"En el
horno. Altar a la Virgen Decapitada y al San Expedito Embotellado."
*Foto de Belén
Dezzi.
MOEBIUS*
*De Flavia
Pantanelli.
Si yo tuviera
mis piernas, ahí sí te quiero ver; si tuviera mis piernas de antes la cosa
sería distinta: cualquier día iban a estar tirado yo acá, meándome encima
porque la Lucía no me lleva al aseo y el mocoso de la Lucía, como buen hijo de
puta, para lo único que sirve es para joder; al menos este todavía no se le
fue, no como la Patricia que vaya a saber por dónde anda, dicen que cruzó la
frontera, que hay que ser tonta para cruzar la frontera a los catorce, pero
bueno, tonta siempre fue y tan puta como la madre, puta y tonta, encima, porque
la madre por lo menos, cobra; pero, ah, si yo fuera el de antes, la Lucía no se
pasearía todo el día con las tetas al aire, buscando clientes, caminando
adelante, atrás, mirando a los tipos así como los mira que es casi un ruego,
ofreciéndose para que la gocen por dos pesos, todos los de acá del pueblo
en mi propia cama y se cagan de risa del viejo podrido que soy, se gozan a la
Lucía en mi propia cama y es lo mismo que me estuvieran gozando a mí, y ya van
dos veces que le digo hoy al Juancito que me estoy meando encima y se hace el
sordo el muy hijo de puta, y cada tanto le tira un piedrazo al Lobo, que está
más viejo que yo, a duras penas si se mueve, y que si le llega a errar me parte
la crisma, y para mí que el mierda lo hace a propósito, porque sabe que no
puedo moverme, así como estoy con medio cuerpo podrido, que cuando veo
caer la piedra me cago todo y lo único que me queda es rajarle una maldición
que al chico, que igual, le resbala, como si hablara otro idioma, y corre, y a
mí me vienen ganas de llorar y se me caen los mocos, y más vale que le va a
resbalar la maldición si es chico, no sabe lo que es estar así, muerto en vida,
qué va a saber el pibe lo que es la muerte y tampoco lo que es la vida, sólo
sabe del polvo de este pueblo perdido, y de hambre, y del olor de los tipos que
se revuelcan en mi catre con la madre; ahí viene otra vez la piedra y yo me
cago todo y lo puteo y él se queda quieto, viendo si le pega al perro o le erra
y le da al viejo podrido, en este banco todo el día al sol y a la sombra, con
olor a meo, que no puedo ni espantar las moscas que me vienen a caminar por las
llagas y él, atento, viendo volar la piedra, y para mí que debe apostar para
adentro si me pega o le erra y debe decir: pucha, yo creí que esta vez sí, que
esta vez le rajaba el mate al viejo, que ahora está ahí dando lástima pero bien
que era un reverendo hijo de puta cuando estaba sano, que me cagaba a palos si
no limpiaba la casa, bien que me molía a leñadas cuando a la noche no traía
nada; como si las billeteras, como si los viajantes, los borrachos, como si los
clientes para la mamá llovieran de los árboles en este pueblucho; Pago Seco, le
pusieron; Pago Seco; y sí, qué otro nombre ponerle a esto y la mamá, que si
consigue un tipo me hace dormir afuera y si no consigue nada me tiene con las
tripas vacías, y encima ahora, desde que llegó el gringo no tiene ojos para
ningún otro tipo y casi que no trabaja y corremos la coneja que da gusto y digo
yo si no es mejor el sargento Cernadas que el gringo este, más vale que el
sargento es gordo y grasiento y tiene el ojo virocho, pero paga aunque paga
poco y mientras culea con la mamá, yo me pruebo sus botas, y después deja la
plata, me palmea la cabeza, me saca las botas de las manos y dice
Juancito, algún día vas a ser colimba como yo y vas a tener las tuyas propias;
dice eso pero yo sé que piensa otra cosa, yo sé que piensa: un pobre indio este
Juancito, tarde o temprano me va a caer preso; ahora porque es pichón y corre
como el demonio y con el calor que hace no hay quien quiera seguirlo dos
cuadras por una billetera mugrienta o un par de anteojos, pero en un tiempito
nomás, oíme Lucía, es cosa de poco tiempo, que el Juan empieza con la tranca y
ahí sí, cae; ahí sí, te digo, que cae como caen todos, borrachos, o drogados,
reventado a palos por el yanqui al que le afanaron unos dólares, o cagando
sangre de la culeada que se dejaron pegar por una línea de coca, por una
jeringa; o peor, aparecen fríos, verdes, en el fondo de alguna acequia, oíme
Lucía, escuchame, que yo sé lo que te digo, es cosa de un tiempo nomás que al
Juancito se le acaba la buena suerte; así le digo yo pero la Lucía ni
bola, se tira en la catrera, abre las piernas y mientras yo me la monto,
ella silba y mira el techo, y cuando le acabo se lava enseguida y me fuma un
cigarrillo, o se queda con dos o tres o todo el paquete y se viste de nuevo
para volver a salir, Lucía, le digo, vas a salir otra vez a trabajar a esta
hora y ella me mira y no dice nada, en general no dice nada, a veces dice, Oíme
