martes, mayo 04, 2021

EDICIÓN MAYO 2021.

 


*Foto de Paula Novoa.

 

 






 

Perfección*

 

 

*De Alejandro Badillo. badillo.alejandro@gmail.com

 

 

Se sintió inspirado y comenzó a escribir un cuento. Delineó la trama y los personajes. Un par de horas después terminó. Satisfecho por el trabajo cumplido fue a dormir. Se despertó inquieto a medianoche pues presentía que había algo mal en el cuento. Prendió la lámpara del buró, sacó las hojas del cajón y leyó detenidamente su historia. No encontró un error garrafal, pero le pareció que utilizaba demasiadas palabras. Tomó una pluma y subrayó las partes que pensaba superfluas. Volvió a redactar el cuento y regresó a la cama. Pasaron unos minutos y despertó con la misma sensación. Repitió el proceso una y otra vez. El cuento se empequeñeció tanto que pronto cupo en una hoja. Sin embargo el hombre no se daba por vencido y seguía quitando palabras. Los párrafos se disolvieron y, después de un par de horas, se quedó con una sola palabra cuyo significado desconocía. Asombrado, trató de recordar el momento en que la había escrito pero sus esfuerzos fueron en vano. Por inercia, quizá suponiendo que le ayudaría en algo, la pronunció. En ese momento se apagó la lámpara del buró. Después lo hicieron los postes de luz en la calle. El hombre se asomó por la ventana y, alzando la vista al cielo, pudo ver cómo las estrellas desaparecían una a una. No tuvo que pensarlo mucho para llegar a una conclusión: había pronunciado el nombre de Dios.

 

 

 

*Alejandro Badillo. (Ciudad de México, 1977) Es autor de los libros de cuento Ella sigue dormida (Tierra Adentro), La herrumbre y las huellas (Eeyc), Vidas volátiles (BUAP), Tolvaneras (SC Puebla), El clan de los estetas (Universidad Veracruzana. Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela) y las novelas La mujer de los macacos (Libros Magenta) y Por una cabeza (Premio Nacional de Novela Breve Amado Nervo). Ha participado en publicaciones como Luvina, GQ, Letras Libres y el suplemento “Confabulario” de El Universal. Colaborador de la revista Crítica y exbecario del Fonca. Ha sido antologado en diversas compilaciones de minificción.

 

 

 

 

 

 

 

*

 

 

Prestá atención.

Afuera,

sobre las paredes de la casa

la tristeza teje redes,

incansable.

¿Escuchás el ruido

que silencia a los pájaros?

No descuides tu oficio.

Cada día,

deberás abrir los ojos

y comenzar, sin pausa,

tu tarea.

 

 

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

 

 

 - Mariana nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City Bell. Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena 2014). Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015) La hija del pescador (La Magdalena, 2016).  Piedras de colores (Proyecto Hybris 2018) Su último libro publicado es El orden del agua, GPU Ediciones (2019)

-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El acta*

 

                        a mi madre Sara

 

 

Yo, que estoy en el medio del mar

leo el acta, que con unos cuadraditos marcados con una x

deja constancia de la muerte de mi madre

 

mientras la rompo y el viento se la lleva

depositándola en unas olas gigantes

pienso en ella con sus lentes viejos, leyendo a Chejov

o las cartas de familiares de Rusia

y en aquellos años en que era feliz, paseando con mi padre por la

                                                                             / playa

mientras yo corría detrás de ellos

 

me doy vuelta y la veo sentada en una silla en la proa

rodeada por unos albatros que picotean restos de comida

 

me llama y me siento junto a ella, mientras saca unas fotos viejas

en paisajes extraños, junto a sus padres

y luego otras y otras, como un repaso de su vida

mientras hablamos de las cosas que quedaron sin hacer

de esos planes simples que teníamos

y ya no podremos realizar

 

giro la vista al mar y cuando me doy vuelta para abrazarla

ya no está

a mis pies, veo la foto en que ella está delante de la casa de sus

                                                                           / padres

en la calle de la revolución

la llevo al camarote, la pego en la pared

y me acuesto a dormir

en el sueño, escucho su voz, casi imperceptible, que me dice:

 

- no estés triste, ya nos veremos.-

 

me despierto, me sirvo un vaso de vodka

y miro por el ojo de buey la tormenta que se avecina

voy a la sala de máquinas, a cumplir mi turno

y la escucho nuevamente:

 

- hijo, el hombre es lobo del hombre-

 

me río pensando en ella, en esos viejos tiempos

donde soñaba un mundo más justo

sin imaginar que nos convertiríamos en bestias.

