*Dibujo: Ray Respall Rojas.
La Habana. Cuba.
Si los tiempos*
Amábamos las hojas que el rocío
besaba en las mañanas.
Amabamos sin saber siquiera
que todo era tan efímero
tan sin cielos por delante.
Eran tiempos
en donde un vendaval de hojas secas
caía a cegar alcantarillas
a quebrarse bajo el paso
solitario
de un viejecito comido por la noche.
Los juguetes eran de verdad escasa
o inexistente.
Amábamos la muchacha rubia
con su trenza flotándole en la espalda,
la pienso como era: esquiva, clara, desgarbada
y con sus manos inquietas de jazmines y de rosas.
Luego vinieron dudas
resquemores
odios
sospechas
y un porvenir plagado de agujeros
y botellas rotas.
Otoño, 1999
*De Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
A los amigos y otros poemas. Editorial Ciudad Gótica.
EL LLANTO VACÍO DE LOS PÁJAROS...
TRANSFORMACIONES*
Trabajaba con intensidad, concentrado como siempre en lo que hacía, pero sin placer. Estaba de mal humor. Sus ojos fijos en la pantalla luminosa, donde se mostraba un mapa coloreado por sectores, tenían un brillo tenso. Los dedos golpeaban las teclas con precisión, pero con demasiada fuerza. La boca se contraía mostrando el brillo de los dientes en una mueca irónica. Hacía todo con perfección natural, sin esfuerzo, pero hoy no se encontraba bien. Sentía una furia contenida hacia los directores del proyecto. Era la tercera modificación que le pedían, sin razones válidas para hacerlo. Se detuvo un momento y se dirigió a la pequeña cocina anexa al estudio. Se sirvió una copa de vino y tomó un sorbo todavía apoyado en la mesada,. Pensó que esto no era su estilo. Cuando bebía una copa de vino lo hacía en la atmósfera adecuada, la música sonando suavemente, la copa apoyada con cuidado en la mesa redonda al lado del sillón rojo. Pequeños rituales que llenaban sus espacios, siempre jugados en el ambiente perfecto. Se molestó consigo mismo y se dirigió de nuevo al estudio, pero no siguió trabajando. Se sentó despacio en el sillón con la copa en la mano, la mirada recorriendo sus libros ordenados con cuidado. Sonrió. Eran demasiados. Quizás tendría que dejarles la casa para ellos. Luego se fijó en el ordenador con el mapa desplegado dentro de él como una pintura primitiva. Se sintió agotado, pero con un deseo incontrolable de cambio, de movimiento, de reversión total. Pensó con una mueca en las veces que había soñado con mutaciones totales. Estoy harto, se dijo. Bebió el resto del vino y se adormeció en el sillón, las manos laxas apoyadas a los lados, la cabeza erguida contra el alto respaldo con los ojos cerrados. Mucho más tarde, los abrió, mirando fijamente, hacia la luz que lo atraía. Luego los entrecerró como ranuras, comenzó a mover su cuerpo con suavidad, despacioso y silente. Se movió hacia la luz del ordenador. Se apoyó en el suelo con sus brazos elásticos cubiertos de pelos dorados, las garras ocultas, el lomo estirándose con sus manchas negras, las patas apoyadas con firmeza. Reconoció el lugar lentamente, deteniéndose en la contemplación de cosas que lo llamaban., pero no lograba identificar. Se movió hacia la luz del ordenador con un impulso de ira. Trepó de un salto a la silla y aplastó el vidrio con furia. La luz se apagó. Todavía inquieto, siguió su recorrida. Lo detuvo la figura de madera de un muñeco articulado y un pájaro de lata que picoteaba el piso sin parar. Los husmeó y gruñó amenazador. Se sentó frente a ellos preguntando con los ojos. Algo parecía surgir en su memoria, pero desapareció. Con un golpe rápido aplastó al pájaro. Moviéndose despacio se desplazó a lo largo de las bibliotecas atestadas. Algo allí era importante para él. Husmeó los libros con placer, oliendo especialmente algunos estantes. Algo le molestaba como un dolor. Se revolvió nervioso, sentándose luego totalmente inmóvil con los ojos fijos en los libros. Pero fue inútil. Se levantó sintiéndose cansado y se dirigió hacia el otro ambiente. En el dormitorio el tatami lo esperaba y él lo aceptó como propio. Se sentó encima afirmando su posesión. Se sentía agotado. Se estiró con suavidad, colocó la pesada cabeza entre las patas y se durmió con la luna llena en el vidrio de la ventana.
*De Sonia Arismendi. soniaris@adinet.com.uy
DESMURANDO*
“...Ah si el cielo no se da prisa... para domar los feroces e ingratos, no tardaran los hombres, en devorarse unos a otros, como los monstruos del océano...”
Williams Shakespeare (Rey Lear)
Ya no quiero más muros, corazón
Pircas, de ideas, de silencios
¡Tantos muros, tantos!
Condenada al muro de lamentos:
A un campo santo de ausencias y distancias.
A una horda de olvidos. A manos separadas,
a un pañuelo blanco.
A la esquizofrenia. A un basilisco multicéfalo.
A la placidez embriagada de la adormidera verde.
A un yacuzi sin agua, algas babosas y ojos de pescado.
A un galeote. Sin remos. Sin rumbo. Sin bandera.
A un buitre con cara de rectángulo.
Convidada a comer entre los muertos:
A un viejo verso aprendido en mi infancia
“Piden pan, no le dan; piden queso, les dan hueso
y les cortan el pescuezo”
A una torre de Babel.
Ignorado. Ignorante. Ignoto.
A un feroz león domesticado,
Con su lacia melena peinada por Giordano.
A una vaca cansina, ubres repletas y el ternero muerto.
A una actual Sodoma en el mar muerto
Sin Viagra. Sin Champagne. Sin siliconas.
A un pastor sin rebaño. A una noche sin luna.
A un poeta sin versos.
Cansada de los muros, corazón.
Vida me diste y vida te devuelvo.
Desmuremos mi sol.
Desmuramos.
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
¿Qué pasa en una familia cuando hay problemas mentales?*
*Por Alejandra Zina. alejandra.zina@gmail.com
Escritora. Entre Sus Libros Destacan “barajas” Y “LO Que Se Pierde”.
