirilo Godoy, los hermanos Corvalán, Ponciano Neyra, Salustiano Mesa, Sandalio Pizarro, don Ataliva Galván. ¿De qué lugares remotos de la patria serían? En todo caso ¿por qué elegían mi pueblo donde casi todos dejaban también sus huesos sin que nadie los reclamara?
Cuando alguno de estos hombres moría, era velado en esa sala amplia, la de las asambleas, donde había un par de mesas grandes de roble oscuro y unos bancos largos y dos grandes retratos enmarcados con vidrio miraban al distraído como llamándolo: las caras graves de Sacco y de Vanzetti.
-Dos mártires obreros, me dijo mi padre apenas le hube preguntado por ellos.
A esos velorios mi madre, a quien las convenciones de la época prohibían asistir a un lugar exclusivo de hombres, me mandaba con un ramo de flores que yo depositaba al pie del féretro. Ese ramo –aún recuerdo y aún su perfume me persigue- era de retamas furiosamente amarillas.
Cuando aquel caballo mató en una cuadrera infausta al “Pulga” Corvalán quien se metió borracho en la pista, allí fui con mi ramo. Porque el “Pulga” era vecino y amigo de los niños.
Llegué antes que el cajón y estaba, sin zapatos sobre la mesa larga, la cabeza vendada.
Cuando volvía hacia mi casa –menos de tres cuadras- mi madre mateaba con doña Luis Aimetti, su amiga de grandes ojos celestes asombrados.
Busqué una silla, me senté a su lado e incliné mi cabeza en su falda.
Yo estaba triste aunque en la calle las abejas se comieran todo el aire perfumado de noviembre.
En retiro*
Yo también, cuando no usaba arrugas, tenía admiradores que me hacían temblar las rodillas. Que mantenía unidas, honesta, fiel y aburrida.
Hoy ya los hombres no se dan cuenta si llevo sobre la cabeza un gato muerto, porque ni me miran. Yo si los miro, miro como se le van los ojos detrás de esas ninfas hermosas y descaradas que muestran lo necesario para infartarlos.
Miro desde mi balcón de abuela, ya en retiro obligatorio, los cambios en las relaciones hombre-mujer. Que pese al paso de los siglos en su base sigue igual. Se buscan, se necesitan, se rechazan, se complementan.
Tienen hoy todas las libertades y todas las diferencias que, por suerte, todavía se conservan, quizás hoy escondidas pero que afloran al primer silbato de alarma.
Desde mi cómodo sillón mirador los observo y sonrío. Luchan, trabajan, se enojan, pelean, aman, se frustran.
En síntesis, viven como siempre vivían, con otro maquillaje pero con el mismo rostro.
*De Elsa Hufschmid. elsifumi@yahoo.com.ar
La primavera en ruinas*
*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
Ruinas quedan de aquello que fuera el bar "La Primavera", de don Atilio Valvazón. Ladrillos comidos por un tiempo implacable, sordo, que desentona los recuerdos más antiguos y esconde a los más jóvenes las albricias de otra edad.
Allí en ese caserón que supo ser del tío Hugo Cechi, ese viejecito menudo de grandes bigotes amarillos en cascada sobre los labios, de bastón tosco, de andar cansino, que siempre veré en mi memoria caminando bajo sombras propicias del Veredón Alto, allí solían armarse las prestigiosas guitarreadas de toda la redonda.
El bar "La Primavera" -huelga decirlo- nunca fue apto para niños y mujeres.
Allí la soledad de muchos hombres encontraba el traidor sosiego de una caña, de una buena grapa, una ginebra recoltosa.
Recuerdo -creo recordar- los brillantes momentos del bar de don Atilio, cuando era visitado por "cantores", que no eran otros que los últimos payadores pampeanos.
De sombreros oscuros, como el traje y que venían en el último ómnibus de la tarde, de aquellos destartalado que hacían el trayecto Rosario - Corral de Bustos y viceversa.