 

 

 

*De Andrés Bohoslavsky.

(Cipolletti 1960)

-De Una noche en bosque-poesía y otros poemas. Poesía Mayor, Editorial Leviatán. Buenos Aires, Argentina. Marzo 2014

 

-Fuente: https://otrascriaturas.blogspot.com/2016/05/andres-bohoslavsky-cipolletti-1960_13.html

 

 










15. El exorcista judío*

 

 

Hacía mucho calor ese diciembre en Buenos Aires. Los cortes de luz se repartían desparejos por toda la ciudad. La calle de mi negocio no era la excepción, casi todos los días teníamos unas horas menos de electricidad. A veces, el día completo. Pero sobre la avenida Corrientes, a la altura de Boulogne Sur Mer, Edesur se había ensañado interrumpiendo el servicio de energía eléctrica durante varios días. Volvía del centro en la línea B con la idea de bajarme en la estación Carlos Gardel pero, al detenerse en la estación Pueyrredón, vi que no había nadie en el andén. Era probable que hubiera saqueos en la zona comercial del Once, algo anunciado para estos días cercanos a la Navidad. En ese caso, cerrar la estación era una medida sensata de seguridad.

Me bajé sin saber si podría salir a la calle. Me ganó la curiosidad de ver vacía semejante estación. El policía que custodiaba una de las salidas me explicó que habían vaciado un negocio de ropa cercano. No supo decirme cuál era el local afectado. Afuera la calle era un hervidero de gente y los autos parecían multiplicarse, los negocios tenían –en su mayoría– las cortinas bajas. Seguramente la paranoia de los saqueos había llegado antes que los saqueadores.

Al salir veo a mi amigo Luis, muy ofuscado, sentado en un banco de madera que hay en la vereda frente a la heladería sobre la calle Corrientes y, por supuesto, cerrada como el resto de los locales de la cuadra. Luis es médico psiquiatra pero con una particularidad: se dedica a asistir a los curas que practican exorcismo, quizás derivación de haber estudiado en el Seminario Teológico del barrio de Devoto. Vocación afianzada por asistir como oyente al curso de “Exorcismo y Oración de Liberación”, un seminario que comenzó a impartir el Vaticano en el año 2005. Según me ha contado, hoy en día hay pocos curas capaces de lidiar con el diablo, y lo hacen a la manera medieval, usando el crucifico como principal arma disuasoria.

Los episodios suelen ser muy violentos porque el diablo se resiste a abandonar el cuerpo de la víctima. La presencia de un médico es indispensable para evitar daños mayores. No creo que pudiera cobrar honorarios por esa tarea, pero ganarle la pulseada al demonio debe ser gratificante. Lo más importante es descartar la anomalía psíquica para que no se confunda con el maligno instalado en el cuerpo. Al diablo hay que respetarlo donde se encuentre. Como a cualquier enemigo. Diferenciar los estados mentales es indispensable y la locura y la desesperación son verdaderos nichos para Lucifer. Seamos justos: siempre anduvo merodeando a los seres con la voluntad debilitada por los motivos que sean.

Pocos saben en el barrio su verdadera profesión y los pacientes llegan a su consultorio recomendados por los curas cuando notan a sus fieles literalmente endemoniados. Pero ellos, ignorando los temores del sacerdote, creen que van a una consulta psicológica. A los pocos que realmente están poseídos por el demonio, Luis los deriva a un cura exorcista y juntos lo extraen del cuerpo de la víctima. Si es una patología neurótica sigue el trabajo en el consultorio o lo deriva a otro profesional.

