*Foto de Paula Novoa.
*
Oyes al árbol?
háblame de esas cosas.
Dime del agua y del
árbol,
del romance del viento
y los cristales.
Oyes su beso?
háblame de esas cosas,
mientras se desnudan
las ventanas.
Intenta lo que nace,
el secreto del cuerpo
es una mañana a lo
lejos.
Usa tus huesos,
el idioma es un animal
encendido
celebrando al
universo.
Oyes la luz?
háblame de esas cosas
*De Marcela
Lokdos.
EL
HILO TENAZ*
En la odisea de permanecer soy la eterna
caminante que vuelve siempre por tu cauce
palabra,
a cosechar el núcleo de la tarde.
La molienda de signos que rotura el alma
son mi grano y mi pan en esta
ciudadela que habito.
con Minotauro y espanto.
Las elijo para explorar la desnudez
de metáforas…y han fluido,
-río de aguas subterráneas-bajo
toda mi vida, uniendo espacios y emociones.
Por su continente, peregrina y fugaz,
voy a caminarlas descalza y sin galas,
temblorosa y consciente de llevar a la espalda
un vacío de médanos si ellas no me abarcan.
Sus arenas imposibles sobornan
relojes detenidos
para darme un íntimo interludio sin
registro.
Mientras sigan su curso, yo, casi
innecesaria
avanzo hacia el final del alba
salvada por el hilo tenaz
de las palabras.
*De Miryam
Colombotto Seia. colombottomiryam@gmail.com
KAFKA*
¿Qué es lo que nos
produce incomodidad en los textos de Franz Kafka?
¿Su evidente angustia
y desamparo, su desasosiego, la culpa?
Nuestra propia
perplejidad pone esos textos de un hombre que buscó inútilmente
(un) su lugar en el
Universo.
El mismo que se nos
niega a nosotros.
*De Jorge
Isaías. jisaias4646@gmail.com
Cuando
la guerra*
1
Ella decía que había guerra afuera. Un
ejército en las puertas de la ciudad, agazapado. Pero él esperaba la guerra en
los muslos de ella, cuando la asediaba: el fuego que avivaban las manos.
2
“Cuando entren no dejarán nada vivo, ni el
polvo”, dijo ella esa mañana, todavía entre sábanas. Las sábanas medio
derramadas, por el acto de despertar, por el cuerpo que se movía, por las manos
que palpaban. Y en ella la imagen de él, alumbrada. Las sábanas, esparcidas
ahora, concluyeron el movimiento en el piso.
3
Bajaron a desayunar. Los dedos en las
migajas. El ascenso del café, el frío de las manos cerca, en contraste,
rodeándolo. Ella hizo una pequeña variación: “no quedará nada, ni el polvo”,
dijo. Y él extendió las manos cerca de las migajas. Las puso en la luz. Un
instante en las nervaduras. Una cesura, las manos, en el tiempo. Pero ella no
lo advertía, sumergida como tenía la mirada. Y desayunaron en aparente calma.
Alrededor el humo del café, el reciente sudor en las ventanas. Él pensó en una
nueva variación: “devastarán todo, también el polvo”. Pero se quedó callado,
indeciso, disfrutando del instante y de la espera. Y la luz pulía las tazas de
café. Y las cosas del mundo —cucharas, sartenes, demás enseres —brillaban.
4
Cuando llegó el crepúsculo salieron de la
casa. Escucharon murmullo de peces en las puertas de la ciudad. Los pensaban
nerviosos, a punto de saltar del agua. Pero no para boquear, para entre
coletazos encontrar la muerte. Una ira apenas contenida por las murallas. Y un
rato, los dos, en el descampado, imaginando las volutas sobre los hombres, las
sosegadas respiraciones, el último brillo en los fusiles. Se sentaron y
contemplaron algunas piedras. Arriba el cielo. Y las nubes eran como las
piedras: redondas y muy grises. Las nubes, también, sobre los otros. Pensaron
que incluso la misma sombra proyectada, merodeaba por ahí, como una mano
acercándose a un rostro. Y seguramente uno de los agazapados, del otro lado,
tenía en sus ojos el ansia por superar la muralla y en la parte alta el
destello de un cuervo. El ave se desprendió de su altura y su vuelo hacia
ellos. Rodeados de piedras miraron todo: el oleaje de las plumas por el viento,
testigos por primera vez de la maniobra. Y el cuervo, una vez posado, estuvo a
prudente distancia de ellos, el nervio en el pico y la tensión en los ojos.
