*Obra de Walkala. Luis Alfredo Duarte Herrera
(1958-2010) http://galeria.walkala.priv.at/main.php
-En Aurora Boreal. Walkala: un homenaje in memoriam
PROYECCIONES*
El paisaje es un estado del alma
Diario Íntimo
Henri Frédéric Amiel
Diario Íntimo
Henri Frédéric Amiel
El sol que se niega a amanecer,
Las penumbras de Umwelt al acecho.
Las penumbras de Umwelt al acecho.
La melodía que anhela mis
incurias,
La lluvia que transpone mis espectros.
La lluvia que transpone mis espectros.
Las olas que lloran mi abandono,
El laberinto que pierde mi sendero.
El laberinto que pierde mi sendero.
Los árboles que encubren mis
temores,
Las ventanas que se cierran a mis céfiros.
Las ventanas que se cierran a mis céfiros.
La luz que ciega tus visiones,
El aroma que roba tus recuerdos.
El aroma que roba tus recuerdos.
El reloj que enmascara las
horas,
La cita que yerra el día en que te espero.
La cita que yerra el día en que te espero.
Las palomas que abandonan sus
nidales,
Tu imagen que ocultan los espejos.
Tu imagen que ocultan los espejos.
Las cartas que extravían mis
respuestas,
Los manes que disfrazan el deseo.
Los manes que disfrazan el deseo.
La piedra que rueda a tus pies,
Los peces suicidas que muerden el anzuelo.
Los peces suicidas que muerden el anzuelo.
Tu amor por mí,
¿Tus sueños?
¿Tus sueños?
*De Marié Rojas.
La Habana. Cuba.
Y NOMBRARÉ LAS
COSAS…
ES ENERO Y TE
AMO*
“Y nombraré las
cosas, tan despacio
que cuando
pierda el Paraíso de mi calle
y mis olvidos
me la vuelvan sueño,
pueda llamarlas
de pronto con el alba..”
ELISEO DIEGO
Me ha
traicionado el ocaso de las vides.
Era enero y te
amaba.
No sabía sumar,
pero me daba cuenta.
Que una manzana
mas otra manzana eran dos.
Que uno mas uno
era dos, no, tres.
Contaba, uno a
uno tus dedos.
En tu mano
izquierda, sobraba un dedo y un anillo.
Era enero y el
amor dolía.
Escapabas, como
los limites que ponías al tiempo.
Treinta monedas
en las manos y una flauta.
El sonido
partía de tu boca.
Llegaba hasta
el silencio de mis ojos.
Luego cantabas.
No entendía el guaraní.
No entendía tu
mirada entre celdas.
Te evaporabas
como el mar, o el agua hirviente.
Te acompañaba
al colectivo y me dolía enero.
Volvía hacia mi
casa y hacía cuentas.
Cuatro manzanas
menos una, eran tres manzanas.
Trabalenguas.
En tres platos tres tigres comen trigo.
Tres tristes
tigres y un verano robado.
Que explote una
rueda. Una sola.
Colectivo de
tres ruedas no parte.
Pedía a Dios
que me demostrara que existía.
En el nombre
del padre.
Pero Dios
parece que no escucha.
O que tiene
cosas más importantes.
O le aburren
las risas de los niños tristes.
O no le gustan
las mujeres grises.
O no le gustan
las manos con anillos.
Me ha
traicionado el ocaso de las vides.
Es enero y te
amo.
Aun no sé
sumar, pero me doy cuenta.
Que uno mas
uno, no es dos, es tres.
*De
Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
FELICES Y
JUNTOS*
*De Jorge Isaías. Jisaias46@yahoo.com.ar
En los temporales que a veces
duraban varios días de vientos y de lluvias, mi padre aprovechaba para limpiar
sus armas.
Tenía un par de escopetas,
colgadas detrás de la puerta de su dormitorio, en sus correspondientes fundas
de género o de lona. Una era de dos caños, no recuerdo su filiación, pero tal
vez fuera nacional y la otra de un caño, de origen belga que era su orgullo.