Delirios y dolores de una madre. Un registro del mundo que se torna incomprensible para los otros genera situaciones de pesar y de tensión. Una escritora comparte la historia que sufrió su mamá, que incluye la sorpresa ante la enfermedad, el desánimo, una cierta lógica insidiosa de algunos conocidos. Y subraya el valor del acompañamiento signado por el afecto, más allá del trastorno.
20/10/12
Muchas veces me pregunté si existía un día en que alguien enloquece, pierde la cabeza, se trastorna. Si se trata de un estado de shock que permanece y atrofia o si es como una guerra o una revolución que se viene gestando con hechos invisibles durante años. ¿Cuándo empieza todo?
Cuándo empieza para mí.
Una noche cálida del 93, verano o principios del otoño. Mis amigos y yo andábamos por los 18 años. Esa noche estábamos bailando en la terraza de una casa donde no faltaba nada, ni siquiera la complicidad de los viejos que se iban y nos dejaban solos hasta tarde. Me gustaría acordarme qué temas estaban sonando, ¿ Tráfico por Katmandú ? ¿ Ala delta ? ¿ Mi perro dinamita ?
Corrían las primeras botellas, los primeros puchos, los primeros besos. Hasta que algo se detuvo y no fue la música, sino yo misma adentro de la música, como si una cámara me hubiese congelado mientras los demás seguían bailando, tomando, fumando. Era la dueña de casa gritando mi nombre desde la escalera: que bajara, tenía teléfono.
Adiviné que había pasado algo antes de atender. De otro modo, mi hermana no me hubiese llamado. Me hablaba con frases entrecortadas, le temblaba la voz, yo no entendía nada y ella tampoco, pero trataba de explicarme: se repetía, gemía, bajaba el volumen . Cuando corté, la fiesta era algo que había pasado hacía mucho tiempo.
Llegué a mi casa en un auto prestado. Entré, vi, volví a salir y les pedí a mis amigos que se fueran. Creo que no llegué a contarles lo que había visto adentro. No había sido un robo, ni un accidente, ni las tragedias que uno se imagina en mitad de la noche.
Tardé años en pedirles que se quedaran , para cuando lo hice ya había estado demasiadas veces sola.
Adentro, mi hermana me esperaba acurrucada en el sillón del living, los ojos aterrados, como si hubiese visto un monstruo, mientras mamá, los ojos fanatizados , nos hablaba de un mundo peligroso y apocalíptico con espías siniestros que conspiraban del otro lado de la pared. Empezó esa noche. O empezó la mañana en que mamá decidió quedarse en la cama y no salir por meses. O quizás mucho antes, cuando yo le hablaba y ella no me miraba a mí , sino un punto que no era ningún objeto del ambiente en donde estábamos. Como los gatos, que miran hacia una pared pero en realidad están mirando algo que no sabemos qué es.
Cuando nos dimos cuenta de que la cosa empeoraba, fuimos a revisarle la agenda. De ahí sacamos varios teléfonos: su psicóloga, su abogado, sus pocas amigas, compañeras de trabajo.
A escondidas, llamamos a uno por uno.
Con algunos llegamos a encontrarnos. Queríamos hablar con todos los que la conocían, contar sus delirios y provocar alarma, escuchar explicaciones, seguir instrucciones, atajar el naufragio que se venía. Pero no recibimos nada de eso. Mi mamá hacía tiempo que se había alejado y ellos no la conocían tanto como creíamos.
Además, la locura daba miedo. No la locura del que puede volver, sino la locura del que nada hasta lo hondo y se ahoga. Del miedo me fui dando cuenta de a poco. Primero vi el de los demás, después el propio.
El miedo de mis abuelas, tíos, padre, vecinos, conocidos, se nos vino encima como una ola de ataques, excusas y silencios .
Todas las adolescentes creen que su casa es un infierno. Será que las chicas se quieren quedar con los bienes, por eso la internan. Ella siempre fue así de nerviosa. La señora no me quiso abrir la puerta. Tu mamá nunca las cuidó muy bien que digamos . Los hijos tienen que hacerse cargo de los padres, es la ley de la vida. En una esquina, la locura. En la otra, el miedo.
Para bien y para mal, mi hermana y yo nos endurecimos. Si queríamos sobrevivir, teníamos que salir guerreras. Y cuando no era contra los otros, era entre nosotras. Varias veces nos amenazamos mutuamente con abandonar todo y desaparecer , pero nunca nos animamos, salvo cortas temporadas.
Después de la ronda de llamados, vino la consulta con un psicólogo, la primera de una larga lista de tratamientos, citas, internaciones y denuncias. Me los fui olvidando, pero en una época me sabía nombres y apellidos de memoria: Outes, Toranzo, Milius, Ferrazano, la hermana Teodora, Mari, Vidiella, Tenaglia, como la formación de un equipo de fútbol. Médicos, psicólogos, psiquiatras, oficiales de justicia, secretarias, enfermeros, monjas, a todos los recordaba por si pasaba algo . Como si así pudiera repartir mejor las responsabilidades. O como una memoria de esa larga procesión clínica, de quiénes la vieron, quiénes diagnosticaron, quiénes la medicaron.
Una sola vez estuvo en el Moyano. Fueron pocos días, un tránsito obligado después de la intervención de un juzgado y la policía. Internación compulsiva le dicen, cuando el enfermo no quiere atenderse y hay que llevarlo a la fuerza.
Me acuerdo del olor penetrante de la lavandina con la que limpiaban el piso de la guardia y del jardín que debía atravesar para llegar al edificio del fondo. Cuando pasaba caminando, varias mujeres de distintas edades se me acercaban en una corrida torpe, balbuceando esa lengua patinosa del dopado , para preguntarme si había traído ropa y zapatos. Yo no las dejaba acercarse tanto, solo negaba con la cabeza y trataba de avanzar sin mirar las bocas desdentadas, los pies descalzos, las rigideces de la cara. Mi mamá la pasaba mejor, además sus compañeras en la guardia fueron amables con ella. Le cebaban mate y estaban pendientes de que no se retrajera. Cuando la trasladamos del Moyano a una clínica privada, volví. Había juntado en una bolsa ropa y zapatos de su placard y del mío.