Cernadas, las cosas como son, media hora, y te vas; no te me vengas a hacer el
padre que ya tengo uno, ahí afuera, no me vengas a hacer el marido que yo
marido ya tuve y bien muerto que está, y con vos me las entiendo porque mucho
no queda: el gringo que en siete meses no me dio nunca la hora, y algún que
otro viajante, de los que quieren cosas raras, pero pagan bien; y ojalá me
diera algo de calce el gringo pero nada, siempre ahí, en la ventana del hotel,
fuma y mira, fuma y mira, y cada tanto lo llama al Juancito para que le haga
algún mandado, y sigue ahí, guardado, ese tiene algo con la ley, y para mí que
los que llegaron hoy tienen algo con él, algo les debe, porque estos no
vinieron ni a ver a la virgen ni buscando putas ni a jugar en el casino;
andan dando vueltas desde la mañana como perro en celo; perro en celo, ojalá
perro en celo, que mis buenos mangos me haría yo, solo de ver los relojes que
traen, las cadenas de oro; estos tipos me huelen mal y el gringo que no aparece
en la ventana desde el mediodía y mirá las cadenas que tiene aquel que habla
con el viejo, con esa pinta de macró que se cae, y bien que el Juancito se
daría maña para sacarle la cadena o al menos dos billetes de la cartera si me
lo consiguiera llevar a la pieza, pero qué va, estos no vienen a eso, andan
oliendo el aire como carroñeros, pero bien que el Juancito les sacaría algo,
claro que después yo tendría que correrlo medio día para que largue el bulto, o
cocinarle arroz con leche o guiso de lentejas, y entonces sí, después del arroz
con leche y un poco de upa, que el grandulón todavía quiere cada tanto que le
haga upa y con eso le saco cualquier cosa, se ablanda, si es un pibito, no
tiene ni ocho todavía, es un pibito, tierno, no como dice Cernadas, es un
pibito, yo a mi hijo lo conozco, se me sube a upa y me toca el pelo y me
pregunta ¿vos me querés mamá?, ¿me querés?, mirá lo que conseguí, se lo saqué
al blanco que vino en el sedán a la mañana, le preguntó al abuelo por un tal
Estíven, que para mí que es el nombre del gringo, y el abuelo le contestó algo,
viste como habla, que no se le entiende nada, y levantó la mano y señaló la
habitación allá enfrente, quién sabe por qué, no creo que ni le haya ni
escuchado la pregunta al blanco, pero viste al abuelo, que se la pasa todo el
día sentado ahí como una planta con los ojos clavados en la ventana del gringo,
como te digo: bajó el tipo del sedán y el Lobo se le vino encima y el coso ese
le metió una patada en el costado, y el abuelo dijo dos o tres pavadas de las
que él dice desde que quedó tullido y señaló la ventana; el tipo cruzó la plaza
y entró al hotel, y yo me fui por la parte de atrás, porque ahí iba a pasar
algo gordo, que por algo el gringo me había mandado a traerle la otra noche un
bulto que estaba escondido en la iglesia, atrás de la eucaristía, dos pesos,
mamá, me dio, y me dijo que si se lo llevaba sin abrir, me daba tres más; ahí
iba a pasar algo gordo, si hoy no me encargó ningún mandado, ni cigarrillos me
mandó comprarle, pero yo sé que estaba ahí, atrás de la persiana cerrada, yo
sé, estaba ahí. Iba a pasar algo, y no me equivoqué, mamá: entré por el patio
de atrás y cuando la Polaca se fue al baño, me metí por la cocina, salté la
ventanita del lavadero y me llegué hasta la pieza del gringo; lo vi tirado en
la cama, de bruces; al principio pensé que dormía pero estaba tan quieto que me
dio susto, me acerqué y lo zamarreé y estaba frío, pesado; le pegué un grito a
la Polaca y lo dimos vuelta entre los dos, y ahí vimos que no era el gringo, que
era el blanco: tenía un balazo en la frente y la camisa llena de sangre; del
gringo ni noticias y en eso entró Cernadas y me hizo sacar, sacámelo al chico,
Polaca, llévaselo a la Lucía, que me trajera con vos, y ya no me dejaron ver
nada; lo que sí, mamá, yo me apuré, que el tipo tenía bastantes billetes
en la cartera, y el reloj este que parece bueno, mirá mamá, y también tenía
esta cadena al cuello. Mirá cómo brilla, ¿ves mamá?, ¿ves?, no es como dice el
abuelo, el mocoso de la Lucía, como buen hijo de puta, para lo único que sirve
es para joder, y yo, acá, meandome encima, porque la Lucía no me lleva al
baño y el chico de la Lucía tampoco y eso que ya le dije dos veces, al
mierda, que me estoy meando, pero, ah, si yo tuviera mis piernas,
cualquier día me iban a ver acá tirado; si fuera el de antes, ahí sí te
quiero ver; la cosa sería distinta.
*MOEBIUS
fue publicado en la página http://sdl.librosampleados.mx/2017/04/narrativas4-flavia-pantanelli/ .
Forma parte
del libro EL EXTRAÑO LENGUAJE DE LAS CASAS que recibió la primera
mención honorífica del certamen literario de la Universidad Autónoma del estado
de México. Será publicado en el mes de agosto.
