*Obra de Noelia Ceballos @noe_ce_arte
CIUDAD Y AGUA*
Alguna vez
escribí un poema
en el que tu voz fue la protagonista, tu
voz
de cueva sumergida en el mar
donde naufragó el Titanic, entonces
ya habíamos atravesado la lluvia
y lo que vino después. Caminábamos
en puntas de pie sobre el agua
-agua que bebieron madres de pechos
violentados
y vientres secos-
caminábamos y la lluvia fue
una sola palabra que nos tragó antes
de que llegara la noche
y la proa del Titanic se asomara sobre la
superficie
para hacernos creer que nada había
ocurrido. Nada ocurrió:
seguimos siendo dos niñas en medio de la
ciudad inundada
con los pies ligeros
hundiendo nuestros cuerpos hasta el pubis
en el tembladeral de las aguas
*De Irma
Verolín. irmaverolin@hotmail.com
De
guardia*
El sargento Suárez miró el reloj: faltaba
muy poco para que terminara su guardia. Suspiró satisfecho y movió los hombros
para aliviar su espalda. En unos momentos estaría en su casa, disfrutando de la
compañía de su familia.
Miró hacia la galería por donde tenía que
llegar su relevo. Aún no se lo veía. Cuando estaba terminando de ordenar sus
papeles detonó el aviso de un accidente dentro de la ciudad.
Oyó el brusco arranque de un motor y el
inquietante aullido de la sirena; volvió a mirar: ausencia en la galería.
Corrió para abordar el patrullero.
- ¡Otra vez esa esquina! - masculló su
compañero, mientras conducía velozmente bajo la helada llovizna del atardecer.
Otra sirena, la de la ambulancia, cada vez
más próxima a medida que avanzaban, era un llamado perentorio y al mismo tiempo
solidario. Y hacia allí se dirigían, zigzagueando a través del tránsito.
Suárez apretó las mandíbulas. Lo enfurecía
la falta de colaboración de la mayoría de los conductores; si no hubiera sido
por su uniforme ya habría insultado a más de uno.
La esquina del accidente hervía de
curiosos. Suárez apreció de un vistazo la situación: la moto retorcida y caída
y, a unos pasos, un hombre que yacía de espaldas sobre el pavimento mojado.
Tenía los ojos abiertos hacia la nada y sus palabras incoherentes caían
envueltas en una baba sanguinolenta. Sólo los labios se movían; el resto del
cuerpo estaba densamente inmóvil.
-Atrás, atrás. Despejen el área - dijo
Suárez tratando de conseguir espacio para las maniobras del médico y los
enfermeros.
- Atrás - repitió- Sólo pueden permanecer
los testigos.
A esa hora y en ese lugar, seguramente
muchos habían presenciado el accidente, pero sólo se ofrecieron como testigos
dos jóvenes con aspecto de estudiantes.
De mala gana los curiosos retrocedieron mientras
el personal de la ambulancia atendía al accidentado. Pero el viejo de la camisa
a cuadros apenas se movió.
- ¿No oyó lo que dije? ¿Qué está esperando?
La voz del sargento sonó alterada. El viejo
respondió:
- Espero a que lo suban a la ambulancia.
Suárez se sintió culpable.
- ¿Es usted familiar de la víctima?
-preguntó con prefabricado lenguaje profesional.
- No, ni siquiera lo conozco.
Suárez sintió que su paciencia se agotaba.
Pero antes de que pudiera decir algo, el viejo se acercó a la camilla en la que
estaban levantando al herido, tomó el saco con que lo había abrigado, se
arrebujó en él y se perdió en la tarde.
………………………………
La profesora se quedó
absorta con el pocillo de café en la mano. Bajo su mirada habían pasado los
escritos de sus alumnos, durante muchos años. Pero nunca antes habían abordado
este tema. Al día siguiente, cedió a su curiosidad.
- ¿Tu papá trabaja en
la policía? -preguntó a la jovencita, mientras le entregaba el trabajo
evaluado.
-No, profesora. Quería
escribir sobre un accidente que presencié y traté de ponerme en el lugar de ese
hombre al que llamé Suárez.