Debo reconocer que mi amigo algo sabe del asunto porque controló a mi padre cuando estaba inmerso en una furia incontenible. En el geriátrico no lograban manejarlo ya que conservaba una fuerza considerable. Lo más que podían hacer era atarlo a la cama durante la noche y luego medicarlo. Luis se ofreció a ayudarme y así demostrarme que podía domar a los demonios. Que el diablo lo respetaba y lo consideraba un justo rival. El primer contacto con mi padre fue desconcertante. Luis sintió un extraño olor a amoníaco al que no estaba acostumbrado. Y cuando intentó hablarle en latín al supuesto demonio que anidaba en el alma de mi padre, descubrió que no lo comprendía. Tampoco se atemorizaba ante la imagen de la Virgen María que desplegó frente a sus ojos. Luis, prudente, no fue más allá y conservó en su bolsillo el crucifijo. Para qué llamar la atención en el geriátrico si se había dado cuenta que necesitaba otras armas para vencer al diablo. Él solo era auxiliar de exorcistas y tenía ciertos límites que temía sobrepasar.

Por primera vez Luis tuvo que enfrentarse con un Dybbuk, un espíritu maligno escapado del infierno judío. El alma dislocada de un muerto que no llegó a ejecutar la misión por la que vino a este mundo. Para cumplirla tuvo que atrapar la voluntad de un ser vulnerable, en este caso mi padre. Todo esto me lo contó Luis varios años después, cuando el paciente ya había muerto. Pero no me dio detalles de la batalla y tampoco me interesé.

Aunque ignoraba qué trato habría hecho en ese momento, la realidad es que después de apenas tres sesiones, mi padre encontró una calma que no imaginó nunca conseguir. Me pedía por favor que Luis volviera. Los poderes de mi amigo eran indiscutibles. Sobrepasaban las fronteras religiosas y las supersticiones. Tal es así que mi padre me decía que Luis le hablaba en idish, idioma que Luis negaba enfáticamente saber hablar.

Era el año 2001 y a cambio de su exitosa gestión le regalé una notebook Compaq Presario. A Luis le encanta la tecnología y por eso nos conocimos, era un asiduo cliente de mi negocio. La portátil, aunque usada, era una maravilla para la época. Soy de la idea de que no hay que tener deudas ni con Dios ni con el Diablo. Menos aun teniendo un Dybbuk merodeando tan cerca. Pensé en un regalo que perdurara en el tiempo y en su memoria.

Así fue, porque poco tiempo después cuando acudí nuevamente a Luis para pedirle que, en su condición de médico matriculado, fuera al geriátrico a firmar el certificado de defunción acudió gustoso sin pedir retribución alguna. En el mismo puso que mi padre murió porque su corazón dejó de funcionar. No fue necesario mencionar al demonio que lo torturaba, su muerte fue una muerte normal.

Lo más curioso es que Luis no es de estirpe católica. Es un judío convertido al cristianismo. Algo no tan frecuente, porque los judíos cuando reniegan de su origen a menudo solo se asimilan y se pierden entre la gente. Luis, a sus dieciocho años, realizó una conversión con todas las letras. Eligió abandonar al pueblo elegido. Hubo un motivo: una simple pregunta que su rabino no pudo responder.

En el tiempo en que lo llamaban Salo –Salomón era muy largo y severo y él era un chico inquieto y preguntón– nada hacía sospechar de un quiebre definitivo con su religión. Hasta que un día se enteró de que los católicos consideraban a Jesús como hijo de Dios. No como una metáfora, sino que nació sin pecado concebido.

Salo consultó sobre este tema al Rabino Binder y la respuesta no lo conformó. Según él era una superstición como creer en los ángeles y los demonios. Los judíos no creemos en eso, son resabios del paganismo. “Dios no puede tener hijos humanos” fue lo que le dijo y pasó a otro tema rápidamente. Salo masticó durante varias noches estas palabras y luego volvió a la carga. “¿Si Dios creó los planetas, los animales, las plantas, la luz del sol y todo lo demás en seis días por qué no puede tener un hijo sin necesidad de un acto sexual?” fue lo que preguntó Salo. El rabino sospechó de la pregunta, pero no podía dudar de lo que estaba escrito en el Génesis. Esa fue el último cuestionamiento que hizo Salo antes de partir y convertirse en el Luis que yo conocí.