Estuvimos varios años vaciando placares y cajones , sacando bolsas de basura, donando al Cottolengo Don Orione, vendiendo al mercado de pulgas, regalando a nuestros amigos. Cuando pusimos en venta la casa donde me crié, contratamos un container para meter todo lo que íbamos tirando, desde bicicletas oxidadas hasta las enormes ramas del gomero. Los vecinos se acercaron, primero se asomaron al container, después empezaron a llevarse cosas. Los veía a cada uno irse con algo. Como si la casa fuese un animal muerto al que destripan otros animales.
Tuve que aprender a vender y comprar inmuebles, sacar plazos fijos, pasar cuentas a mi nombre, discutir con bancarios, escribanos y contadores, denunciar a los que querían estafarnos. Mi papá me asesoraba o me acompañaba personalmente, estando con él me hacía respetar, además zorro viejo huele la trampa . De plata y papeles podíamos hablar. Lo demás era complicado. Mi mamá hacía años que había dejado de ser su esposa, ahora era una extraña para él y para nosotras también. Hay familias signadas por la enfermedad. En la mía, los trastornos mentales bajan y suben por el árbol genealógico.
Yo misma pasé por ataques de pánico, temblores, canas prematuras, bajada y subida de peso, insomnio, crisis nerviosas. Después, mucho después, me fueron llegando las palabras. Y me fui contando una historia que me ayudara a saber contra qué enloqueció ella.
Mi mamá nació en 1945, hija de inmigrantes pobres, venidos de Galicia y Andalucía a mediados de los años 30. Mi abuela, mucama de una familia acomodada, conoció a mi abuelo en su lugar de trabajo. Yo solo lo vi en una foto carnet, me dijeron que se pegó un tiro el año que nací. Él era cadete de Gath & Chaves y parece que le tocó llevar un pedido a la casa en donde trabajaba su futura mujer. Así empezaron. Ellos y sus cinco hijos vivieron apretados en pensiones de mala muerte hasta que pudieron mudarse a una casaquinta de La Reja. Desde allá venía mi abuelo a comprar fruta y verdura en el viejo Mercado del Abasto para luego revender a los comercios de la zona oeste. Pero la historia familiar está llena de agujeros , secretos, hechos confusos. Lo que sí se sabe, sin mucho detalle, es de la pobreza que les tocó vivir, la muerte trágica de un hijo en las vías del tren, el internado religioso donde estuvieron pupilas mi mamá y mi tía, las relaciones extramatrimoniales de mi abuelo y su suicidio.
Mi mamá y su hermana mayor eran las que más deseaban irse de allá. Estudiar, trabajar, alquilar un departamento en Capital y más tarde formar una familia distinta a la suya . Y lo hicieron. Tuvieron marido, hijos o mascotas, casa y carrera. Así pasaron de la estrechez a una holgada clase media. Consiguieron mucho y, sin embargo, no fue suficiente.
Mi tía murió de cáncer y mi mamá enloqueció .
¿Habrá sido contra este pasado o contra lo que siguió? El divorcio, la nueva vida de su ex marido, el cansancio de criar a dos hijas, la vejez, la soledad, la falta de trabajo, la poca plata, que todo vuelva al mismo lugar en dónde empezó.
Pobreza, culpa, separaciones, vejez. Entonces a cualquiera le puede pasar. Sí. No. Tal vez. Por las dudas, preguntármelo era una forma desesperada de prevenir, no fuera cosa que yo también. No fuera cosa que esa herencia maldita , como la catalepsia, se despertara en mí o me enterrara viva. Un terapeuta me dijo una vez que me quedara tranquila, que a mí no iba a pasar.
Hace dos años la llevamos a un geriátrico en Mercedes, provincia de Buenos Aires, donde hay arroyo, campo y vacas que ella no puede ver porque cuando la visitamos nos quedamos en la ciudad. El lugar es tranquilo y en el fondo hay gallinas, como las que tenían en la casaquinta de La Reja. No me sale la palabra agradable para un geriátrico , pero es amplio, luminoso y económico. En Capital cuestan una fortuna y son una caja de zapatos, oscura, cuando no sucia, y deprimente.
Voy y vuelvo en el día, y es más el tiempo que estoy viajando en el Sarmiento o el 57 que las horas que comparto con ella. La paso a buscar en un taxi, vamos a la consulta médica y después la llevo a La Recova, un bar enfrente de la plaza principal.
Mi mamá siempre pide lo mismo : té con leche y tres alfajorcitos de maicena. Le cuento algunas cosas de mi vida, ella me da consejos sobre mi salud, me pasa recetas de cocina, lee lo que escribo. Me entrega notas en las que dispone cuáles van a ser nuestros regalos de cumpleaños o de Navidad.
Pienso en cómo se dan las cosas. Ella que quiso dejar la provincia para ir a la gran ciudad vuelve a la vida provinciana, ella que se imaginaba como una profesional exitosa a los 50 está encerrada en un geriátrico con mujeres y hombres que le llevan 20 y 30 años, achacados pero longevos, que le cuentan sus vidas de pueblo. Con los viejos siempre hizo buenas migas.
Hubo mejoras, retrocesos y mesetas, pero nada volvió a ser como antes. Sus palabras cambiaron, su cara cambió, su pelo, sus ojos, su piel suave, ahora escamosa por la medicación y la edad, su cuerpo, sus hábitos; lo único que quedó inalterable fue su voz . Su voz y su olor. La misma voz y el mismo olor que yo iba a buscar en las noches de miedo, cuando me sentaba en su falda y me contaba otras historias. Historias hermosas.
*Fuente: http://www.clarin.com/sociedad/pasa-familia-problemas-mentales_0_795520631.html
Cinco.en.Cinco / breves*
En viento
El viento me trajo hasta acà
...
llovida entre mis horas rotas
y aùn no me han crecido los nombres
para llamarte.
---
Amanecida
Esta locura de andar aplaudiendo
la diferencia de los tobillos
Esta forma extraña
de arrimar el vèrtigo
hacia el precipicio de la duda
Esta manera mìa
de caminar a oscuras
cuando el amanecer golpèa
mi ventana.
---
Anochece que no es sombra
El llanto vacío de los pájaros
empapó mis ojos
cuando anoche
se enjuagaban de tu sombra
---
Subibaja
un paso atràs,
para subir
hasta donde me lleguen las manos.
---
Insomne
Un crimen se me detiene
con su aliento de plomo
sobre el relámpago de un sueño
cuando mi mano
suelta las sobras.