Habían cubierto muchos kilómetros de polvorientos caminos y saltaban, al llegar, directamente sobre la alta vereda de ladrillos, en la mismísima puerta del bar.
Demás está decir que nunca pudimos oír como se debe esos duelos populares inscriptos en la más antigua prosapia tan cara al criollaje. Algunos de nosotros -los más atrevidos desafiantes del cachetón o la paliza- espiábamos con furtiva fruición, desde la ventana de altas rejas el rasgueo entusiasta de las guitarras, entreviendo esas mantas de vicuña o el poncho sobre uno de los hombros, el traje azul inevitable, el pañuelo "gardel", la alpargata floreada o el zapato de puntas bien lustradas.
En ocasiones algunos vestían a la usanza gaucha: bombachas, corralera o saco del mismo género, la rastra ametrallada de monedas antiguas, la bota lustrada y la guitarra con su infaltable cinta celeste y blanca, no faltaba quien colocara una calcomanía de Evita o Carlos Gardel a esa madera manoseada por madrugadas y milongas.
Al final, supeditado siempre a la generosidad de los flacos bolsillos de los espectadores, pasaban el sombrero con una humildad altiva, de artistas, como si de esa espontaneidad del parroquiano no dependiera su subsistencia. Era su única paga, amén de algún vaso de tinto espeso para refrescar esas
gargantas cansadas, que iba de riguroso convite.
Todo aquello, como tantas otras cosas, murió en mi pueblo.
Pero hoy he pasado por esa vereda que es la misma, ya sin aquellos viejos árboles, y una mano de acero se me asentó en el recuerdo. El techo derruido, los pisos de madera carcomidos, el óxido de tantos años ha ido pulverizando la mayor parte de los ladrillos.
El tío Hugo ha muerto. No sé quién es el propietario actual y don Atilio Valvazó, de ademán lento, de boina pelusienta, de toscanito apagado entre los labios, es sólo un recuerdo para algunos.
El veredón, aquel viejo orgullo de niños y de novias, ya no existe. El pueblo tiene ahora luces de mercurio, asfalto, algún horrible snack-bar y muchos autos último modelo, tal vez por la euforia sojera de unos años atrás.
Cuando me paré un instante en esta esquina, con mis hijas y mis años, creí escuchar por un momento el rasguido cadencioso de una guitarra, pero es seguramente la engañosa memoria, como siempre, la que se empecina tanto como ese montón de ladrillos quebrados en hacerle frente a la infamia de los años
muertos.
LOS MUCHACHOS DE MI BARRIO*
“Los muchachos juegan con sus patinetas / en la plaza/a ser norteamericanos y a tener motores en los pies…”
ULISES MORA ORTIZ; POETA CHILENO.
Los muchachos de mi barrio no van a la Escuela.
No trabajan. No son uno más.
No serán de bolsillos rotos, como sus padres.
Los muchachos de mi barrio son altivos, desafiantes.
Como una cruz, un puñal, un billete verde.
Los muchachos de mi barrio son ingenuos, como una escarapela.
Un paraguas, una nave, una bandera.
Los muchachos, juegan en la plaza de mi barrio a ser Nº 10.
Alan lleva una vincha Jamaiquina.
Alexis trae un águila en sus pies.
Bryan; en su camiseta hay una mano y una leyenda: Fuck you.
En el pecho de Jonathan , hay un "Che" tatuado.
Cuando cae la noche un color pegamento, les roba la infancia.
La vida se les va, gol a gol.
Los muchachos de mi barrio, no son 11, son 12.
Yo, soy el Nº 13.
*De Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar
La voz de Ray*
La voz de Ray Bradbury resuena como eco lejano.
La secretaria recrea y ordena sus archivos de textos mientras deja sonidos para que caigan en el aire y se pierdan en la nada. Algunas frases llegan a mis oídos atravesando varios metros y esa puerta cerrada que comunica su oficina con la mía.
La voz de Ray como recuerdo difuso que aparece en mi memoria, ¿Será un cuento de "El país de octubre”?