Ambas eran de calibre dieciséis muy ponderado por mi padre.
También tenía un revólver marca Orbea,
un treinta y dos largo en ese tiempo que tenía el caño oxidado. Un día decidió
hacerlo empavonar y se tomó el tren de las 13,30 a Rosario, que iba
por el Ferrocarril Mitre. Al poco tiempo volvió con su arma y lo mostraba con
cierta excitación. En verdad la casa Sachetti, de la calle San Luis había hecho
un trabajo magnífico. Estaba reluciente, todo pintado de negro, y a cada visita
que aparecía, mi padre se introducía en la habitación, lo sacaba del ropero
donde lo escondía en el estante de las sábanas y lo traía como un chico que
muestra su juguete. El asombro por la perfección del trabajo aparecía en los
comentarios que hacían los que habían conocido el revólver cuando
mi padre lo mostraba oxidado, ya que lo había comprado a alguien de segunda
mano, con toda seguridad.
En realidad las otras armas las
usaba para cazar perdices, patos o liebres que iban a parar a la olla o al
horno cuando mi madre preparaba el yantar. Nunca cazaba por deporte aunque era
evidente que le gustaba.
Pero con el revólver era
distinto. Por que para evitar un robo podía haber usado las escopetas. Entonces
ese argumento no servía para justificarlo. Y además nunca en la vida vinieron a
robarnos nada.
Esa arma (no recuerdo si tuvo
otra) la tenía por gusto. Para probar el pulso, repetía. Por que cuando
íbamos de caza lo llevaba y me hacía poner alguna lata sobre un poste y le
tiraba para ejercitar la puntería. Y alguna vez me hizo probar algún tiro a mí,
cuya bala se perdía en el aire y a mi me aturdía el estampido dejándome unos
segundos atónito.
Sin embargo nunca dejó que usara
las escopetas cuando lo acompañaba en los días de caza, Decía, tal vez con
razón, que podía darme una patada fuerte en el hombro y tirarme al
suelo. Había que calzar la culata debajo de la clavícula para que el
sacudón no fuera muy fuerte, y tenía razón.
A mí me gustaba más salir
con algunos de mis tíos, sus hermanos. Ellos eran más permisivos o
irresponsables, o en toda caso actuaban como verdaderos tíos, es decir no tenía
la responsabilidad didáctica de mi padre con respecto a mi formación que debía
hacerme un niño responsable para seguir siendo lo mismo de adulto.
Todos los hermanos eran buenos
tiradores ya que habían comenzado de muy jóvenes en la chacra del viejo, es
decir mi abuelo, porque una de las pocas diversiones que éste la permitía a sus
hijos estaba la caza. Para los días en que no hubiera trabajo que eran casi
siempre los días lluviosos, ya que en las chacras de entonces siempre sobraban
las tareas: arar, sembrar, desmalezar, cosechar. También el cuidado constante
de los animales. Esto, es decir la caza, no era imposible ya que en cualquier
chacra que se preciara se disponía de varias escopetas, tanto para la caza como
para evitar los robos que a veces eran esporádicos y otras frecuentes, en
especial los cacos de entonces se dedicaban a las gallinas, por ser más fácil
de trasladar. Puedo asegurar entonces que todos eran grandes tiradores, tal lo
experimenté las numerosas veces que los acompañé cuando íbamos en barra. Cuatro
o cinco de mis tíos, mi padre, mi tío político Berto Spagnolo, y un
hermano solterón, narigudo y buenazo llamado Luis. Éste tenía un
hermoso y preciado rifle calibre catorce, muy liviano y apreciado por mí, ya
que era una maravilla, sobre todo si me lo prestaba para probar un tirito,
le rogaba.
En estas jornadas que tenían el
atractivo de la comunión y el afecto, todos se ponían de buen humor y las
chanzas y las apuestas estaban a la orden del día. Porque mi padre se ponía mas
concesivo y dejaba a mi elección a quien hacerle compañía, que no era gratis
sino que yo debía cargar con un bolsito las piezas que se fueran cobrando el
cazador de turno. Yo, como dije antes prefería a Luis, pero a veces no iba,
entonces lo elegía a su hermano, es decir mi tío, quien me tenía mucho cariño.