Estuvo un rato ahí y después emprendió el vuelo.
5
Al día siguiente avistaron un hombre. Su
silueta a lo lejos. La espiaron, curiosos, por la ventana. Después abrieron la
puerta. Leve viento en los cabellos. En el quicio los dos, evaluando la
distancia, imaginando si venía por su cuenta, si era un remanente de los otros.
Después de un rato más clara la figura, un poco espantapájaros por la ropa.
Incluso, si aguzaban la vista, percibían la premura, la diminuta nube que
dejaba.
Entraron a la casa. Llenaron un vaso con
agua y dispusieron del último pan de la alacena. Un plato, la silla y un
mantel: casi naturaleza muerta. Y desearon que estuviera ahí, que en su boca
hubiera alguna sorpresa, alguna señal de lo que acontecía tras las murallas.
Transcurrieron unos minutos. La figura se acercó y pronto estuvo a unos metros.
Los miró un instante, frágil desde el otro lado, y su saludo fue cosa lenta,
dibujada apenas en el límite que imponía el silencio.
6
El hombre los miró desde el horizonte de la
mesa. El sudor se esparcía en sus sienes y el olor era vivo en sus ropas. La
acritud que desprendía su gesto. Una cuesta cuando respiraba, cuando removía
los labios como si aún tuvieran polvo. Con boca árida, entonces, les dijo que
habían pasado muchas jornadas, que la casa —a la distancia— parecía un desvío
de la memoria. Pero conforme los pasos, conforme los días que eran piedra sobre
piedra, comprendió que la casa era real, que sus paredes existían. En las
noches, después de alimentar una fogata, miraba la casa e imaginaba una
respiración, el temblor de una vela, unas manos que acompañaban. Indecisas
sombras atrás, entonces, por el efecto; un vaho precipitándose en la ventana.
Frágiles arañas y los muebles. La faena de los insectos en la madera. Entonces
supo que en la casa era pleno el desasosiego y que intermitente era la
impaciencia, como la luz, por su llegada.
El hombre hizo una pausa para humedecer la
voz. Su mano hizo penumbra en el vaso. La sombra quedó ahí, un instante, como
un despojo en el agua. Miró las puntas de sus botas y bebió un trago. Dijo que
atravesó filas y filas de hombres, que muchos ojos, cuando pasaba, lo
aguijoneaban. Le imaginaron el paso lento, caminar por ahí como en gran calma:
el cielo gris, el sol, su desolación y su nada.
Le preguntaron cuándo entrarían, la fecha
exacta del acontecimiento o, en caso contrario, si su paciencia era mucha y la
ambición superaría el tiempo. Pero el hombre dijo que no había tiempo en ellos,
aunque alzando los ojos, invocando una imagen de ellos, recordó una leve
respiración, un siseo que anunciaba la lumbre de una palabra que no decían,
quizás por su sustancia, por su filo. Recordó que, mientras avanzaba, percibía
el silencio redondo en los fusiles inclinados, en las mandíbulas apretadas, en
el odio entrevisto en los dientes. Y supo que no le harían daño, porque no lo
miraban, porque en sus cuerpos el sopor y sus ojos eran animales absortos en el
agua.
7
El hombre durmió en la casa. Bajaron un
colchón y una cobija. Por si las dudas dejaron una vela y cerillos. La luna era
un círculo en el hombre. Y éste, iluminado, les agradeció sus atenciones. Se
quitó las botas y abandonó el sombrero en el piso. Estuvo un instante ahí,
inmóvil, mirando el sombrero. Comprendieron que estaba inseguro de su presencia,
que desvanecido por dentro tenía muerta la boca y las palabras. Un poco de
descanso serviría. Le desearon buenas noches y subieron la escalera.