A partir de ese momento fue perdiendo toda consideración de su familia, pero poco le importó. Luis se dedicó a seguir a Jesús con devoción. Como Jesús, dedicó su vida a liberar a quienes están bajo la esclavitud del diablo. Para ello aprendió mejor que nadie las tretas del maligno y lo persigue donde se manifieste. Habla del Diablo con tanta pasión que parece un satanista. Hasta hoy me pregunto si no tendrá un pacto secreto delimitando territorios y personas. Llama la atención que el único médico auxiliar del exorcismo autorizado por la iglesia católica de nuestro país sea un judío converso.

No nos olvidemos que están de acuerdo amantes y detractores del judaísmo: “Una vez judío, siempre judío”. No va a ser cosa de que si algo sale mal en la lucha contra el demonio le echen la culpa al pueblo elegido. Por algo no lo dejaron ser sacerdote pese a que terminó brillantemente sus estudios teológicos. La psiquiatría fue su vocación alternativa ante la imposibilidad de tomar los hábitos.

Además, mi amigo, pese a que lo hubiera deseado, no puede esconder su fisonomía. Si en lugar de estar pulcramente vestido con su delantal blanco tuviera una kipá y un sobretodo negro pasaría como uno más de los judíos religiosos que caminan conversando, dejando a sus mujeres unos pasos atrás. Él va acompañado de su esposa que sumisamente lo sigue en un silencio ceremonial.

Luis me ha revelado que conserva algunas taras de los inmigrantes. Ciertas avaricias que no puede superar como, por ejemplo, si va a comer con su mujer, solo piden una bebida. Me consta que lucha contra esas limitaciones, pero no puede evitarlo. Luis sabe que lo comprendo. Hay un pasado lejano que nos vincula, mal que le pese.

Cuando lo encontré aquella vez saliendo del subte, Luis me contó que junto con otros vecinos esperaban que se hiciera un poco más tarde para cortar el cruce de la avenida Corrientes y Pueyrredón en reclamo por falta de luz de setenta y dos horas, una medida extrema pero habitual en estos días de desesperación por los cortes de energía. Le dije que no sería fácil de interrumpir el tránsito en un cruce de avenidas por la propia presión vehicular, que venía en varias manos al mismo tiempo. Pero se estaban juntando varios vecinos con gomas y tachos de basura para prenderles fuego. Debían organizarse bien porque algún loco podría atropellarlos y provocar más dolor del que estaban viviendo.

Aunque no intimamos mucho, nos conocemos bastante y lo cierto es que me sorprendió que Luis estuviera preparando el piquete. Es muy reservado y un poco distante, por su postura doctoral de saber de casi todo. A menudo me ha aconsejado en cuestiones claves de mi propio negocio.

No importa la justicia de su reclamo, no me lo esperaba cometiendo actos violentos. Eso lo dejaba para su empedernido rival: Satanás. Pero estaba muy enojado con la situación porque tenía afectado su consultorio, y ese era su modo de demostrarlo. Lo interrogué acerca de los saqueos y me dijo que había visto una bandada de gente corriendo sin ton ni son. Un muchacho que estaba en el grupo de cortadores de avenidas me dijo entusiasmado y muy suelto de cuerpo que luego de bloquear el cruce de avenidas irían hasta el Congreso de la Nación para incendiarlo todo, fueran diputados oficialistas u opositores, no les preguntarían su color político. Empecé a sospechar que quizás mi amigo escondía algún secreto que incluso ni él mismo conocía. De tanto pelear tal vez se ha vuelto insensible como su vibrante enemigo. No me quedó duda de que el Diablo estaba metiendo la cola donde podía. Es hábil para disimularse entre los sufrientes. La mentira y el desorden definen la acción de Satanás y sus agentes. De las pequeñas maldades que se ejecutan sin piedad se arma un pandemónium. Hoy en día la estrategia de Satán ha evolucionado y es más destructiva que la sola posesión de un alma en pena. Las injusticias y el engaño son sus mejores aliadas pues provocan la ira de la feligresía. Su mayor éxito es hacernos creer que el infierno no existe pese a la evidencia de que estamos viéndolo crecer a nuestros pies. Lo mismo que ahora pregona el Santo Padre para el asombro de sus dolidos creyentes. En este punto, quizás solo en este punto, Luis discrepa con el Papa. Gracias a la experiencia con mi padre le fue revelado que, al menos, existe el infierno judío de donde habría escapado el Dybbuk y no podía regresar.