No estoy seguro. Mi mirada busca por un momento las calles. El ventanal comunica directamente con una enorme avenida por la que circulan vehículos con sus respectivas bestias clónicas de tiro.
No esta demás aclarar que en este mundo ya no hay combustible fósil, ni sólido ni líquido.
La ciencia logro recrear genéticamente enormes bestias de tiro. Para construir el aspecto exterior y propiedades se ha recurrido a dinosaurios, y a la mitología griega. Cada uno de ellos se ha constituido en marca registrada y logo de los grandes monopolios de la industria clónica. Los dinosaurios de mayor porte son utilizados por empresas parar tirar trenes y transportes colectivos. Minotauros para tirar coches individuales. Los Coelophysis conectan el sur y el norte de la ciudad sólo en horario de resplandor diurno.
La ciencia de la bioenergía clónica hizo posible estas bestias de tiro modificadas genéticamente para consumir solo el hidrogeno que extraen y separan del aire o el agua con sus propios organismos, filtrando el aire viciado con sus branquias y produciendo el oxigeno vital para nuestra especie mientras ellos se alimentan y beben de vientos huracanados, lluvias y mares.
El más grande Dinosaurio clónico disponible fue rebautizado como "Dueño del viento" por los habitantes de esta ciudad que producen poesía como principal ocupación globalmente reconocida.
Todos estos hallazgos se iniciaron hace muchos muchos años, cuando el Oil llegó a cotizarse a 6499 petroros por barril, entonces la bioenergía comenzó a ser económicamente viable. El costo de las guerras de ocupación por los recursos naturales se hizo imposible. Esos aviones que recuerdan a sus F18 de última generación no tenían suficiente combustible y el costo de operarlos empezó a ser superior a la riqueza posible de obtener con guerras de aniquilamiento y colonización.
Atrás pasaron todas las guerras imaginables o no.
La de los bosques y la amazonía.
La de los hielos y el agua.
La conquista del fondo del mar
La exploración de la energía dormida en el centro de la Verne Terrae.
El cielo del ocaso esta definitivamente obscuro. Cielos grises y huracanados preceden a noches donde sólo brillan los televisores que han sido arrojados encendidos a calles que no conducen a ninguna parte. Después de la hora del toque de queda lumínico para huir de las penumbras hay que buscar esos focos de fuego. Esos enormes tambores que antes llevaban combustible fósil y en los que ahora -al remoto modo haitiano de supervivencia- ellos, Less Than Human queman rezagos de papel, ramas secas, cenizas de fuegos del ayer.
*De Urbano Powell. urbanopowell@yahoo.com.ar
*
Su mayor defecto
Se escondía en su delirio
Su mejor virtud era su insensatez
La apariencia de estar siempre dispuesto
Socorrían en la ambivalencia
Nadie sabía de él
El misterio de sus palabras diáfanas
Pulían su ilustración
Su realidad no practicaba una religión
Solo el soportaba su verdad.-
*De Azul. azulaki@hotmail.com
Correo:
La Argentina es Sueño*
Como una tragicomedia, nuestro País recorre los espacios de una caverna a tientas. Muy a ciegas. La risa nos invade cuando los ciclos de pesadilla se repiten cual si jamás pudiéramos avanzar hacia la luz.
Quizá, esa forma de invasión de la pluma de Moliere sobre la de Calderón de la Barca, nos ha plagado constantemente de Tartufos remixados. Siempre simpáticos, carismáticos y reflexivos. Tanto, que ni muertos o en coma desaparecen sus figuras mentirosas de las páginas de los diarios, del sonido de la radio o la voracidad de la TV. Periodista, empresario, político o charlatán puede ser disfraz tartufiano y no identificarlo es cosa de tontos o borregos.
No importa el ahora o el gobierno. El camino da vueltas.
Hoy el dólar y el campo, antes los farmaceúticos o el petróleo. Los muertos cobran otras formas, ya no fusilados en un basural o en el frente de sus fábricas, sino con la sutil receta desde las altas casas de estudios norteñas, en las que las personas fallecen de causas normales como la desnutrición, la angustia del no trabajo, la depresión del pequeño comercio o taller que no funciona o el infarto o ACV por un pan que nunca llega o un dinero que les es robado por el Estado o la Banca.