Alberto Spagnolo tenía fama de
exagerado y tal vez lo fuera. Un día que fui hasta su casa, cuando vivía en las
afueras del pueblo justo estaba por salir a tirar unos tiros a un campo
cercano y me invitó a acompañarlo. Ni lerdo ni perezoso accedí. En un cuadro de
dos hectáreas salieron siete liebres. Él, mi tío Berto, mató cuatro. Un
día en una reunión familiar, ya de adulto yo se lo recordé. Se puso muy
contento, porque el había contado esta hazaña sin que nadie le creyera.
Y cada vez que nos veíamos, me
incitaba:
-A ver sobrino, contále a estos
incrédulos cuantas liebres maté en una tarde.
Y esa era la ocasión más linda
para que brindáramos con ese vino espeso que bajaba suavemente por las
gargantas cuando todos estábamos juntos y éramos todos felices aunque en ese
tiempo no lo supiéramos.
EL REY DESNUDO*
El rey está
desnudo, grité. Es inevitable, el amor por la verdad se paga caro, pensé cuando
vi que los guardias se acercaban.
Me dejaron a
solas con él. Me preguntó si me animaba a refrendar lo dicho. Temblando por lo
que podía pasarme, repetí: Está desnudo. ¿Qué podía hacer si lo único que lo
vestía era la corona?, ¡y le queda tan bien!. Por una vez me equivoqué, mi
denuncia no me ocasionó problemas Todo lo contrario, me trató como a una reina.
*De Cristina
Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com
MUTACIÓN DE
ANA*
Estaba trabajando en el jardín.
Lo hacía con talento. No se limitaba a limpiar o renovar plantas, creaba un
pequeño mundo cerrado, combinando colores y formas, sintiendo la vida de cada
brote en sus manos hábiles. Con cuidado y delicadeza elegía a los protagonistas
para la nueva coreografía de una obra que duraría sólo unos meses. Estaba
concentrada en la contemplación de las violetas, colocando a su lado dos plantas
de flores amarillas, indecisa entre el tono más pálido y el más intenso. Pensó
que una de ellas le daría el color, pero quizás no la perfección de forma que
buscaba. Cuando se decidió y estiró la mano para tomar el pequeño recipiente
con la elegida, sintió una extraña sensación que bajaba por su brazo hasta los
dedos, pequeñas pulsaciones, un temblor leve, nada doloroso, pero inquietante.
Por un momento detuvo su mano extendida y la contempló. Le parecía que algo
estaba cambiando en su cuerpo. No se alarmó, sintió curiosidad ante el fenómeno
Entonces notó las pulsaciones en todos su cuerpo, no sólo en los brazos. Toda
ella parecía empujar hacia distintos lados, suave pero firmemente. Los límites
de su estructura corporal parecían rebelarse. Su columna se curvaba en un
movimiento de danza exagerado. Trató por un instante de contenerse, de oponer
resistencia, pero luego se entregó a esa fuerza interior que la dominaba. Sus
brazos se apoyaron levemente en la tierra removida, junto a las violetas. Su
cabeza se alzó grácil, y orgullosa, los ojos de amatista brillando en su cara
redondeada, de un negro brillante. Por un instante, recordó sus clases de danza
en la adolescencia. Su cuerpo volvía a la flexibilidad de entonces. La
sensación de plenitud era total. Extendió los brazos se estiró con blandura,
apoyando la cabeza entre las manos de terciopelo. Luego se irguió en forma
lenta, gozando su cuerpo sin huesos, perfecto y liviano. Recorrió despacio el
jardín que había creado con sucesivas formas durante tanto tiempo. El rincón de
las orquídeas la detuvo interrogante, la cabeza ladeada hacia la izquierda, los
ojos dilatados y fijos. Trataba de entender el porqué de esa atracción casi
dolorosa. Pero el recuerdo ya no estaba. Se apartó despacio hacia el muro de jazmines,
tomó impulso y se sentó en lo alto. Desde allí observó el escenario que la
había contenido tanto tiempo, Luego saltó grácil hacia el otro lado, el
diferente.
