Inventren
PAPELES EN LA NOCHE*Dos poemas
I
Hay algo que no entiendo,
me dije.
Una tabla, o un retazo de
memoria,
quedó en algún lugar, o
bajo tierra.
Un viento, a veces, alguna
hora,
dan indicios de esa
pérdida
o ese pozo; como si una
raíz extendida
hubiera cesado en algún
tiempo
(y en mí mismo); una raíz
arrancada
y puesta a secar lejos;
lejos
de la vida y de las cosas.
Hay algo que no entiendo,
me dije.
Una tabla, o un retazo de
memoria,
quedó en algún lugar, o
bajo tierra.
Un viento, a veces, alguna
hora,
dan indicios de esa
pérdida
o ese pozo; como si una
raíz extendida
hubiera cesado en algún
tiempo
(y en mí mismo); una raíz
arrancada
y puesta a secar lejos;
lejos
de la vida y de las cosas.
II
En los pasillos del tren
rápido,
compañeros de viaje, todos
hablan
sin saber ya qué decir,
mientras
traquetean los vagones,
estación
por estación. Las luces
de las calles
entran como flechas por
las ventanillas,
y los rostros cansados
quedan,
por un instante, tocados,
relumbrados.
Pero es sólo un efecto
como de cine,
cuando cada uno, callado
o en palabras,
va con lo suyo, de regreso,
solo,
y sin más.
rápido,
compañeros de viaje, todos
hablan
sin saber ya qué decir,
mientras
traquetean los vagones,
estación
por estación. Las luces
de las calles
entran como flechas por
las ventanillas,
y los rostros cansados
quedan,
por un instante, tocados,
relumbrados.
Pero es sólo un efecto
como de cine,
cuando cada uno, callado
o en palabras,
va con lo suyo, de regreso,
solo,
y sin más.
*De Eduardo Dalter. eduardodalter@yahoo.com.ar
ESTACIÓN ARAUJO.
EL MITO*
Vendrá el día en que un gran Salvador llegue.
Y llegó con boleto de tercera clase,
En un viejo vagón del tren,
A la olvidada estación Araujo.
Y allí multiplicó sus ganancias,
Tiró los árboles,
Secó la poca agua,
Abandonó a quienes llegaron con él.
Vendrá de la estación Araujo
Aquel gran Salvador.
Tiembla la siguiente estación,
Aunque abandonada ya,
Teme a la nueva vida,
Y la nueva muerte
Que pueda otorgarle
El gran Salvador.
En la olvidada estación Araujo,
Habita un gran Salvador.
Se dice
Que llegó a multiplicar sus ganancias,
Subió al mismo viejo tren que lo trajo,
Y hundió en un largo abandono a la estación,
Que ya nadie recuerda.
Nos llegó el gran Salvador
A nuestras tierras,
Proveniente de la mítica estación Araujo,
Que todos nos preguntamos
En dónde queda,
Y si es que alguna vez existió.
*De hugo ivan cruz-rosas.
Un tren algo lento *
Aún faltaban diez cuadras para llegar a la estación. La calle de tierra, reseca y polvorienta por la falta de lluvia, hacia más pesado el andar. Poca gente, muchos perros y ese calor sofocante que le impedía caminar más rápidamente.
La valija demasiado pesada para ella, llegaba casi hasta el suelo, haciéndole doblar el cuerpo en sentido opuesto para no arrastrarla.
Margarita había salido de su casa dando un portazo. La ira le estallaba por los ojos y con desesperación intentaba mantener cerrada la boca, apretando los dientes hasta el dolor. Cuando llegó a la estación, compró un boleto a la capital y luego se sentó en un banco de madera para esperar a que llegara el tren.
En ese momento la vio, hubiera jurado conocerla, sobre todo porque ella también la miró y hasta esbozó una sonrisa suave, tranquila, que sugirió confianza. Era una niña con un atadito de ropas y un paquete envuelto en papel ordinario, que en silencio se acomodó a su lado.
Desde lejos se escuchaban las campanas de la iglesia que daban las diez de la noche. Ya faltaba apenas medio hora para que pasara el tren que la llevaría a la capital. El jefe de estación se asomaba cada tanto, mirando sin disimulo a las pasajeras que partirían por fin de ese alejado pueblucho.
Por fin llegó el ansiado convoy. Margarita y la niña subieron, buscando donde acomodarse y debieron compartir el único asiento doble que estaba desocupado. Los rostros de los pasajeros que venían del norte se notaban sudorosos y cansados. La mayoría dormitaba.
- Parece que seguiremos juntas – le dijo sin siquiera mirar a la jovencita. Ésta la miró de reojo mientras se acomodaba los pliegues de la pollera azul tableada y sólo dijo:
- ¡La noche está hermosa y yo estoy tan contenta!-
El tren tardaba en salir, pero a nadie parecía que le importara, sólo a Margarita la angustia parecía querer ahogarla. Aún dudaba de que hiciese lo correcto.
Por más que se esforzaba, no podía quitarse de su cabeza, la incredulidad y luego la pena de Guillermo, cuando le arrojó en la cara que se iba para siempre. Sin embargo, ahora que ya estaba por concretar el ansiado viaje, el corazón se le estrujaba y las lágrimas luchaban por no caer, hasta que no aguantó más y estalló en llanto. La ira e impotencia retenidas por tanto tiempo, aflojaron su boca. Habló de incomprensiones, de palabras hirientes que creía no merecer y de la carencia de pequeños detalles que le indicaran que la amaban todavía.