*De Marcela Lokdos. lokdos1@yahoo.com.ar
Ensueños*
*Por Miriam Cairo. cairo367@hotmail.com
Imagínense ustedes, ser atrapados en plena calle por un ensueño. Estirar la mano para detener el colectivo y desaparecer del mapa antes o después de pagar el boleto. Imagínense llevarse un cigarrillo a los labios mientras espera que la secretaria del abogado de su divorcio le abra la puerta, y evaporarse en el mismo instante en el que entra. Imagínese de pronto ser el mismo siendo otro. Ser producto de un ensueño y parecer viviente. Dar la mano viviente al abogado viviente y firmar cualquier cosa con tal de dejar de ser cuanto antes esa mano viviente para sentirse un todo sensible. Imagínense. No es poco.
Por momentos sospecho que la lluvia es el mejor momento para el accionar arremetedor de los ensueños, porque una o uno se distrae al limitar el campo de acción a los propios pasos, donde las cosas se centran en divisar baldosas flojas, sostener el paraguas con todo el poder de una mano para contrarrestar los efectos arrasadores del viento mientras con otro brazo se abrazan los libros de Silvina, de Olga, de Alejandra o cualquier otro destello sobrehumano.
En una de esas mañanas diluviantes, yo misma fui capturada por el ensueño. Sospecho que no se trató de un secuestro al azar, de un secuestro exprés, para hablar como corresponde desde la página de un diario, porque no hay modo de elegir correctamente entre la gente atrincherada bajo un paraguas, a la cual sólo se le ven la cintura rígida y las piernas titubeantes. Si analizo con objetividad los hechos, como corresponde en cualquier página del diario, aunque sea la última, mi captor me había hecho un seguimiento, para no confundirme con otra transeúnte agazapada bajo el paraguas.
Mi captor sabía bien que los lunes hago cosas de lunes, que los martes hago cosas de martes, que los miércoles coloco las piernas en todo el territorio del miércoles, que los jueves soy absolutamente incapaz de hacer a simple vista cosas de viernes, que los viernes me coloco en el territorio de los viernes, que los sábados, de la mañana a la noche, existo en un día sábado y que los domingos discurro por el perímetro de los domingos sea desnuda, sea descalza. Mi captor sabía bien que, aunque pierda la memoria de los días, dejo señuelos a lo largo de la casa o del olvido para transitar eficazmente el inviolable dictamen de las horas. Estoy segura también, de que conocía mis recursos para no dejar rastros cuando decido transgredir las fronteras del tiempo, del alma, del cuerpo o del espacio.
Por todas estas razones, mi competencia metódica me ha permitido ver que el ensueño me venía persiguiendo. Más aún si presto atención al detalle de que esa mañana llevaba un paraguas tan grande que debajo de él podía extraviarme en mi propio universo.
Para que sepan, para que entren en pánico o en espera, les confieso que ser atrapada por un ensueño es de una dicha terrorífica, de un terror dichoso, porque una se reconoce en su fase más alejandrina, a la vez que se va desmaterializando su fase más escéptica.
Naturalmente, los ensueños no necesitan más que un lapso incalculable para descomponer el espacio en tiempo, el tiempo en aire. Eso es fácil de comprender. Pero no sé cómo ni por qué nos eligen. O si es una la que se hace elegir por ellos. O si el cósmico cubilete de las constelaciones suelta al azar los dados que nos explican.
Sin embargo sé muy bien, por ejemplo, que los pájaros se les acercan, a los ensueños, con una lentitud vertiginosa y que una voz propia les arde en cada hueso. Una voz por vez. Una voz interna que les viene de los huesos de sus huesos. Pero estos hechos reales comparados con los hechos irreales de mi captura, no me impiden recordar que sobre el umbral del infinito rodaba yo a la par de las cosas imposibles.
También sé que una vez tomada por el ensueño, un viento furibundo me fue empujando hacia los mismos lugares, y con la misma gente, toda vez que era lunes, o martes, o viernes, y que a la hora de tomar la K pude volver a estirar la mano viviente sin sentirme como una ciudadana a merced de un estado punitivo que la obligaba a viajar a lo largo de la calle Mendoza cuando en verdad quiere viajar por un sendero celeste.
Pero empecemos como siempre por el principio de la sombra. Cuando una regresa a su casa, por una razón u otra, su noche o su crepúsculo vuelve también. Ese es el momento favorito del ensueño para viajar por los techos de las casas sobre corceles wagnerianos hasta encontrarnos. Y si seguimos la causalidad de las palabras, estaremos en condiciones de entender que cuando el ensueño dice "arre, arre" nos compromete a cabalgar los precipicios. Un cartesiano podría decir que el ensueño es la glándula pineal de la esperanza; un marxista que el soñador es el opresor de lo soñado. Pero la ideología de los ensueños es más horizontal, enraizada en profundas bases anarquistas.
Y no crean que mi rapto se debió a que vivo en una pequeña localidad, no se dejen llevar de las narices por esos comentarios acerca de que los que vivimos en provincia, bla, bla, bla, puesto que sé de amigos que fueron atrapados por el ensueño en plena Capital Federal. Es más, luego de debatir con un grupo de eruditos porteños, hemos llegado a la conclusión de que ni siquiera se puede circunscribir el fenómeno a un contexto latinoamericano, como un procedimiento de realismo mágico llevado hasta sus últimas consecuencias, dado que contamos con datos fehacientes los cuales confirman que en la mismísima Europa hay gente que hace como que existe, pero en verdad, flota.
*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-35974-2012-10-13.html
***
cuarto de costura
poemas
Ediciones del Dock
Dice Cristina Piña, en la contratapa:
Una mujer en un cuarto de costura: creo que es difícil encontrar una metáfora que convoque de manera más clara y culturalmente sancionada la femineidad. Y sin embargo, en manos de Liliana Souza, como ya ocurrió en esa otra forma, su libro anterior, los lugares comunes -no tanto en su sentido peyorativo de cosas repetidas y huecas, sino como índice de lo familiar y conocido- se ponen a temblar.
Así, en este cuarto de costura, la costurera lejos de unir, armar, hacer labores a través de las cuales establece un diálogo con su interioridad, deshila y desanuda el tiempo, recorre con empeño implacable el camino hacia la desaparición, recuerda lo no ocurrido, escribe lo que no ocurrirá.
***
Liliana Souza
Los invita a la presentación de su libro:
Cuarto de Costura.
