*Foto de Noelia Ceballos.
https://www.instagram.com/noe_ce_arte/
*
Me voy,
hombre
incunable,
porque no sé
porque me falta
porque te sobro
porque no llego
porque muy alto
porque muy pequeña.
Me voy.
Porque
nieva
cada
cien
años
y ya somos viejos.
*De Paula
Novoa. novoapaula8@gmail.com
-En “El
año que fui homeless”.
@cavelibrumeditorial. año 2012
SIN
MÁS*
*Por Horacio
Martín Rodio. horaciorodio@hotmail.com
De pronto un día se fue mi padre.
Simplemente, no volvió; dejándonos, además del asombro: la casa, su ropa, las
herramientas y los pájaros. Alguna vez, contrariado, había dicho: “Me voy a ir
de acá, ya van a ver”. Estamos viendo.
Mi madre lo aceptó con el fatalismo de
siempre, acaso fortalecida en su habitual desapego de la alegría. Lo mismo
hubiera sido que muriera en la fábrica o que lo matara un ómnibus al cruzar la
avenida en bicicleta. Para ella, ésta era sólo otra más de las desgracias que
habrían de ocurrirle sin remedio a lo largo de la vida.
─ Déjame ir a preguntarle a sus compañeros
qué saben de él ─le pedí.
─ Si vas a ir a humillarnos, es mejor que
no vuelvas más a esta casa.
Al parecer ella no necesitaba una
explicación o ya la conocía, pero se cuidó bien de compartirla. Yo sentía un
cariño contenido por mi padre, acaso por eso no cesaba de buscar en nuestras
pasadas conductas una culpa que justificara su actitud. En un principio, me
esmeré por conservar todo como si él no faltara, respetando su orden y su
impronta e imitando sus modos para siempre. Acaso soñaba que un día se habría
de agotar su sed de ausencia y decidiría volver para comprobar si era capaz de
sostenerme solo.
─No sé para qué te preocupas tanto. Para él
estamos muertos. Es mejor que lo entiendas pronto para tu bien.
Pero mi padre no estaba muerto, y la
ausencia de los vivos nos lastima, nos acusa, nos ofende. Es un lazo invisible
que entorpece nuestros pasos, que nos obliga a detenernos y nos retrasa. Un
estorbo del que nunca nos podemos librar del todo porque siempre vuelve, tantas
veces como momentos de infelicidad debamos afrontar: cada hora, cada día, cada
año.
Yo entonces ya trabajaba, pero era sólo un
aprendiz, y con lo poco que ganaba, aunque mal, nos manteníamos. Mi madre se
encerró en la casa con un único objetivo en la vida, ir borrando sin prisa y
sin pausa las huellas de mi padre. Ella tiró, entre otras cosas, la tranca de
asegurar la puerta que era, desde que recuerdo, la ceremonia ineludible de cada
noche. Uno termina pareciéndose a sus hábitos y la interrupción de cada rutina
me hizo sentir una progresiva sensación de desnudez. Hasta acabar abochornado
como si estuviera haciendo mis necesidades delante de la gente en plena calle.
Un día, al volver más temprano del trabajo,
la descubrí espantando a todos los pájaros con el pretexto de que eran un gasto
inútil. Como algunos canarios confundidos se negaban a marcharse la emprendió
con ellos a escobazos. Daba pena y vergüenza verla gastar tanta furia en tan
leves enemigos. Incluso el patriarca del jaulón regresó a morir en sus manos de
un ataque, los pobres ya estaban viejos y desacostumbrados a semejantes vuelos.
Ni siquiera este triste detalle la detuvo.
Lo único que le interesó del mundo fue el
grito de los botelleros, a los que gratis, fue entregando las cosas que acumuló
mi padre en el inmenso galpón a lo largo de una vida de sueños incumplidos. A
duras penas y tras necios alegatos, logré rescatar las herramientas de su
anterior oficio de albañil y debí guardarlas bajo llave. Todo eso tenía valor
y, en medio de nuestra desdicha, le recriminé su desinterés. Ella tuvo la mala
idea de responderme, y lo hizo trayendo al presente la memoria idealizada de mi
hermano muerto a los diez años. Nos miramos, y en nuestras miradas había
fundamentos que excedían los motivos del enojo; porque en cada uno de ellos
estaba latente la ausencia de mi padre.
Desde ese día nunca más volvió a mentar al
angelito, pero sirvió para desnudar la raíz de su encono: la ausencia de mi
padre no cumplía esa condición tan amable de los muertos de concedernos la
última palabra, de acomodarse a nuestra conciencia y liberarnos de culpas, de
dar por descontado su perdón, y de dejarse querer en nuestros términos.