La niña mientras tanto, la miraba con grandes ojos de asombro, y ella agradeció que no dijera nada. Parecía maravilloso que alguien la escuchara y no retrucara cada palabra, que no respondieran a cada recriminación con otra y que no intentaran humillarla con argumentos mejores que los de ella.
Cuando por fin se calmó, miró a su compañera de viaje que muy seria apretaba sus pobres pertenencias. Era tan parecida a alguien, pero no podía recordar. Hasta las ropas eran conocidas. Ella también supo tener una pollerita
azul tableada, que acariciaba al sentarse para que no se arrugara. Viajaba en ese mismo tren al comienzo de las clases para cursar como pupila en la Escuela Normal de las monjas y volvía a fin de año, con la alegría del deber cumplido y las ansias de reencontrarse con las cosas queridas.
Volver al pueblo era toda una fiesta. Las casas bajas unas al lado de la otra, con sus angostos pasillos por donde paseaba en bicicleta con los primos y amigos. Los vecinos que con alegría recibían a los jóvenes estudiantes, tal vez imaginaban un futuro mejor para todos. Pero los años pasaron, los estudiantes dejaron de serlo y luego partieron a la capital, buscando una mejor vida lejos de su pequeño poblado que seguía igual, sin cambiar en nada en tantísimos años.
Margarita sin embargo se había quedado, tragándose sueños y frustraciones, hasta que luego de muchas noches sin dormir decidió romper con todo lo que la sujetaba a ese lugar y huir.
Hacía mucho tiempo que el tren esperaba la orden de partido. Los demás pasajeros estaban en una quietud extraña, aunque no le llamó la atención, dada las altas horas de la noche, por eso, cuando sonó el silbato respiró aliviada. A medida que se alejaban lentamente de la estación, Margarita se dedicó a observar a la niña intentando recordar desde cuando estaba triste. Ya casi había olvidado como reir a carcajadas cuando algo la divertía. Sólo esbozaba alguna que otra sonrisa amarga. ¿Por qué? ¿Acaso no había intentado miles de veces decirle que no era feliz?
¡Eso era! Lo había intentado, pero no lo había dicho nunca.¡Por timidez? ¿Orgullo?
El tren tardaba en tomar velocidad, como sintiendo pereza, dándole tiempo a las incertidumbres. De pronto la niña se levantó del asiento, con su atadito de ropa y el paquete, saltando al andén, mientras la saludaba con la mano,. Parecía feliz, contenta, igual que ella cuando llegó a este pueblo con sus padres y hermanos, igual a cuando regresaba del internado luego de muchos meses de estudios. En esos momentos no se imaginó que la vida a veces parece injusta y que los deseos no siempre se cumplen. Tampoco se le ocurrió pensar que las personas cambian y que se debe hacer muchos esfuerzos para que todo salga bien. Mientras recordaba todas estas cosas intentó detener a la niña, pero únicamente pudo verla desaparecer en una extraña bruma que envolvía el paraje en esa cerrada y sofocante noche.
Quiso llamar la atención de los demás pasajeros, pero éstos inmóviles como suspendidos en el tiempo no reaccionaban.
El silbato del guarda anunció la partida y Margarita se sobresaltó. No podía evitar pensar en esa niña que con su inocencia tenía fe en el futuro y le bastaba para ser feliz. Por eso mientras el tren partía lentamente, Margarita saltó al andén tras la niña feliz que alguna vez fue.
La valija demasiado pesada para ella, llegaba casi hasta el suelo, haciéndole doblar el cuerpo en sentido opuesto para no arrastrarla.
Margarita había salido de su casa dando un portazo. La ira le estallaba por los ojos y con desesperación intentaba mantener cerrada la boca, apretando los dientes hasta el dolor. Cuando llegó a la estación, compró un boleto a la capital y luego se sentó en un banco de madera para esperar a que llegara el tren.
En ese momento la vio, hubiera jurado conocerla, sobre todo porque ella también la miró y hasta esbozó una sonrisa suave, tranquila, que sugirió confianza. Era una niña con un atadito de ropas y un paquete envuelto en papel ordinario, que en silencio se acomodó a su lado.
Desde lejos se escuchaban las campanas de la iglesia que daban las diez de la noche. Ya faltaba apenas medio hora para que pasara el tren que la llevaría a la capital. El jefe de estación se asomaba cada tanto, mirando sin disimulo a las pasajeras que partirían por fin de ese alejado pueblucho.
Por fin llegó el ansiado convoy. Margarita y la niña subieron, buscando donde acomodarse y debieron compartir el único asiento doble que estaba desocupado. Los rostros de los pasajeros que venían del norte se notaban sudorosos y cansados. La mayoría dormitaba.
- Parece que seguiremos juntas – le dijo sin siquiera mirar a la jovencita. Ésta la miró de reojo mientras se acomodaba los pliegues de la pollera azul tableada y sólo dijo:
- ¡La noche está hermosa y yo estoy tan contenta!-
El tren tardaba en salir, pero a nadie parecía que le importara, sólo a Margarita la angustia parecía querer ahogarla. Aún dudaba de que hiciese lo correcto.