-FLAVIA PANTANELLI
es fonoaudióloga y cuentista. Vive en Buenos Aires, Argentina. Empezó a
escribir en los talleres de la municipalidad de San Isidro en 2011. Se formó
con los escritores Bea Lunazzi, Ariel Bermani, Silvia Plager, José María
Brindisi, Pedro Mairal, Osvaldo Bossi, Félix Bruzzone, Elsa Drucaroff,
Jorge Consiglio y Christian Kupchik. Realizó la Formación Intensiva en
Escritura Narrativa de Casa de Letras.
Sus trabajos
fueron distinguidos en concursos municipales, provinciales, nacionales y
europeos, como Manuel Mujica Láinez, Lomas de Zamora, Fundación Victoria
Ocampo, Colegio de Escribanos de Provincia de Buenos Aires, Consejo Federal de
Inversiones, Concurso Federal de Relatos, Cuentos para el andén y otros.
Publica desde
2013 en revistas literarias y en antologías de nuestro país,
Brasil, España y Estados Unidos. Participa de los proyectos
solidarios PH15 (Argentina) y 30 SONRISAS CON HISTORIA (España). Traduce del
italiano y realiza trabajos de edición para editoriales independientes.
En 2015 publicó
los siguientes libros: HACEME LO QUE QUIERAS (Ed. Outsider, Buenos Aires, 2015)
y CARNE ROTA (Modesto Rimba, Buenos Aires, 2015, Segundo premio del Concurso de
la Fundación Victoria Ocampo). Su libro FARALLÓN se encuentra
concursando en nuestro país y en España. En este momento trabaja en su novela
MANUAL PARA NO MORIR.
LOS OJOS*
*De Natalia
Litvinova. litvinova25@hotmail.com
En realidad los
días no pasan. Nadie envejece.
Los ojos,
sirvientes de otro cielo,
trazan arrugas
en los rostros.
Empañan los
espejos. Le dan peso a las piedras.
Quizás los días
no pasan. Las hojas no se queman.
No marchitan
los jardines.
Los pájaros no
abandonan continentes.
Son los ojos.
Visten diminutas muertes.
Sin que nadie
vea.
-De “Grieta”-
-Natalia
Litvinova (Gómel – 1986) Escritora argentina de origen bielorruso, dedicada
al campo de la poesía y de la traducción. Publicó: Esteparia (Ediciones del
Dock, 2010), reeditado en España y en Uruguay, Balbuceo de la noche (Melón
editora, 2012), Grieta (Gog y Magog ediciones, 2012) reeditado en España y en
Costa Rica, Todo ajeno (Vaso roto, 2013) y Cuerpos textualizados (Letra viva,
2014). Compiló y tradujo varias antologías de poetas rusos. Siguiente vitalidad
(Audisea, 2015) es su reciente poemario, publicado en Argentina y reeditado en
Chile, México y España.
LOS GITANOS DEL
MAR*
Cuando vuelva a
la isla
me zurciré dos
alas con hojas de plátano verde
me pondré dos
tomates
sobre los
párpados, no me pregunten
para qué, que
es un secreto
una herejía
ancestral que guardo
de mis
bisabuelos maternos.
Gente de piel
cobriza, pelo enmarañado
como guanucos
de bañarse
que arrastradas
por una hambruna
fueron de isla
en isla, náufragos
con un trozo
del idioma en su frente.
Gente acusada
de comer monos, garzas
tarántulas,
alacranes y sabandijas
fueron la raíz
de mis raíces.
Gente acusada
de ser la avanzada
de “King James
Bible”. Cuando vuelva
a la isla, me
zurciré dos alas plausibles
con hojas de
plátano verde
y volaré hacia
el sol, como el bisabuelo voló
creyendo ser
Ícaro, aunque sin percatarse
que era sólo un
hombre negro.
*De Daniel
Montoly. danielmontoly@yahoo.es
El día después
de los humanos*
*De Melisa Mauriño.
Hablábamos
pero no por
hablar
de la lluvia o
el suicidio
sino para
hacerlo
un poco menos
difícil
estando en el
aire
todo eso
mis codos
en el mantel de
hule
pintado a la
mesa
las tardes de
calor,
el redoble
metálico de tus dedos
desafinando
otra canción pasada
de moda,
pegadiza
pegajosa
como la tarde
dijiste que el
día
después de los
humanos
los leones se
echarían al sol
en Central
Park,
pensé la
libertad
cuesta años
de encierro
dijiste también
que el verde
cubriría el cemento
y treparían las
hojas
los
rascacielos,
pensé en los
árboles
que vi talar
porque sus
raíces rompen
las veredas y
los desvíos
son peligrosos
el día después
de los humanos
el sol inicia
su descenso
y las sombras
en el agua se
mueven
del color de la
sangre y tiemblan
hasta ahogarse
o aprender a
nadar
dijiste me
gusta
fingir el fin
del mundo
para morir un
rato
en el cuerpo de
otra mujer
pensé el fin
del mundo
es todos los
días
para el león
que ve caer al
sol
en su jaula,
para la hoja
que se
desprende
del árbol y
también
para el amante
y lo que arranca
de sus ojos la
lluvia
el día después
del amor.
*De "La
piel de la oruga" (Viajero insomne, 2016)
-Melisa Mauriño es Licenciada en Psicología
por la Universidad de Buenos Aires. Actualmente es residente de la Residencia
Post-básica de Cuidados Paliativos en el hospital Tornú. Escribe narrativa y
poesía. Ganó el primer premio del 1er.