La caverna oscura solo refleja las muertes apolíticas. Esas que ni un incendio estúpido o un freno sin aire jamás debiera haber robado la vida. Las otras muertes quedan ocultas y solo el ido y algunos deudos alcanzan a saber que la culpa es de algún momento del País.
Quizá la caverna de Calderón de la Barca era lineal. Un destino. La luz estará sí o sí al frente. ¿Pero cómo encontrar ese frente si cada vez damos más vueltas en la oscuridad?.
Un peón, un capataz, un jefe que construyen mal una calle; tal un enfermero, un instrumentista, un médico que hacen mal una operación; tal un maestro que no atiende a sus alumnos, son tan responsables de esto como un empresario extraido de un cuento de Charles Dickens o un animal político que nos entrega cual cipayo arrastrado.
Si bien se que no se nada, se que hay luz detrás de la resignación. El "che pibe, ya te vas a calmar, vas a ver que nada puede funcionar ni cambiar" es el lema que los mediocres intentan todo el tiempo en transmitir a los niños, a los jóvenes y, por que no, a los que bien adultos no resignamos el camino al no poder.
Si pudiéramos comprender colectivamente que sí se puede; que los tartufianos se extinguen en mayoría si despreciamos su discurso de mentiras y de resignación traidora, pues entonces podremos llegar al final del tercer acto. Ese al que nunca se llega del todo, pero que es el principio de la vida: Avanzar hacia el destino sin resignar el camino.
Sí, hoy inicié el día sacudiendo el polvo siniestro que permanentemente esparcen los tartufianos, pero la pluma (teclado por caso), es el antídoto eterno para avanzar por la caverna hacia lo largo y no en círculos.
*De Jorge de Mendonça. jorgedemendonca@gmail.com
Junio 6 de 2012 - Ingeniero White - Buenos Aires
Referencias: "La vida es sueño" de Calderón de la Barca y "Tartufo" de Moliere.
*
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La Habana. Cuba.
Perdido*
Perdido
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y todas las cabezas
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al intentar acariciarlas.
Desaparecen, sí,
y todo lo que queda
es el roce insinuado,
el labio arrebatado,
el enorme vacío
tan sólo quebrantado
por esa llama,
por esa llaga,
por ese olvido adivinado,
por el cuchillo ensangrentado
de recuerdos
de recuerdos
de recuerdos
De El rostro prohibido
*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
http://sergioborao2011.blogspot.com/
EN LOS LABERINTOS DE LA NIEBLA...
HOMBRES SOLOS*
*De JORGE ISAÍAS. jisaias46@yahoo.com.ar
La casa todavía existe, aunque está reformada. Allí funcionó durante mi infancia el local del Sindicato de Obreros Rurales y pertenecía, como hoy, a la familia Correa.
En aquel tiempo estaba pintada de un rojo pálido, o era tal vez el color desvaído que le habían producido las lluvias y los soles sucesivos y el tiempo que impiadosamente la había castigado, porque justamente esta es una condición que lleva implícitamente su paso indiferente sobre las personas y las cosas.
La casa está frente a la cancha de futbol y la pileta del Club, que en ese tiempo no existía, pero sí hubo una cancha de paleta donde trasegamos parte de aquella infancia despreocupada. A la casa se le había tirado una pared para dejar una habitación grande que se usaba para las asambleas que solían ser tumultuosas. Como el agua de las instalaciones deportivas (también recuerdo dos canchas de tenis) no era apta para tomar, cruzábamos la calle a cada rato ya que el aljibe del Sindicato era nuestra más preciado elixir que mitigaba nuestro cansancio tras perseguir horas una pelota Nº 5, de cuero que me prestaba el canchero, o don Atilio Valvazón o don Toribio Aguirre, pudo ser algún otro que se tragó el olvido.