Presenta Roxana Palacios.
Vino de honor.
Músico invitado.
Los ejemplares serán firmados por la autora.
Viernes 9 de noviembre - 19.30 horas.
Auditorio del Círculo Médico de Quilmes.
Brandzen 302 esquina Alvear.
Confirmar asistencia al 4251-5003
o vía mail.
* Liliana Souza. liliana_souza@yahoo.com.ar
***
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EL LLANTO VACÍO DE LOS PÁJAROS...
TRANSFORMACIONES*
Trabajaba con intensidad, concentrado como siempre en lo que hacía, pero sin placer. Estaba de mal humor. Sus ojos fijos en la pantalla luminosa, donde se mostraba un mapa coloreado por sectores, tenían un brillo tenso. Los dedos golpeaban las teclas con precisión, pero con demasiada fuerza. La boca se contraía mostrando el brillo de los dientes en una mueca irónica. Hacía todo con perfección natural, sin esfuerzo, pero hoy no se encontraba bien. Sentía una furia contenida hacia los directores del proyecto. Era la tercera modificación que le pedían, sin razones válidas para hacerlo. Se detuvo un momento y se dirigió a la pequeña cocina anexa al estudio. Se sirvió una copa de vino y tomó un sorbo todavía apoyado en la mesada,. Pensó que esto no era su estilo. Cuando bebía una copa de vino lo hacía en la atmósfera adecuada, la música sonando suavemente, la copa apoyada con cuidado en la mesa redonda al lado del sillón rojo. Pequeños rituales que llenaban sus espacios, siempre jugados en el ambiente perfecto. Se molestó consigo mismo y se dirigió de nuevo al estudio, pero no siguió trabajando. Se sentó despacio en el sillón con la copa en la mano, la mirada recorriendo sus libros ordenados con cuidado. Sonrió. Eran demasiados. Quizás tendría que dejarles la casa para ellos. Luego se fijó en el ordenador con el mapa desplegado dentro de él como una pintura primitiva. Se sintió agotado, pero con un deseo incontrolable de cambio, de movimiento, de reversión total. Pensó con una mueca en las veces que había soñado con mutaciones totales. Estoy harto, se dijo. Bebió el resto del vino y se adormeció en el sillón, las manos laxas apoyadas a los lados, la cabeza erguida contra el alto respaldo con los ojos cerrados. Mucho más tarde, los abrió, mirando fijamente, hacia la luz que lo atraía. Luego los entrecerró como ranuras, comenzó a mover su cuerpo con suavidad, despacioso y silente. Se movió hacia la luz del ordenador. Se apoyó en el suelo con sus brazos elásticos cubiertos de pelos dorados, las garras ocultas, el lomo estirándose con sus manchas negras, las patas apoyadas con firmeza. Reconoció el lugar lentamente, deteniéndose en la contemplación de cosas que lo llamaban., pero no lograba identificar. Se movió hacia la luz del ordenador con un impulso de ira. Trepó de un salto a la silla y aplastó el vidrio con furia. La luz se apagó. Todavía inquieto, siguió su recorrida. Lo detuvo la figura de madera de un muñeco articulado y un pájaro de lata que picoteaba el piso sin parar. Los husmeó y gruñó amenazador. Se sentó frente a ellos preguntando con los ojos. Algo parecía surgir en su memoria, pero desapareció. Con un golpe rápido aplastó al pájaro. Moviéndose despacio se desplazó a lo largo de las bibliotecas atestadas. Algo allí era importante para él. Husmeó los libros con placer, oliendo especialmente algunos estantes. Algo le molestaba como un dolor. Se revolvió nervioso, sentándose luego totalmente inmóvil con los ojos fijos en los libros. Pero fue inútil. Se levantó sintiéndose cansado y se dirigió hacia el otro ambiente. En el dormitorio el tatami lo esperaba y él lo aceptó como propio. Se sentó encima afirmando su posesión. Se sentía agotado. Se estiró con suavidad, colocó la pesada cabeza entre las patas y se durmió con la luna llena en el vidrio de la ventana.
*De Sonia Arismendi. soniaris@adinet.com.uy
DESMURANDO*
“...Ah si el cielo no se da prisa... para domar los feroces e ingratos, no tardaran los hombres, en devorarse unos a otros, como los monstruos del océano...”
Williams Shakespeare (Rey Lear)
Ya no quiero más muros, corazón
Pircas, de ideas, de silencios
¡Tantos muros, tantos!
Condenada al muro de lamentos:
A un campo santo de ausencias y distancias.
A una horda de olvidos. A manos separadas,
a un pañuelo blanco.
A la esquizofrenia. A un basilisco multicéfalo.
A la placidez embriagada de la adormidera verde.
A un yacuzi sin agua, algas babosas y ojos de pescado.
A un galeote. Sin remos. Sin rumbo. Sin bandera.
A un buitre con cara de rectángulo.
Convidada a comer entre los muertos:
A un viejo verso aprendido en mi infancia
“Piden pan, no le dan; piden queso, les dan hueso
y les cortan el pescuezo”
A una torre de Babel.
Ignorado. Ignorante. Ignoto.
A un feroz león domesticado,
Con su lacia melena peinada por Giordano.
A una vaca cansina, ubres repletas y el ternero muerto.
A una actual Sodoma en el mar muerto
Sin Viagra. Sin Champagne. Sin siliconas.
A un pastor sin rebaño. A una noche sin luna.
A un poeta sin versos.
Cansada de los muros, corazón.
Vida me diste y vida te devuelvo.
Desmuremos mi sol.
Desmuramos.
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
¿Qué pasa en una familia cuando hay problemas mentales?*
*Por Alejandra Zina. alejandra.zina@gmail.com
Escritora. Entre Sus Libros Destacan “barajas” Y “LO Que Se Pierde”.
Delirios y dolores de una madre. Un registro del mundo que se torna incomprensible para los otros genera situaciones de pesar y de tensión. Una escritora comparte la historia que sufrió su mamá, que incluye la sorpresa ante la enfermedad, el desánimo, una cierta lógica insidiosa de algunos conocidos. Y subraya el valor del acompañamiento signado por el afecto, más allá del trastorno.
20/10/12
Muchas veces me pregunté si existía un día en que alguien enloquece, pierde la cabeza, se trastorna. Si se trata de un estado de shock que permanece y atrofia o si es como una guerra o una revolución que se viene gestando con hechos invisibles durante años. ¿Cuándo empieza todo?