Concurso Nacional de Poesía Viajero Insomne 2015 con su primer libro “La piel de la oruga” (Viajero Insomne,
2016). Cría mariposas y polillas.
*
Pochi dejaba la
nave
en la puerta de
la casa de la nona
en Ramos Mejía
calle Argentina
el número
escapa a mi memoria
pero eso, a
esta altura, qué importa.
Se acostaba a
dormir la siesta
porque volvía
reventado de ir
de ir y de
volver
de volver y de
ir
cien veces el
mismo camino.
El primero en
subir al colectivo era yo
atrás venían
los amigos del barrio.
La palanca de
cambio tenía colgando
las tiritas con
los colores de Boca.
Nos trepábamos
a todos los pasamanos,
no había que
tocar el suelo porque abajo
estaban los
alienígenas.
La nave tenía
el perfume que usaba papá.
A las cuatro de
la tarde
volvía a
transformarse en colectivo
porque tenía
que volver al trabajo.
Pochi abría la
puerta
traía siempre
su camisa azul
y los
pantalones gastados, sonreía,
nosotros
bajábamos y le dábamos las gracias.
Pochi me daba
un beso y un abrazo.
Nos quedábamos
mirándolo
hasta que el
colectivo
era un punto
azul en el asfalto
y luego nada,
es decir, todo.
*De León
Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar
Momentos*
Un dolor
inenarrable que se escapa a cualquier intento de donarle un sentido, tan opaco,
tan mudo, tan cerrado, tan intenso como una tortura. Macizo y duro, sin tiempo,
casi como la representación de la muerte, peor, porque la muerte es piadosa en
su anestesia.
No puede durar
mucho porque es imposible soportarlo.
Se va casi
lentamente y se descubre la vida, no una abstracción, haberlo perdido todo y
recobrarlo, el placer de la voz que suena y el cuarto propio se habita y hay un
libro, un café, la calma de acostarnos a leer fuera del frío.
*De Cristina
Villanueva. libera@arnet.com.ar
El clarividente*
Lo llaman el
mentalista. Su experiencia es extraordinaria.
Lo
encerraron en un sótano húmedo, oscuro para desafiar su osada
capacidad. Sospechaban que era manipulador, ilusionista, una persona
deshonesta.
Sin embargo,
aunque había un silencio clandestino, él estaba sereno.
Comenzó a
visualizar la línea del tiempo. Los retratos de la historia amanecían con
sonoridad explosiva. Olía a fuego, sudores guerreros en variadas batallas,
caballos jadeando, tañidos de tambores, doncellas cortesanas y música de
vals. Ritmos impactantes, lugareños y elegantes. No sabía qué época tomar, pues
había un espectro fantástico de revelaciones.
Testimonios en
manuscritos rústicos, dibujos en las cavernas, momias que cobraban fortaleza,
edificios gigantes en forma piramidal. Todos tan vívidos que semejaba un viaje
al pasado sin un lugar preciso… Un dinosaurio reveló sus grandes dientes.
Togas, vestuarios cambiantes, miriñaques, coronas, veneno como la cicuta,
pócimas medicinales y de encantamientos
El cuarto hosco
se convirtió en un escenario radiante. Un símbolo de la paz arrullado en
violines, palpitaba chispas en remolinos salados. Hubo numerosos más
develamientos.
Ya no
importaba, él sabía de su condición. Era un don y una maldición.
Por lo cual
tomó la decisión de transmutarse en otra persona con igual porte de
sugestión y magnetismo.
Se convirtió en
político.-
*De Azul.
azulaki@hotmail.com
MERLIN*
*De Antonio
Dal Masetto.
Triste, muy
triste destino el de Merlín, el mago de la corte del rey Arturo y los
caballeros de la Tabla Redonda. "Un hombre sabio y sutil con extraños y
secretos poderes proféticos, capaz de esos trastornos de lo ordinario y lo
evidente que reciben el nombre de magia". De este modo lo describe John
Steinbeck en "Los hechos del rey Arturo", reelaboración de las
historias originales de Malory. Y es así, Merlín puede leer en la mente y en el
corazón de los humanos y descifrar lo que está escrito en las estrellas. Quien
siga sus andanzas a través de las páginas de Steinbeck lo oirá emitir frases y
sentencias inquietantes desde las alturas de su sabiduría. Por ejemplo, ahí
anda Balin, caballero puro y sin tacha, de sangre noble tanto de padre como de
madre, y que pese a eso, sin que sea en absoluto culpable, sólo logra provocar
desgracias y muertes a su alrededor.
—Lo lamento por
ti —dice Merlín—. En castigo estás destinado a infligir el tajo más triste
desde que la lanza atravesó el flanco de Nuestro Señor Jesucristo. Herirás al
mejor caballero viviente y sobre tres reinos atraerás la miseria, la congoja y
la tribulación.
—¿Cuál es mi
pecado? —pregunta el consternado Balin.
—La mala suerte
—le contesta el mago—. Algunos le llaman destino.
Este es Merlín.