Hasta que no la vi arremeter contra la ropa
de él para quemarla, aun la que yo podía aprovechar, no caí en la cuenta de
que, del galpón, sólo quedaba un cascarón de paredes desoladas. El fuego era su
pasatiempo excluyente. Acaso buscara en él un exorcismo con su alucinada
pretensión de reducir todo a cenizas, hasta las cosas que no eran combustibles.
A veces la naturaleza jugó a su favor, como
cuando cedió la bóveda del pozo ciego tragándose el horno de barro que mi padre
había construido, y que ahora ella se negaba a usar, argumentando que ya nada
le salía bien en ese engendro. El colmo fue descubrir una noche, al regresar
del trabajo, que no estaban más la cocina a gas, la heladera y el televisor; sólo
porque fueron comprados por iniciativa de mi padre, pero sin el acuerdo de
ella.
─Todo eso era innecesario. Nos arreglaremos
igual. Siempre he vivido mejor sin lujos.
Esa fue toda su explicación a mi
contrariedad. También me tiró el espejo y los enseres de afeitarme por ser del
“ausente”. Así lo llamaba ahora cuando no tenía más remedio que referirse a él.
─ Te quedará bien la barba, al menos
ocultará esa cara de susto.
Así nos fuimos quedando cada vez más solos.
Ya no me saludaban los compañeros de trabajo de mi padre o los vecinos que lo
habían tratado. Los pocos parientes que nos visitaban, muy de cuando en cuando,
dejaron de hacerlo por completo, aun los de mi madre.
Los pájaros, vaya y pase, exigen
dedicación; pero lo que me dolió fue que corriera al perro con su dieta de
hambre y palos hasta hacerlo desistir de su fidelidad enfermiza. Nunca fui muy tenaz para el enojo, o tal vez
el abandono haya consumido el poco carácter que me quedaba. Lo cierto es, que
terminé por aceptar sus desmedidas decisiones sin resistencia. Pero a solas me
pregunto, por qué un hombre puede llegar a renegar así de su pasado. Ese pasado
donde yo había estado. Cómo sería su vida ahora o cuán lejos de nosotros se
habría ido. Por qué el azar nunca volvió a enfrentarnos, o qué sentiría al
recordarnos, si es que lo hacía.
Llegó inevitable el día en que ya nada
quedó por tirar, la casa se transformó en una celda franciscana: solo dos
sillas, una mesa, dos camas, dos platos, dos vasos, un calentador a kerosén y
estas sombras que somos, transitando silenciosas entre paredes mal blanqueadas.
Fue entonces que mi madre descubrió que se ahogaba allí dentro; en esa cárcel
rodeada de malas gentes.
─Mejor sería irnos de este sitio para no
darles el gusto de vernos sucumbir ante sus ojos.
Hasta que al fin nos vinimos a este lugar
alejado, en los confines del suburbio, más pobre y hostil que aquel que antes
habitábamos, donde ya nadie nos conoce ni podrá dar razón de nosotros a quién
nos busque y adonde ya nada queda de mi padre, ni siquiera una fotografía. Sólo
yo, que de tanto en tanto, persisto en recordarlo; incluso repitiendo en forma
involuntaria alguno de sus gestos tan remotos.
Mi madre lo ha notado. También advierte
que, con los años, aumenta mi parecido con él y se lo recuerdo cada vez más.
Yo también me he dado cuenta de que ella lo
ha notado.
-Horacio
Martín Rodio (Buenos Aires Argentina, 1954), escritor.
Ha publicado los siguientes libros de
cuentos Palabras de piedra.
Ediciones Baobab (1999), Media baja.
Ediciones Dunken (2012), La insistencia
de la desdicha. Editorial las Ruinas Circulares (2018) y El cinturón de Orión. Editorial del
Municipio de Las Flores. Entre los varios reconocimientos que ha recibido se
pueden mencionar los siguientes: Primer premio Concurso de cuentos J. L. Borges
Ciberboock 1996, Primer premio Concurso de cuentos suburbanos 1997 Ediciones
Baobab, Primer premio IV concurso de cuentos “Traspasando fronteras”
Universidad de Almería (España) 2009, Primer Premio Concurso de cuentos El
Zorza. Argentina.l 2012, Primer Premio Cuento Concurso Mario Nestoroff 2013 San
Bernardo. Chaco. Argentina, Primer premio Cuento Floreal Gorini, Centro
Cultural de la Cooperación, 2015, Mención Cuento Premio Julio Cortázar La
Habana. Cuba. 2015, Única mención de Honor IV Premio Internacional de Novela
Héctor Rojas Herazo. Colombia 2020, Primer premio de cuentos Ciudad de Pupiales
Fundación Gabriel García Márquez, Nariño, Colombia. 2021, y Primer premio libro
de poesía. XV Concurso Nacional Adolfo Bioy Casares. Las Flores. Provincia Bs.