Por más que se esforzaba, no podía quitarse de su cabeza, la incredulidad y luego la pena de Guillermo, cuando le arrojó en la cara que se iba para siempre. Sin embargo, ahora que ya estaba por concretar el ansiado viaje, el corazón se le estrujaba y las lágrimas luchaban por no caer, hasta que no aguantó más y estalló en llanto. La ira e impotencia retenidas por tanto tiempo, aflojaron su boca. Habló de incomprensiones, de palabras hirientes que creía no merecer y de la carencia de pequeños detalles que le indicaran que la amaban todavía.
La niña mientras tanto, la miraba con grandes ojos de asombro, y ella agradeció que no dijera nada. Parecía maravilloso que alguien la escuchara y no retrucara cada palabra, que no respondieran a cada recriminación con otra y que no intentaran humillarla con argumentos mejores que los de ella.
Cuando por fin se calmó, miró a su compañera de viaje que muy seria apretaba sus pobres pertenencias. Era tan parecida a alguien, pero no podía recordar. Hasta las ropas eran conocidas. Ella también supo tener una pollerita
azul tableada, que acariciaba al sentarse para que no se arrugara. Viajaba en ese mismo tren al comienzo de las clases para cursar como pupila en la Escuela Normal de las monjas y volvía a fin de año, con la alegría del deber cumplido y las ansias de reencontrarse con las cosas queridas.
Volver al pueblo era toda una fiesta. Las casas bajas unas al lado de la otra, con sus angostos pasillos por donde paseaba en bicicleta con los primos y amigos. Los vecinos que con alegría recibían a los jóvenes estudiantes, tal vez imaginaban un futuro mejor para todos. Pero los años pasaron, los estudiantes dejaron de serlo y luego partieron a la capital, buscando una mejor vida lejos de su pequeño poblado que seguía igual, sin cambiar en nada en tantísimos años.
Margarita sin embargo se había quedado, tragándose sueños y frustraciones, hasta que luego de muchas noches sin dormir decidió romper con todo lo que la sujetaba a ese lugar y huir.
Hacía mucho tiempo que el tren esperaba la orden de partido. Los demás pasajeros estaban en una quietud extraña, aunque no le llamó la atención, dada las altas horas de la noche, por eso, cuando sonó el silbato respiró aliviada. A medida que se alejaban lentamente de la estación, Margarita se dedicó a observar a la niña intentando recordar desde cuando estaba triste. Ya casi había olvidado como reir a carcajadas cuando algo la divertía. Sólo esbozaba alguna que otra sonrisa amarga. ¿Por qué? ¿Acaso no había intentado miles de veces decirle que no era feliz?
¡Eso era! Lo había intentado, pero no lo había dicho nunca.¡Por timidez? ¿Orgullo?
El tren tardaba en tomar velocidad, como sintiendo pereza, dándole tiempo a las incertidumbres. De pronto la niña se levantó del asiento, con su atadito de ropa y el paquete, saltando al andén, mientras la saludaba con la mano,. Parecía feliz, contenta, igual que ella cuando llegó a este pueblo con sus padres y hermanos, igual a cuando regresaba del internado luego de muchos meses de estudios. En esos momentos no se imaginó que la vida a veces parece injusta y que los deseos no siempre se cumplen. Tampoco se le ocurrió pensar que las personas cambian y que se debe hacer muchos esfuerzos para que todo salga bien. Mientras recordaba todas estas cosas intentó detener a la niña, pero únicamente pudo verla desaparecer en una extraña bruma que envolvía el paraje en esa cerrada y sofocante noche.
Quiso llamar la atención de los demás pasajeros, pero éstos inmóviles como suspendidos en el tiempo no reaccionaban.
El silbato del guarda anunció la partida y Margarita se sobresaltó. No podía evitar pensar en esa niña que con su inocencia tenía fe en el futuro y le bastaba para ser feliz. Por eso mientras el tren partía lentamente, Margarita saltó al andén tras la niña feliz que alguna vez fue.
*De Mirta Alicia Gisondi. mirtagisondi@yahoo.com.ar
TRES ESTACIONES Y UNA VIDA **
Estación de las mujeres ciegas
Una habitación ciega. Alucinada.
Tres mujeres y una cuarta.
“Que llueva que llueva
La vieja está en la cueva”
Tres mujeres y una cuarta.
“Que llueva que llueva
La vieja está en la cueva”
Estación de la crucifixión
Una niña, pétalo ingrávido.
Una mujer de roble desahuciado.
La otra de rodillas le reza al hombre.
La cuarta se deshace en tristezas.
Una mujer de roble desahuciado.
La otra de rodillas le reza al hombre.
La cuarta se deshace en tristezas.
Estación de las violetas de agua.
La niña ríe y juega con su gato.
Llora por un rasguño imaginado.
Las violetas en los ojos de su madre.
Inmóviles…como piedra o lágrima.
Llora por un rasguño imaginado.
Las violetas en los ojos de su madre.
Inmóviles…como piedra o lágrima.
Estación de los renaceres
Que llueva que llueva…
Nadie entrará en la cueva.
Las mujeres siguen el precepto.
El sol es un vendaval de oro.
Nadie entrará en la cueva.
Las mujeres siguen el precepto.
El sol es un vendaval de oro.
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
** DE LA SERIE TIEMPO DE LAS ESTACIONES
*
Llego al vagón del cineclub, y al atravesar la puerta me recibe la dolorosa melodía de Nusrat Fateh Ali Khan que se extiende, se estrangula, tiembla y dibuja cristales quebrados sobre la sala en sombras.