No hay frase que se le caiga de la boca que no valga su peso en oro. Tratando
de reanimar a un afligido rey Arturo, Merlín dice:
—A todos, en
alguna parte del mundo, nos aguarda la derrota. Algunos son destruidos por la
derrota, y otros se hacen pequeños y mezquinos a través de la victoria. La
grandeza vive en quién triunfa a la vez sobre la victoria y sobre la derrota.
En fin, Merlín
puede crear reyes, programar batallas exitosas, desaparecer de un lugar y
aparecer en otro. Puede casi todo, pero también él tiene su talón de Aquiles.
En otro encuentro con Arturo (quien ama y está a punto de desposar a Ginebra,
hija del rey Lodegrance de Camylarde), Merlín le advierte que ella lo
traicionará con su amigo más querido. El rey Arturo se niega a aceptar
semejante predicción. Y Merlín: —Todos los hombres se aferran a la convicción
de que para cada uno de ellos las leyes de la probabilidad son canceladas por
el amor. Hasta yo, que sé con toda certeza que una muchachita tonta va a ser la
causa de mi muerte, cuando la encuentre no vacilaré en seguirla.
Porque Merlín,
sabio y mago, no sólo puede ver el futuro de los demás hombres, sino también,
tristemente, el propio. Por encima de sus poderes hay un poder mayor contra el
cual no podrá luchar, al que se someterá a sabiendas. Y es la pasión amorosa.
En efecto, cuando el anciano Merlín ve por primera vez a Nyneve, una de las
doncellas de la Dama del Lago, siente que la sangre le hierve en las venas y el
descontrol de la pasión se impone a la edad y a la sabiduría. Entonces, conociendo
de antemano la fatídica culminación de esta aventura, anuncia la inminencia de
su desaparición. El rey Arturo se resiste a creerlo, no le parece posible:
—Eres el hombre más sabio de este mundo y sabes lo que está por ocurrirte. ¿Por
qué no elaboras un plan para ponerte a salvo?
—Porque soy
sabio —contesta Merlín—. En la lid entre la sabiduría y los sentimientos, la
sabiduría nunca triunfa. Te he predicho el futuro con certeza, mi señor, pero
no por saberlo podrás cambiarlo siquiera en el grosor de un cabello. Cuando
llegue la hora, tus sentimientos te precipitarán a tu destino.
Merlín deja la
corte siguiendo a Nyneve dondequiera que ella vaya. Olvidado de toda prudencia
la acosa sin cesar con el fervor de un muchacho, suplicando y gimiendo para que
ella repose con él y aplaque su deseo. Ella, cansada de que la siga este
anciano plañidero, se niega siempre. Hasta que ("con la innata astucia de
las doncellas", señala Steinbeck), Nyneve comienza a deslizar preguntas
acerca de las artes mágicas de Merlín e insinúa que le concederá sus favores a
cambio del conocimiento. Y Merlín, aún previendo sus intenciones, no puede
evitar iniciarla en los secretos de los sortilegios, los prodigios y los
hechizos. Ella bate palmas con juvenil alegría y el anciano crea, bajo un
enorme peñasco, un aposento maravilloso para la consumación de su amor.
Entonces, aprovechando que el mago se adelanta en el recinto, Nyneve obra el
encantamiento que jamás podrá quebrarse, el pasaje se sella y Merlín queda
encerrado. Todavía sigue en ese lugar (algún punto de la costa, camino a
Cornaulles, para más datos) y ahí se quedará por siempre, suplicando a través
de la roca que alguien lo libere. Pobre Merlín.
El loco Pedro*
El hogar era
oscuro como casi todas las residencias de ancianos, oscuro y amargo. El
personal se ocupaba de los viejos con esmero robotizado y la media sonrisa que
no duraba el día entero. Arrastraba su pierna coja y la zapatilla de abrigo,
hasta la ventana donde tarde a tarde, a la misma hora, se sentaba a ver pasar
el tren.
Cantaba la
marcha peronista a viva voz y luego sus pensamientos se perdían en recuerdos y
sus ojos en el serpentear de las vías.
No sabemos qué
extrañas reflexiones albergaba su mente pero Pedro, el loco Pedro, parecía
feliz.
*De Ana
María Broglio. anamariabroglio@gmail.com
2 *
I
Ayer soñé
Un poema húmedo
Sobre hojas
secas.
II
A veces quiero
saltar en mi
mirada
y ser ausencia.
III
Desangelada
y cerca de la
noche
ella descansa.
IV
A la intemperie
el eco del
rocío
guarda
silencio.
*De Paula
Novoa.
-De Hija de
mala madre, Cave Librum Editorial (2016)
-Paula Novoa
nació un 08 de marzo de 1976 en San Antonio de Padua. Es profesora en Lengua,
Literatura y Latín (I.S.F.D. N°45, Haedo) y Licenciada en Lengua y Literatura
con orientación en análisis del discurso (UNLaM). Escritora de poesía.
Publicó: El
año que fui homeless, Cave Librum Editorial (2014) e Hija de mala madre,
Cave Librum Editorial (2016).
Actualmente
trabaja como profesora de Lengua y Literatura en escuelas secundarias del
municipio de Moreno.
*
Si algo me
gusta de este mundo es que el conocimiento sea fabulación.
*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
InvenTren
El guardagujas*
*De Juan
José Arreola.