As. 2021.
*Fuente: Revista Montaje.
http://revistamontaje.cl/index.php/2022/06/18/cuentos-de-rodio-sin-mas/
*
Estamos solos.
Siempre
estamos solos,
con los ojos abiertos
como puertos,
con las manos tendidas
hacia el mar.
Llegan los vientos.
Llegan
hasta la orilla donde
duerme el alba
y el corazón es un
desamparo de gaviotas
buscando en el aire la
felicidad.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
- Mariana
nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en
City Bell. Publicó: Cuadernos de la
breve ceguera (La Magdalena 2014). Jardines,
en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015) La hija del pescador (La Magdalena, 2016). Piedras
de colores (Proyecto Hybris 2018). El
orden del agua, GPU Ediciones (2019)
-Su libro MADURA, ha sido editado por Editorial Sudestada (2021)-
-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria
El tío
en su nube*
Una nube de polvillo expandiéndose por el
aire de la habitación. Esa era la imagen más antigua que el hombre -en aquel
entonces un niño- retenía de su tío Nicolás.
El tío había salido de darse una ducha.
Había colocado una toalla sobre la cama y se había sentado a llenar de talco
sus genitales. Sacudía aquel envase cilíndrico con una energía demencial
dejando al aire una nube de polvo que no deja de expandirse en el recuerdo.
La pensión donde se hospedaba se llamaba
«La Esperanza». El tío estrenaba a los 40 años una nueva soltería. Era un
hombre joven. faltaba mucho tiempo para que en su humilde casa con la compañía
de un canario amarillo que se prodigaba en trinos, repitiera una y otra vez como
una gracia que niega la tristeza:
“tengo dos pajaritos. Uno canta y el otro
está triste”
Pero aquella noche iba al club Sportivo
Alsina, donde actuaban Sandro y Los de Fuego. No le interesaba la música ni
quien estuviera en el escenario, iba porque las mujeres de Lanús “son mucho más
que un fuego”. Y luego esa imagen que se niega al olvido: el tío que no paró de
reír con ese estruendo tan suyo para festejarse sus chistes sin esperar una
risa ajena, sino más bien contagiándola.
Años después su tío repetirá una y otra vez
la historia de cómo llegó a esa pensión sólo con lo puesto: Al volver de su
trabajo en la fábrica encontró a su primera mujer en la cama con un tipo
“entrando y saliendo… entrando y saliendo”. No lo vieron, volvió sigiloso sobre
sus pasos llevándose el juego de llaves que ella había dejado sobre el
bargueño. Entonces dio dos vueltas de llave a la puerta de calle para que se
queden allí encerrados para siempre o tengan que saltar el tapial del fondo y
salir de manera indecorosa por la casa del vecino.
El tío tenía esa especie de desapego, no le
importo nada de lo que había en su casa, si su mujer no sería más su mujer no
quiso llevarse ni un par de medias.
A lo largo de los años esa imagen iba a
permanecer como un interrogante a descifrar. Un tío despreocupado y alegre,
llenando de talco sus testículos para salir a buscar una nueva mujer a pocos
días de haber perdido hasta sus ropas.
Como lo demostró obstinadamente una y otra
vez en su larga vida, no quería estar solo. Su tío necesitaba una mujer o la
ilusión de una mujer para vivir.
*De Eduardo
Francisco Coiro.
https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar
*
Y si un día me faltás,
y si mañana
desaparecés,
si pierdo
la esquina donde te
encuentro cada tarde,
y el árbol donde te
escondí para que fueras parte de mí,
para tenerte:
un pedacito de vos
entre mis manos,
un temblor de viento,
así, fugado de la tierra,
qué haría, yo,
qué haría para salir a
caminar sobre mis piernas
y no llegar a vos,
dónde buscarte si un
día me faltaras,
si no estuvieras con
tus ojos de amor esperando los míos,
inaugurándome.