Las imágenes son confusas e inabarcables, en ese bosque de pesadilla donde dos adolescentes son asesinados. La brutalidad se muestra documentalmente; la vemos desde lejos, la acción está semioculta por los troncos de los árboles. Si la violación de la adolescente nos fuese mostrada en detalle, quizás no nos conmovería de mayor manera que esta situación de testigo real; alcanzamos a ver pero somos impotentes, es el puro horror.
Después, uno de los asesinos; que comprendemos bestial pero reconocemos humano y fruto de un entorno social que no puede producir otra cosa que esta "white trush", basura blanca. Todo su pasado, su familia, el desprecio del gran país por sus desheredados desembocan en ese bosque, esa violación, esos asesinatos.
La monja se espanta, comprende, se vuelve a espantar. Trata de ayudarlo y a la vez se entera de los pormenores, lo mira, aprende a reconocer gestos y fanfarronerías. Nosotros seguimos su camino y nos espantamos, y comprendemos, y nos volvemos a espantar. Cómo decir a los padres de los chicos que el asesino es un ser humano, cómo ponerse en el lugar de quien ha perdido su hijo, y con él el futuro, las ganas de ver cómo sigue la vida, el deseo o la simple expectativa de felicidad.
Y la pena de muerte que sobrevuela las conciencias, la pena de muerte que nos interroga. No, digo. Y digo sí, admito que digo sí cuando me calzo los vertiginosos zapatos de los padres de las víctimas.
La pena de muerte sobrevuela la película como las melodías de minarete que profiere Nusrat, dulces y apocalípticas.
Hay primeros planos, palabras a media voz, rostros, más que nada rostros. La despedida de la familia es indudable, no saben qué decirse, se aburren, el hermano menor hace sonar sus zapatillas contra el piso encerado.
No pueden sostener la tragedia, deben esperar al último minuto para desencadenar el drama. Mientras tanto, sentados, esperan que el tiempo pase como quien visita a un enfermo y mira el reloj con disimulo.
La congoja es insoportable. Me voy. Sé que en un momento alguien dirá "death man walking", y que esta es la frase que indica que el condenado inicia el camino hacia la inyección letal. Esa horrible frase que ya toma como muerto a un ser que puede escuchar las palabras, que tiene miedo y tiembla. Lo peor no será la muerte sino la calmosa premeditación, la frialdad quirúrgica. No quiero verlo. Me voy.
En la primera fila, Oliver Reed se da vuelta y me grita en inglés "prefiero las comedias". Mientras cierro la puerta siento el chistido puntilloso y unánime de los otros cinco o seis espectadores, las carcajadas sofocadas de Oliver, que no se si sabe que está muerto.
Las imágenes son confusas e inabarcables, en ese bosque de pesadilla donde dos adolescentes son asesinados. La brutalidad se muestra documentalmente; la vemos desde lejos, la acción está semioculta por los troncos de los árboles. Si la violación de la adolescente nos fuese mostrada en detalle, quizás no nos conmovería de mayor manera que esta situación de testigo real; alcanzamos a ver pero somos impotentes, es el puro horror.
Después, uno de los asesinos; que comprendemos bestial pero reconocemos humano y fruto de un entorno social que no puede producir otra cosa que esta "white trush", basura blanca. Todo su pasado, su familia, el desprecio del gran país por sus desheredados desembocan en ese bosque, esa violación, esos asesinatos.
La monja se espanta, comprende, se vuelve a espantar. Trata de ayudarlo y a la vez se entera de los pormenores, lo mira, aprende a reconocer gestos y fanfarronerías. Nosotros seguimos su camino y nos espantamos, y comprendemos, y nos volvemos a espantar. Cómo decir a los padres de los chicos que el asesino es un ser humano, cómo ponerse en el lugar de quien ha perdido su hijo, y con él el futuro, las ganas de ver cómo sigue la vida, el deseo o la simple expectativa de felicidad.
Y la pena de muerte que sobrevuela las conciencias, la pena de muerte que nos interroga. No, digo. Y digo sí, admito que digo sí cuando me calzo los vertiginosos zapatos de los padres de las víctimas.
La pena de muerte sobrevuela la película como las melodías de minarete que profiere Nusrat, dulces y apocalípticas.
Hay primeros planos, palabras a media voz, rostros, más que nada rostros. La despedida de la familia es indudable, no saben qué decirse, se aburren, el hermano menor hace sonar sus zapatillas contra el piso encerado.
No pueden sostener la tragedia, deben esperar al último minuto para desencadenar el drama. Mientras tanto, sentados, esperan que el tiempo pase como quien visita a un enfermo y mira el reloj con disimulo.
La congoja es insoportable. Me voy. Sé que en un momento alguien dirá "death man walking", y que esta es la frase que indica que el condenado inicia el camino hacia la inyección letal. Esa horrible frase que ya toma como muerto a un ser que puede escuchar las palabras, que tiene miedo y tiembla. Lo peor no será la muerte sino la calmosa premeditación, la frialdad quirúrgica. No quiero verlo. Me voy.
En la primera fila, Oliver Reed se da vuelta y me grita en inglés "prefiero las comedias". Mientras cierro la puerta siento el chistido puntilloso y unánime de los otros cinco o seis espectadores, las carcajadas sofocadas de Oliver, que no se si sabe que está muerto.
