lunes, mayo 02, 2016

EDICIÓN MAYO 2016


*Dibujo de Erika Kuhn.









ASÍ ERES*



Apacible
como suelen ser los ríos
y violenta
como también pueden serlo.
Mar que en grave atardecer brinda calma
y en brava tempestad hunde los barcos.
Así eres.
Agua cristalina
que detrás del cristal de una ventana
es espejo del alma de un fantasma.
Risa y llanto. Fuego y nieve.
Sol que alumbra y quema.
Así eres.



*De Miguel Crispín Sotomayor. miriamlg@rimed.cu













SEMILLAS DE GRANADA*



Un pájaro ciego ha huido de mi pecho.
Picotea frutos de arbustos carnívoros.
¿Qué haré sin vos pájaro de lluvia?
Mi madre me ha iniciado en el arte de la poda.
Estoy de pie. Frente al espejo que refleja al lobo.
Un hombre, otro hombre, uno más.
Me sigue su mirada de animal derrotado.
Diosa y Satán. Habitante de la noche. Soy.
Ven…revuélcate en mi fango.
Yo, usurera de amores.
Enfrento al tribunal del inframundo.
Talo cabezas, sandías y “las flores del mal”
Podo todo lo que sobra y falta.
A vos y a mi nos falta un hipocampo.
¡Llora sobre mi pecho ángel de arena!
Dispersa tus migajas en mi cama.
Bebe mí vino. Trinca .Traga.
Ven… hombre universal, guarda las monedas.
En huesos ásperos, la carne se consume
El mundo que nos habita es una babosa.
No, hijo mío, no toques los albores, aguas vivas, son.
Las siento en mi pubis y en mis voces.
¿Quién arrojó este fuego en mi frontera de agua?
¿Quién me cubrió de esta tristeza insomne?
Líquida. Como una lágrima.
Un jadeo, un beso de amante.
Una hembra ávida de lobos .Soy.
Devuelvo diente por ojo. Ojo por boca.
No creo es los milagros. Bendíceme, oscuridad.
Apaga la luz y las antorchas.
Hay un campanario que pronuncia mi nombre.
Él me ama así. Mujer lóbrega. Umbrosa.
Atrincherada en improvisados lechos.
Lágrimas de cocodrilo. “Nanas de la cebolla”
No hay pañuelos para el desamparo.
Roja, rojiza, sangra la granada.


*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar











RETRATO DE MUJER ENTRE LAS NUBES*




Esa joven mujer poeta
camina
por las nubes
con un bolso
de relámpagos
y truenos,
con el pelo
desafiando
a la vejez,
con un paquete
de frescas alas
florecidas
en las manos.

Es la joven
mujer de rostro
inseguro,
cuyos ojos
vieron al pasar
tanta belleza
por su vientre
del mar, encinta,
buscando
al padre
de sus
criaturas
en el idioma
de Cervantes.

Esa joven
con brazos
y piernas largos
y de estrechas
caderas
llamadas
a ser madre
de lo que siente
y palpita,
habita
el milagro
sobre las aguas
turbias
de la desdicha.

Esa mujer
luz de piedra,
color
en la nada,
sin caminar
camina. Esa
mujer joven
Violeta, Julia,
Silvia, Alejandra
y Alfonsina.

Esa mujer
que no se siente
esa mujer
sin hablar
habla
de lo perenne
del poema,
de lo asexual
de la palabra
niña, mujer
tierra, luz
agua.