No era raro que fuéramos testigos involuntarios de aquellas sesiones que escapaba a nuestro precario entendimiento de entonces, pero nuestra percepción no escapaba que los temas que se trataban era muy importantes a juzgar por la pasión que ponían los oradores. Hubo dos que recuerdo dueños de una fascinante oratoria: un santiagueño, don Marcos Díaz, comunista, siempre con un diario (periódico, precisaba él) debajo del sobaco, o un libro, cosa muy insólita para nuestros ojos. El otro era nuestro amigo, don Ramón Fernández, anarquista, a quien llamaban “El oriental”, porque era de la zona de Canelones, Uruguay.
El primero venía de la cosecha de manzana en Río Negro y aprovechaba para hacer algo de cosecha gruesa en el pueblo. Don Ramón era nutriero, y andaba siempre en un carro con un par de caballos mansos y algunos perros fieles. Ambos transitoriamente paraban en las habitaciones que la casa tenía en el fondo, detrás de ese aljibe con su balde de cinc y su jarrito de aluminio en el brocal. En esas habitaciones también vivió Justito Pezzino con su padre, apenas fallecida su mamá.
Todos los obreros rurales de entonces estaban sindicalizados porque aprovechaban las leyes sociales del primer peronismo, que incluía el “Estatuto del Peón Rural”, por lo cual venían de otros lugares y tenían el trabajo asegurado porque no entraba ninguna mercadería al pueblo sin que los camioneros dejaran de solicitar brazos para la descarga al Sindicato, lo mismo pasaba con las cosechas que debían obligatoriamente ocupar hombres en las tareas de recolección si fuera el maíz, o trilla si de trigo se tratara.
Todos los obreros rurales que vivían con sus familias en el pueblo tenían el pan asegurado, pero había muchos hombres solos, que venían de otra parte y picaban mi curiosidad. Los casos de don Marcos y don Ramón eran evidentes porque eran dos militantes notorios, ¿pero y los otros?
El vasco Echarre, don Cirilo Godoy, los hermanos Corvalán, Ponciano Neyra, Salustiano Mesa, Sandalio Pizarro, don Ataliva Galván. ¿De qué lugares remotos de la patria serían? En todo caso ¿por qué elegían mi pueblo donde casi todos dejaban también sus huesos sin que nadie los reclamara?
Cuando alguno de estos hombres moría, era velado en esa sala amplia, la de las asambleas, donde había un par de mesas grandes de roble oscuro y unos bancos largos y dos grandes retratos enmarcados con vidrio miraban al distraído como llamándolo: las caras graves de Sacco y de Vanzetti.
-Dos mártires obreros, me dijo mi padre apenas le hube preguntado por ellos.
A esos velorios mi madre, a quien las convenciones de la época prohibían asistir a un lugar exclusivo de hombres, me mandaba con un ramo de flores que yo depositaba al pie del féretro. Ese ramo –aún recuerdo y aún su perfume me persigue- era de retamas furiosamente amarillas.
Cuando aquel caballo mató en una cuadrera infausta al “Pulga” Corvalán quien se metió borracho en la pista, allí fui con mi ramo. Porque el “Pulga” era vecino y amigo de los niños.
Llegué antes que el cajón y estaba, sin zapatos sobre la mesa larga, la cabeza vendada.
Cuando volvía hacia mi casa –menos de tres cuadras- mi madre mateaba con doña Luis Aimetti, su amiga de grandes ojos celestes asombrados.
Busqué una silla, me senté a su lado e incliné mi cabeza en su falda.
Yo estaba triste aunque en la calle las abejas se comieran todo el aire perfumado de noviembre.
En retiro*
Yo también, cuando no usaba arrugas, tenía admiradores que me hacían temblar las rodillas. Que mantenía unidas, honesta, fiel y aburrida.
Hoy ya los hombres no se dan cuenta si llevo sobre la cabeza un gato muerto, porque ni me miran. Yo si los miro, miro como se le van los ojos detrás de esas ninfas hermosas y descaradas que muestran lo necesario para infartarlos.