-A tu edad, los
relatos suelen hablar de la familia, las mascotas, los viajes, el amor, la
ciencia ficción... ¿Cómo se te ocurrió contar el accidente desde el punto de
vista del policía?
-Para poder
disculparlo.
-No comprendo- dijo,
desorientada, la profesora.
-El saco era mío.
*De María
Amelia Schaller. mariameliaschaller@gmail.com
Esperanza. Santa Fe.
*
Mi padre
me enseñó a pescar
en los arroyos del
campo.
Aguas lentas y
marrones,
aguas cansadas de
barro
miraban pasar la tarde
de los dos junto al
barranco.
No se puede hablar,
me dijo,
porque los peces se
espantan.
Nadie piensa,
junto al río,
en las tristezas que
arrastra.
Se mira el agua pasar.
Calladito y esperando.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
- Mariana
nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en
City Bell.
-Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena 2014).
Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015)
La hija del pescador (La Magdalena, 2016).
Piedras de colores (Proyecto Hybris 2018).
El orden del agua, GPU Ediciones (2019).
MADURA, Editorial Sudestada (2021)-
-Quiero
sacar la cabeza por la ventanilla de tu coche.
Halley ediciones (2022)
-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria
Cuando
hemos perdido todo*
*Por Leopoldo
Brizuela.
-Publicado en Clarín, jueves 6 de junio del
2002.-
En su última novela, Pablo de Santis
escribe a propósito de un personaje que se ve obligado a decir cierta verdad a
la persona que ama: "dudó, porque toda verdad es una forma de despedida".
Como ese personaje, siento que la terrible crisis argentina es la hora de
decirnos la verdad; que es la despedida de todo aquello que creímos ser,
engañados por una ficción política que muchas veces no tuvimos el valor o la
lucidez de desbaratar. Y que asumir el casi insoportable dolor de esta
despedida, utilizarlo como acicate para nuestra creatividad y nuestra
solidaridad, es nuestra única posibilidad de sobrevivir. Quizá porque todo lo
que construimos en la adultez parece a punto de destruirse definitivamente, a
menudo creo revivir situaciones de infancia que me cuesta mucho recordar con
precisión. Los primeros días, por ejemplo, creía reconocer aquel momento de la
misa en que uno se sentía mirado por un Dios al que era imposible mentir y
sobornar; pero de inmediato me corregía, porque el temor de Dios entrañaba una
fe en su bondad de padre. Hasta que hace unos meses, en un bar al que llego
todos los fines de semana por las calles de Buenos Aires entre asaltos y mendigos,
mi amigo Pablo Pérez el equilibrista me dio una clave: "¿Sabés? Una noche,
en Mendoza, a los once o doce años, soñé que despertaba y saltaba de la cama y
al abrir la puerta de mi casa sólo encontraba una inmensa llanura, y allá, a lo
lejos, una casilla cerrada que corrí a abrir y en donde estaba Dios. Estaba
encogido y tembloroso, Dios, con unos ojos enormes que parecían pedir piedad.
Cuando le pregunté por qué estaba asustado, Dios me dijo que ya no podía volar.
Y desde que me desperté", termina Pablo, "yo mismo empecé a treparme
a los árboles y a aprender este oficio que todavía no sabía que
existiera". De alguna manera todos nosotros, aun los que no creemos,
sentimos que "Dios está asustado" porque nuestra imagen del mundo y
de la historia, la que justificaba hasta ahora todas nuestras acciones, nos ha
mostrado para siempre sus propios límites, sus incapacidades de entender y
actuar. Sí: hemos asumido que Dios está demasiado asustado para ayudarnos. Y en
el dolor del abandono, sentimos que sólo nos quedan dos posibilidades: o morir
o vivir. Y sobrevivir es mirar valientemente aquello con que todavía contamos,
y sobre todo, como aquel chico en los árboles de Mendoza, disponerse a
aprender. Porque, ¿qué nos queda cuando parecen habernos robado todo? En
principio, aunque suene a lugar común, nos queda la memoria, pero no ya como
mero sitio de homenaje, ni siquiera como utopía realizada y perdida, ese
paraíso de los padres fundadores que nos inmoviliza en veneración y nostalgia.