Eso me lo dijo después de entregarme una botellita sellada con la estricta recomendación de nunca abrirla. Me pertenecía por ser el primogénito. La orden era que no podía regalarla ni abandonarla. Podría venderla si encontraba un interesado verdadero. Debería hacerlo sin hacer trampas, o sea no inventar un comprador falso para sacármela de encima. En ella se aloja el demonio que torturó toda la vida a mi padre y posiblemente a varios de mis ancestros.

Entró en ella cuando salió violentamente por las fosas nasales de mi padre, muy poco antes que dejara este mundo. Comentaron los otros internados que nunca le vieron el rostro tan relajado como en sus últimos instantes.

El Dybbuk ya había concluido su misión en este mundo. Después de lidiar con mi padre, y luego con Luis, consideró que su tarea había terminado. Por eso aceptó no volver a tomar por asalto otra alma en pena. Parece que el Dybbuk se tranquilizó cuando reconoció el linaje judío de Luis. La llama del judaísmo nunca se apaga, por más que mi amigo ocultara su pasado. Supo, el Dybbuk, que era su oportunidad de encontrar eterno descanso. No es fácil hoy en día encontrar exorcistas judíos.

 

 

*De Jorge Santkovsky. jsantkovsky@go.org.ar

*Incluido en “Diario de un cuentenik” de la editorial Leviatán 2020.

http://otrascriaturas.blogspot.com.ar/

 

 

 

 




 

 

 

 

cuchillos sobre las cornisas*

 

 

Detrás de mí están los pasos que di al

comienzo

la incongruente parodia de los uniformes...

detrás de mí hay un ruido de osamentas

y una sucesión de espejos destrozados

a mis espaldas la lluvia el viento

los orologi de la ausencia

la musiquita azul que sueltan las campanas

 

como escondidos detrás de mí caminan los

perros

construyo fuegos orino mantengo

las palabras

anestesiadas

descompongo oraciones

que desordeno en los papeles

 

hay un antes y un después

detrás de mí

bajo los puentes derrumbados

del silencio

 

persigo los colores secretos que oculta

la distancia

uso piedras y eslabones

platos desocupados que estaban

detrás de mí

en el momento preciso de emigrar

 de las trincheras

 

coloco las sombras deshuesadas

puntualmente detrás de mí

lejos/ muy lejos

más allá de los revólveres.

 

*De Hernán A. Melfi. impresentable14@yahoo.com.ar

 

 

-Hernán Alberto Melfi: Buenos Aires 1970. Publicó los libros de poesía Juguetes Malditos (2013) y Los Titeres Punk (2014) ambos por El Encuentro Editorial. En la actualidad prepara su tercer volumen. Reside en los Estados Unidos.

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

 

¿Quién soy

sin el nombre

de las cosas?

¿Qué queda

de mi pequeña

omnipresencia

sin la palabra

que me ata

al universo?

Lo que nos une

al mundo

es el hilo sutil

de la memoria.

 

 

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

-Desmemorias.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La Czarodziejka*

 

 

 

Hace años mientras imaginábamos formas fantásticas en los hilos de humo del cigarrillo le pregunté a Kalman si creía en hadas del humo.

Hadas que apenas se dejan ver antes de hacerse plenamente invisibles en el aire.

Antes de ser sólo parte del viento.