*de Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
Estación Araujo*
La Estación Araujo, otrora propiedad del ferrocarril Midland, se ha convertido desde hace tiempo en escenario de lo
paranormal. O mejor habría que decir: el lugar físico donde esta estación se hallaba emplazada. Ya que la construcción, las señales, hasta el tendido de las vías, han desaparecido de la noche a la mañana, quizá para siempre.
Ocurrió que Don Tobías Mureño, peón encargado del puesto "Las araucarias", denunció en la comisaría del pueblo, hace ya unos meses, haber visto unas luces extrañas por la zona donde se encontraba la estación.
Dichas luces, según el hombre, brillaban en el cielo con gran intensidad, mucho más que la de la luna llena, y se desplazaban a gran velocidad a través de la noche. La denuncia quedó en ascuas, ya que la credibilidad del testigo fue puesta en duda desde el inicio, teniendo en cuenta su proclive tendencia a la bebida.
Un segundo comentario llegó a la cantina del pueblo, antigua pulpería campestre, donde José Arrueda, labriego de ley, hombre recto y
padre de familia, admitió haber visto, por la luz que lo alumbra y la vida de sus propios hijos, no sólo esas luces brillantes de las que se mofaron los oficiales de la Bonaerense, sino también la presencia de personas extrañas en torno a las ruinas de la estación. A pesar del inicial desinterés de la concurrencia, Arrueda describió a estas personas como de estatura muy baja, de contextura delgada, y con unas cabezas prominentes y puntudas. No faltó el gracioso que lo tildó de haberse insolado por pasarse tantas horas con la espalda curvada sobre el surco de la huerta.
En medio de un coro de risas y burlas inmerecidas, José Arrueda se alejó de la cantina y ya no volvió más. A nadie se le ocurrió que su testimonio podría ser de ayuda en una posterior investigación. Y por más que después se lo buscó para que atestiguara, José Arrueda parecía haberse extinguido de la misma manera que la estación desaparecida. Algunos dijeron que, incapaz de soportar el escarnio de los vecinos, avergonzado por sus dichos, se había marchado con su familia a probar suerte en otra provincia. Otros, hasta
llegaron a arriesgar que su contacto con aquellos seres podía ser sospechoso, como si formara parte de la Gran Familia Misteriosa, oriunda del resbaladizo terreno de Lo Oculto; pero quienes afirmaban esto ya estaban demasiado bebidos como para que su testimonio fuera tomado seriamente.
Hasta que Don Esteban Irigoyen, hacendado del lugar, afirmó en una reunión de la Sociedad Rural de 25 de Mayo haber visto, mientras recorría sus campos, huellas extrañas en las inmediaciones de la Laguna Todos Los Santos, lindante con sus cultivos cerealeros, hoy semi inundados. En el escaso terreno elevado que se había preservado del avance de las aguas, Don Irigoyen pudo apreciar marcas oscuras de aspecto circular, distribuidas en el lugar a distancias extremadamente regulares, como si una enorme máquina se hubiera posado en
las inmediaciones, y el terreno hubiese sido sometido a temperaturas en extremo elevadas, calcinando la tierra y los pastizales. Nadie podía dudar de la palabra de Don Irigoyen, por lo que ese mismo día se organizó una partida para acercarse al lugar e investigar el asunto.
Lamentablemente, esa misma tarde arreció la tormenta que se venía descargando sobre la zona desde hacía ya varios días, y la densa
precipitación elevó el nivel de las aguas, por lo que las supuestas marcas quedaron veladas bajo una oscura capa de inundación.
El relato del avistamiento de luces extrañas se mantuvo durante un par de semanas, manifestado por parte de los lugareños como así también por los camioneros o fugaces automovilistas que se detenían en la estación de la YPF situada a la vera de la ruta provincial 46, y comentaban con extrañeza lo ocurrido. Muy pronto circuló la versión en el pueblo, algunos pocos reconsideraron las burlas proferidas tiempo atrás hacia Don Tobías Mureño o -sobre todo- José Arrueda, y como no podía ser de otra forma, llegaron los medios televisivos, oliendo el escándalo como la abeja al polen.
Hasta allí llegó Damián Adonis, animador estrella de la TV, aún vapuleado por la opinión pública ante el estrepitoso fracaso acaecido junto a la antigua estación Comodoro Py. El pueblo se conmocionó durante días, invadido por la frivolidad, y los opinadores poblaron las pantallas de TV, transmitiendo desde el mismo lugar de los hechos, afirmando que los
OVNIS -porque no cabía duda que se trataba de una visita extraterrestre- se acercaban a la zona en busca de agua potable para alimentar sus naves. Y si había algo que abundaba en la zona, era agua estancada. Aunque no tan pestilente como los personajes que se acercaron al pueblo munidos de sus respectivas cámaras de video.
Precavido, descollando toda su personalidad pero reservándose el derecho de corroborar cualquier información que pudiera hundirlo en el descrédito, Damián Adonis recogía datos de los pobladores, grabador en mano, ideando posibles notas para transmitir en su propio bloque del programa. Hasta que, desbordado por los recurrentes comentarios, decidió que la mejor opción era crear algo por su cuenta, como había sido su costumbre; para ello, debía pernoctar en el lugar de los hechos, a fin de inspirarse. A diferencia de la
experiencia anterior en Comodoro Py, decidió ir solo, sin el equipo del canal, apenas llevando una cámara manual y su grabador, escabulléndose del hotel en medio de la noche a la manera de un anónimo ladrón de gallinas.