*De Daniel Montoly. danielmontoly@yahoo.es














LA LIBERTAD*



El arte es libertad, le dice mi nieta Pilar a mi hija. Y tiene razón.
Tal vez sea el último refugio que le queda al ser humano donde pueda ejercer, vía imaginación y creatividad, su condición ínclita e inclaudicable de decidir fuera del poder y de las órdenes.
“Me senté a escribir en el lugar donde cesan las órdenes”, supo escribir el poeta Raúl Gustavo Aguirre para siempre.
Mi hija había anotado a Pilar en una escuela de arte y en algún momento casi a fin de año ella le dijo estas palabras entre otras, que por qué si el arte es libertad no la había consultado para anotarla allí. Pero este año se arrepintió y quiso volver. Pilar tiene seis años y cursa primer grado en una escuela estatal. La escuela de arte también lo es. Son ambas muy buenas.
Este año se cumplen  cien años de la muerte de uno de los más grandes poetas de la lengua castellana, es decir, Rubén Darío, un hombre libre que nos limpió el idioma y lo dotó de la plasticidad que nos permite expresarnos, y como escribió Borges, poco importa que nosotros lo hayamos leído, porque tal vez su estética hoy nos resulta un poco envejecida, pero sigue cantando con su voz tan plena, como afirma Ángel Rama.
La situación de la libertad tiene que ver con la vida, por supuesto.
En otro tiempo ya lejano, ya remoto, en un lugar pequeño, lleno de aire no contaminado, de pájaros libres, de mariposas y de abejas, participé como un integrante más de una barrita de niños, amigos o compañeros de escuela, o ambas cosas a la vez. Todos vestíamos de la misma manera, uniformados por decirlo de algún modo, que nos hacía integrantes de una clase social a la que pertenecíamos por la identidad de de nuestros padres. Éramos hijos de obreros rurales, agremiados y defendidos por “el sindicato”, como llamaban al de Obreros rurales y Estibadores adheridos a la FATRE.
La ropa que vestíamos era confeccionada por nuestras madres hacendosas y creativas, raramente usábamos zapatos, como mucho teníamos un par para los domingos y teníamos prohibido patear una pelota con ellos, y nos lo teníamos que quitar cuando volvíamos del cine los domingos por la tarde. Para la escuela usábamos unas zapatillas marca Pampero que nos sacábamos junto al delantal. Y allí nuestras madres nos hacían calzar unas alpargatas que el uso les sacaba un hilo largo al que llamábamos “bigote” y en el verano éramos completamente libres. Nos permitían andar descalzos la mayor parte del  día. Nos juntábamos en la cortada de gramilla muy verde donde no pasaba casi nadie. Salvo los perros vagabundos  y el carro del lechero, y de allí partíamos hacia los profusos cañadones, munidos de hondas matadora de pájaros o tramperas donde cazábamos grandes cantores para venderles a los vecinos.
En estas incursiones casi siempre veíamos volar bandadas de garzas blancas que eran, para nosotros, la representación de la libertad sin más, bajo el cielo celeste como una chapa reseca.




*De JORGE ISAÍAS. jisaias46@yahoo.com.ar










*

No hay dónde escapar.
No hay dónde.
Ladran, padre.
Están cerca,
los dientes afilados,
las garras prestas.

Corramos.
Bajo el pinar huele a resina.
¿Ves cómo llueven
las hojas
en la sombra fresca?

Huyamos, padre.
Vienen, vienen.
Borremos nuestras huellas
con las ramas caídas,
cubrámonos de hierba
las cabezas desnudas.

Ladran tu nombre, padre.
No me sueltes la mano.
No me sueltes.

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com








LA MUJER QUE ME HABITA*




La mujer que me habita lleva soledad de cipreses en sus criptas.
Un rumor de parpados anuncia el presagio del agua.
El mundo huye o fagocita los retazos de su piel.
Está hecha de retazos esa mujer tan mía.
La mujer que me habita sabe el placer de la espesura.
No ignora que es solo vida la vida. Ha construido casa sobre la ruinas.
Ay, como duelen los arneses en el alma.
Solo quería amanecer contigo. Una vez sola.
Alas de arcilla y greda. Una tormenta dentro de una fosa.
He muerto tan despacio que solo el frío certifica mi adiós.
En el lomo del mar se duermen los albatros del sueño.
Ay, este aguijón de escarcha y miel
Beso despacio y cuidadosamente nuestros nombres.
Sé, ya no volverán los almendros ni la niña cándida.
No pude descifrar la caligrafía de la arena.
Miro tus ojos extraviados .Pongo a secar mi corazón.
No soy culpable que haya pobres en los mausoleos.
No soy culpable de esta paradoja me alejo, para siempre quizás.
Ay, este esqueleto de cristal mohoso.
La mujer que me habita lleva un campo santo de dudas.
Y una descomunal certeza:
Profanar la soledad de los féretros. Ultrajar su memoria.
Amanece, solo mi útero late.



*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar










AGUAS ADENTRO*




Cae el sol en el río

y deja una cicatriz de luz

en el anverso del agua.

En un momento así

es inevitable asumir los sueños

y su orfandad.

Un pescador solitario intenta

arrebatar al agua

su esquiva presencia

y es una confesión a media voz

su desolado empeño.

La piel del agua, estremecida

avanza y retrocede.

Murmura.

respira

lo escucha

lo envuelve

en la calma que emana.

Atardece.