8
Los despertó un ruido. Fueron al inicio de
la escalera. El hombre miraba por la ventana. La espalda encorvada, los ojos
tanteando los objetos descubiertos. Giró el cuerpo y fue con dedos nerviosos a
los cerillos. El nerviosismo perduró en el incendio, mientras la llama se
retiraba de la vela. Absorto, no se dio cuenta que su labor tenía testigos, que
figuras varadas seguían el humo, como maravilla su estela. Hasta el techo la
nube. El olor de una brizna quemada. El rostro del hombre tornó amarillo. Pero
la luz no abundaba y sólo arañaba una parte de la mesa.
Entonces se acercó a la ventana y movió
lentamente la vela, como si mandara un mensaje a los convocados, como si les
dijera, de alguna forma secreta, que era tiempo de la guerra. Pero la paz de su
rostro vislumbraba otra posibilidad, repetir lo de las noches pasadas, ante la
fogata. Y por eso cuidaba el temblor de la vela y su respiración cerca de su
reflejo, también el vaho, como había imaginado.
9
Se despidió de ellos en la mañana. No contó
más historias. Su sombra sobre la mesa. El último pan se había acabado y, como
consuelo, antes de alzar su maleta, demoró la vista en las migajas. Después
estuvo al lado de la casa, haciendo mediciones, calculando un imposible
itinerario. Tanteó el viento con los dedos y después los llevó al filo del
sombrero, a las alas. Afirmó el peso de su cuerpo. Hizo que su respiración
pesara. Pero parecía indefenso, con la memoria desvalida por tantos días en el
descampado, por tanto vértigo de piedras. Se caló el sombrero y emprendió el
camino. Su figura en el atardecer, oscura como el pájaro que lo seguía. Los dos
se alejaron. Y recordaron sus palabras.
10
Desde entonces tuvieron insomnio. Ella
sufrió primero su agobio. Sentía que el sueño era una barca que se alejaba. Él
sentía, además de la mente revuelta, la impaciencia del calor, el peso de las
sábanas. Una noche, en la ventana, descubrió una constelación de insectos. La
noche siguiente comprobó que sus cuerpos oscuros medraban en la luz, que su
vibración espantaba, de alguna forma, su sueño. El ámbito saturado por la
visión. Intentó espantarlos. Pero fijos en la transparencia, objetos
incorruptibles, encendían su insomnio, sus pasos en la estancia. Vueltas y más
vueltas. Ella, enfrascada en conciliar el sueño, apenas notaba el caminar.
11
Una madrugada, incapaces de conciliar el
sueño, de estar en silencio en la cama, bajaron por las escaleras. Sin mediar
palabra fueron a la ventana. Los dispersos cerillos en la mesa. Abierto un
libro y las anotaciones, la vejez expuesta de sus hojas. Prendieron la vela.
Medio derretida, el pabilo carcomido por las horas. Pensaron que la luz podría
ser un anzuelo para otro viajero, recompensa para el nervio de un hombre, en el
descampado, frente a una fogata. Y estuvieron un rato, por turnos, moviendo la
llama, improvisando mensajes en la ventana.
12
Estuvieron impacientes en la cocina. Ella volvió
a decir que había guerra, que los otros los encontrarían ahí, sentados, uno
frente a otro. Él miró la ventana. Ella, esta vez, no mencionó el polvo. Pero
estaba ahí, entre ellos, casi intangible, donde antes había estado el fuego. Y
las figuras caldeadas miraban la superficie de madera, un pan inexistente y las
vetas de luz en la mesa.
13
En la cama volvieron a hablar de la
devastación. Él acercó las manos a su cuerpo. Ella miró el movimiento, percibió
cómo perdía fuerza. Pero el impulso fue suficiente para llegar a su cuerpo y
arder en el intento. El incendio fue breve en los dedos y, después de la
cintura, acudió a los labios. Cerraron los ojos. Ella pensó en el descampado,
en el combatiente que merodeaba en sus labios. Él mantuvo el contacto y quiso
evocar una imagen, pero era precisar una forma bajo el agua. Ella sonrió con
tristeza. Y pensaron un rato en la demora, en lo aburrida que era la guerra.