Al arribar al lugar, con los faros del auto apagados, notó que aquel espectáculo referido por tantos testigos -presenciales o no- era cierto.
Tres o cuatro luces giraban sobre los restos de la estación ferroviaria, a la manera de luminosas bochitas de Árbol de Navidad, describiendo giros regulares. Adonis, con cierta precaución, aunque anonadado ante su primer avistamiento, apagó el motor del auto y comenzó a filmar la escena a través de la ventanilla, rogando que la película de alta sensibilidad que consiguiera encontrar en el móvil del canal no estuviese vencida ni en mal estado.
Hasta que por fin, luego de unos minutos de monótona navegación aérea, las luces se reunieron en un solo punto en el cenit de la ruinosa estación, conformando una misma esencia, revelando la inconfundible silueta de una nave espacial, o como suelen decir los legos, un "plato volador". Adonis profirió un grito de júbilo, sin apartar el ojo del visor de su camarita, mientras continuaba filmando, imaginando las mayores posibilidades de satisfacción ante el supuesto rédito que podría extraer del material.
Entonces, del vientre de la nave emergió un potente haz de luz que cubrió la totalidad de la estación, así como el derruido cartel con el nombre de Araujo, algunas señales ferroviarias que aún se mantenían en pie. Adonis contuvo la respiración, a punto de aullar de alegría, cuando de pronto la camarita dejó de filmar.
-¡La reputa madre que los parió! -vociferó. -¡Estas pilas de mierda!
Pero no eran las pilas, porque quiso grabar el relato de lo que allí ocurría, y su grabador tampoco funcionaba. Miró la hora en el tablero del auto: el reloj digital se había apagado. Su propio reloj de pulsera estaba detenido. El teléfono celular había perdido la señal. Quiso darle encendido al coche, en un desesperado intento por huir de allí, pero el motor se negó a responder. Adonis, de pronto, se sintió completamente solo, y lo que es peor, aterrado.
La potencia del rayo lumínico del OVNI aumentó considerablemente, generando un molesto sonido de estática en el ambiente, así como una momentánea ceguera en Adonis a causa del brillo. Y de pronto, aunque el notero estrella -aunque de imagen devaluada- de lo paranormal hubiera escuchado hablar de las abducciones de personas por parte de los extraterrestres, jamás hubiese pensado que algo así podría suceder. Hasta llegó a pensar si no habría abusado de las pastillas de éxtasis en la gigantesca "rave" a la que acudiera el pasado fin de semana.
El rayo hizo vibrar a la estación, la extrajo de raíz entre sus cimentos, la elevó en el aire, y se la tragó completa, junto al cartel, las señales y los fragmentos de vía, como si se llevara de paseo un fragmento del paisaje ferroviario, una especie de maqueta en tamaño natural de la tecnología humana.
Una vez desaparecida la estación dentro del vientre del OVNI, el rayo se extinguió, la nave volvió a fragmentarse en varias luces que se agitaron en círculos concéntricos en medio de la noche, y un segundo después desaparecieron a una velocidad imposible rumbo al horizonte estrellado.
La camarita se encendió sola y continuó flmando, los números del reloj digital parpadearon en el tablero del auto, se oyó la señal del teléfono celular al ser recuperada, pero la atención conciente de Damián Adonis estaba muy lejos de allí.
Tal vez, fuera el momento de dedicarse a otra cosa.
paranormal. O mejor habría que decir: el lugar físico donde esta estación se hallaba emplazada. Ya que la construcción, las señales, hasta el tendido de las vías, han desaparecido de la noche a la mañana, quizá para siempre.
Ocurrió que Don Tobías Mureño, peón encargado del puesto "Las araucarias", denunció en la comisaría del pueblo, hace ya unos meses, haber visto unas luces extrañas por la zona donde se encontraba la estación.
Dichas luces, según el hombre, brillaban en el cielo con gran intensidad, mucho más que la de la luna llena, y se desplazaban a gran velocidad a través de la noche. La denuncia quedó en ascuas, ya que la credibilidad del testigo fue puesta en duda desde el inicio, teniendo en cuenta su proclive tendencia a la bebida.
Un segundo comentario llegó a la cantina del pueblo, antigua pulpería campestre, donde José Arrueda, labriego de ley, hombre recto y
padre de familia, admitió haber visto, por la luz que lo alumbra y la vida de sus propios hijos, no sólo esas luces brillantes de las que se mofaron los oficiales de la Bonaerense, sino también la presencia de personas extrañas en torno a las ruinas de la estación. A pesar del inicial desinterés de la concurrencia, Arrueda describió a estas personas como de estatura muy baja, de contextura delgada, y con unas cabezas prominentes y puntudas. No faltó el gracioso que lo tildó de haberse insolado por pasarse tantas horas con la espalda curvada sobre el surco de la huerta.
En medio de un coro de risas y burlas inmerecidas, José Arrueda se alejó de la cantina y ya no volvió más. A nadie se le ocurrió que su testimonio podría ser de ayuda en una posterior investigación. Y por más que después se lo buscó para que atestiguara, José Arrueda parecía haberse extinguido de la misma manera que la estación desaparecida. Algunos dijeron que, incapaz de soportar el escarnio de los vecinos, avergonzado por sus dichos, se había marchado con su familia a probar suerte en otra provincia. Otros, hasta
llegaron a arriesgar que su contacto con aquellos seres podía ser sospechoso, como si formara parte de la Gran Familia Misteriosa, oriunda del resbaladizo terreno de Lo Oculto; pero quienes afirmaban esto ya estaban demasiado bebidos como para que su testimonio fuera tomado seriamente.