 

Kalman tenía padres y abuelos nacidos en la Europa central. Ha escuchado de ellos algunas leyendas populares que se transmiten en forma oral. Sus abuelos vivieron en Sniatyn que al tiempo del nacimiento de sus padres quedaba en Polonia.

 

En aquella geografía se mezclaban en extraordinario sincretismo creencias, leyendas, idiomas. Sus abuelos paternos hablaban Idish pero las hadas que los mayores del pueblo relataban a los niños para encantarlos o asustarlos eran polacas.

 

-Si no recuerdo mal - dice Kalman- había un Hada que podía transformarse en lo que quisiera, ¡incluso ser humo!

 

La Czarodziejka podía estar en cualquier parte sin ser reconocida incluso salir de un repollo o vivir en el tronco de un árbol.

 

Una vez, el viejo Wojciech les dijo a unos chicos -entre los que estaba el padre de Kalman- que si se reunían hombres a fumar con sus pipas en un claro del bosque bajo la luz de las estrellas. Ella tomaba la forma de una seductora mujer y desprendida del humo les dejaba ver su sonrisa. Los hombres de la pipa sabían desde niños que era un maravilloso acontecimiento. Quizás una única vez en la vida.

Pero la leyenda les advertía que si la buscaban por el bosque se extraviarían sin remedio a un tiempo desconocido.

Así que se quedaban allí mismo sin moverse fumando sus pipas, dejaban que la Czarodziejka siguiera su paso de encantamientos bajo una noche estrellada por aquel bosque que ahora queda en Ucrania.

 

 

*De Eduardo Francisco Coiro.

https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar

 

 

 


 

 

 

*

 

De niña, en la terraza, miraba atónita esa enormidad de estrellas por la noche. No sé cómo las veía porque era miope y no quería usar anteojos y no los usé hasta las lentes de contacto. Me preguntaba de dónde había salido esa conciencia que tenía y la respuesta "de entre las piernas de mi madre", no lograba convencerme. Ese negro anterior y posterior siempre me ha parecido tan mitológico como cualquier otro invento que a algunos tranquiliza. Yo pongo la misma cara escéptica que se pone ante un cielo con angelitos dormidos en una nube.

 

 

*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com

 

 

 

 

 

 

 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 

 

 

 

 

 

LLEGAR AL FUTURO*

 

 

 

El tío abuelo de Kalman bajó de "El pampeano" en Polvaredas a las 0.35 de un viernes. Al día siguiente era su cumpleaños. Unos minutos antes el tren había salido de la estación Atucha. El tío no podía conciliar el sueño. Miraba por la ventanilla ese cielo tremendo tan diáfanamente estrellado. Tan derramado en estrellas sobre un campo que se parecía al infinito. 

El tío tenía como objetivo ver loteos pasando la estación 9 de julio. Había sacado pasaje hasta Mirapampa pero pensaba bajarse donde viera anuncios de lotes en venta.

En un parpadeo se borró la continuidad del paisaje de cielo a campo que venía admirando. Cuando abrió la ventanilla recibió el golpe de una densa nube de polvo en el rostro. Era polvo con brillos de luciérnagas que se encendían y apagaban velozmente. Quizás era polvo de estrellas que impactaban en una velocidad incalculable en relación a la marcha del tren.

El tío se atemorizó. Cerró la ventanilla. Pensó que quedaría ciego, pero tras unos instantes su vista se volvió normal. Afuera la nube oscura con brillos siguió unos instantes más. De nuevo la noche estrellada. Fuese lo que fuese lo que había rodeado al tren había desaparecido.

Miró al interior del vagón, vio pasajeros que dormían u otros que no habían notado nada anormal en ese transcurrir del tren.

Algo que no supo explicar bien le dijo que tenía que salir de ese tren lo antes posible. En la primera estación en que se detuvo el tren tomó su pequeña valija y bajó. Casi al pie de los peldaños vio dos hombres que se aprestaban a subir. "No suban. Este tren esta maldito" les dijo con ojos seguramente desorbitados por el miedo.

No sabe si les hablo en su lengua madre polaca. 