14
Menguaron los alimentos, más breve el humo
del café. Preocupados por las últimas cosas, miraron el vacío en los platos.
Las tazas sin uso, su disciplina en el estante. Los insectos en retirada. Las
manecillas del reloj, desde hacía mucho, no avanzaban.
Llegaron otros viajeros. Todos tenían
palabras similares. Todos mencionaban las filas de hombres, los fusiles en
ristre y las miradas en lo bajo, como absortas en tinta derramada, en el
cadáver de algo. Un viajero les dijo que habían avanzado posiciones. Otro
mencionó que, en el polvo, bosquejaban distintas posibilidades de asedio.
Añadió que, con el tiempo, los planes para tomar la casa se habían acumulado y
ahora eran infinitos. Bajo las carpas los mapas de los generales, la tinta en
los márgenes, las abundantes anotaciones. Los principales, entre los
agazapados, conminaban con rabia a soportar la demora. “Su enemigo es el
tiempo”, gritaban. Y la promesa de superar la muralla, entre las filas, sin
poder apagar las ansias pues la pólvora estaba dispuesta y las miradas ya no
tendían a lo bajo, sino enceguecidas todas, juntas como un rebaño, en la altura.
15
Pasaron los años. Siguieron visitando las
murallas. El tiempo se acumulaba en la casa. La vejez en sus cuerpos, como el
agua muchas veces, en el transcurso a la piedra. Dejaron de hablar de la
guerra, pero seguían pensando en el asedio, en filas y filas de hombres en el
descampado, con las banderas en alto, en dirección a la casa. Pasaron más años.
El contagio de viajeros terminó. A veces, en la tarde, un bosquejo en la
distancia. En las noches la luna y su luz que a veces hacía círculos o que
temblaba como una fogata. Imaginaban a un hombre, pensativo, con luz de lumbre
en la cara. Pero en las mañanas no había silueta, ni nube de polvo que
acompañara. Comprendieron que morirían sin ver la guerra.
16
Una tarde ella hizo una última variación:
“no quedaremos nosotros”. Él, a un lado, apenas tenía fuerzas para desear más
palabras. Pero no alcanzaban para nombrar la guerra, para decir que entrarían y
devastarían el polvo. Los dos en la cama. Se tomaron de las manos. Y tuvieron
una feliz visión de murallas desmoronadas, de ansias rompiendo, al fin,
silencio. En la muerte miraron el acero hundido en la madera, las risas en el
brillo de las cucharas mientras las bocas volcaban su hambre en los platos. Los
últimos restos de comida en el suelo.
-Alejandro
Badillo. (Ciudad de México, 1977)
Es autor de los libros de cuento Ella
sigue dormida (Tierra Adentro), La herrumbre y las huellas (Eeyc), Vidas
volátiles (BUAP), Tolvaneras (SC Puebla), El
clan de los estetas (Universidad Veracruzana. Premio Nacional de
Narrativa Mariano Azuela) y las novelas La mujer de los macacos (Libros
Magenta) y Por una cabeza (Premio Nacional de Novela Breve Amado Nervo).
Ha participado en publicaciones como Luvina, GQ, Letras Libres y el suplemento
“Confabulario” de El Universal. Colaborador de la revista Crítica y exbecario
del Fonca. Ha sido antologado en diversas compilaciones de minificción.
Recientemente ha publicado:
“La
Habitación Amarilla” (cuentos) por Editorial BUAP. -2021-
“Reconstrucción” (novela) Ediciones EyC. -2021-
*
De este lado del
viento
ya no hay ruido.
Hay un silencio blanco
como el de algunos sueños.