Miro desde mi balcón de abuela, ya en retiro obligatorio, los cambios en las relaciones hombre-mujer. Que pese al paso de los siglos en su base sigue igual. Se buscan, se necesitan, se rechazan, se complementan.
Tienen hoy todas las libertades y todas las diferencias que, por suerte, todavía se conservan, quizás hoy escondidas pero que afloran al primer silbato de alarma.
Desde mi cómodo sillón mirador los observo y sonrío. Luchan, trabajan, se enojan, pelean, aman, se frustran.
En síntesis, viven como siempre vivían, con otro maquillaje pero con el mismo rostro.
*De Elsa Hufschmid. elsifumi@yahoo.com.ar
La primavera en ruinas*
*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
Ruinas quedan de aquello que fuera el bar "La Primavera", de don Atilio Valvazón. Ladrillos comidos por un tiempo implacable, sordo, que desentona los recuerdos más antiguos y esconde a los más jóvenes las albricias de otra edad.
Allí en ese caserón que supo ser del tío Hugo Cechi, ese viejecito menudo de grandes bigotes amarillos en cascada sobre los labios, de bastón tosco, de andar cansino, que siempre veré en mi memoria caminando bajo sombras propicias del Veredón Alto, allí solían armarse las prestigiosas guitarreadas de toda la redonda.
El bar "La Primavera" -huelga decirlo- nunca fue apto para niños y mujeres.
Allí la soledad de muchos hombres encontraba el traidor sosiego de una caña, de una buena grapa, una ginebra recoltosa.
Recuerdo -creo recordar- los brillantes momentos del bar de don Atilio, cuando era visitado por "cantores", que no eran otros que los últimos payadores pampeanos.
De sombreros oscuros, como el traje y que venían en el último ómnibus de la tarde, de aquellos destartalado que hacían el trayecto Rosario - Corral de Bustos y viceversa.
Habían cubierto muchos kilómetros de polvorientos caminos y saltaban, al llegar, directamente sobre la alta vereda de ladrillos, en la mismísima puerta del bar.
Demás está decir que nunca pudimos oír como se debe esos duelos populares inscriptos en la más antigua prosapia tan cara al criollaje. Algunos de nosotros -los más atrevidos desafiantes del cachetón o la paliza- espiábamos con furtiva fruición, desde la ventana de altas rejas el rasgueo entusiasta de las guitarras, entreviendo esas mantas de vicuña o el poncho sobre uno de los hombros, el traje azul inevitable, el pañuelo "gardel", la alpargata floreada o el zapato de puntas bien lustradas.
En ocasiones algunos vestían a la usanza gaucha: bombachas, corralera o saco del mismo género, la rastra ametrallada de monedas antiguas, la bota lustrada y la guitarra con su infaltable cinta celeste y blanca, no faltaba quien colocara una calcomanía de Evita o Carlos Gardel a esa madera manoseada por madrugadas y milongas.
Al final, supeditado siempre a la generosidad de los flacos bolsillos de los espectadores, pasaban el sombrero con una humildad altiva, de artistas, como si de esa espontaneidad del parroquiano no dependiera su subsistencia. Era su única paga, amén de algún vaso de tinto espeso para refrescar esas
gargantas cansadas, que iba de riguroso convite.
Todo aquello, como tantas otras cosas, murió en mi pueblo.
Pero hoy he pasado por esa vereda que es la misma, ya sin aquellos viejos árboles, y una mano de acero se me asentó en el recuerdo. El techo derruido, los pisos de madera carcomidos, el óxido de tantos años ha ido pulverizando la mayor parte de los ladrillos.
El tío Hugo ha muerto. No sé quién es el propietario actual y don Atilio Valvazó, de ademán lento, de boina pelusienta, de toscanito apagado entre los labios, es sólo un recuerdo para algunos.
El veredón, aquel viejo orgullo de niños y de novias, ya no existe. El pueblo tiene ahora luces de mercurio, asfalto, algún horrible snack-bar y muchos autos último modelo, tal vez por la euforia sojera de unos años atrás.