-TRANSFORMACIONES. MUTACIÓN DE
ANA
Podría
entrecerrar los ojos*
Podría entrecerrar los ojos y
evadirme...
Podría abandonarme a la música y
el juego,
dedicar la mejor de mis sonrisas
a la muchacha triste que se agosta en la esquina
y en sus lechosos brazos profanados de agujas
depositar mis besos y mi llanto.
dedicar la mejor de mis sonrisas
a la muchacha triste que se agosta en la esquina
y en sus lechosos brazos profanados de agujas
depositar mis besos y mi llanto.
Podría entrecerrar los labios y
olvidarme...
Podría dejar que me acunase tu
mirada,
beber el vino triste de tu herida,
ceñirme a la rutina de tus noches...
beber el vino triste de tu herida,
ceñirme a la rutina de tus noches...
Es cierto que podría mirar hacia
otro lado,
acomodarme al pan y el circo legendarios;
podría suscribir una póliza de crédulo
para no recelar de las versiones oficiales.
acomodarme al pan y el circo legendarios;
podría suscribir una póliza de crédulo
para no recelar de las versiones oficiales.
Podría simplemente oprimir el
telemando
y abolir con ese gesto la mueca del farsante,
diluir los falaces rostros de la mentira,
no sentir sus miradas ni oir las falsedades
que sus bocas declaman sin sombra de vergüenza.
y abolir con ese gesto la mueca del farsante,
diluir los falaces rostros de la mentira,
no sentir sus miradas ni oir las falsedades
que sus bocas declaman sin sombra de vergüenza.
Pero he elegido el verso como
patria,
he nacido canción a contramano,
grito caricia estepa hormiga hambre
prostíbulo coral aullido estanque.
he nacido canción a contramano,
grito caricia estepa hormiga hambre
prostíbulo coral aullido estanque.
Podrán los férreos brazos de la
muerte
acunar mis palabras en su lecho
de silencio perpetuo.
Pero tú que me lees,
tú que en noches azules me escuchaste
mientras el mar gritaba nuestros nombres,
tú sabrás que es la entraña de la tierra
quien llueve amor y acíbar por mis venas.
acunar mis palabras en su lecho
de silencio perpetuo.
Pero tú que me lees,
tú que en noches azules me escuchaste
mientras el mar gritaba nuestros nombres,
tú sabrás que es la entraña de la tierra
quien llueve amor y acíbar por mis venas.
*Sergio Borao Llop. sbllop@aragoneria.com
http://www.aragonesasi.com/sergio
http://www.aragonesasi.com/sergio
¿ME VES?*
Caminar camina cualquiera, la
cuestión es cómo.
Chesterton era un gran observador, genial diría yo, anotando esos detalles que hacen que uno se sorprenda y diga "pero claro, si", y uno lo vio mil veces pero no lo dibujó en su cuadernito.
En uno de esos misterios del Padre Brown, detective y cura, personaje como Holmes o Monsieur Poirot, se comete un crimen en un club de caballeros, y pese a la imposibilidad de la cuestión nadie ha visto al asesino.
Imposible, las habitaciones estaban ocupadas, el criminal debiese de haber sido invisible para atravesarlas todas sin ser notado.
Como maligna espectadora de película de misterio, me regocijo contándoles el final. El Padre Brown llega a la sorprendente conclusión de que no hay diferencia entre el oscuro traje de los caballeros, el oscuro traje de los mozos. Nadie repara en ello, porque les es evidente que las dos clases se diferencian de inmediato. Es ridículo siquiera pensar que un caballero pueda confundirse con la servidumbre. Pero, ¿es así realmente?
Pues bien, cuál es la diferencia entre hombres trajeados y atildados que transcurren los mismos espacios. La forma de caminar.