El forastero
llegó sin aliento a la estación desierta. Su gran valija, que nadie quiso
cargar, le había fatigado en extremo. Se enjugó el rostro con un pañuelo, y con
la mano en visera miró los rieles que se perdían en el horizonte. Desalentado y
pensativo consultó su reloj: la hora justa en que el tren debía partir.
Alguien, salido
de quién sabe dónde, le dio una palmada muy suave. Al volverse el forastero se
halló ante un viejecillo de vago aspecto ferrocarrilero. Llevaba en la mano una
linterna roja, pero tan pequeña, que parecía de juguete. Miró sonriendo al viajero,
que le preguntó con ansiedad:
-Usted perdone,
¿ha salido ya el tren?
-¿Lleva usted
poco tiempo en este país?
-Necesito salir
inmediatamente. Debo hallarme en T. mañana mismo.
-Se ve que
usted ignora las cosas por completo. Lo que debe hacer ahora mismo es buscar
alojamiento en la fonda para viajeros -y señaló un extraño edificio ceniciento
que más bien parecía un presidio.
-Pero yo no
quiero alojarme, sino salir en el tren.
-Alquile usted
un cuarto inmediatamente, si es que lo hay. En caso de que pueda conseguirlo,
contrátelo por mes, le resultará más barato y recibirá mejor atención.
-¿Está usted
loco? Yo debo llegar a T. mañana mismo.
-Francamente,
debería abandonarlo a su suerte. Sin embargo, le daré unos informes.
-Por favor…
-Este país es
famoso por sus ferrocarriles, como usted sabe. Hasta ahora no ha sido posible
organizarlos debidamente, pero se han hecho grandes cosas en lo que se refiere
a la publicación de itinerarios y a la expedición de boletos. Las guías
ferroviarias abarcan y enlazan todas las poblaciones de la nación; se expenden
boletos hasta para las aldeas más pequeñas y remotas. Falta solamente que los
convoyes cumplan las indicaciones contenidas en las guías y que pasen
efectivamente por las estaciones. Los habitantes del país así lo esperan;
mientras tanto, aceptan las irregularidades del servicio y su patriotismo les
impide cualquier manifestación de desagrado.
-Pero, ¿hay un
tren que pasa por esta ciudad?
-Afirmarlo
equivaldría a cometer una inexactitud. Como usted puede darse cuenta, los
rieles existen, aunque un tanto averiados. En algunas poblaciones están
sencillamente indicados en el suelo mediante dos rayas. Dadas las condiciones
actuales, ningún tren tiene la obligación de pasar por aquí, pero nada impide
que eso pueda suceder. Yo he visto pasar muchos trenes en mi vida y conocí
algunos viajeros que pudieron abordarlos. Si usted espera convenientemente, tal
vez yo mismo tenga el honor de ayudarle a subir a un hermoso y confortable
vagón.
-¿Me llevará
ese tren a T.?
-¿Y por qué se
empeña usted en que ha de ser precisamente a T.? Debería darse por satisfecho
si pudiera abordarlo. Una vez en el tren, su vida tomará efectivamente un
rumbo. ¿Qué importa si ese rumbo no es el de T.?
-Es que yo
tengo un boleto en regla para ir a T. Lógicamente, debo ser conducido a ese
lugar, ¿no es así?
-Cualquiera
diría que usted tiene razón. En la fonda para viajeros podrá usted hablar con
personas que han tomado sus precauciones, adquiriendo grandes cantidades de
boletos. Por regla general, las gentes previsoras compran pasajes para todos
los puntos del país. Hay quien ha gastado en boletos una verdadera fortuna…
-Yo creí que
para ir a T. me bastaba un boleto. Mírelo usted…
-El próximo
tramo de los ferrocarriles nacionales va a ser construido con el dinero de una
sola persona que acaba de gastar su inmenso capital en pasajes de ida y vuelta
para un trayecto ferroviario, cuyos planos, que incluyen extensos túneles y
puentes, ni siquiera han sido aprobados por los ingenieros de la empresa.
-Pero el tren
que pasa por T., ¿ya se encuentra en servicio?
-Y no sólo ése.
En realidad, hay muchísimos trenes en la nación, y los viajeros pueden
utilizarlos con relativa frecuencia, pero tomando en cuenta que no se trata de
un servicio formal y definitivo. En otras palabras, al subir a un tren, nadie
espera ser conducido al sitio que desea.
-¿Cómo es eso?
-En su afán de
servir a los ciudadanos, la empresa debe recurrir a ciertas medidas
desesperadas. Hace circular trenes por lugares intransitables. Esos convoyes
expedicionarios emplean a veces varios años en su trayecto, y la vida de los
viajeros sufre algunas transformaciones importantes. Los fallecimientos no son
raros en tales casos, pero la empresa, que todo lo ha previsto, añade a esos
trenes un vagón capilla ardiente y un vagón cementerio. Es motivo de orgullo
para los conductores depositar el cadáver de un viajero lujosamente embalsamado
en los andenes de la estación que prescribe su boleto. En ocasiones, estos
trenes forzados recorren trayectos en que falta uno de los rieles. Todo un lado
de los vagones se estremece lamentablemente con los golpes que dan las ruedas
sobre los durmientes. Los viajeros de primera -es otra de las previsiones de la
empresa- se colocan del lado en que hay riel. Los de segunda padecen los golpes
con resignación. Pero hay otros tramos en que faltan ambos rieles, allí los
viajeros sufren por igual, hasta que el tren queda totalmente destruido.