La cuestión es que los tipos lo miraron como si fuese un borracho trasnochado y subieron por los mismos peldaños que el tío había pisado segundos antes para sentir la solidez del andén.

El asombro del tío siguió cuando al verse en el espejo de la sala de espera vio su cabellera tiznada de polvillo. Al quitarse la polvareda descubrió sus pelos poblados por canas que no tenía al subir en La Plata.

Lo asombroso -según Kalman- es la flexibilidad demencial con la cual su tío abuelo se adaptó a una situación totalmente impensable.

Se quedó un tiempo en Polvaredas, busco trabajo en un campo cercano. Decidió no decir ni palabra de lo ocurrido en ese tren.

Más o menos dos años después de bajar en Polvaredas el tío reencontró a su hermana menor con marido e hijos instalados en la Argentina. Hartos de guerras y miserias humanas arribaron a Ensenada, última referencia que tenían por una antigua carta donde el tío les dejaba un domicilio. No esperaban encontrarlo con vida. A ese tío abuelo además de llegarle familia le llovieron lágrimas, abrazos y reproches.

Las lágrimas se secaron con el paso de los meses, los abrazos se aflojaron por costumbre, pero los reproches de su hermana siguieron y hasta se hicieron encarnizados. El tío escuchaba todo sin enojarse ni justificarse.

- ¿Por qué no contestaste las cartas? -Papá y mamá murieron sin tener noticia tuya, pensaron que habías muerto o lo que es peor que no te interesaba saber nada de tu familia.

Un día, quizás cansado de visitar a su hermana en la casita de Ensenada para recibir ese clima tenso de reproche hasta en los silencios. De no poder ni sostenerle la mirada. El tío abuelo de Kalman habló. Llevó una valijita de cuero rígido - la misma con la que había subido al tren aquella noche en la terminal de La Plata y la abrió. 

Primero puso sobre la mesa un pasaje de tren: que decía La Plata - Mirapampa fechado claramente el 24 de septiembre de 1917. 

Ese día fue un lunes -se extendió en un detalle al que nadie le dio importancia-

Luego abrió un ejemplar del diario La Nación sobre la mesa con la misma fecha.

-¡Que me queres decir, le dijo su hermana con una mirada que pasó de ser severa a echar chispas de indignación... que desde que subiste a ese tren decidiste olvidarnos. ¡No contestar cartas o irte a vivir a otro planeta...! 

-Estuve viajando adentro de ese tren 30 años. Seguí con mi vida como pude o mejor aún -aclaró-: agradecido de no seguir allí adentro vaya a saber por cuantos siglos más. No le creyeron. Era como decirles que las hojas alguna vez fueron plumas. Que lo trataran como un mentiroso absurdo generó una pelea familiar que duro un tiempo.

Muchos años después Kalman recibió de manos de su tío las únicas pruebas de no haber faltado a la verdad aquel día con su familia. El pasaje del tren y ese diario donde se leía entre las noticias destacadas que el ministro de defensa Elpidio González solicitaba el estado de excepción para enfrentar la huelga ferroviaria de 1917.

La madre de Kalman, sobrina menor del tío, siempre le creyó. El misterio de los 30 años fue algo que Kalman reconoció como fuente iniciática de dos vocaciones: tanto de investigador científico como de escritor vocacional. Si hubiese sido una verdad comprobable la experiencia del tío merecía un libro similar al de "Física de lo imposible". Si era una mentira urdida para encubrir su desamor o el desapego a su gente era un portal a literatura pura. 

En sus indagaciones Kalman encontró unos pocos elementos a favor de la historia tal como la relataba el tío: No había ningún rastro de su permanencia en esas tres décadas previas a establecerse en Polvaredas, de 1917 a 1947 no había nada de nada. A pesar de estar encanecido era inusualmente joven por tener los años que tenía. Los que lo conocieron en esa época posterior a su viaje en tren no le daban no mucho más de 30 y pico de años.