Cuando en un salón había sirvientes, el asesino daba trancos largos, despreocupados, erguido y un poco echado hacia atrás. Cuando pasaba por la sala de fumadores donde departían los señores, por ejemplo, daba pasos rápidos y cortos, un poco encorvado, los brazos junto al cuerpo.
Se había vuelto invisible.
¿Cómo se operaba el prodigio? Simple. Uno no nota más que a los de la propia clase. Los demás son decorado, comparsas, extras.
Ni los mozos ni los caballeros lo veían, ninguno lo registraba en la memoria.
Consultado un testigo de un episodio en la calle, el hombre pudo describir a la señora, al hombre que manejaba el auto, al policía. Cuando debió precisar las notas de un chico de la calle dijo "qué se yo, era como todos". No recordaba la ropa, la cara, nada de nada. Si son todos iguales, ¿no?
Y me pregunto si es esto un reproche o una constatación. No nos engañemos, por más conciencia social a la que reguemos todas las mañanas aplicadamente, no podemos dejar de sentir allá en la trastienda que los
semejantes son los semejantes, es decir los que se nos asemejan.
La cosa sería que las categorías de semejanza se expandieran, que abarcaran a toda la humanidad, que cuando uno va por la calle pudiese ver a la mujer en el suelo, no a una aborigen más difusamente marrón, que el nene en el semáforo sea un niño y no uno de esos limosneros que ya me tienen harto; que cada ser humano sea eso, un ser humano y no una categoría, un exponente de su estrato.
Chesterton era un gran observador, genial diría yo, anotando esos detalles que hacen que uno se sorprenda y diga "pero claro, si", y uno lo vio mil veces pero no lo dibujó en su cuadernito.
En uno de esos misterios del Padre Brown, detective y cura, personaje como Holmes o Monsieur Poirot, se comete un crimen en un club de caballeros, y pese a la imposibilidad de la cuestión nadie ha visto al asesino.
Imposible, las habitaciones estaban ocupadas, el criminal debiese de haber sido invisible para atravesarlas todas sin ser notado.
Como maligna espectadora de película de misterio, me regocijo contándoles el final. El Padre Brown llega a la sorprendente conclusión de que no hay diferencia entre el oscuro traje de los caballeros, el oscuro traje de los mozos. Nadie repara en ello, porque les es evidente que las dos clases se diferencian de inmediato. Es ridículo siquiera pensar que un caballero pueda confundirse con la servidumbre. Pero, ¿es así realmente?
Pues bien, cuál es la diferencia entre hombres trajeados y atildados que transcurren los mismos espacios. La forma de caminar.
Cuando en un salón había sirvientes, el asesino daba trancos largos, despreocupados, erguido y un poco echado hacia atrás. Cuando pasaba por la sala de fumadores donde departían los señores, por ejemplo, daba pasos rápidos y cortos, un poco encorvado, los brazos junto al cuerpo.
Se había vuelto invisible.
¿Cómo se operaba el prodigio? Simple. Uno no nota más que a los de la propia clase. Los demás son decorado, comparsas, extras.
Ni los mozos ni los caballeros lo veían, ninguno lo registraba en la memoria.
Consultado un testigo de un episodio en la calle, el hombre pudo describir a la señora, al hombre que manejaba el auto, al policía. Cuando debió precisar las notas de un chico de la calle dijo "qué se yo, era como todos". No recordaba la ropa, la cara, nada de nada. Si son todos iguales, ¿no?
Y me pregunto si es esto un reproche o una constatación. No nos engañemos, por más conciencia social a la que reguemos todas las mañanas aplicadamente, no podemos dejar de sentir allá en la trastienda que los
semejantes son los semejantes, es decir los que se nos asemejan.
La cosa sería que las categorías de semejanza se expandieran, que abarcaran a toda la humanidad, que cuando uno va por la calle pudiese ver a la mujer en el suelo, no a una aborigen más difusamente marrón, que el nene en el semáforo sea un niño y no uno de esos limosneros que ya me tienen harto; que cada ser humano sea eso, un ser humano y no una categoría, un exponente de su estrato.
Sólo así cambiaríamos algo.
Viéndonos al mirar.
***
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