La lección de los tiempos es, incluso, contraria: no somos una identidad
inmutable, sino los sujetos de una historia de inevitables mutaciones que
debemos tener siempre presente para que el cambio no derive en traición. Tenemos
la memoria, digo, como sitio del presente repleto de herramientas todavía
utilizables. Impedidos de comprar CDs, resucitamos las bandejas y los wincos y
vamos por la ciudad rebuscando discos de vinilo que familias en bancarrota
salen a vender o a trocar a las plazas: así resucita, casi intacta, la música
de una argentina empeñada en escucharse a sí misma y a hacer escuchar sus
voces, desde los alumnos del Mozarteum a los bagualeros de Yala, desde los
baladistas del Di Tella a la gota de agua o el silbido de un barco que Leda
Valladares perseguía por la ciudad con un diminuto grabador Geloso: Una Argentina
que de pronto sabemos que sonaba para hoy y para nosotros. En las reuniones, ya
cantamos distinto.
Muchos de mis amigos, escritores y
foniatras, cantores y hasta reparadores de electrodomésticos, se han puesto a
escribir manuales: no ya para aprovechar tal o cual demanda de las editoriales,
todas al borde de la quiebra. Todos tenemos la misma urgencia de compartir esos
saberes que creíamos haber olvidado simplemente porque nadie nos lo requería,
porque nos habíamos acostumbrado a hacer nuestros trabajos según órdenes ajenas
o extranjeras o porque, en fin, nos habíamos resignado a que nos hubieran arrebatado
nuestro puesto de trabajo. Una de esas amigas me dice que en los talleres de
escritura, por ejemplo, han sido muy pocas las deserciones: lo que era, hasta
diciembre una actividad secundaria se ha revelado como el último lugar en que
un pueblo defiende la posibilidad de decirse, de imaginarse, de elaborar,
contra la alienación, un lenguaje nuevo y propio.
Por supuesto, no confundo estas formas de resistencia
con ninguna victoria final, ni siquiera la auguro; pero las señalo como lo que
son, luces imprevistas que nos permiten seguir dando pasos en medio de esta
oscuridad, apostando a que nos suceda lo mismo que al protagonista de aquel
cuento danés que, después de toda una vida de aventuras durísimas, subió a la
cima de una colina y vio que su itinerario por la comarca había dibujado una
figura precisa: la figura de una cigüeña. Y que esa figura le daba, porque había
sido fiel a su deseo, un premio más cierto y profundo que la felicidad: el
premio de la comprensión. En verdad, escribo estas vivencias y me doy cuenta de
que en medio de la tragedia aprendimos a aprender de todo y de todos: y que el
cuidado de una planta o un animal, de pronto tanto menos frágiles que nosotros,
o la escritura de una novela, tanto más espaciosa y acogedora que nuestra
propia vida, me han enseñado mucho sobre el tiempo, en estos meses que he
vivido con la intensidad de los muy viejos, incapaz de concebir la idea del
futuro. Por eso, contra esa obligación "políticamente correcta" de
estar tristes, me parece urgente contraponer esta evidencia, obvia desde
siempre en todas las militancias, aun -y acaso especialmente- en las que surgen
como respuesta a una de las tragedias más horrendas; esa evidencia obvia, digo,
en el increíble fenómeno de las asambleas populares o del movimiento piquetero:
el dolor, en lo que tiene de verdad, abre camino siempre a la belleza,
"porque la belleza es verdad, la verdad es belleza y nada más importa
saber sobre la tierra". Más aún: el dolor exige convivir con la alegría,
nunca con la tristeza, que es negación y muerte. La alegría de crear, la
alegría de servir, la alegría de saberse útiles.