(todo sobreviviente
es rehén de su
tormenta)
De este lado del
viento
busco palabras
como de niña
buscaba piedras junto
al mar.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
- Mariana
nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en
City Bell. Publicó: Cuadernos de la breve
ceguera (La Magdalena 2014). Jardines,
en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015) La hija del pescador (La Magdalena, 2016). Piedras
de colores (Proyecto Hybris 2018). El
orden del agua, GPU Ediciones (2019)
-Su último libro MADURA, fue recién
editado por Editorial Sudestada (2021)
-Coordina Microversos, talleres de
exploración literaria.
PÁJAROS
Y MEMORIA*
Laurie Anderson escribió en su espectáculo "Homeland" una historia con la
que comienza el show. En ella los pájaros, que existían antes de que el mundo
exista, vuelan sin tener más que aire y ningún lugar donde posarse. El problema
surge cuando el padre de una de las aves muere, y no saben qué hacer con el
cadáver ya que es una nueva cuestión, algo que los sorprende por ser la primera
vez que algo así les ocurre. Finalmente, un pájaro decide sepultarlo en la
parte trasera de su propia cabeza, y ello marca el inicio de la memoria.
Magnífica poeta, maravillosa creadora
Laurie, que nos muestra los cadáveres de nuestros padres en las nucas
abultadas.
Historias, olores, sabores de antes, pasado
y putrefacción, dichas que ya fueron y dolores que retornan. Las voces que no
murieron, los asombros, las caricias de manos que no conocimos. Todo detrás de
la cabeza, todo allí apretadamente emplumado, tibio y gélido, maravilloso y
atroz.
El cadáver del padre. El cuerpo muerto de
las generaciones. Los días que gastaron otros, los que pasamos sin advertirlos,
las tramas sobre lo minucioso cotidiano, los hilos que conectan continentes,
las palabras de las que desconocemos el significado y sin embargo siguen allí,
en la nuca, peso y alivio.
Tan cerca que lo sentimos detrás de las
orejas, tan lejos como esa propia nuestra espalda que no podemos ver. La memoria.
Cuántas veces habrá deseado el pájaro
arrancarse el cadáver de su padre.
Tantas como las que le llevó comprender que
ya no hay retorno cuando el hombre comienza a conocer cuando reconoce.
Y llevamos, es cierto, más cadáveres de los
que sabemos detrás de los ojos. Alegrémonos si nos ayudan a mirar.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
*
Escribir es
simplemente percibir lo extraño del mundo.
*De Liliana
Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
Antiguas cicatrices de amor *
1
Después del divorcio, el gringo llegó allí a vivir.
En medio de la pampa. No era campo productivo sino una
franja de tierra rodeada de agua. Graham -su secretario- compró lo que le
vendieron: 15.000 hectáreas de las cuales más de 10.000 son de lagunas
permanentes. Tenía la intención de vivir alejado del mundo, dispuesto a vivir
de la caza y la pesca. Con la tranquilidad de los Apalaches, pero en Argentina.
El inventario incluía la antigua estación
de tren Rolito, con un edificio habitado por una familia. La laguna “del Venado” y parte de la “Paraguaya”.
Aprendió algo de español. Mando construir
una vivienda pequeña, y ya instalado, dedicaba sus días a tallar en tablas de madera dura frases de la
cultura popular que le enseñaban los peones de la estancia. “No hay mal que por bien no venga” una de las primeras.
2
En ese invierno cayo nieve después de 52
años. El campo venía con meses y meses de seca.
Eran señales débiles. Lo había anunciado un
científico ruso años antes, pero la advertencia pasó de largo. Khabibulló Addusamatov fue quien lo
predijo. No fue el único, pero si el más conocido de los científicos que
anunciaron la cercanía de una pequeña edad de hielo en el siglo XXI.
El gringo mientras tanto seguía tallando
frases, pescando y según decía –aunque nadie encontró ni una línea en un
anotador- escribiendo un libro. Más o menos por esa época encargo un proyecto a
Glenn, su amigo arquitecto de Carolina del Sur.