Cuándo empieza para mí.
Una noche cálida del 93, verano o principios del otoño. Mis amigos y yo andábamos por los 18 años. Esa noche estábamos bailando en la terraza de una casa donde no faltaba nada, ni siquiera la complicidad de los viejos que se iban y nos dejaban solos hasta tarde. Me gustaría acordarme qué temas estaban sonando, ¿ Tráfico por Katmandú ? ¿ Ala delta ? ¿ Mi perro dinamita ?
Corrían las primeras botellas, los primeros puchos, los primeros besos. Hasta que algo se detuvo y no fue la música, sino yo misma adentro de la música, como si una cámara me hubiese congelado mientras los demás seguían bailando, tomando, fumando. Era la dueña de casa gritando mi nombre desde la escalera: que bajara, tenía teléfono.
Adiviné que había pasado algo antes de atender. De otro modo, mi hermana no me hubiese llamado. Me hablaba con frases entrecortadas, le temblaba la voz, yo no entendía nada y ella tampoco, pero trataba de explicarme: se repetía, gemía, bajaba el volumen . Cuando corté, la fiesta era algo que había pasado hacía mucho tiempo.
Llegué a mi casa en un auto prestado. Entré, vi, volví a salir y les pedí a mis amigos que se fueran. Creo que no llegué a contarles lo que había visto adentro. No había sido un robo, ni un accidente, ni las tragedias que uno se imagina en mitad de la noche.
Tardé años en pedirles que se quedaran , para cuando lo hice ya había estado demasiadas veces sola.
Adentro, mi hermana me esperaba acurrucada en el sillón del living, los ojos aterrados, como si hubiese visto un monstruo, mientras mamá, los ojos fanatizados , nos hablaba de un mundo peligroso y apocalíptico con espías siniestros que conspiraban del otro lado de la pared. Empezó esa noche. O empezó la mañana en que mamá decidió quedarse en la cama y no salir por meses. O quizás mucho antes, cuando yo le hablaba y ella no me miraba a mí , sino un punto que no era ningún objeto del ambiente en donde estábamos. Como los gatos, que miran hacia una pared pero en realidad están mirando algo que no sabemos qué es.
Cuando nos dimos cuenta de que la cosa empeoraba, fuimos a revisarle la agenda. De ahí sacamos varios teléfonos: su psicóloga, su abogado, sus pocas amigas, compañeras de trabajo.
A escondidas, llamamos a uno por uno.
Con algunos llegamos a encontrarnos. Queríamos hablar con todos los que la conocían, contar sus delirios y provocar alarma, escuchar explicaciones, seguir instrucciones, atajar el naufragio que se venía. Pero no recibimos nada de eso. Mi mamá hacía tiempo que se había alejado y ellos no la conocían tanto como creíamos.
Además, la locura daba miedo. No la locura del que puede volver, sino la locura del que nada hasta lo hondo y se ahoga. Del miedo me fui dando cuenta de a poco. Primero vi el de los demás, después el propio.
El miedo de mis abuelas, tíos, padre, vecinos, conocidos, se nos vino encima como una ola de ataques, excusas y silencios .
Todas las adolescentes creen que su casa es un infierno. Será que las chicas se quieren quedar con los bienes, por eso la internan. Ella siempre fue así de nerviosa. La señora no me quiso abrir la puerta. Tu mamá nunca las cuidó muy bien que digamos . Los hijos tienen que hacerse cargo de los padres, es la ley de la vida. En una esquina, la locura. En la otra, el miedo.
Para bien y para mal, mi hermana y yo nos endurecimos. Si queríamos sobrevivir, teníamos que salir guerreras. Y cuando no era contra los otros, era entre nosotras. Varias veces nos amenazamos mutuamente con abandonar todo y desaparecer , pero nunca nos animamos, salvo cortas temporadas.
Después de la ronda de llamados, vino la consulta con un psicólogo, la primera de una larga lista de tratamientos, citas, internaciones y denuncias. Me los fui olvidando, pero en una época me sabía nombres y apellidos de memoria: Outes, Toranzo, Milius, Ferrazano, la hermana Teodora, Mari, Vidiella, Tenaglia, como la formación de un equipo de fútbol. Médicos, psicólogos, psiquiatras, oficiales de justicia, secretarias, enfermeros, monjas, a todos los recordaba por si pasaba algo . Como si así pudiera repartir mejor las responsabilidades. O como una memoria de esa larga procesión clínica, de quiénes la vieron, quiénes diagnosticaron, quiénes la medicaron.
Una sola vez estuvo en el Moyano. Fueron pocos días, un tránsito obligado después de la intervención de un juzgado y la policía. Internación compulsiva le dicen, cuando el enfermo no quiere atenderse y hay que llevarlo a la fuerza.
Me acuerdo del olor penetrante de la lavandina con la que limpiaban el piso de la guardia y del jardín que debía atravesar para llegar al edificio del fondo. Cuando pasaba caminando, varias mujeres de distintas edades se me acercaban en una corrida torpe, balbuceando esa lengua patinosa del dopado , para preguntarme si había traído ropa y zapatos. Yo no las dejaba acercarse tanto, solo negaba con la cabeza y trataba de avanzar sin mirar las bocas desdentadas, los pies descalzos, las rigideces de la cara. Mi mamá la pasaba mejor, además sus compañeras en la guardia fueron amables con ella. Le cebaban mate y estaban pendientes de que no se retrajera. Cuando la trasladamos del Moyano a una clínica privada, volví. Había juntado en una bolsa ropa y zapatos de su placard y del mío.
Estuvimos varios años vaciando placares y cajones , sacando bolsas de basura, donando al Cottolengo Don Orione, vendiendo al mercado de pulgas, regalando a nuestros amigos. Cuando pusimos en venta la casa donde me crié, contratamos un container para meter todo lo que íbamos tirando, desde bicicletas oxidadas hasta las enormes ramas del gomero. Los vecinos se acercaron, primero se asomaron al container, después empezaron a llevarse cosas. Los veía a cada uno irse con algo. Como si la casa fuese un animal muerto al que destripan otros animales.