-¡Santo Dios!
-Mire usted: la
aldea de F. surgió a causa de uno de esos accidentes. El tren fue a dar en un
terreno impracticable. Lijadas por la arena, las ruedas se gastaron hasta los
ejes. Los viajeros pasaron tanto tiempo, que de las obligadas conversaciones
triviales surgieron amistades estrechas. Algunas de esas amistades se transformaron
pronto en idilios, y el resultado ha sido F., una aldea progresista llena de
niños traviesos que juegan con los vestigios enmohecidos del tren.
-¡Dios mío, yo
no estoy hecho para tales aventuras!
-Necesita usted
ir templando su ánimo; tal vez llegue usted a convertirse en héroe. No crea que
faltan ocasiones para que los viajeros demuestren su valor y sus capacidades de
sacrificio. Recientemente, doscientos pasajeros anónimos escribieron una de las
páginas más gloriosas en nuestros anales ferroviarios. Sucede que en un viaje
de prueba, el maquinista advirtió a tiempo una grave omisión de los
constructores de la línea. En la ruta faltaba el puente que debía salvar un
abismo. Pues bien, el maquinista, en vez de poner marcha atrás, arengó a los pasajeros
y obtuvo de ellos el esfuerzo necesario para seguir adelante. Bajo su enérgica
dirección, el tren fue desarmado pieza por pieza y conducido en hombros al otro
lado del abismo, que todavía reservaba la sorpresa de contener en su fondo un
río caudaloso. El resultado de la hazaña fue tan satisfactorio que la empresa
renunció definitivamente a la construcción del puente, conformándose con hacer
un atractivo descuento en las tarifas de los pasajeros que se atreven a
afrontar esa molestia suplementaria.
-¡Pero yo debo
llegar a T. mañana mismo!
-¡Muy bien! Me
gusta que no abandone usted su proyecto. Se ve que es usted un hombre de
convicciones. Alójese por lo pronto en la fonda y tome el primer tren que pase.
Trate de hacerlo cuando menos; mil personas estarán para impedírselo. Al llegar
un convoy, los viajeros, irritados por una espera demasiado larga, salen de la
fonda en tumulto para invadir ruidosamente la estación. Muchas veces provocan
accidentes con su increíble falta de cortesía y de prudencia. En vez de subir
ordenadamente se dedican a aplastarse unos a otros; por lo menos, se impiden
para siempre el abordaje, y el tren se va dejándolos amotinados en los andenes
de la estación. Los viajeros, agotados y furiosos, maldicen su falta de
educación, y pasan mucho tiempo insultándose y dándose de golpes.
-¿Y la policía
no interviene?
-Se ha
intentado organizar un cuerpo de policía en cada estación, pero la imprevisible
llegada de los trenes hacía tal servicio inútil y sumamente costoso. Además,
los miembros de ese cuerpo demostraron muy pronto su venalidad, dedicándose a
proteger la salida exclusiva de pasajeros adinerados que les daban a cambio de
esa ayuda todo lo que llevaban encima. Se resolvió entonces el establecimiento
de un tipo especial de escuelas, donde los futuros viajeros reciben lecciones
de urbanidad y un entrenamiento adecuado. Allí se les enseña la manera correcta
de abordar un convoy, aunque esté en movimiento y a gran velocidad. También se
les proporciona una especie de armadura para evitar que los demás pasajeros les
rompan las costillas.
-Pero una vez
en el tren, ¡está uno a cubierto de nuevas contingencias?
-Relativamente.
Sólo le recomiendo que se fije muy bien en las estaciones. Podría darse el caso
de que creyera haber llegado a T., y sólo fuese una ilusión. Para regular la
vida a bordo de los vagones demasiado repletos, la empresa se ve obligada a
echar mano de ciertos expedientes. Hay estaciones que son pura apariencia: han
sido construidas en plena selva y llevan el nombre de alguna ciudad importante.
Pero basta poner un poco de atención para descubrir el engaño. Son como las
decoraciones del teatro, y las personas que figuran en ellas están llenas de
aserrín. Esos muñecos revelan fácilmente los estragos de la intemperie, pero
son a veces una perfecta imagen de la realidad: llevan en el rostro las señales
de un cansancio infinito.
-Por fortuna,
T. no se halla muy lejos de aquí.
-Pero carecemos
por el momento de trenes directos. Sin embargo, no debe excluirse la
posibilidad de que usted llegue mañana mismo, tal como desea. La organización
de los ferrocarriles, aunque deficiente, no excluye la posibilidad de un viaje
sin escalas. Vea usted, hay personas que ni siquiera se han dado cuenta de lo
que pasa. Compran un boleto para ir a T. Viene un tren, suben, y al día
siguiente oyen que el conductor anuncia: “Hemos llegado a T.”. Sin tomar
precaución alguna, los viajeros descienden y se hallan efectivamente en T.
-¿Podría yo
hacer alguna cosa para facilitar ese resultado?
-Claro que
puede usted. Lo que no se sabe es si le servirá de algo. Inténtelo de todas
maneras. Suba usted al tren con la idea fija de que va a llegar a T. No trate a
ninguno de los pasajeros. Podrán desilusionarlo con sus historias de viaje, y
hasta denunciarlo a las autoridades.