Hasta que Don Esteban Irigoyen, hacendado del lugar, afirmó en una reunión de la Sociedad Rural de 25 de Mayo haber visto, mientras recorría sus campos, huellas extrañas en las inmediaciones de la Laguna Todos Los Santos, lindante con sus cultivos cerealeros, hoy semi inundados. En el escaso terreno elevado que se había preservado del avance de las aguas, Don Irigoyen pudo apreciar marcas oscuras de aspecto circular, distribuidas en el lugar a distancias extremadamente regulares, como si una enorme máquina se hubiera posado en
las inmediaciones, y el terreno hubiese sido sometido a temperaturas en extremo elevadas, calcinando la tierra y los pastizales. Nadie podía dudar de la palabra de Don Irigoyen, por lo que ese mismo día se organizó una partida para acercarse al lugar e investigar el asunto.
Lamentablemente, esa misma tarde arreció la tormenta que se venía descargando sobre la zona desde hacía ya varios días, y la densa
precipitación elevó el nivel de las aguas, por lo que las supuestas marcas quedaron veladas bajo una oscura capa de inundación.
El relato del avistamiento de luces extrañas se mantuvo durante un par de semanas, manifestado por parte de los lugareños como así también por los camioneros o fugaces automovilistas que se detenían en la estación de la YPF situada a la vera de la ruta provincial 46, y comentaban con extrañeza lo ocurrido. Muy pronto circuló la versión en el pueblo, algunos pocos reconsideraron las burlas proferidas tiempo atrás hacia Don Tobías Mureño o -sobre todo- José Arrueda, y como no podía ser de otra forma, llegaron los medios televisivos, oliendo el escándalo como la abeja al polen.
Hasta allí llegó Damián Adonis, animador estrella de la TV, aún vapuleado por la opinión pública ante el estrepitoso fracaso acaecido junto a la antigua estación Comodoro Py. El pueblo se conmocionó durante días, invadido por la frivolidad, y los opinadores poblaron las pantallas de TV, transmitiendo desde el mismo lugar de los hechos, afirmando que los
OVNIS -porque no cabía duda que se trataba de una visita extraterrestre- se acercaban a la zona en busca de agua potable para alimentar sus naves. Y si había algo que abundaba en la zona, era agua estancada. Aunque no tan pestilente como los personajes que se acercaron al pueblo munidos de sus respectivas cámaras de video.
Precavido, descollando toda su personalidad pero reservándose el derecho de corroborar cualquier información que pudiera hundirlo en el descrédito, Damián Adonis recogía datos de los pobladores, grabador en mano, ideando posibles notas para transmitir en su propio bloque del programa. Hasta que, desbordado por los recurrentes comentarios, decidió que la mejor opción era crear algo por su cuenta, como había sido su costumbre; para ello, debía pernoctar en el lugar de los hechos, a fin de inspirarse. A diferencia de la
experiencia anterior en Comodoro Py, decidió ir solo, sin el equipo del canal, apenas llevando una cámara manual y su grabador, escabulléndose del hotel en medio de la noche a la manera de un anónimo ladrón de gallinas.
Al arribar al lugar, con los faros del auto apagados, notó que aquel espectáculo referido por tantos testigos -presenciales o no- era cierto.
Tres o cuatro luces giraban sobre los restos de la estación ferroviaria, a la manera de luminosas bochitas de Árbol de Navidad, describiendo giros regulares. Adonis, con cierta precaución, aunque anonadado ante su primer avistamiento, apagó el motor del auto y comenzó a filmar la escena a través de la ventanilla, rogando que la película de alta sensibilidad que consiguiera encontrar en el móvil del canal no estuviese vencida ni en mal estado.
Hasta que por fin, luego de unos minutos de monótona navegación aérea, las luces se reunieron en un solo punto en el cenit de la ruinosa estación, conformando una misma esencia, revelando la inconfundible silueta de una nave espacial, o como suelen decir los legos, un "plato volador". Adonis profirió un grito de júbilo, sin apartar el ojo del visor de su camarita, mientras continuaba filmando, imaginando las mayores posibilidades de satisfacción ante el supuesto rédito que podría extraer del material.
Entonces, del vientre de la nave emergió un potente haz de luz que cubrió la totalidad de la estación, así como el derruido cartel con el nombre de Araujo, algunas señales ferroviarias que aún se mantenían en pie. Adonis contuvo la respiración, a punto de aullar de alegría, cuando de pronto la camarita dejó de filmar.
-¡La reputa madre que los parió! -vociferó. -¡Estas pilas de mierda!
Pero no eran las pilas, porque quiso grabar el relato de lo que allí ocurría, y su grabador tampoco funcionaba. Miró la hora en el tablero del auto: el reloj digital se había apagado. Su propio reloj de pulsera estaba detenido. El teléfono celular había perdido la señal. Quiso darle encendido al coche, en un desesperado intento por huir de allí, pero el motor se negó a responder. Adonis, de pronto, se sintió completamente solo, y lo que es peor, aterrado.