Tuve que aprender a vender y comprar inmuebles, sacar plazos fijos, pasar cuentas a mi nombre, discutir con bancarios, escribanos y contadores, denunciar a los que querían estafarnos. Mi papá me asesoraba o me acompañaba personalmente, estando con él me hacía respetar, además zorro viejo huele la trampa . De plata y papeles podíamos hablar. Lo demás era complicado. Mi mamá hacía años que había dejado de ser su esposa, ahora era una extraña para él y para nosotras también. Hay familias signadas por la enfermedad. En la mía, los trastornos mentales bajan y suben por el árbol genealógico.
Yo misma pasé por ataques de pánico, temblores, canas prematuras, bajada y subida de peso, insomnio, crisis nerviosas. Después, mucho después, me fueron llegando las palabras. Y me fui contando una historia que me ayudara a saber contra qué enloqueció ella.
Mi mamá nació en 1945, hija de inmigrantes pobres, venidos de Galicia y Andalucía a mediados de los años 30. Mi abuela, mucama de una familia acomodada, conoció a mi abuelo en su lugar de trabajo. Yo solo lo vi en una foto carnet, me dijeron que se pegó un tiro el año que nací. Él era cadete de Gath & Chaves y parece que le tocó llevar un pedido a la casa en donde trabajaba su futura mujer. Así empezaron. Ellos y sus cinco hijos vivieron apretados en pensiones de mala muerte hasta que pudieron mudarse a una casaquinta de La Reja. Desde allá venía mi abuelo a comprar fruta y verdura en el viejo Mercado del Abasto para luego revender a los comercios de la zona oeste. Pero la historia familiar está llena de agujeros , secretos, hechos confusos. Lo que sí se sabe, sin mucho detalle, es de la pobreza que les tocó vivir, la muerte trágica de un hijo en las vías del tren, el internado religioso donde estuvieron pupilas mi mamá y mi tía, las relaciones extramatrimoniales de mi abuelo y su suicidio.
Mi mamá y su hermana mayor eran las que más deseaban irse de allá. Estudiar, trabajar, alquilar un departamento en Capital y más tarde formar una familia distinta a la suya . Y lo hicieron. Tuvieron marido, hijos o mascotas, casa y carrera. Así pasaron de la estrechez a una holgada clase media. Consiguieron mucho y, sin embargo, no fue suficiente.
Mi tía murió de cáncer y mi mamá enloqueció .
¿Habrá sido contra este pasado o contra lo que siguió? El divorcio, la nueva vida de su ex marido, el cansancio de criar a dos hijas, la vejez, la soledad, la falta de trabajo, la poca plata, que todo vuelva al mismo lugar en dónde empezó.
Pobreza, culpa, separaciones, vejez. Entonces a cualquiera le puede pasar. Sí. No. Tal vez. Por las dudas, preguntármelo era una forma desesperada de prevenir, no fuera cosa que yo también. No fuera cosa que esa herencia maldita , como la catalepsia, se despertara en mí o me enterrara viva. Un terapeuta me dijo una vez que me quedara tranquila, que a mí no iba a pasar.
Hace dos años la llevamos a un geriátrico en Mercedes, provincia de Buenos Aires, donde hay arroyo, campo y vacas que ella no puede ver porque cuando la visitamos nos quedamos en la ciudad. El lugar es tranquilo y en el fondo hay gallinas, como las que tenían en la casaquinta de La Reja. No me sale la palabra agradable para un geriátrico , pero es amplio, luminoso y económico. En Capital cuestan una fortuna y son una caja de zapatos, oscura, cuando no sucia, y deprimente.
Voy y vuelvo en el día, y es más el tiempo que estoy viajando en el Sarmiento o el 57 que las horas que comparto con ella. La paso a buscar en un taxi, vamos a la consulta médica y después la llevo a La Recova, un bar enfrente de la plaza principal.
Mi mamá siempre pide lo mismo : té con leche y tres alfajorcitos de maicena. Le cuento algunas cosas de mi vida, ella me da consejos sobre mi salud, me pasa recetas de cocina, lee lo que escribo. Me entrega notas en las que dispone cuáles van a ser nuestros regalos de cumpleaños o de Navidad.
Pienso en cómo se dan las cosas. Ella que quiso dejar la provincia para ir a la gran ciudad vuelve a la vida provinciana, ella que se imaginaba como una profesional exitosa a los 50 está encerrada en un geriátrico con mujeres y hombres que le llevan 20 y 30 años, achacados pero longevos, que le cuentan sus vidas de pueblo. Con los viejos siempre hizo buenas migas.
Hubo mejoras, retrocesos y mesetas, pero nada volvió a ser como antes. Sus palabras cambiaron, su cara cambió, su pelo, sus ojos, su piel suave, ahora escamosa por la medicación y la edad, su cuerpo, sus hábitos; lo único que quedó inalterable fue su voz . Su voz y su olor. La misma voz y el mismo olor que yo iba a buscar en las noches de miedo, cuando me sentaba en su falda y me contaba otras historias. Historias hermosas.
*Fuente: http://www.clarin.com/sociedad/pasa-familia-problemas-mentales_0_795520631.html
Cinco.en.Cinco / breves*
En viento
El viento me trajo hasta acà
...
llovida entre mis horas rotas
y aùn no me han crecido los nombres
para llamarte.
---
Amanecida
Esta locura de andar aplaudiendo
la diferencia de los tobillos
Esta forma extraña
de arrimar el vèrtigo
hacia el precipicio de la duda
Esta manera mìa
de caminar a oscuras
cuando el amanecer golpèa
mi ventana.
---
Anochece que no es sombra
El llanto vacío de los pájaros
empapó mis ojos
cuando anoche
se enjuagaban de tu sombra
---
Subibaja
un paso atràs,
para subir
hasta donde me lleguen las manos.
---
Insomne
Un crimen se me detiene
con su aliento de plomo
sobre el relámpago de un sueño
cuando mi mano
suelta las sobras.
*De Marcela Lokdos. lokdos1@yahoo.com.ar
Ensueños*
*Por Miriam Cairo. cairo367@hotmail.com
Imagínense ustedes, ser atrapados en plena calle por un ensueño. Estirar la mano para detener el colectivo y desaparecer del mapa antes o después de pagar el boleto. Imagínense llevarse un cigarrillo a los labios mientras espera que la secretaria del abogado de su divorcio le abra la puerta, y evaporarse en el mismo instante en el que entra. Imagínese de pronto ser el mismo siendo otro. Ser producto de un ensueño y parecer viviente. Dar la mano viviente al abogado viviente y firmar cualquier cosa con tal de dejar de ser cuanto antes esa mano viviente para sentirse un todo sensible. Imagínense. No es poco.