Ahora el espejismo del horizonte

es la frontera entre

esta grandeza incontenible

y la vulnerable presencia

del hombre en el imaginario

de encuentros y de esperas.

La tarde se consuma frente al río

y si el misterio desciende

un instante,

probablemente no sea

para quedarse.

Sólo abriga ese instante

la orfandad de nuestros sueños

que navegan por la sangre

aguas adentro.



*De Miryam Colombotto Seia. miryamseia@cablenet.com.ar













Secretos*



Desde niña coleccionaba botellas, tenía por las mismas un atractivo especial, siempre conseguía que le regalasen alguna, o bien las compraba si estaban a la venta.
De ese modo con el paso de los años había acumulado docenas de botellas de diferentes tamaños, formas y colores, hacía de esta preferencia un verdadero ritual, las acomodaba sobre repisas o sobre algún mueble o mesa, las había de boca ancha o menuda, con tapas a rosca o con apretados corchos, cada día repasaba con una gamuza cada botella, las volvía a reacomodar por tamaño, por altura o simplemente por el espacio disponible.
Botellas transparentes, opalinas, decoradas, grabadas, con incisiones y decorosas etiquetas, la transparencia u opacidad daban un bello conjunto digno de apreciar, por la noche, cuando la luz de la luna penetraba por la ventana, producían sombras largas y fantasmales figuras proyectadas en la pared, la planicie de la imagen eran producto de la sumativa de formas de las que se borraban los detalles y solo quedaban estampas acopladas, similares a ciudades exóticas con torres y cúpulas.
También escribía, sus poemas eran bellos y sensibles, surgían de sus caros sentimientos, de su particular manera de ver el mundo, desde la profundidad de su corazón comprometido con la vida.
Su manera de comunicarse era mediante diálogos interminables sobre una vieja costumbre que tenía y consistía en enviar una botella con un poema en su interior en el vaivén de las olas.
Vivía al lado del mar, tenía un vínculo especial con los elementos naturales de arena, sol, agua, viento, maravillas que atemperaban su búsqueda de la belleza, acentuaban su espontánea expresión, por lo que  no cesaba de incorporar nuevos temas a  sus poemas.
Botellas, poemas, mar, una trilogía abundante a sus requerimientos, abonado sus fantasías de regalar al mundo un tesoro que para ella era parte de si, de su vida presente y pasada.
Poemas que imaginaba eran recogidos por marinos, navegantes, nadadores, pescadores al otro lado del mundo recogidos en las playas o bien flotando al costado de barcos, botes y plataformas en los puertos.
Cada tanto, (nadie supo bien porqué, o que impulsaba este accionar) Clara seleccionaba una botella, la limpiaba con premura, también seleccionaba un poema y con mucho cuidado, lo enroscaba e introducía dentro de la botella, luego como en un ceremonial, caminaba descalza hacia la playa, miraba con fijeza al horizonte y el ritmo de las olas luego calculaba la ola más alta y con un ademán rápido y decidido la arrojaba , se quedaba paralizada mirando como las olas la llevaban al mismo vientre del mar, se quedaba hasta que ya no veía más y quedaba prendada con nostalgia y creo yo también con  la esperanza de llegue a las manos de alguien.
Otras veces su despedida era más lenta y nostalgiosa, acariciaba la superficie de la botella, la acercaba a su rostro y la pasaba por sus mejillas y hasta la bañaba con un llanto suave y silencioso, luego se arrodillaba y la depositaba en la falda de la playa a modo de que las olas la recogieran.
Proyectarse eso deseaba, soñaba con esos anónimos qué hallasen el tesoro, los imaginaba con la ansiedad de abrirlas y encontrar su corazón en su interior dejados en total virginidad y anonimato.
Escribía, los poemas  surgían naturales y breves en un pentagrama sin notas musicales ya que poseían su propia y virtuosa música.
Al arrojarlos y verlos partir en el universo acuático del interminable cielo-mar turquesa o enrojecido de madrugadas o venturosos atardeceres, quizás también en días de tormenta y lluvia, sentía que cumplía un sueño, una promesa como una innegable y auténtica religión.
Una tarde en que el océano se mostraba más rojizo que nunca, en que las gaviotas danzaban  en el aire cruzándose con graznidos y aleteos, el poniente espectacular ofrecía un marco celestial para su ceremonia, Clara llevó la botella al mismo interior de las tumultuosas aguas sin soltarlas de sus manos, lo hizo y continúo con firmeza hasta ser atrapada por las olas.
EL viento habla, lo has escuchado?, porque el viento lee sus poemas, los pronuncia con verdadero énfasis, los lee y al hacerlo nos despeina, nos caricia el rostro, seca las lágrimas vertidas acaricia los oídos en el borde irregular de arena-agua, la sal deja dibujos inspirados junto a cromadas caracolas esparcidas, si encuentras una , colócala al oído y escucharás las palabras de algún poema emocionado.