Y si no, fíjense en esta última historia
verdadera. Mi amigo Ivo Machado, que es poeta y controlador aéreo en Portugal,
recibió una noche la llamada de un piloto que volaba solo en medio del océano
Atlántico. cuando el piloto le describió su situación, Ivo le dijo lo que el
otro quizá no se atrevía a admitir: que carecía de combustible suficiente como
para llegar a cualquier costa, y que debería prepararse para acuatizar. Durante
unos minutos, el piloto siguió haciendo preguntas vacilantes, preguntas que
eran excusas para no quedarse en el silencio del mar y que Ivo respondía con
precisión y solidaridad: no, en esas latitudes no había tiburones; sí, claro,
la temperatura de esas aguas, aun en invierno, no representaban peligro alguno.
Creo que el piloto mandó entonces algún mensaje, y que Ivo prometió retransmitirlo.
pero cuando ya no hubo más que decir, el piloto intentó despedirse. Ivo, sin
saber por qué, le preguntó si, en lugar de quedarse en silencio, no quería oír
poesía. El piloto dijo sí, y durante casi una hora, hasta que finalmente el
piloto se perdió en el silencio final, la voz de Ivo cruzó la inmensidad
llevando los versos que había amado durante toda su vida. Ivo nunca me contó si
el piloto era portugués: en tal caso, el piloto habrá sentido que toda la
cultura de su pueblo acudía en su ayuda; si no era portugués, y aunque el
sentido se le escapara, igualmente habrá podido percibir que el ritmo de los
versos se plegaban dócilmente al del mar y al de la luna, y que ésa es la
conquista de la aventura humana.
Pienso en Pablo, el equilibrista, planeando
sobre las mesas del bar y en Ivo diciendo sus poemas. Pienso en el chico que
fui y en el que, de algún modo, somos todos en medio de esta tragedia y me
parece oír, en todos los casos, el mismo silencio, y es el silencio de una
ceremonia, y es un silencio sagrado. El comienzo de un rito, sí, que
repetiremos siempre para saber que una vez nos salvó esta verdad: "Dios nos abandonó, y cae la noche.
Pero estás vos y estoy yo. Vamos volando".
-Leopoldo
Brizuela.
(La Plata, 8 de junio de 1963 - Buenos
Aires, 14 de mayo de 2019)
https://es.wikipedia.org/wiki/Leopoldo_Brizuela
Adónde irás*
¿Adónde irás, pequeño
ángel mendigo de sol y
de silencio?
¿Acaso han de juzgarte
las estrellas
por haber merendado
sonrisas de oreja a oreja
de simpáticos
vendedores a comisión
de sepulcros
llameantes metalizados en gris?
¿Quién te buscará
entre las paginas amarillentas
de un polvoriento
libro de poemas?
¿Qué será de tus
juegos infantiles
archivados en la noche
de los tiempos?
¿Adónde irás cuando el
sol te abandone
y te arrebaten el
silencio que te acompaña?
¿Adónde con tu soledad
de vampiro?
¿Dónde sepultarán tus
trenzas imaginarias
de astronauta
abandonado entre las flores?
Tu expresión
conspirante de una juventud negada,
la huella imperdonable
del trabajo,
el polvo y el sudor y
el esfuerzo rutinarios,
la sonrisa triste de
tus labios resquebrajados,
¿Adónde irán? ¿Adónde
desesperadamente
viejos y cansados
nos conducirás cuando
tus manos encallecidas
no puedan ya elevarse
sobre nuestras cabezas
y tu voz oscurecida no
pueda ser escuchada
ni aun por aquellos
escasos oídos que en la tarde
se postraban ante tus
vírgenes quimeras
haciendo del espacio
un bosque fiero
donde escapar contigo
del asfalto?
¿Quién besará tus
labios más allá de la noche?
Antes serás demonio
sobre el sueño
pero cada despedida es
una paletada de tierra
y crepúsculos
tormentosos se ciernen amenazantes
sobre nosotros los
desesperados
soñadores de galaxias
entrelazadas.
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
-De La
estrecha senda inexcusable
ESCRITOR
FANTASMA*
"Deja la ira en
la ceniza muerta."
María Magdalena
Álvarez
Nace la sombra del sol en la ventana.
Apenas lo nota el ojo
difícilmente parpadea
y pesado cae sobre la hoja.