Ya sé,
vos me decís que amar
así es como la eternidad
y yo te creo,
porque he rozado a
dios cuando te toco,
pero no sé, mi amor,
a veces me despierto
de mí,
como quien vuelve en
la mañana de una pesadilla
y pienso
en mi vida extendida
como un mapa
lleno de accidentes
felices
y bahías donde los
barcos llegan y reposan.
Y qué suerte que
estés.
Qué suerte.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
- Mariana
nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en
City Bell. Publicó: Cuadernos de la
breve ceguera (La Magdalena 2014). Jardines,
en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015) La hija del pescador (La Magdalena, 2016). Piedras
de colores (Proyecto Hybris 2018). El
orden del agua, GPU Ediciones (2019)
-Su libro MADURA, ha sido editado por Editorial Sudestada (2021)-
-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria
BLUES DEL PAJARO SIN ALAS*
“hay por hacer un
poema sobre un pájaro
que no tiene más que
un ala”
Guillaume Apollinaire
Hay por hacer un poema sobre un pájaro
que no tiene más que un ala, decía
Guillaume, el acrobático Apollinaire,
nuestro hermano mayor, herido en la cabeza
por la triste gracia de un obús.
Hay que hacer un poema monotemático
sobre un pájaro; decir por ejemplo:
“Hoy ha entrado a mi
cuarto
por el costado
izquierdo de la sin razón
un pájaro herido”
Hay que hacer un poema que no tenga
más que un ala.
Sigue siendo pájaro,
como la mesa de tres patas
sigue siendo mesa,
y el perro mutilado,
sigue siendo perro.
Para hacer un poema sobre un pájaro
que no tenga más que un ala
hay que empezar por creer
que es posible que un pájaro vuele
solo con un ala, es decir:
hay que inclinar la frente
hacia el lado derecho de la vida
donde canta el ruiseñor
y la luna duerme durante el día
en un garaje abandonado
de un suburbio.
Hay que seguir creyendo
que los truenos son pesados muebles
que alguien mueve en el cielo.
Que la lluvia es agua
que salpican las cabelleras
de los ángeles.
Que basta con soplar el pecho
de una mujer, para que nazca
la primavera.
Un insensato habría dicho:
“Cuidado con las ensoñaciones diurnas”
“De hacerle caso, iríamos todos
a la guerra”, agregó un hombre
con monóculo, que pasaba por
esa calle en su coche descapotable.
Hagamos entonces un poema
sobre un pájaro
que no tenga más que un ala.
Y de un hombre
con una sola pierna
que escala catedrales.
Y de una mujer con un seno
que da de comer
a una multitud.
Hagamos olas pequeñas que solas
entren todas en un bolsillo,
y guarden los truenos
en botellas de vino de aguja
y coloquen relámpagos
en frascos de mermelada,
para que los niños del barrio
los pongan al atardecer
encima de los muros.
Un insensato volvió a decir:
“Cuidado con las ensoñaciones diurnas”
“Naturalmente”, dijimos al unísono
al mirarnos con Apollinaire.
*De Jorge
Palma. jpalma@adinet.com.uy
*
-Lo inconsciente está
servido.
¿Vamos a comernos?
¿Con voracidad, como
el caníbal hambriento que duerme en el cerebro reptiliano?
¿O lentamente, como
esos matrimonios que cuelgan en sus telas de araña acumulando años y polvillo?
*De Eduardo
Francisco Coiro.
https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
En el
vagón del cineclub*
Otra vez aquí, con el olor a cerrado, a
fierro, a butacas de relleno de gomaespuma; los pocos espectadores en lo
obscuro, la pantalla que arroja luces caprichosas alumbrando nucas, rostros en
blanco y negro, y el film transcurriendo allá adelante.
La película es bastante nueva, el Joker,
por lo que supuse que estaría Batman y sería infantil.
No aparece Batman, en todo el tiempo que
dura la proyección no recuerdo al hombre murciélago, sólo me encuentro con el
Joker, ese fantoche atormentado que se ríe por la violencia, por la falta de
simpatía, porque no puede evitarlo, por esa terrible deshumanización de gente
que transcurre sin notar las vidas que fluyen alrededor, sumidas en abismos
inexplicables.