*De Mirta Gaziano. mirtagaziano@gmail.com
Abril 2016











*

Sin la literatura el hombre niega su condición confusa. La literatura le devuelve su irrealidad. Se trata de cambiar la necesidad por la contemplación. Es una operación alquímica de transmutación. De ser títere de fuerzas desconocidas pasa a ser creador y sus irrealidades le dicen que también él es irreal. Y lo asume con humor, con paradoja, con ironía. No hay más gozo que éste.


*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com









InvenTREN
http://inventren.blogspot.com/



ESTACIÓN CERES*



*Por Oscar Angel Agú oscarcachoagu@yahoo.com.ar


Claro esta que estoy escribiendo desde lo que fue.  Desde esa realidad ahogada por no sé qué intereses, pero intereses al fin.
Ceres, un pueblo-ciudad en el límite de las provincias de Santa Fe y Santiago del Estero. Mixturado de colectividades en ese entonces. Casi en el límite de la pampa húmeda. El tren era una necesidad. Necesidad de transportar pasajeros, noticias, mercaderías. Nada escapaba a su llegada o a su partida. El tren estaba presente en la vida cotidiana de la gente.
No era una metáfora bella. Era una realidad contundente. Una costumbre, un paisaje que hacia móvil a la vastedad pampeana, un acercamiento de decires y de laboreos varios.
Desde Ceres partía, día por medio, el tren “Morteros”. Llegaba a Rosario. Pasaba por San Francisco, seguía por Zenón Pereyra hasta Rosario. Encadenaba colonias que saludaban su paso. Era el punto de reunión, de encuentro obligado para la tertulia, los recibimientos, las despedidas, el paseo, la novedad.
En ese tren, siempre desparejo en sus horarios, supe viajar. Era un niño que leía en los rostros sus decires ocultos, sino no estaría hoy escribiendo y repasando esos vagones, esos rostros, esas esperas en los andenes.
Hubo un día, ese día, en que viajé por primera vez solo; es decir, sin compañía de familiares.
La locomotora se exigía al máximo. El bamboleo leve de los vagones en su marcha, hamacaba el horizonte. Vi llegar al tren con mis ojos de niño. Debía subirme en esa estación, anterior a la parada final. Ese día venia con tres horas de retraso, cosa normal por esos tiempos. Eso nos hacía averiguar en la estación cómo estaba el tren con el horario antes de ir a esperar. El telégrafo que usaba el ferrocarril era lo más veloz en comunicación. De esa manera se podía saber a qué hora estaría, aproximadamente, llegando. Siempre, la última estación avisaba a la próxima; el tren, por lo general, tocaba pito dos o tres kilómetros antes de llegar para ir avisando a los pobladores de su llegada. Y medio pueblo se arracimaba en el andén. Manera muy natural de socializar, enterarse de quién llegaba o despedir a alguien.
Yo, ese día, a la tardecita, me subí al tren. Iba a la estación Ceres, parada final del mismo. Era un niño de 8 años. Viajé, por supuesto, solo. Una tía me acompañó hasta el andén, me saludó al subirme y regresó a su casa. No era para preocuparse: el guarda me conocía y conocía a mi padre, el quiosquero de la estación Ceres, que me estaba esperando.
Decía, me subí al tren. Caminé los vagones de pasajeros hasta llegar al último. Allí me fui a la parte final y me senté en la escalinata de acceso o descenso del vagón. Estaba protegido y absorto con el paisaje. Quería llegar para encontrarme con los chicos de la barra del barrio. En ese ínterin, un hombre joven con un bolso de correa sobre el hombro venía corriendo al tren porque se quería subir. Salió de una alcantarilla del terraplén de las vías, a medio camino entre un pueblo y otro. Agitaba sus brazos como banderas al viento.
Alucinado y sin poder hacer mucho, le hacia señas. Pero como que no las veía. Sólo agitaba sus brazos. El guarda, llamado Avelino, se acercó y me dijo: No le hagas caso, pasa siempre lo mismo. Una vez vine a ver si lo encontraba, pero no había rastros de él. Dicen los parroquianos que es un fantasma.
¿Un fantasma?, le pregunté. Sí, me dijo muy serio.
Se sentó al lado mío, carraspeó y encendió un negro sin filtro. Te voy a contar una historia, me dice, largando una bocanada de humo; una historia que me supo contar mi padre y tiene que ver con éste hombre. Como ves, me dice, ha desaparecido. Ya no está corriendo el tren.
Según mi padre, hace años atrás, iban llegando pobladores nuevos a estas tierras. Muchos venían de la Italia, otros de España y de otros sitios del viejo continente. Muchos venían a probar suerte, otros porque algún pariente vino antes y los llamaba. Los primeros, terminaron arrendando tierras, haciendo algún trabajo en los pueblos o peones en campos o estancias, que no faltaban. Este muchacho, según cuentan, vino de la Italia a estos pagos llamado por una familia amiga allá en el pueblo natal y ya afincada aquí. Lo que se dice, de castilla entendía poco y nada. Se manejaba con un papelito que decía: Figlia Morbidoni; Colonia Ambrosetti, Santa Fe -Ferrocarril Mitre- En Retiro le dieron pasaje hasta Ceres. Vos sabes que tendrían que haberle dado hasta Hersilia, pero el tren rápido no para allí, para en Ceres.
Se llamaba Italo. Lo que se sabe es que nunca llegó al campo de la familia Morbidoni. Nadie lo vio. Sí en el tren, según contaron testigos. Sin hablar. Dormitando. Comiendo un pan casero y salame que seguro compró en la estación antes de subir, con un vino aguachento para ayudar a bajarlo. Venía en la clase turista. Pero a Ceres no llegó nunca. Y aquí empiezan las distintas versiones de lo que pasó con él.
La primera es que, en un descuido, pasando de un vagón a otro, trastabilló y se cayó por la escalinata de uno de ellos. Medio dormido, tal vez, intentó caminar para estar presto y bajar rápido dada la cercanía de la estación. Pero, son suposiciones.