El cuerpo de palabra
desnuda un grito en la boca,
inicia el encabalgamiento de voces
entre la soledad y el goce inmaterial de
tinta.
Escribe y fuma. Duelen sus manos.
Ha dejado agonizar el canto de las
cerraduras
en el gris de lluvia de la página.
Sepultada su ira en ceniceros
habla consigo mismo. es un fantasma.
Nadie lo reconoce.
En su boca la alegría es irreal como su
vida
como su muerte.
*De Darío
Oliva. oliva_angeldario@hotmail.com
- Del libro "Epígrafes"
*
Alguna vez,
antes de que los
siglos derribaran los muros,
hubo flores entre la
hierba.
Mi pelo perfumaba el
aire.
Y vos venías,
como un dios errante
sobre el mundo
a dejar la luz
sobre mi cuello.
Alguna vez,
antes de que el viento
arrojara tu nombre
como una piedra inútil
sobre el agua,
yo canté sobre tu
pecho
la canción de la
soledad.
Aún, a veces,
sólo porque es tan
dulce
la sangre escapando
del tajo,
nos miramos.
Y nos sentamos a la orilla del amor,
a mirar cómo pasa.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
SANGRE
DE LLUVIA*
Amo la lluvia. Enamorada de la lluvia. Soy.
En tiempos de vendimia, sabor a rocío
tempranillo.
Me viene desde lejos este amor.
La he visto crecer desde las terrenales
nubes.
Desde la pasión cosecha de mis padres. Tan
breve. Tan violenta.
De mis manos descalzas.
De los gastados espejos de los charcos.
Desde la lágrima a detenida en mi frente.
Desde el vaso y la siesta.
A veces asemeja un hastío, un rostro
repetido.
Sangre de una culebra que la anuncia.
Relámpagos iluminando los tristes palos
santos.
Estruendos parados en los postes.
Alguna vez no llega.
Se aleja en pasos furtivos con los álamos.
Otras, cae en los techos de chapa, se posa
en el vidrio sin ventana,
Baja las pendientes de barro.
Besa los pies al niño que no ve la luna.
Camina hasta llegar a los villorrios
fundados a la vera del río.
En los rieles. El tren se va con ella. El
hambre queda.
Capa pluvial que se evapora.
Amores y risas en enero.
Crueles vestiduras del invierno.
Desborde.
Quiere parar su caminar de agua y no puede.
Roca y valle. Paraíso e infierno.
Enamorada. Enamorada de la lluvia.
Lluvia. Yo, sangre de lluvia
No encuentra, aún, el legendario grial que
la contenga.
*De Amelia
Arellano.
Iluminación*
Hay instantes.
En los que el hombre
quisiera barrer con las tristezas.
La lluvia hecha de
gotas como lágrimas.
Con obstinación, el
hombre busca algo perenne que lo conecte con la fuerza de la vida. Después de
un buen rato de estar parado delante de la ventana. El cielo gris por cielo. El
hombre logra lo que necesita: ver la trenza de Mariana cayendo como espiga de
un dorado sol perdiéndose entre sus pechos.
Con esa sola imagen la
tarde ya es una iluminación.
*De Eduardo
Francisco Coiro.
https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar/
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
Estación baldía*
En tu andén se
extraviaron viajeros del tiempo.
Pero tren, tú ya no te
detienes. Pasa tu silbo vertical, sin miedo.
Y me deja ausente. A
la orden de un sueño, espero tu regreso.
Tendré que cultivar el
susurro para nombrar los pasos que en tu andén perduran...
A pura luz de
atardecer, al oeste, un día oirás mi corazón decir:
--Aquí desciendo.
Con la simpleza de
espigas que maduran.
*De Miryam
Colombotto Seia.
-Continuidad literaria
por el Ferrocarril Provincial.
-Próxima estación:
ESTACIÓN
FUNKE.
LOS EUCALIPTOS.
FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.
GOBERNADOR UDAONDO.
LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.
GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ. J. R.
MORENO. EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS.
INGENIERO
VILLANUEVA. ARANA. GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
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-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.
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