La potencia del rayo lumínico del OVNI aumentó considerablemente, generando un molesto sonido de estática en el ambiente, así como una momentánea ceguera en Adonis a causa del brillo. Y de pronto, aunque el notero estrella -aunque de imagen devaluada- de lo paranormal hubiera escuchado hablar de las abducciones de personas por parte de los extraterrestres, jamás hubiese pensado que algo así podría suceder. Hasta llegó a pensar si no habría abusado de las pastillas de éxtasis en la gigantesca "rave" a la que acudiera el pasado fin de semana.
El rayo hizo vibrar a la estación, la extrajo de raíz entre sus cimentos, la elevó en el aire, y se la tragó completa, junto al cartel, las señales y los fragmentos de vía, como si se llevara de paseo un fragmento del paisaje ferroviario, una especie de maqueta en tamaño natural de la tecnología humana.
Una vez desaparecida la estación dentro del vientre del OVNI, el rayo se extinguió, la nave volvió a fragmentarse en varias luces que se agitaron en círculos concéntricos en medio de la noche, y un segundo después desaparecieron a una velocidad imposible rumbo al horizonte estrellado.
La camarita se encendió sola y continuó flmando, los números del reloj digital parpadearon en el tablero del auto, se oyó la señal del teléfono celular al ser recuperada, pero la atención conciente de Damián Adonis estaba muy lejos de allí.
Tal vez, fuera el momento de dedicarse a otra cosa.
*De Aldima. licaldima@yahoo.com.ar
hay lugares
con historias de aciertos
tan prolijos tan solos
tan absueltos de culpas y miedos
hay lugares
con historias de aciertos
tan prolijos tan solos
tan absueltos de culpas y miedos
hay lugares
...
de muertos que lastiman
y de viejos relojes
estaciones sin trenes
que desmandan el tiempo
hay lugares
que pasan a buscarte
te cosen los ojos por dentro
y el corazón de lejos
se juega en sístole de apuesta
hacia el abrazo o la costumbre
hay lugares
de cristales y humo
pequeños como lágrimas
y de viejos relojes
estaciones sin trenes
que desmandan el tiempo
hay lugares
que pasan a buscarte
te cosen los ojos por dentro
y el corazón de lejos
se juega en sístole de apuesta
hacia el abrazo o la costumbre
hay lugares
de cristales y humo
pequeños como lágrimas
*De alba estrella gutiérrez. alba.estrella@gmail.com
Viajando por la patria*
Amanece en el vagón de clase única.
El aire es dulzón sobre padres e hijos dormidos.
Afuera transcurre el fresco paraíso de la llanura
como una eternidad que incluye a los viajeros.
No he dormido en toda la noche,
oí que alguien cantaba en algún lugar del país
y no por ello soy un elegido.
El tabaco y el insomnio han instalado
una fatiga ácida en mi cerebro. Pero creo en todo esto;
como la gente, las cosas salen de la oscuridad
limpias de culpa y pesadilla.
El tren corre en paz,
no hay amenazas en nuestros sueños,
no somos fugitivos ni refugiados de guerra.
Hay pan, frutas y vino entre nosotros
y excelentes razones para vivir.
Yo trazo algunos signos distraídos en el polvo de la ventana
como si quisiera inventarme un lenguaje personal.
Pero todos aquí viajamos por amor,
por verdades que justifican la marcha y el día que comienza.
*de Joaquín O. Giannuzzi.
Obra Poética. EMECÉ. Buenos Aires, edición del año 2000.
***
Juan Carlos Cena (*)
presenta su nuevo libro
presenta su nuevo libro
FERROCARRILES
ARGENTINOS
DESTRUCCIÓN/
RECUPERACIÓN
Viernes 2 de noviembre - 18 hs
en la Estación del FFCC Provincial, CC Meridiano V.
17 y 71 , La Plata.
Acompañan al autor:
Centro Cultural Meridiano V
Los Okupas de Andén
Centro Cultural Meridiano V
Los Okupas de Andén
(*) sus libros anteriores: Memorias de un Ferroviario; El Cordobazo, una Rebelión Popular; El Guardapalabras; El Ferrocidio;
Crónicas del Terraplen; Sinfonía de Acero y Lucha.
***
Inventren Próximas estaciones:
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BAUDRIX
-Por Ferrocarril Midland-
BLAS DURAÑONA.
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-Colaboraciones a inventivasocial@yahoo.com.ar
http://inventren.blogspot.com/
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Al salir de la Estación de empalme Ingeniero de Madrid, el Inventren sigue un doble recorrido por vías del ferrocarril Midland con destino a Puente Alsina, y por vías del ferrocarril provincial con destino a La Plata.
-las estaciones por venir en el ferrocarril Midland:
EMITA. INDACOCHEA. LA RICA.
SAN SEBASTIÁN. J.J. ALMEYRA. INGENIERO WILLIAMS.
GONZÁLEZ RISOS. PARADA KM 79. ENRIQUE FYNN.
PLOMER. KM. 55. ELÍAS ROMERO.
KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD. MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO VILLEGAS. JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
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PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
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JUAN ATUCHA. JUAN TRONCONI. CARLOS BEGUERIE.
FUNKE. LOS EUCALIPTOS. FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR UDAONDO. LOMA VERDE.
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D. SÁEZ. J. R. MORENO. EMPALME ETCHEVERRY.
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