La segunda versión cuenta que, me dice Avelino, en el tren viajaba todo tipo de personas y personajes. Que Italo traía un fajo de billetes que lo mostró ostentosamente o inocentemente para pagar un café en el vagón comedor. Al volver a su asiento, dos de estos personajes, amigos de lo ajeno, se aprovecharon de su inocencia o le hicieron pagar caro su ostentación, y lo arrojaron del tren por una de las escalinatas de esos vagones, previo quitarle el fajo de billetes.
La tercera versión es la de mi padre, me dice. Según él, cuando lo vio la primera vez corriendo por las vías persiguiendo trenes, decidió emboscarlo. Así pudo hablar dos minutos o tres con Italo. Se enteró de su nombre y, además, que estaba muerto. Mi padre sabía hablar el idioma de Italo. Tal vez por ello el espectro le contestó. Sólo le dijo que estaba agotado de tanto viaje por una nada infinita, una pampa sin fin, con un horizonte monótono, voces desconocidas, ausencias de rostros conocidos, desesperado por no entender una palabra y asustado por muchos de los rostros en el tren, salió corriendo del vagón con el impulso de volver a su Italia y cayó al vacío, al duro vacío de esa pampa sin fin. Y allí se quedó. Sólo sabe que cuando pasa un tren desea alcanzarlo para llegar a su destino pero no sabe dónde está su cuerpo, su deshabitado cuerpo.
Avelino terminó de fumar su cigarrillo y entró al vagón para ir anunciando la llegada a Ceres. Me quedé mirando el horizonte, el último saludo de luz solar y empecé a entender un poco a esa tribu de gente que gime aún idiomas tras la mar.





***

Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:

PARADA KM 79

ENRIQUE FYNN.  PLOMER.  
KM. 55.   ELÍAS ROMERO.  KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.  MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.  JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.
KM 12.  LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.
 VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.  VILLA DIAMANTE.
 PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.


***

Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:

ÁLVAREZ DE TOLEDO

POLVAREDAS.  JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.
FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.
 ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.   GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
 D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA.  LA PLATA.


InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar



2 comentarios:

CRISTO_ANSELMO dijo...

Gracias por la selección de textos, siempre un placer recibir la edición

amelia arellano dijo...

Muchas gracias Eduardo. Amigo de tantos años. Gracias por el esfuerzo , por la perseverancia para lograr un Revista de alto nivel. Ademàs sumo tu cuota de humildad. Un lujo mis compañeros. La leo con mucho plcer.