Por momentos sospecho que la lluvia es el mejor momento para el accionar arremetedor de los ensueños, porque una o uno se distrae al limitar el campo de acción a los propios pasos, donde las cosas se centran en divisar baldosas flojas, sostener el paraguas con todo el poder de una mano para contrarrestar los efectos arrasadores del viento mientras con otro brazo se abrazan los libros de Silvina, de Olga, de Alejandra o cualquier otro destello sobrehumano.
En una de esas mañanas diluviantes, yo misma fui capturada por el ensueño. Sospecho que no se trató de un secuestro al azar, de un secuestro exprés, para hablar como corresponde desde la página de un diario, porque no hay modo de elegir correctamente entre la gente atrincherada bajo un paraguas, a la cual sólo se le ven la cintura rígida y las piernas titubeantes. Si analizo con objetividad los hechos, como corresponde en cualquier página del diario, aunque sea la última, mi captor me había hecho un seguimiento, para no confundirme con otra transeúnte agazapada bajo el paraguas.
Mi captor sabía bien que los lunes hago cosas de lunes, que los martes hago cosas de martes, que los miércoles coloco las piernas en todo el territorio del miércoles, que los jueves soy absolutamente incapaz de hacer a simple vista cosas de viernes, que los viernes me coloco en el territorio de los viernes, que los sábados, de la mañana a la noche, existo en un día sábado y que los domingos discurro por el perímetro de los domingos sea desnuda, sea descalza. Mi captor sabía bien que, aunque pierda la memoria de los días, dejo señuelos a lo largo de la casa o del olvido para transitar eficazmente el inviolable dictamen de las horas. Estoy segura también, de que conocía mis recursos para no dejar rastros cuando decido transgredir las fronteras del tiempo, del alma, del cuerpo o del espacio.
Por todas estas razones, mi competencia metódica me ha permitido ver que el ensueño me venía persiguiendo. Más aún si presto atención al detalle de que esa mañana llevaba un paraguas tan grande que debajo de él podía extraviarme en mi propio universo.
Para que sepan, para que entren en pánico o en espera, les confieso que ser atrapada por un ensueño es de una dicha terrorífica, de un terror dichoso, porque una se reconoce en su fase más alejandrina, a la vez que se va desmaterializando su fase más escéptica.
Naturalmente, los ensueños no necesitan más que un lapso incalculable para descomponer el espacio en tiempo, el tiempo en aire. Eso es fácil de comprender. Pero no sé cómo ni por qué nos eligen. O si es una la que se hace elegir por ellos. O si el cósmico cubilete de las constelaciones suelta al azar los dados que nos explican.
Sin embargo sé muy bien, por ejemplo, que los pájaros se les acercan, a los ensueños, con una lentitud vertiginosa y que una voz propia les arde en cada hueso. Una voz por vez. Una voz interna que les viene de los huesos de sus huesos. Pero estos hechos reales comparados con los hechos irreales de mi captura, no me impiden recordar que sobre el umbral del infinito rodaba yo a la par de las cosas imposibles.
También sé que una vez tomada por el ensueño, un viento furibundo me fue empujando hacia los mismos lugares, y con la misma gente, toda vez que era lunes, o martes, o viernes, y que a la hora de tomar la K pude volver a estirar la mano viviente sin sentirme como una ciudadana a merced de un estado punitivo que la obligaba a viajar a lo largo de la calle Mendoza cuando en verdad quiere viajar por un sendero celeste.
Pero empecemos como siempre por el principio de la sombra. Cuando una regresa a su casa, por una razón u otra, su noche o su crepúsculo vuelve también. Ese es el momento favorito del ensueño para viajar por los techos de las casas sobre corceles wagnerianos hasta encontrarnos. Y si seguimos la causalidad de las palabras, estaremos en condiciones de entender que cuando el ensueño dice "arre, arre" nos compromete a cabalgar los precipicios. Un cartesiano podría decir que el ensueño es la glándula pineal de la esperanza; un marxista que el soñador es el opresor de lo soñado. Pero la ideología de los ensueños es más horizontal, enraizada en profundas bases anarquistas.
Y no crean que mi rapto se debió a que vivo en una pequeña localidad, no se dejen llevar de las narices por esos comentarios acerca de que los que vivimos en provincia, bla, bla, bla, puesto que sé de amigos que fueron atrapados por el ensueño en plena Capital Federal. Es más, luego de debatir con un grupo de eruditos porteños, hemos llegado a la conclusión de que ni siquiera se puede circunscribir el fenómeno a un contexto latinoamericano, como un procedimiento de realismo mágico llevado hasta sus últimas consecuencias, dado que contamos con datos fehacientes los cuales confirman que en la mismísima Europa hay gente que hace como que existe, pero en verdad, flota.
*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-35974-2012-10-13.html
***
cuarto de costura
poemas
Ediciones del Dock
Dice Cristina Piña, en la contratapa:
Una mujer en un cuarto de costura: creo que es difícil encontrar una metáfora que convoque de manera más clara y culturalmente sancionada la femineidad. Y sin embargo, en manos de Liliana Souza, como ya ocurrió en esa otra forma, su libro anterior, los lugares comunes -no tanto en su sentido peyorativo de cosas repetidas y huecas, sino como índice de lo familiar y conocido- se ponen a temblar.
Así, en este cuarto de costura, la costurera lejos de unir, armar, hacer labores a través de las cuales establece un diálogo con su interioridad, deshila y desanuda el tiempo, recorre con empeño implacable el camino hacia la desaparición, recuerda lo no ocurrido, escribe lo que no ocurrirá.
***
Liliana Souza
Los invita a la presentación de su libro:
Cuarto de Costura.
Presenta Roxana Palacios.
Vino de honor.
Músico invitado.
Los ejemplares serán firmados por la autora.
Viernes 9 de noviembre - 19.30 horas.
Auditorio del Círculo Médico de Quilmes.
Brandzen 302 esquina Alvear.
Confirmar asistencia al 4251-5003
o vía mail.
* Liliana Souza. liliana_souza@yahoo.com.ar
***
Inventren Próximas estaciones:
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