-¿Qué está
usted diciendo?
En virtud del
estado actual de las cosas los trenes viajan llenos de espías. Estos espías,
voluntarios en su mayor parte, dedican su vida a fomentar el espíritu
constructivo de la empresa. A veces uno no sabe lo que dice y habla sólo por
hablar. Pero ellos se dan cuenta en seguida de todos los sentidos que puede
tener una frase, por sencilla que sea. Del comentario más inocente saben sacar
una opinión culpable. Si usted llegara a cometer la menor imprudencia, sería
aprehendido sin más, pasaría el resto de su vida en un vagón cárcel o le
obligarían a descender en una falsa estación perdida en la selva. Viaje usted
lleno de fe, consuma la menor cantidad posible de alimentos y no ponga los pies
en el andén antes de que vea en T. alguna cara conocida.
-Pero yo no
conozco en T. a ninguna persona.
-En ese caso
redoble usted sus precauciones. Tendrá, se lo aseguro, muchas tentaciones en el
camino. Si mira usted por las ventanillas, está expuesto a caer en la trampa de
un espejismo. Las ventanillas están provistas de ingeniosos dispositivos que
crean toda clase de ilusiones en el ánimo de los pasajeros. No hace falta ser
débil para caer en ellas. Ciertos aparatos, operados desde la locomotora, hacen
creer, por el ruido y los movimientos, que el tren está en marcha. Sin embargo,
el tren permanece detenido semanas enteras, mientras los viajeros ven pasar
cautivadores paisajes a través de los cristales.
-¿Y eso qué
objeto tiene?
-Todo esto lo
hace la empresa con el sano propósito de disminuir la ansiedad de los viajeros
y de anular en todo lo posible las sensaciones de traslado. Se aspira a que un
día se entreguen plenamente al azar, en manos de una empresa omnipotente, y que
ya no les importe saber adónde van ni de dónde vienen.
-Y usted, ¿ha viajado
mucho en los trenes?
-Yo, señor,
solo soy guardagujas1. A decir verdad, soy un guardagujas jubilado, y sólo
aparezco aquí de vez en cuando para recordar los buenos tiempos. No he viajado
nunca, ni tengo ganas de hacerlo. Pero los viajeros me cuentan historias. Sé
que los trenes han creado muchas poblaciones además de la aldea de F., cuyo
origen le he referido. Ocurre a veces que los tripulantes de un tren reciben
órdenes misteriosas. Invitan a los pasajeros a que desciendan de los vagones,
generalmente con el pretexto de que admiren las bellezas de un determinado
lugar. Se les habla de grutas, de cataratas o de ruinas célebres: “Quince
minutos para que admiren ustedes la gruta tal o cual”, dice amablemente el
conductor. Una vez que los viajeros se hallan a cierta distancia, el tren
escapa a todo vapor.
-¿Y los
viajeros?
Vagan
desconcertados de un sitio a otro durante algún tiempo, pero acaban por
congregarse y se establecen en colonia. Estas paradas intempestivas se hacen en
lugares adecuados, muy lejos de toda civilización y con riquezas naturales
suficientes. Allí se abandonan lores selectos, de gente joven, y sobre todo con
mujeres abundantes. ¿No le gustaría a usted pasar sus últimos días en un
pintoresco lugar desconocido, en compañía de una muchachita?
El viejecillo
sonriente hizo un guiño y se quedó mirando al viajero, lleno de bondad y de
picardía. En ese momento se oyó un silbido lejano. El guardagujas dio un
brinco, y se puso a hacer señales ridículas y desordenadas con su linterna.
-¿Es el tren?
-preguntó el forastero.
El anciano echó
a correr por la vía, desaforadamente. Cuando estuvo a cierta distancia, se
volvió para gritar:
-¡Tiene usted
suerte! Mañana llegará a su famosa estación. ¿Cómo dice que se llama?
-¡X! -contestó
el viajero.
En ese momento
el viejecillo se disolvió en la clara mañana. Pero el punto rojo de la linterna
siguió corriendo y saltando entre los rieles, imprudente, al encuentro del
tren.
Al fondo del
paisaje, la locomotora se acercaba como un ruidoso advenimiento.
*Guardagujas:
Empleado encargado del manejo de las agujas de una vía férrea.
-Próximas estaciones:
POLVAREDAS
–Por Ferrocarril Provincial-
PLOMER
-Por Ferrocarril Midland-
***
El recorrido por venir del tren literario en el Ferrocarril
Provincial:
JUAN ATUCHA. JUAN
TRONCONI. CARLOS BEGUERIE.
FUNKE. LOS
EUCALIPTOS. FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR
UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN
JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA. D. SÁEZ.
J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY. ESTACIÓN ÁNGEL
ETCHEVERRY.
LISANDRO OLMOS. INGENIERO
VILLANUEVA. ARANA. GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
***
El recorrido por venir del tren literario en el Ferrocarril
Midland:
KM. 55. ELÍAS
ROMERO. KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO GENERAL
BELGRANO. LIBERTAD. MERLO GÓMEZ.
RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO VILLEGAS.
JOSÉ INGENIEROS. MARÍA
SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
KM 12. LA SALADA.
INGENIERO BUDGE.
VILLA FIORITO. VILLA
CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO
MIDLAND.
InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar
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