Ya ostensiblemente viejo, hablaba mucho de su infancia en aquel pueblo de Europa central del cual partió antes de llegar a la edad necesaria para ser convocado al servicio militar. Su padre era carpintero, quería un futuro militar en la familia. Más aun siendo el hijo mayor. Una vez, caminando con su padre por el bosque mientras iban a elegir un roble para hacerlo madera de mueble. Su padre lo obligo a marchar delante de él como lo hacen los soldados. El tío era apenas un muchacho de 14 años que intentó cumplir de mala gana. Esa falta de vocación enfureció a su padre que comenzó a patearle los talones cuando no marchaba correctamente llevando la punta del pie bien alto. Así. A pataditas correctoras tuvo que marchar hasta retornar a las afueras del pueblo donde seguramente por vergüenza su padre suspendió la instrucción de marcha para su futuro militar al servicio del imperio.

Desde aquella tarde detestó para siempre a su padre, a los militares, al imperio austrohúngaro. Ese día empezó a gestarse su idea de irse bien lejos donde no hubiera ni imperio ni guerras ni un padre que esperara tener un buen hijo militar en la familia. Así fue. Dos años antes del comienzo de la primera gran guerra dejó una nota "me voy, ya escribiré cuando este establecido" 

Según parece trabajo embarcado apenas un año hasta que llego a un puerto argentino. Se radicó.

 

***

 

Kalman siguió pensando en lo sucedido con su tío abuelo hasta que cumplió 58 años. Ese día se dijo que ya era el momento para aceptar lo inexplicable en esta historia de su tío. 

Era muy pobre como explicación decir que había sucedido una anomalía en el espacio-tiempo. Que su tío abuelo había sido un testigo privilegiado cuya mayor maravilla era haber desplegado una enorme fuerza psíquica para adaptarse, como el mismo decía a "esa gran patada al futuro" que había recibido.

En esos 30 años en el tren evitó enterarse del final de la primera guerra. De la guerra civil española. De la segunda gran guerra. De tremendas e increíbles matanzas. El siglo XX se desplegaba en horrores. Su pueblo natal fue devastado. Hijos y nietos de sus vecinos fueron enviados a campos de exterminio por los nazis.

De última, cuanta gente que vivió realmente día por día todos esos años que el tío abuelo pasó por alto adentro de un tren dirán si les preguntan que todo paso muy rápido. Que 30 años de vida fueron parpadeos.  Unos pocos suspiros. Kalman mismo sintió eso al cumplir sus 58 años cuando decidió abandonar las investigaciones teóricas que había intentado construir obstinada e inútilmente por años. Hasta una vez -ridículamente- llevó un diente de su tío a un científico colega para hacer una prueba con isótopos de estroncio y así rastrear las geografías por donde transcurrió la vida del tío en esas décadas adentro del limbo.

Le quedó una imagen grabada por otras tantas que irán al olvido.  Era fin de año. Cuando todos estuvieron de acuerdo con el reloj en que indudablemente comenzaba un año nuevo.

El tío -que ya era un ancianito sin dientes- levantó la copa de sidra en el ritual del brindis y mientras la chocaba en el aire con su voz casi perdida entre otras voces pidió

 “paz y felicidad para el mundo”.

 

 

*De Eduardo Francisco Coiro.

https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar

 

 

 

 

 

 

-Próxima estación.

 

En el recorrido del tren literario por el Ferrocarril Provincial:

 

 

 

CARLOS BEGUERIE. 

 

 

 

FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.

 

ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.  

 

LOMA VERDE.

 

ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.

 

GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.

 

GOBERNADOR OBLIGADO.

 

ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.  

 

 D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.

 

ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.   LISANDRO OLMOS.

 

 INGENIERO VILLANUEVA.  ARANA. 

 

GOBERNADOR GARCIA.

 

LA PLATA.

 

 

 

 

*

 

-Siguiente estación.

 

 

 En el recorrido del tren literario por el Ferrocarril Midland:

 

KM. 38.  

 

 

MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.   LIBERTAD.

 

MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.    ISIDRO CASANOVA. 

 

JUSTO VILLEGAS.

 

JOSÉ INGENIEROS.   MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.

 

 ALDO BONZI.   KM 12.

 

LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.  VILLA FIORITO.

 

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