El arquitecto le contesto estaba chiflado,
él insistió: “El futuro está en el sur” estas tierras y ese proyecto eran el
resultado del diálogo a solas –sin asesores espirituales- con su Dios. La
noticia de la construcción de un complejo hotelero de cinco estrellas frente a
la estación Rolito corrió rápido entre los pueblos vecinos, más aún cuando la
obra estaría en medio de la nada. Al borde mismo de una
laguna sólo frecuentada por pescadores de pejerrey.
3
Fue años después, cuando el complejo ya estaba
construido cuando ocurrieron imprevistos o milagros, según quiera verse.
En la primavera del 2028 volvió el tren.
El gringo seguía tallando, de esa época es
la frase “Nunca seremos dos sin lastimarnos” de la cual desconocía autor pero
que dedicó mentalmente a su ex mujer, a la que seguía amando, aunque detestara
en ella esos símbolos comunes que la acercaban a la estética de las mujeres
republicanas que llevan collar de perlas en el cuello.
La llegada del tren empezó a generar las condiciones
para abrir el complejo hotelero.
El gringo Mark se había hecho devoto de la
imagen de la Virgen de Lujan que encontró bajo el alero de la estación. Los paisanos
le explicaron que era "milagrosa" la patrona del ferrocarril. El ex gobernador
republicano hacía gestos de orar mientras tocaba la base del pequeño oratorio.
Nuestra señora del amor a distancia, como la llamaba delante de los paisanos de
Guaminí que rezaban como él antes de subir al tren, le devolvería lo perdido y
más.
Al hombre quizá no le pasaba desapercibido
la esencia egoísta del rezar, pero no le parecía del todo mal ese
individualismo de las personas que ruegan por sí mismos, sus seres queridos, y no
por el buen destino de la humanidad.
4
Durante el más crudo invierno del que se
tenía noticia. Fue cuando la virgen de la estación lloró perlas de hielo. Mientras
en el parlamento se discutía un posible cierre de los ferrocarriles de fomento
por el gasto excesivo que generaban al Estado.
Los caminos se congelaron. Los camiones se
quedaban varados en la nieve. El tren mixto de Carhué a Puente Alsina circulaba
sin problemas. Un conjunto de locomotoras provistas de un barre nieve
aseguraban que las vías estuvieran despejadas. A pocos meses de una previsible
clausura el tren se volvió imprescindible. La humanidad había dilapidado gran
parte de sus reservas de combustible fósil antes de una pequeña
edad de hielo que duraría décadas. El tren incluía tecnología apropiada para afrontar un duro racionamiento que
permitía abastecer al consumo industrial y doméstico.
5
El complejo de hotelero del gringo
prosperaba. Los turistas llegaban en tren para hospedarse, disfrutar aprendiendo
patinaje sobre hielo en las congeladas lagunas. Las parejas venían también en
tren para su amor por horas. Los albañiles le enseñaron una forma cruda de
nombrar a la fuerza del deseo y él talló en una madera bien visible arriba del dintel,
sobre la mesa de recepción del conserje:
“Un pelo de concha tira
más que una yunta de bueyes”
Al llegar en el tren desde la oscuridad de
la noche, impresiona a lo lejos las luces que los hoteles proyectan al cielo.
De cerca asombraban sus torres y murallas de aspecto medieval recubiertas en
hielo. Sólo hay que cruzar la calle para hospedarse en el Stanford Rolito. Al
entrar a la recepción quien preste atención puede leer antiguas cicatrices de
amor.
*De Eduardo
Francisco Coiro.
https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar
-Siguiente estación
En el recorrido literario por el Ferrocarril Midland:
KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO
GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.
**
En el recorrido literario por el Ferrocarril Provincial.
-Próxima estación:
FUNKE.
LOS EUCALIPTOS. FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN
GOYENECHE. GOBERNADOR UDAONDO.
LOMA VERDE. ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.
GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN
DOYHENARD. ESTACIÓN GÓMEZ DE LA
VEGA.
D. SÁEZ.
J. R. MORENO. EMPALME
ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL
ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS.
INGENIERO VILLANUEVA. ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
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