Cuando me paré un instante en esta esquina, con mis hijas y mis años, creí escuchar por un momento el rasguido cadencioso de una guitarra, pero es seguramente la engañosa memoria, como siempre, la que se empecina tanto como ese montón de ladrillos quebrados en hacerle frente a la infamia de los años
muertos.
LOS MUCHACHOS DE MI BARRIO*
“Los muchachos juegan con sus patinetas / en la plaza/a ser norteamericanos y a tener motores en los pies…”
ULISES MORA ORTIZ; POETA CHILENO.
Los muchachos de mi barrio no van a la Escuela.
No trabajan. No son uno más.
No serán de bolsillos rotos, como sus padres.
Los muchachos de mi barrio son altivos, desafiantes.
Como una cruz, un puñal, un billete verde.
Los muchachos de mi barrio son ingenuos, como una escarapela.
Un paraguas, una nave, una bandera.
Los muchachos, juegan en la plaza de mi barrio a ser Nº 10.
Alan lleva una vincha Jamaiquina.
Alexis trae un águila en sus pies.
Bryan; en su camiseta hay una mano y una leyenda: Fuck you.
En el pecho de Jonathan , hay un "Che" tatuado.
Cuando cae la noche un color pegamento, les roba la infancia.
La vida se les va, gol a gol.
Los muchachos de mi barrio, no son 11, son 12.
Yo, soy el Nº 13.
*De Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar
La voz de Ray*
La voz de Ray Bradbury resuena como eco lejano.
La secretaria recrea y ordena sus archivos de textos mientras deja sonidos para que caigan en el aire y se pierdan en la nada. Algunas frases llegan a mis oídos atravesando varios metros y esa puerta cerrada que comunica su oficina con la mía.
La voz de Ray como recuerdo difuso que aparece en mi memoria, ¿Será un cuento de "El país de octubre”?
No estoy seguro. Mi mirada busca por un momento las calles. El ventanal comunica directamente con una enorme avenida por la que circulan vehículos con sus respectivas bestias clónicas de tiro.
No esta demás aclarar que en este mundo ya no hay combustible fósil, ni sólido ni líquido.
La ciencia logro recrear genéticamente enormes bestias de tiro. Para construir el aspecto exterior y propiedades se ha recurrido a dinosaurios, y a la mitología griega. Cada uno de ellos se ha constituido en marca registrada y logo de los grandes monopolios de la industria clónica. Los dinosaurios de mayor porte son utilizados por empresas parar tirar trenes y transportes colectivos. Minotauros para tirar coches individuales. Los Coelophysis conectan el sur y el norte de la ciudad sólo en horario de resplandor diurno.
La ciencia de la bioenergía clónica hizo posible estas bestias de tiro modificadas genéticamente para consumir solo el hidrogeno que extraen y separan del aire o el agua con sus propios organismos, filtrando el aire viciado con sus branquias y produciendo el oxigeno vital para nuestra especie mientras ellos se alimentan y beben de vientos huracanados, lluvias y mares.
El más grande Dinosaurio clónico disponible fue rebautizado como "Dueño del viento" por los habitantes de esta ciudad que producen poesía como principal ocupación globalmente reconocida.
Todos estos hallazgos se iniciaron hace muchos muchos años, cuando el Oil llegó a cotizarse a 6499 petroros por barril, entonces la bioenergía comenzó a ser económicamente viable. El costo de las guerras de ocupación por los recursos naturales se hizo imposible. Esos aviones que recuerdan a sus F18 de última generación no tenían suficiente combustible y el costo de operarlos empezó a ser superior a la riqueza posible de obtener con guerras de aniquilamiento y colonización.
Atrás pasaron todas las guerras imaginables o no.
La de los bosques y la amazonía.
La de los hielos y el agua.
La conquista del fondo del mar
La exploración de la energía dormida en el centro de la Verne Terrae.