No me importa que la actuación sea hermosa
o dificultosa o meditada. No me interesa cuántos kilos bajó el actor o cómo se
entrenó para el papel. Ha surtido efecto, ha logrado conectar conmigo. Joaquín
Phoenix habrá pensado en el Oscar, o no, realmente no me importa ahora que leo
esa frase espantosa que no escribo en el momento pero recuerdo en esencia,
dolorosamente. Lo peor de una enfermedad mental es que la gente espera que te
comportes como si no la tuvieses. Es terrible, es cierta, está escrita en los
retorcidos jirones de alma de quienes deben aparentar normalidad, o sea todos,
aunque más esos seres cuyos lastimados cerebros pugnan por ajustarse a lo
canónigo, a lo usual, lo aceptable. Y se quiebran, y sangran, y no pueden
separar lo real para otros de su propia percepción del universo frío, cruel,
distante, inalcanzable. Están solos, más solos que un hombre en el polo, más
solos que el criminal en el cadalso, espantosamente solos en la celda de su
mente blanca y deslumbrante, desmantelada.
Como no soy seguidora de Marvel o de Batman
o de ningún superhéroe en general, como soy una pobre mujer de mediana edad con
las emociones rojas y tibias, dulces y amargas, veo una persona desvalida y
rota, decepcionada, arrojada a lo incognoscible, lo inasible, lo
incomprensible, arrojada a un mundo que pide una corrección, un ajuste
imposible, y lloro a lágrima viva, a moqueo despiadado, a sollozo y a hipo. No
me importa, puedo hacer el ridículo de gemir desde mi asiento.
Me enamoro del personaje sabiendo que es
insostenible, una pura negación de lo que puede hacerme bien. Me enamoro como
quinceañera, como mi amiga Myriam cuando éramos tan jóvenes y me dijo que
quería amar a un muchacho triste, complicado, difícil. Amo a esa figura rota
que baila con orgullo porque sabe que se está muriendo y ya nada más importa,
ese hombre que baila su propia disolución. El baile es importante; los hombros
alzados, la cabeza erguida, la mirada vuelta hacia sí mismo. Baila consigo
mismo, nadie baila con él, se complace en su compañía por ese momento de magia
y peligro. Acepta su insania, en ese momento está orgulloso de respirar, de
estar vivo, toma un baño de yo, como quien deja la barandilla del balcón,
vuela, aún no se estrella en el pavimento.
No advierto nada salvo la dulzura del
derrumbamiento, la malsana alegría de los finales y las despedidas, me miro
allí, me saludo, me encuentro. Pero diferencio muy bien este sentimiento de la
locura verdadera, de lo atroz de estar derrumbado de veras, desleído en el
frágil ser que pierde el control del propio entendimiento. Basta de estupidez y
de falta de respeto, que la locura ni es romántica ni es literaria, duele y es
imposible mirarla a los ojos porque aterra. Pero aquí veo y me conduelo y lloro
por lo injusto, lo irremediable, esa tristeza abisal de la soledad perfecta en
lo más hondo de las simas oceánicas.
Puedo amarlo y puedo saber que nada está en
mi poder para rescatarlo de su infierno. Sé que tender la mano a quien está en
caída libre es como ahogarse cuando se trata de sacar del mar a quien ya está
en plena tarea de morir de asfixia.
Ah Joker, ah personaje siniestro, dulce,
roto, deconstruido. Ah los locos, ah nosotros que hacemos como que no
estuviesen allí, aquí, cociéndose en sus propios jugos, riendo incontrolable,
dolorosamente, como aquel poeta que decía que había que llorar por todo, por
todos, por todo. Y una llora, y ríe, y nada… el mundo sigue doliendo.
Me llevo la película, me ha transformado,
me hizo una muesca más. Confirma lo que ya sabía, veo lo que estoy preparada
para ver, interpreto lo que puedo, lo sé, es mi película, me la llevo
intransferiblemente tatuada en un rincón de mi tristeza.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
Próxima estación por
antiguo ferrocarril Midland:
LIBERTAD.
-Final del recorrido
literario por el Ferrocarril Midland-
En Libertad,
la antigua sede de los talleres ferroviarios estará terminada la aventura
literaria del antiguo Midland. Desde Marinos –una estación relativamente joven-
hay un tren real –el Belgrano Sur- que puede recorrerse hasta Aldo Bonzi en el
tramo original del Midland para continuar por las vías que fueron alguna vez
del Compañía General Buenos Aires hasta la estación Sáenz.
Queda renovada la invitación a participar
en las últimas estaciones del Midland. Que la utopía del tren literario no se
detenga y haya fuerza demencial literaria para seguir adelante con el extenso recorrido
del Provincial. El cierre del Midland se acompañará en sucesivas ediciones con
escritos de los amigos que han participado en esta hermosa aventura.
InventivaSocial
Plaza virtual de
escritura
-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco
Coiro.
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