El cielo del ocaso esta definitivamente obscuro. Cielos grises y huracanados preceden a noches donde sólo brillan los televisores que han sido arrojados encendidos a calles que no conducen a ninguna parte. Después de la hora del toque de queda lumínico para huir de las penumbras hay que buscar esos focos de fuego. Esos enormes tambores que antes llevaban combustible fósil y en los que ahora -al remoto modo haitiano de supervivencia- ellos, Less Than Human queman rezagos de papel, ramas secas, cenizas de fuegos del ayer.
*De Urbano Powell. urbanopowell@yahoo.com.ar
*
Su mayor defecto
Se escondía en su delirio
Su mejor virtud era su insensatez
La apariencia de estar siempre dispuesto
Socorrían en la ambivalencia
Nadie sabía de él
El misterio de sus palabras diáfanas
Pulían su ilustración
Su realidad no practicaba una religión
Solo el soportaba su verdad.-
*De Azul. azulaki@hotmail.com
Correo:
La Argentina es Sueño*
Como una tragicomedia, nuestro País recorre los espacios de una caverna a tientas. Muy a ciegas. La risa nos invade cuando los ciclos de pesadilla se repiten cual si jamás pudiéramos avanzar hacia la luz.
Quizá, esa forma de invasión de la pluma de Moliere sobre la de Calderón de la Barca, nos ha plagado constantemente de Tartufos remixados. Siempre simpáticos, carismáticos y reflexivos. Tanto, que ni muertos o en coma desaparecen sus figuras mentirosas de las páginas de los diarios, del sonido de la radio o la voracidad de la TV. Periodista, empresario, político o charlatán puede ser disfraz tartufiano y no identificarlo es cosa de tontos o borregos.
No importa el ahora o el gobierno. El camino da vueltas.
Hoy el dólar y el campo, antes los farmaceúticos o el petróleo. Los muertos cobran otras formas, ya no fusilados en un basural o en el frente de sus fábricas, sino con la sutil receta desde las altas casas de estudios norteñas, en las que las personas fallecen de causas normales como la desnutrición, la angustia del no trabajo, la depresión del pequeño comercio o taller que no funciona o el infarto o ACV por un pan que nunca llega o un dinero que les es robado por el Estado o la Banca.
La caverna oscura solo refleja las muertes apolíticas. Esas que ni un incendio estúpido o un freno sin aire jamás debiera haber robado la vida. Las otras muertes quedan ocultas y solo el ido y algunos deudos alcanzan a saber que la culpa es de algún momento del País.
Quizá la caverna de Calderón de la Barca era lineal. Un destino. La luz estará sí o sí al frente. ¿Pero cómo encontrar ese frente si cada vez damos más vueltas en la oscuridad?.
Un peón, un capataz, un jefe que construyen mal una calle; tal un enfermero, un instrumentista, un médico que hacen mal una operación; tal un maestro que no atiende a sus alumnos, son tan responsables de esto como un empresario extraido de un cuento de Charles Dickens o un animal político que nos entrega cual cipayo arrastrado.
Si bien se que no se nada, se que hay luz detrás de la resignación. El "che pibe, ya te vas a calmar, vas a ver que nada puede funcionar ni cambiar" es el lema que los mediocres intentan todo el tiempo en transmitir a los niños, a los jóvenes y, por que no, a los que bien adultos no resignamos el camino al no poder.
Si pudiéramos comprender colectivamente que sí se puede; que los tartufianos se extinguen en mayoría si despreciamos su discurso de mentiras y de resignación traidora, pues entonces podremos llegar al final del tercer acto. Ese al que nunca se llega del todo, pero que es el principio de la vida: Avanzar hacia el destino sin resignar el camino.
Sí, hoy inicié el día sacudiendo el polvo siniestro que permanentemente esparcen los tartufianos, pero la pluma (teclado por caso), es el antídoto eterno para avanzar por la caverna hacia lo largo y no en círculos.
*De Jorge de Mendonça. jorgedemendonca@gmail.com
Junio 6 de 2012 - Ingeniero White - Buenos Aires
Referencias: "La vida es sueño" de Calderón de la Barca y "Tartufo" de Moliere.
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